La hija del este - Clara Usón

«Nuestros valores nacionales y nuestro nacionalismo sólo tienen sentido en relación al nacionalismo de otros».
Danilo Kiš
«No podemos elegir a nuestros padres ni los tiempos ni el pueblo con el que vamos a vivir».
Pablo II de Serbia (patriarca Pavle)
«La historia está escrita por los vencedores. El pueblo teje leyendas. Los escritores desarrollan su imaginación. Sólo la muerte es incuestionable».
Danilo Kiš

«...pero la televisión llevó la guerra a los hogares de los europeos y norteamericanos; entre un anuncio de coches y otro de papel higiénico, surgía de repente el rostro demacrado de un prisionero de Omarska, el cuerpo alámbrico, momificado, como un reproche en toda su desnudez cóncava (los alemanes al menos proporcionaban uniformes a los judíos y no se les veía tan flacos), sus ojos febriles parecían contemplar con avidez el bistec de ternera o la hamburguesa con queso que tenían ante sí los televidentes occidentales, daba la impresión de que en cualquier momento aquellos infelices arrancarían la alambrada que los retenía, harían añicos la pantalla de la televisión e invadirían en tropel el salón-comedor de los espectadores para zamparse su comida, beberse su vino, sentarse en sus sillones... ¡Y aún si fueran negros! A ver negros hambrientos estamos acostumbrados, pero son blancos y europeos, como nosotros. ¡Y están aquí al lado, a una hora de avión, a seis horas en coche! Da miedo pensarlo, dice la madre de familia, como si la guerra fuera un virus contagioso que un mal viento pudiera traer. ¿Todavía están con la guerra de Croacia? Creí que se había acabado, dice su hijo, mojando pan en la yema de su huevo frito. Es otra guerra, la de Croacia se terminó. Ésta es en Bosnia, le aclara su padre, que está muy bien informado porque tiene un cliente que hacía negocios con Yugoslavia y está casado con una serbia (o una croata, no lo recuerda bien) y a continuación explica a su familia que los croatas son católicos y los bosnios musulmanes. No parecen musulmanes, comenta su hija, no llevan turbante. No todos los musulmanes de Bosnia..., empieza a perorar, pero su familia no tiene tiempo para lecciones y sus hijos se apresuran a levantarse. Niños, recoged la mesa antes de iros al cuarto, les advierte la madre y casi a su pesar echa una última ojeada a la pantalla y advierte con alivio que las imágenes de bosnios depauperados han sido sustituidas por una chica rubia, de aspecto saludable, que se confiesa feliz porque sus compresas tienen alas. Y mientras retira y pliega el mantel la madre murmura para sí: habría que hacer algo por esos desgraciados».
Habría que hacer algo por esos desgraciados. Eso mismo se dijeron las autoridades internacionales compartiendo, quizás, el mismo horror de los ciudadanos de los países en estado de paz al ver las terribles imágenes en el televisor; debatiéndose, tal vez, entre su misma impotencia y su misma comodidad de agarrarse a sus intereses y rutina; observando, a saber, la misma equidistancia a la que se mantenían los televidentes entre el no, esos no somos nosotros y el pero... ¿y si algún día lo fuéramos?

Esas autoridades internacionales se mencionan inmediatamente antes y después de este fragmento de La hija del este con el que he decidido arrancar esta reseña. Tengo que escindirlo, muy a mi pesar, pero es que Clara Usón es capaz de hilvanar páginas y páginas de narración hipnótica, de envolvernos con ellas, de atraparnos, mantenernos pegados a ese televisor de letras que es su prosa pero cuyas imágenes no nos hacen desear un interrupción publicitaria, un dame el mando que voy a cambiar de canal, un simplemente apago y a otra cosa mariposa.

