No y yo - Delphine de Vigan

«Existe esa ciudad invisible, en el mismo corazón de la ciudad. Esa mujer duerme cada noche en el mismo sitio, con su edredón y sus bolsas. En la misma acera. Esas personas bajo los puentes, en las estaciones, esa gente acostada sobre cartones o acurrucada en un banco. Un día, empezamos a verlos. En la calle, en el metro. No sólo a los que piden limosna. A los que se esconden. Descubrimos sus pasos, su chaqueta deformada, su jersey agujereado. Un día nos encariñamos con una silueta, con una persona, hacemos preguntas, intentamos encontrar razones, explicaciones. Y después contamos. A los demás, miles. Como el síntoma de nuestro mundo enfermo. Las cosas son como son. Pero yo creo que hay que mantener los ojos bien abiertos. Para empezar».

Lou mantiene los ojos abiertos porque no puede cerrarlos, porque no puede para de pensar. «Desde que miramos a nuestro alrededor, nos planteamos preguntas. Yo miro a mi alrededor, eso es todo», dice Lou. Pero no, eso no es todo porque Lou no se conforma con cualquier respuesta, y es que aprendió demasiado pronto que «las primeras respuestas son siempre esquivas». «A menudo puedo ver lo que le pasa a la gente por la cabeza», nos cuenta, «como un juego de pistas, un hilo negro que basta con hacer deslizar entre los dedos, frágil, un hilo que conduce a la verdad del mundo, la que nunca será revelada. Mi padre me dijo un día que eso le daba miedo, que no había que jugar a eso, que había que saber bajar la vista para conservar la mirada infantil. Pero yo no consigo cerrar los ojos, están completamente abiertos, y a veces pongo las manos delante para no ver».

Pero Lou ve. Las respuestas puede que sean esquivas, pero quien no esquiva la mirada es Lou. Le gusta acudir a la estación de Austerlitz tras salir de clase. Acude allí porque le gusta advertir la emoción de la gente y qué mejor lugar para ello que una estación de tren; qué mejores circunstancias que las despedidas y los reencuentros de los seres queridos. 

Es en esa estación de tren donde Lou conoce a No. Esta última ya la había visto más veces por allí. Nunca se había acercado ni habían hablado, pero ese día No aborda a Lou y le pregunta si tiene un cigarrillo.

Lou tiene trece años y No dieciocho. Lou ya va al instituto y No no ha terminado la secundaria. Lou vive con una madre ausente que no sale de casa y con un padre que llora en el cuarto de baño y que sale del aseo con una sonrisa sostenida en los labios, mientras que No vive en la calle, duerme donde puede y la mayoría de los días se despierta sin saber dónde va a pasar la noche.

Es extraño. Lou se siente bien hablando con No. Habitualmente se siente fuera de los grupos y de las conversaciones. Con No, en cambio, siente que podría hablar de cualquier cosa, incluso de ese caos que es su cabeza y que nunca comparte con nade. A ojos de No no se ve como la extraña que es a ojos de los demás. Además, en ese primer encuentro le había parecido que No «conocía de verdad la vida, o más bien que conocía algo de la vida que daba miedo».

La madre de Lou también «sabe algo que no deberíamos saber. Por eso no es apta para trabajar, está escrito en los papeles de la seguridad social, sabe algo que le impide vivir, algo que sólo debería saberse cuando se es muy viejo». 

Lou, en cambio, es muy joven. Sin embargo, demuestra para su edad una madurez inquietante. Eso le dijo a su padre una psicóloga cuando Lou estaba en quinto de primaria.

Lo que le ocurre a Lou es que es intelectualmente precoz. Superdotada, si se quiere. Por eso está dos cursos más avanzada de lo que le correspondería por su edad. Por eso tiene «una gran capacidad para conceptualizar, para comprender el mundo», pero a la vez puede estar indefensa frente a situaciones simples. Toda esa inteligencia y a veces a Lou le parece que en ella hay algún «defecto, un cable invertido, una pieza defectuosa, un error de fabricación, no algo de más, como podría creerse, sino algo que me falta».

Lou puede dar una repuesta correcta en clase a una pregunta que ninguno de sus compañeros dos años mayores que ella sabe responder, pero es incapaz de atarse los cordones de sus Converse. Lou es capaz de descifrar las emociones de los rostros anónimos de los usuarios de la estación de Austerlitz, pero rechaza las invitaciones de cumpleaños de sus compañeros porque frente a ellos se siente pequeñita, diminuta, tan poca cosa que casi podría decirse invisible.

