La reina de las nieves - Carmen Martín Gaite
Sofía, mira la luna, te está llevando mi historia. Algo así le imploraba Mariana León a su amiga Sofía Montalvo en Nubosidad variable, novela, al igual que la que hoy os traigo, escrita por Carmen Martín Gaite. Cuántas historias traerá y llevará la luna, cuántas nacerán bajo su influjo, cuántas iluminará, alumbrará, cuántas otras permanecerán escondidas en sus zonas oscuras. Si saco ahora a relucir nuestro satélite y su papel ora de trovador, ora de musa, es porque últimamente parece que he sido hechizada por él. Soy víctima de una inlunación, término que tomo prestado del título de uno de los cuentos de Mercè Rodoreda reunidos en el libro cuya reseña precede a esta; las historias se me tornan mágicas bajo la luz lunar, cobran vida y se vuelven más auténticas que la realidad. Cito a Rodoreda porque con ella comenzó esta locura, pero no, es comenzar La Reina de las Nieves y recuperar el tono de Martín Gaite que descubrí en Nubosidad variable y darme cuenta, al acudir a mi mente el recuerdo con el que abro esta reseña, de que mi fiebre lunática procede de antes. Sin embargo, a Rodoreda la tenía que nombrar, porque me ha parecido tan natural el tránsito de la lectura de sus cuentos a esta novela... Tan natural como que ambos libros, ya añejos, los adquirí juntos; tan natural como que inconscientemente los he leído seguidos; tan natural como que hace unos meses fue Rodoreda quien me diera el empujón definitivo para estrenarme con Natalia Ginzburg, escritora cuyo estilo narrativo me recordó muchísimo al de la catalana y de la que, para más inri, la leí traducida al español por Carmen Martín Gaite, con la que por fin también me estrené poco después. «¡Cómo se anudan las cosas a veces! Y siempre[...] a través del hilo de la palabra. No tenemos otro hilo, cuando ya se ha perdido todo».
Leonardo Villalba tampoco tiene otro hilo porque también lo ha perdido ya todo. Ha perdido la infancia, el pasado, las raíces; los cuentos de la abuela en torno a los que orbitaba el mundo de su niñez; se ha perdido a sí mismo. Se ha perdido porque, al igual que a Kay, el protagonista de un cuento de Hans Christian Andersen que su abuela le contara una y otra vez y que comparte título con esta novela, se le ha metido un cristalito en el ojo y se le ha instalado en el corazón.
Leonardo tira del hilo de las palabras pues es lo único que le queda: su literatura de marginados. El extranjero, le llamaba su padre haciendo alusión a la obra de Camus. Sí, eso es lo que le queda: literatura, palabras, que no libros.
Los libros son tumbas. Su materialidad los delimita, los esquina, los vuelve obtusos. «Lo que se toca, se toca, y ya te lo dejas de creer». Alguien nos enseñará más tarde en este libro algo acerca de las propiedades y nos dirá acerca de un jardín que «es mucho más mío precisamente porque no tiene valla, muchísimo más mío, sin comparación." [...] Las cosas son del que las mira y las sabe apreciar y las entiende y es capaz hasta de hablar con ellas». El propio Leonardo tiene también una curiosa teoría sobre vallas, límites y esquinas. Se la contará a su compañero de celda en el segundo capítulo de esta novela. Porque sí, Leonardo está en la cárcel, de allí sale para protagonizar esta historia y allí lo conocemos, contando a su compañero cuentos que le susurra la luna, en ese capítulo que es otra historia en sí mismo y además una de las más hermosas que he leído en mi vida.
Si rasco, si tiro del hilo y deshilacho esta novela hasta dejar desnudo el esquema de su trama principal, su historia se me antoja un tanto folletinesca, género que no está entre mis apetencias, y, sin embargo, en este caso me ha encantado. Me ha encantado porque me lo ha contado una grande, me ha lanzado sus redes y yo recojo los hilos que me tiende, los destrenzo y anudo a mi antojo, me balanceo sobre ellos, avanzo entre los mismos cual Tarzán a través de lianas. De la manga de esta maga de la literatura que era (es) Carmen Martín Gaite salen personajes como de cuento, de esos que aparecen providencialmente para ofrecerte la llave, la pista que ayuda a resolver el acertijo. Y esa llave abre la puerta a una historia que, aunque parte de la principal, tiene identidad por sí sola. Y salen perlas, flores, de las bocas de algunos de esos personajes (y de los principales, como no) que yo me aplico a recoger, a subrayar, y que al volver más tarde sobre ellos redimensionan la lectura y me ofrecen nuevos significados: los universales y los aplicables a unos años y lugares determinados.
