No es fácil ser verde - Sara Mesa

Eres más raro que un perro verde. Esa expresión fue lo primero que me vino a la mente cuando hace tiempo supe del título del libro de Sara Mesa que os traigo hoy. También pensé que a un libro de Sara Mesa le venía bien tanto ese título como la expresión. Y es que no, no es fácil ser raro. Y aún menos fácil ha de ser debatirse entre una anodina rareza que condena a la invisibilidad y la sobresaliente condición de convertirse en un perro verde.

«Cuando leí la historia de Alba, la conejita transgénica, supe que yo sería —que debía ser, sin duda— el primer ser humano bioluminiscente. Siempre deseé poder brillar en la oscuridad, resplandecer en las sombras, saber que, incluso en el lugar más anodino, tendría la capacidad de deslumbrar a cualquiera. Supongo que esta aspiración nace del hecho de que no soy muy alta, mis piernas son flacas y sin forma, se me cae el pelo a mechones —a mis 30 años ya luzco varias calvas—, tengo los brazos cubiertos de una rizada pelusa negra y el tono de mi piel es grisáceo, como el de la ceniza requemada. Dicho así pareciera que soy un ser feo, casi monstruoso; en realidad, únicamente soy desapacible, insignificante, prácticamente transparente. He pasado así, inadvertida, ante todo el mundo y en todas las etapas. En el colegio, mis compañeros jamás contaban conmigo para los trabajos ni para los juegos; los profesores nunca recordaban mi nombre; en la barra del bar soy a la última que atienden, y ninguna de las personas que se han cruzado conmigo a lo largo de mi poca azarosa existencia sabría esbozar una descripción medianamente ajustada de mi personita. Pero todo esto podría cambiar si yo, al igual que Alba, me volviese fluorescente bajo determinadas condiciones lumínicas. Si ya lo habían conseguido con un vulgar conejo albino, ¿por qué no intentarlo conmigo, una mujer real al fin y al cabo?»

Me acuerdo del libro de relatos Ustedes brillan en lo oscuro de la escritora boliviana Liliana Colanzi al saber de la treintañera de la española Sara mesa que aspira a brillar como la conejita transgénica Alba. Me acuerdo especialmente del relato del que toma el título el libro de la boliviana. Qué bonita imagen esa de brillar en lo oscuro; solo que en el cuento de Colanzi los personajes brillan figurativamente por la radiación procedente de un accidente nuclear real; solo que en el cuento de Mesa que da título al libro que os traigo hoy la protagonista ansía el brillo verde y fulgurante de un animal con el que se ha experimentado por un más que cuestionable sentido artístico.

Tal vez estéis pensando que esa mujer está loca, que se está agarrando a un clavo ardiendo, que ella sola va camino al matadero. Y sí, no creo que le espere nada bueno a esa mujer en su tránsito hacia un verdor deslumbrante, pero tampoco creo que esté loca. Ella asume los riesgos. Ella es consciente del futuro incierto y peligroso que le espera al convertirse en un conejito más de indias que transgénico. Sabe que se está sacrificando por lo que muchos entenderían como un capricho. Sabe que, en realidad, no hay nada que sacrificar, nada a lo que renunciar. Es tan insignificante que nadie notaría su desaparición. Está tan sola que no tiene nada que perder. Todo vale, pues, ante la espuria promesa de un poco de atención. Nadie tiene, por tanto, derecho a juzgarla. Si no nos ha importado no tenerla en cuenta en nuestros juegos y trabajos, si no hemos sido capaces de recordar su nombre (ese que ni siquiera la autora ha tenido a bien recordarnos), si la hemos ignorado en la barra del bar, si ni siquiera ahora que hemos leído su descripción física nos suena habernos cruzado con ella, qué nos importa que vaya a ponerse en manos de una especie de profesor chiflado, qué nos importa lo que le ocurra cuando lo que debería importarnos es haber contribuido a llevarla a ese acto de desesperación.

