La puerta secreta - Marlen Haushofer

«Es un gran amigo de los perros. Yo prefiero los gatos, porque son animales de verdad, mientras que los perros, a veces, me producen una sensación siniestra por su incapacidad para estar solos. Desde el punto de vista de la naturaleza, el perro forzosamente parece más desgraciado que el hombre: es una criatura sin lugar en el mundo, proscrita por los de su raza, esclava del semidiós llamado hombre. Todo aquello que nos gusta en los perros, su fidelidad y su disposición, su capacidad de atender a nuestros caprichos, es sólo una prueba de que ellos mismos no son nada. Un perro, en el fondo, existe únicamente a partir del momento en que su amo entra en la habitación; solo, no es más que un vacío cubierto de pellejo».

Annette no es un perro, pero su existencia se ha convertido en una espera. Llega a preguntarse si alguien ha muerto alguna vez de una prolongada espera. «No recordaba haber oído nada semejante; debía de ser una agonía tan imperceptible y tan lenta que los demás no la registraban, pues en los certificados de defunción no figuraba nada al respecto». Lo que a Annette le ha ocurrido es que se ha enamorado. Y lo que yo llego a preguntarme es si acaso Annette no está más muerta ahora que ha conocido el amor que antes, cuando era una mujer carente de emociones que vivía como anestesiada. Cabría preguntarse —y por supuesto que lo he hecho— qué entendemos por amor y qué por alguien que no siente emociones. La misma Annette sostiene que «lo correcto sería amar a una persona única, y no las sensaciones agradables que nos proporciona. Si observo mi entorno, tengo la impresión de que lo que todo el mundo practica no tiene nada que ver con el amor; más bien se trata de un juego de sociedad con papeles arbitrariamente intercambiables. Algunos de nosotros [...] estamos enamorados del amor, y los demás fingen estarlo para no ser tenidos por seres extraños». También refiere que ha «llegado al extremo de preferir incluso la infelicidad a la antigua frialdad, indiferencia y tristeza sin motivo». Y no, no se trata de sentir algo al precio que sea. Se trata de que Annette no puede renunciar a las sensaciones agradables que le proporciona ese gran amigo de los perros que responde al nombre de Gregor, al efecto que produce en ella una mirada o mano sobre su cuerpo procedente de ese ser extraño por ajeno a ella, por diferente, por indescifrable y a la vez tan evidente. El resto de su tiempo ya no es sino una espera de una nueva mirada, de una nueva caricia, de volver a ver al cuerpo y la presencia querida entrar por la puerta.

Cuando conozco a Annette al principio de esta novela que os traigo hoy, me encuentro con una mujer solitaria. Annette anhela la soledad, la busca, la disfruta. «Estoy sola, pensó, más sola que la una. Y la palabra se le derretía en la boca como un terrón de azúcar», leo a la vez que soy capaz de paladear la dulzura de esa soledad. Y, sin embargo, Annette también anhela compañía, o más bien la necesita. Se pregunta si lo demás son «tan necios como ella. En cualquier caso, no se les notaba, o bien se avergonzaban tanto como ella y no confesaban su debilidad. ¿Es ése el motivo por el que las personas se casan, buscan compañía o tienen perros o gatos? Le pareció más digno soportar los acosos del invisible y oír su risa callada que servirse de otros para sus propios fines; pero entonces cayó en la cuenta de que era precisamente eso lo que ella hacía una y otra vez» al mantener relaciones con hombres a los que no quería o al organizar pequeñas reuniones con sus amistades para encontrarse al poco de comenzadas estas con ganas de volver a cobijarse en su soledad. Pero a ver qué es lo que puede hacer Annette, si el ser humano es como un perro digno de compasión por más que le fascine la independencia de los gatos.

