La maleta - Sergei Dovlatov
Objeto = cosa. Cosa = Objeto inanimado, por oposición a ser viviente.
Sergei Dovaltov nació en la antigua URSS en 1941. Era hijo de un director de teatro judío y de una correctora armenia. Estudió durante dos años en la Universidad de Leningrado hasta que fue expulsado. Durante el servicio militar obligatorio fue destinado a hacer guardias de seguridad en campos de prisioneros. Entre otros oficios, trabajó como periodista en Leningrado y después en Tallin. Se casó y tuvo una hija. Tendría otro hijo después en los Estados Unidos. Escribía cuentos; ninguno de ellos fue publicado por aquel entonces, al menos por los cauces oficiales, dado el carácter humorístico y de absurdidad con el que retrataba la realidad que se vivía en la Unión Soviética. En uno de los capítulos del libro del que me dispongo a hablaros nos cuenta lo siguiente: «Al igual que la mayoría de los periodistas, soñaba con escribir una novela. Y, a diferencia de la mayoría de los periodistas, me dedicaba en realidad a la literatura. Pero hasta las revistas más progresistas rechazaban mis manuscritos. Ahora eso solo me produce alegría. Gracias a la censura, mi aprendizaje se dilató durante diecisiete años. Los relatos que quise publicar en aquellos años me parecen ahora impresentables». Tras esos diecisiete años, y ya como emigrado, su obra sí sería por fin bien recibida y valorada, pero en su tierra natal no podría ser leída hasta después de su muerte en 1990. Aun afincado en los Estados Unidos, escribiría siempre en ruso; pensaba, según un artículo de Babelia publicado en versión digital el 10 de julio de 2017, que «en un idioma ajeno perdemos el 80% de nuestra personalidad. Somos incapaces de bromear, de ironizar». Su idioma natal era para él su patria y por ello era tan renuente a abandonar su país. Fue en 1978 cuando, tras un largo período de enfrentamiento con las autoridades soviéticas, decidió finalmente emigrar a Nueva York.
En el Departamento de Visas y Registro le informan de que, como emigrante, solo tiene derecho a llevarse tres maletas. Esa cifra que en un principio se le antoja tan escueta y tan ridícula se le revelará, cuando al hacer más tarde el equipaje descubre que le basta con una y no demasiado grande, como excesiva.
«¿Era yo, entonces, un mendigo? ¿Cómo había llegado a aquello? ¿Los libros? Básicamente, tenía libros prohibidos. La aduana no permitía sacarlos. Tuve que regalárselos a conocidos, junto con lo que yo llamaba mi archivo. ¿Los manuscritos? Hacía tiempo que los había enviado a Occidente, por vías secretas».
¿Era realmente un mendigo el Sergei Dovlatov que llegó a América? ¿O acaso fue su país el que realmente lo convirtió en mendigo, al despojarle de algo tan íntimo como sus escritos, y por eso tuvo que emigrar?
Los objetos que Dovlatov guarda en su maleta son los siguientes: tres pares de calcetines finlandeses de crespón, un par de botines de alto nivel, un buen traje cruzado, un cinturón militar de cuero, una vieja chaqueta que perteneció a Ferdinand Leger, una camisa de popelín, un gorro de invierno y un par de guantes de chófer.
Objetos. Objetos inanimados. Que cobran vida cuando años después son sacados de una maleta olvidada. Los recuerdos invaden como lo hace el olor a guardado recién liberado. Cada objeto cuenta una historia. Para el que la sepa ver. Para el que la quiera escuchar. Y todos juntos cuentan una única historia. Porque todos estamos hechos de historias. Las personas. Los países. Las épocas.
Son precisamente las historias de esos ocho objetos las que Dovlatov cuenta en su libro La maleta y, con ellas, el escritor ruso nos cuenta también la ácida realidad de una Rusia en unos años de profunda apatía y desmotivación. Como resultado surgen unos relatos cómicos, absurdos, surrealistas. En ocasiones me he llegado a preguntar si realmente al autor le sucedieron esas cosas o si no las habrá inventado o más bien adornado. Pero, al fin y al cabo, quién soy yo para juzgar, menos aún cuando él mismo confiesa haber aceptado siempre las propuestas más absurdas.
Dovlatov admite sentir predilección por los canallas y gamberros, por todo aquel que se salga del atributo de la normalidad, y, en aquellos años de desencanto, esa normalidad debía de ser algo bastante encorsetado. De ahí, supongo, su pragmatismo, su concisión y sequedad, su falta de recreación en la retórica. Había cosas más importantes, necesarias e inminentes de las que ocuparse como para entretenerse abullonando la realidad o divagando sobre conceptos ajenos a esta.
