Mi año de descanso y relajación - Ottessa Moshfegh
«No puedo señalar ningún acontecimiento concreto que provocase mi decisión de hibernar. Al principio, solo quería unos sedantes para acallar mis pensamientos y mis juicios, ya que el aluvión constante me ponía difícil no odiar todo y a todos. Creía que la vida sería más llevadera si el cerebro tardaba más en condenar el mundo a mi alrededor. Comencé a atenderme con la doctora Tuttle en enero de 2000. Empezó de manera muy inocente: estaba asolada por la pena, la ansiedad, el deseo de escaparme de la prisión que eran mi mente y mi cuerpo».
No puede señalar, la narradora y protagonista del libro que os traigo hoy y cuyo nombre desconocemos, ningún acontecimiento concreto que provocase su decisión de hibernar. Simplemente siente que lo debe hacer, que ha de pasarse un año durmiendo a lo largo del cual cada célula de su cuerpo ser regenerará y su mente sufrirá una especie de reseteo que la harán despertar no como una persona nueva sino como la misma pero con la capacidad de sentir algo más que no sea irritación por todo y por todos.
«[...] cada vez que me tumbaba [...] caía directa dentro de un vacío negro, la nada en un espacio infinito. En aquel espacio no estaba ni asustada ni exaltada. No tenía visiones. No tenía ideas. Si tenía un pensamiento definido, lo escuchaba y el sonido reverberaba y reverberaba hasta que lo absorbía la oscuridad y desaparecía. No hacía falta reaccionar. No tenía conversaciones estúpidas conmigo misma. Era la paz. [...] Y, sin embargo, era consciente de la nada. De alguna manera, estaba despierta en el sueño. Me sentía bien. Casi feliz».
Está claro que, para sentir la necesidad de bajarse del mundo y pasarse un año dormitando, la protagonista de Mi año de descanso y relajación no ha de ser muy feliz. Está también claro que, para poder permitirse el 'lujo' de dedicar un año de su vida al descanso y la ociosidad, ha de poder, pues eso, permitírselo.
«Y tampoco me importaba el mercado inmobiliario ni cuánto dinero pudiera sacar. Quería aferrarme a la casa igual que te aferras a una carta de amor. Era la prueba de que no siempre había estado sola en el mundo, pero creo que también me aferraba a la pérdida, al vacío de la casa, como para confirmar que era mejor estar sola que quedarse con gente que se suponía que te tenía que querer pero que no era capaz de quererte».
Así que nuestra bella durmiente no tiene padre ni madre, y no es que esa pérdida señale un acontecimiento concreto que provoque su decisión de hibernar, pero sí que con este conocimiento van apareciendo situaciones que van pesando en su estado anímico. De hecho, para nuestra pobre niña rica la muerte de sus padres más que una pérdida es la constatación de una ausencia. Su padre era un profesor universitario que se desenvolvía a la perfección en el ámbito laboral pero que en el personal no sabía muy bien qué hacer con esas extrañas que eran su mujer y su hija, y su madre, que dejó los estudios para casarse al quedarse embarazada, pasaba los días sumida en un letargo alcohólico. A quien sí tiene en cambio nuestra rubia veinteañera es a la doctora Tuttle, a Trevor y a Reva.
La doctora Tuttle (hasta el nombre suene cómico) es la dispensadora de fármacos de nuestra protagonista. En realidad es psiquiatra, pero considerarla tal me parece un insulto a todos los profesionales que velan por la salud de sus pacientes. Su joven paciente, sin embargo, está encantada con ella. Es justo lo que necesita: alguien que le recete a diestro y siniestro fármacos para dormir sin preocuparse ni profundizar por y en nada más. Las visitas a la doctora Tuttle protagonizan las escenas más surrealistas de esta novela. Sin embargo, entre las absurdidades que salen por la boca de esta gurú de la farmacopea psicoactiva, se pueden rescatar frases a las que, desligadas de la tontuna de su contexto, darles una vuelta.
Trevor es un novio de idas y venidas. Lo de novio es por decir algo porque ese término le queda grande. Es la primera y única relación digamos seria que ha tenido nuestra historiadora del arte y se ha quedado pillada por él. Trevor es unos años mayor que nuestra narradora y vuelve con ella cada vez que se agobia o se siente inseguro en una relación con una mujer de su edad. La trata como una mierda y ella lo sabe. Es un auténtico cretino. Es la única faceta de este personaje que nos muestra Ottesa Moshfegh, así que lo puedo decir sin ambages: Trevor es un gilipollas pagado de sí mismo.
