Las sillitas rojas - Edna O'Brien
«Hace mucho tiempo, en un país muy lejano, la bestia más horrible que haya existido merodeaba por los campos. Por la mañana se zampaba a los hombres que iban a trabajar al campo. Por la tarde se colaba en granjas solitarias y se comía a las madres y a los niños que se disponían a cenar».
«Mi tita me ha dicho que escriba un cuento para mejorar en lengua. La protagonista es una princesa en un calabozo. El calabozo es pequeño y gris y hay ratones y ratas. La pobre princesa se pasa todo el día en un taburete. Da mucho miedo».
Mistletoe le deja a Fidelma mensajes secretos. Deja sus cartas en la casita de pájaros de la terraza de Jasmeen. Jasmeen ha acogido a Fidelma en su casa. Fidelma es una recién llegada a Londres, a esa gran urbe de la que se dice que en ella se hablan más de cien lenguas. Una vez, en la estación Victoria, Fidelma se fija en la gente arrastrando sus maletas con ruedas: «ruedas y más ruedas, como si el mundo entero estuviera en marcha». Así se arrastra Fidelma por las calles londinenses y es por eso por lo que Jasmeen le abre las puertas de su casa, porque una vez ella también fue una recién llegada y fue una irlandesa, como Fidelma, la primera persona que le tendió una mano.
Para cuando Mistletoe, que por su tono adivinaréis de corta edad, comparte sus secretos con su nueva vecina, esta novela de la que pretendo hablaros está ya bastante avanzada. ¿Por qué comienzo entonces con dos extractos de una de sus notitas, os preguntaréis? Porque por algo tengo que empezar. Porque no sé lo que he leído. Porque sí sé que es muy grande, en cambio, y, sin embargo, es la pequeña Mistletoe la que consigue expresar lo que yo quiero y no sé cómo contar. También porque así aprovecho y os presento a Fidelma. Fidelma, que, más que protagonista, es hilo conductor. Fidelma, que (cito a Byron, como se cita en la novela), «camina bella, como la noche». Fidelma, que es (será) «un roble, hendido por el rayo, con la corteza ennegrecida y chamuscada; un árbol que había muerto y sin embargo aún mantenía una parte con vida [...] En el lado opuesto abrotoñaban unas ramas jóvenes que se desplegaban en todas direcciones, un portento de la naturaleza, muerto por un lado y vivo por el otro, un motivo para la esperanza». Será Fidelma como ese roble, pero me estoy adelantando y justo es que os ubique y que comience por el principio.
Para comenzar por el principio de este libro debo de emprender el viaje inverso que realizó Fidelma y trasladarme de Londres a Irlanda, concretamente a Cloonoila, una pequeña población en la que «aún quedan muchos prejuicios y la gente vive con sed de escándalo, como si fuese néctar». En ese lugar de ensueño, reducto del folklore e idiosincrasia irlandeses, recala el doctor Vladimir Dragan, sanador y poeta; también terapeuta sexual pero, esto último, lo omite a última hora de la placa que lo presenta en su consulta, no es cuestión de soliviantar los ánimos de una comunidad de tan arraigadas costumbres católicas. «Los celtas habían vivido en las gargantas de las Dolomitas y junto al Drina, de ahí que existiera un vínculo indiscutible entre Irlanda y los Balcanes», cuenta el Dr. Dragan, en adelante Vlad; y no sé si se trata realmente de ese vínculo o si es más bien consecuencia de la buena disposición de las buenas gentes de Cloonoila, el caso es que el forastero de origen montenegrino no solo es bien recibido y aceptado en esas verdes tierras del norte sino que pronto se convierte en figura popular y considerada, aunque, tal vez, en esto último, tenga bastante más que ver el carácter encantador del que constantemente hace gala. El sanador y poeta cura el cuerpo con las manos y el alma con la palabra. Pocos son los que escapan a su influjo aunque ciertamente son más mujeres las que lo idolatran. Fidelma tampoco escapa a esa adoración. Casada con un hombre mayor que ella, a sus cuarenta años lleva tiempo prisionera de «la misma rutina, los mismos anhelos y la misma soledad», rejas a las que hay que añadir su deseo insatisfecho de convertirse en madre. Conocer a Vlad será un revulsivo para sus ilusiones y también la savia que la erigirá en ese roble muerto y caído que pugna por renacer.
