Ustedes brillan en lo oscuro - Liliana Colanzi
Cuento uno: La cueva
Hay una mujer joven. Ha tropezado y se adentra en una cueva. Qué mala suerte, tanto el tropezón como ese bulto en el que se ha convertido su vientre desde aquellas fiestas hace unas lunas a las que habían invitado a unos hombres de otro clan. A la mujer le fastidia el bulto. Le impide salir a cazar, porque le resta agilidad, y la obliga, en cambio, a quedarse en el asentamiento.
Me gusta lo que leo. Me gusta lo que me cuentan y cómo me lo cuentan. Me encuentro con un estilo directo, aséptico, sin concesiones. La historia igualmente carece de concesiones. No hay nada en ella que edulcore la realidad y tampoco está exenta de violencia. Es una violencia limpia —si es que puede hablarse así de un acto violento—. Lo que quiero decir con esto es que es una violencia inherente a la naturaleza, de la que el ser humano, por mucho que le guste desentonar y resaltar, también forma parte. Y es que nadie cuestiona moralmente, por ejemplo, a un guepardo por comerse una gacela o a un terremoto por sepultar una ciudad y cobrarse cientos de vidas.
También me gusta cómo termina la historia de esa mujer. Pienso que es quizás el final del relato, pero no, volteo la página y el cuento continúa. Es solo que toca empezar un nuevo capítulo.
Otra mujer. La misma cueva. Un tiempo más contemporáneo. Otra fiesta. Un hombre. En este caso no hay bulto en el vientre, peso asisto nuevamente a un acto violento, aunque en este caso ya no encuentro limpia esa violencia (¿es, quizás, algo cultural la diferencia entre una violencia y otra o, mejor aún, lo es acaso mi percepción de esa diferencia?). Es esa otra mujer sola en la misma cueva en la que, de alguna manera, sigue presente la primera mujer de milenios atrás. Me sigue gustando lo que me están contando.
Otro capítulo. Y otro. Y otro. Y varios más. La cueva siempre como escenario con su geológica perennidad. Diferentes historias. Diferentes personajes. Por personajes no me refiero solo a humanos, sino a diferentes seres vivos que se suceden unos a otros y se agotan a sí mismos en ciclos vitales mientras que la cueva sigue ahí, silente, testigo muda, misterio profundo para quien la sepa leer.
Algo pasa, sin embargo. Algo se me cae. Comprendo lo que pretende Liliana Colanzi con este cuento, pero ya no me tiene pillada como con los dos primeros capítulos. No puedo evitar preguntarme si la boliviana es una de esas voces interesantes, muy potentes, con personalidad propia y cosas interesantes que mostrar, pero a la que aún le falta terminar de cuajar. Termino el primer cuento de este volumen con esa manida duda de no sé si eres tú o si soy yo.
Cuento dos: Atomito
Nuevamente me encuentro con un escenario poco convencional. En este caso se trata de una población urbana, pero en seguida detecto un ambiente distópico. Es un lugar en el que se ha establecido hace unos años una central nuclear y en el que los habitantes se muestran temerosos ante las represalias de la autoridad. Tengo acceso a un apartamento. Allí se reúnen un grupo de jóvenes amigos. A todos ellos el nuevo statu quo del lugar les ha influido de una u otra manera.
Nuevamente hay sucesión de capítulos. Como vengo de la cueva de la que vengo, pienso si estaré asistiendo a una repetición del cuento anterior pero con un cambio de escenografía. Pronto me percato de que esta historia continúa capítulo a capítulo. Aun así, me siento muy desubicada. Vuelvo la vista hacia atrás continuamente y releo, y no porque quiera recrearme en lo leído sino porque quiero asegurarme de que he entendido bien, porque siento la necesidad de reafirmar la pisada antes de que el otro pie alce el vuelo hacia el párrafo siguiente, no vaya a ser que me pierda irremediablemente en el abismo de un salto de línea. A ver, el ambiente que recrea Liliana Colanzi recuerda mucho a cualquier sociedad occidental actual, pero con una tecnología algo más avanzada, y sin renunciar, además, a cierto punto étnico de cultura local. La mezcla suena rara, lo sé, pero está muy bien fusionada y resulta convincente, lo cual no quita para que me sienta como si me hubieran arrojado desde una avioneta a un lugar desconocido con paracaídas pero sin mapa ni brújula. Y en este estado de desorientación estoy cuando, de repente, en plena calle, Orki se pone a bailar.
