2020: diario de viaje



«Le dijeron a Sócrates que alguien no se había hecho en absoluto mejor con un viaje: «Lo creo», respondió; «se había llevado consigo»».

Michel de Montaigne ha sido un punto fijo en mi itinerario de 2020.
Usada foro del Grabado de Antoine Murin y 
François-Séraphin Delpech
Esta anécdota nos la cuenta Michel de Montaigne en uno de sus ensayos. No es la única ocasión en la que el francés recurre a un ilustre filósofo para disertar sobre los diversos temas que toca en su insigne obra Los ensayos. No siempre lo hace con una referencia tan clara, todo hay que decirlo. Ahí están, para iluminarnos y sacarnos de dudas, las detalladas notas de la exhaustiva y voluminosa edición de Acantilado que me ha acompañado durante buena parte de este año. Ahí están para el que le falten referencias de la cultura clásica, como es mi caso, y también para el que ande sobrado de ánimos.

Escribe Enrique Vila-Matas en su novela Esta bruma insensata, citando por cierto a otro filósofo de la antigua Grecia, que «nunca ha existido la originalidad, que fue sólo una fantasía de Platón, para quien el mundo mismo era una copia». Montaigne mismo explica su recurrencia a hacer propio lo de otros de la siguiente manera:

«Pretendiendo hablar indistintamente de todo aquello que se ofrece a mi fantasía, y sin emplear más que mis medios propios y naturales, me sucede a menudo que encuentro por azar en los buenos autores esos mismos asuntos que he intentado tratar [...]. Entonces, al reconocerme en comparación con ellos tan débil y miserable, tan torpe y adormilado, me compadezco a mí mismo o me desprecio. Pese a todo, me complace que mis opiniones tengan el honor de coincidir a menudo con las suyas; y que al menos los siga de lejos, asintiendo. También, que tengo algo que no todo el mundo tiene: sé la extrema diferencia que hay entre ellos y yo. Y, no obstante, dejo correr mis invenciones tan endebles y bajas como las he producido, sin embozar ni remendar los defectos que esta comparación me ha descubierto».

«Al leer no buscamos ideas nuevas, sino pensamientos ya pensados por nosotros que adquieren en la página un sello de confirmación. Nos impresionan las palabras ajenas que resuenan en una zona ya nuestra -que ya vivimos- y al hacerla vibrar nos permiten encontrar nuevos motivos dentro de nosotros», dejó escrito Cesare Pavese en su maravilloso diario El oficio de vivir. Valeria Luiselli nos explica, de manera muy hermosa. algo parecido en su novela Desierto sonoro:
«Yo no llevo un diario. Mis diarios son las cosas que subrayo en los libros. Nunca le prestaría un libro a nadie después de haberlo leído. Subrayo demasiado, a veces páginas enteras, a veces con doble subrayado. [...] Supongo que las palabras, en el orden correcto y el momento oportuno, producen luminiscencia. Cuando lees palabras como ésas en un libro, palabras hermosas, te embarga una emoción intensa, aunque fugaz. Sabes que, muy pronto, el concepto que recién aprehendiste y el rapto que produjo se van a esfumar. Surge entonces una necesidad de poseer esa extraña y efímera luminiscencia, de aferrarse a esa emoción. Así que relees, subrayas, y quizás incluso memorizas y transcribes las palabras en algún sitio -un cuaderno, una servilleta, en tu mano-».
A mi espíritu saltarín le atraen los puntos ineludibles del camino
«Recuerdo [...] que cuando leí a Sontag por primera vez, como cuando leí por primera vez a Hannah Arendt, a Emily Dickinson o a Pascal, experimentaba cada tanto uno de esos éxtasis repentinos, sutiles y tal vez microquímicos -pequeñas luces centelleando en lo más hondo del tejido cerebral- que ocurren cuando encontramos finalmente las palabras para expresar un sentimiento muy simple que, sin embargo, había permanecido innombrable hasta ese momento. Cuando las palabras de alguien más entran en la conciencia de ese modo, se convierten en pequeñas marcas de luz conceptuales. No es que sean necesariamente iluminadoras. Un cerillo encendido de pronto en un pasillo oscuro, la brasa de un cigarro cuando se fuma en la cama a media noche, los rescoldos en una chimenea que se apaga: ninguna de esas cosas tiene luz propia suficiente como para revelar nada. Tampoco las palabras de otro. Pero a veces una luz, por chica y tenue que sea, puede evidenciar la oscuridad, ese espacio desconocido que rodea, y la ignorancia sin bordes que envuelve todo aquello que creemos saber. Y esa admisión y aceptación de la oscuridad es más valiosa que todo el conocimiento factual que podamos llegar a acumular».
Las dos primeras frases del primero de los dos párrafos anteriores encabezan el lateral de este diario de lecturas que es este blog desde que terminé la novela de Luiselli. Junto a la cita que las precede de Antonio Muñoz Molina constituyen el epígrafe perfecto para este espacio; la mejor explicación, que soy incapaz de poner en palabras propias, de los principales motivos por los que leo. No, no seré yo, pues, quien acuse a Montaigne de falta de originalidad y de apropiarse de lo que no es suyo, pues, al igual que de él, «alguien podría decir lo mismo de mí: que me he limitado aquí a componer un amasijo de flores ajenas, sin aportar de mi cosecha otra cosa que el hilo para atarlas». Aunque, tal vez, un poco suyo (un poco nuestro, de los que leemos) también es. «Lo que no punza, no deleita», escribe el francés en otro de sus ensayos, y no hay nada más propio que el dolor. El punzamiento (me acabo de inventar la palabra, para que veáis que de vez en cuando puedo ser original) que nos produce una frase ajena la hace nuestra.