La guerra de los Balcanes me la trajo la televisión y mi actitud hacia ella no distó mucho de esa tan despreocupada de esos hijos de esa familia tipo que describe la escritora barcelonesa. Digo de los Balcanes porque a mí Serbia, Croacia, Bosnia, todo me sonaba igual, parte de ese batiburrillo que siempre había conocido como Yugoslavia. En mi descargo puedo decir que a muchos de esos otrora yugoslavos esa división hasta hacía poco también les traía un poco al pairo. Hablo de aquellos que crecieron «en Sarajevo sin distinguir entre musulmanes, croatas o serbios. Ni siquiera sabía que los croatas católicos se santiguaban de izquierda a derecha y los serbios a la inversa, porque en el Sarajevo de mi niñez nadie se santiguaba. Y mis amigos musulmanes jamás habían pisado una mezquita, bebían alcohol, comían cerdo y sabían tanto del Corán como yo. De manera que lo que determinaba la pertenencia a una etnia era, como siempre en los Balcanes, la religión que profesaron las generaciones pretéritas, el cipo, la lápida o la cruz (ortodoxa o católica) erigidos sobre las tumbas que cobijaban los viejos huesos con pelos pegados, el polvo triste de los antepasados». Quien así habla es uno de los personajes de este libro que comparte nombre de pila con el ilustre Danilo Kiš, del que tomo algunas de las citas que he utilizado a modo de epígrafe de esta entrada (todas ellas, a su vez, están recogidas en esta novela).

Las guerras que fragmentaron Yugoslavia, pues, me las trajo la televisión, pero la que me ha llevado a ellas directamente ha sido la literatura. La historia cambia según quién la cuente, eso es bien sabido, y yo creo que, sin proponérmelo, he elegido magníficos narradores: hace muchos años Javier Reverte con La noche detenida; más tarde, Margaret Mazzantini con la hermosísima y maravillosa La palabra más hermosa; más recientemente, Dževad Karahasan con Sara y Serafina. Sí, he sido afortunada, pero no por ello soy lo suficientemente ingenua como para no ser consciente de que, en cuanto la historia es trascrita o trasmitida boca a oreja, deja de ser fidedigna.
«La debilidad de la historia es que es voluble y poco fiable, sujeta al vaivén de las ideologías y las modas: ¿por qué, si no, cambian tanto las versiones de los hechos de un siglo a otro? El mito tiene una fuerza lírica y una belleza estética de la que la historia carece. El mito rectifica la historia, es como si dijera: puede que las cosas no sucedieran de este modo, pero así es como debieran haber sido, como queremos recordarlas, y una derrota heroica es más digna de memoria que una victoria dudosa».
Soy afortunada, sin embargo, una vez más, porque mis mitos no proceden de héroes gloriosos. Mis héroes son seres anónimos, débiles, inseguros, que no quisieron alcanzar la gloria sino una vida tranquila, privilegio este que se les negó pero sí obtuvieron, a cambio, la recompensa de no ser recordados en ningún libro de historia.

Hay una lectura, sin embargo, que se abre paso entre las anteriormente citadas y acude a mi mente en los momentos previos a comenzar esta que hoy os traigo. Y ya siento estar hablando de tantos libros y autores cuando este libro y esta autora no merecen compartir protagonismo con nadie. Pero, qué queréis que os diga, este va a ser un año de viajes, de viajes literarios como, al fin y al cabo, toda lectura debería ser pues la literatura es viaje temporal y viaje espacial, es viaje hacia los otros, es viaje hacia uno mismo, es viaje para alcanzar muchas veces el mismo punto de partida, y yo trazo con cada lectura mi mapa literario y así os lo he de contar. Soy injusta con Clara Usón y con su hija del este, lo sé. Me justifico pensando que tal vez hablándoos poco de ellas acreciento vuestro interés por conocerlas porque este libro, si aún no lo habéis leído, es de los de leer sí o sí.