Orki es uno de los amigos que se reúnen en ese apartamento en el que ya he estado. No es que tenga mayor protagonismo que el resto de miembros del grupo ni que ese baile abra ninguna puerta oculta hasta ese momento en este relato, simplemente ese es el punto de esta historia en la que me asiento y consigo avanzar hacia adelante sin mirar continuamente atrás. Podría haber sido en otro punto, pero el caso es que me ha sucedido en este y me alegro de que haya sido así. Me gusta porque a Orki se le van uniendo más y más personas en su baile y porque los cuentos de la escritora boliviana son un poco como una procesión de danzarines, como un coro de voces, como un eco de ultratumba que procede de una montaña primigenia y que nos conecta a unos con otros y a todos nosotros con nuestros ancestros.
Este cuento de Colanzi me ha hecho acordarme en algún momento de algunos de los de Nana Kwame Adjei-Brenyah, supongo que por esos tintes distópicos a los que en ocasiones también recurre el joven escritor neoyorkino para dejar en cueros la cara más cruel y despiadada de la sociedad en la que vive. Me gusta más él, pero, claro, a ver quién supera —siquiera iguala— Los cinco de Finkelstein.
Termino Atomito con mi duda despejada. No eras tú, Liliana Colanzi; era yo, que estaba a años-luz por detrás de ti. Te alcanzo. Te veo ya en el horizonte.
Yareta, fotografía de Pedro Szekely bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0 |
Cuento tres: La deuda
Una deuda pendiente es el motivo que lleva a una mujer a acompañar a su tía a su lugar de origen. En este caso estamos ante un cuento con menos personajes que los dos precedentes y con un escenario mucho más convencional. Ello hace que resulte mucho más rápido ubicarse en la historia y que la lectura fluya más. A pesar de que esto lo pueda hacer parecer diferente a los otros dos —todos los cuentos de este libro son, en realidad, muy distintos entre sí— comienzo a detectar las pulsiones de la autora y ciertas temáticas transversales de base.
Es este un cuento sobre la maternidad en el que Liliana Colanzi explora cual espeleóloga experta las complejas relaciones entre las mujeres, las carencias afectivas en la infancia y cómo se proyecta la relación o no relación con la madre en el deseo propio de serlo. Es de esos cuentos que tienen uno de esos finales desconcertantes que no se sabe muy bien cómo interpretar. Uno de esos finales que a muchos lectores no les gustan, pero que a mí no me molestan e incluso en ocasiones me agradan.
Cuento cuatro: Los ojos más verdes
El más breve de los seis cuentos reunidos en este volumen vuelve de nuevo a captar mi atención rápidamente. Su protagonista en este caso es una adolescente, apenas una niña. Podría decirse que esta breve historia es una revisión del clásico pacto con el diablo, pero esta idea, lejos de aparentar ser tan vieja como el mismísimo diablo, es como una de esas prendas de fondo de armario que, si se sabe vestir con gusto y destreza, combina a la perfección con el look más desenfadado y actual. Así, la escritora boliviana vuelva a brillar en este relato tanto como los ojos verdes que tanto ansía tener la chiquilla que lo protagoniza.
Cuento cinco: El camino angosto
Qué buen título hubiera sido el de este cuento para este libro. Concedo que el escogido es más rutilante y que, efectivamente, a mí me hizo seguir ese torcido camino luminoso hacia lo oscuro. Pero qué definitorio es este otro de muchas de las historias reunidas en este volumen y de muchos de los personajes que por él transitan. El camino angosto es el que nos marcan. Es la estrechez de miras de la que no nos permiten salir. Si lo haces eres malo, malo, malo. O más bien mala, mala, mala porque en este libro abundan más las historias de mujeres. Y como eres mala, mala, mala, pues si te sales del redil te va a pasar algo malo. Por ahí no, que es caca de la vaca. Y si pisas la caca te marcas con la cruz de la mierda. Mola la expresión ¿eh? Pues se siente, pero no es mía. Tengo en la punta de la lengua de quién es y dónde la he leído, pero no consigo acordarme. Estoy casi segura de que la he leído bastante recientemente en algún libro y apostaría algo a que además la he utilizado en la correspondiente reseña. Así que voy a recurrir al buscador del blog a ver si hay suerte. Voy a teclear cruz mierda. ¡Bingo! (¡Voilá! que suena mejor) Es de Andreu Martín y la he leído en Vais a decir que estoy loco. Lo que descubro ahora con Liliana Colanzi es que, a veces, la mierda brilla. ¿Cómo os quedáis?