Comencé a leer a Montaigne con cierta reserva y temor, con cautela hacia la distancia temporal. Y es que al filósofo y a mí nos separan varios siglos pero, sin embargo, nos unen una manera de pensar, de ver la vida, el mundo que nos rodea, al prójimo y a nosotros mismos parecida. No coincidimos en todo, por supuesto. Y confieso también que hay cosas de sus ensayos, aquellas más alejadas de mi mundo actual, que me han dejado fría. Pero, y aunque a veces se pone un puntito moralista para mi gusto, creo que coincidimos en lo esencial. Respecto a lo que ahora me interesa, además de por nuestro desmedido gusto por la cita ajena y por hilvanar ideas de nuestras lecturas en nuestros escritos, coincidimos en la humildad de admitir la distancia entre aquellos que ponen palabras a nuestros pensamientos y nosotros. También soy consciente de la distancia que me separa de Montaigne. Aun así, creo que comparto otra cosa más con él. Y es que los motivos por los que escribo este blog no distan mucho de aquellos por los que él escribió su libro, tal y como gustaba él de referirse a sus ensayos.
Mis chicas de #ViajarLeyendoAutoras me han llevado por todo el mundo
«Y aunque nadie me lea, ¿he perdido acaso el tiempo dedicándome durante tantas horas ociosas a pensamientos tan útiles y agradables? Al moldear en mí esta figura, he tenido que arreglarme y componerme tan a menudo para reproducirme, que el modelo ha cobrado firmeza y en cierta medida forma él mismo. Al representarme para otros, me he representado en mí, con colores más nítidos que los que antes tenía. No he hecho más mi libro de lo que mi libro me ha hecho a mí —libro consustancial a su autor, con una ocupación propia, miembro de mi vida, no con una ocupación y finalidad tercera y ajena como todos los demás libros—. ¿Acaso he perdido el tiempo por haberme rendido cuentas de mí mismo de manera tan continua y meticulosa? Quienes se repasan sólo con la fantasía, y con la lengua alguna vez, no se examinan, en efecto, tan exactamente, ni se descubren, como quien hace de ello su estudio, su obra y su oficio, como quien se obliga a un registro duradero con toda su fe, con toda su fuerza».
Comenzaba esta entrada con la respuesta que dio Sócrates cuando le refirieron que alguien no se había hecho mejor con un viaje: «se había llevado consigo». «¿Estará aquí lo bueno del viajar, en redescubrir el lugar propio?», se preguntaba Pavese en su diario. «Siempre esforzándose por ir a alguna parte para volver sin remedio al punto de partida». «Nunca fuimos a ninguna parte [...]. Me pregunto a dónde queríamos ir en realidad», piensan y dicen las protagonistas de Ella en la otra orilla de Mitsuyo Kakuta. Y es que yo venía aquí a hablaros de viajes, pero, «porque tengo el espíritu saltarín», como dejó escrito Montaigne que él también tenía, no puedo evitar ir saltando por las ideas que se me ocurren por el camino.

Supongo que ha sido ese mismo espíritu saltarín el responsable de que me haya saltado lo que debería haber sido el comienzo de esta entrada. Este es recordaros a los que leísteis la primera entrada del blog de este año e informaros a los que no de que tenía por propósito leer Los ensayos de Montaigne durante este 2020. Pues bien, propósito conseguido. 

