La marca del agua - Montserrat Iglesias

«Noble sabe que el agua no es un problema. Son los de fuera los que han convencido a todos de que hay que cercarla como a las gallinas para que no nos dé mal vivir. Pero Noble no escucha lo que dicen los funcionarios del Gobierno y jamás aceptará esa mentira. Los del pueblo tampoco entienden a los que llegan trajeados de Madrid o de Segovia, sueltan su discurso y regresan a unas casas que nadie se atrevería a inundar, pero han preferido resignarse: «Ellos sabrán más, que tienen estudios», dicen. Como si no tener estudios te arrancara los ojos de la cara... Lo parece... Hace tiempo que dejaron de ver el agua como la ve Noble: tan clara que no nos daríamos cuenta de que está ahí si no parloteara a su paso; tan fría que, de solo pensarla llegando al gaznate, alivia; tan suya que adelgaza y engorda cuando le da la gana porque ha nacido para no estar sujeta. Es lo que les da rabia a los de fuera. Ellos quieren que el agua sea obediente y eso es imposible, a no ser que la conviertas en ese maldito cangrejo oscuro que inunda el pueblo».

Sara, como el agua, tampoco ha nacido para estar sujeta. Por ello se cuelga de un machón de la cuadra esa noche. Esa noche que precede a esa madrugada en la que Marcos descubre el cuerpo inerte de su hermana colgado. Esa madrugada de ese día en el que el agua alcanza la marca en la piedra que anuncia que en diez días la casa será agua. Ese día en el que Marcos, junto con Noble, el mejor caballo que haya tenido jamás, inicia el camino desde el pueblo condenado al pueblo nuevo con el cadáver de Sara porque allí «no será nada. Algo sumergido bajo el agua no es un sitio». «Aquí todo se lo acabará tragando el agua y todo el pueblo será ningún sitio: el agua no es un lugar, es el agua». El agua que será ese pueblo que Marcos sintió suyo cuando llegó a él con diez años, su madre y la bebé que entonces era Sara. Tentada estoy de decir que desde entonces Sara ya era un río que necesitaba fluir, recorrer y ver, pero, como bien sabe Marcos, «Sara no fue un río, sino un temblor que resquebrajó la tierra entre madre y yo. Casi treinta y un años así, como las paredes de los cortados, una frente a la otra, pero cerca, sin separarnos del todo, pues los dos taludes necesitaban estar próximos de lo que los ha separado y unido eternamente».

Pero Sara sí era un río, como río somos todos y por eso somos y no somos los mismos con el trascurso del tiempo. Bien lo comprobó Marcos cuando volvió de la mili, «que habíamos cambiado. Madre, Sara, yo. Nos habíamos hecho más nosotros mismos queriendo cosas que yo supe desde el principio que no podrían vivir juntas». Será por esas cosas que se quieren por las que se toman decisiones sin sospechar que estas «son como las piedras que se desprenden del talud. Podrán quedarse durante un tiempo en un hueco de la pared, pero su destino final siempre es el suelo». Y así el talud se vuelve un poco más amenazante y la piedra en el suelo entorpece el camino.

Marcos fue a la mili porque en aquellos tiempos los hombres iban a la mili y después fue a la guerra porque pocos se libraron de ir. Y, como a todas partes, uno va porque quiere o porque lo obligan; no hay más. Así, en Hontanar, ese pueblo sobre el que ya se cernía entonces la amenaza del agua, unos fueron a la guerra y otros a hacer la guerra. Porque «las guerras se declaran en uno cuando hay un motivo para hacerlas. De otra forma, alguien puede ponerte en las manos un fusil, pero no estás haciendo una guerra. Eso lo supe antes de alistarme […]. Sin embargo, lo que descubrí mucho después, […], es que las guerras tampoco acaban hasta que desaparece el motivo».

De las guerras, sin embargo, cada uno vuelve como puede. Y ni siquiera los que vuelven como héroes tienen un grato regreso porque «no sé si eres un héroe si lo único que deseas es reparar un daño».