Para comenzar por mi principio, en cambio, debo decir que ya el primer párrafo de esta novela me deja patente el ingente talento narrativo de Edna O'Brien. Su prosa es bella, lírica, pero no meramente descriptiva y mucho menos aún vacía. Si nos describe un anochecer es porque algo en la trama se vuelve noche; si una gota de rocío sobre una hoja, porque en lo que nos cuenta hay algo que revivifica. Las flores le sirven a la irlandesa tanto para contarnos sobre el estado en el que vivirá sumida Fidelma que «en el alféizar, detrás de ella, hay un jarroncito con unas pocas flores, y cuando toca una de ellas da un brinco de terror, conmocionada ante semejante ternura, ante semejante contacto» como para que otro personaje proclame que «yo no soy nacionalista [...] pero opino que las razas no deben mezclarse... cuando me presentan a un francés auténtico, o a un alemán auténtico, o a un irlandés auténtico... tienen algo que también tienen las flores... un olor característico y único». Sin embargo, tardo en volver a disfrutar del abanico de posibilidades que ya me anuncia ese primer párrafo. Tardo porque me cuesta un poco sumergirme plenamente en la lectura. No conecto. Leo superficialmente. Me agobio. Pienso en abandonar. Insisto un poco más (sabia decisión aunque por entonces aún no sé hacia dónde me llevará). Quedaría muy bien exponer que fue mi encuentro con Fidelma (que camina bella, como la noche) el que me devolvió al camino que traza Edna O'Brien, pero faltaría a la verdad, porque Fidelma, como ya he dicho, a pesar de ser personaje importantísimo, para mí no es protagonista sino hilo conductor. Las sillitas rojas es una novela de voces. Pensé en un principio que a esa historia coral le ponían música y letra los habitantes de Cloonoila pero me equivoqué: fue comenzar a escuchar al auténtico coro y saber que ya no podría abandonar esta lectura y que continuaría hasta el final.
Para cuando Mistletoe, que por su tono adivinaréis de corta edad, comparte sus secretos con su nueva vecina, esta novela de la que pretendo hablaros está ya bastante avanzada. ¿Por qué comienzo entonces con dos extractos de una de sus notitas, os preguntaréis? Porque por algo tengo que empezar. Porque no sé lo que he leído. Porque sí sé que es muy grande, en cambio, y, sin embargo, es la pequeña Mistletoe la que consigue expresar lo que yo quiero y no sé cómo contar. También porque así aprovecho y os presento a Fidelma. Fidelma, que, más que protagonista, es hilo conductor. Fidelma, que (cito a Byron, como se cita en la novela), «camina bella, como la noche». Fidelma, que es (será) «un roble, hendido por el rayo, con la corteza ennegrecida y chamuscada; un árbol que había muerto y sin embargo aún mantenía una parte con vida [...] En el lado opuesto abrotoñaban unas ramas jóvenes que se desplegaban en todas direcciones, un portento de la naturaleza, muerto por un lado y vivo por el otro, un motivo para la esperanza». Será Fidelma como ese roble, pero me estoy adelantando y justo es que os ubique y que comience por el principio.
