Ante el dolor de los demás - Susan Sontag
Ante el dolor de los demás. Ahí me sitúo. Ahí me sitúa Susan Sontag con este breve ensayo que os traigo hoy escrito hace más de veinte años pero de pertinente actualidad. Encaramada a ese título que es como un balcón. Parapetada tras la balaustrada del mirador que forman las palabras Ante el dolor de los demás. Y miro. Y miramos. Todos lo hacemos. No sabemos por qué (o acaso no queremos pararnos a pensar en el porqué). No sabemos qué hacer con lo que vemos (o a veces ya sabemos de antemano lo que hacer). Por eso a veces también cerramos los ojos, volteamos el rostro, ignoramos premeditadamente. Lo que vemos nos persigue. Lo que vemos se convierte pronto en alimento para el olvido. Los demás son los otros. Ese dolor es suyo, no ha de tocarnos (o sí ha de tocarnos, es decir, ha de conmovernos, pero su causa no ha de llegar hasta nosotros). No vaya a ser que sea contagioso. No vaya a ser que nos avergüence, que nos dé por pensar (incluso —sería demasiado— reconocer) que acaso nuestra condición de privilegiados voyeurs esté relacionada de algún modo con su dolor. Mirar —contemplar el dolor y la barbarie— nos perturba, nos horroriza tanto como nos fascina. La destrucción tiene su propio halo de belleza. El morbo nos tiñe de culpa. Por eso castigamos la belleza en las imágenes que representan (o que aspiran a representar) la realidad. Por eso reivindicamos la fealdad en las imágenes que nos acercan situaciones feas. Cualquier atisbo artístico nos parece ilícito cuando de retratar atrocidad y sufrimiento se trata. Como si el mero hecho de observar no convirtiera lo observado —eso que nos interpela y que invoca algo en nosotros— en arte.
Sí, estoy hablando de guerras y estoy hablando de fotografías. Si bien el sufrimiento humano no está únicamente causado por guerras, sí son las imágenes procedentes de estas las que más suelen impactarnos. Si bien la pintura, el dibujo, la escultura u otras manifestaciones artísticas también han sabido mostrar (y hacernos mirar) el dolor de los demás, es la fotografía la que nos lo acerca y nos lo hace real, la que nos lo presenta sin intermediarios. Es por ello por lo que este libro se centra (no única, pero si prioritariamente) en la fotografía bélica. Es por ello por lo que este ensayo constituye también un interesantísimo recorrido por la historia del fotoperiodismo de guerra.
Es curioso que no quiera incluir ninguna fotografía en esta entrada y que haya, en cambio, concluido la inmediatamente anterior a esta con varias fotografías sobre una guerra. Es curioso cómo a veces las lecturas se suceden dándose una especie de relevo que no se ha buscado al escogerlas. Termino La península de las casas vacías y empiezo Ante el dolor de los demás, el cual comienza hablando de la Guerra Civil española (y en el cual se menciona varias veces a Robert Capa, igual que hace David Uclés en su novela; de hecho, hay una mítica fotografía del célebre fotógrafo (o vete a saber si de la fotógrafa con la que en sus primeros años compartía seudónimo) que tiene su protagonismo en ambos libros). Tengo preparada para leer a continuación una novela de Virginia Woolf y resulta que si Susan Sontag comienza este ensayo hablando de la Guerra Civil Española es por ciertos comentarios que, acerca de ciertas fotografías, hizo la escritora británica en su también ensayo Tres guineas. Sí, es curioso cómo tantas veces los libros se dan entre ellos la mano.
Me gustaría pensar que la fotografía consigue que observadores y observados también nos demos la mano. O, mejor aún, me gustaría pensar que ciertas fotografías consiguen que los observadores tendamos la mano a los observados, que eso es parte de su poder revulsivo. Y sí, tal vez a veces lo consiguen. Sin embargo, pocas veces las imágenes son vírgenes o, más bien, pocas veces es virgen la mirada de quien las observa. El contexto dirige nuestras conciencias y la atrocidad convertida en imagen no hace más que reafirmarnos en nuestras creencias.
