Antes de que llegue el olvido - Ana Rodríguez Fischer

Aquí estamos, tú y yo, juntas, Marina,
caminando a medianoche por la ciudad
y tras nosotros hay millones como nosotras
y jamás existió un cortejo más callado.
Nos acompañan las campanas fúnebres
y el gemido salvaje que propaga en Moscú
la tormenta de nieve que borra nuestras huellas.
Anna Ajmátova, Réplica tardía


Anna Ajmátova (1889-1966) y Marina Tsvietáieva (1892-1941) fueron dos de las más destacadas poetas rusos del siglo XX. Se profesaron respeto, admiración, algunos dirían que cierta animadversión motivada por celos profesionales. Con amistades comunes y pertenecientes a un mismo círculo literario, el interés recíproco de la una por la otra está más que acreditado. Fueron dos mujeres apasionadas cuyas trayectorias vitales parecieron correr parejas y, sin embargo, qué diferentes ambas vidas, cuán distintas ambas mujeres.

Se cartearon; no demasiado. Marina Tsvietáieva era una apasionada de la correspondencia epistolar. Doy fe de que escribía unas cartas maravillosas. Anna Ajmátova, en cambio, era poco dada a escribir misivas. Con los años, además, la invadió el miedo, ese miedo que se incrustó en cada célula y que habitaba cada rincón cotidiano del que me habló Nadiezhda Mandelstam en Contra toda esperanza; el mismo miedo que a Ajmátova la haría distanciar la correspondencia con su hijo, preso y desterrado víctima del terror estalinista, y que motivaría los reproches de este que tanto dolerían a su madre.

Sería este hijo, Lev Gumiliov —según he leído en el libro que os traigo hoy—, el causante indirecto de la breve correspondencia entre Ajmátova y Tsvietáieva. La hija mayor de esta última, Ariadna Efron —nuestra querida (de Marina y mía) Alia—, por entonces aún una niña, supo que Ajmátova tenía un hijo de su edad y quiso saber de él. Fue así como se inició la comunicación entre las dos poetas. Fue así como ha llegado a mis manos a través de este libro que os traigo hoy la desgarradora carta —barrunto que ficticia— en la que Marina Tsvietáieva le relata a Anna Ajmátova la terrible pérdida de su pequeña hija Irina. Gracias igualmente por esa misiva en la que he reconocido fragmentos leídos por mí en lecturas pasadas (probablemente en Confesiones: vivir en el fuego) y de los que he echado de menos en esta novela que se identificaran sus fuentes. Lo que no sé muy bien es a quién destinarle el tirón de orejas por no respetar el uso tan característico de los guiones del que hacía gala Marina Tsvietáieva.

Las vidas de ambas poetas, tan parejas, parecían líneas paralelas destinadas a no cruzarse nunca. Las vidas de Ajmátova y Tsvietáieva, puros torbellinos, más que líneas rectas fueron trazos sinuosos que cruzaron en ocasiones los mismos puntos pero en diferentes momentos. Fueron dos estrellas fugaces iluminando un oscuro orbe. La una en San Petersburgo, la otra en Moscú; la una en el centro del terror, la otra en la tristeza del exilio; ambas en la ignominia que supone el oprobio.

«Tenía miedo. Todo exilio es una pérdida, una desgracia y una mutilación para el conjunto de la sociedad. Y quienes nos quedamos también sufrimos el desgarro. Decía Lidia que todo aquel que emigra de Rusia no solo se lleva a sí mismo: también se lleva un trozo de nuestro futuro común, abriendo un vacío que cada vez es más difícil de llenar. Se rompen los eslabones de la cadena, se trunca la canción, el relato, la amistad. Entre un eslabón y otro se abre un abismo, un agujero que no se sella con estaño ni se repara con un parche. Pero de esto tampoco podríamos escapar, caso de haber marchado. Ni de las rencillas y pugnas que sin duda se entablan para dirigir el cotarro en el malicioso mundillo de los colegas exiliados y que tú sufriste en carne propia. Yo temía sobre todo la condena a vivir retroactivamente, teniendo como único horizonte el pasado. Y no quería repetir la nostalgia, esa forma edulcorada y blanda de la desesperanza, como tú la defines».