En esta ocasión me voy a una de esas poblaciones rurales hiperreligiosas que viven al margen del resto de la sociedad. Es un ambiente muy reconocible al que Colanzi le añade como detalle el plus de que todos sus habitantes portan un collar de la desobediencia que les produce descargas más intensas cuanto más se acercan al perímetro magnético que encierra el lugar. La narradora es una niña, cuya voz me ha recordado —supongo que por narrar también la infancia en un lugar rural y cerrado— a la de la Herta Müller de En tierras bajas. Ambas autoras no tienen, sin embargo, nada que ver.
El camino angosto es el único relato de este libro narrado en primera persona. Pero esa niña que narra en primera persona no cuenta su propia historia. Es decir, cuenta cosas que ve y también que le pasan, pero cuenta en particular la historia de su hermana (con pinceladas de algún personaje más) y en general cómo es vivir en esa comunidad. Ello permite que esa voz narrativa sea una voz en la distancia, que no se involucra, y me deja seguir disfrutando de Liliana Colanzi como una de esas escritoras que se mantienen a la sombra, que dejan que sean sus personajes y las situaciones que crean para estos los que hablen por sí solos, que confían en el lector y no les dan las cosas hechas.
Colonia de sepes (Atta laevigata), fotografía de Alex Wild bajo licencia CC0 1.0 |
Cuento seis: Ustedes brillan en lo oscuro
Venga, Liliana. Que ya te sigo. Que ya camino a la par que tú. Dame un poquito de caña.
Volvemos a un cuento con subdivisiones. A diferentes personajes que en muchos casos no se conocen entre sí. Incluso a veces hay algunos años de diferencia entre lo que se nos cuenta en un fragmento y en otro. Pero en este caso sé exactamente dónde estoy. Me encuentro en Goiânia, una ciudad brasileña. Esto no significa que en algún momento, especialmente al principio, no me cueste ubicarme, pero ya le he cogido el punto a la escritora boliviana y solvento mi desubicación sin problema.
No hay central nuclear en Goiânia, como en esa otra localidad en la que trascurre Atomito, pero sí hay contaminación radioactiva. Me entra la curiosidad según voy leyendo y no puedo evitar googlear el nombre de la ciudad en la que se sitúa este relato e indagar acerca de si allí se produjo algún accidente radioactivo en torno a 1987. Efectivamente sucedió uno en ese año. Si hubiera tenido paciencia, la misma autora me hubiera confirmado mi sospecha en la nota final a este libro, amén de dejar claro que se trata de un relato de ficción, algo sobre lo que no albergaba duda alguna. Colanzi —esto no lo aclara ella pero os lo cuento yo— llega incluso a tomar víctimas reales de ese suceso y convertirlas en personajes. Uno de esos personajes me ha recordado, además, a Norma, el personaje de Fernanda Melchor que tanto me encandilara en Temporada de Huracanes —hay qué ver, por cierto, cómo de fuerte vienen pisando las escritoras hispanoamericanas, así como qué diversas son las lecturas de las que me he ido acordando durante la lectura de este libro—. El resultado es admirable: Liliana Colanzi consigue armar sobre un sustrato real una obra de ficción poliédrica y rica en matices.
Fin:
Fin de la reseña, que no del libro, que termina con el cuento anterior. Confirmo lo que ya barruntaba el año pasado al leer a Armonía Somers, Patricia Esteban Erlés y Samanta Schweblin: que Páginas de Espuma se ha convertido para mí en una editorial de referencia en cuanto a libros de cuentos se refiere, y que el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero, cuyo ganador llega a los lectores de la mano de esta editorial y que el año pasado ganó Liliana Colanzi con el presente volumen, así como Samanta Schweblin consiguió lo propio en 2015 con Siete casas vacías, es asimismo otra magnífica referencia para leer cuentos escritos en español.