Annette ha recibido una estricta educación. Muerta la madre y abandonada por el padre es criada por una tía de voluntad férrea que da a la pequeña Annete una educación espartana para atar así todo lo que de salvaje e indómito hay en la niña. Queriendo tal vez evitarle sus propios sufrimientos, la mujer consigue convertir a Annete en una persona contenida a la par que la protege frente a la infelicidad y el desasosiego sin sospechar que «en ese estrangulamiento paulatino de las emociones naturales radica un terrible peligro». Annete se convierte así en un ser habituado a la renuncia, caracterizado por una «amabilidad templada» y al que le asusta molestar, que realiza un esfuerzo agotador por que su comportamiento resulte natural —eso que a los demás les resulta fácil y les sale sin pensar— para no sentirse así excluida, que sufre de «adicción a la duda, esa enfermedad del pensamiento», que no manifiesta sus deseos ni lucha por ellos y vive por tanto instalada en la inercia por pereza, porque «era tan aburrido tener que protestar todo el tiempo». Así, era preferible que volviera «a surgir ese miedo a su propia indiferencia que seguramente acabaría por inducirla a hacer algo que no quería hacer en absoluto. El día menos pensado se quedaría paralizada y atrapada, y entonces no podría culpar a nadie salvo a sí misma». Annette parece incapaz de rebelarse ni siquiera ante la insignificancia más nimia «sencillamente porque sería desagradable y fatigante, [...]. Había que volverse loco de verdad —y en tal caso quedar exento de toda preocupación— o bien atenerse a las reglas del juego. La gente que sólo estaba loca por momentos se pasaba el resto de sus días erradicando las consecuencias de esos momentos, reparando ofensas o escribiendo cartas aclaratorias, es decir, cargando con un sinfín de disgustos de toda índole».

La educación y las convenciones sociales pesan, son como cadenas, pero no será la fuerza de la inercia procedente de estas, sino la de las emociones que parecían mutiladas en Annete, las que están a punto de tomar el rumbo de la vida de nuestra protagonista. Desde que ha conocido a Gregor, algo se ha despertado en ella. Los ilusorios instantes de unión alumbran su vida y palian su sempiterna soledad. Sin embargo, Annette no es ciega ante esa ilusión. Es demasiado reflexiva como para dejarse engañar. Sabe que lo que ella y Gregor tienen no es más que humo y que el alimento para su alma que son las cenizas de su relación es indigesto y dañino porque «Gregor no sabe nada de mí, porque no le interesa nada que trascienda mi comportamiento erótico, nada que no sea palpable en el más estricto sentido de la palabra. Yo no sé nada de él porque no desvela ninguno de sus pensamientos. Naturalmente, he aquí una diferencia significativa, que ya me hace sufrir y que me hará sufrir aún más en el futuro. Gregor no necesita realmente de mi amor ni mi amistad, pero me hace sentir viva. Por tanto, en esta relación soy yo la parte que toma, y ese papel siempre me ha resultado difícil».

«Debo decir que Gregor vive sumido en el presente y que no sabe de reminiscencias. Ésta es una de las causas de su éxito, no la causa real y oscura, sino una menor. Un hombre que en todo momento es capaz de movilizar todas sus fuerzas tiene que resultar fascinante a aquellos cuyas fuerzas están atadas y anuladas por los recuerdos, las dudas y los conflictos de conciencia. Cuando Gregor le dice a una mujer «te quiero», está diciendo la pura verdad, aunque no sea más que la verdad de un momento. Cada momento tiene su propia verdad, y así es como las verdades de Gregor constantemente se invalidan unas a otras, por lo que son percibidas como mentiras. Personas como él resultan sospechosas a la vez que fascinantes para quienes conforman su entorno, en el que sólo existen víctimas o enemigos. Hay que saber todo esto si uno no quiere llevarse una decepción con Gregor».

La puerta secreta es la segunda novela que leo de Marlen Haushofer (1920-1970). Al principio de esta lectura, por el estilo de su narrativa, más que acordarme de El muro —o La pared, tal y como se ha traducido al español el título para una edición más reciente de esa otra novela leída por mí de la escritora austriaca— lo he hecho de alguna que otra escritora española de posguerra como Mercè Rodoreda o Carmen Laforet. En seguida, sin embargo, comencé a detectar por aquí y por allá ciertas similitudes con El muro. Aunque ambientada en un entorno mucho más urbano, hay en las páginas de La puerta secreta cierta reivindicación del mundo natural entendiéndose este no estrictamente como lo relativo a la naturaleza sino como sinónimo de un regreso al estado natural, a la infancia, a la vida sin la cortapisa que supone la sociedad.

Public Library, 1910 building, interior view [Photograph]. ([ca. 1865–1965]). Retrieved from https://ark.digitalcommonwealth.org/ark:/50959/sq87fb01m. This work is licensed for use under a Creative Commons Attribution Non-Commercial No Derivatives License (CC BY-NC-ND).

