Lo que pasa de noche - Peter Cameron

«A veces me parece que no me escuchas. Ya sé que es el precio que paga quien habla demasiado: la gente deja de prestar atención. Pero yo prefiero hablar y que no me escuchen a no decir nada. Al menos así te lo sacas de dentro.
¿A qué te refieres?
Me refiero a las palabras, los pensamientos, las ideas. Si no lo dices, ¿de qué sirve? Se mueren contigo. Pero cuando dices algo se lo entregas al mundo. ¿Quién sabe qué será de los sonidos? Creemos que desaparecen, pero a lo mejor siguen vibrando y flotando en el universo, y a lo mejor alguien o algo percibe esa vibración dentro de cien millones de años. A lo mejor oye exactamente lo que te estoy diciendo ahora.
Es una idea horrible, dijo él. ¡Qué follón!
Yo creo que sería un sonido precioso. Como el de una orquesta cuando afina. Me encanta ese momento del concierto. Está cargado de esperanza. La música en sí puede ser muy predecible».

Las palabras impresas en papel o representadas en tinta electrónica no suenan a no ser que las leamos en voz alta. Pero las palabras leídas para uno, aunque no se expandan en el universo, sí resuenan en nuestra cabeza, y bien sabemos que muchas veces no hay auditorio con mejor acústica que la mente de un lector. Bien sabemos también que las palabras contenidas en las obras escritas no desaparecen, sino que vuelven a vibrar cada vez que un lector les da una nueva vida y que, además, para cada una de las personas que las escuchan tocan una música diferente. Y no es menos sabido que la música, incluso cuando forma una melodía, es difícil de explicar. No digamos ya cuando lo que escuchamos es una cacofonía aparentemente discordante. Sin embargo... shhh, prestad atención. Todas las notas son conocidas. Todo lo que está sonando ya estaba ahí. No temáis, pues, a su revelación.

A ver cómo explico yo este libro de Peter Cameron. Mejor dicho, a ver cómo cuento mi experiencia lectora con él, pues ni la música ni los libros se pueden explicar. Y es que qué novelas tan diferentes entre sí es capaz de escribir el escritor estadounidense. Qué sinfonías tan distintas es capaz de componer con esas mismas siete notas y sobre esas cinco mismas líneas del pentagrama que son las letras del alfabeto y el papel en blanco. En las tres novelas suyas que llevo leídas lo único que encuentro en común es que de algún modo u otro, en mayor o menor medida, en todas ellas está presente la homosexualidad (lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que el autor ha declarado abiertamente la suya), si bien en la novela que nos ocupa me ha sobrado este elemento. De esas tres (Un fin de semana, Coral Glynn y Lo que pasa de noche) es la que protagoniza esta entrada la que puede resultar una lectura más extraña. Sin embargo, en Lo que pasa de noche, por muy absurdas y surrealistas que se nos antojen las situaciones narradas, todo se comprende, todo fluye, todo transcurre con la misma naturalidad que se da en la extrañeza de los sueños, en esa consciencia que aflora a través de la inconsciencia que no sabemos descifrar conscientemente pero que comprendemos en cambio de manera inconsciente. Lo que pasa de noche es como un cuento contemporáneo protagonizado por un antihéroe y una antiheroína que emprenden una búsqueda para la cual han de viajar a un lugar recóndito e inhóspito. Allí, cual prodigiosas apariciones, se encontrarán una y otra vez con los mismos misteriosos personajes, los cuales casi parecen poseedores de alguna pista que ayuda a desentrañar un acertijo o llave que abre alguna puerta que hay que cruzar. La ambigüedad de los diálogos y la excelente ambientación son los aliados perfectos para esta fábula moderna.

