Una historia de amor y oscuridad - Amos Oz

«Cuando era pequeño, quería crecer y ser libro. No escritor, sino libro: a las personas se las puede matar como a hormigas. Tampoco es difícil matar a los escritores. Pero un libro, aunque se lo elimine sistemáticamente, tiene la posibilidad de que un ejemplar se salve y siga viviendo eterna y silenciosamente en una estantería olvidada de cualquier biblioteca perdida de Reikiavik, Valladolid o Vancouver».
De alguna estantería olvidada llegaría a una estantería bastante oculta de uno de los stands de venta de libros de segunda mano de la pasada edición de la Semana Negra de Gijón mi ejemplar de Una historia de amor y oscuridad. Me gustaría poder decirle al pequeño Amos Oz, por entonces Klausner, que su sueño infantil se ha cumplido. Me gustaría pero ya no es posible hacerle llegar ese mensaje. De ser posible, sería al Oz adulto al que me dirigiría, lo cual sería mejor aún, pues en este libro en el que se ha convertido es el adulto el que se hace pasar por niño. Es el hombre el que vuelca la vista atrás hacia la infancia, el que bucea entre recuerdos que nunca son fidedignos a la realidad, el que cubre las lagunas desde la perspectiva de la propia trayectoria vital.

Una historia de amor y oscuridad es una novela autobiográfica, amén de una amalgama de muchas más cosas. El propio autor nos dice en ella que toda ficción es autobiográfica. Tal vez incluso haya ficciones que lo sean más que otros textos basados en hechos reales, añado yo. Al jerosolimitano le hastían (a mí también) aquellos lectores que quieren saber en cada momento qué suceso aconteció de verdad y cuál no, qué personajes se corresponden con personas de carne y hueso y cuáles son inventados, como si hubiera límites claros entre realidad y ficción. El corazón del relato, afirma también, no está «en el terreno que está entre lo escrito y el escritor, sino en el que está entre lo escrito y el lector». Pues bien, en ese terreno que se ha abierto entre este libro y yo habita el corazón del Amos Oz que se ha materializado e inmortalizado en libro; el corazón del auténtico Amos Oz, se quedó solo para él hasta que dejó de latir.

Son muchos otros, sin embargo, los corazones que laten en esta novela. Muchos de ellos comenzaron a latir incluso antes del nacimiento del escritor hebreo, pues Una historia de amor y oscuridad tiene algo de saga familiar ya que se retrotrae en el tiempo junto a las líneas familiares paterna (Klausner) y materna (Mussman) de su autor y acompaña a sus diferentes miembros en su huida desde el este de Europa al actual Estado de Israel. Una historia de amor y oscuridad es también radiografía de una época y un lugar, y por tanto son muchos los corazones que con nombres propios o anónimos laten a través de sus páginas. Pero si hay dos corazones cuyo latido lo impregna todo y que para mí son los auténticos protagonistas de esta novela, esos son los del padre y la madre de Amos Oz.

No sabemos cómo se conocieron. No sabemos cómo se enamoraron o si acaso no lo hicieron. Y si no lo sabemos supongo que es porque su propio hijo nunca lo supo. Sin embargo, a pesar de que los padres casi siempre son extraños para los hijos más allá de su papel de progenitores y de que siempre guardan facetas ocultas, el autor realiza un retrato tan convincente de los suyos que consigue ampliar su deseo infantil y convertir a ambos también en libro.

Yehuda Arie y Fania, tales son los nombres de los padres, son dos extraños entre sí que se saben extraños y que a la vez se conocen demasiado bien. Son dos islas que se contemplan desde sus respectivas orillas. Dos vidas víctimas de las circunstancias, frustradas, fracasadas. Dos personas buenas que me han inspirado una profunda ternura. Él es erudito, culto, locuaz, torpe. Ella es callada, introspectiva, escrutadora, con un alma demasiado grande y sensible como para permanecer mucho tiempo en este mundo. Y entre ellos, el pequeño Amos, su promesa de esperanza y felicidad.