Para comenzar por el principio de este libro debo de emprender el viaje inverso que realizó Fidelma y trasladarme de Londres a Irlanda, concretamente a Cloonoila, una pequeña población en la que «aún quedan muchos prejuicios y la gente vive con sed de escándalo, como si fuese néctar». En ese lugar de ensueño, reducto del folklore e idiosincrasia irlandeses, recala el doctor Vladimir Dragan, sanador y poeta; también terapeuta sexual pero, esto último, lo omite a última hora de la placa que lo presenta en su consulta, no es cuestión de soliviantar los ánimos de una comunidad de tan arraigadas costumbres católicas. «Los celtas habían vivido en las gargantas de las Dolomitas y junto al Drina, de ahí que existiera un vínculo indiscutible entre Irlanda y los Balcanes», cuenta el Dr. Dragan, en adelante Vlad; y no sé si se trata realmente de ese vínculo o si es más bien consecuencia de la buena disposición de las buenas gentes de Cloonoila, el caso es que el forastero de origen montenegrino no solo es bien recibido y aceptado en esas verdes tierras del norte sino que pronto se convierte en figura popular y considerada, aunque, tal vez, en esto último, tenga bastante más que ver el carácter encantador del que constantemente hace gala. El sanador y poeta cura el cuerpo con las manos y el alma con la palabra. Pocos son los que escapan a su influjo aunque ciertamente son más mujeres las que lo idolatran. Fidelma tampoco escapa a esa adoración. Casada con un hombre mayor que ella, a sus cuarenta años lleva tiempo prisionera de «la misma rutina, los mismos anhelos y la misma soledad», rejas a las que hay que añadir su deseo insatisfecho de convertirse en madre. Conocer a Vlad será un revulsivo para sus ilusiones y también la savia que la erigirá en ese roble muerto y caído que pugna por renacer.
Para comenzar por mi principio, en cambio, debo decir que ya el primer párrafo de esta novela me deja patente el ingente talento narrativo de Edna O'Brien. Su prosa es bella, lírica, pero no meramente descriptiva y mucho menos aún vacía. Si nos describe un anochecer es porque algo en la trama se vuelve noche; si una gota de rocío sobre una hoja, porque en lo que nos cuenta hay algo que revivifica. Las flores le sirven a la irlandesa tanto para contarnos sobre el estado en el que vivirá sumida Fidelma que «en el alféizar, detrás de ella, hay un jarroncito con unas pocas flores, y cuando toca una de ellas da un brinco de terror, conmocionada ante semejante ternura, ante semejante contacto» como para que otro personaje proclame que «yo no soy nacionalista [...] pero opino que las razas no deben mezclarse... cuando me presentan a un francés auténtico, o a un alemán auténtico, o a un irlandés auténtico... tienen algo que también tienen las flores... un olor característico y único». Sin embargo, tardo en volver a disfrutar del abanico de posibilidades que ya me anuncia ese primer párrafo. Tardo porque me cuesta un poco sumergirme plenamente en la lectura. No conecto. Leo superficialmente. Me agobio. Pienso en abandonar. Insisto un poco más (sabia decisión aunque por entonces aún no sé hacia dónde me llevará). Quedaría muy bien exponer que fue mi encuentro con Fidelma (que camina bella, como la noche) el que me devolvió al camino que traza Edna O'Brien, pero faltaría a la verdad, porque Fidelma, como ya he dicho, a pesar de ser personaje importantísimo, para mí no es protagonista sino hilo conductor. Las sillitas rojas es una novela de voces. Pensé en un principio que a esa historia coral le ponían música y letra los habitantes de Cloonoila pero me equivoqué: fue comenzar a escuchar al auténtico coro y saber que ya no podría abandonar esta lectura y que continuaría hasta el final.
En Cloonoila hay un hotel-restaurante que responde al nombre de Castle. A él acuden personas aficionadas a la caza y su sola presencia le da distinción al pequeño lugar. Pero lo realmente interesante no se cuece en los salones o en las mesas sino en la cocina, en los cuartos del servicio y similar. Casi podría hablarse de un mini Londres si a dispares procedencias nos remitimos. En su vigesimoquinto cumpleaños, Hedda, la camarera lituana, un poco desanimada porque siente que se hace mayor, pide a cada uno de sus compañeros que, como regalo de cumpleaños, le cuenten una historia; ahí comienza la música para mí pero no terminará la función en ese escenario. Ya en Londres, Fidelma trabajará como limpiadora nocturna en un banco. Sus compañeras formarán otro coro de voces en este caso exclusivamente femenino porque, como le confesará Mistletoe, «somos una tribu. Una tribu de mujeres. Luchamos contra los dinosaurios...», y en esta novela serán demasiadas las mujeres que huyen de países en los que no se las quiere, en los que su valor es nulo simplemente por haber nacido mujer. Las voces que me lleguen de un centro de ayuda serán magníficas e inolvidables, y hasta de un refugio de galgos me llegará «una oleada de ladridos salvajes y disonantes [...] Parece un manicomio», porque loco se vuelve quien no tiene un hogar, entendiendo por tal «lo que te procura paz. Lo que te procura certezas».«Para el cierre, se cantaba y recitaba la palabra «Hogar» en las treinta y cinco lenguas de los intérpretes [...] Resulta increíble la cantidad de palabras que existen para decir «hogar», y la música brutal que pueden llegar a desencadenar».