El escenario elegido por Peter Cameron para contarnos esta historia es un país presumiblemente europeo situado muy al norte. La temperatura es extremadamente gélida. Las tardes son engullidas por largas noches. Es una especie de lugar liminar, como si fuese la entrada a un mundo con leyes físicas propias en las que el tiempo transcurriera a un ritmo diferente y tan solo existiera «la luz justa para ver que no había luz», a un mundo en el que no cabe sino preguntarse «qué empujaba [...] a seguir viviendo, cómo era posible sustraer a la vida tantas cosas [...] y aun así seguir soportándola» y que a la vez invita a «identificar y apreciar todo el encanto o la belleza que [...] saliera al paso». Solo se puede llegar allí en tren y tomar uno de sus vagones es como embarcarse en «un viaje como los de hacía cien años, cuestión de días más que de horas, por una tierra adusta y cruda que insistía constantemente en su inmensidad».

«Pensó en todas las cosas que estaban sepultadas por la nieve y se dio cuenta de que un año era como allí un día: mitad oscuridad y mitad luz, y por tanto el invierno en realidad no duraba más que una noche. Una larga noche seguida de un largo día. Quizá fuera mejor vivir en un sitio así, quizá la ineludible e incesante alternancia de días y noches que era su vida, ese verse arrancado de las profundidades del sueño y arrojado a un nuevo día cada veinticuatro horas fuera un error. Desde luego era brutal y agotador».

Es ese tren el que toman el hombre y la mujer que protagonizan esta novela, cuyos nombres no sabemos ni sabremos. Sí sabremos que vienen desde Nueva York y que su llegada a ese país sin nombre es un tanto accidentada. Consiguen por fin encontrar el Borgarfjaroasysla Grand Imperial. El nombre del hotel en el que se alojan —como acabáis de comprobar— sí lo sabemos, pero a ver quién es capaz de recordarlo. Ese hotel de nombre impronunciable es en esta historia el centro neurálgico de la ciudad de ese país al que han viajado el hombre y la mujer. Podríamos decir que, por mandato de alguna de esas leyes físicas propias del lugar, hay alguna especie de fuerza centrípeta que hace que todo converja ahí. Asimismo, podríamos decir también que hay alguna especie de fuerza centrífuga que lleva al hombre y la mujer hacia los dos vértices escénicos de esta novela: el orfanato y la casa del hermano Emmanuel.

Sabremos que el matrimonio formado por el hombre y la mujer han estado tiempo intentando sin éxito tener un hijo. Sabremos que el actual estado de salud de la mujer es muy precario. Sabremos que les ha resultado por ello difícil que les hayan concedido un bebé en adopción y que el motivo por el que han viajado a ese país limítrofe es recoger a tan deseado bebé en el orfanato. En cuanto a la casa del hermano Emmanuel, es una casa de sanación de la que el hombre y mujer nada sabían antes de llegar a ese país, pero que, sin embargo, una vez allí, todo parece confabularse para que vayan a ella. Pocos escenarios más hay en esta novela aparte del hotel, el orfanato y la casa del hermano Emmanuel y aparte de las calles y caminos helados e inanimados.

«En esta época del año las carreteras son muy cambiantes. Es difícil seguirles el rastro con tanta nieve. La quitanieves se desvía un poco cada día, y en primavera vemos que los caminos se han desplazado hasta el jardín de una casa o se han metido en una zanja. Llamamos a eso haamu tie, carretera fantasma. La primavera es muy bonita, cuando por fin se derrite la nieve y las cosas salen a la luz después de tanto tiempo escondidas. Se nos devuelve la tierra, literalmente».