Esta no es, sin embargo, una reseña de Los ensayos, si es que algo de lo que acostumbro a llamar así realmente lo es. Nunca estuvo en mi ánimo escribir una reseña sobre tan magna obra, aunque, si cumplía mi propósito, si quería dejar algo de ella aquí. La presente simplemente es la última entrada del blog de este 2020 que hoy termina. El que quiera leer más de estos ensayos (citas de los mismos, en realidad), puede hacerlo en las historias destacadas en mi perfil de Instagram (podéis acceder aunque no tengáis cuenta) tituladas #MiAñoMontaigne. Leed solo algunas al azar. No os empachéis, por favor. Tened en cuenta que se trata de una recopilación llevada a cabo a lo largo de varios meses.

En tiempos adversos, los veteranos son paradas obligadas y seguras
Me gustan las casualidades. Son como cruces de caminos. Apelo nuevamente a mi espíritu saltarín y supongo de él que es quien me impele a asociar diferentes puntos en una misma idea. Así, me resulta curioso que Montaigne escribiera sus ensayos confinado en su castillo (bueno, su confinamiento no fue como el nuestro. Él salía. Simplemente decidió retirarse allí de la vida pública tras haber ejercido como magistrado de Burdeos). Me resulta curioso que antes de decidirme finalmente a emprender la lectura de Los ensayos barajase la opción, por más breve y pensarla más liviana, de leer una selección de estos junto a la selección de otros textos del autor, entre ellos su Diario del viaje a Italia. Me resulta curioso que haya sido precisamente este 2020 cuando me he unido a Viajar leyendo autoras, cuando llevaba tiempo queriendo hacerlo.
«Viajar me parece un ejercicio provechoso. El alma se ejercita continuamente observando cosas desconocidas y nuevas. Y no conozco mejor escuela para formar la vida, como he dicho a menudo, que presentarle sin cesar la variedad de tantas vidas, fantasías y costumbres diferentes, y darle a probar la tan perpetua variedad de formas de nuestra naturaleza».
Esto es lo que opina Michel de Montaigne del acto de viajar. Nuevamente he de constatar que estoy de acuerdo con él. Y es que he de decir que este año he viajado lo mío. Tal y como cita Irene Vallejo a Antonio Basanta en uno de los epígrafes a su El infinito en un junco, «leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse. Leer, aun siendo un acto comúnmente sedentario, nos vuelve a nuestra condición de nómadas». Sí, este año he vuelto a ser nómada desde el sedentario sillón de mi casa.

Montaigne también nos dice que «el placer de viajar es prueba de inquietud e irresolución». Si seguimos con el símil viaje-lectura, eso quiere decir que soy inquieta e irresolutiva, si bien aparento todo lo contrario. Al igual que Olga Tokarczuk en Los errantes«mi peregrinación es siempre en pos de otro peregrino». Supongo, pues, que sigo a otros peregrinos, como este año he estado siguiendo a Montaigne, en busca de la quietud y resolución que no tengo.

Mi estado de whatsapp, desde principios de año, antes de que este 2020 revelara su auténtica cara, reza una cita de Montaigne que dice así: «la única cosa cierta es la incertidumbre». Llegué, por tanto, a este 2020 con la lección aprendida; de hecho, tengo serias dudas de que alguien haya aprendido realmente algo nuevo durante este año. Si lo analizo egoístamente, pensando tan solo en lo que me afecta personalmente, he de decir que he afrontado años peores. Lo termino con salud, sin haber perdido a ningún ser querido y sin que nadie de mi grupo burbuja haya enfermado. Lo termino también con trabajo, tras haberlo perdido, aun sin saber por cuánto tiempo. Creo que ni puedo ni debo pedir más.



