Un incendio invisible - Sara Mesa
«—Parece que este sitio se resiste al hundimiento.—No sé de qué hundimiento me habla, jefe.—Justo a ese al que nadie quiere referirse. Es curioso. Curiosísimo».
Lo primero que advierte Mesa es que su evolución como escritora a lo largo de los cinco años trascurridos entre ambas ediciones no ha de entenderse necesariamente como progreso, pues «cada libro es una estampa fija que refleja el momento en que se escribió y esta estampa es, o debe ser, por su naturaleza, inamovible». No conviene olvidar, pues, que nos encontramos ante una novela concebida en plena crisis económica durante la cual la burbuja inmobiliaria explotó ante las narices de muchos. Así, Vado, ese lugar ficticio (colindante al también ficticio y viejo conocido Cárdenas) y coprotagonista de esta novela, contaba con ostentosos edificios: suntuosos hoteles, como el Madison Lenox; cafeterías donde se codeaba la gente importante, como el Esturión; altos edificios de viviendas cual lujosas colmenas, como la Torre Grady; apartamentos diminutos de diseño exclusivo, como los Doda3 —«ni siquiera un nombre normal para aquellas cajitas de zapatos: incitación al divorcio, al asesinato y a la locura, arquitectura de la claustrofobia»—; numerosos centros comerciales en los que materializar los sueños y malgastar el tiempo de ocio, como el Sunrise; o centros geriátricos con los últimos equipamientos y terapias en los que aparcar abuelos y malas conciencias, como el New Life. Así, Vado, esa ciudad que se resiste a ese hundimiento al que nadie quiere referirse, cuando el doctor Tejada, coprotagonista de esta novela, llega a ella no es más que una localidad otrora pudiente de la que la población huye sin mirar atrás, un sálvese quien pueda en el que reina el abandono, «una ciudad tras la guerra pero sin guerra». Sin embargo, leemos ahora y asistimos por tanto a ese invisible incendio de Vado una década después de prenderse su fuego y no nos causa extrañeza. Lo extraño, quizás, es no saber situarnos entre aquellos que han huido sin mirar atrás o entre aquellos otros que se esconden tras sus ruinas como si referirse al hundimiento de Vado fuera sinónimo de aceptar irremediablemente el propio.
También nos cuenta Sara Mesa que en la nueva edición de esta novela ha eliminado o mitigado ciertos rasgos físicos con los que había pretendido acentuar las cualidades negativas de sus personajes. Lo ha hecho así porque piensa (y sin conocer la versión original no puedo estar más de acuerdo) «que la degradación y la excentricidad de la ciudad de Vado y de las criaturas que la habitan han de emanar de una raíz de normalidad, aunque esta normalidad sea [...] terrible y desconcertante». De la misma manera, «el feísmo y la crueldad de ciertos momentos de la trama han sido suavizados [...] debido a [...] la mayor compasión que siento ahora por mis personajes, en el convencimiento además de que tratarlos con respeto los hace más humanos y, quizá, más creíbles». Nuevamente (y nuevamente sin poder comparar ambas versiones) no puedo más que aplaudir esta declaración de intenciones por parte de la autora. Confirmo también que los personajes de esta novela, aun en muchos casos excéntricos, son humanos y creíbles, así como, hasta los que más rechazo nos provocan —como es el caso del egoísta doctor Tejada—, por mostrarnos sus miserias de forma aséptica e imparcial, son también dignos de compasión. Son humanos y creíbles el Viejo y la Clueca, con sus desvaríos y paranoias seniles. Lo es la patética y resistente recepcionista del Madison Lenox. También el entrañable Rachid Benmoussa, investigador del Institute for the Research of Urban Evolutions que barrunta una conspiración ante cada silencio obtenido como respuesta a sus pesquisas. Lo es la tenaz y cumplidora del deber Ariché. O esa niña que crece a pasos agigantados y que encarna el último reducto de inocencia —si bien a punto de expirar— en un mundo de corrupción. Hasta el no humano por canino Tifón es creíble, ese despojo de perro tan llamativo entre los cada vez menos infrecuentes animales salvajes que se pasean por la ciudad. Animales foráneos recorren «Vado sin control, los depredadores se convertían en depredados y viceversa». Foráneo también es el curtido en mil tretas de alimaña y recién llegado doctor Tejada, «rápido, [...] intuitivo. Como los animales que mejor resisten, los rastreros, los sucios».