El príncipe Lazar renuncia a todos los imperios mundanos,
óleo de Uroš Predić. Museo Nacional de Kruševac.
El libro en el que pienso inmediatamente antes de leer este es Las sillitas rojas de Edna O'Brien y supongo que es así porque entre las páginas de ambos me encuentro con un criminal de guerra, uno de esos gloriosos héroes de la patria. Así que comienzo La hija del este con 11541 sillas vacías ante mis ojos y, en mis oídos, el coro de voces que la irlandesa orquestó para mí y que desde entonces no me abandona. Pero es empezar este otro libro y acallarse ese coro. Clara Usón y su novela tienen entidad propia y tras leer páginas, páginas y páginas comienzo a escuchar el silencio, «un silencio muy puro, sin trinos de pájaros, ni cacareos, ni rebuznos, ni los gritos del niño que hacía unos instantes tiraba de la cola al burro, ni la voz de su abuela que le reconvenía, un silencio extraño, sobrenatural, que no tardaba en quebrar el borbodoneo de las moscas que acudían en enjambre a investigar el cadáver del burro, tendido sobre un costado, destripado, el cuerpo decapitado del niño que le estaba incordiando, el bulto de su madre, doblada sobre una cerca, muerta, y, por encima o por debajo del bullicio excitado de las moscas, se podían percibir, ahogados, los gemidos de la abuela atrapada por los cascotes de lo que fue su vivienda». En cuanto a las sillas, ya no tengo ojos para ellas ni para ninguna superficie que las pueda sostener. Mi visión, como repentinamente dotada del poder de los rayos X, atraviesa la tierra con la que se pretende cubrir la historia, fingir que nada ha pasado y alimentar otras vidas que miren al futuro ignorantes de que, con el pasar de los años, alguien vendrá a desenterrar el pasado.
«El entorno de Srebrenica es hermoso: bosque de densa arboleda, prados verdes que se llenan de flores en primavera, ríos de aguas azules... Idílico. Un año más tarde, en 1996, los habitantes de la zona evitarán transitar por el bosque, bañarse en el río. Son serbios. Todos. Y Srebrenica ha sido liberada, alabado sea Dios, y pertenece a la Republika Srpska. Pero ellos recuerdan que el agua del río, un año atrás, bajaba llena de cadáveres y saben que en los bosques, sus bosques, ¡al fin suyos del todo!, ha crecido una maleza espuria, una vegetación foránea, siniestra: mandíbulas, omoplatos, columnas vertebrales, manos, tibias, cráneos, salpican el césped de los claros del bosque y al andar los pies se hunden en el césped irregular y poco firme y un escalofrío recorre la piel del caminante: puede que esté pisando los huesos enterrados de su antiguo amigo, vecino o compañero de clase. La parejita de enamorados que se aventura en la espesura en busca de una sombra discreta y mullida, donde amarse sin prisas ni testigos, puede toparse, al llegar a un calvero, con un esqueleto de un hombre atado a un poste, lo cual enfría al más ardoroso de los amantes. De ahí que los serbios de Srebrenica prefieran eludir el bosque hasta que alguien lo limpie de esas visiones, que les recuerdan culpas y actos terribles que ya no sienten suyos, como lo crímenes cometidos en la nebulosa íntima de la pesadilla que al despertar se revelan soñados».
El bosque de Srebrenica me recuerda aquel otro de la rusa república de Karelia en el que perdió (triste eufemismo de que te quiten) la vida el meteorólogo de Olivier Rolin. Y me tengo que volver a disculpar porque me estoy yendo nuevamente por las ramas de los bosques. La que Rolin me contó es otra historia aunque, si se piensa bien, todas las historias son la misma historia, esa catastrófica que escribimos lo humanos ya que, «a diferencia de las catástrofes naturales, las humanas pueden evitarse» y esa que justificamos porque «la guerra es una manera de continuar la política».
«Hermann Göring, el fundador de la Gestapo, dejó dicho: «Por supuesto la gente no quiere guerra; no la quieren los ingleses, ni los americanos, ni tampoco los alemanes. Es comprensible. Es tarea de los líderes del país encaminarlos, dirigirlos hacia ella. Es muy fácil: todo lo que tienes que decirles es que están siendo atacados, denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y por poner al país en peligro. Funciona igual en todos los países, sean democracias, monarquías o dictaduras.» Hay que meterles miedo, hay que inoculárselo, hay que empacharles de miedo como se atraca de comida a las ocas hasta que se les pudre el hígado para hacer paté, hay que procurar que ese miedo fermente y se convierta en odio, un odio absoluto, irracional, desbocado...»
Después del baile, obra de León Tolstói
Fotografía de shakko
Me quedo en mi rama, es decir, me quedo en Rusia porque ahí, en concreto en Moscú, es donde empieza esta historia (o más bien donde su protagonista comienza a darse cuenta de que hay otras versiones de la historia); en ese Moscú que, más allá de la opulente fachada que se ofrece a los turistas, es el Muscú que Dovlatov se llevó en su maleta y me dio a conocer; ese Moscú al que pronto se parecerán los territorios de la extinta Yugoslavia una vez que no les quedó más patria ni bandera ni tierra ni sangre que defender y que tan bien me mostró Zoran Malkoč en sus mordaces relatos de El cementerio de los reyes menores.