Grigori Rasputin
«El lobo tiene derecho al cordero». Esta cita, procedente de la epopeya serbia La corona de las montañas, es tomada a modo de epígrafe de esta novela. Y ciertamente a continuación se nos narra la historia de niños lobos que crecen para ser solo lobos y de mujeres que engendran niños lobos. El lobo de esta historia tal vez aspirara a escribir el Libro de la noche, tal y como un fantasma del pasado viene a recordarle en un sueño, pero serán otros, final y afortunadamente, los que escriban el libro que he tenido entre mis manos: serán «los vivos, los destrozados, los desollados, con la loca responsabilidad de recordarlo todo, todito» y de recordarnos a nosotros lo ciertos que son los versos de Yeats que rezan, tal y como los lee Fidelma a petición de Vlad en un punto de esta novela: «que el mundo lo llena el llanto / más de lo que puedas creer».«Están allí porque no tienen ningún sitio adonde ir. Un puñado de don nadies, simples números en un papel o en un ordenador, los atormentados, los perseguidos, los violados, los vencidos, los mutilados, los proscritos, los pecios de este mundo, incapaces de volver a su hogar, donde quiera que ese hogar se encuentre. Se sientan donde pueden, en taburetes bajos, en sillas de cocina o en tristes cojines, todo donado. Muchos tienen que quedarse de pie».
Vlad III el empalador. Grabado en madera de Markus Ayrer
Es difícil acotar los temas que trata este libro. ¿Qué nos quiere contar Edna O'Brien con él? Nos habla de la maldad, de lo indisoluble que es la culpa y de lo intrínseca que se vuelve, de «lo rápido que una persona puede perder el corazón y la esperanza». Opino sinceramente que no llega a todo lo que pretende abarcar aunque tal vez sea yo la que no llega a alcanzarlo a pesar de que cuanto más pienso en lo que he leído más me gusta, más se me redimensiona y más magnífico me parece. La última obra de la irlandesa es compleja y está plagada de referencias literarias. Tengo también la impresión (y es solo una impresión pues este es mi primer acercamiento a esta escritora) de que con ella O'Brien extiende su universo literario más allá de lo que acostumbra. Cierto que la autora, al igual que Fidelma, se crió en Irlanda y emigró más tarde a Londres, pero en esta novela trasciende sus límites biográficos y se interesa por un suceso histórico más actual y más allá de sus fronteras y se atreve incluso a jugar a la historia alternativa, demostrando, no solo la lucidez que conserva a sus más de ochenta años, sino que su inquietudes siguen muy vivas, y haciendo extensible el concepto de globalización a la literatura al entender que «todo en este mundo es política. El pan que comemos, el agua que bebemos, el colchón en el que dormimos, la guerra y la paz, todo es política en esencia».
«En la calle vecina ondeaban las banderas de todas las naciones, y bastaba un simple vistazo para percibir que el color predominante era el rojo, el rojo del derramamiento de sangre».
«Si yo estoy loco, en ese caso el patriotismo es una locura».
La Haya, Países Bajos |
Locura y guerra: es tan triste que estas dos palabras están tan imbricadas en esa política que en todo nos concierne... No asistiremos a la primera línea de fuego pero sí nos alcanzará la marea de sus consecuencias, la locura que desencadena, el cambio que opera en nosotros. Aunque, tal vez, ese cambio es solo ficticio y el lobo siempre fue lobo bajo la piel de cordero. Como proclama uno de los empleados del Castle: «es claro que somos un grupo simpático pero si nos ponen uniforme todo eso cambia. En guerra no sé quién mi hermano. En guerra no sé quién mi amigo. Guerra hace salvaje todo el mundo. Nadie sabe qué oculta el corazón de cada uno de nosotros cuando todo nos lo quitan».