En Hontanar, así como en la familia de Marcos, al igual que con las guerras, cada uno tiene sus motivos para actuar como actúa. Eso lo voy descubriendo a medida que ese hombre de pocas palabras que es Marcos va rememorando su historia y la de su familia. Eso tardo en notarlo porque esta primera novela larga de Montserrat Iglesias, cual si de un mandato de su título se tratara, tiene una marca para mí a partir de la cual comienzo a escuchar el susurro de su agua. Esa marca es Sara y una escena en concreto en la que la empiezo a ver y a sentir. A partir de esa gota, todo comienza a desbordarse lentamente y cada nueva gota es un alivio y una bendición para mi sed lectora. Así, comienzo también a ver y a sentir a Marcos. Así, comienzo también a ver a don Rufino, a Gabriel, a la Vitoria, …

Cuando descubrí la existencia de La marca del agua en lo primero que pensé fue en Distintas formas de mirar el agua, esa novela también sobre un pueblo desaparecido por la construcción de un pantano de Julio Llamazares que fue para mí una promesa truncada. Cuando comienzo a leerla y asisto al peregrinaje de Marcos con el cadáver de su hermana, bien podría haberme acordado de los Bundren recorriendo las tierras bañadas por el Mississippi con el cuerpo inerte de la esposa y madre, pero nada tiene que ver La marca del agua con Mientras agonizo ni Montserrat Iglesias con William Faulkner. De quien inesperadamente me acuerdo, sin embargo, es un poco de Elvira Valgañón y su Invierno y un bastante de Elisa Levi y su Yo no sé de otras cosas. Supongo que ello es por la poeticidad que comparten las tres narraciones, así como por el hecho de que las tres se circunscriben a historias chiquitas que suceden en sitios olvidados. Supongo en el caso de Yo no sé de otras cosas que porque la historia que narra, al igual que la narrada en La marca del agua, comienza a contarse por el día final para luego ir constantemente retrotrayéndose en el tiempo e ir desgranándose poco a poco. Me falta en la novela de Iglesias, sin embargo, la fuerte e inmediata empatía que sentí por la protagonista de Levi. Me da rabia que una prosa tan cuidada y trabajada como la de Iglesias me deje tan fría durante aproximadamente el primer tercio de su novela. Asimismo, me sorprende relacionar dos novelas que, aunque con escenarios similares, me cuentan dos historias opuestas: la de quien sufre por sentirse atada al pueblo y la de quien sufre por verse desterrado de él. Entonces empiezo a sentir la desgana provocada por el agua cercada que es Sara y comienzo a comprender que los opuestos no son sino imágenes especulares de una misma cosa.

«Había sacado su libreta más grande y la caja de latón donde guarda esas barritas, más negras que sarmientos quemados, que utiliza para pintar. «¿Nunca usa colores?», pregunté. «Con las sombras los colores se sienten mejor, aunque no se vean»; eso me dijo, sentado en el centro de la grada, casi en el mismo sitio en el que estoy ahora, sin dejar de mirar la ermita y el papel en blanco. «A veces me dan tanta envidia...». «¿Las sombras?». «Ustedes». La sorpresa me dejó la mano inmóvil entre las orejas de Noble. «Tienen todo esto», trazaba líneas largas sobre la hoja, pero tan poco marcadas que desde mi sitio al pie de la fuente no podía distinguirlas. Cerré el puño sobre las crines del caballo. «Nada es nuestro ya desde que firmamos las indemnizaciones». Me miró solo un instante antes de empezar a tiznar en negro las líneas invisibles, y fue entonces cuando supe que me entendía, aunque no conociera que Marcos Cristóbal no había existido nunca ni supiese que estaba frente a otro hombre llamado Marcos Valle. «No se trata de que un sitio te pertenezca, sino de ser parte de un sitio. De que ese sitio te diga: “Tú eres mío”. Eso es lo que ustedes tienen que yo no he tenido jamás»».

Presa de Linares de los Arroyos, que conserva el nombre del extinto pueblo de la familia paterna de Montserrat Iglesias anegado por las aguas del pantano. Fotografía de Felipe Cuenca Diaz bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0 DEED.

Eso es de lo que trata esta novela, de sitios a los que se pertenece y a los que no, de la suerte que es habitar el lugar de uno en el mundo, del dolor que causa no estar en ese lugar o sentir que te lo arrebatan, de las personas que son lugares amados, de lo que cuesta perder, de lo que desgarra dejar ir.