Para Lucas, Lou no es invisible. También es extraña esa conexión: la más pequeñita y el más grandullón de la clase.

Lucas ha repetido dos cursos y por ende tiene dos años más que sus compañeros de quince. También sabe algo que los demás no saben o que no debería saber a su edad. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con Lou, la inseguridad no domina el comportamiento de Lucas. Es descarado, va por ahí pavoneándose, conoce a todo el mundo y las chicas lo idolatran.

Lucas le dijo una vez a Lou que era un hada. Eso fue antes de que Lou se convirtiera en una especie de hada para No. Lo que ocurre es que Lou y No no están en un cuento de hadas. El mundo que habitan es muy real y en la vida real los príncipes no se mezclan con la plebe y los zorros no se domestican. («Yo no soy de tu familia, Lou. Eso es lo que tienes que entender, nunca seré de tu familia»).

«No sé por qué pensé en el Principito, ayer al acostarme. En el zorro, más concretamente. El zorro pide al Principito que lo domestique. Pero el Principito ignora lo que eso significa. Entonces el zorro se lo explica, me conozco la escena de memoria, tú no eres para mí todavía más que un niño idéntico a otros cien mil niños y no te necesito para nada. Yo no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo.
Quizás sólo importe eso, quizás baste con encontrar a alguien a quien domar».

Lucas bromea constantemente en el aula, habla por lo bajo, pasa notitas disimuladamente. En clase de lengua, en cambio, se queda callado. Sabe que es la favorita de Lou. Sabe que adora la gramática porque «revela el sentido oculto de la historia, disimula el desorden y el abandono, enlaza elementos, aproxima a los contrarios, la gramática es un método formidable de organizar el mundo como querríamos que fuese».

El mundo, sin embargo, no responde a nuestros deseos. Las cosas son como son, le repite incansablemente a Lou su padre. Así es como suenan tantos de esos machacones comentarios rebosantes de esa adultez que para Lou está más cercana de lo que se cree. («Algo acababa de pasarme que me había hecho crecer»).

«Los perros pueden llevarse a casa, pero a los sin techo no. Yo pensé que si cada uno de nosotros acogiera a un sin techo, si cada uno de nosotros decidiera ocuparse de una persona, una sola, ayudarla, acompañarla, quizás habría menos en las calles. Mi padre respondió que no era posible. Las cosas son siempre más complicadas de lo que parecen. Las cosas son como son, hay muchas de ellas contra las que no se puede hacer nada. Eso es sin duda lo que hay que admitir para convertirse en adulto.
Somos capaces de enviar aviones supersónicos y cohetes al espacio, de identificar a un criminal a partir de un pelo o de una minúscula partícula de piel, de crear un tomate que se conserva tres semanas en el frigorífico sin una arruga, de guardar en un chip microscópico miles de millones de informaciones. Somos capaces de dejar morir a gente en la calle».

Las cosas son como son. Dos y dos son cuatro. Uno más uno es dos. Solo que en la ecuación de la vida cada uno tiene diferente valor. «No deberían hacer creer a la gente que pueden ser iguales ni aquí ni en cualquier otro sitio». No deberían cuando el balance global del mundo es una mierda que apartamos en una realidad paralela porque apesta y no queremos impregnarnos con su olor. 

Gare d'Austerlitz, Paris, fotografía de Chris Applegate bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0 DEED

La gramática, pues, no basta; las palabras, tampoco. Se «escapan, se ocultan, se dispersan; no es una cuestión de vocabulario ni de definición, porque en cuestión de palabras conozco muchas, pero en el momento de decirlas se desvanecen, se disgregan, por eso evito los relatos y los discursos, me conformo con responder a las preguntas que me hacen, me guardo para mí el excedente, la exuberancia, esas palabras que multiplico en silencio para acercarme a la verdad». Y es que «las palabras no podían expresar ni la necesidad ni el miedo». Tampoco la omisión ni la ausencia. Para esto último recurrimos al truco de las matemáticas, pero «el hecho de expresar la ausencia de cantidad con un número no es evidente en sí mismo. [...]. Los números no dejan de ser una abstracción y el cero no expresa ni la ausencia ni el dolor».