Carmen Martín Gaite homenajea con esta novela no solo al cuento de Hans Christian Andersen con el que comparte título, sino a todos aquellos otros que forman parte de nuestro bagaje lector e itinerario personal, entendiendo por cuento cualquier historia real, inventada o mezcla de ambas, porque a ver quién se atreve a delimitar lo que es ficción y lo que es realidad, a ver quién sale a chocarse con esquinas difuminadas o es capaz de vallar el jardín. Y recurre para ello no solo a la luna, sino también a las viejas casonas, a los acantilados, a los faros, al mar. Porque tal vez sea solo el mar el único capaz de competir con la luna en su afición por llevar historias de unos a otros y porque, al fin y al cabo, una buena historia «cambia y pregunta y ruge, como el mar».
El padre de Leonardo escribe en una misiva a la mujer que tan gran lección sobre las propiedades nos regalará, refiriéndose tanto a ella como a su hijo, la siguiente declaración: «Pertenecéis a una raza distinta. A ese grupo de seres privilegiados y superiores para quienes la soledad supone liberación y no condena». Es para esa raza, para ese grupo de seres no tengo yo tan claro que tan privilegiados y superiores, que Carmen Martín Gaite escribe esta novela; para aquellos para quienes la soledad nos supone muchas veces liberación pero yo discrepo y creo que en ocasiones también condena, pues «eso es precisamente la literatura, una prisión de cristal».
Cierro este libro cuando lo termino: el físico, el compuesto por hojas, guardas, cubierta y sobrecubierta. La historia, la que he leído yo, la que he ayudado a construir «porque el que escucha no pertenece al reino de las sombras ni de los muertos», no se cierra. Un cristalito se ha desprendido de esa prisión de cristal, se me ha incrustado en la piel y la ha traspasado, indisoluble ya de mí como lo son esas historias que leemos y admiramos pensando que, si tuviéramos el suficiente talento, las podríamos haber escrito nosotros mismos, tal es el grado de identificación y revelación con lo leído. Del Leonardo Villalba de Carmen Martín Gaite tan solo me queda despedirme una vez que cierro las páginas que lo contienen. Y quiero hacerlo tal y como lo hizo su compañero de celda, exactamente igual excepto por la omisión de una última frase de una única palabra, pues no viene a cuento. Precisamente es a su cuento al que pertenece esa palabra; el mío, como el de todos, con sus puntos de concordancia y disonancia, es otro cuento.
Ficha del libro:*
Título: La Reina de las Nieves
Autora: Carmen Martín Gaite
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2006
Nº de páginas: 336
ISBN: 978-84-339-0973-2
*El ejemplar que yo he leído se corresponde con la imagen de portada que os dejo. Se trata de una licencia editorial de Anagrama para Círculo de Lectores que data de 1994.
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Leonardo Villalba tampoco tiene otro hilo porque también lo ha perdido ya todo. Ha perdido la infancia, el pasado, las raíces; los cuentos de la abuela en torno a los que orbitaba el mundo de su niñez; se ha perdido a sí mismo. Se ha perdido porque, al igual que a Kay, el protagonista de un cuento de Hans Christian Andersen que su abuela le contara una y otra vez y que comparte título con esta novela, se le ha metido un cristalito en el ojo y se le ha instalado en el corazón.