Pero la contención no solo es una declaración de intenciones por parte de la autora sino marca de la casa Sara Mesa. Es uno de sus rasgos más destacados como escritora y que más admiro. Y no lo es solo en cuanto a caracterización de personajes y a sucesos en las tramas, sino que la contención es marca característica de su prosa: seca, precisa como un bisturí, inequívoca. En este caso, sin embargo, la autora confiesa que ha «pulido —tratando de no modificar el estilo inicial— algunos excesos retóricos». Cierto es que la prosa de Un incendio invisible no es tan desnuda como la de las últimas novelas de la escritora. Mentiría, no obstante, si dijera que la he encontrado recargada o alambicada. Es más, he disfrutado mucho de la belleza de sus descripciones, las cuales contribuyen al que es uno de los principales fuertes de esta novela: su magnífica ambientación.
«Por lo demás, se trata de alcanzar la alienación total. La habitación de Pascal y todo eso, ya me entiendes. Me gustan los finales dilatados. Me gusta ver cómo agonizan las cosas». En la imagen: el matemático, físico y filósofo Blaise Pascal sentado en su escritorio. Grabado de J. Bein según obra original de HippolyteFlandrin. Trabajo en dominio público. |
El hombre al que sigo por la ciudad de Sara Mesa, como ya os imaginaréis, es el doctor Tejada. No llega a Vado, sino que huye de donde quiera que venga. En cada pose, en cada palabra, en cada omisión rezuma indolencia y cinismo. Le asquea todo porque siente asco de sí mismo. Llega oficialmente a hacerse cargo del New Life, pero en la práctica lo más que hace en el triste inmueble es dormitar en la silla del despacho del director. «La pereza es el refugio de los cobardes» y su objetivo íntimo es que lo dejen estar «en eso que algunos confundían con la paz: el paso del tiempo sin sobresaltos, sin interrupciones, la sensación de continuidad, el orgullo intacto, sin fisuras». Que nada lo toque, pues. Que nadie lo interpele. «No me gusta comentar. No he comentado nunca nada con nadie, ni siquiera cuando era chico. Me vine aquí para no comentar nada, para que nadie me pida que comente nada ni espere mis comentarios a nada. ¿Comentar para qué? ¿Para estar de acuerdo en todo?» Si «antes de indagar en los detalles, la sociedad ya le pone la soga al cuello a los violentos. Aunque habría que preguntarse qué entienden por violencia. Confunden el impulso con el resultado. Quizá es un veneno destilado en las venas». Que nada toque al doctor Tejada, pues. Estéril deseo para alguien que ha terminado por recalar en un lugar cuya principal afección es la «dermatitis. Cada día se nos cae un pedazo de piel». «Tejada removió el polvo con las manos. Recordó que Elena le había dicho una vez que ahí también estaban las escamas de nuestra piel. Nos descamamos y nos quedamos suspendidos en el aire, pensó. ¿Y después? ¿Cómo se recompone uno después?» Tal vez con las escamas de otros que nos trae ese aire en suspensión, se me ocurre. Tal vez con las cenizas desprendidas de ese incendio al que nadie se refiere pero que todos han contribuido a prender. «Uno prospera al tiempo que se pudre», escucho confesar a Tejada en sueños, y, sinceramente, pienso que esa sentencia puede aplicarse perfectamente a Vado o a muchos de sus habitantes, de los que, por cierto, el doctor no se diferencia tanto. Mire adonde mire solo veo abandono, soledad e incomunicación, los restos de un naufragio cuyos náufragos se encargaron ellos mismos de sobrecargar y magnificar esa embarcación de un recreo que presumían eterno. Llegados a ese punto solo queda continuar tocando impertérrito como los músicos del Titanic, lamerse las heridas, expiar los pecados o abrazar una vez más el oportunismo y abandonar el barco escapando como las ratas.