Fotografía de Rob Dammers bajo licencia CC BY 2.0

Pero es invierno cuando el hombre y la mujer viajan a ese país. Son carreteras cambiantes y confusas las que han de transitar. Aunque, siendo justos con esa geografía boreal, el hombre y la mujer ya estaban agotados cuando emprendieron el viaje. Aunque, siendo sinceros, «conviene recordar que todos estamos perdidos, [...]. Vivimos tiempos oscuros. Nadie encuentra su camino. Todo el mundo va a tientas, a tientas y a ciegas. Como esos animalitos que viven bajo tierra y se arrastran en la oscuridad por una madriguera húmeda y fría con la esperanza de encontrar alguna raíz para comer. No somos mejores que ellos». El hombre y la mujer no son mejores que ellos. El hombre y la mujer forman un matrimonio en el que hay amor. El hombre y la mujer están cada uno envuelto en sus emociones o falta de ellas y aislado uno del otro cual crisálidas que hablan idiomas distintos y no se pueden entender. Topos ciegos oliéndose y chocando contra las mismas paredes una y otra vez.

«¿Estás despierta?
Sí.
Siento que pienses que soy escéptico. Yo te apoyo.
Pero equívocamente.
Lo siento. Me gustaría poder apoyarte como tú necesitas, pero no me parece bien fingir lo que no siento. ¿Preferirías que hiciera eso?
Pues sí, dijo ella. Tu sinceridad no me sirve de nada, no me ayuda. Me hace daño.
Otra vez la sinceridad: no lo entendía. Quiero ayudarte, dijo. Pero también quiero ser sincero contigo. No creo que pueda ayudarte si no lo soy.
Supongo que eso es lo más triste. Lo que nos separa.
¿Qué?
Que quieras ser sincero conmigo.
No lo entiendo. Si no quieres que sea sincero, dímelo, y no lo seré.
No, dijo ella. Eso es lo triste. No quiero tener que decirte cómo tienes que ser, porque entonces no estarías siendo tú mismo, sino quien yo te digo que seas, y eso no sirve de nada. Prefiero que seas tú y me hagas daño a que finjas ser otro».

«Por favor, no digas esas cosas. Siempre… Nos hemos tratado con amabilidad. ¿No podemos conservar al menos eso?
Ella dio media vuelta. ¡Exactamente!, exclamó. ¡Amabilidad! ¡No lo soporto! Nunca he querido amabilidad. Y menos la tuya.
¿Qué querías de mí?
¡Qué pregunta! ¿Cómo puedes preguntarme eso?
Él no dijo nada.
¡Amor!, exclamó ella. ¡Quería amor! Se echó a llorar.
Y yo te quería. Te quiero. La amabilidad forma parte del amor.
No tiene nada que ver con el amor, protestó ella. La amabilidad —¡que palabra tan horrible!— es lo que damos a quienes no queremos. A quienes no podemos querer. Precisamente por eso somos amables con ellos. Es ahí cuando entra en juego la amabilidad, cuando no hay amor». 
«Lo siento, dijo. No quiero culparte. Siempre has hecho lo que has podido. Lo sé.
Pero no era suficiente, contestó él.
No es la cantidad. Es el hecho en sí. Eso no era lo que quería ni lo que necesitaba».

El hombre y la mujer llegan a ese país a buscar un hijo pero en realidad no saben lo que han venido a encontrar. Conviene recordar que todos acostumbramos a ignorar lo que hemos perdido, lo que nunca hemos tenido, aquello de lo que carecemos o eso otro que ya hemos olvidado que alguna vez tuvimos.

«Lo hago porque es la única forma de sentir algo en estos tiempos, aunque no sean sentimientos auténticos, solo facsímiles de facsímiles de facsímiles. Pero tú estás aquí, a mi lado, sintiendo algo de verdad. Me da vergüenza. Y me siento privilegiada».

«¿Lo habían tocado siempre así, o es que algo había cambiado en él y manifestaba una carencia que suscitaba ese tipo de consuelo? Este tipo de contacto se da continuamente, pero nos hemos insensibilizado. Por eso buscamos tanto el sexo y por eso nos excita la violencia, porque es el único contacto que todavía podemos sentir, el único que atraviesa nuestra armadura».