«No, nada importaba que tú estuvieras en Moscú y yo en Petrogrado cuando el miedo y el dolor y la angustia y la muerte nos igualó a todos. Hasta entonces sabíamos que la miel silvestre huele a libertad; a violetas, los labios de una joven; y a manzanas, el amor. Pero entonces aprendimos para siempre que solo la sangre huele a sangre. Y que la historia puede empuñar la más terrible y afilada de las guadañas. En realidad, nuestra generación apenas saboreó la miel: fueron contadas nuestras horas, quedó truncada y rota nuestra obra, y dos guerras crueles abrasaron nuestro breve o largo camino. Fuimos dispersados por la tierra como naipes de una baraja, alejados unos de otros, recluidos en guaridas que se hundían en el subsuelo o desterrados a los más recónditos confines del mundo, borrados tras un muro o arrojados a una fosa, rotos y enloquecidos. Mas ni aun así nos rendimos. Por eso, quienes hemos logrado llegar hasta el final debemos acopiar fuerzas y escribir nuestros recuerdos. Para devolver a la historia a quienes fuisteis devorados por ella.
Y de ese modo haceros regresar, Marina».

Antes de que hubiera necesidad de hacer regresar a Marina Tsvietáieva a través del recuerdo, a través de las palabras, a través de ese «viaje mental en el que» la voz de Ana Rodríguez Fischer, autora de este Antes de que llegue el olvido que os traigo hoy, se transmuta en la de Anna Ajmátova proponiéndose así «evocar y dar vida a nuestros encuentros» (a los encuentros entre Ajmátova y Tsvietáieva) «—a todos los encuentros: logrados o frustrados, adivinados o soñados, reales o irreales—», antes, pues, de que Marina Tsvietáieva se ahorcara el 31 de agosto de 1941 al mediodía, «cuando el sol está en su cénit, cuando la sombra es vencida por el cuerpo y nos fundimos con el mundo. De todas las horas del día, el mediodía es la más carnal, con cuerpos sin sombras y cuerpos que duermen en el puro sueño de la tierra. La hora de tu esencia, Marina. Tú fuiste toda incendio y te abrasaste en múltiples hogueras, sabedora de que solo en el fuego se funde la tristeza», antes, por tanto, de que esa tristeza se fundiera definitivamente en el fuego del último mediodía de Marina Tsvietáieva, se produjo el único encuentro real entre ambas poetas. Fue en Moscú en junio de ese mismo año. Fueron apenas dos tardes. Sabía que para Marina Tsvietáieva dicho encuentro había resultado un tanto decepcionante. Sé ahora (o creo saberlo, porque me creo todo lo que he leído en este libro) que dicho sentimiento pudo estar motivado por determinados versos que Ajmátova le leyó de su Poema sin héroe que estaba escribiendo. Tal vez una elección errónea por parte de Ajmátova teniendo en cuenta el contexto histórico que las cercaba. Quizás una mala interpretación de Tsvietáieva debida precisamente a ese contexto. Aun así, fue un encuentro fraternal.

Chístopol, Tartaristán, Rusia. Fotografía de Vadim Indeikin bajo licencia CC BY-SA 3.0 DEED. Fuente: Panoramio.
Anna Ajmátova, como tantos otros escritores rusos de la época, fue evacuada a Chístopol. Es allí donde se entera de la muerte de Marina Tsvietáieva, la cual a su vez había sido evacuado a Elábuga, un lugar más apartado en el que Tsvietáieva decidirá poner fin a su vida. Con el conocimiento de esa noticia por parte de Ajmátova da comienzo la novela de Ana Rodríguez Fisher.

Creo que no hace falta que a los más asiduos a este blog (o quizás debería decir a los que lleváis años leyéndome) os reitere mi fascinación por Marina Tsvietáieva. Los más recientes u ocasionales tendréis que conformaros con lo que se desprenda de esta reseña (si sentís curiosidad, varias son las entradas que a la poeta rusa le he dedicado en este espacio y vuestra la libertad de pasearos por ellas). En cuanto a Anna Ajmátova, nada de ella he leído y, aun así, cada vez la voy conociendo un poco más. Su nombre me era conocido antes incluso que el de Tsvietáieva. Mi interés por ella podría decirse, sin embargo, que nació alumbrado por la sombra de 'mi' Marina. Tiempo después, me crucé ocasionalmente y sin buscarlo con Ajmátova en las citadas memorias de Nadiezhda Mandelstam debido a su entrañable amistad con los Mandelstam. Más tarde, fui yo la que salí a su encuentro y al de su romance en París con el artista italiano Amadeo Modigliani en el precioso libro de Élisabeth Barillé Un amor al alba. Pero el origen de sentir que Anna Ajmátova me interpela mirándome directamente a los ojos y me habla de tú a tú aunque sea a través de otros está, como digo, en Marina Tsvietáieva. Está —no podía ser de otro modo— en un poema. Está en unas pisadas parejas. En unas huellas en la nieve que el tiempo y la Historia se empeñan en borrar y que yo, en cambio, termino siempre por seguir y sobrepisar.

