Despejado - Carys Davies

«El día era claro, con solo una baja línea de nubes sobre el horizonte, y si uno hubiese estado arriba en el cielo sobre la isla aquella mañana, con los alcatraces y los araos, con los frailecillos y los cormoranes y los ostreros, habría distinguido su diminuta figura negra al salir de la casa Baillie y abrirse camino a través de rosadas matas de clavelinas de mar y pastos de frondoso verde. Lo habría visto detenerse cuando alcanzó la primera extensión de brezo, quitarse las ropas y extenderlas junto con las de recambio de su maleta para que se secasen. Lo habría visto (ahora de blanco marfil, en vez de negro), chapotear por los juncos junto al manantial. Lo habría visto tomar unas pocas notas en el libro de registros azul marino y luego lo habría visto levantarse sin nada puesto salvo su maleta y sus zapatos a medio secar, y caminar por curiosidad hasta el borde del acantilado y dar un paso sobre el camino pedregoso que se precipitaba al vacío. Lo habría visto agitar los brazos un instante sobre la piedra resbaladiza, con las extremidades moviéndose como las aspas de un molino o como un patinador torpe. Y cuando hubiese desaparecido, habría visto cómo su morral se hundía, reflotaba y era arrastrado sobre el agua como un pájaro desgarbado sobre una corriente invisible de viento norteño».

Sí, era claro el día que John Ferguson resbala en el terreno pedregoso y cae a la playa desde el acantilado al que se había asomado por curiosidad tras asearse en el manantial. Ninguna nube empañaba el cielo azul que, cual manto etéreo, cubría la isla a la que el reverendo había llegado la víspera de ese accidentado día. Sin embargo, la breve novela que os traigo hoy no se titula Despejado por ese cielo exento de nubes. Despejado es como el propietario de esa isla quiere el terreno de la misma. Sin ningún habitante que reste réditos a la propiedad. Libre de agricultura y de cualquier ganadería que no sean las ovejas con las que el terrateniente quiere poblar la isla. Despejados dejaron muchos terratenientes las Tierras Bajas de Escocia desde el siglo XVIII, así como las Tierras Bajas y las islas Orcadas hasta mediados del siglo XIX. Comunidades enteras fueron desalojadas de sus hogares, arrancadas las raíces de sus miembros sin ningún tipo de miramiento de la tierra en la que nacieron, crecieron y trabajaron .

Cuando John Ferguson llega a la isla ficticia de las no ficticias islas Orcadas en que se desarrolla esta novela, los desalojos están llegando a su fin. Es 1843, año en el que la Iglesia Libre de Escocia se escinde de la Iglesia escocesa (por una diferencia, precisamente, con los terratenientes escoceses) y Ferguson es uno de los ministros rebeldes. La fidelidad a sus convicciones supone la renuncia de casa, renta y templo y, por tanto, el arduo camino de comenzar de cero. John sufre por no disponer de un templo para sus feligreses, pero lo que más le apena es saber que su querida esposa Margaret pasa penurias, así como sentirse responsable de ello.

Es un trabajo, piensa mientras se dirige a la isla. La suma de dinero que van a pagarle por ello les va a venir bien. Tan solo ha de comunicarle a ese hombre que ha de irse, que le van a trasladar a otro lugar. Esa es su misión. Ese es el motivo de su viaje y de que se encuentre al borde de ese acantilado en el que se accidenta ese día de cielo despejado. Piensa, le da vueltas a la idea, intenta justificarse, pero no puede evitar sentirse incómodo ante lo que ha ido a hacer.

En la isla queda un único habitante. Se llama Ivar. Su rostro cuarteado por la vida al aire libre y sus manos encallecidas por el trabajo manual lo mismo podrían pertenecer a un hombre joven que a uno viejo. Es un hombre alto y rubio. Esto último es algo que él, dado que no tiene espejo que lo atestigüe, intuye más que sabe.

Ivar encuentra a John inconsciente en la playa y se lo lleva a su casa, a ese cuarto en el que pocos muebles hay más allá de la cama en la que tiende a Ferguson y la silla en la que Ivar lo mismo dormita que se afana con las agujas de tejer.

Cuando Ferguson recobra la consciencia sufre una amnesia parcial que le impide recordar qué es lo que hace en la isla. Difícilmente, pues, puede transmitir un mensaje quien no recuerda que ha de hacerlo. De todas formas, aunque nuestro hombre de fe no hubiera perdido parte de la memoria, difícilmente podría haber transmitido su mensaje. Y es que Ivar no sabe inglés ni escocés. Su habla es un dialéctico del nórnico tan en desuso como en extinción.