«Sin yo ser consciente de ello, he comprobado que en esta novela anida la semilla de los temas que desarrollaría más tarde, motivos recurrentes en mis obras que aparecieron aquí por vez primera», comenta la sevillana en esa nota a esta nueva edición de esta novela. Y pasa a continuación a enumerar esos temas recurrentes que constituyen su ADN literario (los paréntesis y sus contenidos son míos): «la ciudad de Cárdenas (Cuatro por cuatro y Cicatriz), la llegada de un foráneo a un mundo desconocido y hermético (Cuatro por cuatro y Un amor), la salvación —o pérdida— de un perro (Un amor), la paternidad —o maternidad— encarnada en un maniquí (uno de los cuentos de Mala letra), los centros comerciales como representación del caos (Cicatriz), el amor desigual y perverso (Cicatriz, Un amor, La familia), la ambigüedad de las relaciones entre adultos y niños (Cara de pan), el poder y sus abusos (Cuatro por cuatro, Cicatriz, La familia)». Por tanto, es esta de Sara Mesa una novela temprana precursora de muchas de las cosas que la sevillana nos ofrecería después, que me ha convencido y sobre la que me manifiesto sin reservas y que, aun en camino de encontrar esa marca definitoria de su autora, no desmerece a la sombra de los más pulidos últimos trabajos de la que en mi opinión es una de las mejores escritoras del panorama narrativo actual.
«Asomado a la ventana, de espaldas al sillón, miraba hacia el Madison Lenox, una mole arcaica, oscura, respetable, mucho más baja y pesada que la Torre, que se alzaba con la insólita fragilidad de los dictadores que están a punto de ser derrocados. Desde allí se distinguía la azotea y todas sus antenas; las habitaciones quedaban bastante más abajo. Cuando localizó el balconcillo de la que había sido su suite se sintió investido de un extraño poder: el de ser capaz de mirarse desde fuera. El viento caliente arremolinó sus escasos cabellos y le entró por los ojos cargado de las escamas de aquellos otros seres que quizá le habían estado observando todo el tiempo, y que ahora ya no estaban. Entonces se vio a sí mismo enfrente, en el Madison Lenox, fantasmal, aferrado a la barandilla como una rapaz a su roca, desnudo y solo, mirando hacia la Torre con ansiedad y sin futuro».
«Vado podría ser un ejemplo para otras ciudades. En realidad… Vado podría ser un ejemplo para todo».
Fotografía de Dorian Miguel Ospino Caro bajo licencia CC BY-ND 2.0 DEED |
¡Hola Lorena!
ResponderEliminarhe leído con mucho detenimiento tu reseña y me parece muy muy interesante todo lo que cuentas respecto a esta novela precursora de todo lo que iba a venir después con la autora. Ya sabes que Sara Mesa es una de mis autoras preferidas, me gusta muchísimo por todos esos temas que recalcas al final y que ya aparecen por aquí. Me encanta como lo analizas todo y como compartes con nosotros, tus lectores las opiniones y comentarios de la autora respecto a esta novela
¿Sabes? creo que yo preferiría leer la novela original, aunque trate pero a sus personajes, lo prefiero, no me gustan las modificaciones, por mucho que la autora las explique. Sí, ya sé que a ti te ha gustado pero yo tengo mucha curiosidad por saber y conocer su historia virgen e inicial sin ningún cambio
Pues por supuesto tengo en mente leer todo lo nuevo que saque Sara Mesa, pero este creo que también lo voy a leer. Me ha encantado leerte
Un beso
Pues fíjate que a mí en estos casos lo que realmente me apetecería sería leer las dos versiones y poder así compararlas, aunque de sobra sé que es algo que no voy a hacer. Lo que si podría hacer en este caso, si leyeras la versión 'bruta', es comparar tus opiniones con las mías, jaja.