Los versos con los que arranco esta entrada pertenecen a un poema que Anna Ajmátova escribió tras esas dos tardes pasadas en compañía de Marina Tsvietáieva. Se trata, tal y como se indica en el libro que nos ocupa, de Respuesta tardía o de, según le leí en su día a Benjamín Prado en la biografía sobre Tsvietáieva contenida en su libro Los nombres de Antígona, Réplica tardía. En Antes de que llegue el olvido se hace referencia a él pero no se reproduce. Los versos que cito de dicho poema los he extraído de la primera entrada que escribí para el proyecto Adopta una autora y pertenecen a la versión que Benjamín Prado ofrece del mismo en su mencionado libro.

Cuando me enteré en septiembre del año pasado de que el Premio de Novela Café Gijón 2023 le había sido concedido a una por aquel entonces desconocida para mí (a pesar de su origen asturiano) Ana Rodríguez Fischer por una novela escrita a modo de larga carta de Anna Ajmátova a Marina Tsvietáieva supe que, irremediablemente, estaba destinada a leerla. Sabía también que mi entusiasmo podía ser un arma de doble filo, pues, devota como soy de Tsvietáieva, podría la de este libro ser una lectura con la que tuviera mucha sintonía o todo lo contrario. Pues bien, he de decir que Rodríguez Fischer ha salido airosa de tan ardua prueba. Desconozco cómo Ajmátova y Tsvietáieva llegaron a ella, si de manera conjunta o independiente, si una por la otra o la otra por la una. Sospecho que los caminos que ambas poetas han seguido para llegar a la autora han sido inversos a los trazados para llegar a mí, pero tal vez esa impresión se debe a que la asturiana escribe desde la perspectiva de Ajmátova, a que es con ella con la que se funde y a que, por mucho que intente en su libro equilibrar las trayectorias vitales de ambas poetas desde esa infancia que fue «más bella que un cuento [...]: dos niñas que adoraban a Pushkin. Eso fuimos tú y yo, Marina. A veces, muy felices; otras, profundamente desgraciadas. Tuvimos libertad y soledad, pero también sufrimos órdenes y prohibiciones. Vivimos envueltas en las sombras que apagaban nuestras casas y teñían de tristeza y de dolor las alegrías y los juegos. Aun así, pudimos reír y soñar», por mucho que se alternen los esbozos biográficos de ambas poetas, necesaria y comprensiblemente es el de Anna Ajmátova, por constituir ese personaje la voz narrativa de esta novela, el que tiene más peso. Me alegro de que así sea. No creo que hubiera disfrutado tanto de esta novela de ser Tsvietáieva el personaje narrador. Me hubiera chirriado, pues Tsvietáieva es única; nadie se le parece. Además, a Ajmátova, como he dicho, no la he leído (desconozco si hay algo suyo que no sea poesía que se pueda leer) y, así, me he olvidado de Ana Rodríguez Fischer durante toda la lectura y solo he escuchado y sentido la voz de Anna Ajmátova.

Es esa voz ficticia una voz que cautiva y que fluye de principio a fin en una narración sólida y evocadora. La autora es una buena conocedora tanto de los personajes que habitan su novela como del contexto histórico y cultural que vivieron. Lo afirmo porque he leído mucho a Marina Tsvietáieva y leer a Marina Tsvietáieva es leer de Marina Tsvietáieva con todo lo que de intimismo e historicidad ello implica. Además, mi Marina y la Marina de Rodríguez Fischer es la misma. Podría ser similar pero con alguna discrepancia, pues la lectura aporta un conocimiento y convencimiento subjetivos. Sin embargo, reconozco a la Marina de este libro cada vez que se la menciona. Puedo decir de qué libro de los que he leído ha sacado la autora la información que nos da. Recuerdo citas, fragmentos y pasajes leídos de Tsvietáieva, cuando, sin embargo, Rodríguez Fisher no necesita recurrir a ellos para relatarnos un episodio o un sentimiento y sumergirnos en ellos (y no como yo, que me gusta más una cita literaria que a un tonto un lápiz). Así, son maravillosas, por ejemplo, las páginas en las que la autora relata las penurias sufridas por Tsvietáieva durante la Revolución rusa, sus viajes en tren en busca de sustento, su día a día en la buhardilla con las pequeñas Alia e Irina que me trasladan enseguida a mi lectura de Diarios de la Revolución de 1917. E igual de maravilloso me parece el relato de cómo Anna Ajmátova hacía cola junto a otras mujeres para ver a sus hijos detenidos y de cuya experiencia nació su poema Réquiem. A ese doloroso episodio de la vida de Ajmátova es la primera vez que asisto. Lo que sabía de ella antes de iniciada esta lectura era más reducido y parcial, pero, aun así, no hay nada en la Anna de la autora que haga tambalearse a mi Anna imaginada y, además, es mucho más lo que ahora sé de ella.