Calle Ben Yehuda de Jerusalén después del atentado del 22 de febrero de 1948
Una historia de amor y oscuridad puede contemplarse también como una novela de iniciación, de crecimiento, de dejar atrás a los padres como también los nuevos judíos querían dejar atrás a los viejos, dejar de sentirse víctimas y mirar hacia el futuro con orgullo, con «un nacionalismo segregacionista y armado que, irónicamente, habían aprendido de sus peores enemigos». «Entendí de dónde venía: de una madeja recelosa de tristeza y fingimiento, de nostalgia, burla, ofensa e importancia provinciana, de educación sentimental, ideales anacrónicos, miedos ahogados, resignación y desilusión», escribe Amos Oz, y yo lo leo y no tengo claro si habla de su familia o de su barrio porque, evidentemente, entre tantas cosas que es esta enorme novela, también tiene lo suyo de novela histórica.
«En la vida de los individuos y de los pueblos, los conflictos más terribles son casi siempre los que estallan entre dos perseguidos. Sólo en la ilusión difundida por algunos círculos románticos, los perseguidos y los oprimidos se unen siempre por solidaridad y caminan como un solo hombre hacia las barricadas para luchar juntos contra su cruel opresor. La verdad es que los dos hijos de un padre déspota y maltratador no necesariamente se convierten en aliados, y no siempre el destino común los acerca. En más de una ocasión uno ve en el otro no a un hermano con un destino común sino precisamente la imagen terrorífica de su común perseguidor.
Tal vez hayan sido así las cosas entre árabes y judíos durante unos cien años.
La Europa que ha atormentado, humillado y oprimido a los árabes mediante el imperialismo, el colonialismo, la explotación y la opresión es la misma Europa que ha perseguido y oprimido también a los judíos, y al final ha permitido o ha ayudado a los alemanes a extirparlos de todos los continentes y a asesinar prácticamente a todos. Pero cuando los árabes nos miran, ven ante ellos no a un puñado de supervivientes medio histéricos sino a un nuevo y arrogante emisario de la Europa colonialista, desarrollada y explotadora, que regresa con astucia a Oriente -esta vez con un disfraz sionista- para volver a explotar, despojar y oprimir. Mientras que nosotros, cuando los miramos, vemos ante nosotros no a unas víctimas como nosotros, no a unos hermanos en el sufrimiento, sino a unos cosacos que llevan a cabo progromos, a unos antisemitas sedientos de sangre, a unos nazis disfrazados como si nuestros perseguidores europeos hubiesen vuelto a aparecer en Eretz Israel con kefias y bigote, pero fuesen nuestros viejos asesinos cuyo único interés era y sigue siendo cortar las gargantas de los judíos por gusto y diversión».
Refugiados palestinos durante el mandato británico de Palestina, 1948. Fotografía de Fred Csasznik

Amos Oz comienza su novela describiendo la casa en la que se crió y, así, hablando de una cosa para en realidad hablar de otras, consigue que yo ya me sienta en casa. No negaré que haya habido un par de ocasiones en las que me haya despegado un poco de la lectura, algo casi inevitable en un libro de la extensión de este, pero son muchas más las que he sonreído, me he maravillado, me he conmovido. Disfruto de la furia de Arie cuando descubre que el pequeño Amos, al que por primera vez le ha concedido un hueco en su biblioteca para guardar sus libros, ordena estos por tamaño. Me embeleso con la voz de la tía Sonia, recordando la infancia y juventud de su hermana Fania, revisando su condición de mujer y comparándola con los no sabe si nuevos tiempos, creyéndose inferior intelectualmente a sus hermanas cuando paradójicamente por obra y pluma de su sobrino me deja perlas como «El único viaje del que no se vuelve con las manos vacías es el interior. En el interior no hay fronteras ni aranceles, se puede llegar hasta las estrellas más lejanas» o «Puede que precisamente quien menos querido es, si no es envidioso ni rencoroso, tenga en su interior más amor que dar. ¿No? No estoy muy segura de lo que acabo de decir. Tal vez sólo sea un cuento que me explico a mí misma antes de dormir. Tal vez todos nos contemos cuentos antes de dormir para tener menos miedo». Me enamoro también un poco de la maestrazelda, la poetisa Zelda, al igual que hizo el pequeño Amos. No tengo palabras, ni quiero buscarlas porque sé que ninguna me serviría, para relataros la noche del 29 de noviembre de 1947 en la que la ONU votó a favor de la creación de un estado judío dentro de Palestina. Yo estaba allí. Amos Oz me llevó y yo salté de la cama y pasé de brazos en brazos hasta aterrizar en los de sus padres y fundirme con ellos. Yo vi. Yo escuché. Yo grité y mi impotencia largamente contenida se disolvió en lágrimas. Yo sentí y recibí el sentimiento de otros. Yo lo guardo en mi recuerdo como un tesoro.