La protagonista absoluta de esta novela es Annette. Toda la historia se cuenta desde su perspectiva, tanto las partes narradas en tercera persona como, evidentemente, las entradas de diario que, de tanto en tanto, salpimientan la narración. Leer a Annette o leer sobre Annette, sin embargo, tal pareciera que es sinónimo de leer a Marlen Haushofer o leer sobre Marlen Haushofer. En todo momento tengo la sensación de estar conociendo a la escritora y no a su personaje. Bien consciente soy de estar leyendo una obra de ficción no autobiográfica, pero siento como propios de la autora todos los pensamientos y sentimientos de Annette, y es que, tal y como aclaró la propia Haushofer y nos cuenta Manuela Reichart en su imprescindible epílogo para esta novela, «Nunca escribo sobre algo que no sean experiencias propias [...]. Todos mis personajes son [...] personalidades escindidas que conozco bastante bien. Si alguna vez aparece una figura cuya esencia me es ajena, nunca trato de penetrar en ella sino que me conformo con describir su aspecto y su acción sobre el entorno». Haushofer —recordemos (escribí sobre ella cuando la descubrí con El muro un pequeño esbozo biográfico que publiqué en redes sociales y que podéis leer aquí)— fue hija de guardabosques que fue después desterrada de esa vida en contacto con la naturaleza y ya de adulta simultaneó la convencional vida de esposa y madre con la escritura. La escritura —sospecho y me confirma Manuela Reichart en el mencionado epílogo al opinar que «Fue eso lo que conservó en medio del horror de una vida adulta: el recuerdo, la fantasía..., la literatura. Formarse una idea, una representación del mundo, que sólo así se vuelve real y soportable. Escribir para sobrevivir»— era su refugio a la par que su medio de atravesar esa puerta secreta que la vida y el mundo en el que vivía se habían encargado de cerrar. No en vano, las mujeres de Haushofer también escriben. Annette lleva un diario cuyas entradas, como he comentado, forman parte de esta novela. El muro no es sino la narración que la mujer protagonista de esa novela escribe sobre su estancia, supervivencia y autodescubrimiento tras ese muro invisible que da título a esa novela. Y según puedo leer en la sinopsis de La buhardilla, otra de las novelas de la autora, un diario escrito por la protagonista de esa obra tiene su importancia en la misma. Aun con esto, Annette —y supongo que por extensión la propia Haushofer—, según cuenta ella misma en la novela que nos ocupa, es consciente de que con la escritura y el tamiz que es la reflexión que esta lleva implícita se pierde la espontaneidad y la inmediatez.

Si con El muro asistí al descubrimiento de una voz narrativa poderosa con un universo propio sumamente rico, con La puerta secreta he acrecentado mis impresiones y Marlen Haushofer se ha convertido en una de esas escritoras que son muy especiales para mí y de las que quiero leerlo y saberlo todo. Leer esta novela ha sido para mí asistir al continuo descubrimiento de la maravilla. Es una mina plagada de joyas. Un libro para atesorar porque guardo de él —al igual que me ocurrió con la lectura de Diario de una vagabunda de Hayashi Fumiko— el íntimo convencimiento de que lo abra por donde lo abra en cualquier momento por azar me voy a encontrar con un párrafo o un fragmento que pareciera estar escrito para mí. Es puro oro. Es una reflexión tras otra para atesorar y que no se circunscriben tan solo a los temas que he dejado caer toca esta novela (o tal vez sí, porque todo está interrelacionado). (No sabéis lo que me cuesta resistirme a la tentación y negaros por tanto algunas de esas perlas, pero no quiero (no debo) dispersarme y sí en cambio encauzar esta reseña.) Hay en la forma de escribir de la escritora austriaca una solidez y una precisión en los vocablos elegidos que desarma como desarma la verdad desnuda. Se puede estar más o menos de acuerdo con lo que dice, pero sin duda alguna todo ello da que pensar. Se puede estar más o menos de acuerdo porque todo es contradictorio, como contradictorio es el ser humano, como contradictoria es Annette anhelando la soledad y la comunión con el otro, siendo consciente de su necesidad de soledad y de su necesidad de compañía.