Miro. Soy observadora de las imágenes que con sus palabras Susan Sontag ha creado para mí durante esta lectura, de la aguda disección realizada por su mente clarividente. Desde mi atalaya he aguzado mi vista ante el dolor de los demás, pero las imágenes creadas por las palabras de Susan Sontag que han registrado mis retinas y que ha secuenciado mi cerebro han terminado por decirme más de nosotros que de esos los demás que nos gusta diferenciar en ellos (no vaya a ser que difuminar la invisible barrera entre el nosotros y el ellos nos coloque al otro lado del objetivo). La historia de las guerras, de la barbarie humana y de su representación no es otra cosa que la historia de cómo nos comportamos ante todo esto. Aun así, la fotografía también es registro y, por tanto, resistencia al olvido. Mirar puede ser obsceno, pero no obligarnos a mirar puede serlo aún más.
Mirar debería servir para pararnos a reflexionar. Os dejo a continuación varias citas y fragmentos de este libro para que podáis así echarle un vistazo. Soy consciente de que la mutilación que suponen de las disertaciones de Susan Sontag hace que pierdan parte de su fuerza; aun así, espero que algo quede. Me dejo muchas y muy interesantes cosas, pero espero que algo de lo seleccionado os dé que pensar. Y, por cierto, si a alguien le apetece ahondar algo más en esa idea de «hacer la paz es olvidar» que recoge el último de los fragmentos que os comparto, pero prefiere hacerlo de esa otra forma más liviana que proporciona a veces la ficción, le recomiendo la novela El gigante enterrado, de Kazuo Ishiguro.
«¿Quién cree en la actualidad que se puede abolir la guerra? Nadie, ni siquiera los pacifistas. Sólo aspiramos (en vano hasta ahora) a impedir el genocidio, a presentar ante la justicia a los que violan gravemente las leyes de la guerra (pues la guerra tiene sus leyes, y los combatientes deberían atenerse a ellas), y a ser capaces de impedir guerras específicas imponiendo alternativas negociadas al conflicto armado».
«Las fotografías de una atrocidad pueden producir reacciones opuestas. Una llamada a la paz. Un grito de venganza. O simplemente la confundida conciencia, repostada sin pausa de información fotográfica, de que suceden cosas terribles».
«Las intenciones del fotógrafo no determinan la significación de la fotografía, que seguirá su propia carrera, impulsada por los caprichos y las lealtades de las diversas comunidades que le encuentren alguna utilidad».
«[...] la imagen fotográfica, incluso en la medida en que es un rastro (y no una construcción elaborada con rastros fotográficos diversos), no puede ser la mera transparencia de lo sucedido. Siempre es la imagen que eligió alguien; fotografiar es encuadrar, y encuadrar es excluir. Además, la manipulación de la foto antecede largamente a la era digital y los trucos de Photoshop: siempre ha sido posible que una fotografía tergiverse las cosas. Una pintura o un dibujo se consideran falsos cuando resulta que no son del artista a quien se le habían atribuido. Una fotografía —o un documento filmado disponible en la televisión o en Internet— se considera falsa cuando resulta que se ha engañado al espectador en relación con la escena que al parecer se representa».
«Lo extraño no es que muchas fotos de noticias, iconos del pasado, entre ellas algunas de las más recordadas [...], al parecer hayan sido trucadas; sino que nos sorprenda saber que fueron un truco y que ello siempre nos decepcione.Descubrir que las fotografías que al parecer son registro de clímax íntimos, sobre todo del amor y de la muerte, están construidas, nos consterna especialmente. [...] Queremos que el fotógrafo sea un espía en la casa del amor y de la muerte y que los retratados no sean conscientes de la cámara, se encuentren con «la guardia baja». Ninguna definición compleja de lo que es o podrá ser la fotografía atenuará jamás el placer deparado por una foto de un hecho inesperado que capta a mitad de la acción un fotógrafo alerta».
«En todo caso, la fotografía conserva el encanto y la autenticidad de la época que celebra un ideal ya desaparecido [...]. Con el tiempo, muchas fotografías trucadas se convierten en pruebas históricas, aunque de una especie impura, como casi todas las pruebas históricas».