«¿Qué es nostalgia, don Gabriel?». «Cuando se echa de menos algo que te gustaba mucho». «Y si te gusta tanto, ¿por qué no te lo quedas?». «No es tan fácil, Juan. A veces hay que dejar las cosas. Tú echarás de menos Hontanar cuando os marchéis, ¿lo entiendes?». La mano de Gabriel se movía cada vez más rápido y ya no dibujaba solo con esa especie de barrita de regaliz gorda, sino que también utilizaba las yemas de los dedos. «Pero yo ya no podré volver a Hontanar y su madre sí que podía volver a su pueblo. ¿O también pusieron un pantano allí? ¿Fue eso?»

De cuando somos un pantano que anega la dicha ajena. De cuando esa dicha es la de quien más queremos.

Montserrat Iglesias rescata con La marca del agua la memoria de tantos pueblos españoles que, como el ficticio Hontanar, fueron sacrificados y ahogados en la década de los cincuenta del pasado siglo en beneficio del progreso y del bien común. Con una prosa intimista, limpia y ligada a la tierra da voz a los protagonistas anónimos de esas historias chiquitas que fueron sepultadas y arrasadas por esa otra historia más grande y más conocida que tantas veces funciona como apisonadora de vidas anónimas. Su valor está en saber mirar lo que no está y en tener la destreza de hacérnoslo ver.

«No sé lo que vio el Basilio, yo solo me acuerdo de lo que no vi. No había casi sangre. Pensé que siete hombres muertos dejarían mucha sangre, pero solo quedaba un rastro de manchas negras, pequeñas, no del todo redondas, como el centro de un charco de agua la mañana siguiente a una tormenta. ¿Dónde habría muerto el Cantamañanas, dónde el señor Riaño, el tío Cirilo, el capataz de la mina? Esperé encontrar algo que me lo dijera. No sé si también era lo que buscaba el Basilio mientras arrastraba los pies por la tierra. Las gafas del señor Riaño, el chisquero de su padre, la navaja del señor Honorato. Sin embargo, nada distinguía una mancha de otra. Todo estaba casi como si no hubiese pasado nada. El día era caluroso y los buitres ya habían encontrado las corrientes de aire caliente para dibujar sus círculos. A los que murieron allí, ni se les concedió ver por última vez a los buitres. A mí me hubiese gustado al menos caer boca arriba y contemplar la espiral del cielo. Cualquier hijo de Hontanar se merece algo así, contemplar por última vez a esas criaturas más grandes que cualquier hombre y más recias que la propia roca. Sin embargo, solo verían un cielo cuajado de estrellas que no pertenece a nadie y sentirían el ulular del gran duque, pero qué consuelo podría darles un animal escondido cuando ellos no habían podido escaparse. «¿Dónde están los cuerpos?». «Dicen que los enterraron por la finca de Maluque». «¿Nadie ha ido a ver?». No supe qué contestar».

Buitre, fotografía de David Mejias bajo licencia CC BY 2.0 DEED





Ficha del libro:
Editorial: Lumen
Año de publicación: 2021
Nº de páginas: 272
ISBN: 978-84-264-1043-6
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Comentarios

  1. Justamente no he leído Distintas formas de mirar el agua. Tras la lucha, y la derrota, para salvar Riaño, creo que quedé un tanto agotada y no me apeteció leer más sobre el tema. Pero ando recuperando cosas de Julio Llamazares que no he leído y tengo esta entre lo recuperable, aunque ya veo que no terminó de convencerte. Yo me paseé por el fondo del embalse del Porma cuando lo vaciaron para limpiarlo en los años ochenta. Era estremecedor. En Vegamián aún se veía las puertas de la escuela donde decía Niños y Niñas. Como no demolieron los pueblos, como en Riaño, las casas estaban aún más o menos en pie.
    El libro que nos traes hoy lo tengo apuntado hace dos años. Te agradezco el recordatorio A ver si de ésta sale de la lista. Me gusta mucho lo que cuentas y las citas que destacas.
    Un beso.