«No entiendo la ecuación del mundo, la división del sueño y la realidad, no entiendo por qué las cosas basculan, se invierten, desaparecen, por qué la vida no cumple sus promesas», se lamenta Lou. «Pienso en la igualdad, en la fraternidad, en todas esas cosas que nos enseñan en el colegio y que no existen». Piensa en esos peros que no enseñan en el colegio pero que la vida bien se encarga que cosamos a esas bonitas palabras de igualdad y fraternidad. Piensa que «el problema son los peros, precisamente, pero con los peros no se hace nunca nada». Piensa en por qué no se puede llevar a casa un zorro sin hogar como se lleva a un perro abandonado. Aunque no se pueda domesticar al zorro. Aunque el zorro nunca vaya a ser un perro. Pero al menos el zorro ya no estaría solo. Al menos el zorro sería único en el mundo para alguien. «Antes nadie en el mundo se preocupaba de saber dónde dormía y si tenía qué comer. Antes nadie en el mundo se preocupaba de si había vuelto. [...]. Esa es la diferencia. Quizás no cambie el curso de las cosas, pero es la diferencia». Y, como si el vocabulario que tantas veces se le escapa se llenara de repente de contenido y se aliara con unas nuevas reglas de la aritmética, Lou quiere que, por una vez, la diferencia no reste sino que sume.

«A mí me importa un comino que haya varios mundos en el mismo mundo y que haya que quedarse cada uno en el suyo. No quiero que mi mundo sea un subconjunto A que no posea ninguna intersección con otros (B, C o D), que mi mundo sea una patata estanca trazada sobre una pizarra, un conjunto vacío. Yo preferiría estar en otro lado, seguir una recta que me llevara a un sitio donde los mundos se comunicasen entre ellos, se comunicaran, donde los bordes fueran permeables, donde la vida fuera lineal, sin ruptura, donde las cosas no se detuvieran brutalmente, sin razón, [...]».

No es de lengua ni de mates, sin embargo, de lo que da clases Pierre Marin. El señor Marin es el profe de Ciencias económicas y sociales y quien le recuerda a Lou al principio de esta novela que os traigo hoy que aún no ha escogido tema para la exposición oral que todos los alumnos tienen que realizar. Con esa alergia y poca fe que tiene Lou en los discursos y los relatos y con ese miedo escénico que la invade al imaginarse allí, ella, la cerebrito, tan pequeñita y tan poca cosa frente a sus compañeros tan resueltos y con esos cuerpos en pleno desarrollo, improvisa algo sobre «hacer un retrato del itinerario de una joven sin techo, de su vida, esto…, de su historia. Quiero decir…, cómo es que se encuentra en la calle». «Un…, un testimonio. Voy a entrevistar a una joven sin techo. La conocí ayer, y ha aceptado». Y cierto es que Lou ha conocido a No el día anterior, pero lo que aún tiene que conseguir es que No acepte a ser entrevistada, a hablar, a compartir con Lou eso que muchos dudarían antes de denominar vida.

Lou invita a No a tomar algo. No acepta probablemente más tentada por la perspectiva de guarecerse en un sitio caliente y de la bebida que por entablar conversación con Lou. En cualquier caso, los encuentros entre ambas jóvenes van sucediéndose. El ambiente de la cafetería caliente los huesos de No y las cervezas y el vodka calientan ilusoriamente su estómago y su soledad. No comienza a ofrecerle a Lou «un regalo que modifica los colores del mundo, un regalo que pone en cuestión todas las teorías». Responde a las preguntas de Lou a veces con evasivas; otras, con sinceridad. En ocasiones se estable entre ellas el silencio, un silencio que «está cargado de toda la impotencia del mundo, nuestro silencio es como una vuelta al origen de las cosas, a su verdad»; un silencio que sustituye a esas palabras que se escapan, se ocultan y se dispersan porque «la violencia también está en el silencio, que a veces es invisible a la simple mirada. La violencia es ese tiempo que cubre las heridas, el encadenamiento irreductible de los días, esa imposible vuelta atrás. La violencia es aquello que se nos escapa, calla, no se muestra, la violencia es aquello para lo que no hay explicación, eso que permanecerá opaco para siempre».

Quizás por primera vez desde que su madre vive encerrada en su tristeza, Lou se siente única en el mundo para alguien con No, con esa adolescente que arrastra tras de sí su maleta, que se vería guapa con un buen baño y con ropa no agujereada, que a leguas se ve que vive en la calle y que despierta en quien la ve una mezcla de rechazo y conmiseración. En esa intersección entre dos mundos en las antípodas que han creado ambas jóvenes, Lou deja de ser una adolescente minúscula e insignificante y No una de tantos de esos indigentes integrantes de una legión invisible y cada vez mayor que constituye el efecto secundario de un mundo enfermo que se automedica con indiferencia.

