Karl y Anna - Leonhard Frank

¿Conocéis esa sensación de leer la primera frase de un libro escrito por un escritor hasta entonces desconocido y quedarse anclado a ella? No, anclado no, más bien suspendido, sin querer abandonarla del todo pero anhelando ya dejarnos descolgar hacia la siguiente. Y no es en este caso que nos ocupa una de esas frases que nos golpea (habrá, sí, de estas, después; muchas que guardar y atesorar); es más bien su solidez, una especie de ensamblaje invisible a los ojos pero perceptible por la inconsciencia, el pálpito de que estamos ante un escritor consumado, de esos que hacen lo difícil sencillo y que mantienen la excelencia en todo lo que tocan. Sus frases nos llevan, como ese tren de otra frase con la que empezará un capítulo posterior, «un largo tren -tan largo que desde una estación se veía aún el último vagón cuando la locomotora había alcanzado ya la estación siguiente-» que «avanzaba lenta y trabajosamente, como un carro que se abre paso por las calles de la ciudad después de una fuerte nevada».

En ese tren viajan hombres de regreso a sus casas. «Aquellos hombres que volvían no poseían nada. Nada más que su nostalgia». Y esa es, precisamente, la única posesión de Karl, un hombre que aunque no viaja en ese tren tiene por meta un hogar que nunca ha pisado y cuya nostalgia responde al nombre de una mujer que nunca ha visto: Anna; pues también se puede sentir nostalgia por lo que no se ha tenido.

A Anna Karl nunca la ha visto con los ojos de ver pero la ha mirado con los ojos de imaginar, la ha sentido en su piel, la ha albergado en sus pensamientos. Conoce cómo son sus ojos, su pelo, en qué lugar de su cuerpo se alojan sus tres lunares; sabe de sus ademanes, rutinas, de sus comportamientos íntimos. Anna lleva cuatro años filtrándose por los poros de su piel hasta invadirlo por completo y vencer una resistencia que ya estaba corroída por la soledad. No, por los poros de la piel, no; más bien se ha filtrado por sus oídos, por aquellos por los que han entrado día tras día las palabras de Richard consiguiendo así que Karl conociese ya a Anna mejor que el propio Richard y que llegase a un punto en el que «Anna llenaba todo su ser. Había llegado a constituir en su imaginación la patria natal que todo ser busca cerca de otro. La amaba».

Richard es el marido de Anna y es compañero de Karl. Juntos trabajan en un campo de prisioneros siberiano durante la Primera Guerra Mundial. Richard le habla a Karl de Anna hora tras hora para matar el tiempo. Se pregunta también cómo será el reencuentro con su esposa. Será Karl, sin embargo, el primero en responder a esa pregunta. El azar hará que los dos hombres se separen y Karl tendrá la oportunidad de huir hacia Alemania y plantarse en la casa en la que vive Anna, que fuera también la de Richard.

El parecido físico entre ambos hombres es indiscutible pero, por mucho que Karl afirme ser el marido ausente, Anna no ve ante sí más que a un desconocido. Y, sin embargo, qué poco importan las palabras transmisoras de mentira cuando los sentimientos son sinceros y se actúa de acuerdo a ellos; cuántas veces un recién llegado nos ve y descubre mejor que aquellos que conviven día a día con nosotros. Anna, aun con reservas, alojará a Karl en su casa, y con el tiempo constatará que «Karl, con sus palabras, su mirada y su tono, había alcanzado en ella regiones que hasta entonces habían permanecido como en barbecho. Desde la noche anterior tenía la sensación de llevar aún dentro de sí grandes espacios inexplorados» y se dará cuenta de que aquel primer día «la mentira se hizo en él verdad cuando añadió: «Eres mi mujer»», pues «el fátum del amor, que entre millares de seres elige a uno solo, la había elegido. Ley absoluta cuyo origen permanece inescrutable; que es independiente de las circunstancias exteriores, del aspecto, el carácter y las cualidades personales del otro; que es o no es; pesada como el plomo e ingrávida como un aroma; más pequeña que un átomo y tan grande como el mundo; capaz de elevar al hombre a una suprema felicidad y de hundirlo en el dolor hasta hacerle envidiar a una rata. El misterio impenetrable se había abierto en ella». El mismo misterio que explica por qué Anna, que hacía tiempo que daba a Richard por muerto, seguía sola aun viviendo en una vecindad en la que «elige una a un hombre porque el marido falta o no está ya aquí. Es algo que está pasando todos los días», mientras que, ahora, que sabe por Karl que Richard sigue con vida, es a Karl a quien se siente inclinada a elegir.