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    1. Distintas formas de mirar el agua cuenta cosas interesantes, parte de una buena premisa y cuenta con una buena estructura a través de sus diferentes narradores. Lo que me pasó con esa lectura es que se me estancó. Era un darle la vuelta continuamente a lo mismo. Recuerdo que cuando en su momento lo comenté fueron varios los lectores que se mostraron de acuerdo conmigo, lectores que, además, ya habían leído a Llamazares y podían valorar esta novela dentro del conjunto de la obra del autor. Vamos, no es una mala novela y no me atrevo a desaconsejártela, pero me quedé con la sensación de que no es lo mejor de su autor. Tengo pendiente leer algo más de él, pero, bueno, ya sabemos lo que pasa tantas veces con las intenciones lectoras.
      En cuanto a La marca del agua, es una historia familiar muy ligada al lugar en el que acontece y a su pasado. Está, como bien has podido comprobar en las citas que he compartido, contada de una manera muy especial. Espero que la disfrutes si finalmente sale de la lista de pendientes.
      Besos

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    2. Salió de la lista de pendientes. la leí hace unos días y está pendiente de reseña. Efectivamente, me ha encantado lo que cuenta y, sobre todo, cómo lo cuenta. Una lectura que, como tantas otras, te agradezco.
      Otro beso.

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    3. Me alegro, Rosa. Espero tu reseña para seguir compartiendo impresiones.
      Besos

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  2. ¡Hola Lorena!
    esta novela la he visto en alguna ocasión pululando por la biblio, aunque nunca me paré a leer su sinopsis y eso que la cubierta me resulta muy atractiva.
    Me gusta todo lo que cuentas sobre la novela y la trama, pero lo que mas me ha llamado la atención es la relación que no has podido evitar hacer con "Yo no sé de esas cosas", una novela que me fascinó de una autora cuya prosa y estilo me flipó. Veo que la prosa de Iglesia es similar, poética, cuidada, pero que al principio de la narración no te motivó como Elisa Levi, por esa falta de empatía con la prota.
    Me la llevo, sí, sobre todo por esa curiosidad que me deja esa similitud
    Besos

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    1. La portada, sin duda, llama la atención. Al menos a mí me la llamó.
      Entiendo perfectamente tu curiosidad. Sé perfectamente que Yo no sé de esas cosas fue una lectura muy especial para ti. De hecho, fueron tus palabras hacia ella y tu entusiasmo lo que me puso en el camino hacia su lectura. Comparten ambas novelas una prosa muy especial y el estar ambientadas en lugares pequeños y cerrados. Aun así, no creo que vivas con La marca del agua la misma experiencia lectora que con la novela de Levi. De todas formas, creo que te podría gustar. Ya me contarás.
      Besos

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  3. Estas historias de lugares desaparecidos de la vida de las personas por obligación, porque otros así lo deciden son impactantes, duras, crueles aunque incruentas, aunque no hagan sangre. Bueno, veo que a veces como en el caso de Sara la sangre aparece por cuenta propia.
    Según te leía recordaba Riaño (veo que Rosa se refiere a él); Hay otros, muchos otros. La verdad es que los pantanos son necesarios y que la gente ha sufrido destierro por esto también es verdad. A veces se ha llegado a abandonar el pueblo por creer que iba a quedar inundado y luego no resultó así; es el caso de la localidad cacereña de Granadilla cuyo pueblo, abandonado, se puede visitar y recorrer. Es una lástima que los que viven en casas a las que nunca llegará la marca del agua decidan sobre la suerte de otros. Pero es así...
    Un beso

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    1. Tristemente el sacrificio de unos pocos se traduce en el beneficio de muchos. Debe de ser terrible el desarraigo sufrido. Cierto que en muchos casos lo que supuso fue el traslado de esas personas a pueblos limítrofes y no a lugares lejanos con idiomas y culturas diferentes, pero hay que pensar que la esperanza del regreso quedó totalmente anulada. Es como borrar el pasado, la infancia y la historia familiar. Por supuesto que los embalses son necesarios. Igualmente son necesarias novelas como la de Montserrat Iglesias para que la memoria de esos pueblos y de quienes los habitaron no se pierda.
      Besos

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  4. Siempre que llego a tu blog me voy con algo bajo las alas.
    Estupenda reseña que sera todo un descubrimiento para mi! Gracias, un abrazo.

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  5. Pinta muy bien por lo que cuentas y la portada es maravillosa!

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  6. Me descubres novela y autora. Y como siempre, me dejas con ganas de disfrutarla. Qué placer es siempre leerte.
    Besotes!!!

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    1. Pues me alegro de habértelas descubierto, Margari. Creo, además, que te gustarían.
      Besos

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