«Y entonces fue cuando lo besó. Ya antes estaba yerto, pero el beso de la Reina de las Nieves le caló más hondo, hasta el centro del corazón. «Voy a morir convertido en carámbano», fue el último pensamiento de Kay donde todavía conservaba la noción de anomalía, porque aquella situación cabía compararla con otras anteriores cuyo recuerdo no se había borrado aún para siempre. Pero aquella idea fue instantánea como un relámpago postrero. La señora del manto blanco le volvió a besar y entonces Kay ya se sintió completamente bien, porque no sentía nada. Todo era igual, todo era eternamente blanco. Olvidó a Gerda y a los chicos de la plaza, olvidó el verano, las flores, los cuentos, la tabla de multiplicar y toda su existencia anterior, incluida su propia casa y la callejuela en cuesta que llevaba a ella.Así de frío está el corazón del Leonardo adulto. Frío como la muerte. Frío como la blanca nieve engañosa que hace sentir bien porque hace dejar de sentir. Leonardo ya no siente: desde que se le metió el cristalito en el ojo, es incapaz de llorar. Y sin embargo... ¿dónde queda todo ese vértigo que no es sino miedo a la locura, a los «sueños de volar», esa la lucha entre lo poco que somos y lo mucho que quisiéramos abarcar; el vértigo de saltar al abismo que separa los sueños de la infancia de la realidad adulta?
«Ahora no te besaré más», dijo la Reina de las Nieves, «porque, de hacerlo, morirías.»
Pero el corazón de Kay estaba ya tan frío como la muerte».
Leonardo tira del hilo de las palabras pues es lo único que le queda: su literatura de marginados. El extranjero, le llamaba su padre haciendo alusión a la obra de Camus. Sí, eso es lo que le queda: literatura, palabras, que no libros.
«-...Pero los libros son para leerlos, no para atesorarlos y que críen polvo. La gente que más los guarda y recuenta no es la que más apego tiene a lo que dicen. ¿Estás de acuerdo?
-Completamente. Lo que tienes que hacer tuyo y entretejer con tu vida es lo que dicen. Cuando vale la pena, claro. Se llegan a crear unas simbiosis que a veces da miedo. El libro luego es como la sepultura de un ser querido. Le vas a poner flores, pero no sirve da nada. Su alma no está allí, revolotea por los lugares donde dejó su semilla. O sea, dentro de nosotros».
Ilustración de Rudolf Koivu de La Reina de las Nieves de H. C. Andersen |
«Porque crees que puedes abarcarlo todo, ir a donde te dé la gana, decidir miles de cosas desde dentro de ti, y luego no puedes, no descansas, sólo vives atento a no pegarte contra las esquinas de los demás, del tiempo, de los muebles, de las máquinas, a que no te peguen el trastazo, como cuando va uno montado en los autos de choque de la verbena. Y te parece que has ido donde has querido y que has hecho lo que te ha dado la gana, pero no, todo se reduce a andar zarandeado de tumbo en tumbo, a evitar esquinas y leyes y llamadas, a elegir entre las mil alternativas con que te tienta el mundo movedizo..., ¿cómo podrá estar tan asentado y ser tan movedizo al mismo tiempo?... Lo sientes ineludible encima de ti, forzándote a experimentar placeres, emociones y odios que son como agua contaminada; te aturde con preguntas, te acorrala con consejos, ¿qué piensas?, ¿adónde vamos?, ¿a qué hora terminas?, date prisa, defínete; y entonces te marginas y sueñas con vivir una aventura a contrapelo y te declaras fuera de la ley, por eso, por huir de las definiciones, pero caes en la delincuencia y ya estás definido otra vez, quieras o no, eres un delincuente y te están buscando, conque a huir de esa búsqueda, y ya estamos en las mismas, no hay manera de volar, no hay manera. Hasta que caes aquí, en este hondón, y es el descanso, porque han dejado de perseguirte. Esta es la nada pura, el puro absurdo, sí, el vacío, pero desde el vacío se puede abarcar todo, viajar a cualquier sitio. Porque este lugar contiene a los demás. Y además los ha destilado, los recuperas ya sin esquinas».Al mundo de esquinas regresa Leonardo tras su estancia en prisión, y es la confluencia entre ese mundo y el suyo propio la que lo hace volver al pasado y recomponer la historia familiar. «Llegar allí es tu vocación», le invoca providencialmente un verso del poeta griego Constantino Cavafis; «pero no debes forzar la travesía», continúa el poema. Así, cual Gerda, compañera de Kay en el cuento que tantas veces escuchara de labios de su abuela, emprende la tenaz pesquisa, y, así, comprende al fin, que en ese personaje que tanto le ofuscaba de pequeño y «su resistencia a escuchar los cantos de sirena que pretendían disuadirla y torcer su camino, ahí es donde está la aventura, la razón de ser del cuento, la verdadera lección de rebeldía contra el destino». Leonardo, cual Ulises que regresa a Ítaca, emprende aun sin saberlo el camino a la casa que fuera el centro neurálgico de su infancia. Solo allí podrá descongelarse su corazón. Solo desde ese corazón descongelado acudirán las lágrimas a sus ojos y arrastrarán consigo el cristalito. Porque solo cuando se entierran definitivamente los mamuts del pasado que vuelven a cada tanto para embestirnos, como los llama el camarero de uno de esos locales nocturnos en los que Leonardo, como tantos hombres y mujeres en tantas ciudades se escondían para olvidarse del miedo que les produce lo que hay en la superficie, se puede renacer a la vida.
