Ha dejado de llover - Andrés Barba

«Le gustaban aquellas sensaciones, aunque le disgustaran, aunque fueran desagradables, le parecían literarias y llenas de meandros. Si hubiera que describirlas, pensaba, habría que ir siempre de adelante hacia atrás para decir constantemente que era mentira lo que se acababa de decir que era verdad, o para dar un detalle nuevo, desconcertante, hermoso y temible, hasta dibujar un tapiz un poco perverso».

Me gusta la literatura de Andrés Barba porque está llena de meandros. Si tuviera que describirla, no sabría si irme adelante o hacia atrás; probablemente, por pura impotencia e incompetencia, me haría un lío con sus recovecos y me quedaría parada en el sitio. Ahora bien, describir los sitios a los que me lleva (o por los que me lleva) el escritor —no sé si decir español o argentino— sería otra ardua y también probablemente estéril tarea. Pararme demasiado en cada uno de esos sitios sería descubrir cada vez un detalle —tal y como dice la cita precedente a este párrafo— nuevo, desconcertante, hermoso y temible. Andrés Barba nos habla en las historias contenidas en el libro que os traigo hoy de las relaciones de los protagonistas de cada una de ellas con otros personajes, pero yo tengo la sensación de que cuánto más descubren esos protagonistas de esas relaciones o de esos otros personajes más averiguan sobre sí mismos, resultando de ello un tapiz que muestra las complejas fibras que tejen el desconcierto y la vulnerabilidad, y que, también, si se mira bien, en ocasiones resulta ser un tapiz un poco perverso.

«Ahora que es más ridícula la quiere más, pero con un amor distante. [...] Por eso es ella la que habla ahora, como si fuese un gesto delicado (el único posible) fingir que no se ha enterado de nada. ¿Es eso el amor? Tiene una forma maligna de ser buena. Tiene una forma maligna de quererla».

Tenemos a veces una confusa forma de mezclar el querer y la necesidad de que nos quieran.

«Yo tampoco sé si mi madre me quiere o no me quiere».

««Tú no me quieres», dijo mamá.
Ella contestó entonces algo que mamá no pareció escuchar, algo que ni siquiera sabía si era cierto, pero que necesitaba decir en voz alta:
«Yo no sé si te quiero o no te quiero».
Y de inmediato sintió el impulso teatral de agacharse sobre ella, llorar de una vez y gemir durante horas: No es verdad, te quiero, te quiero… ¿Me quieres tú? Veía la posibilidad de aquella imagen, pero como si estuviera enmarañada».

«Ha sucedido otras veces también, y siempre le ha precedido la misma sensación de ahora: el miedo como un escalofrío contagioso, el deseo de que la odie. ¿Por qué desea que la odie? Tal vez el odio abierto sería un verdadero movimiento, un escrutinio real y una lealtad. Sólo puede ser digna de su amor si es digna de su odio, un pensamiento desquiciado».

Pienso a menudo en los lazos familiares, en el amor materno o paterno filial y en el amor filio maternal o filio paternal. En cuánto de ese amor tenido por incuestionable es genuino (por decirlo de alguna manera) y cuánto es una cuasi obligación impuesta por unos hábitos culturales que trascienden culturas y cuyas raíces se pierden en el inicio de los tiempos. Pienso en cuánto de ese amor dado por sentado y grabado en el ADN social (común a todas las sociedades) existe o es moldeado por factores biológicos, hormonales o genéticos. Leo sobre el hombre que se pregunta «¿Cómo se podía conocer a un bebé?» y que descubre «una emoción que formaba parte de un sistema amoroso que no había conocido hasta entonces» y pienso. Leo sobre la «lealtad fría y militar» de la mujer que necesita «recordar [...] alguna imagen emotiva de mamá, como si necesitara cargarse de municiones» y sigo pensando. Pienso también en la presión que es no solo tener que querer sino también en la atadura que es que nos quieran y en las ganas que nos pueden entrar de espetarle a alguien en alguna ocasión algo así como «No me malinterpretes, no me inventes, no hagas de mí lo que tú necesitas». Piensa otra mujer distinta de la anterior en que «¿Qué es eso de ir diciendo constantemente «te quiero» por la vida? ¿Cómo se puede tener el valor de decirle a alguien semejante cosa?» y yo no tengo repuestas a sus preguntas. No tengo respuestas para los personajes de este libro como ellos no tienen respuestas para mí. O tal vez tanto ellos como yo las tenemos. Tal vez en nuestras preguntas están implícitas las respuestas y lo que ocurre es que esas respuestas nos atan más, nos lían, nos llevan por meandros que parecen literarios de tan difíciles de explicar, nos dejan desnudos en nuestra pequeñez y miseria, en nuestro estupor y falsa inocencia, en nuestra mezquindad y egoísmo. Y otra vez la necesidad de que nos quieran y el no saber cómo querer.