La puerta secreta es una lectura muy introspectiva. Probablemente no sea del gusto de quienes no tengan mucha tendencia a la introspección. Incluso tal vez se requiera para su completo disfrute de una tendencia al individualismo y al encapsulamiento parecida a la que tenía Annette. Yo me reconozco bastante en ese personaje. No se me ocurre mejor definición que aplicarme que la de una mezcla entre Janet Frame (la Janet Frame que conocí en Un ángel en mi mesa) y la Annette de Marlen Haushofer. A la primera —como no me cansaré de decir— hay que quererla; a la segunda, hay que entenderla, o compadecerla, o hacer un acto de fe para quererla. También soy un poco como el Bernardo Soares del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa, solo que este aquí no cuenta. No cuenta porque es hombre y Marlen Haushofer deja bien expuesta la brecha existente entre hombres y mujeres, entre sus diferentes formas de sentir, de pensar, de actuar, de entender el amor. E, igual que me he preguntado sobre qué es lo que entendemos por amor, no he podido evitar pensar —una vez más— en esa dicotomía entre la tendencia al pensamiento y la tendencia a la acción, así como en cuánto de la diferencia (abismo, según siente la Annette de Haushofer) que se supone existe entre hombre y mujer se debe a algo natural o biológico o a algo adquirido, es decir, cultural o educacional.

Maternity Ward, fotografía de thebarefootmailman bajo licencia CC BY-ND 2.0

No cuenta para este caso que nos ocupa ese heterónimo de Pessoa llamado Bernardo Soares, pero sí cuentan para mí las mujeres que han acudido a mi mente durante esta lectura. Sí cuenta la madre de Amos Oz. Tengo atesorada una cita de ese maravilloso libro que es la novela autobiográfica del escritor israelí Una historia de amor y oscuridad sobre la madre del autor y sobre cómo estamos limitados por nuestra personalidad así como sobre nuestra incapacidad para sustraernos de esta. No la reproduzco aquí por no alargar en exceso esta entrada, así como porque tengo pensado rescatarla o al menos volver sobre ella en un futuro (tengo en el punto de mira un libro que he descubierto recientemente sobre el tema). Sí cuenta Anna Kavan y ese enemigo que acechaba a su alter ego en El descenso, el cual no era otro sino ella misma. No recordaréis ya la referencia al acoso del invisible y su risa callada en una cita que he intercalado más arriba en esta reseña, pero os cuento que para Annette esa presencia en su nuca era una sensación recurrente, una punzada de su soledad, y que sabía respecto a ese ser invisible que «nunca sería tan rápida como para atraparlo, puesto que el otro, en realidad, no existía». Cuenta, especialmente, Clarice Lispector. Cuenta porque fue ella la que escribió «Elegir la propia máscara es el primer gesto voluntario humano» y porque el libro que nos ocupa es una novela sobre la impostura humana. Cuenta porque fue ella quien me regaló esa maravillosa cita que dice así: «No pienses que la persona tiene tanta fuerza como para llevar cualquier tipo de vida y continuar con ella. Hasta cortar los propios defectos puede ser peligroso -nunca se sabe cuál es el defecto que sustenta nuestro equilibrio interno». Porque esas palabras llevan martilleándome calladamente desde que las leí hace seis años. Porque su martilleo volvió a sonar para mí poco después de comenzada esta lectura. Porque fue ya bien avanzada esta cuando sonó el martillazo confirmatorio y leí lo siguiente: «No se podía socorrer a un enfermo si su enfermedad era su propia vida. Ella, en cualquier caso, quería sobreponerse al impacto del descubrimiento y seguir viviendo con su enfermedad. No quería ser curada para convertirse en una persona totalmente extraña que ya no tuviera nada en común con ella misma».

La puerta secreta es una novela de esas en las que aparentemente no sucede nada, es decir, de esas en las que para muchos no pasa nada pero de las que para otros pasa mucho. Aun con esto, es una novela y, por tanto, cuenta una historia y tiene su comienzo, su nudo y su desenlace. El comienzo es conocer a Annette y sus circunstancias. El nudo es el desarrollo de su relación con Gregor y lo que esta supone para ella. El desenlace es una caída al abismo. Tras este, asistimos al final de la novela, un final que he de decir me ha parecido hermoso. En cierto modo lo encuentro esperanzador. Es como si hubiera que alejarse del ventoso escenario principal de la historia (ese viento que tanto importuna a Annette y apenas la deja caminar por las calles) y dejarse calentar por el sol del Mediterráneo en cuyas costas trascurren las últimas páginas de esta novela e imbuir por esa luminosidad que recientemente me mostró Tomás González en su hermosa novela La luz difícil. Es como abrazar el dolor y reconciliarse con él. Se me viene a la cabeza la palabra gratitud, la cual, aunque sea sinónimo de agradecimiento se me antoja un sentimiento más benigno. Tal vez ello sea porque gratitud me suena a gratuidad, mientras que el agradecimiento lleva implícito una contraprestación, cierta obligación. La gratitud, en cambio, se alza inesperadamente frente a mi entendimiento como la repentina revelación de un inmenso regalo que nos es dado porque sí, sin tener que pagar peaje. Aunque, ahora que lo pienso, tal vez el peaje a pagar sea precisamente el dolor. Tal vez resulta que es cuando aprendemos a aceptar el dolor como parte de nosotros incorporándolo así a nuestras vidas que nos es dada la revelación.