A ese Moscú viaja en marzo de 1994 Ana Mladic, hija del este e hija del general Ratko Mladic. No lo hace sola. Desde Belgrado, con un pequeño desvío para evitar el cierre de fronteras por la situación política, llega con un grupo de compañeros de la facultad de Medicina para disfrutar de un viaje de fin de estudios. Es la suya una edad de cambios, de cierre de ciclo y comienzo de etapa, de ir desligándose de esa zona de confort que es la familia, abrazar la libertad y el vértigo que es estar lejos de casa, forjar nuevas alianzas, asumir decepciones y fracasos. Los personajes de Ana y sus amigos y las relaciones establecidas entre ellos, los toma y daca, son complejos, naturales y reales. Casi me parece estar viviendo mi propio viaje de fin de carrera sino fuera porque mi destino fue mucho más cálido y el contexto mucho más estable y benigno. Ello es así porque Clara Usón tiene la virtud de contarnos más cosas en este libro que la guerra de Bosnia, la maestría de entretejer las historias pequeñas con la historia grande, la solvencia de que un libro bastante extenso no adolezca de bajones narrativos y aun empezando en un nivel muy alto consiga ir in crescendo.

Sí, Ana está en edad de volar, de desprenderse de ese plumaje que es dar por bueno todo aquello con lo que hemos crecido, que no cuestionamos porque lo dicen papá y mamá, porque ellos son nuestros héroes. El héroe de Ana es su padre pero es hora de mudar de piel y de enfrentarse desnuda al mundo. Poco sospecha Ana de lo abrupto del fin de su vuelo, de sus alas cercenadas al poco de ser desplegadas.

En un momento de ese viaje, estando, creo recordar, en un McDonalds (uno más de tantos templos del mundo occidental que los países de libertad recién estrenada abrazan sin pensar), los amigos comienzan una conversación que se torna árida y que termina en discusión de dos únicos contrincantes siendo Ana uno de ellos. La joven, impotente ante las mentiras que ha tenido que escuchar, abandona la compañía del grupo y torna sola al hotel. Se siente desvalida, traicionada más que por las palabras por el silencio de los que tan solo unas horas antes consideraba amigos. Piensa entonces que «los novios, los amigos vienen y van, es la familia lo que permanece, la que nunca nos falla» y se agarra a ese pensamiento aunque solo sea momentáneamente, pues todos buscamos que nos ame de forma incondicional alguien que no sea de nuestra familia, que nos ame por nosotros y no porque la sangre obligue. Todos lo buscamos sin encontrarlo porque ese amor incondicional, esa defensa no solo a ultranza sino mantenida perennemente en el tiempo pocas veces se da más allá de los lazos familiares, por tanto, ¿qué nos queda cuando estos se disuelven? ¿a qué se agarrará Ana cuando la idílica imagen que tiene de su familia se derrumbe?

Hay una frase de la novela islandesa Illska: La maldad que lleva persiguiéndome desde que la leí. Es la siguiente: «Quizá, pese a todo, es importante [...] no haber participado en la muerte de otros». Pienso a menudo en sus diferentes acepciones. Pienso también en las distintas maneras con las que se puede participar en la muerte de otros. Pienso, mientras conozco la historia de Ana, en cómo se concilia con la vida el hecho de que te corra por las venas la sangre de quien ha hecho derramar la sangre de otros. Pero cuando pienso eso a Ana y a mí aún nos queda por descubrir otra forma de participar en la muerte de esos otros.