Fotografía de tom_bullock bajo licencia CC BY 2.0 |
Así, pues, nuestra protagonista en realidad solo tiene a Reva. Es la única que la visita en su lujoso apartamento ahora que solo sale de casa para ir al colmado de los trabajadores egipcios a comprar café a pares, a la farmacia a por medicamentos que le permitan conciliar el sueño y a la consulta de la doctora Tuttle una vez al mes. El resto del tiempo lo pasa alternando el sueño barbitúrico con el visionado de películas en ese aparato que hoy nos parece prehistórico llamado reproductor de VHS. Le gustan, especialmente, las protagonizadas por su admirada Whoopi Goldberg.
«La primera vez que contemplé a Whoopi Goldberg con la reverencia que se merecía fue cuando vi Star Trek de adolescente. Whoopi era una intrusa sin sentido en la Enterprise. Cada vez que la veía aparecer en pantalla, tenía la sensación de que se estaba riendo de todo el mundo. Su presencia volvía absurda toda la serie. Pasaba lo mismo con todas sus películas. Whoopi con hábito de monja. Whoopi vestida como una georgiana de los años treinta que va a misa con su sombrero de los domingos y su biblia. Whoopi en Mujeres bajo la luna con la paliducha de Elizabeth Perkins. Allá donde estuviera, todo lo que la rodeaba se convertía en una parodia torpe y ridícula. Era reconfortante verla. Gracias, Dios, por Whoopi. No había nada sagrado. Whoopi era la demostración».
Whoopi era la demostración de que se puede salir del molde, de la norma y no pasa nada, incluso se puede tener éxito no encajando en lo que sea que haya que encajar. «Desde que era adolescente», confiesa la narradora de Mi año de descanso y relajación, «había vacilado entre querer parecer la privilegiada consentida que era y la vagabunda que creía ser y debería haber sido si hubiese tenido el valor». Reva, junto al exceso de ingesta, vomita el agotamiento que debe de suponerle aspirar a ser quien en realidad no es: esa mujer perfecta que no solo es capaz de entrar en una talla 34 sino que puede conseguir el trabajo y la familia perfecta. La misma madre de la protagonista (nótese que todos los personajes en los que estoy haciendo hincapié son femeninos) lo que probablemente intentara ahogar en alcohol fuera la frustración ocasionada por haberse quedado en la casilla de salida de esa estéril carrera por llegar a encajar en la ecuación de éxito que impone la sociedad, tal vez ni siquiera eso, tal vez seamos nosotros mismos los que nos autoexigimos a saber qué para integrarnos en vete a saber dónde. Su hija recuerda «que miraba cómo se «ponía la cara», como ella decía, y me preguntaba si algún día sería como ella, un hermoso pez en un estanque fabricado por el hombre, dando vueltas y vueltas, sobreviviendo al tedio únicamente porque la memoria solo almacenaba lo que había grabado en los últimos minutos de vida y borraba los pensamientos todo el tiempo».
Me fijé en esta novela desde que se publicó allá por 2019. Me pareció que tenía una curiosa premisa de partida (otra cosa que llama mucho mi curiosidad es lo distintos que prometen ser entre sí todos los libros que firma la autora de esta novela) y por fin me he animado a satisfacer mi curiosidad. Es una lectura ligera en el sentido de que se lee con agilidad y no de que esté carente de contenido. La narración de Ottesa Moshfegh es irreverente, sin pelos en la lengua y cargada de cinismo y humor negro. La escritora estadounidense de origen croatairaní alterna con soltura la comedia y el drama. También me ha parecido que es la suya una escritura muy visual; de hecho, con toda la repercusión que ha tenido esta novela me ha sorprendido no haber todavía escuchado ni leído nada acerca de una adaptación a la gran pantalla o a alguna plataforma de streaming. Leo arrastrada no sé si por el carisma de Moshfegh como escritora o por el de su protagonista sin nombre como personaje, pero también es cierto que llega un punto en esta novela en el que la misma parece agotarse y casi (digo casi) lo único que sigue arrastrándome por ella es ese carisma.
Picasso, The Old Guitarist, fotografía de Steven Zucker, Smarthistory co-founder bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0 |
«Ese era el encanto del sueño, que me desconectaba de la realidad y la recordaba tan por casualidad como una película o un sueño. Me resultaba sencillo ignorar lo que no me incumbía. Los trabajadores del metro iban a la huelga. Un huracán iba y venía. Daba igual. Si nos hubiesen invadido los extraterrestres o un enjambre de langostas, lo habría notado, pero no me habría importado», nos cuenta la protagonista de esta novela apenas se inicia la misma. Y es que ese es su sentir cuando comienza su cura de sueño; porque así lo siente ella, como una cura. Aunque llegue a preguntarse «si la única forma de dormir es la muerte», lo que está haciendo, en cambio, «era lo contrario al suicidio. Mi hibernación era cuestión de supervivencia. Creía que me iba a salvar la vida». Está convencida de ello. Poco sospecha que cuando despierte de ese año de hibernación le espera un feroz chute de esa realidad circundante de la que se sentía sustraída.