Leonhard Frank, rescatado por Errata naturae con esta y otra obra (ojalá (por favor) se reedite más de él), cumple con creces los presentimientos que me invadieron con solo leer la primera frase de esta novela. Su prosa es exquisita, hermosa, no le sobra ni le falta nada. Nos lleva por donde quiere sin que acusemos el movimiento pues nos mece como con el traqueteo de ese tren del que os hablaba al principio pero que en este caso no es largo sino breve y conciso, como es condición inexcusable de toda joyita literaria. Y a través de los raíles que son los renglones cubiertos de letras de sus páginas nos adentra en una de las historias más bellas y sencillas que he leído en mi vida, esa sencillez que queda cuando se disecciona con pluma maestra un sentimiento tan complejo y contradictorio como es el amor, «pues no hay nada en el mundo tan cruel como el amor, en el que la máxima entrega, llevada hasta el más absoluto olvido de uno mismo, se da junto al más mortal egoísmo».

Karl y Anna fue mi penúltima lectura del pasado 2018 y se coló, inesperadamente, no solo en el cómputo de mis mejores lecturas del año sino de mi vida. Karl y Anna, qué otro título podía tener esta obrita maestra. Karl y Anna, dos personajes para mí indisolubles e inolvidables. Karl y Anna, que «hablaban poco. No tenían el don de la palabra. Poseían la pulsación grave y plena de la vida, el andar rítmico, el rostro luminoso. Eran ricos».

British soldiers arriving in a village, during Wold War I. Fotografía de la National Libray of Scotlad.





Ficha del libro:
Título: Karl y Anna
Autor: Leonhard Frank
Traductora: Elena Sánchez Zwickel
Editorial: Errata naturae
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 112
ISBN: 978-84-15217-42-8






Si te ha gustado...
¿Compartes?
      ↓

Comentarios

  1. Ufff, que ganas me has metido en el cuerpo de leer esta pequeña joya. Me la anoto seguro y si la tienen en la biblio es probable que la cuele en mi interminable lista. ¿Sabes? Me has dejado con la curiosidad de saber cual es esa primera frase que te hizo saber que te iba a gustar (a mí también me ha pasado eso de saber por una primera frase que iba a contener la lectura)
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues como digo no es una frase que me haya impactado o pellizcado en plan inolvidable. Fue más bien su consistencia, su redacción y el cómo estaba hilvanada lo que me puso en alerta de que estaba ante un escritor muy solvente.

      A mí esta lectura me ha parecido una joyita (y no digo joyaza por su extensión). Y esa sí que será para mí inolvidable.

      Ojalá la disfrutes tanto como yo.

      Besos

      Eliminar
    2. Imposible no enamorarse de Karl y Anna. Ese principio sobre el que me dejas en ascuas y esas otras citas que sí nos ofreces y que son tan sencillas como hermosas, además de esa historia tan humana que se adivina en tu reseña, me la hacen necesaria. Será una de mis adquisiciones.
      Un beso.

      Eliminar
    3. Lo del principio fue un pálpito mío que no tiene más justificación que aquella que nuestro inconsciente nos oculta, pero, en cuanto a la novela en sí, casi me atrevo a asegurar que te gustará. Ojalá que así sea, ya que piensas adquirirla.