La sinopsis ofrecida por la editorial Anagrama de Ha dejado de llover habla sobre una novela de nouvelles, sobre el retrato de una ciudad compuesto por cuatro variaciones sobre un mismo tema. Ando buscando libro de Andrés Barba para leer y automáticamente decido que ha de ser este. Andaba, más bien, pues esta lectura la seleccioné el año pasado justo después de terminar de leer El último día de la vida anterior, novela con la que me estrené con el autor. Salí de ese primer encuentro absolutamente fascinada. Alabé la dificultad de los temas tratados en esa novela y lo maravillosamente airoso que salía Andrés Barba en la exposición de los mismos. En el libro que nos ocupa el planteamiento y las tramas no son tan originales o poco vistos como el de esa otra novela, pero igualmente el escritor madrileño vuelve a brillar en la introspección de los personajes y en el desmenuzamiento de las complejidades y contradicciones de sus protagonistas y yo vuelvo, por tanto, a salir de una obra de su autoría rendida ante su agudeza y su talento, confundida a veces, con la sensación de que ha quedado algún cabo suelto que no alcanzo a comprender, pero sabedora también de que lo mucho comprendido ya estaba antes en mí y que o bien carecía de las palabras y situaciones justas para expresarlo o bien recién descubro que lo recién descubierto ya obraba en mi conocimiento. Vuelvo, pues, a salir de un libro de Andrés Barba con la seguridad de que me tiene a su merced.

«Hay algo misterioso: en cada movimiento que hace Nelly se pone de manifiesto una especie de particular sentido de la pertenencia. Una vez su padre dijo unas palabras fantasmagóricas, cuando Nelly se marchó de casa y ella le preguntó si regresaría: Volverá, dijo, porque le pertenecemos. Lo recuerda también ahora. El silencio no es una extensión del enfado. El enfado ni siquiera ha llegado a rozar a Nelly en realidad. El silencio es más bien una extensión de aquella frase que no admite el fracaso: Volverá, porque le pertenecemos».

Estoy evitando referirme a este libro como novela. Cierto es que es un libro compuesto por nouvelles (en concreto por cuatro), cierto es que la trama de todas ellas se desarrolla en Madrid y cierto también que hay evidentes temáticas comunes entre las cuatro nouvelles, pero Ni ha dejado de llover es una novela ni creo que nos ofrezca el retrato de una ciudad. Sin embargo, y al contrario que en otras ocasiones, no me ha importado que lo encontrado en un libro no se haya correspondido con lo que se ha dado a entender que se iba a encontrar en él, pues Andrés Barba es uno de esos escritores que te anclan en el presente, es decir, que fijan toda tu atención en lo que estás leyendo haciendo que te olvides de expectativas previas y que no te importe en absoluto el lugar futuro en la lectura adonde te lleve ese momento presente.