«En cierto modo me parecía un crimen estar viva, estar en este mundo y no hacer el amor con quien pudiera. No era ninfomanía. No. Era que veía con excesiva claridad, con una claridad devastadora, la herida o las heridas de la gente a la que habían hecho daño y por tanto merecía amor; veía ese espacio interior, hermoso y sagrado, que necesitaba contacto. Y cuando ves eso en alguien es difícil no quererlo. O quererla. Al menos para mí lo era».

«Es lo gracioso de mi vida: que todo es importante, todos estos momentos tranquilos, este momento; pero solo queremos que nos follen y nos aplaudan, y por eso creemos que eso es lo que importa, que eso es lo que cuenta, y al final vemos que es justamente lo contrario».

Fotografía de Luis Villa del Campo bajo licencia CC BY 2.0

Los siete días trascurridos en ese país nórdico en las antípodas de esa vida que el hombre y la mujer han dejado en Nueva York y que Peter Cameron nos narra en los siete capítulos que forman esta novela son un tiempo de pérdidas y encuentros. Son el encuentro con el extraño que somos y la pérdida de la persona conocida que creemos ser. Son el encuentro de lo extraños que son los más conocidos para nosotros y la pérdida de quienes creíamos conocer. Son el encuentro con verdaderos extraños y el encuentro en ellos de lo que ya sabíamos pero cuyo conocimiento habíamos perdido.

Los extraños con los que se encuentra el hombre —porque esta es más la historia del hombre que del hombre y la mujer— son Larús, el camarero del bar del hotel, siempre medido y en su lugar; Livia Pinheiro-Rima, una mujer mayor que vive y actúa en el hotel y que será la que más desarrollo tenga en la trama de esta novela; y el ejecutivo, otro huésped del hotel que insiste en conocer al hombre y que, en mi opinión, queda opacado por los otros dos. Son personajes que de aparecer en otro lugar e intervenir en otras situaciones nos resultarían chocantes, pero que, sin embargo, en el Borgarfjaroasysla Grand Imperial o en cualquier otro lugar de esa ciudad de ese país de tiempo detenido resultan de lo más naturales. No desentonan para nada con esa grandiosidad decadente de un lugar en el que todo se ha construido de manera ostentosa como si esperara a ser llamado para la gloria, pero que ha terminado sumido en el más absoluto olvido y ostracismo. Un lugar que es como la sala de espejos de una feria tras la resaca de un día de fiesta que nos ofrece una imagen que, precisamente por distorsionada, es real.

«Entonces, ¿de verdad estoy aquí atrapado? ¿O te lo inventaste?
Yo no me atrevería a contestar a la pregunta de si estás aquí atrapado.
¿Mentiste en lo del puente?
No me gusta esa palabra: mentir».