El hombre de ¿Qué fue de los Ínclitos? también parece desesperado. Solo la desesperación permite que me explique que ese hombre añore las terribles consecuencias del ambiente opresor y distópico del cuento que protagoniza. Las añora porque bajo ese ambiente tuvo una ilusión. Es tremendo lo que puede hacer la ilusión de un poco de atención en alguien con grandes carencias afectivas. Son dañinas las dependencias emocionales que nos creamos. Es más dañino aún el panorama desolador que imaginamos habitaremos si nos despojamos de esas dependencias. Así, la mujer de Némesis es incapaz de romper con su amante. A lo único que alcanza es a soñar con una venganza que no es capaz de consumar. Odia a su amante, pero probablemente se odia más sí misma por no saber poner punto final a esa relación, por esa inacción suya que hace que solo pueda dejarse llevar por la inercia.

Los relatos de No es fácil ser verde están plagados de personajes que no se quieren, que se maltratan, que mendigan amor. La mujer que quiere brillar como Alba al menos es capaz de tomar una determinación, pero muchos de los personajes de los cuentos de este libro son como el hombre de Esa araña en el techo, relato sobre la desidia, la parálisis y la inactividad que pone nuevamente el énfasis en la dependencia afectiva. También, a medio camino entre el romper con todo y el dejarse atrapar por la tela de una araña que, día tras día, observamos en el techo sin que nos dé por quitarla de ahí, no falta quien opta por el autoengaño y la estrategia de la huida a ninguna parte. Tal sería el caso del protagonista de Poner bien la almohada, relato que, como Némesis, toca el tema de la infidelidad, aunque esta vez desde el punto de vista del infiel, y que deja a la vista las grietas de la fachada de la familia (o pareja) feliz y perfecta.

«No entendía por qué habían tenido que comprarla. Aire puro, naturaleza, la costa... qué sandeces. Dos hipotecas, atascos, más mobiliario, muchos más motivos de discusión: eso era lo que verdaderamente estaba suponiendo aquella casa. Recordaba las palabras de Laura; algo así como salir de la rutina, desconectar, oxigenar los pulmones. Litvan sabía —lo había sabido siempre— que aquello únicamente significaba trasladar la rutina y el aburrimiento de un lado a otro, como el que mete un fardo inútil en el maletero del coche y no sabe dónde arrojarlo. Sólo hacía dos años que habían comprado aquella casa y ya estaban cansados de aquel paisaje, siempre las mismas olas, el mismo horizonte, el mismo balconcito encantador, igual a los otros balconcitos encantadores de las otras casas de las otras parejas iguales a ellos. ¿Por qué mover la rutina de un lado a otro? O mejor dicho, ¿por qué moverla a noventa kilómetros de distancia?»

¿Por qué moverla cuando la rutina a veces es tan anhelada y necesaria, cuando no importa ni el aire puro, ni las olas, ni los balconcitos encantadores ni que nuestros escenarios idílicos sean iguales a los escenarios que sirven de atrezo a tantas vidas idílicas cargadas de falsedades? ¿Por qué cuando una simple madriguera podría colmar las expectativas de alguien a priori tan conformista como ya hemos dicho que es el hombre de ¿Qué fue de los Ínclitos??

«No necesito dinero. Únicamente quiero un hueco donde estar tranquilo, alguna celda, una habitación de hospital, lo que sea; un lugar donde apoyar la cabeza y donde nadie me moleste; un rincón, si es posible, con poca luz. Me deslumbra mucho el sol desde que tengo los ojos tan claros. Cuando era un chiquillo los tenía negros, negrísimos, como dos uvas negras. Ignoro en qué momento se me vaciaron de color. Creo que hace siglos que no me miro en un espejo. Pero últimamente me preguntan con frecuencia si soy ciego. Debo de tener los ojos casi transparentes para que alguien piense eso».

Cuando leo el inicio de la cita precedente no puedo evitar acordarme de De bestias y aves. En esa novela de esa otra magnífica escritora madrileña que es Pilar Adón leí un versículo bíblico que me dejó pensando y que terminó por ayudarme a interpretar lo leído en ese libro. «Los zorros tienen guaridas, y las aves de los cielos tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza», reza esa cita. No, no tienen donde recostar la cabeza ni los hijos del hombre ni los personajes de Sara Mesa. Sin embargo, no es por ello por lo que he querido compartir con vosotros el hecho de que me haya acordado de Pilar Adón durante la lectura de este libro de Sara Mesa, sino porque es marca de la casa de la primera recurrir a la naturaleza y a la biología tanto narrativamente (alguna vez he calificado su prosa como de biológica) como en cuanto a escenarios, pero no es algo que haya detectado con anterioridad en la segunda y, sin embargo, en el libro que nos ocupa sí he percibido cierta querencia por recurrir a sucesos biológicos para explicar ciertos anhelos y comportamientos humanos.