«Llorar es romper aguas. Los niños siempre lloran al nacer...»
El caminante sobre el mar de niebla, de Caspar David Friedrich. Fotografía de Cybershot800i. |
Carmen Martín Gaite homenajea con esta novela no solo al cuento de Hans Christian Andersen con el que comparte título, sino a todos aquellos otros que forman parte de nuestro bagaje lector e itinerario personal, entendiendo por cuento cualquier historia real, inventada o mezcla de ambas, porque a ver quién se atreve a delimitar lo que es ficción y lo que es realidad, a ver quién sale a chocarse con esquinas difuminadas o es capaz de vallar el jardín. Y recurre para ello no solo a la luna, sino también a las viejas casonas, a los acantilados, a los faros, al mar. Porque tal vez sea solo el mar el único capaz de competir con la luna en su afición por llevar historias de unos a otros y porque, al fin y al cabo, una buena historia «cambia y pregunta y ruge, como el mar».
El padre de Leonardo escribe en una misiva a la mujer que tan gran lección sobre las propiedades nos regalará, refiriéndose tanto a ella como a su hijo, la siguiente declaración: «Pertenecéis a una raza distinta. A ese grupo de seres privilegiados y superiores para quienes la soledad supone liberación y no condena». Es para esa raza, para ese grupo de seres no tengo yo tan claro que tan privilegiados y superiores, que Carmen Martín Gaite escribe esta novela; para aquellos para quienes la soledad nos supone muchas veces liberación pero yo discrepo y creo que en ocasiones también condena, pues «eso es precisamente la literatura, una prisión de cristal».
Cierro este libro cuando lo termino: el físico, el compuesto por hojas, guardas, cubierta y sobrecubierta. La historia, la que he leído yo, la que he ayudado a construir «porque el que escucha no pertenece al reino de las sombras ni de los muertos», no se cierra. Un cristalito se ha desprendido de esa prisión de cristal, se me ha incrustado en la piel y la ha traspasado, indisoluble ya de mí como lo son esas historias que leemos y admiramos pensando que, si tuviéramos el suficiente talento, las podríamos haber escrito nosotros mismos, tal es el grado de identificación y revelación con lo leído. Del Leonardo Villalba de Carmen Martín Gaite tan solo me queda despedirme una vez que cierro las páginas que lo contienen. Y quiero hacerlo tal y como lo hizo su compañero de celda, exactamente igual excepto por la omisión de una última frase de una única palabra, pues no viene a cuento. Precisamente es a su cuento al que pertenece esa palabra; el mío, como el de todos, con sus puntos de concordancia y disonancia, es otro cuento.
«Adiós. Salgo a pegarme golpes contra las esquinas. Nunca podré olvidarte».
Ficha del libro:*
Título: La Reina de las Nieves
Autora: Carmen Martín Gaite
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2006
Nº de páginas: 336
ISBN: 978-84-339-0973-2
*El ejemplar que yo he leído se corresponde con la imagen de portada que os dejo. Se trata de una licencia editorial de Anagrama para Círculo de Lectores que data de 1994.