La sangre es sangre: misma composición para todos los individuos de la especie humana; identidad genética única para cada uno de ellos. Ah, pero cómo nos encanta eso de compartir sangre con la familia, con nuestra raza, etnia, nuestros compatriotas, más aún si alguno de ellos es ilustre, cómo nos enorgullecemos de llevar su sangre, cómo nos gusta escondernos tras ella, fundirnos en su correr imparable. Uf, qué subidón.
«En la multitud el individuo se desdibuja, se borra, es uno más y por eso sus acciones no son suyas, sino de la masa, pierde responsabilidad y conciencia pero gana una inmensa libertad para hacer lo que como individuo está prohibido: romper, gritar, insultar, golpear, amenazar: si se hacen en masa, son actos anónimos [...] hice lo que todos, ¿cómo puede estar mal?...»
Cele Kulá, la Torre de las calaveras
(Niš, Serbia)
De Eiríkur Örn Norðdahl, autor de Illskame acordaré más veces a lo largo de esta lectura. La historia de Ana y su viaje a Moscú se alterna con capítulos que narran distintos episodios de la historia serbia y que nos van presentando una galería de héroes (o asesinos, según se cuente la historia y se forje el mito). Clara Usón me lo cuenta muy bien, así que no me importa esta alternancia y poco a poco me encuentro disfrutando de la historia de los héroes del país de Ana tanto o más que de la suya propia. Y, también, poco a poco, voy descubriendo que en realidad no es Clara Usón quien me cuenta esas historias sino que es otro el narrador, alguien que una vez, tan solo por un momento, y como el mismo nos cuenta, «me creí Hamlet, pero yo siempre he sido Horacio, aquel cuya misión es contar al mundo todo cuanto sucedió».

Contar es, tal vez (y aquí no puedo evitar acordarme de Manuel Chaves Nogales y su maravilloso prólogo de A sangre y fuego, libro que, por cierto, lleva el subtítulo de héroes, bestias y mártires de táchese España y póngase el nombre de cualquier país o patria), la único arma que (siempre y cuando nadie venga a tocar a nuestra puerta, claro está) somos capaces de alzar aquellos que, cuando vienen tiempos revueltos, nos sentimos extranjeros en nuestro propio país, aquellos a los que esos otros que en cambio sí son patriotas tildan de traidores.
«Era, soy un ostali, un extranjero, y ésa es la identidad con la que más a gusto me siento. El extranjero es el que está de paso y no se compromete en nada, pues no le conciernen las intrigas políticas, religiosas o sociales de su país de residencia, ni se espera de él que bese su bandera o coree su himno con rostro emocionado; el extranjero es el forastero, el visitante, incluso el invitado, hasta que de pronto sucede algo: una crisis económica, un conflicto político, que lo convierte en el Otro, el diferente, el enemigo, el culpable de todo, siempre sospechoso».
A mí quien me cuenta es ese narrador escogido con tino por Clara Usón. La autora tiene la inteligencia de hacerse invisible durante todo el relato, de hacer fácil lo difícil, de dejar caer sobre nosotros todo el peso de la historia y de esa historia sin que acusemos el peso ingente de toda la labor de documentación que tiene que haber conllevado la construcción de esta novela, como si ella, su escritora, tan solo se hubiese sentado un día a escribir y esta historia brotara sola.

El narrador (a lo que iba) me recuerda a Eiríkur Örn Norðdahl por su tono jocoso y cínico. Nos dice: «Marx dijo, enmendando a Hegel, que la historia se repite: una vez como tragedia y la siguiente como farsa y yo me permito enmendar a Marx (tengo cierta legitimidad, yo he vivido bajo un régimen marxista, él jamás) y sostengo que la historia se repite no una vez, ni dos, sino muchas y siempre como tragicomedia, la farsa alternando, inevitablemente, con la tragedia». Y nuestro narrador se aplica con aplomo a transcribir esa tragicomedia que es la historia, que es su historia,

Ana Mladic tiene un padre al que idolatra. Clara Usón tiene uno al que debe de considerar pues le ha dedicado esta novela. Nuestro narrador tiene uno del que nunca se ha sentido demasiado orgulloso (ay, esos héroes anónimos que tanto me gustan, esos seres débiles y sin embargo inquebrantables, esos cúmulos de imperfecciones, esos perdedores) pero del que recuerda con cariño aquellas excursiones en busca de cementerios bogomilos en las que le acompañara siendo un chiquillo.