Voces únicas que conquistan su espacio. Son perfectas para explorar.
«Nuestra vida no es sino movimiento», también nos dice Montaigne. Supongo que es la percepción de esa mutabilidad, a la que tan pocas veces osamos mirar a la cara, lo que nos ha dado tanto vértigo este 2020. Tememos la pérdida, el desprendimiento ligado a todo movimiento. Montaigne también nos apunta como combatir esto:
«Es preciso tener mujeres, hijos, bienes, y sobre todo salud, si se puede, pero sin atarse hasta el extremo que nuestra felicidad dependa de todo ello.
Debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra, del todo libre, donde fijar nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad. En ella debemos mantener nuestra habitual conversación con nosotros mismos, y tan privada que no tenga cabida ninguna relación o comunicación con cosa ajena; discurrir y reír como si no tuviésemos mujer, hijos ni bienes, ni séquito ni criados, para que, cuando llegue la hora de perderlos, no nos resulte nuevo arreglárnoslas sin ellos. Poseemos un alma que puede replegarse en sí misma; puede hacerse compañía, tiene con qué atacar y con qué defender, con qué recibir y con qué dar. No temamos, en esta soledad, pudrirnos en el tedio del ocio».
A tenor de lo anterior casi se me antoja compartir a modo de epígrafe del blog, junto a las citas de Muñoz Molina y Luiselli, y un poco adaptado a mis circunstancias, la inscripción pintada en el gabinete de Montaigne que reproduzco a continuación:

AN. CHR. M. D. LXXI AET. 38. PRIDIE CAL.
MART. DIE SVO NATALI
MICH. MONTANVS. SERVITII AVLICI ET MVNERVM
PVBLICORVM
IAMDVDVM PERTAESVS DVM SE INTEGER IN
DOCTARVM VIRGINVM
ABDERE GESTIT SINVS VBI QVIETVS ET OMNIVM SECVRVS
QVANTILLVM ID TANDEM SVPERABIT DECVRSI MVLTA
IAM PLVS PARTE
SPATII SI MODO FATA DVINT EXIGAT ISTAS SEDES ET
DVLCES LATEBRAS
AVITASQ. LIBERTATI SVAE TRANQVILLITATIQ.
ET OTIO CONSECRAVIT
Clásicos para viajar en el tiempo y llevar nuestra época con nosotros
[En el año de Cristo de 1571, a la edad de 38 años, en la vigilia de las calendas de marzo, el día de su cumpleaños, Michel de Montaigne, hastiado ya hace tiempo de la esclavitud del Palacio y de las tareas públicas, mientras, todavía incólume, anhela refugiarse en el seno de las doctas vírgenes, donde, tranquilo y libre de preocupaciones, atravesará finalmente la ¡ay! pequeña parte del trayecto que le resta por recorrer, si los hados así se lo conceden, ha consagrado esta sede y este dulce escondrijo de sus antepasados a su libertad, tranquilidad y ocio].
«Dale una compañía al solitario y hablará más que nadie», cito de nuevo a Pavese. Dadle a la solitaria que aquí escribe un libro por compañía y os aburrirá con entradas interminables, os llevará al hastío con reseñas kilométricas, os agotará con ese espíritu saltarían que cuenta más de la compañía del libro que del libro en sí. Quiero pensar que, como dice uno de los personajes de Juan Tallón en Rewind, de la que prometo contaros el próximo año, «ser solitaria y estar sola son quizá las ideas más opuestas que existen».

Aun así, viajamos siempre solos, no nos engañemos. Unos nos damos cuenta y otros no. Y me refiero ahora a la vida, no a los viajes ni a la lectura. Los ratos de compañía, incluso de comunión, son espejismos. Por eso es importante, como aboga Montaigne, conocernos, cultivarnos, aprender a hacernos compañía a nosotros mismos y a disfrutar de nuestra soledad. No nos perdamos tampoco en ella. Son tan maravillosos y procuran tanta alegría y felicidad esos momentos en los que nos sentimos reconocidos y nos encontramos en otro. Son casi como esas luminiscencias sobre las que disertaba Valeria Luiselli al hablar de la lectura.

Quiero terminar esta entrada y este 2020 reproduciendo el inicio del prólogo de El infinito en un junco de Irene Vallejo. Es un tanto épico, lo reconozco, pero también es maravilloso, y, al fin y al cabo, ¿no es en sí el hábito de leer en estos tiempos casi un acto épico?

Quiero terminar así porque toda persona que siente el gusanillo por la lectura tiene algo en común con esos misteriosos hombres a caballo, de los que nos habla ese prólogo, que salvan distancias y sortean obstáculos para atesorar libros. Como dice Montaigne, «siempre se encontrará en un rincón alguna frase que será suficiente, por más concisa que sea», y como nos dice Vallejo en su infinito en un junco, «la pasión del coleccionista de libros se parece a la del viajero. Toda biblioteca es un viaje; todo libro es un pasaporte sin caducidad».