«No conocemos a los demás. Son un enigma. No podemos conocerlos, y menos aún a los más íntimos, porque las costumbres nos confunden y la esperanza nos ciega ante la verdad».Las sillitas rojas es una lectura en la que el dolor procedente del canto de las voces que componen su coro nos va cargando la mochila y encorvando la espalda hasta hacer que se nos encoja el corazón. Sin embargo, a pesar de ese peso, de lo oscuro, de lo monstruoso, del aullido de los lobos, del rugido de los dinosaurios, hay un reducto para la esperanza al igual que en ese roble vencido que encarna Fidelma; hay, en la mayoría de las voces de esos desheredaros del hogar, una solidaridad que nos permite soñar que «caminamos hacia nuestra casita en borde de un bosque y ya sale humo de la chimenea, porque uno de nuestros simpáticos vecinos ha encendido, sin problemas de fronteras, la paz que sobrepasa todo entendimiento».
El título de esta novela hace referencia a las 11.541 sillas rojas que se dispusieron a lo largo de los 800 metros de la calle principal de Sarajevo el 6 de abril de 2012 para conmemorar el 20º aniversario del comienzo del sitio a esa ciudad. Una silla vacía por cada muerto a lo largo de los 1.425 días de asedio. Infinitas más si pensamos en los países de origen de los personajes de este libro y en sus respectivas problemáticas: guerras, hambrunas, violencia, explotación,... Yo, sin embargo, no pienso en sillas vacías. Pienso en el macabro juego de sillas que orquestamos cada vez que escribimos una página de la historia mundial, en tantas sillas sin dueño y en tanta gente errando por el mundo sin silla en la que asentarse. Y pienso todo esto mientras me aferro a la propia y, por no mirar hacia el suelo, hacia la tierra que temo en cualquier momento sentir temblar bajo mis pies, alzo la cabeza al cielo y hago mías las palabras que la hermana Bonaventure, una de los habitantes de Cloonoila, le dedicara a Fidelma. Las hago mías y las lanzo cual plegaria deseando que sea cierto que existe un dios todopoderoso que las recoja, ya que los hombres somos sordos y no solo a estas palabras, sino también a las voces de nuestros hermanos sin darnos cuenta, siquiera, de que, en un futuro, ninguno de nosotros podemos asegurar estar exentos de terminar entonando su misma canción y de contribuir a llenar el mundo con nuestro llanto más de lo que podamos creer.
«Yo no suelo mirar las tapias carcelarias de la vida: mejor levanto la vista hacia el cielo, que es más bonito y más espacioso».Amén.
Línea roja de Sarajevo. Fotografía de Bizutage |
Ficha del libro:
Título: Las sillitas rojas
Autora: Edna O'Brien
Traductora: Regina López Muñoz
Editorial: Errata naturae
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 352
ISBN: 978-84-16544-08-0
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Y yo qué hago sin leer nada de esta autora???? Tengo que ponerle remedio. Magnífica reseña!
ResponderEliminarBesotes!!!
Gracias, Margari. Ya me contarás si te estrenas con Edna O'Brien.
EliminarBesos
Recuerdo el conflicto de Bosnia que viví con gran tristeza. Imposible pensar que en medio de Europa pudiera suceder algo así cuando el siglo estaba por concluir. A la vez se estaban masacrando en Ruanda, pero eso era más asumible, África, negros... así somos y así se nos manifiesta el racismo. Lo de Ruanda también me tenía acongojada, pero no interfería tanto con mi capacidad de entendimiento. Mea culpa y mía la vergüenza.
ResponderEliminarTengo en mi estantería de pendientes "Un lugar pagano" de Edna O'Brien y alguno más, este que reseñas entre ellos, en la lista de pendientes. Desde luego, de este año no pasa el conocer a esta autora.
Un beso.
Yo he pensado bastante en Siria durante esta lectura, porque, aunque sea a otra guerra a la que hace referencia su novela, lo que en ella se cuenta no deja de parecerme, más que actual, universal. Y es cierto lo que dices: nos impacta y nos afecta más lo que sucede, bien geográfica, bien culturalmente, cerca de nosotros. Supongo que es porque nos identificamos más con ello y porque cuanto más lejos sucede más a salvo nos sentimos. Injusto, vergonzoso, pero también, y aunque no nos deje muy bien parados, creo que humano. Parece que no podemos librarnos de la distinción entre el ellos y el nosotros.