La cultura de los bogomilos surgió en el siglo X en la región de Tracia y en Bosnia. Eran una comunidad de vida ascética y creencias docetistas y gnósticas. Las lápidas de sus cementerios conservan inscritas auténticas perlas de sabiduría. Uno de los epitafios con el que padre e hijo se encuentran en una de sus excursiones reza de la siguiente manera: «lo que hoy sé yo tú lo sabrás mañana». Existe un proverbio serbio que dice: «cuanto más sepas, más sufrirás». Me pregunto, ahora que pongo ambas sentencias juntas y las leo seguidas, si es realmente necesario repetir los pasos de nuestros antepasados para aprender lo que ellos en su día averiguaron y dejaron contado, si es esa la explicación a que repitamos una y otra vez la historia y más como tragedia que como comedia. Me pregunto también hasta qué punto mantenerse en la ignorancia es un mecanismo de defensa, si no sería acaso mejor defensa conocer y prepararse así para lo que ha de venir. Me pregunto si son habitantes de distintas tierras, cada uno de ellos con su propia idea de patria, aquellos que no quieren saber por comodidad y aquellos otros que quieren saber a toda costa sin saber muy bien qué hacer después con ese conocimiento. Y me pregunto si la verdadera frontera, aquella que nunca querríamos cruzar pues no admite marcha atrás, es la que nos arroja a una verdad tan implacable que ni en nuestras peores pesadillas hemos sido capaces de imaginar.
«Alguien me dijo que cuando la flamante Federación de Bosnia-Herzegovina encargó la confección de su nueva bandera, formuló un ruego: diseñadla de tal forma que nadie esté dispuesto a morir por ella».







Ficha del libro:
Título: La hija del este
Autora: Clara Usón
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2012
Nº de páginas: 448
ISBN: 978-84-322-1414-1





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Comentarios

  1. Bufff, Lorena, menuda reseña te has marcado esta vez. Es impresionante. Cada día te superas más y más. Ese entretejer la lectura de "La hija del Este" con esas otras lecturas que venían a -o tenías en- tu cabeza según la ibas leyendo es fantástica, es enorme, es magnífica.
    La guerra de los Balcanes fue terrible y es verdad que la veíamos en la tele mientras comíamos y que no parecía tocarnos demasiado. pero sí, Bosnia, Croacia y tal están ahí al lado. Y nada humano nos debe ser ajeno.
    Luego está el amor al padre, a los padres, y, claro, la caída de su pedestal del ídolo que siempre para los hijos ellos son.
    Tengo que leer a Clara Usón. Me has tentado una vez más. Eres incorregible, amiga mía. Gracias por ello.
    Besos enormes

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    1. Me alegra de que te haya gustado ese entretejer de lecturas pues, además de que hacen la reseña más larga de lo aconsejable, no estaba segura de si hablándoos de ellas me alejaba de mi objetivo de trasmitiros lo que a mí me ha trasmitido este libro. Por otra parte, me han acompañado tanto durante su lectura que, a pesar de que La hija del este merece todo el protagonismo para ella sola (tal y como indico en la reseña), me daba pena disolver esa unión.

      Nada humano nos debe ser ajeno, ciertamente. Pero, a pesar de que nos pille cerca (y tampoco deberían importar las distancias), mientras no nos toque tristemente actuamos con demasiada indiferencia.

      Tienes que leer a Clara Usón, Juan Carlos. Y tienes que leer de ella La hija del este. Es lo único que he leído de ella pero quienes la han leído más coinciden en que es su mejor libro. Me imagino que los otros serán muy buenos también pero casi me resulta imposible pensar que puedan superar lo que la autora ha conseguido con esta novela.

      Besos

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  2. No lo conocía, pero es un tema muy interesante, sin duda. Sobre todo por las personas anónimas, que son las que más sufren por las políticas de otros.
    Muy buena reseña, sin duda.
    Un fuerte abrazo y que tengas buena semana.

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    1. Es el tema, que es interesante o al menos debería interesarnos, y es cómo lo cuenta Clara Usón. No lo dejes pasar si tienes ocasión.

      Feliz semana para ti también.