«De nuevo surgió su viejo sueño preferido: la casa de campo rodeada de un enorme jardín en la que cada uno tuviera su propia habitación para no importunar a los demás. Una casa donde los niños tuvieran derecho a ser felices y lozanos, en la que uno pudiera permitirse el lujo de ser una persona pacífica y agradable, un anfitrión que pudiese recibir a sus invitados sin someterlos al suplicio de tener que estar juntos durante horas en la misma estancia hasta quedar pálidos y lívidos del agotamiento. Era ésta una de las pocas comodidades de vida digna, pero hacía muchísimo tiempo que se hallaba en vías de extinción y los cuatro afortunados que aún podían gozar de ella al parecer no sabían aprovecharla, porque, de hecho, no eran la gente adecuada. Lo que convertía la pobreza en algo tan cruel no eran tanto las privaciones que imponía a los seres humanos como el envilecimiento y las mutilaciones que obraba sobre la vida. Obligaba al hombre a emplear sus mejores fuerzas en hacerse con un par de patatas y un trozo de carne, y exigía un grado sobrehumano de paciencia y sabiduría si uno no quería dejarse engullir completamente por ella. El hombre era el amo del mundo y, en el mejor de los casos, llegaba a poseer una minúscula prisión dotada de nevera, lavadora y cocina eléctrica. Y la psicosis que un día asaltaba forzosamente a todo prisionero no era susceptible de ser escamoteada en el diván del psiquiatra.
Visto así, la diferencia entre un director general y un peón de obra era mínima y consistía únicamente en el tipo de equipamiento, más o menos confortable, de la celda y en el espejismo del poder. Uno tenía el poder de mandar a un ejército de empleados, de adelantar con el coche a un peatón, de decidir como médico sobre la vida del paciente, de condenar a otra persona en calidad de juez; pero ¿qué significaba todo eso si uno ya no tenía el poder de echar el cerrojo de su puerta, de desaparecer de la vista de la gente durante un mes o de irse de pesca en lugar de acudir a la reunión de la junta directiva? La vida entera se había convertido en un sucedáneo y, sin embargo, el hombre no lograba reprimir el malestar y la tristeza alojados en su corazón, aquel vago recuerdo de algo perdido hacía mucho tiempo y que sólo podía recomponerse en los sueños. Sólo en el momento en que ese recuerdo se extinguía incluso en los sueños, sólo entonces un coche, una nevera o una cuenta bancaria podían de veras significar la felicidad, la única forma de felicidad que uno conocía y podía recordar».

Manarola in Twilight, fotografía de kuhnmi bajo licencia CC BY 2.0





Ficha del libro:
Epílogo de: Manuela Reichart
Traductores: María Esperanza Romero y Richard Gross
Editorial: Siruela
Año de publicación: 2003 (1957)
Nº de páginas: 178
ISBN: 84-7844-709-1




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Comentarios

  1. Qué cierto es eso de que la gente finge (o cree) estar enamorada. Y es que ¿qué es en realidad estar enamorada? he reflexionado sobre ello muchas veces. Creo que desde que nacemos, estamos programados pare "enamorarnos" tener una pareja, unos hijos... Todo nos empuja a ello, lo que vemos en nuestras familias y amigos, el cine, la literatura, etc. Veo que no es el caso de Annette a quien su tía ha educado en la renuncia y la sensación de no merecer el amor y los afectos.
    A veces resulta frustrante todo lo que se querría transmitir de una lectura y ser consciente de que no se puede (ni se debe) hacer en una entrada de un blog. Me pasa a menudo, pero ayer, escribiendo sobre Los alemanes, de Sergio del Molino, me resultó tan evidente que lo comento en la entrada. Hay que dejar tantos temas, tantas citas, tanta esencia que nos gustaría destilar y no hay espacio ni se debe destripar más de la cuenta.
    Te ha traído a la memoria muchas lecturas esta puerta secreta. Algunas las he experimentado yo también. La luz difícil, muy recientemente; Un ángel en mi mesa, hace un poco más; Una historia de amor y oscuridad, hace ya bastante tiempo. Rodoreda, Gaite... Es una maravilla enlazar tantas lecturas. A mí me cuesta mucho porque mi memoria ya está un tanto deteriorada, ja, ja. Magnífica reseña.
    Un beso.