Rhinozeros es el cuento con el que arranca este libro. Acompañamos en él a una joven mujer que se encuentra en Holanda visitando a su hermana. En realidad, ha viajado allí a lamerse las heridas producidas por una ruptura amorosa. Pasea mucho por la playa y allí conoce tanto a su primer strandbeest como a Pierre. Pierre es un hombre mayor que le explica que los strandbeest son una especie de criaturas hechas de tubos de plástico a las que el viento parece insuflar vida. Están diseñadas por el ingeniero Theo Jansen, el cual aspira a que sus criaturas, cual si de máquinas autorreplicantes de von Neumann se tratasen —pienso yo—, en algún momento sean capaces de seguir evolucionando sin su intervención. De algún modo, así se siente la protagonista de este relato, presintiendo que su vida se escapa «por los resquicios del azar y del viento. Supe que ni siquiera podré anticipar cómo será mi muerte», nos cuenta, «que sobre ella también penderá una voluntad ajena, sin objetivo ni utilidad alguna».

"Beach Beast", fotografía de Robbert van den Beld bajo licencia CC BY 2.0

«Laten porque latir es una de las formas / posibles de ir muriendo». Así concluyen unos versos que la joven mujer de ese relato escribe inspirada por su dolor y por la contemplación de los strandbeest. Me acordaré de ellos cuando lea Tres madejas de lana, cuando por su protagonista y narrador conozca a Youssu, que «es un visionario, un Dios de la sabiduría, un Dios olvidado que cree que muerte y vida son lo mismo, y que ambas están muy lejos de la miseria. La pobreza no es muerte, pero tampoco es vida, me espetó muy serio un día. Me estremecí. Youssu apenas habla, así que cada palabra que pronuncia se carga de peso como una sentencia, como si sus labios destilasen una verdad incuestionable. Yo lo escucho y asiento». O más bien escucha y asiente el compañero de curro de Youssu, que es quien nos narra esta historia, y yo escucho y asiento mientras la leo. Escuchamos y asentimos los dos porque sabemos que Youssu tiene razón, aunque las pocas palabras que pronuncia nos inquietan más que lo que callan sus silencios. «¡Pero yo no quiero entrar en la zona prohibida!», protesta el narrador en un punto de este relato. «Si quieres. Aunque no lo sepas, lo deseas», le responde Youssu y yo no sé si su respuesta procede de la ultratumba de esas catacumbas que ambos personajes custodian o de ese otro inframundo que son los túneles de ese metro del que el narrador de este relato nos dice que es una prolongación de su vida subterránea y que en mi chupóptera y asociativa imaginación es el de sendas historias narradas por Julio Cortázar y Olga Tokarczuk que en mi mente se solaparon un día y ya no se volvieron a desenhebrar.

«Deben saberlo: París no es bella. París la nuit es un timo, un verdadero fraude. París está agujereado por dentro, como un enorme trozo de madera devorado por termitas. París alberga en sus entrañas millones de cadáveres, de rutas demoníacas y de sombras», arranca Tres madejas de lana, ese relato coprotagonizado por Youssu, retroalimentado en mi cabeza por la historia del cementerio de Los Inocentes y de las catacumbas de París que Mariana Enríquez me contó en Alguien camina sobre tu tumba, y en el cual me acuerdo de los ensayos de poeta de la protagonista de Rhinozeros.

La mujer de Rhinozeros y ese relato en sí me recuerda por momentos a Un amor, probablemente (y digo probablemente porque cuando pienso en La familia me entra la duda) la hasta la fecha, y en mi humilde opinión, mejor novela de la autora (aún tengo por leer Oposición, de cuya publicación me enteré el mismo día que comencé a leer este libro). Además, ya os he comentado en alguna ocasión que pienso que Sara Mesa borda especialmente los personajes que se corresponden con mujeres jóvenes, como la protagonista de Cicatriz, la de Un amor, la Rosa de La familia o, en este libro, además de la de Rhinozeros, la joven de No es fácil ser verde y la de Hormigas, otro destacable relato que vuelve a tocar el tema de la desidia, la inactividad y la dejadez y que en su inicio me ha recordado a la novela Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh. Sí, los borda cosiendo con hilo fino todas esas contradicciones y ambigüedades que Mesa sabe desnudar tan bien y que no faltan en los relatos de este libro. Volveré sobre esas contradicciones y ambigüedades más adelante. De momento, quiero detenerme en el otro guiño biológico contenido en estos relatos. Atentos al siguiente trocito de Te escurres como un pez, maldito imbécil