      Besos

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  3. Sabía que este libro tenía que gustarte. Has hecho una reseña totalmente acertada. El entretejer con otras lecturas es algo que te agradezco porque así voy tomando nota y apuntándolas y, aunque no todas, seguro que alguna terminaré por leer. " Illska: La maldad" ya lo compré el año pasado con el Tarro-Libros de 2018, aunque sigue en la estantería de pendientes, pero no tardaré en leerlo.
    La historia de Ana Mladick y el resto de las historias que se mezclan con ella, y que tan bien nos cuenta Clara Usón, atrapa desde el principio y deja al final un regusto amargo, pero de inmensa satisfacción ante la lectura de una gran novela.
    Asistí a la guerra de Bosnia espeluznada. La matanza de Srebrenika, me afectó mucho, toda la guerra en sí, me afectó muchísimo. De la de Croacia apenas me enteré, pero de la de Bosnia estuve muy pendiente. Sarajevo era para mí un ejemplo de convivencia y tolerancia que tenía muchas ganas de visitar. Después estalló la guerra y todo se vino abajo. Ya ni ganas tengo de visitar la ciudad. No es el Sarajevo que yo ansiaba conocer.
    No hay bandera por la que merezca la pena morir y mucho menos matar. la mejor idea como destino de las banderas es la de Sabina de hacer con ellas "braguitas rojigualdas".
    Un beso.

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    1. Algunas de las lecturas que cito son muy añejas, como es el caso de La noche detenida. También hace, aunque menos, bastante que leí La palabra más hermosa, una novela que en alguna ocasión he estado tentada de releer pero fue tan especial para mí que me da un poco de miedo perder la impresión que guardo de ella. Cuando leí el resto ya tenía el blog y, excepto Sara y Serafina, todas las demás están reseñadas. Como le digo a Juan Carlos, me alegro de que os haya gustado ese toque metaliterario de la entrada, pues ni tenéis por qué conocer todos los libros que cito, ni haber leído las correspondientes reseñas de los que las tengan ni, en caso afirmativo, recordarlas. Así que reitero mi alegría porque mi andar por las ramas no os haya desviado del tronco.

      Tenías claro que me iba a gustar sí o sí y es que no podía ser de otra manera. Es un libro tan enorme. Clara Usón ha sido muy ambiciosa y con libros tan ambiciosos se corre el riesgo de no llegar a todo y quedarse en nada pero cuando salen bien se consiguen librazos como este.

      Qué pena cuando se nos caen esos mitos como el que para ti era la ciudad de Sarajevo. Es un poco como perder la fe en la humanidad.

      Sabio Sabina, como siempre, y acertadísimas sus letras.

      Besos

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  4. Qué reseñón te has marcado! Y esa mención a otras novelas lo que hace es ampliar mi infinita lista de pendientes. Esta novela en concreto la leí hace un par de años y me dejó tocada. Cuando aún recuerdas esos años de la guerra, que lo veías por la tele como si de una peli se tratase... Nos va volviendo poco a poco insensibles. Y miramos, pero no vemos, porque todo está lejos y parece que nunca nos va a afectar.
    Besotes!!!

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    1. Es una novela extraordinaria. Abarca tantas cosas y cuenta tan bien la guerra de Bosnia... Para mí las miles de palabras de esta novela valen más que cualquier imagen que se cuele por nuestros televisores y en seguida olvidamos.
      Besos

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  5. ¡Hola Lorena! Me ha encantado tu reseña y la novela en cuestión tiene muy buena pinta. Por cierto a mí también me encantó de Mazzantini La palabra más hermosa, me llama mucho ese tema. La guerra de los Balcanes fue una contienda que seguí muy de cerca en su día, me ponía los pelos de punta todo lo relacionado con ella.
    Besos

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    1. La palabra más hermosa es un libro muy especial para mí. Luego leí otra novela de Mazzantini pero, aunque también buena, no me impresionó de igual manera.

      Dale una oportunidad a esta novela de Clara Usón si tienes oportunidad o si te la cruzas por la biblio. Creo que te gustaría.

      Besos

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  6. Tu bagaje lector es increíble. No repetiré lo que ya te ha dicho Juan Carlos, pero lo suscribo. Resulta curioso porque hace apenas unos días, por otro tema, recordé que en mi ciudad acogimos a varios refugiados bosnios durante la guerra. Uno de ellos era un hombre de unos cuarenta años con algún tipo de discapacidad intelectual, pasaba todo el día fumando y venía a vernos jugar al fútbol al patio del colegio. A veces se integraba en los partidillos, era cómico y daba lástima a la vez. Me dio rabia no recordar mucho más y luego investigando, resulta que España acogió a miles de personas a pesar de la situación económica de entonces, con un 25% de paro.
    El mundo de los Balcanes me parece fascinante y todo un galimatías geopolítico. Me apunto esta, ayer saqué de la ebiblio el de Ángela Carter. Mucha tela para el poco tiempo que tengo, pero al ser relatos iré picoteando.
    Un abrazo.