Y es que no es casualidad que Mi año de descanso y relajación trascurra en Nueva York, esa megaurbe que marca el ritmo frenético que sigue el resto del mundo, ni en el año 2000, ese umbral de cambio de siglo, era y milenio. Y si hay alguna duda acerca del porqué de ese marco espacial y temporal de esta novela, su brevísimo capítulo final —el cual nos ofrece una potente imagen que además me ha gustado mucho— se encarga de despejarlo. Sin embargo, más allá de que los reproductores de cintas VHS (incluso los de formato DVD que les sucedieron) se hayan quedado obsoletos, creo que por poco más podemos entonar, dos décadas después, eso de cómo hemos cambiado (si no has pillado la referencia musical es que tampoco has conocido el VHS). Para muchos sería tentador un año de hibernación y desconexión con la realidad, de ese mundo del cual podemos pensar que «sopesarlo entero era demasiado, su extensión, un planeta circular cubierto de criaturas y cosas que crecían, todos girando lentamente sobre un eje creado cómo, ¿por un extraño accidente? No parecía plausible. El mundo podía ser plano igual que podía ser redondo. ¿Quién podía demostrar nada?»
Hay más destellos fugaces en esta novela además de esa imagen final que nos asoma (sin llegar a empujarnos) a ese abismo que es como mirarnos directamente a los ojos en el espejo y no ver nada, pues, como «alguien dijo una vez [...] las pupilas eran un espacio vacío, agujeros negros, grutas gemelas de infinita vacuidad». No deben esos resquicios al abismo pasarnos desapercibidos por el hecho de formar parte de diálogos cáusticos o fragmentos narrativos a los que la autora intenta imprimir hilaridad o ligereza. Ahí está la doctora Tuttle reflexionando sobre la materia y concluyendo que «si la miras al microscopio, son solo trocitos. Partículas atómicas. Partículas subatómicas. Si profundizas cada vez más y más, al final te encuentras con la nada. Somos espacio vacío, básicamente. Somos nada. Tralará. Y todos somos la misma nada. Tú y yo llenamos el espacio de nada». Está nuestra somnolienta barbitúrica lamentando cómo su madre se oponía a que tuviera una mascota, aunque fuera tan solo un pez de colores. «¿Para qué? ¿Para ver cómo nada y luego se muere?», recuerda que le decía. Observando desde la ventana de su apartamento a «un paseador de perros con un grupo de perritos miniatura y perritos falderos ladrando con correas que parecían látigos. Los perros se deslizaban por el asfalto mojado silenciosos como cucarachas, eran todos tan pequeños que me sorprendió que nadie los hubiera pisoteado. Fáciles de querer. Fáciles de matar». Espetándole a Reva, que se siente sola al no poder contar con su madre como antes al encontrarse esta enferma: «Todos estamos solos, Reva». Y «era verdad: yo estaba sola, ella estaba sola. Ese era el mayor consuelo que le podía ofrecer». Y es verdad. Tanta estupidez, tanto esfuerzo, tanto dejar de ser quién se es o quién en realidad se quiere ser para llegar a no se sabe dónde, encajar con no se sabe qué, integrarse a saber con quién y ser parte de eso que se supone tenemos que ser y resulta que, al final, lo que todo compartimos, aquello que por tanto más nos une y por ende es lo que debería hacernos sentir menos solos, es, precisamente, nuestra soledad, son, también, nuestras miserias, aquello que sentimos como despojos. Y ahí tenemos a la protagonista de esta novela, esa joven rubia, guapa, delgada, culta y con dinero, que viene, por tanto, con todo de serie para ser feliz y triunfar, imaginando «mi identidad, mi pasado, mi psique como un camión de la basura lleno de deshechos. El sueño era el pistón hidráulico que elevaba la cama del remolque, listo para desecharlo todo en algún sitio».
Me acaba de venir a la cabeza una imagen de Hombres que caminan solos, libro en el que José Ignacio Carnero escribe sobre su depresión, en la que el escritor bilbaíno cuenta cómo las aguas residuales nos definen socialmente y cómo incluso los fármacos antidepresivos identifican algunos barrios, así como otra (también sobre residuos y basuras) mucha más compleja y fascinante (porque tanto Moshfegh como Carnero están a años luz de donde llegó la escritora uruguaya) procedente de un cuento de Armonía Somers titulado El hacedor de girasoles. Voy a terminar, sin embargo y como debe ser (sin renunciar, eso sí, al símil de los deshechos), con una imagen que Ottesa Moshfegh nos ofrece en la novela que ocupa esta entrada.