Cuando se comparte la intersección es tentador querer derribar compartimentos estancos, soñar con eliminar las líneas divisorias que encierran esas burbujas que son los conjuntos A y B de los que provienen Lou y No, esas caras A y B de todas las ciudades que, como el París de esta novela, pertenecen al mundo desarrollado o primer mundo. El cambio de mundo, sin embargo, no es tan fácil como sustraer un 1 a B para sumárselo a A, sino más cercano a que suceda que ese 1 «ya no pertenece a ese mundo y tampoco al nuestro, no está ni fuera ni dentro, está entre los dos, allí donde no hay nada».

No y yo es una de las primeras novelas de Delphine de Vigan (y la quinta que yo leo de ella tras Nada se opone a la noche, Días sin Hambre, Basada en hechos reales y Las lealtades). Publicada en España por primera vez en 2009 por Suma de Letras es recuperada por Anagrama, el sello editor habitual de la autora en nuestro país, en 2021. En ella la escritora francesa hace gala de la conciencia social con la que habitualmente impregna sus novelas (especialmente las que se alejan del tinte autobiográfico). Vuelve a deleitarnos con una prosa de esas que fluyen con absoluta normalidad, que te cogen desde la primera frase y no te sueltan hasta el final. Nos regala en esta ocasión, además, una protagonista —Lou— a la que es imposible no querer, una adolescente vulnerable que ha despertado en mí una empatía a la altura de las que me provocaron la Amaia de Edurne Portela en Mejor la ausencia y la Miriam de Cristina Araújo Gámir en Mira esa chica. De Vigan podía haber optado para esta historia por una deriva a modo de cuento de hadas moderno, por —ya que leí este libro en los días previos a la Navidad pasada— abogar por ese espíritu de fraternidad e igualdad tan identitario del país en el que trascurre y que a todos nos gusta pensar que enarbolamos. Opta, en cambio y sabiamente, por un desenlace justo, medido y realista. Nadie como la diestra y maravillosa Delphine de Vigan para recordarnos que nada mejor que la literatura para hacernos visible la cara B y permitirnos habitar, aunque tan solo sea durante el tiempo de lectura de esta novela, la intersección, esa intersección que es «compartirlo todo, incluso lo que no podemos comprender, incluso lo más oscuro». Nadie como ella para hacernos reconocer que por mucho que admiremos a Lou no somos como ella, que acostumbramos a evitar las preguntas incómodas o a responderlas de manera esquiva y que en los tenues límites que circuncidan nuestra burbuja de comodidad preferimos la opacidad a la visibilidad, blindar nuestra cara A individual frente a la sonrojante B que se aferra a que las cosas son como son: tan complejas y enredadas en los peros que se nos mezcla el no saber con el no querer desenredarlas.

«[...] no os importa nada porque estáis bien protegidos, porque os molesta tener alguien que bebe delante de vosotros, alguien que no va bien, porque eso desequilibra el cuadro, [...]».

Street Dreams, fotografía de Danny Roberts bajo licencia CC BY-ND 2.0 DEED





Ficha del libro:
Título: No y yo
Traductor: Juan Carlos Durán
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2021 (2007)
Nº de páginas: 224
ISBN: 978-84-339-6079-5





Si te ha gustado...
¿Compartes?
      ↓

Comentarios

  1. Magnífica novela y magnífica la reseña que le has hecho. Es la antepenúltima novela de la autora que he leído y me pareció un varapalo a la autocomplacencia del mundo, un ponernos en la realidad con todas sus letras y hasta con un poco de crueldad. Y el final es el que corresponde. Nada de cuentos para descansar la conciencia. No merecemos que nuestra conciencia descanse. las reflexiones que se ponen en boca de Lou y de Lucas son para pensar mucho.
    «[...] un mundo enfermo que se automedica con indiferencia». Eso es exactamente nuestro mundo. Te ha quedado una frase para enmarcar. Un mundo como el nuestro solo puede ser un mundo enfermo y si podemos sobrevivir a esa enfermedad es a base de indiferencia, de mirar hacia otro lado cuando pasamos ante una de esas "anomalías" que son los pobres, los sin techo, los drogadictos, los alcohólicos... No hay mucho más que decir.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Parece (o me ha parecido a mí) una novela tan como un cuento de hadas moderno, y, sin embargo, nos da tan tremenda bofetada en toda la cara.
      De Delphin de Vigan poco vamos a hablar porque a los dos nos encanta y es una maravilla leerla. Del resto, efectivamente no hay mucho más que decir porque lo que sí hay es mucho que hacer. Lo que pasa es que es más fácil no hacerlo. Habría que renunciar a demasiado. Habría casi que desmantelar el mundo tal y como lo hemos montado y volver a montarlo teniendo en cuenta todas las piezas.
      Besos