Son precisamente las historias de esos ocho objetos las que Dovlatov cuenta en su libro La maleta y, con ellas, el escritor ruso nos cuenta también la ácida realidad de una Rusia en unos años de profunda apatía y desmotivación. Como resultado surgen unos relatos cómicos, absurdos, surrealistas. En ocasiones me he llegado a preguntar si realmente al autor le sucedieron esas cosas o si no las habrá inventado o más bien adornado. Pero, al fin y al cabo, quién soy yo para juzgar, menos aún cuando él mismo confiesa haber aceptado siempre las propuestas más absurdas.
Dovlatov admite sentir predilección por los canallas y gamberros, por todo aquel que se salga del atributo de la normalidad, y, en aquellos años de desencanto, esa normalidad debía de ser algo bastante encorsetado. De ahí, supongo, su pragmatismo, su concisión y sequedad, su falta de recreación en la retórica. Había cosas más importantes, necesarias e inminentes de las que ocuparse como para entretenerse abullonando la realidad o divagando sobre conceptos ajenos a esta.
«Sé que la libertad es un concepto filosófico. Pero eso no me interesa. A los esclavos no les interesa la filosofía. La libertad consiste en ir donde quieras».
Él mismo no es ningún santo, al menos según el canon establecido, y es gracias a esa condición de situarse al margen que llega a sus manos la chaqueta del pintor cubista Leger. Asimismo admite haber bebido en una época de su vida más alcohol del recomendable, hábito que, a tenor de lo que se sonsaca de estas páginas, parece compartir con muchos de sus compatriotas. «Cada uno llevaba dentro de sí un pequeño incendio personal» y cada uno lo apagaba como podía: «Todos tenían un mismo problema: beber algo para quitarse la resaca». «¿Cuánta gente muere y vuelve a nacer todos los días?», se pregunta el autor en el relato del que proceden las citas precedentes. «¡Se han bebido a Rusia!», exclamará otro personaje a continuación en ese mismo texto.
Dovlatov es un buscavidas que parece salir bien parado de sus mil y un enredos. Hay en sus historias muchos más personajes a los que parece que la necesidad les ha agudizado el ingenio. «No lamento haber vivido en la pobreza», nos cuenta el ruso, «si confiamos en lo que dice Hemingway, la pobreza es una escuela insustituible para el escritor. La pobreza hace perspicaz al hombre». Aunque añade, con su habitual ironía: «Es curioso que Hemingway se diera cuenta de esto solo cuando se hizo rico...»
En sus historias están presentes sus años de juventud, su experiencia en el servicio militar, su trabajo en un periódico fabril en el que se suponía que debía de ser uno de tantos «trovadores del régimen». Pero su letra y su música desentonan con la sinfonía impuesta y ni puede ni quiere hacerlas conciliar. El archivador en el que la KGB guarda la información sobre él ya es bastante grueso en esos momentos, sin embargo, en una de esas conversaciones absurdas de uno de sus hilarantes relatos, uno de sus miembros, al solicitar su colaboración, le llega a decir: «Contamos con su honestidad. Aunque sabemos que no es usted una persona seria». En otro relato posterior, en el que resulta levemente herido, una mujer que le ha presentado su hermano exclama en un momento de la trama: «¡Prestad atención! Seriozha tiene un solo ojo. Pero con este ojo único ve mucho más que otras personas con dos...» Sí, camarada Dovlatov, contamos con su honestidad y con su clarividencia.
Honestidad y clarividencia que usan como acicate ese tono suyo tan desabrido y escéptico. Y tal vez sea este el que, unido al surrealismo campante por las páginas impregnadas del mismo, me hayan hecho en seguida recordar otro tono de las mismas características: el del narrador y protagonista de muchos de los relatos de El cementerio de los reyes menores del croata Zoran Malkoč. Eso y quizás también el hecho de que «todos los pueblos esquilmados son gemelos... Basta un instante para que el hombre pierda la envoltura de tranquilidad y riqueza. Al momento se desnuda su alma huérfana, atormentada...»