«Saqué la basura al pasillo y la tiré por la bajada de basuras. Tener una bajada de basuras era una de mis cosas favoritas del edificio. Me hacía sentir importante, como si participara en el mundo. Mi basura se mezclaba con la basura de los demás. Las cosas que tocaba tocaban cosas que otros habían tocado. Estaba contribuyendo, estaba conectada».
pills, fotografía de D.C.Atty bajo licencia CC BY 2.0 |
¡Que libro tan curioso, Lorena! yo ni había oído hablar de él ¿Quién no ha pensado en algún momento de su vida, hibernar durante un tiempo? Pero claro, lo que dices, hay que poder hacerlo, poderse permitir ese lujo a todos los niveles. Los tres personajes también parecen curiosos (vaya con la psiquiatra, espero que no hayan muchas como ella que se limitan a dar medicación y ya). No va a ser tu libro del año, pero te ha gustado y no es poco. Dale tiempo a lo de hacer una película basada en la novela, igual todo se andará...
ResponderEliminarBesos
Sí que es curioso, Marian, y eso es precisamente lo que me llamó la atención. La verdad que es tentador eso de tomarse un año sabático de descanso. El mundo está a veces como para bajarse de él, pero, claro, no a todos nos es fácil tomarnos un respiro.
EliminarEn cuanto a los personajes, de Trevor mejor ni hablar; la psiquiatra es un personaje completamente absurdo y surrealista; y Reva es sin duda mi favorita.
Yo sí veo esta novela muy adaptable al cine. Otras en cambio no, y sin embargo luego me sorprenden haciendo peli. Pero, como dices, tiempo al tiempo.
Besos
Pues aunque no haya sido tu novela del año, ni siquiera del mes, ya está apuntada en mi lista y con carácter prioritario (claro que así tengo varias decenas). Me resulta muy interesante ese personajes y sus relaciones con los demás; su belleza, independencia económica y su trabajo privilegiado; ese novio que no parece bueno, pero que tal vez a ella le da la seguridad de tener pareja como casi todo el común de los mortales. Casos he conocido de mujeres que no dejaban a un novio nada recomendable porque entrar en el grupo de mujeres sin pareja las aterrorizaba. La amiga que la envidia y que también le asegura su huequito en el mundo, el que corresponde a las mujeres que las demás querrían ser aunque sean más desgraciadas que felices. Tal vez esa envidia disipa su infelicidad. Vamos que son muchas las cosas que me atraen de la novela.
ResponderEliminarUn beso.
Selecciono mucho mis lecturas, por lo que la mayoría son muy buenas. Por ello esta se va a quedar un poco diluida entre las otras, lo cual no significa que no sea una lectura a tener en cuenta.
EliminarNo sé si la relación de la protagonista con Trevor encaja en el tipo de relación que comentas. La verdad que no se profundiza mucho en la misma. Lo que sí está muy logrado es la relación con Reva. De hecho llega a compararse con una relación de hermanas, con todas las contradicciones que ello implica.
Espero que te guste si finalmente la lees. Ya me contarás.
Besos
Sorpresiva lectura la que nos traes, Lorena. No conocía a la autora y menos ese título tan curioso. Saco en conclusión que la depresión nos atenaza y que el consumo de antidepresivos -en USA es espeluznante por lo que se lee por ahí- tiene a millones de personas como zombis por la vida. Creo que la novela incita a pensar en la vida, en lo que es, en lo poco que ofrece, etc., etc. La veo como muy pesimista.
ResponderEliminarTomo nota del nombre de la escritora. Si topo con ella por ahí puede que lea algo suyo.
Un beso
Creo que el consumo de antidepresivos es espeluznante y no solo en los Estados Unidos. Sin ignorar que, por supuesto, desgraciadamente hay muchísimos casos en los que su prescripción es necesaria, no deja de ser revelador respecto a la sociedad occidental la toma de medicamentos para parchear otros problemas de base y estructurales. Aun así, el estilo desenfadado de esta novela no me ha hecho sentirla como una novela pesimista.
EliminarEs cierto que Otessa Moshfegh es una escritora curiosa. Quién sabe si en un futuro tal vez me anime a retomarla.
Besos
La has disfrutado, que no es poco. Me resulta curiosa esta novela, por su personaje y por su temática. En mi caso, ni conocía a la autora. Me podría animar si me cruzo con ella.
ResponderEliminarBesotes!!!
La verdad es que es un planteamiento curioso. Y además se lee muy bien.
EliminarBesos