«M. BULATOV: Cada cual es libre de hacer lo que desee, pero yo no pienso asociarme con nadie. No creo en el gregarismo. Toda asociación humana solo es útil para imponer el poder de unos sobre otros. No existe la justicia grupal satisfactoria para todos. Únicamente creo en las asociaciones de animales gregarios, fascinantes como matrices de conducta domeñada por el bien general, la única unimente solidaria posible. Tenemos mucho que aprender de los insectos, de los peces y de las aves».

La anterior es una cita falsa. Es un recurso utilizado por Sara Mesa en alguno de los relatos de este libro y que intercala en sus narraciones: los mails que recibe la mujer de No es fácil ser verde como respuesta a sus indagaciones para contactar con el responsable de los experimentos transgénicos con Alba; la voz en off del documental que está viendo la joven de Hormigas; los extractos de la disertación de un conferenciante de marketing y publicidad y la noticia de prensa contenidos en Chicken Phone; todo el relato ¿Qué fue de los Ínclitos?, que es contado como si fuera la declaración de un testigo. Mijail Bulatov no existe. No es real ese escritor ruso cuyo nombre me remite inmediatamente al de su ilustre y real compatriota Mijaíl Bulgákov. Bulatov no existe en la realidad y en el relato de Sara mesa se escurre como el pez de su título. Todo ese relato es seguirle la pista a un escritor del que la poca información que se tiene plantea más preguntas que respuestas da, amén de no saberse si la misma es fiable ni de quién procede. Confieso mi afinidad por ese tipo de pesquisas literarias, pero, aun así, no es por ello por lo que no quiero que se me escurra este relato en esta reseña.

Volvamos a la falsa cita del falso Bulatov. Tenemos mucho que aprender de los insectos, de los peces y de las aves, nos dice un escritor que tenía cierta obsesión por los peces alabando el bien común conseguido por el gregarismo en esos seres y enfrentándolo con las desiguales posiciones de los individuos a las que conducen las asociaciones entre humanos. Aun con esto, las relaciones de poder y el desequilibrio económico y social no son protagonistas de Te escurres como un pez, maldito imbécil, pero sí cobran su importancia en un buen puñado de los relatos contenidos en No es fácil ser verde.

En Wila, uno de los primeros relatos de este libro, que tiene un olor a añejo a cuento de misterio —pongamos, por ejemplo, a alguna de las más detectivescas historias de Edgar Allan Poe—, el narrador orbita obsesivamente en torno a la idea de una casa equipada lujosamente para ser ocupada tan solo una semana al año. Las paradojas del desequilibrio social tocan techo en el mencionado Chicken Phone, relato que deja en pañales la ciega miseria e insensibilidad de quienes fomentan la precariedad laboral. Y en Mentiras se menciona la idea del robo como forma de equilibrar la injusticia social. Sin embargo, esa idea apenas es una anécdota en ese relato. Sus protagonistas son una hermana y un hermano que hacen por comportarse como hermanos pero que, en realidad, no son sino dos extraños entre sí. La mutua preocupación que manifiestan en el encuentro entre ambos que relata este cuento es entre sincera y obligada, entendiéndose obligada como sobrentendida, es decir, como por supuesto se da el amor incondicional entre los miembros de una familia. Los hermanos de este relato no se besan porque en su familia no es costumbre besarse. Asimismo, pienso que en su familia (y en muchas familias reales) lo que sí debe de ser costumbre es desviar la conversación cuando se detecta que no se quiere tocar un tema, así como hacer que se creen esas mentiras cuyo objetivo no es engañar sino preservar la intimidad.