«Cuanto más remoto o exótico el lugar, tanto más expuestos estamos a ver frontal y plenamente a los muertos y moribundos. [...] Estas escenas portan un mensaje doble. Muestran un sufrimiento injusto, que mueve a la indignación y que debería ser remediado. Y confirman que cosas como ésas ocurren en aquel lugar. La ubicuidad de aquellas fotografías, y de aquellos horrores, no puede sino dar pábulo a la creencia de que la tragedia es inevitable en las regiones ignorantes o atrasadas del mundo; es decir, pobres».
«La exhibición fotográfica de las crueldades infligidas a los individuos de piel más oscura en países exóticos continúa con esta ofrenda, olvidando las consideraciones que nos disuaden de semejante presentación de nuestras propias víctimas de la violencia; pues al otro, incluso cuando no es un enemigo, se le tiene por alguien que ha de ser visto, no alguien (como nosotros) que también ve».
«Las fotografías de lo atroz ilustran y también corroboran. [...], la fotografía ofrece la muestra indeleble. La función ilustrativa de las fotografías deja intactas las opiniones, los prejuicios, las fantasías y la desinformación. [...] Y, desde luego, las atrocidades que no están guardadas en nuestra mente mediante imágenes fotográficas ampliamente conocidas, o de las que simplemente contamos con pocas imágenes [...], parecen más remotas. Son recuerdos que a pocos les ha importado reivindicar».
«Las fotografías trazan las rutas de referencia y sirven de tótem para las causas: es más probable que los sentimientos cristalicen ante una fotografía que ante un lema. Y las fotografías ayudan a erigir —y a revisar— nuestro sentido del pasado más lejano, con las conmociones póstumas tramadas gracias a la circulación de fotografías hasta entonces desconocidas. Las fotografías que todos reconocemos son en la actualidad parte constitutiva de lo que la sociedad ha elegido para reflexionar, o declara que ha elegido para reflexionar. Denomina a estas ideas «recuerdos», y esto es, a la larga, mera ficción. En sentido estricto no existe lo que se llama memoria colectiva: es parte de la misma familia de nociones espurias, como la culpa colectiva. Pero sí hay instrucción colectiva.Toda memoria es individual, no puede reproducirse, y muere con cada persona. Lo que se denomina memoria colectiva no es un recuerdo sino una declaración: que esto es importante y que ésta es la historia de lo ocurrido, con las imágenes que encierran la historia en nuestra mente. Las ideologías crean archivos probatorios de imágenes, imágenes representativas, las cuales compendian ideas comunes de significación y desencadenan reflexiones y sentimientos predecibles».
«Dondequiera que la gente se sienta segura [...], sentirá indiferencia».
«El argumento según el cual la vida moderna consiste en una dieta de horrores que nos corrompe y a la que nos habituamos gradualmente es una idea fundadora de la crítica de la modernidad; si bien la crítica es casi tan antigua como la modernidad misma».
«La afirmación de que la realidad se está convirtiendo en un espectáculo es de un provincianismo pasmoso. Convierte en universales los hábitos visuales de una reducida población instruida que vive en una de las regiones opulentas del mundo, donde las noticias han sido transformadas en entretenimiento; ese estilo de ver, maduro, es una de las principales adquisiciones de «lo moderno» y requisito previo para desmantelar las formas de la política tradicional basada en partidos, la cual depara el debate y la discrepancia verdaderas. Supone que cada cual es un espectador. Insinúa, de modo perverso, a la ligera, que en el mundo no hay sufrimiento real. No obstante, es absurdo identificar el mundo con las regiones de los países ricos donde la gente goza del dudoso privilegio de ser espectadora, o de negarse a serlo, del dolor de otras personas, al igual que es absurdo generalizar sobre la capacidad de respuesta ante los sufrimientos de los demás a partir de la disposición de aquellos consumidores de noticias que nada saben de primera mano sobre la guerra, la injusticia generalizada y el terror. Cientos de millones de espectadores de televisión no están en absoluto curtidos por lo que ven en el televisor. No pueden darse el lujo de menospreciar la realidad».