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¡Hola Lorena! Tengo que leer a Carmen Martín Gaite, tengo que leerla. Pero hay tanto en mente que leer...
ResponderEliminarGenial tu reseña
Besos
Te entiendo perfectamente. Hay tantos autores con los que tengo tantas ganas de estrenarme... Pero es cierto que hay mucho por leer y el tiempo no alcanza. Sin ir más lejos yo con Martín Gaite no me estrené hasta el año pasado. Pero bien que me alegro de haber dado el paso.
EliminarBesos
Me ha gustado mucho tu reseña, Lorena. Qué bonita es. Es una auténtica obra de creación. Si "La reina de las nieves" te ha inspirado y a través de su lectura ha provocado que te expreses de esta manera tan hermosa, entonces es que esta novela de mi paisana, Carmen Martín Gaite, es una obra necesaria e imprescindible.
ResponderEliminarBuff, me ha encantado tu entrada, paxaru. A mí me gusta basatnte Martín Gaite ('Nubosidad variable', "Entre visillos", "El cuarto de atrás", "Irse de casa", que ahora recuerde) y tuve oportunidad de escucharla en alguna conferencia con esa gracia y naturalidad que desplegaba siempre. Que hubiese estado casada con Rafael Sánchez Ferlosio siempre fue para mí un motivo más de atracción sobre ella. Decía que me gusta esta autora y esta novela que reseñas no la conocía y me apetece leerla. Tomo nota.
Un beso, Lorena
Muchas gracias, Juan Carlos, por tus palabras.
EliminarPara mí, Carmen Martín Gaite se está convirtiendo realmente en una autora necesaria e imprescindible. Tras mucho tiempo queriendo estrenarme con ella por fin lo hice el año pasado. Tenía ya elegido El cuarto de atrás para hacerlo cuando me encontré en un mercadillo de segunda mano con un ejemplar de Nubosidad variable. Meses después, el azar quiso que nuevamente otro libro suyo también de segunda mano, en este caso el que reseño, cayera en mis manos. Ella es la que me marca el camino y me parece algo casi tan maravilloso como sus letras y sus historias. Muy grande, tu paisana. Debéis de sentiros muy orgullosos de tenerla como embajadora literaria de vuestra hermosa tierra.
Besos
Qué preciosidad de reseña! Es de los que me quedan por leer de esta gran autora y me lo recuerdas. Da igual lo que cuente en sus novelas. Es cómo lo cuenta! Es un placer siempre leer sus libros.
ResponderEliminarBesotes!!!
Tienes razón: es cómo lo cuenta.
EliminarEl placer es mío de tenerte por aquí.
Besos
¿Sabes? yo me sigo quedando con el cuento de mi infancia. Supongo que tiene algo de romántico pensar así, pero no puedo evitarlo, siempre fue de mis favoritos
ResponderEliminarBesos
Es comprensible tu sentimiento. Las lecturas que hacemos nuestras, como tú ese cuento, son insustituibles.
EliminarBesos
Estoy de acuerdo con Juan Carlos. Tu hermosa reseña es en sí misma una obra literaria.
ResponderEliminarYo leí la novela hace tanto tiempo (1995), que no recordaba nada del argumento. Con tu análisis, poco a poco, he ido rememorando algunas cosas y algunas sensaciones.
No hace mucho (unos meses), leí otra novela con el mismo título, pero en este caso de Michael Cunningham. En ella no se menciona el cuento de Andersen, peto su espíritu está presente.
Debería releer a Carmen Martín Gaite (lo que aún no he releido), pero con tanto pendiente...
Un beso.
Sí, sé de la novela de Cunningham. Tal vez algún día caiga.
EliminarCon tanto pendiente, es cierto que las relecturas siempre se postergan. De todas formas, yo apenas releo. Con mis lecturas especiales temo que se pierda la magia creada, que no encuentre en el libro lo que me aportó en su momento aunque probablemente sea yo la que haya cambiado (cosas mías) ; con el resto, lo que dices: tanto por leer...