La idea del robo como medio de equilibrar la injusticia social sí que se desarrolla en todo su esplendor en El Niño Sapito, relato que se desarrolla en su mayor parte en centros comerciales. Los centros comerciales y lo robos son figuras recurrentes en la narrativa de Sara Mesa. Del Niño Sapito nos habla el narrador de este relato. Es un personaje de edad indeterminada que cae mal tanto al narrador como al resto de trabajadores encargados de vigilar a las personas que acuden al centro comercial para detectar así posibles robos. El comportamiento del Niño Sapito no gusta, pero, sin embargo, como él mismo hará notar, el modo de actuar del resto de trabajadores no es más justo que el suyo. Al final del relato el narrador concluirá que «tal vez el Niño Sapito no había sido tan mala persona como todos nosotros habíamos creído» y nosotros —los lectores— no sabremos despejar la duda que es ese tal vez, pues es este uno de los relatos en los que la autora hurga en la ambigüedad de la conducta humana y en la dualidad que habita en todos nosotros.

DID SOMEONE SAY "PIZZA?", fotografía de David Meyer bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0

Pero si hay algún relato en este libro que brille especialmente a la hora de mostrar esa ambigüedad y esa dualidad, así como nuestras propias contradicciones y falsedades ese es La dignidad del crucificado, un cuento deliciosamente perverso muy en la línea de Shirley Jackson protagonizado por dos hermanas que fueron dos enfants terribles en la infancia y que siguen siendo dos perfectas terribles tiránicas en la edad adulta.

«Odiábamos a tía Úrsula porque era oDiosa, sin más doblez y sin más fingimientos. La odiábamos por su insignificancia, por su mediocridad, por su pátina sebácea y obsoleta. Siendo sinceras, no creo que nadie la soportase demasiado. Sucede que no todo el mundo es capaz de decir ésto, pero lo cierto; lo que sucede de verdad, es que la mayoría de la gente siente el mismo rechazo que nosotras hacia los personajes anodinos y oscuros. La diferencia estriba en que nosotras lo decimos con claridad, bajo la convicción de que afirmarlo en voz alta no sólo no es peligroso, sino que tiene un efecto terapéutico, balsámico y catártico. En cambio, el odio soterrado, subterráneo, es mucho más poderoso y activo que la palabra hablada, al igual que una tierra nutrida de lombrices es más fértil y viva».

«Es lo de siempre: las víctimas, por ser víctimas, ya son buenas; los muertos, por haber muerto, son intocables. La compasión hacia los torturados, los asesinados y los mártires no conoce matices». Las dos hermanas nos caen mal, nos resultan antipáticas y nos parecen dos egoístas insensibles. La tía Úrsula, en cambio, nos da pena, pero, en el fondo, somos conscientes de que representa un tipo de persona que en el mundo real nos produciría rechazo. Es de esas personas con las que no nos gustaría que nos relacionaran y que si nos relacionáramos con ellas sería lo justo y necesario para mantener nuestras conciencias a salvo, para no parecernos a ese par de arpías que son las hermanas de este relato y que, sin embargo, en ese sentido son mucho más sinceras que nosotros. Sí, para ellas la tía Úrsula es oDiosa (con esa d mayúscula intercalada, algo que hace Sara Mesa en estos relatos cada vez que una palabra contiene dentro de sí la palabra Dios, de lo que ignoro el motivo, pero que me ha llamado la atención).

Aquí venimos los tres a verte es el último relato de No es fácil ser verde. En él, un hombre encuentra una cartera tirada en el suelo y, aunque su intención inicial es localizar a su dueña para devolvérsela, poco a poco la va desahuciando de su contenido e identidad hasta que ya no tiene sentido hacerlo. «En realidad, tuve más incomodidad que alegría ante mi hallazgo. El hecho de coger una cartera del suelo y hurgarla es, de por sí, un acto sucio, un gesto que no nos corresponde hacer, el escamoteo de un derecho ajeno», confiesa ese hombre. Y es cierto, no nos corresponde husmear en la intimidad ajena y, sin embargo, eso es lo que Sara Mesa nos permite hacer con sus personajes, con los cuales nosotros nos comportamos como el protagonista de este relato con esa cartera y su dueña. «Uno no puede inventar criaturas y dejarlas sin más, para que arañen nuestros corazones. Cobarde nuevo Frankenstein», piensa la joven mujer de Rhinozeros con relación a Theo Jansen y sus strandbeest, y cabría pensar que eso es lo que hace Mesa, inventar criaturas y dejarlas sin más, pero no, lo que ella hace es observar a las criaturas que somos, despojarnos de todas las capas con las que cubrimos nuestras inseguridades, vulnerabilidades y esas cosillas inconfesables que todos tenemos y dejarnos ante nuestra propia desnudez. «Es solo que le he estado dando vueltas todo ese tiempo, sabes, a la idea: por qué se me ocurrió, de dónde nace todo. Cómo pueden pasar por la imaginación ciertos pensamientos; eso es lo que me sorprende. A veces ignoro si nosotros tenemos a los pensamientos o si ellos nos tienen a nosotros», se sincera la hermana de Mentiras con su hermano en un arranque de intimidad, y, al leer esto, no puedo evitar pensar que a Sara Mesa le vienen pensamientos que no sabe si tiene o de dónde vienen y que escribir es su forma de indagar en por qué se le ocurrieron, de dónde nace todo ello.