EliminarYa nos contarás cuando te estrenes con O'Brien.
Besos
Me gustó mucho la trilogía "Las chicas de campo". Esta que reseñas no la he leído, pero detecto en tu comentario sentimientos encontrados sobre ella. La verdad es que en algunos blogs cuando apareció leí comentarios poco favorables y por eso, pese a haberme gustado mucho las tres novelas de la trilogía que digo no presté mayor atención a esta novela. El drama de la guerra de Bosnia fue terrible y el asedio de Sarajevo brutal, pero con todo y con eso no me atrae en exceso leer esta novela porque el recuerdo que guardo de esta irlandesa es mucho más amable y risueño para mí.
ResponderEliminarUn beso
Es cierto, tal y como comento, que al principio no conseguía sumergirme en la lectura, llegando incluso a pensar en abandonarla, cosa que me daba mucha rabia pues tenía muchas ganas de estrenarme con Edna O'Brien. Fíjate que entonces me dio por buscar reseñas a ver si encontraba algo en ellas que me empujara a continuar pero, tal y como comentas, no todas ellas son positivas o al menos no en su totalidad. Aun así, algo encontré en ellas que me animó a persistir en la lectura y no puedo estar más contenta de que así fuera. Creo que hay que entender esta novela como ese coro de voces al que hago referencia. Es cierto que toca más temas, pero son complementarios, no el centro neurálgico. Además, cuando la terminé y volví sobre lo subrayado para escribir esta reseña me dí cuenta de que había subrayado mucho más de lo que pensaba y de que todo lo estaba releyendo estaba en el libro por algo. Creo que es una novela que gana tras la lectura. Incluso me atrevo a augurar que será uno de los mejores libros que lea este 2019.
EliminarElegí este libro de O'Brien para estrenarme con ella por un motivo poco racional. Trabajé durante un año en una biblioteca y durante buena parte del mismo, al mirar hacia el expositor de novedades, mi mirada se posaba inevitablemente sobre su portada: esa mujer, mirando hacia ese camino, invitándome a recorrerlo; sabía que más tarde o temprano tendría que ponerme en marcha. Es cierto que a tenor de las sinopsis de los otros libros de la autora tenía la impresión de que aquí se salía de su registro habitual, sensación que me confirmas con tu comentario, pero yo me sentía atraída por él sin tener ni buscar en ese momento más referencias del mismo. Y creo que está bien seguir esos impulsos, tanto en mi caso como en el tuyo, en el que tu instinto te dice que esta novela tal vez no sea para ti.
Besos
Cuando leí a la irlandesa Jennifer Johnston (está en mi blog), a la sazón amiga y colega de Edna O'Brien , mi primera idea fue leer a Edna, pero una declaraciones de otro escritor irlandés que me gusta, Rody Doyle, afirmando que J. Johnston era el mayor talento de la narrativa irlandesa contemporánea... me dejó boquiabierto y comencé por ella, una escritora impresionante.
ResponderEliminarDe Edna me sorprende su capacidad para moverse por todos los palos literarios; cuento infantil, poesía, novela, relato corto, teatro... es una escritora de muchos quilates (y la propia Jennifer Johnston hablaba maravillas de ella).
Esa sensación de agobio, por momentos, que te ha provocado el libro... pues es lo mismo que me ocurrió a mí con Escalada; a veces entran en juego variables de las que no somos muy conscientes (otras veces sí tenemos claro el porqué). En todo caso tuviste tu recompensa, Lorena, creo que hiciste caso a determinadas "señales" que solo tú sabes interpretar, y te salió bien la jugada ;)
Si empiezo por Edna O´brien lo haré por su narrativa de años atrás, me apetece encontrármela en la Irlanda de los tiempos duros... más aún para una mujer, me atrae mucho ese escenario.
Magnífica entrada!
Abrazo.