Calle Bolshaya Ordynka, 17, Moscú. Fotografía de ludvig14 bajo licencia CC BY-SA 4.0 DEED.
El encuentro entre Marina Tsvietáieva y Anna Ajmátova tuvo lugar en un apartamento de esa dirección
en el que vivía el escritor Viktor Ardov.

Tampoco faltan en esta novela referencias a otros poetas y escritores rusos que vivieron las mismas negras páginas de la historia que Ajmátova y Tsvietáieva, el mismo horror de ese «Siglo mío, bestia mía» al que imploró Ossip Mandelstam en un poema, el cual bromeaba con Ajmátova sin disimular la ironía preguntando retóricamente: «¿De qué nos quejamos? [...], en ningún lugar del mundo la poesía goza del reconocimiento que tiene en Rusia. Aquí se fusila por ella». Otro que bromeaba era Mijaíl Bulgákov cuando afirmaba que «la estufa se había convertido desde hacía tiempo en nuestra sala de redacción favorita». Y es que ¡cuántos versos se quemaron para esconderlos de ojos delatores y posibles registros! También me entero por este libro de que Borís Pasternak, tan querido por Marina Tsvietáieva, también fue un gran amigo de Anna Ajmátova.

Ana Rodríguez Fischer presentó su novela a concurso bajo el título Ljuv. Se trata de un vocablo ruso que significa amor. Me gustó el título. Me cautivó su sonoridad (o, más bien, la sonoridad que le imaginaba, pues desconozco cómo sonaría su pronunciación en ruso). Era para mí una palabra luminosa, blanca. Estaba influenciada —me temo y reconozco— por las pisadas conjuntas e imaginadas de Ajmátova y Tsvietáieva en la nieve. Así, pues, cuando supe meses más tarde que Ljuv no sería el título con el que esta novela sería publicada, sentí cierta decepción. Además, Antes de que llegue el olvido, el título elegido, me resultaba anodino. Era para mí un título similar al de tantos otros de novelas insípidas que pronto caen en ese olvido que pronostica su título. Era, en suma, un título en el que no me habría fijado de no ser porque la novela que albergaba ya me había elegido. Sin embargo, una vez que me he ido adentrando en la lectura de este libro y he ido —a pesar de que sé que a mí nunca me llegará el olvido de Marina Tsvietáieva— comprendiendo que no se trata de un título vacío sino repleto de intención me he ido reconciliando con él.

«Le consulté a Joseph Brodsky lo que me obsesionaba desde hacía tiempo, y le leí uno de los «Bocetos de Komarovo», el que va dedicado a ti. Y también otro poema más antiguo, escrito después de nuestro encuentro. Además, le recité los que tú me habías enviado. La respuesta del joven me dejó algo aturdida, y un tanto preocupada, pues dijo que debería haber compuesto mi elegía a Marina mucho antes, porque es importante decirlo todo cuando el otro aún no ha acabado de marchar, antes de que llegue el olvido. Es lo que tú misma habías hecho con Rainer Maria Rilke.
Sí, Joseph insistió en que debía escribirte una elegía. Y yo también llegué a creerlo así, pero me embargaba un sentimiento de culpa por ser yo la que seguía entre los vivos mientras que tú, siendo tan fuerte y capaz y… Además, temía que en esas páginas solo resonara un monólogo. Es la maldición de las elegías, que a menudo derivan en pretextos para elucubraciones más generales sobre la muerte. O peor aún, también para llorar por nosotros mismos, aunque sea de manera indirecta e inconsciente, pues el timbre trágico siempre es autobiográfico y cualquier poema escrito a la muerte de puede fácilmente derivar en autorretrato. Le expuse a Brodsky mis recelos y temores. No es posible una conversación a través de un cable roto, aduje. A lo que replicó de inmediato: «Tampoco es obligado que sea así. Ni es un delito que en su elegía a Marina la oigamos a usted, Anna. Será inevitable. Toda la poesía rusa así lo atestigua, desde Lérmontov a Pasternak. Escriba usted ese poema, querida Ajmátova —me animó Joseph—, escriba un poema tan desbordado como los de Marina, pues ella nunca tenía espacio suficiente, ni en un poema ni en sus prosas. [...]»».