Hace unos ocho años y medio leí Mala letra. Fue mi segundo libro de Sara Mesa (con este que reseño ahora, llevo ocho) y el único de relatos hasta la fecha. Me gustaron los cuentos de la escritora y, aunque sé que editorialmente la novela tiene mucho más tirón que los cuentos, me quedé en vano esperando a que la autora me volviera a deleitar con la narrativa breve (sé que tiene publicado un cuento en edición ilustrada de Páginas de Espuma titulado Perrita Country que aún tengo pendiente, pero me refiero a un libro de relatos). No lo ha hecho por el momento, lo cual no significa que el que yo había leído fuera el único libro de relatos de la escritora. Simplemente había que hurgar, simplemente había que interesarse, ir hacia atrás en el tiempo, animarse con esos primeros libros de escritores muy conocidos cuando ese merecido reconocimiento quizás no fuera más que un sueño para ellos y tener —como he tenido yo— la suerte de poder acceder a uno de esos libros. Esa suerte buscada ha sido la que ha hecho llegar a mis manos No es fácil ser verde, libro ganador allá por 2008 del Premio Tritoma de Narrativa joven, un premio me temo tan desconocido como lo era Sara Mesa por aquel entonces y como aún sigue siendo este libro que hoy reseño.

La Sara Mesa de aquel entonces es y no es la misma que la de ahora. Su prosa era solvente, de esas que te agarran desde la primera frase y te llevan sin que te des cuenta hasta el final, exenta de florituras innecesarias, pero aún no tan pulida como la actual. Escribía con la misma distancia, aunque gustaba entonces de usar la primera persona, recurriendo en ocasiones al recurso de alguien que cuenta algo que le pasó a ese alguien o a alguien conocido, siendo el narrador bien protagonista de la trama, bien transmisor de las peculiaridades de otro personaje, pero siempre partícipe en la historia, mientras que, ahora, no son sus personajes quienes ostentan la voz narrativa, la cual es anónima y tan silenciosa como la propia Sara Mesa. También buscó para algunos de estos relatos ubicaciones extranjeras, mientras que los escenarios de sus obras posteriores —incluso con su ficticio Cárdenas, que ya aparece en su temprana novela Un incendio invisible— resultan más cercanos y cotidianos. Hay en alguno de los cuentos de No es fácil ser verde ciertos recursos narrativos llamativos que he ido destacando a lo largo de esta entrada y que no he vuelto a verle en todo lo que he leído de ella, pero lo que son sus inquietudes literarias, sus preocupaciones como escritora ya están presentes en estos relatos y han vuelto una y otra vez, y sin que ninguna de sus historias me haya parecido repetitiva ni predecible —es más, nunca sé por dónde me va a llevar—, a asomar en cada una de sus obras.

No es fácil ser verde reúne cuentos muy buenos, buenos y menos buenos. Contiene cuentos que me han gustado, que me han gustado mucho y que me han gustado menos. Pero no es solo un libro para los admiradores de Sara Mesa que quieran curiosear en sus primeros escarceos literarios (por llamarlo de algún modo, porque seguro que los primeros ni siquiera están publicados y se quedan para ella). No es fácil ser verde se lee con el placer con el que se leen los buenos libros y a los buenos escritores. No es fácil ser verde se lee con la seguridad de saber que, de tratarse del primer libro leído de un autor, quedarían ganas de seguir indagando en su obra. Y es que es muy fácil leer a Sara Mesa. Lo que es difícil es qué hacer con lo leído. No es fácil ser un personaje de Sara Mesa. No es fácil admitir que en sus personajes extraños, solitarios, anodinos, inseguros, incluso a veces mezquinos encontramos un punto de reconocimiento. Bendita tú, Sara Mesa, pues no es fácil escribir como lo haces y lograr que lo parezca. Bendita tú por compadecerte de nosotros y tratarnos con indulgencia, por hacer que la grisura de nuestra mediocridad brille sin asomo de artificio y con tanta naturalidad.