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    1. Desconocía que España hubiese acogido a tantos refugiados Bosnios. A pesar de parecerme una situación horrible y lamentable es una guerra que entonces la sentí lejana.

      Disfruta mucho de Carter. Sé que lo harás. Ya me contarás.

      Un abrazo

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  7. Si Clara Usón te ha motivado unas reflexiones tan brillantes sobre la huella que la Historia deja en nosotros, y como utilizamos su conocimiento o desconocimiento, ha tenido que ser una lectura honda, de esas que abren abismos interiores.

    El conflicto de los Balcanes produjo una herida en Europa que aún está curándose, ¿aprenderemos? Tengo mis dudas...
    Gran entrada, un abrazo, Lorena.

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    1. Es un libro extraordinario, Paco. No dejes de leerlo si tienes ocasión.
      Yo también tengo mis dudas.
      Un abrazo

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  8. Yo también tengo asociadas esas guerras a mi infancia, pero me sonaban lejanas… no las entendía, y era un niño. Tal y como está el mundo, cada vez veo más posible guerras así…
    A Clara Usón la tengo pendiente desde que hace unos meses, leí un artículo suyo en prensa, sobre el tema de Cataluña, y era un cuestionamiento impecable sobre los nacionalismos (y que yo aplaudí mucho, lo mismo con un fragmento que has copiado). Con ese artículo me ganó. Y quiero leer algo de ella, la primera novela que caiga en mis manos, ésta o cualquier otra.
    Por cierto, lo hermoso de la literatura es como un libro te lleva a otros :) Así que me ha encantado leer citadas otras lecturas.
    ¡Un abrazo!

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    1. Es una autora magnífica. He leído, supongo que luego irá en el gusto de cada uno, que este es el mejor de sus libros. De todas formas, dada la elevada calidad del mismo, no me cabe duda de que merecerá la pena leer cualquier cosa que salga de la pluma de Clara Usón.

      Yo también estoy muy de acuerdo con sus ideas acerca de los nacionalismos.

      Un abrazo

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  9. Antes que nada, deseo felicitarte por la reseña; no sólo por lo que nos cuentas acerca de la trama del libro de Usón –ya de por sí interesante-, sino por la manera de hilvanar tus experiencias literarias anteriores con éste, en un viaje itinerante alrededor de Europa. Confieso que desconozco libros y autores que citas, a excepción de los de O’Brien y Rolin.
    Después, me has hecho sentir culpable. Una tal Agnieszka –que parece haberse esfumado de la Red- me envió hace ya cuatro años –a mi solicitud- una versión digital del libro y yo, imperdonablemente, tentado por otras lecturas, no he sido todo lo recíproco que debía con aquella que en un acto de generosidad sin par me lo había allegado, cuando aún ni siquiera había arribado a estas costas en su edición en papel.
    Finalmente, soy afecto a las letras de Danilo Kiš; la relación entre tu mirada sobre este libro y lo que recuerdo de aquéllas no me dejan demasiada opción como para no incluirlo como lectura en breve. Gracias por recordármelo.
    Un abrazo, Lorena.

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    1. Solía seguir también el blog de Agnieszka (supongo que la misma Agnieszka que citas pues efectivamente bien pareciera haberse esfumado) perro lleva tiempo sin actualizar. Somos pocos los que ya quedamos al pie del cañón con los blogs pero la mayoría de los que lo han abandonado continuan su presencia y comentarios por las redes. La desaparición de Agnieszka ha sido total. Espero que esté bien.

      Es un librazo, este de Clara Usón. Ya que lo tienes no lo dejes pasar mucho más.

      De Danilos Kiš solo he leído Salmo 44, según tengo entendido la más sencilla de sus obras, pero una auténtica y maravillosa joyita. Debería ir pensando en leer algo más suyo.

      Un abrazo

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