Cuando Amos Oz era niño, cada tres o cuatro meses, él y sus padres se preparaban cuidadosamente. Salían de casa e iban a la farmacia en un día y una hora convenidos. Allí estaba el único teléfono del barrio. La cita se había concertado por carta con la suficiente antelación. A la hora acordada, ni demasiado tarde, para no hacer esperar, ni demasiado temprano, por si se adelantaban, solicitaban a la operadora que les conectase con la familia de Tel Aviv. Tras iniciarse la comunicación, tan solo una escueta conversación en la que se preguntaban mutuamente si se encontraban bien y ambas partes lo confirmaban. La escena resulta casi cómica pero no lo es teniendo en cuenta que la vida dependía de un hilo y que tal vez esa fuese la última ocasión en que escuchasen sus voces. El pequeño Amos por aquel entonces en el único hilo en el que pensaba era en el telefónico que atravesaba desiertos, pedregales, montañas y colinas y en su fragilidad, ya que lo imaginaba, y tal vez no muy equivocadamente, expuesto a la climatología, a los ataques árabes y a los animales salvajes. Yo, en cambio, pienso en el hilo que trenzan los recuerdos, y no solo en los propios sino en los heredados e incluso los inventados. Pienso en los hilos que traman historias. Evoco al Amos niño y a su madre inventando historias por turnos entre los dos. Recuerdo la declaración del Amos hombre en la que revela que nunca ha hablado con nadie de su madre hasta escribir estas páginas. Y entonces pienso en que tal vez haya algo de razón en eso que dijo la tía Sonia acerca de que nos contamos cuentos para tener menos miedo. Y, por supuesto, y como siempre, no puedo dejar de pensar en el milagroso hilo de conexión que son los libros, en todo lo que ha comenzado a revivir en cuanto he abierto mi ejemplar de Una historia de amor y oscuridad. En este caso, además, siento un tonto orgullo, como si, en lugar de de un puesto de segunda mano, hubiese rescatado este libro de entre los mismísimos escombros de la guerra que se desató tras esa noche de aquel 29 de noviembre de 1947.
Kibutz Hulda. Fotografía de Zoltan Kluger
«Por aquellos años, como he dicho, esperaba crecer y convertirme en libro.
No en escritor, sino en libro. Por miedo.
Pues todo aquel cuyos familiares no habían llegado a Palestina tuvo que admitir finalmente que los alemanes los habían matado a todos. Había en Jerusalén un miedo que la gente se esforzaba en enterrar en lo más profundo de su pecho. Los tanques de Rommel casi habían llegado a Eretz Israel. Los aviones italianos habían bombardeado durante la guerra Tel Aviv y Haifa. Y quién sabe qué más nos harían los británicos antes de irse. Y, después de su marcha, una multitud de árabes sedientos de sangre, millones de musulmanes exaltados, se alzarían y en unos cuantos días no masacrarían a todos. No dejarían con vida ni a un solo niño.
Por supuesto los adultos se esforzaban en no hablar de ese terror en presencia de los niños. Y en cualquier caso, nunca en hebreo. Pero a veces se les escapaba alguna palabra. O alguien gritaba en sueños. Las casas eran pequeñas y opresivas como jaulas. Por la noche, después de apagar la luz, oía sus murmullos en la cocina mientras se tomaban un té con galletas, y podía captar palabras como Chelmo, nazis, Vilna, partisanos, Aktion, campos de exterminio, trenes de la muerte, tío David, la tía Malka y también el pequeño Daniel, el primo de mi edad.
De alguna forma el miedo te traspasaba: los niños de tu edad no siempre crecen. Muchas veces los matan en la cuna. O en la guardería. En la calle Nehemías a un encuadernador de libros le ha dado un ataque de nervios, ha salido al balcón y ha empezado a gritar, judíos, salvaos, daos prisa, pronto nos quemarán a todos. El aire estaba saturado de terror. Y yo posiblemente había comprendido lo fácil que era matar a las personas.
Es cierto que no es difícil quemar los libros, pero a pesar de todo, si crecía y me convertía en libro, tenía la posibilidad de que un ejemplar perdido consiguiera salvarse, aquí o en otro país, en alguna ciudad, en alguna biblioteca remota, en el rincón de un estante olvidado por Dios: yo había visto con mis propios ojos cómo los libros consiguen esconderse, introducirse en la oscuridad del polvo entre tomos apretados, debajo de montones y montones de fascículos y revistas, y encontrar un escondite oscuro detrás de otros libros...»
Vista de Jerusalén a principios del siglo XX. Fotogaría de la American Colony (Jerusalem)