«Gabriela pasó toda la noche ardiendo en fiebre, pensando y cavilando. Pensó en la época en que tenía siete años y vio por primera vez el mar, en Paraíba, después de un viaje de tres días con su padre: un sentimiento atónito que entraba por la boca y dolía de tan grande. Pensó en cómo habían dormido en hamacas frente al mar. Pensó en cómo su padre vendía hamacas de pueblo en pueblo y la llevaba amarrada en la espalda, en cómo le daba de comer en la boca los alimentos que a ella no le gustaban (remolacha, sardinas, coliflor), en los chanchos de monte que habían visto correr en la plaza de Belem do Brejo do Cruz y en la tormenta eléctrica que los encontró una noche en campo abierto. Pensó en el día en que su padre le dijo: Ahí me esperas, y no volvió, y ella se quedó parada en esa esquina hasta que cayó la sombra, y ya nunca volvió a ver a su padre, de quien apenas recordaba la barba y el tatuaje de un ancla que decía: Deus te ama (y en todas las veces que había buscado ese tatuaje en los cuerpos de los hombres). Pensó en lo que era tener hambre, tener miedo, tener frío, en las mujeres de las lentejuelas rojas y las piernas largas que le dijeron: Cariño. Pensó en la época en que llevaba la cinta en el pelo y trabajaba en la farmacia en Espíritu Santo y en el hombre que entró a pedir pastillas para la garganta, y en cómo la miró, y entonces ella reparó en el tatuaje de ancla cerca de la muñeca. Pensó en cómo le dijo: Tengo catorce años, y en la hija de él que era casi de su misma edad y tenía un nombre que le pareció bonito: Dione. Pensó en el boticario que la curó después de que se hiciera aquello y que le dijo: Olvídate de tener hijos. Pensó en la sangre, en el miedo de morirse y en las ganas de morirse. En el rayo que cayó la noche de la tormenta a pocos metros del árbol bajo el que se resguardaba con su padre, en esa luz azul que se veía con los ojos cerrados y que quedó aprisionada en su cabeza durante todos esos años quietos, serenos, felices, con Devair. Pensó en que toda su vida no había hecho otra cosa que esperar el retorno de esa luz, que era la luz del diablo».
Fuente del accidente radioactivo de Goiânia de 1987, fotografía de IAEA Imagebank bajo licencia CC BY 2.0 |
Nº de páginas: 120
Sí, Lorena, es sorprendente lo fuerte que pisan últimamente las escritoras hispanoamericanas, yo he descubierto unas cuantas y la verdad es que son inigualables y peculiares, soy fan de unas cuantas. A esta no la conocía y he estado investigando por si tenía alguna novela escrita y he visto para mi decepción que no, que tiene en España tres publicados, pero de relatos y sabes que yo con relatos no me llevo bien. Es curioso como esta autora ha ido cambiando tu percepción sobre lo escrito a lo largo de la lectura de estos extraños cuentos, como pocos a pocos te ha ido llevando a su terreno
ResponderEliminarEn fin, que esta vez solo me llevo el descubrimiento de una autora, que de momento no leeré, pero que en un futuro... ¿quién sabe si escribirá alguna novela?
Besos
Yo también he investigado y no, no tiene ninguna novela. De ser así, no dudaría en recomendarte a esta autora.
EliminarEl único de los seis cuentos cuyo balance global no me ha convencido (aunque hay otras muchas cosas dentro del mismo que sí) ha sido el primero. Y tal vez haya sido cosa mía, que, a saber por qué, me haya salido de la historia. El resto, aunque en alguno me haya costado más entrar, me han gustado mucho. Pero sí, es curioso cómo me he ido adentrando en los territorios de Liliana Colanzi.
Besos
Me has dejado muda y sorprendida.
ResponderEliminarTamaña reseña y un librazo por conocer.
Mil gracias!
Una lectura y una autora muy recomendable.
EliminarGracias a ti.
Me descubres autora. Y por lo que cuentas, creo qeu podría disfrutar de estos cuentos, tanto por sus historias como por cómo lo cuenta. Pero ahora mismo tengo tanto pendiente, que va a tardar en caer. Pero me apunto bien su nombre.
ResponderEliminarBesotes!!!
Seguro que los disfrutas, Margari. En cuanto a lo pendiente, qué me vas a contar.
EliminarBesos
Con lo que me gustan los relatos este caerá tarde o temprano. Besos
ResponderEliminarPues estos son muy buenos. Espero que los disfrutes.
EliminarBesos