Ni que decir tiene que nunca habrá espacio suficiente en este blog para Marina Tsvietáieva, y eso que, por una vez, he sido contenida y no me he desbordado hablando de ella.

Marina Tsvietáieva escribió: «Una carta es una forma de comunicación fuera de este mundo, menos perfecta que el sueño, pero sujeta a sus mismas leyes». A nuestra Marina, Ana Rodríguez Fisher, le hubiera encantado, pues, la forma elegida para una novela —la tuya— que va dirigida a ella. Sigamos, pues, soñándola para que no le llegue el olvido.

A la izquierda de la imagen: Marina Tsvietáieva en 1925, fotografía de Pyotr Ivanovich Shumov en dominio público.
A la derecha: Anna Ajmátova en 1921, fotografía de M. Nappelbaum bajo licencia CC BY-SA 4.0 DEED. 





Ficha del libro:
Editorial: Siruela
Año de publicación: 2024
Nº de páginas: 222
ISBN: 978-84-19942-21-0
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Comentarios

  1. Como seguidora tuya desde hace años, sé lo mucho que significa para ti Marina Tsvietáieva. Entiendo que esta novela ya haya llegado tan adentro y así como no creo que lea a la poeta rusa, sí que podría leer este libro que, entiendo, está escrito en forma de carta imaginaria de Ajmátova a Tsvietáieva, aunque se incluya una carta real, entiendo también. La verdad es que tu entusiasmo por esta última casi se me contagia, pero poesía y además rusa, con lo que para mí supone la sensación de que un poema traducido pierde muchísimo, no termina de convencerme. Entiendo que este libro era imprescindible para ti.
    Un beso.

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    1. He leído muy poca poesía de Tsvietáieva. Si no fuera porque consideré que mi participación en el proyecto Adopta una autora se quedaría cojo, dudo mucho que me hubiera animado a leer algo de su poesía, y lo que de claro he sacado de esa experiencia (o he querido ver en ella) ha sido por el conocimiento que ya tenía entonces de la vida de Marina y de su forma de pensar. No soy lectora habitual de poesía, como ya sabes, por mucho que me gusten los y las poetas, y opino como tú que en la poesía se pierde mucho en la traducción. Lo que más he leído de Tsvietáieva han sido diarios, cartas y ensayos y lo que más suelo disfrutar son los fragmentos de sus diarios y cartas, pero me da que tampoco eres muy dada a ese tipo de lecturas.
      En cuanto a esta lectura, evidentemente la he escrito desde mi perspectiva, que es la de una admiradora de Tsvietáieva, pero creo que es perfectamente disfrutable para los neófitos tanto en Tsvietáieva como en Ajmátova, además de una buena toma de contacto con la vida de ambas poetas.
      La novela —entiendes bien— es una larga carta imaginaria de Ajmátova a Tsvietáieva que, además —entiendo yo, pues su grafía es distinta, está escrita muy al estilo Tsvietáieva y reconozco algunos fragmentos de haberlos leído con anterioridad (a pesar de lo cual no puedo dejar de dudar de mi propio entendimiento)— incluye una carta de Tsvietáieva a Ajmátova relatándole la pérdida de su hija Irina. La novela de Rodríguez Fischer es una obra de ficción y no puedo estar segura de que la carta sea real. Sé que Ajmátova y Tsvietáieva se cartearon, pero no recuerdo en todo lo que he leído de Marina y sobre Marina haber leído ningún fragmento de la correspondencia entre ambas (y siendo el de Ajmátova un nombre tan conocido me resultaría extraño haberlo pasado por alto), por lo que siempre había pensado que a pesar del mutuo interés y admiración no se había dado demasiada intimidad entre ambas. Resulta extraño, por tanto, esa confesión por carta de Tsvietáieva a Ajmátova. Por otra parte, como digo, hay en ella frases que me suenan. Tal vez la autora haya recreado una carta a partir de fragmentos de otras misivas a otros destinatarios o de fragmentos de los cuadernos de Tsvietáieva. La verdad es que he echado en falta algo (un prólogo, epílogo o alguna nota) que aclarara al lector lo que de ficticio hay en una obra con una base real tan sólida, pero lo que no se le puede negar a la autora es lo extraordinariamente bien que ha ligado la realidad con la ficción.
      Besos

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    2. Curiosa esa falta de explicación. Yo no tengo necesidad de saber lo que es ficción y lo que no, pero creo que en un libro como éste es necesario precisamente por eso de que tiene una base real muy sólida.
      Otro beso.