Pues sí, no sabría dar una explicación racional de por qué no conseguí meterme en el libro al principio. Creo que fue por algo intrínseco mío y no por la novela en sí. De hecho, en una de esas reseñas que comento con Juan Carlos que leí, comentaban que les había gustado mucho el principio y no así la evolución del libro. Qué cosas, a mí al principio este libro no me decía nada y no fue hasta un poco avanzado que comenzó a hablarme.
EliminarYa he comentado también con Juan Carlos el peregrino motivo que me hizo decantarme por esta lectura en concreto, lo cual no significa que no sienta interés por sus primeros libros, más pegados pienso a sus propias vivencias, pues creo que me ayudarían a conocer mejor a esta autora.
Aprovecho y apunto a Jennifer Johnston.
Un abrazo
Ay, Lorena, llegué con tantísimas ganas a este libro, que tenía la esperanza de que fuera casi una obra maestra. Ahora cuando me pasa eso les dejo esperar un tiempo, porque me decepciono y soy consciente de que no es justa mi valoración. Lo tengo apartado para releerlo en un tiempo
ResponderEliminarBesos
Si tiene que ser que este libro y tú os volváis a encontrar, ten por seguro que llegará ese momento. No hay que frustrarse cuando pasan esas cosas, aunque entiendo tu sensación porque a mí también me ha pasado. Hay que consolarse pensando que si una lectura no pudo ser, la que la ha sustituido sí ha sido y tal vez sin ese dejar en suspenso la anterior no la hubiésemos leído. Yo era renuente a abandonar lecturas, y muchas veces, como en este caso, mi persistencia tuvo su recompensa, pero últimamente intento no sentir esa 'culpa' si decido no terminar un libro.
EliminarBesos
Parece una novela poco convencional, un cuento irlandés y de repente, la guerra de Bosnia. Qué raro todo. Por eso me llama la atención. Cuando creo que el libro es bueno en general soy paciente, si no conecto al principio, persisto o lo dejo para otro momento. Casi siempre tiene su recompensa.
ResponderEliminarDesconocía la anécdota de las sillas rojas, impactante manera de evocar una situación tan terrible, más incluso que las ruinas del asedio.
Un abrazo.
Podría nombrarte, aparte de esta, varias recompensas que ha tenido no sé si mi persistencia o mi cabezonería. Aunque también es cierto, como comento con Silvia, que últimamente he aprendido a dejar un libro con el que no consigo conectar sin sentir culpa, algo que considero muy sano.
EliminarLo de las sillas vacías me parece de una simbología atroz. Yo también lo desconocía hasta encontrarme con esta novela. Y sí, es cierto que la mezcla de ambientaciones de la misma es de lo más extraña. En fin, tendrás que leerla para comprobar por ti mismo si Edna O'Bren sale victoriosa de tal empresa.
Un abrazo
Mi experiencia personal con O'Brien fue buena, aunque sólo transité 'Las chicas de campo'. Éste que nos traes parece interesante, más allá de que has demorado conectarte con él. De la guerra de Bosnia, Serbia y Croacia hay muchos libros muy crudos.
ResponderEliminarComo tú has sabido brindarnos un panorama no tan desolador, accedí a una versión digital de este libro. Cuando pueda, lo incluiré entre mis lecturas.
Un gran abrazo, y gracias por tan buena reseña.
Creo que no hay que tomarlo exactamente como un libro sobre la guerra de Bosnia. Y, bueno, el panorama sí es desolador, por mucho que siempre me guste buscar un resquicio para la esperanza.
EliminarUn abrazo
Madre mía! Pedazo de reseña! Me he quedado impresionada! Te habrá llevado unas cuantas horas! Pues no he leído nada de la autora, pero esta portada me ha llamado la atención, y después de leer tu reseña me lo llevo apuntado (no sé si este o alguno de sus otros libros) porque creo que merece la pena. Por cierto, soy nueva seguidora, si te apetece pasarte por mi blog también hago reseñas, y si te gusta lo que lees y quieres suscribirte estaré encantada!
ResponderEliminarEs cierto que invierto mucho tiempo en mis reseñas. Pero como suele decirse: sarna con gusto no pica.
EliminarPara mí Edna O'Brien ha sido todo un descubrimiento. Espero que para ti también lo sea.
Será un placer pasar por tu casa literaria ;)