Siempre en pos de peregrinos. No puedo dejar de mencionar a
los que no han asomado por el blog y a los primeros que lo harán en 2021.
El verdadero motivo de que termine así, sin embargo, es otro. Y es que sé que varios de los que frecuentáis con asiduidad este espacio habéis disfrutado este año, al igual que yo, del maravilloso ensayo de Irene Vallejo, y, como ella misma nos cuenta allí, «c
uando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños». Así, pues, compañeros de aventura y viaje y de destellos fugaces en el camino, me acerco al punto y final de este 2020. Mañana (y me abstengo de entrecomillar ni de hacer referencia, pues estoy segura de que todos reconoceréis la procedencia y si no os remito a la última lectura reseñada este año en el blog) será otro día. Y, por apuntar algo propio (que no se diga), añadiré que mañana será otro año. Hasta mañana, pues, queridos.
«Misteriosos grupos de hombres a caballo recorren los caminos de Grecia. Los campesinos los observan con desconfianza desde sus tierras o desde las puertas de sus cabañas. La experiencia les ha enseñado que solo viaja la gente peligrosa: soldados, mercenarios y traficantes de esclavos. Arrugan la frente y gruñen hasta que los ven hundirse otra vez en el horizonte. No les gustan los forasteros armados.
Los jinetes cabalgan sin fijarse en los aldeanos. Durante meses han escalado montañas, han franqueado desfiladeros, han cruzado valles, han vadeado ríos, han navegado de isla en isla. Sus músculos y su resistencia se han endurecido desde que les encargaron esta extraña misión. Para cumplir su tarea deben aventurarse por los violentos territorios de un mundo en guerra casi constante. Son cazadores en busca de presas de un tipo muy especial. Presas silenciosas, astutas, que no dejan rastro ni huella.
Si estos inquietantes emisarios se sentasen en la taberna de algún puerto, a beber vino, comer pulpo asado, hablar y emborracharse con desconocidos (nunca lo hacen por prudencia), podrían contar grandes historias de viajes. Se han adentrado en tierras azotadas por la peste. Han atravesado comarcas asoladas por incendios, han contemplado la ceniza caliente de la destrucción y la brutalidad de rebeldes y mercenarios en pie de guerra. Como todavía no existen mapas de regiones extensas, se han perdido y han caminado sin rumbo durante días enteros bajo la furia del sol o las tormentas. Han tenido que beber aguas repugnantes que les han causado diarreas monstruosas. Siempre que llueve, los carros y las mulas se atascan en los charcos; entre gritos y juramentos han tirado de ellos hasta caer de rodillas y besar el barro. Cuando la noche les sorprende lejos de cobijo alguno, solo su capa les protege de los escorpiones. Han conocido el tormento enloquecedor de los piojos y el miedo constante a los bandoleros que infestan los caminos. Muchas veces, cabalgando por inmensas soledades, se les hiela la sangre al imaginar un grupo de bandidos esperándolos, conteniendo el aliento, escondidos en algún recodo del camino para caer sobre ellos, asesinarlos a sangre fría, robarles la bolsa y abandonar sus cadáveres calientes entre los arbustos.
Es lógico que tengan miedo. El rey de Egipto les ha confiado grandes sumas de dinero antes de enviarlos a cumplir sus órdenes a la otra orilla del mar. En aquel tiempo, solo unas décadas después de la muerte de Alejandro, viajar llevando una gran fortuna era muy arriesgado, casi suicida. Y, aunque los puñales de los ladrones, las enfermedades contagiosas y los naufragios amenazan con hacer fracasar una misión tan cara, el faraón insiste en enviar a sus agentes desde el país del Nilo, cruzando fronteras y grandes distancias, en todas las direcciones. Desea apasionadamente, con impaciencia y dolorosa sed de posesión, esas presas que sus cazadores secretos rastrean para él, haciendo frente a peligros ignotos.
Los campesinos que se sientan a fisgonear a la puerta de sus cabañas, los mercenarios y los bandidos habrían abierto unos ojos asombrados y una boca incrédula si hubieran sabido qué perseguían los jinetes extranjeros.
Libros, buscaban libros.
Era el secreto mejor guardado de la corte egipcia. El Señor de las Dos Tierras, uno de los hombres más poderosos del momento, daría la vida (la de otros, claro; siempre es así con los reyes) por conseguir todos los libros del mundo para su Gran Biblioteca de Alejandría. Perseguía el sueño de una biblioteca absoluta y perfecta, la colección donde reuniría todas las obras de todos los autores desde el principio de los tiempos».  