«La persona que está perennemente sorprendida por la existencia de la depravación, que se muestra desilusionada (incluso incrédula) cuando se le presentan pruebas de lo que unos seres humanos son capaces de infligir a otros —en el sentido de crueldades horripilantes y directas—, no ha alcanzado la madurez moral o psicológica.A partir de determinada edad nadie tiene derecho a semejante ingenuidad y superficialidad, a este grado de ignorancia o amnesia.En la actualidad un enorme archivo de imágenes hace más difícil mantener este género de defecto moral. Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan. Aunque sólo se trate de muestras y no consigan apenas abarcar la mayor parte de la realidad a que se refieren, cumplen no obstante una función esencial. Las imágenes dicen: Esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. No lo olvides.Esto no es exactamente lo mismo que pedirle a la gente que recuerde un ataque de maldad singularmente monstruoso. («Nunca olvides»). Quizá se le atribuye demasiado valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión. Recordar es una acción ética, tiene un valor ético en y por sí mismo. La memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos. Así, la creencia de que la memoria es una acción ética yace en lo más profundo de nuestra naturaleza humana: sabemos que moriremos, y nos afligimos por quienes en el curso natural de los acontecimientos mueren antes que nosotros: abuelos, padres, maestros y amigos mayores. La insensibilidad y la amnesia parecen ir juntas. Pero la historia ofrece señales contradictorias acerca del valor de la memoria en el curso mucho más largo de la historia colectiva. Y es que simplemente hay demasiada injusticia en el mundo. Y recordar demasiado (los agravios de antaño [...]) nos amarga. Hacer la paz es olvidar. Para la reconciliación es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada.Si la meta es que haya algún espacio en el cual se pueda vivir la propia vida, entonces es deseable que el recuento de las injusticias específicas se disuelva en el reconocimiento más general de que por doquier los seres humanos se hacen cosas terribles los unos a los otros».
Ficha del libro:
Título: Ante el dolor de los demás
Autora: Susan Sontag
Traductor: Aurelio Major
Editorial: Debolsillo
Año de publicación: 2010 (2003)
Nº de páginas: 112
ISBN: 978-84-9908-237-0
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Leí hace muchos años El amante del volcán y desde entonces tengo la intención de volver a la autora, pero nunca lo he hecho. Quizás lo haga con este. Las fotografías que muestran el dolor de una guerra, de un acto terrorista, de una catástrofe, de lo que sea que duele, me parecen un testimonio muy valioso.
ResponderEliminar«[...] fotografiar es encuadrar, y encuadrar es excluir». Qué frase más genial. En ese sentido creo que igual de valioso es el testimonio de una foto que capta la realidad que de una foto preparada. Lo importante es lo que muestra, transmitir ese dolor. Ese gusto que tenemos por las fotografías no trucadas creo que se debe al morbo que tanto afecta a la sociedad acomodada. Creo que es un libro que me ha de gustar y mucho.
Un beso.
Estoy completamente de acuerdo contigo, Rosa. Lo importantes es lo que transmite una fotografía y el efecto de esa transmisión independientemente de que haya o no intervención en lo fotografiado. Creo que, en ese sentido, podría hacerse un símil con la literatura. La ficción muchas veces es un vehículo fantástico para reflejar la realidad. El hecho de que una historia narrada sea real no se traduce en que necesariamente haya de reflejar mejor esa realidad. Tampoco se trata simplemente de apelar a la fibra sensible del lector o espectador, sino que lo que se le ofrece a este debe ser algo con contenido que invite a la reflexión y cuyo efecto sea duradero. Más que a lo verídico a mí me gusta apelar a la honestidad.
EliminarYo llevaba mucho tiempo con ganas de leer a Susan Sontag y por fin lo he hecho y, además, con un libro interesantísimo que me ha encantado.
Besos
Siempre la profundidad de Susan Sontag me llega , y sus sensibilidad está demostrada en sus textos y en este ensayo de manere muy objetiva.
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