Habrá un par de los objetos citados que conseguirán por momentos desnudar el alma del propio Sergei Dovlatov. Porque el humor es un recurso inestimable como crítica pero no deja de ser también coraza. Su prosa es incisiva pero extremadamente sobria. Ya hemos dicho que no está ni en su carácter ni en el de su obra detenerse en cualquier detalle que pueda considerarse superfluo. En el relato que abre este libro su compañero de aventuras en esa historia le aclara: «¿Qué es lo que hunde a los imbéciles? La atracción que lo bello ejerce sobre ellos». Lo bello está, «históricamente, condenado», insiste. Y añade, como si pudiera ver el futuro: «Tú no eres así. A ti, te esperan otras desgracias». A él le esperan otras desgracias, efectivamente. Él no es así, no se deleita ni siente atracción por lo bello. A mi Marina Tsvietáieva, aun reconociendo su genialidad, la llega a calificar (hay que ver lo que tengo que leer) de «idiota patológica». Pero los detalles importan, Sergei, no son superfluos, están llenos de significados, y tú mismo lo demuestras en la historia que te inspira uno de esos dos objetos, con la que consigues crear algo hermoso y auténtico recurriendo tan solo a la más apabullante sencillez.
«¿Cuánto amor se había perdido, durante tantos años?», te preguntas en silencio en ese relato. Y esa cuestión, de índole tan íntima y personal, se puede extrapolar también a la patria. No deja de ser significativo que sean los versos de Aleksanr Blok que proclaman «...Incluso así, Rusia mía, / eres para mí la tierra más querida...» los elegidos para introducir este cajón de sastre de memorias. «El amor carece de dimensiones. Existe o no existe». Y el amor de Dovlatov por su Rusia natal es innegable por más distante que intente ser su tono, letra y melodía.
Libro = conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen. Objeto inanimado, por oposición a ser viviente. Pero los libros, como las maletas, cobran vida cuando se abren. Y sus páginas, al igual que los objetos guardados en la maleta de Dovlatov, cuentan historias. No solo las en ellas escritas, sino, también, aquellas de quienes por cuyas manos pasaron, aquellas de los lugares en los que han estado y de los tiempos que han vivido.
«Existe una razón para que cada libro, hasta los que no son muy serios, tenga la forma de una maleta».
Train Tacks Guitar Suitcase papers. Fotografía de Joshua Morley |
Ficha del libro:
Título: La maleta
Autor: Sergei Dovlatov
Traductor: Justo E. Vasco
Editorial: Metáfora
Año de publicación: 2002
Nº de páginas: 184
ISBN: 84-95799-00-6
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Curiosa esta manera del autor de contarnos cómo es la vida en su país. Nada fácil... Me anoto esta novela, que no la conocía.
ResponderEliminarBesotes!!!
A mí también me pareció curiosa. Me llamó muchísimo la atención la estructura de este libro con esa forma de contar historias a través de objetos. No me pude resistir.
EliminarBesos
Con tu reseña me has cautivado como a ti te cautivó Dovlatov. Quiero saber la historia de los objetos de esa maleta y de la vida de este escritor al que su patria expulsó de su seno dejándole como única riqueza un idioma y ocho objetos.
ResponderEliminarHemingway no es uno de mis escritores favoritos y siempre le he considerado un poco niño bonito que coqueteó con el peligro y la violencia desde una posición bastante poco peligrosa (aunque hay que admitir que en ciertas circunstancias lo menos peligroso te puede costar la vida). No creo que a él la pobreza le sumara mucha perspicacia a su literatura.
Apunto este libro porque me sugiere muchas cosas y, teñidas de esa ironía surrealista con la que la represión, esta sí, estimula la creación, puede ser una gran novela.
Un beso.
Creo que el propio Dovlatov le tira un pullita a Hemingway con ese particular deje de ironía que tiene.
EliminarMás que novela yo diría que es un libro a caballo entre los relatos y las memorias. Pero ya que sé que últimamente le estás dando oportunidades a los relatos y que seguro que el conocer algo del autor será un aliciente, te animo a que abras la maleta de Dovlatov y lo descubras por ti misma.
Besos
¡Vaya con Dovlatov! También lo recuerdo por haberlo encontrado en el blog de Marcelo, hace ya un tiempo.
ResponderEliminarPues esa condición de buscavidas (seguramente a su pesar) que me lo hace muy atractivo (para ser más exactos, tú has sabido reflejar esos atractivos), superviviente de mil y un avatares, aunque por lo visto murió joven. En cualquier caso, una peculiar singladura vital, un poco a contracorriente de todo, que lo hace sumamente interesante.
Magnífica propuesta, Lorena ;)
Un abrazo.
Me alegra saber que Marcelo también ha tenido ocasión de disfrutar de la obra de Dovlatov.
EliminarMurió joven, efectivamente; antes de cumplir los cincuenta de un ataque cardíaco. Pero a la vista está que sus años de vida dieron mucho de sí. Supongo que el tener una mentalidad tan opuesta al régimen político instaurado en su país hizo de él un auténtico superviviente para no tener que renunciar a lo que era su esencia e identidad.