«Yo únicamente quería ser verde; [...] Una luciérnaga humana y solitaria. [...] Yo sola y verde; con el inmenso verdor de las medusas. Sola, sin nadie, yo y mi verdor eternamente».

Perro en verde, fotografía de Aramis Cofré bajo licencia CC BY-NC-ND 2.0





Ficha del libro:
Autora: Sara Mesa
Editorial: Everest
Año de publicación: 2008
Nº de páginas: 210
ISBN: 978-84-441-0175-0





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Comentarios

  1. Tan solo he leído dos libros de Sara Mesa, Un amor y La familia. Lo próximo será Oposición que ya está en línea de salida. Como ves aún me quedan varias novelas de la autora que quería leer antes que sus relatos. Pero lo que cuentas de estos es muy atractivo. Esa chica transparente que quiere ser bioluminiscente me parece genial como tema literario. Cada uno de los relatos que mencionas tiene cosas que me atrae. No sé si será fácil encontrar este libro de cuando la autora era una desconocida. Miraré a ver y si lo consigo igual lo alterno con la novela de turno cuando termine la biografía de Franco que estoy compaginando ahora. Sara Mesa es una autora de la que aún me queda mucho por disfrutar.
    Un beso.

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    1. No creo que te sea fácil de conseguir, Rosa. Yo he aprovechado que lo tienen en la biblio en la que estoy trabajando. Si no lo consigues y te apetece leer cuentos de Sara Mesa, puedes probar con Mala letra. Tengo bastante olvidados los cuentos de ese libro, pero sí recuerdo que me gustaron.
      Has leído ya, en mi opinión, lo mejorcito de Sara Mesa, pero también es cierto que te queda mucho bueno por disfrutar: Cicatriz, Cara de pan,... Espero que disfrutes de Oposición. Tengo muchas ganas de leer esa última novela de la autora.
      Besos

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  2. ¡Hola Lorena!
    Por un momento al ver la existencia de tu reseña, me ilusioné pensando en la posibilidad de que fuera una nueva novela suya de la que no me había enterado, pero no. Es un libro de relatos, sabes que no me llaman mucho (son los únicos libros suyos que no voy a leer), pero me ha encantado leerte porque estoy totalmente de acuerdo con todo lo que dices sobre la forma de escribir de esta autora que es de mis preferidas. No es fácil ser un personaje suyo, es verdad y no es fácil escribir como ella escribe, cien por cien de acuerdo. Y que su prosa ha ido evolucionando con el tiempo, también es asciéndalas y lógico y, la verdad que es una delicia absoluta leerla. Ya sabes que terminé hace nada "Oposición" y me dejó fascinada, con un toque de humor ácido que disfruté mucho y unos personajes como siempre magníficos. Tienes que leerla! Aunque ya sé que la vas a leer...
    No sabía que llevabas ya leído 8 libros de Sara Mesa (por cierto que me ganas, yo llevo 6).
    Me alegra mucho que hayas disfrutado tanto este libro suyo de relatos
    Besos

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    1. No sé cuándo, y menos ahora, pero sí sé que quiero leer Oposición. Como creo que te comenté en tu reseña de esa novela, el libro de Sara Mesa que hacía poco había leído era, efectivamente, un libro de relatos. Y sí, ya me imaginaba que, aun sabiendo que esta escritora es de tus favoritas, al tratarse de cuentos no te tentaría mucho. Por cierto que, de tu reseña de Oposición, además de ese toque de humor ácido que mencionas, lo que más me llamó la atención es lo que comentas de la narración en primera persona. Fíjate que de estos cuentos he comentado precisamente que el uso de la primera persona era algo que no le había visto utilizar en otros libros y ya ves.
      Bueno, otras veces no, pero, con Sara Mesa, tengo clarísimo que tú y yo coincidimos.
      Besos

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