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    1. También es algo sobre lo que he pensado a menudo, sobre la idea que tenemos del amor y del enamoramiento. Comparto mucho tu visión, pero también creo que hay una necesidad individual de sentirse querido y comprendido, como si el amor fuese un conjuro contra la soledad cuando, en última instancia, todos estamos solos. La unión entre dos personas es efímera, es puntual o va y viene. A menudo los enamorados o los amantes son unos extraños el uno para el otro y lo que se ama es la imagen que hemos creado del otro.
      Entiendo lo que dices respecto a ese libro de Sergio del Molino sobre el que acabas de escribir. En el caso de La puerta secreta, si me he contenido con algunas citas no ha sido por no desvelar nada que no debiera (porque además es una de esas lecturas de las que resulta muy fácil hablar mucho sin destripar nada) sino por no desviarme de cierto rumbo que seguir en esta reseña, no irme demasiado por los cerros de úbeda y no hacer la entrada más larga de lo que ya de por sí me suelen salir.
      Sí que han acudido lecturas a mí mente. Es algo que me pasa a menudo y creo que cada vez más. Y la verdad es que me gusta ese enlazar diferentes libros y autores, aunque no sé si al que me lee le aportan realmente algo esas conexiones que hace mi cabeza. A veces las hace durante la lectura; a veces, después; otras, mientras escribo la reseña o por ideas que se me ocurren de repente al escribir y que ni siquiera tienen que ver necesaria y directamente con el libro en cuestión. También me suele ocurrir a menudo que lo que en realidad recuerdo son ideas o citas que en su momento dejé en la reseña del libro en cuestión del que me acuerdo, con lo cual ya no sé si estoy adulterando esa lectura y creando otra paralela, como el enamorado con la imagen que crea de la persona amada. Pero, en fin, con libros como esta novela y escritoras como Marlen Haushofer es fácil que salgan muchas cosas. Lo díficil es ponerle orden y coherencia a todo ese flujo.
      Besos

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  2. Dices en tu reseña sobre "La puerta secreta" que Marlen Haushofer decía 'Nunca escribo sobre algo que no sean experiencias propias'. La verdad es que salvo los autores que cultivan la narración fantástica -e incluso estos- los escritores ficcionalizan sus propias experiencias habitualmente.
    Veo que te ha gustado mucho esta novela y que en general todo lo escrito por Marlen Haushofer te gusta. Tomo nota de sus títulos pues a mí también me agradan lecturas introspectivas como las de la Haushofer en las que cada linea es digna de ser apuntada y recordada.
    Pero también quería decirte que me asombra tu manera de escribir tus reseñas. Son auténticas tesinas en las que relacionas lo leído recientemente con otras lecturas que atesoras en tu interior. Y no sólo esto sino que vas hilando con una increíble coherencia citas tomadas de unas y otras obras. Alucino contigo, Lorena. Cómo decía alguien -ya ves ni siquiera recuerdo el nombre de ese alguien- me quito el sombrero ante tu maestría. Estás construyendo reseña a reseña una auténtica obra intelectual de mucha altura y nivel. ¡¡Bravo!!
    Un beso grande

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    1. Pienso que hasta en las historias más alejadas de la realidad los escritores han de dejar algo de ellos. No necesariamente tiene por qué ser algo que les haya sucedido a ellos, ni siquiera sentimientos o pensamientos propios, puede ser lo que ven a su alrededor o su propia mirada sobre el mundo. Pienso que si no es así algo cojea, algo falla. Pero también pienso que hay autores que de algún modo se cuentan en sus obras, y Marlen Haushofer es una de ellos.
      Efectivamente, me ha gustado mucho todo lo que he leído de esta escritora, que tampoco ha sido tanto, pues han sido solo dos novelas. Y sí que esta última —La puerta secreta— ha traído a mi memoria otras lecturas y otros autores. Me lío un poco a veces queriendo enlazar lo que en mi cabeza está tan claro, pero es mi forma de leer y si no lo plasmara (o al menos lo intentara plasmar) así, pienso que mis reseñas quedarían cojas.
      Besos

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