Ficha del libro:*
Título: Una historia de amor y oscuridad
Autor: Amos Oz
Traductora: Raquel García Lozano
Editorial: Siruela
Año de publicación: 2015
Nº de páginas: 704
ISBN: 978-84-16280-39-1
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*El ejemplar que yo he leído corresponde a una edición del año 2006 de Círculo de Lectores por cortesía de Ediciones Siruela. Traducción también de Raquel García Lozano.





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Comentarios

  1. ¡Hola! me encanta ese símil de los libros con la vida, ese afán de querer convertirse en libro, es entendible (fíjate como ha llegado este libro a tus manos). No conozco al autor aunque tengo en mente haber leído sobre él, sobre su prosa que parece ser maravillosa.
    Un beso

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    1. Aunque no es un libro que sea difícil de encontrar, me encanta que haya llegado a mí por azar, porque no era una lectura que estuviera buscando.

      Amos Oz es un autor muy reconocido y uno de los más importantes escritores contemporáneos en lengua hebrea. Fue premio Príncipe de Asturias, además. Así que sí, es bien probable que hayas oído o leído sobre él. Es el primer libro suyo que leo y lo he disfrutado mucho.

      Besos

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  2. Una maravilla de libro. Lo he leído dos veces porque nueve años después de la primera, lo pusieron para la tertulia del instituto y lo disfruté aún más. Además como ya tenía el blog, hice reseña y ya sabes que cuando piensas para escribir sobre el libro se van sacando nuevas cosas y descubriendo detalles.
    Tiene otro libro, "Mi querido Mijael" (casualmente casi igual que el último que he leído de Natalia Ginzburg) que trata de un matriminio. Mientras lo leía, pensaba que bien podrían ser los padres del autor.
    Lo que más admiro de él es su capacidad para ver los problemas con distancia y alejarse del sectarismo. Fue uno de los que lucharon por la paz con los palestinos y deploraba lo que desde su gobierno se hacía con ello. Esas reflexiones acerca de las víctimas son grandiosas.
    Preciosa reseña.
    Un beso.

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    1. Gracias. Es un libro que tiene fragmentos realmente hermosos y creo que se merecía el esfuerzo de intentar conseguir una reseña bonita.

      Ya decía el propio Oz que toda ficción no deja de ser autobiográfica. Él mismo hace guiños en esta novela a personajes y situaciones de su vida o de su familia que tienen sus similitudes con personajes y situaciones de otros libros suyos.

      Era muy objetivo y supo ver el conflicto desde todas las perspectivas. Su opinión al respecto queda patente en esta novela a pesar de que al Amos Oz niño y joven, que es el que la protagoniza, aún le faltaba camino por recorrer para alcanzar esa amplitud de miras.

      Sí, me imagino que habrás disfrutado mucho de la relectura. Y es cierto que el escribir sobre un libro es casi como otra relectura más.

      Besos

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  3. No he leído nunca a Amos Oz, aunque es mundialmente conocido, ya se por donde empezar. Lo único que me intimida es su extensión, el resto me atrae mucho (tendrá que ser lectura de vacaciones). Los fragmentos son de una lucidez asombrosa y su prosa es impecable. Los límites entre autobiografía y ficción son difusos, mejor dejarse llevar por la lectura. Al fin y al cabo no son libros académicos, queremos ideas, sentimientos y no veracidad.
    Un abrazo.