«Antes de la llegada de John Ferguson nunca había pensado en realidad en las cosas que veía u oía o tocaba o sentía como palabras. En los viejos tiempos, el ministro les había leído partes de la Biblia, en un idioma que ellos no entendían, y luego les había gritado en algo que se acercaba a su lengua. Pero era extraño pensar en una hermosa bruma, por ejemplo, o en el frío viento del nordeste que llegaba en primavera y estropeaba el maíz, como cosas sólidas sobre un papel que se pudiera tocar. Se preguntaba, mirando las columnas de palabras, ninguna de las cuales podía leer —ni las de la izquierda, en el idioma de John Ferguson, ni las de la derecha, en el suyo—, si había una palabra en la lengua de John Ferguson para la emoción que sentía cuando deslizaba su dedo a lo largo de la línea entre ambas columnas de palabras, que le parecía que conectaba sus vidas del modo más intenso que cabía imaginar: palabras para aludir a la leche o al arroyo o al escarabajo de alas azules que no sabía volar, que vivía en el prado de la colina; palabras para «fletán» y «establo», y para el nudo que utilizaba en el ronzal de la vaca; palabras para «casa» y «mantequilla», para «hogar» y «suero de leche», para «algas» y para «gallinas».
Era como si nunca hasta ahora hubiese entendido su soledad del todo; como si, con la llegada de John Ferguson, se hubiese convertido en algo que no había sido nunca, o que no había sido en mucho tiempo: en parte hermano y en parte hermana, en parte hijo y en parte hija, en parte madre y en parte padre, en parte marido y en parte esposa».

Siempre me han maravillado esas palabras para las que no hay equivalentes en otros idiomas. Habitualmente describen sensaciones complejas de explicar, diferenciadas tal vez de otras para las que sí existen palabras por leves y sutiles matices. Me maravilla aún más pensar que la historia de los pueblos que hablan ese idioma, así como el estilo de vida de sus habitantes o incluso la mera geografía es la que ha dado origen a esas palabras tan únicas. Como dice el colofón que pone fin a este libro y que está firmado por George Steiner, «Babel es tal vez una bendición misteriosa e inmensa. Las ventanas que abre una lengua dan a un paisaje único. Aprender nuevas lenguas es entrar en otros tantos mundos nuevos». Haberme asomado al nórnico, tan plagado de matices y sutilezas, a través del dialecto de Ivar ha sido, pues, una misteriosa e inmensa bendición.

Me maravilla también la facilidad con la que John Ferguson aprende el idioma de Ivar. No lo aprende en su totalidad, por supuesto. Desconoce muchas palabras, así como se le escapan muchas de esas sutilezas y matices, pero en escaso tiempo —toda la trama de esta novela sucede en menos de un mes— consigue ser capaz de comunicar en ese extraño idioma ideas bastante complejas. Esto es algo que, personalmente, he sentido que podría restar credibilidad a esta historia. Sin embargo, Carys Davies me tiene tan embelesada con ella que paso mis reservas a un segundo plano.

Contraportada y portada de uno de los volúmenes de An Etymological Dictionary of the Norn Language in Shetland de Jakob Jakobsen (publicado inicialmente en danés en cuatro volúmenes, entre 1908 y 1921), diccionario en el que se basa
Carys Davies para recrear el dialecto de Ivar. Fuente: Internet Archive. Obra bajo licencia CC BY 4.0.

La escritora británica escribe con una gran naturalidad. Su prosa no es ni demasiado sencilla ni demasiado elaborada y está salpimentada por aquí y por allá de un bello lirismo con el que consigue describir con escasas frases tanto el escenario en el que se desarrolla su novela como los sentimientos de sus protagonistas. Con breves capítulos va saltando al principio de esta novela de John Ferguson a Ivar y viceversa, después de la convivencia entre ambos hombres en la cabaña al reciente pasado de John con Margaret y a las vicisitudes de la propia Margaret. Leo a Carys Davies y casi me parece estar leyendo a un escritor de la época en la que esta historia se desarrolla. Si no fuera por algunos matices del personaje de Margaret —personaje que me ha gustado mucho— casi me convencería de que es así.