      Eliminar
  2. Bueno bueno..., Lorena, vaya reseña que te has marcado. De Vigan es una de mis autoras favoritas, de hecho curiosamente estoy ahora con uno de ella, con Las lealtades y me encanta. Es que esta autora, como dices trata muchas veces temas sociales que además siempre son distintos, nunca repite y siempre son interesantes, además de su magnífica prosa que como dices te coge desde el principio y no te sueltan hasta el final
    Esta novela es de mis preferidas de las 6 que he leído suyas, mas que nada porque me encantaron los dos personajes, Lou y No y esa amistad tan curiosa que se forja entre ellas
    Me encanta coincidir contig
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Leí Las lealtades. Me gustó mucho. La única pega que le puedo poner es que me supo a poco, es decir, me quedé con la sensación de que la novela podía haber tenido un mayor recorrido.
      De Vigan siempre toca temas interesantes, incluso a veces incómodos, pero con es prosa suya que lleva con absoluta fluidez al lector por sus páginas consigue que este transite con holgura a través de ellos. En esta novela, además, los personajes tienen un papel importantísimo en esa adhesión del lector. No me extraña que sea una de tus favoritas.
      A mí también me encanta coincidir contigo, jeje.
      Besos

      Eliminar
  3. De la De Vigan sólo he leído Nada se opone a la noche y no la recuerdo como algo fuera de serie. Pero constantemente me topo con muy buenas reseñas como la tuya, lorena, que me hacen reconsiderar mi opinión. Sí, tengo que reformularme a Delphine de Vigan, tengo que volver a leerla. Sé que cuando todos van en dirección contraria, el equivocado no puede ser más que uno.
    A mí la Mirian de Cristina Araujo y la Amaia de Edurne Portela me agradaron mucho; si la Lou de esta novela es semejante a ellas, como dices, entonces no voy a tener más remedio que dar otra oportunidad a la De Vigan. Hala, ya la tengo apuntada y en lista de salida.
    Gracias por hacerme caer del caballo (ja, ja...)
    Un beso grande, Lorena

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No estoy yo muy segura de que cuando todos van en dirección contraria el equivocado sea uno, Juan Carlos. A todos nos pasa en alguna ocasión que un libro o un autor que parece gustar a todo el mundo a nosotros ni fu ni fa y nos quedamos sin entender a qué viene tanto halago. No creo que eso convierta al libro o autor en malo, pero tampoco a nuestra opinión en equivocada. A veces hay libros o autores que no son para uno. No hay más. Y con esto no quiero decir que no te anime a darle otra oportunidad a Delphine de Vigan. Eso eres tú quien tiene que decidirlo. En todo caso, ya que Nada se opone a la noche te dejó indiferente, teniendo en cuenta el fuerte componente autobiográfico de ese libro, te recomendaría para volver a la autora algo que se aleje de esa vertiente más íntima y personal. Creo que para ello este No y yo puede ser una buena opción.
      Probablemente hayan sido la juventud, vulnerabilidad y honestidad de personajes como la Miriam de Araújo Gámir y la Amatia de Portela las que me hayan hecho hermanarlas con la Lou de de Vigan. Si finalmente te animas a conocer a esta última, ya me contarás qué opinas tú.
      Otro beso grande para ti.

      Eliminar
  4. Qué razón tienes en que esta autora es de las que te enganchan desde la primera frase y ya no puedes soltar el libro hasta el final. Solo he leído dos novelas suyas y ambas me encantaron. De las que no me importaría volver a leer porque seguro que las disfrutaría hasta más. Me apunto ésta, que no la conocía.
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues si ya has disfrutado de la autora, seguro que esta novela también te gusta.
      Besos

      Eliminar

Publicar un comentario

Gracias por tu tiempo.
Participa siempre con libertad y respeto.
Por favor, no dejes enlaces a otras webs o blogs. Si quieres ponerte en contacto conmigo por motivos ajenos a esta entrada puedes escribirme a mi dirección de correo electrónico. Búscala en la pestaña Información y contacto.