Además de esa premisa de partida fallida por parte de la editorial, otra cosa que me empujó hacia esta lectura fue la imagen de su cubierta. Tontamente, en un primer vistazo pensé que se trataba de una mujer joven observando en el cristal de la ventanilla de un autobús el reflejo de un edificio de una calle de una ciudad cualquiera. Sin embargo, lo que tomo por una mujer es en realidad un maniquí y el reflejo en el cristal no lo ofrece el transporte urbano sino lo que presumo que es el escaparate de un comercio. Sinceramente, no sé en qué momento me di cuenta de que la mujer era un maniquí. Sinceramente, no acierto a decir qué fue primero, si mi descubrimiento del maniquí o mi recuerdo de Sara Mesa. Y es que comienzo a acordarme de Sara Mesa bien avanzada ya esta lectura. Me acuerdo en concreto de su novela Cicatriz. Me acuerdo porque en el tercero de los relatos del libro que ocupa esta reseña se tontea con la idea del robo (del hurto, más bien) como transgresión o voyerismo. Me vuelvo a acordar porque en el cuarto de ellos se vuelve a la idea del robo (en esta ocasión como «la fascinación por la posesión y la incapacidad de poseer») y porque además en él las tiendas y centros comerciales tienen una presencia importante (me estoy dando cuenta ahora de que la segunda de las historias de este libro termina en un centro comercial). Los maniquís son, además, un elemento recurrente en alguna de las obras de Sara Mesa (estoy pensando en concreto en uno de los cuentos de Mala letra). Y así, entre conexión y recuerdo, no puedo evitar detectar algo en común en la forma de escribir de ambos escritores madrileños. La prosa de la sevillana de adopción es más desnuda, sin duda, pero tanto en las narraciones de Mesa como en las de Barba habitan la extrañeza no solo por lo ajeno sino por lo propio, así como esa ambigüedad que nace de sensaciones tales como «la consideración de que una virtud puede ser también un defecto trasladando la perspectiva unos centímetros».

Madrid, fotografía de Jose A. bajo licencia CC BY 2.0

Los cuatro relatos del libro que nos ocupa están narrados en tercera persona pero desde la perspectiva del protagonista de cada uno de ellos. A menudo se inician hablando de la relación de ese o esa protagonista con otro personaje cuando en realidad la relación más importante en la historia narrada termina casi siempre por ser la mantenida con un tercer personaje. Los finales de algunos de ellos son desconcertantes en el sentido de no saber si se han entendido (el final, no el relato (o tal vez sí algún componente del relato, dado que no se ha entendido su final)). La relación más o menos conflictiva entre padres (o madres) e hijos (o hijas) está presente en las cuatro historias, siendo mayoritaria la de la hija en relación al padre o madre. Además de las temáticas predominantes y comunes entre las cuatro nouvelles, este libro también hace que posemos nuestras miradas en otras más tangenciales como, por ejemplo, el clasismo o el envejecimiento. Las relaciones sexuales se plantean en algunas de estas historias como una dulce y peligrosa rendición, como una experiencia que revela las partes más ocultas de nuestras personalidades y no sé si decir insospechadas o inconfesables. Así, la hija del último de los relatos rememora las relaciones sexuales mantenidas con un hombre casado como «Una excitación contra su voluntad, como si allí estuviera contenido algo animal y femenino, una cesión inquietante. Ella misma deseaba de una manera oscura poder decir esas palabras, sentir que su cuerpo cedía ante la voluntad de alguien, blando y disponible. Sentir la insignificancia. Dejarse llevar por la fuerza de otro», mientras que la adolescente recién iniciada en el sexo de la tercera de las historias de este libro no puede evitar preguntarse «¿Qué se le podía hacer a alguien que acababa de decir haz conmigo lo que quieras?». Por último, subyace a lo largo de toda la lectura y en cada uno de sus cuatro componentes la idea de mutabilidad, de la pérdida que esta conlleva, del inquietante descubrimiento que supone la conquista de una parcela desconocida de alguien que pensábamos conocido, de la sensación de victoria que se desprende del poder que nos otorga esa invasión de la intimidad ajena y del sentimiento de orfandad en que a su vez nos sume.

«Cada vez que lo veía le parecía a un tiempo un niño totalmente distinto y el mismo niño idéntico. Cada vez que lo veía le llevaba un regalo nuevo que sólo parecía apropiado para el niño anterior, el niño que había sido la última vez que le había visto».

«[...] y su padre… era y no era el mismo, o quizá era más él mismo que nunca, como si todos sus gestos cotidianos y caseros no hubiesen sido más que un torpe ensayo general de estos otros, los auténticos. De modo que esa era su verdadera forma de caminar, esa su verdadera manera de dirigirse a alguien, esa su verdadera sonrisa. Tenía el vigor de un hombre seguro, era más atractivo y a la vez más distante».

«La forma en que le había querido hasta entonces resultaba ahora ineficaz, como si se tratara de un puente hundido en un continente lejano, o en una fábula».