Pasan los días en la cabaña y sus aledaños. La presencia de Ferguson le hace a Ivar tomar conciencia de su hasta entonces soledad. Entre aciertos y confusiones los dos hombres se avienen, disfrutan de la mutua compañía y establecen una comunicación que, aun basada en un rudimentario intercambio de palabras, les colma de felicidad. Para cuando el reverendo recobra la memoria, no sabe cómo decirle al isleño el motivo de su presencia en la isla. No sabe porque no quiere hacerlo.

Hay algo anacrónico en esta novela. Rectifico: siento un cierto anacronismo en esta novela. Lo siento porque lo que considero anacrónico no es un hecho, un suceso o un acto —que no os puedo decir cuál es por no estropear la lectura a quien pretenda leer esta novela— sino una falta de reacción a ese suceso o más bien una reacción muy dispar a la que debería darse —o a la que yo pienso que debería darse— teniendo en cuenta la época de la que se trata. Esto es algo que me gustaría poder comentar con alguien y también es algo que, en un primer momento, me ha empañado un poco esta lectura. Y reitero lo de en un primer momento porque Despejado es una de esas novelas de las que cuanto más pienso en ellas más me gustan.

«Era como si [...] guardasen dentro de sí el delicado equilibrio de lo que estaban haciendo y temiesen perturbarlo o desbaratarlo de algún modo», leo en el tramo final de esta novela. Y así es como siento esta lectura, como algo delicado que hay que tratar con sumo cuidado y mimo para no desbaratarlo. Así también —amén de con una inusitada ternura— siento que Carys Davies trata a sus personajes. Todo en Despejado es delicado y por ello siento esta novela como una frágil joyita que he de atesorar. Es como la isla en la que sucede esta historia, que quiero conservar agreste, libre de las ovejas que quieren llevar a esquilmar su tierra y libre de los hombres que a su vez quieren esquilmar a las ovejas. Es como el dialecto que habla Ivar, del que me hubiera gustado que hubiera quedado algún testimonio y que Davies no hubiera, por tanto, tenido que recurrir para recrearlo al también desaparecido en la actualidad nórnico. Cuando llego a la última página de esta novela me quedo con ganas de que esta continúe, pues siento que hubiera podido tener un mayor recorrido. Y, sin embargo, nuevamente cuanto más lo pienso más siento que bien está que esta historia se quede en lo que Carys Davies nos ofrece. Despejado no es solo la historia del vínculo entre dos desconocidos, del reconocimiento entre dos extraños, sino que es también la historia de tres personas buenas, responsables de sus sentimientos y consideradas con los ajenos. La pureza a menudo es desahuciada por intereses ajenos, por un contexto cambiante en cuyo mandato los más perjudicados no participan. Por eso esta historia solo podía ocurrir en esta isla. Por eso esta historia no podía tener recorrido más allá de esta isla, más allá de sus orillas a las que llega un mar embravecido que no acostumbra a traer nada bueno. Que ninguna idea preconcebida por mi parte antes de llegar a la tierra virgen que es esta novela empañe, pues, ese cielo azul despejado que la cubre y la protege.

«Cuando John Ferguson había terminado de contarle quién era y qué iba a suceder, Ivar le había pedido que volviera a explicárselo todo, como si la noticia fuese tan descomunal que no hubiese sido capaz de absorberla a la primera.
Después se habían quedado muy quietos [...] y durante mucho tiempo ninguno de los dos había hablado, hasta que al final Ivar había susurrado:
—Le tengo miedo al agua.
Y John Ferguson había respondido:
—Yo también».

Lighthouse at Kirkwall, Orkney Islands, fotografía de Mustang Joe en dominio público





Ficha del libro:
Título: Despejado
Autora: Carys Davies
Traductor: Gabriel Insausti
Editorial: Libros del Asteroide
Año de publicación: 2025 (2024)
Nº de páginas: 208
ISBN: 978-84-10178-32-8





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Comentarios

  1. Veo que tampoco aquí me entero de cuál es el suceso que provoca esa reacción (o esa falta de reacción) que interpretas como un anacronismo. Voy a tener que leer la novela para saberlo, aunque tampoco es una labor que me resulte gravosa. La novela tiene muchos otros atractivos además de esa pequeña intriga que me queda.
    No sé si el ambiente un tanto agreste de se norte tan rudo o el hecho de que haya solo dos personajes me resultará un tanto pesado. Puede que sus diálogos y los temas que traten me fascinen o puede que sienta esa especie de agobio que me producen algunas historias ambientadas en lugares hostiles o que destilan soledad. Sea como sea, la anoto y espero no tardar en ponerme con ella.
    Un beso.

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