En ese país sin nombre en el que todos, salvo el hombre y la mujer, tienen nombre, hasta el más secundario de los personajes parece filósofo. Toda pregunta tiene una respuesta cargada de dualidad. Toda frase tiene su envés. Con esas palabras que entrega al mundo a través de esta novela Peter Cameron nos habla de los puntos ciegos de las relaciones de pareja, de la paternidad y maternidad («los niños no son propiedad de nadie. La mayor parte del sufrimiento del mundo viene de ahí, de que la gente cree que los hijos le pertenecen, cuando en realidad lo único que tiene que hacer es cuidar de ellos hasta que puedan tomar posesión de sí mismos»), de la complejidad de dejar ir a los seres amados («por unos instantes tuvo una corazonada de cómo sería la muerte, y de cómo hay que dejar que el ser amado se vaya de este mundo y se deslice en silencio con semblante sereno hacia la oscuridad nevada»), de la vida que, como el día a la noche, da paso a la muerte («Es una cama muy caliente y agradable. ¿El colchón es de plumas? / Sí. / Es como dormir en el aire. Como flotar. Como estar muerta») o incluso de la difícil u olvidada relación con uno mismo («no estoy diciendo que tengas que estar solo. O necesariamente solo. Digo que no hagas nada por miedo a estar solo. Ahí empiezan los problemas»). Sus frases son sencillas. Sus preguntas, directas. Su prosa es bella. Es esa belleza limpia como la del escenario nevado y helado de esta novela. No importa que el hielo esté resquebrajado o que el manto de nieve esté mancillado. La belleza está ahí porque la fragilidad y la vulnerabilidad son bellas. Y aunque las horas de oscuridad ocupen sus buenas horas al día es esta una novela luminosa. Lo que pasa de noche es eso que subyace mientras estamos ocupados en eso que solemos llamar vivir. Es eso que realmente pasa cuando todo nos desborda y no nos queda otra que detener esa vida de mentirijilla y pararnos a escucharnos. «Tampoco es tan malo estar aquí de rodillas, con la cabeza en el váter. Estoy bien y en paz. Siguió con los ojos cerrados y se permitió hundirse en un lugar que estaba más cerca de su verdadero yo», leo y subrayo —como tanto, habréis podido apreciar, he subrayado— en esta novela. Pienso ahora en que qué buena metáfora encierran esas frases, en que los cuartos de baño o aseo son como los mantos de nieve. Los imaginamos de una blancura y limpieza inmaculada, pero es cuando han sido ensuciados, pisados y sobados cuando su pureza es mayor.

Lo que pasa de noche es una novela de lectura sencilla pero que encierra una gran complejidad. Mi reseña no le hace para nada justicia. Dudo que ninguna reseña pueda hacérsela, aunque no negaré que fueron las de Rosa Berros y Marian las que me pusieron en el camino para leer esta novela. Libros como este no son para explicar sino para leerlos y dejarse llevar. Como hacemos cuando escuchamos música. Como hacemos cuando soñamos siendo conscientes de que estamos soñando y abrazamos con naturalidad y reconocimiento cuanto de extraño vivimos en el sueño. Será que «la gente dormida oye las cosas más profundamente que la gente despierta». Serán, ahora que lo pienso, ese tipo de sueños en los que la consciencia y la inconsciencia se dan la mano lo que más se acerca a una respuesta para esa pregunta que, por supuesto, también leo en esta novela: «¿No hay nada más para ti? ¿Razón o milagros?»

«Era la mejor sensación que había tenido nunca: flotar a solas en la oscuridad. Se olvidó de su cuerpo y de su mente, que perdieron poco a poco la aceleración y se fueron aquietando hasta caer en una especie de inconsciencia consciente, un sueño en vigilia que le permitió entrar en contacto con la parte libre y auténtica del ser que afloraba únicamente en sus sueños».

Fotografía de Tobias Mandt bajo licencia CC BY 2.0





Ficha del libro:
Traductora: Catalina Martínez Muñoz
Editorial: Libros del Asteroide
Nº de páginas: 280
Año de publicación: 2022
ISBN: 978-84-17977-81-8





Si te ha gustado...
¿Compartes?
      ↓

Comentarios

  1. Lorena..., no sabes cómo he disfrutado leyendo esta reseña tuya, que creo que sí le hace justicia, totalmente. Antes que nada, agradecerte la mención y decirte que me ha alegrado tanto que la hayas disfrutado... y comprobar en esta ocasión también, que podemos coincidir y de hecho coincidimos a veces en nuestros gustos lectores.
    Con esta novela yo flipé en colores, sí, me fascinó de principio a fin. Ya sabes que a mí me llaman la atención las historias distintas, peculiares y esta lo es. De hecho la acabé pensando que no tenía mucha idea de lo que había estado leyendo , pero la sensación que me quedó fue magnífica, le estuve dando vueltas a la novela días y días. Desde el principio el autor consigue meterte en ese ambiente mágico e irreal pero que al mismo tiempo es muy real, ese ambiente lúgubre, gélido, de oscuridad. Pero lo mejor no es solo eso, lo mejor es su prosa, hechizante.
    Yo supe de la novela por Rosa, y tú por Rosa y por mi. Es curioso como los lectores nos vamos pasando la patata caliente de unos a otros, eso es magnífico, compartir esas lecturas que nos emocionan y nos calan.
    En fin, que este autor ha entrado en mi vida lectora para quedarse y entiendo que también en la tuya, seguiremos muy de cerca las andanzas literarias del autor, seguro
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues, sí, Marian, he disfrutado mucho de esta novela de Peter Cameron, un autor al que, sin duda, hay que tener muy en cuenta y estar pendiente de lo que publica. Y es cierto que la tuya y la mía es una relación lectora un tanto bipolar: o coincidimos mucho o nos gustan lecturas que no tienen nada que ver con los gustos de la otra. En todo caso creo que también esa diversidad de gustos es enriquecedora. Y a mí también me encanta cuando un libro va viajando entre blogs amigos, como ha sido el caso.
      Besos