Me pareció muy buena propuesta de lectura este libro cuando me lo crucé y ha sido todo un acierto.
Un abrazo
Una reseña llena de citas, de fragmentos interesantes, indicativo de buen libro detrás. Saludos y gracias por el descubrimiento.
ResponderEliminarSin duda me ha parecido un muy buen libro y un autor muy interesante del que tal vez me anime a leer algún libro más.
EliminarMe gusta descubrir libros y autores nuevos para mí, así que encantada de darlos yo también de vez en cuando a conocer.
Saludos y gracias por la visita.
Te ha salido una reseña muy sugerente. La extravagancia de Dovlatov me ha ganado. Vivir en un régimen totalitario requiere grandes dosis de conformismo, pero también humor y sobre todo ironía para dar salida a la tensión de tener la libertad amordazada. En España ocurría con Berlanga y Azcona durante el régimen, por ejemplo. Me haré con el librito, además no conocía la editorial.
ResponderEliminarUn abrazo.
El humor muchas veces es coraza, como digo en la reseña, pero también, efectivamente, puede ser un medio para decir lo que de otra manera no se podría. Escudo y lanza: no es mala combinación para moverse por determinados ambientes.
EliminarA Metáfora la conocía de nombre pero me estreno con ella con esta obra. Tienes también al menos otras dos ediciones más recientes de La maleta: una de RBA y de este mismo año otra de Fulgencio Pimentel, editorial completamente desconocida para mí pero que ha publicado otros dos libros del autor que también pintan interesantes. Bueno, yo sigo tentándote con Dovlatov.
Un abrazo
Conocí al ruso cuando presentaron una edición local de 'La Reserva Federal Pushkin', y me guardé otro título para más adelante. El sello Ikusager rescató varios de ellos, creo.
ResponderEliminarA cualquier buen lector el estilo despojado de Dovlatov y la ingeniosa ironía presente en sus textos lo habrá de cautivar.
Si me permites, te sugiero que veas la película homónima, Lorena. Tuve la suerte de verla hace muy poco y realmente me ha gustado. Mucho. Trata sobre seis días en su vida en la URSS; es muy realista.
Gracias por presentarnos ésta, su obra más difundida. Yo aún no la encaré, pero lo haré seguramente.
Un fuerte abrazo.
Sé que, entre sus dispares empleos, el autor trabajó en una especie de parque temático dedicado a Pushkin. De hecho, en uno de los libros de Fulgencio Pimentel que le comento a Gerardo, el autor narra su situación vital por aquel entonces. Se titula Retiro, así que no sabría decirte si se trata de la misma obra a la que se la ha titulado de distinta forma aquí y en Argentina o no. De lo que no tenía ni idea es de que existiera una película sobre Dovlatov, así que te agradezco mucho la información.
EliminarUn abrazo
Creo que son dos ediciones distintas del mismo libro. Por eso la editora local estaba apesadumbrada, porque ambos aparecieron en el mismo instante. Habían hecho una apuesta fuerte para el consumo de los lectores de habla hispana y sospecho que habían recibido la noticia pocas horas antes de la presentación. En ésta había caras felices entre gestos de amargura; algo por otro lado muy entendible siendo un emprendimiento reciente que se lanzaba al negocio del libro con este autor.
EliminarUn abrazo.
Feliz coincidencia entonces para los lectores de habla española, que duplican las posibilidades de acceder a esa obra, pero no tanto para las dos editoriales intuyo que ambas independientes y no demasiado grandes que apuestan por la calidad de sus catálogos. Afortunadamente para ellas, somos muchos países los que compartimos idioma aunque con sus diferentes variantes, y me gustaría pensar que hay lectores para ambas ediciones a uno y otro lado del charco. No obstante entiendo el disgusto, dado el esfuerzo que implica apostar por un autor desgraciadamente poco conocido y me temo que no muy comercial, de no contar con la esperada 'exclusividad'.
EliminarUn abrazo
Hola Lorena no conocía al autor y me ha interesado aunque no sé si ha sido el autor o la manera en que tú lo has contado porque ha sido acabar de leerte y apuntar el título para buscarlo.
ResponderEliminarMe gustan las historias que nos cuentan los objetos, es algo que me produce curiosidad, lo que viven a través de aquellos que sí pueden vivir, lo que podrían contar si hablaran y eso me parece una grandísima fuente de historias porque comparto contigo que estamos hechos de historias.
Besos
Creo que es muy apetitosa la estructura de este libro: ese abrir la maleta y dejar que cada objeto cuente su historia, historias independientes que a su vez construyen todas juntas otras. Espero que lo disfrutes si finalmente te animas a leerlo.
EliminarBesos