      Besos

      Eliminar
  2. Tengo que leerla. Tú reseña me ha metido las ganas de ir a "ver" a Anna y a Karl. Cuánta razón tienes cuando hablas de la importancia que tiene la primera frase de una novela para faltarte, para cautivar te. Es cierto, una sola frase ya dibuja en uno el aprecio por lo que tiene ante sus ojos; y, en mi experiencia, pocas veces falla.
    Tomo nota de Leonardo Frank (autor) y de Anna y Karl (título), editorial: Errata Naturae. Y si el lenguaje te ha cautivado creo que no debo perder de vista el nombre de la traductora, Elena Sanchez Zwickel. En estas joyitas literarias la labor de los traductores es esencial.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo suelo dejarme llevar mucho por la intuición en estos casos y, aunque por supuesto no es infalible, pocas veces me ha fallado.

      Karl y Anna me ha parecido una joyita, como digo. A Leonhard Karl espero seguir leyéndolo, aunque aparte de esa otra novela publicada por Errata naturae va a estar complicado. Y en cuanto a la editorial, me parece una apuesta muy fiable y que cuenta con un catálogo muy apetecible.

      Los traductores, injustamente, son los grandes olvidados del mundo editorial. Su labor es esencial pero parece que solo la percibimos cuando su trabajo falla. Y cuántas buenas lecturas y acercamiento a autores de otros países, culturas, etc. les debemos.

      Un abrazo

      Eliminar
  3. Pues me lo llevo, que estoy muy necesitada de este tipo de lecturas. Besinos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues entonces me alegra saber que mi reseña te ha llegado en el momento idóneo. Ya me contarás.
      Besos

      Eliminar
  4. Y en poco más de cien páginas. Me encanta la historia, Lorena. La verdad de los sentimientos se impone y sobrepasa cualquier palabra. La apunto y además voy a darme una vuelta por la web de la editorial, que no la tengo muy controlada.
    Feliz domingo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A veces no se necesita más y de lo pequeño salen grandes cosas.

      Harás bien en darte una vuelta por la web de Errata naturae. Seguro que encuentras cosas interesantes.

      Feliz domingo para ti también.

      Eliminar
  5. En ese tren viajan hombres de regreso a sus casas.
    «Aquellos hombres que volvían no poseían nada. Nada más que su nostalgia»

    Bellísimo, profundo.

    "A Anna Karl nunca la ha visto con los ojos de ver pero la ha mirado con los ojos de imaginar (…)"

    Me encanta tu frase, Lorena, ese matiz revelador de “ver” con los ojos y “mirar” con la imaginación. Donde se extingue la vista física, sigue avanzando esa “mirar” de la imaginación. Magnífico.

    Una de las mejores lecturas de tu vida…

    La apunto, ¿no?
    :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Obviamente, te contesto que sí sin dudar. Para mí esta lectura es una joya. Mis reseñas, evidentemente, ni son dogma, ni sientan cátedra, ni pretendo escribir con ellas crítica literaria, sino tan solo transmitir lo que a mí me ha transmitido el libro en cuestión. No puedo asegurarte que este vaya a ser uno de los mejores libros que hayas leído en tu vida (que ya tendrás unos cuantos muy buenos en tu haber), pero casi estoy segura de que será de tu agrado.

      Hay muchas formas de ver, sin duda. Y no ve mejor quien tiene un amplio panorama ante sus ojos sino quien sabe mirar, es receptivo y se da a sí mismo en ese 'mirar'.

      Un abrazo

      Eliminar
  6. Lo vi hace poco en la Red y se me dio por acceder a una versión digital, sin saber que tú lo leerías -y te agradaría tanto-. Llamó mi atención por el tema a tratar.
    Pasará algún tiempo para que la aborde, dada la cantidad de pendientes, pero ten por seguro que lo haré.
    Gracias por descubrirnos algo tan sencillo y tan interesante.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Gracias por tu tiempo.
Participa siempre con libertad y respeto.
Por favor, no dejes enlaces a otras webs o blogs. Si quieres ponerte en contacto conmigo por motivos ajenos a esta entrada puedes escribirme a mi dirección de correo electrónico. Búscala en la pestaña Información y contacto.