No es la mítica de Alejandría pero la biblioteca de Montaigne tampoco debía de estar nada mal.
Fotografía usada para el montaje: Reconstitución de la biblioteca de Montaigne en el castillo de Montaigne por Mcleclat.







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Comentarios

  1. Hola.
    Este libro lo voy a dejar pasar, no me llama mucho y ademas no es un genero que suela leer. Gracias por la reseña.
    Nos leemos.

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  2. Se nace solo y se muere solo es algo que que se dice mucho, pero lo terrible, y yo también me di cuenta hace tiempo, es que se vive solo. O quizás no es terrible es, sencillamente una realidad que hay que asumir. Tal vez por eso mucha gente tiene necesidad de publicar su vida en las redes sociales, para conjurar esa soledad que ni siquiera sospechan. La vida es algo muy íntimo, muy del interior y es por ello que nadie puede entrar en ella. Se comparten momento, risas, lecturas, paseos, películas, ideas... pero la vida es incompartible.
    A pesar de que hay cosas que me atraen de lo que cuentas de estos ensayos, no me siento capaz de enfrentarme a ellos. Creo que prefiero lecturas más livianas.
    Algo comparto contigo, aparte del gusto por la literatura y por muchos libros. Yo también he vivido años peores. Tampoco he perdido a ningún ser querido, ni ha enfermado ninguno de COVID. Sé que hay gente que lo ha pasado (y lo está pasando) muy mal, pero mi caso es de total suerte por lo que en algunos momentos me siento un poco culpable.
    Te deseo un año nuevo muy feliz, que el trabajo te dure y que sigamos dándonos ideas acerca de libros y autores.
    Un beso muy fuerte.

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    1. Sí, es una realidad que hay que asumir. A veces se lleva mejor y otras peor. Hay gente que no es consciente de ello, no sé si eso ayuda a sobrellevar los momentos en los que la soledad duele. No sé quién es más afortunado, si el que sabe o el que ignora.
      En general me han gustado Los ensayos y me ha gustado conocer a Montaigne. Pienso además que he hecho bien leyéndolos de a poco.
      He sentido mucho dolor por la gente que ha muerto sola y por las familias que no se han podido despedir. También es un drama la gente que ha perdido el trabajo y que no tiene recursos. Me siento afortunada pero no culpable.
      Yo también te deseo un feliz año, Rosa. Que, aunque va a seguir siendo malo este 2021, siga sin ser para ti de los peores. Y que nos sigan acompañando las lecturas compartidas.
      Otro beso fuerte de vuelta.

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  3. Te deseo un feliz año, y me llevo apuntadas varias citas. Me ha gustado mucho lo que nos has compartido. No creo que lea, al menos por ahora, este libro, pero tu recorrido me ha encantado. Un abrazo

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    1. La entrada pretendía ser más un recorrido que animar a leer Los ensayos. Soy, además, muy partidaria de que cada uno siga su intuición lectora. Si te ha gustado, pues, acompañarme por mi recorrido, objetivo cumplido.
      Muy feliz año para ti también, Esther.
      Un abrazo

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  4. Extraordinaria entrada, Lorena. Me encanta que hayas cerrado con Irene Vallejo, hace unos días leí que lleva más 150.000 libros vendidos solo en España. El ensayo, cuando da en la tecla, tiene mucho que decir al lector. Has tenido inmejorable compañía con Montaigne y me alegro que este toro negro que ha sido 2020 no te haya rozado en lo personal. No ha sido mi año, sin duda, aunque tampoco espero que 2021 sea para tirar cohetes. Al menos me queda disfrutar del tiempo en soledad (o en compañía) con un buen libro.
    Un abrazo y mis mejores deseos para el año entrante.

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    Respuestas
    1. He tenido mis momentos este año, supongo que como todos, pero, dadas las circunstancias, no me queda otra que sentirme afortunada, cruzar los dedos, y poner de mi parte para poder seguir sintiéndome afortunada este 2021. Y, sin ser el que hemos dejado atrás un año para tirar cohetes, es bien cierto que he tenido años peores.
      Veo a la gente muy optimista respecto a 2021 mientras que a mí me da que aún nos queda un buen trecho que recorrer.
      Me gustaría desearte que el 2021 fuese un año fantástico para ti. Como nunca me ha gustado desear a lo grande, pues siempre he pensado que es algo con contraprestaciones, me conformaré con desearte que sea mejor para ti que el año que hemos dejado atrás.
      Un abrazo fuerte, Gerardo.

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