EliminarCon o sin cambios (que por otra parte Sara Mesa señala que para el lector probablemente sean imperceptibles), la nota sobre los mismos me ha parecido muy interesante por la idea sobre la literatura que de ella se desprende. Y la novela la he disfrutado mucho. Tiene un toque distópico y creo que te gustaría.
Besos
Tan solo he leído dos libros de Sara Mesa, Un amor y La familia que son dos de los últimos. En medio me queda Perrita country que ya está en mi estantería. Tengo el resto también en mi lista de pendientes y quería ir leyendo hacia atrás. Éste lo leería como escrito en 2011, aunque lea la edición de 2017. A ver si en 2024 me pondo al día con Sara Mesa que seguro que no tardará en publicar nuevo libro.
ResponderEliminarSí que me había fijado en ese toque distópico que le comentas a Marian. Como sabes, no es de lo que más me gusta en novela, pero con la pluma de la autora seguro que es interesante. Al menos así lo he deducido de tu reseña y estoy deseando conocer a Tejada, por qué huye y lo que le reserva Vado.
Un beso.
Pues mira, Rosa, me has descubierto un título de Sara Mesa que no conocía y bien que te lo agradezco. Ni idea de esa Perrita country y eso que me gusta mucho la editorial Páginas de Espuma y de vez en cuando cotilleo su catálogo.
EliminarEn cuanto a ese toque distópico que le menciono a Marian, efectivamente no creo que sea un hándicap para que disfrutes de Un incendio invisible, más bien al contrario. Y también estoy de acuerdo contigo en que aun con la revisión por parte de la autora, dentro de su bibliografía hay que considerar esta novela asignándola al momento en que fue escrita.
Besos
Ni idea de este título, Lorena. De Sara Mesa he leído Cara de pan que me gustó mucho, mucho, y me lanzó a otros títulos suyos: Un amor (buff, fenomenal) y Una familia (me gustó pero quizás algo menos que las otras dos). Lo que me encanta de Sara Mesa es la naturalidad con que se mueven los personajes realizando acciones que, no por ser más o menos habituales, adquieren en sus novelas un tono algo distópico, algo distinto a lo que se suele aceptar. Esta 'naturalidad', que dices en tu reseña que la autora ha incrementado en la versión de actual de Un incendio invisible, es lo que más me atrae de la magnífica literatura que sale de las manos de Sara Mesa.
ResponderEliminarEn cuanto a una versión primigenia y esta actual, la verdad es que a mí como lector poco me importa. Pienso que es la actividad natural de cualquier escritor: cada vez que lee un escrito realizado por él es difícil no introducir alguna variación, algún nuevo matiz, alguna mejora... Es el proceso de escritura habitual en cualquiera que tome la pluma. Yo como lector sólo recibo el último producto. Ahora bien si lo que me interesa es ver la evolución o el diferente momento de la artista leer ambas versiones tendría indudable interés.
Un beso
La propia Sara Mesa señala en esa nota a la nueva edición de esta novela que nunca relee sus libros una vez publicados. Entre los motivos menciona precisamente cierta desazón por no poder ya modificarlos. A mí también me parecen muy comprensible esa eterna tentación del escritor por buscar la perfección, la puntualización o el matiz preciso.
EliminarMe encanta Sara Mesa, no me canso de repetirlo. Me encanta por su prosa que habla sola (o más bien hace al lector darle significado) y por las contradicciones, ambigüedades y vueltas de tuerca a la moralidad de sus personajes. Imperfectos, por tanto, convincentes, creíbles o, como tú dices, Juan Carlos, naturales.
Besos
Yo estoy con Marian, me gusta más leer la primera novela tal cual. Creo que así se aprecia más la evolución de la autora. Que por cierto, aún no me he estrenado con ella. Tengo que ponerle remedio. Extraordinaria reseña.
ResponderEliminarBesotes!!!
Pues sí que deberías ponerle remedio, Margari.
EliminarBesos