      Eliminar
    2. Jaja, Lorena, me encanta lo de que nuestra relación lectora es un tanto bipolar, es genial esa forma de describirla y sí, a mi también me parece enriquecedora. Además de tu mano conozco muchas novelas que no leería, pero que me vienen bien conocer

      Eliminar
  2. ¡¡Qué belleza de novela y cómo tu reseña me la ha traído de nuevo a la cabeza!! Va a ser que sí que le haces justicia, la justicia que se le puede hacer a una novela grandiosa. Tu reseña, la de Marian, la mía lo que hacen es transmitir ese poso que la historia nos ha dejado. Son muy distintas, pero las tres dan testimonio de la huella que el libro ha dejado en nosotras. Peter Cameron es un autor para mí imprescindible ya. He leído todas sus novelas, al menos las que están traducidas que son todas las que salen en sus bibliografías, y todas son tan distintas como dices, pero todas tan hermosas... Muchas gracias por la mención. Me alegro mucho de haber contribuido a tu lectura de esta maravillosa novela que figura entre mis favoritas del año.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues es cierto que tanto tú como Marian sois las responsables de que haya leído esta novela, así que gracias por ello. Esas reseñas vuestras, como dices tan distintas, como lectoras distintas que somos y como distinta lectura deja un mismo libro en cada lector, me hicieron esta novela irresistible. Peter Cameron ya me había deslumbrado con Un fin de semana, que de hecho para mí fue una de las mejores lecturas del año en que la leí, pero es cierto que me enfríe un poco con el autor con Coral Glynn, que aun siendo una buena novela me desencantó un poco. Sin duda con Lo que pasa de noche vuelvo a situar a Peter Cameron en liza con esos autores a los que hay que tener muy en cuenta.
      Besos

      Eliminar
  3. Y yo que no he leído nada de este escritor...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues te lo recomiendo mucho, Esther. Tanto esta novela como Un fin de semana, ambas, como digo, completamente diferentes. Incluso puede que, aun pareciéndome Lo que pasa de noche una novela más especial y bella, Un fin de semana me haya gustado más y puede que sea incluso mejor.
      Besos