«[...] el deseo vencido, el objeto anhelado pero cuando el anhelo se había extinguido».

De cada una de las cuatro novelas cortas que componen este libro no os voy a hablar. Como he declarado al principio de esta entrada, me declaro incompetente para describir los meandros del curso literario de su autor. Dejar caer de qué va cada una de las cuatro tramas sería fácil, pero también sería una especie de ninguneo a la verdad que encierra cada una de ellas. Esa verdad se desvela a través de las situaciones que van sucediendo tanto en el exterior como en el interior de los personajes. Esa verdad es una amenaza de lo inasible y por eso a Andrés Barba no se le puede contar. A Andrés Barba hay que leerle, como pretendo seguir haciendo. Hay que leerle y agradecerle el privilegio que es sentir ese vértigo que nos invade cuando nos brinda esa extraña por difícil de captar oportunidad que es asistir al aunamiento de la repetición y el descubrimiento.

«Hasta ahora había entendido que le daba vergüenza mirar dormidos a sus padres por miedo a ver, aunque fuera accidentalmente, su desnudez, ahora, sin saber por qué, entendía que lo que le daba miedo y pudor era otra cosa en realidad, como si algo hubiese alterado su propia intimidad. Le pareció que no les había visto nunca.
Cerró la puerta lo más despacio que pudo, tratando de hacer el mínimo ruido, y sólo cuando escuchó el pequeño clac con el que se cerró definitivamente se dio cuenta de lo nerviosa que estaba. Le parecía asombroso que cada día, desde hacía más años de los que ella llevaba viva, aquella imagen prodigiosa que acababa de ver se hubiese repetido a diario».

Just a crack, fotografía de Colin Jagoe bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0





Ficha del libro:
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2012
Nº de páginas: 208
ISBN: 978-84-339-7243-9





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Comentarios

  1. Ayyy Lorena...
    me da rabia que este libro sea de cuatro relatos, porque la verdad es que sí no fuera por ello, me apetecería mucho leerlo, me fascina todo lo que dices, sobre todo esas reflexiones que haces sobre el poder de las uniones de sangre. Y me da rabia que sea eso lo que para la sociedad prime, los vínculos de sangre, tener que escuchar "es que es tu hermano", "es que es tu padre", cuando en realidad pues eso no es lo único ni lo más importante. Siempre he pensado que esas uniones pueden ser muy impostadas, influenciadas por el deber de tenerlas porque a un padre, a un hermano hay que perdonarle todo y hacer como sí nada solo por el simple hecho de eso, de serlo, te transmiten lo que te transmitan.
    Necesitamos que nos quieran, claro, pero yo prefiero ese amor que te aporta por ejemplo una buena amiga del alma con la que no hay lazos de sangre ni obligaciones, incondicional, muchas veces esos amores de personas ajenas a la propia familia son los más auténticos, los que de verdad te llenan
    He leído a Barba, su "República luminosa" que disfruté mucho por más que era bastante rara. Siempre he querido volver a él, como ya te dije en tu reseña de El último día de la vida anterior, y sé que lo haré, no sé cuando, pero lo haré porque es un autor fascinante, comparto contigo tu fascinación.
    Me ha encantado tu reseña
    Besos

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    Respuestas
    1. Mi reflexión acerca de los lazos familiares (especialmente entre padres e hijos) va un poco en la línea de lo que comentas, pero también más allá. No obstante, de este libro, amén de que lo que priman son esas relaciones entre padres e hijos (o casi más bien al revés), si tuviera que quedarme con solo un denominador común apostaría por ese descubrimiento y autodescubrimiento que a veces nos asalta de repente en aquellos a quienes creemos conocer.
      Ya me imagino que aun fascinándote Andres Barba como me fascina a mí, este libro no es lo que más te apetece leer de él. Claro que siempre puedes tomártelo como leer novelas cortas, jaja, que es una forma de encajar la lectura de relatos para aquellos que no gustáis de leerlos (de algunos relatos, otros se prestan menos a este juego pero creo que los de este libro sí). En todo caso hay otros muchos libros del autor también muy apetecibles. En cuanto a República luminosa, que es el que has leído, su argumento me parece de lo más tentador.
      Besos

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