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    1. No entraba en mis planes leerlo pero, ya que me encontré con este libro por azar, que tenía buenas referencias del autor y que no he leído apenas nada de literatura hebrea, no dudé mucho en llevármelo a casa. Tampoco entraba en mis planes leerlo en este momento precisamente por su extensión, pero al final en agosto he estado más desocupada de lo que pensaba y he aprovechado para colar otro tocho y este.

      Mucho mejor dejarse llevar por la lectura. Yo doy por verdadero lo que un escritor me haga sentir real. En este caso es evidente que por corta edad hay muchos sucesos que el autor no podría recordar bien, así como ni siquiera había nacido para poder contar por ejemplo la historia de sus abuelos. Recuerdos, anécdotas y mitología familiar y mucho y buen oficio.

      Ya tienes lectura para estas navidades.

      Un abrazo

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  4. Has seleccionado unos párrafos excelentes, que realzas con tus impresiones.
    Siempre me cayó muy bien Amos Oz, un ser pacífico que abogaba por el entendimiento entre israelíes y palestinos, y crítico por el trato de su país hacia Paestina.
    Además es un magnífico escritor.
    Gracias por recordarlo, Lorena.
    Un abrazo.

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    1. Había mucho para seleccionar pues hay muchas historias dentro de esta gran historia. Al final opté por lo que creo que venía mejor a la reseña.

      La literatura sirve para muchas cosas, entre ellas para despertar el espíritu crítico. Así que es genial que un escritor de esta talla haya sido coherente en sus novelas con su forma de sentir y pensar porque así nos hace llegar ese sentimiento y ese pensamiento mucho más.

      La agradecida soy yo por haber tenido la oportunidad de disfrutar de este libro y de su autor. Todo un lujo.

      Un abrazo

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  5. ¡Buff, pedazo de reseña, Lorena! Me ha encantado leerla. Tu reseña es una magnífica muestra de literatura. Me quedo boquiabierto de satisfacción leyéndote. Muchas gracias por tu escritura.
    Respecto a Amos Oz te diré que no he leído nada suyo. La verdad es que el sionismo y ese afán por hacerse con la tierra de los palestinos nunca me ha atraído. Al tiempo que digo esto, también tengo que declarar que admiro a muchos autores judíos. Por Amos Oz y sus libros siempre he pasado como de puntillas. Pero hoy, tras leerte, este que reseñas, pese a su extensión, me atrae muchísimo: una lección de historia, de ficción, de realidad, de amor a la familia, de amor a la vida y de temor a perderla, de querer convertirse en libro (¡qué maravilla!), o sea, la literatura, esto ers, la vida. Me has captado, amiga, me has pescado. Creo que voy a engañar a los que tengo en lista de espera y colocaré "Una historia de amor y oscuridad" en lugar preferente. Haré como que no me doy cuenta.
    Un montón de besos

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    1. Creo que no se puede considerar sionista a Amos Oz. Él siempre trató de tender puentes entre israelíes y palestinos y es un autor formidable. Debes darle una oportunidad.

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    2. Como apunta Rosa, Amos Oz no es para nada parcial. En este libro además podrás apreciar que es perfectamente capaz de contemplar el punto de vista de los palestinos y de ser crítico con los suyos. Se nota también como sus ideas al respecto han ido madurando con la edad.

      En cuanto a lo que comento en la reseña sobre la ficción y realidad, el autor se refiere a sus libros en general y no precisamente a este. Pero este, aunque autobiográfico, no deja de estar novelado y, como comento con Gerardo, hay sucesos familiares que cuenta que él ni siquiera vivió. Al final todo es ficción y todo es real.

      Me alegro de haberte pescado. Creo que es una lectura que disfrutarás.

      Besos

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  6. Tengo varios libros de Oz -éste entre ellos- para leer y no tengo una explicación valedera para justificar mi ausencia de lectura. Además, esos títulos me fueron llegando a través de distintos lectores que los recomendaban...
    Me ha encantado cómo has anudado tus reflexiones con las que brinda el autor. Felicitaciones por ello y gracias por recordarme de leer algo suyo.

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    1. Yo tampoco tengo explicación verdadera para muchas de mis ausencias de lectura (lagunas lectoras, como me gusta llamarlas a mí). En todo caso, me alegro de haberte recordado a Amos Oz como futura lectura. Si tiene que llegar el momento en el que él y tú os encontréis, llegará.
      Un abrazo

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