Besos
Pues me sumo al paracer general sobre tu reseña, impresionante. Impresionante como te "metes" en los libros y nos los cuentas desde ahí, desde dentro. Los fragmentos seleccionados son magníficos, el de los libros, los jardines, etc... cualquiera de los que muestras es una joya. Además, adoro los cuentos, tengo muchos antiguos de cuando era pequeño, porque ya entonces los leía con verdadera pasión (ahora también a mis hijas), muchos autores clásicos de colecciones que salían en mi niñez. Carmen Martín Gaite tiene una sensibilidad especial, algunos cuentos y relatos he leído, éste libro, que es muy bonito, en su sencillez, el que muestras, no lo conocía. Apuntado.
ResponderEliminarGracias por mostrar los libros... a tu manera.
Abrazo!
Es cierto que Carmen Martín Gaite tiene una sensibilidad especial. Por eso, a poco que se seleccione, es fácil dejar fragmentos magníficos de sus libros.
EliminarMe alegro que la reseña haya quedado bonita porque el libro lo merece.
Gracias a ti por tu lectura.
Un abrazo
Me encanta seguir ese hilo invisible que te va llevando de una lectura a otra, una experiencia con la que es fácil identificarme. Yo sigo mi hilo también, porque no conozco el cuento que Martín Gaite trata de revisitar y he conseguido una copia en pdf. Los hilos lectores son como los universos, infinitos.
ResponderEliminarHay muchas reflexiones valiosas en tu reseña. Una de ellas me ha tocado, porque es cierto que la soledad es una liberación, pero a veces también una condena. La soledad es una fuerza difícil de controlar, una vez que la encuentras y te colma, ella sigue masticando y de que te das cuenta te ha tragado. En lo personal, a veces me pasa. Es el riesgo de los solitarios: vivimos en la cuerda floja.
Un abrazo.
Es buena esa introspección que nos procura la soledad pero instalarse en ella mucho tiempo es asomarse a un abismo peligroso. Hay que buscar algo en la superficie que nos amarre, que nos mantenga a flote, aunque no siempre dispongamos de ese algo que nos sujeta. No siempre tengo tan claro el papel beneficioso de la lectura, teniendo en cuenta que nos procura ese aislamiento. Sin embargo, es curioso como la lectura y la escritura, siendo dos de las actividades más solitarias que hay, tienen ese increíble poder de comunicación.
EliminarA mí me chiflan esos hilos y relaciones entre libros y escritores que a veces creo solo detecto yo. Supongo que cada uno va hilvanando los suyos propios. Conocía la historia que cuenta el cuento de La Reina de las Nieves ya antes de leer esta novela. Sin embargo, nunca he leído el cuento original, aunque siempre me ha tentado leer alguno de esos cuentos clásicos de adulta.
Un abrazo
Me uno al coro de comentarios que te felicitan, Lorena. Lo has hecho maravillosamente; el hacernos llegar tus apreciaciones junto con lo que rescatas del texto ha sido muy emotivo.
ResponderEliminarY me permito aportar algo: el poema de Cavafis al que se aludes -'Ítaca', uno de los más bellos en mi humilde opinión- no sólo sugiere no forzar la travesía sino que advierte que 'ni a Lestrigones ni a Cíclopes, ni al fiero Poseidón cruzarás en tu camino si ya no los llevas contigo en tu alma; si tu alma no los pone delante de ti'. Los demonios, entonces, nunca están afuera...
Voy a ver si incluyo alguno de los títulos de Martín Gaite para este año; no puede ser que aún no la haya leído.
La soledad es como un principio activo analgésico: en una dosis sensata te ayuda a sobrellevar los malos tragos; cuando te vuelves adicto, te anestesia y te aísla del resto del mundo.
Un fuerte abrazo.
Los demonios habitualmente habitan dentro de nosotros: o se destierran o se aprende a convivir con ellos. Y tu apreciación sobre la soledad es muy certera.
EliminarDe Cavafis la novela solo recoge la estrofa de la que extraigo esos versos, así que, como siempre, te agradezco tu aporte.
Harás muy bien en incluir a Martín Gaite entre tus lecturas de este año.
Un abrazo