      Eliminar
  4. ¡Vaya! Al leer tu reseña y los comentarios de Marian y Rosa no puedo por menos que unirme al lamento de Esther. Sí, yo tampoco he leído aún a Peter Cameron, un autor que me suena a premier británico o algo así. Pero no voy a tener más remedio si es que quiero disfrutar que leerlo. Y claro que quiero disfrutar. Tomo nota de esos tres títulos que tú, Lorena, has leído y que citas en esta reseña-
    Tu comentario es espectacular. Tiene una calidad literaria impresionante; he disfrutado un montón leyéndote, querida amiga. Dices cosas interesantísimas y las citas que incluyes son llamativas e incitan a la lectura de la novela.
    Quiero destacar por encima de todo estas líneas tuyas que suscribo plenamente y cuyo sentido es la raíz de lo que es el arte mismo: «Libros como este no son para explicar sino para leerlos y dejarse llevar. Como hacemos cuando escuchamos música. Como hacemos cuando soñamos siendo conscientes de que estamos soñando y abrazamos con naturalidad y reconocimiento cuanto de extraño vivimos en el sueño.». Esta magia que se esconde en la obra artística de calidad es lo que más me incita a leer a este escritor.
    Y sobre las influencias lectoras de unos blogs sobre otros, ¡1ué maravilla que eso sea así! Ya ni sé la de libros que habré leído tras saber de ellos por ti, por Rosa, por Marian... Qué bueno es ir sobre seguro al haber pasado esa lectura filtros de calidad tan contrastados como los vuestros -el tuyo en especial-. Me encanta por eso leeros. Y ya, lo acabo de apuntar. A ver si lo leo.
    Un beso grande, amiga

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues, nada, Juan Carlos, que siga viajando esta novela entre blogs amigos porque, efectivamente, ya estás tardando en estrenarte con Peter Cameron. Yo entre las tres novelas de Cameron que menciono, como le digo a Esther, te recomendaría esta o Un fin de semana.
      En cuanto a las citas, sí, son magníficas, tanto que me he pasado (y ya me paso habitualmente) con las que he incluido en la reseña, pero es que me ha resultado imposible prescindir de ellas.
      Es una novela que no es de compleja lectura porque la prosa y diálogos de Cameron te llevan por ella con fluidez, pero sí es de compleja interpretación. Así que, nuevamente sí, Juan Carlos, lo mejor que haces es leerla.
      Besos

      Eliminar
  5. Ya la tenía apuntada por otras opiniones pero entre tantos libros no hay forma de hacerle hueco. Pero después de leer tu maravilla de reseña creo que voy a tener que colarlo, que me has dejado con unas ganas tremendas. Y a ver si así me estreno con el autor!
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, eso nos pasa a todos, Margari: más libros en la lista de pendientes que tiempo disponible para leer. Espero que lo disfrutes si le hace hueco.
      Besos

      Eliminar
  6. Gracias, Lorena, por tus sentidas líneas -las de siempre- y tu honesta apreciación del título de marras. Realmente, me ha sorprendido gratamente tu reseña, puesto que de Cameron sólo he leído 'Algún día...' y me ha gustado, no sin dejar cierto cosstado abierto a la polémica.
    Por lo que nos cuentas, éste puede volverse una buena lectura, con ciertos arrestos de profundidad en él. Lo apunto debidamente, y me tomo el atrevimiento de sugerirte un libro de Peter Stamm, que también transcurre en esas latitudes donde el sol escasea: Paisaje aproximado. La lectura de tu trabajo me lo ha recordado.
    Un fuerte abrazo para ti.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No he leído Algún día este dolor te será útil. No sé si es el título en sí, que me suena a libro de autoayuda, o cuál puede ser el motivo, pero el caso es que es una novela que no me llama la atención. Cierto es que siempre me he encontrado opiniones positivas sobre la misma y que, siendo la autoría de un autor que me gusta, tampoco descarto su lectura. Y tú ahora, con tu comentario, me has creado intriga y curiosidad con lo que señalas de la polémica.
      Tomo buena nota de tu recomendación, Marcelo. Acabo de cotillear por la red y he visto que en España Paisaje aproximado viene de la mano de Acantilado, cuya labor editorial es más que recomendable. Otra razón, por tanto, para tener en cuenta esa novela de Peter Stamm.
      Otro abrazo para ti, Marcelo.

      Eliminar

Publicar un comentario

Gracias por tu tiempo.
Participa siempre con libertad y respeto.
Por favor, no dejes enlaces a otras webs o blogs. Si quieres ponerte en contacto conmigo por motivos ajenos a esta entrada puedes escribirme a mi dirección de correo electrónico. Búscala en la pestaña Información y contacto.