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    3. A mí tampoco suele importarme lo que es ficción y lo que no. Es más, creo que esa fusión y ambigüedad forman parte del juego literario. Además, toda realidad en cuanto se plasma en palabras lleva su parte de ficción, así como toda ficción lleva implícita su parte de realidad. A la autoficción, por ejemplo, le va muy bien ese juego, pero coincido contigo en que en libros como este Antes de que llegue el olvido se agradecería poder discernir no ya lo ficcionado, que, al fin y al cabo, es todo, sino lo que hay de inventiva por parte de la autora. Personalmente, creo que en este libro casi todo se ajusta a la realidad. Me da que lo que cuenta respecto a esas dos tardes entre Ajmátova y Tsvietáieva es inventado, y respecto a la carta origen de esta conversación, aunque al principio, por estar tan sumergida en la lectura, irreflexivamente la di por auténtica, cada vez me inclino más a pensar que no tuvo lugar y que la autora la compuso a partir de otras cartas y escritos de Tsvietáieva en los que relataba la muerte de Irina.
      Besos

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  2. Curioso que Fischer no explique en un posible prólogo o epílogo, que no diga como llegaron a ella Ajmátova y tu querida Marina, pero me alegra que al final, leer esta novela no te haya defraudado y haya contribuido a seguir sintiendo esa fascinación por ella, y que tu Marina y la Marina de Rodríguez Fischer haya resultado ser la misma, está claro que en algún momento, o mas bien momentos debieron de cruzarse e intimar bastante, a no ser que se haya leído todo lo relacionado con Tsvietáieva (un poco como tú) y eso le haya servido para escribir este libro. Por cierto no entiendo esa manía de cambiarle los títulos elegidos por autores y los iniciales de algunas películas por otros, me parece un desperdicio, aunque en este caso por ejemplo tú te hayas reconciliado con él. Sé que seguiremos tus lectores encontrándonos en tu blog con todo tipo d referente sobre Marina Tsvietáieva, es lo que tiene esa pasión que algunos autores nos hacen sentir por ellos. ¡Que bonito! ¿verdad?
    Me alegra que hayas disfrutado tanto de esta lectura
    Besos

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    1. Difícilmente se habrán cruzado Rodríguez Fischer y Tsvietáieva, pues no han coincidido ni en el lugar ni en el tiempo. En todo caso, Tsvietáieva se desnudó sin pudor en sus cuadernos y cartas y no albergo duda alguna de que la autora de esta novela ha leído a Marina Tsvietáieva. Apuesto a que ha leído como mínimo Confesiones y Diarios de la Revolución de 1917.
      Como le comento a Rosa, he echado de menos en este libro algún prólogo, epílogo, algo, y no solo por saber del interés de la autora tanto por Tsvietáieva como por Ajmátova (lo cual me encantaría), sino por discernir lo que de inventiva hay en esta novela. Su Marina y la mía son tan idénticas y lo que conozco de Ajmátova (que es bastante menos que de Tsvietáieva) se corresponde tanto con lo que he leído en su libro que he dado por bueno todo lo que me ha contado y seguro que me ha colado más de una, jaja.
      Besos

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  3. Qué estupendo libro este de Ana Rodríguez Fischer que hoy reseñas, Lorena. Veo que últimamente me rodean Moscú (Rusia en un sentido más amplio) y Asturias: Moscú por dos de mis últimas lecturas -la de 'El mago del Kremlin' y la de 'Un caballero en Moscú'; Asturias por Ana Lena Rivera de la Cruz y por esta Ana Rodríguez Fischer autora del libro que hoy traes a tu blog. Me ha gustado y tomo debida nota del título; es fácil que lo adquiera en mi visita a la Feria del Libro de Madrid. La verdad es que esa época literaria, sus autores, la represión política de la cultura de siempre han llamado mucho mi atención.
    Un beso grande, asturiana

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    1. A mí también es una época que me llama la atención y sobre la que me gusta leer de vez en cuando. Ya me dirás si te haces con esta novela y qué te parece.
      Besos

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