Mi padre y su museo - Marina Tsvietáieva

«Si estoy orgullosa de algo, es de haber nacido de padres que jamás se aprovecharon de nada- material, y de todo - lo espiritual».

Me fascina todo lo relacionado con Marina Tsvietáieva (1892-1941). Me fascina ella, su vida, su mirada y pensamiento, su forma de estar en el mundo a través de la escritura. Me fascina todo lo que ha tocado, todos aquellos con los que se ha relacionado, todos y cada uno de los miembros de su familia. Recordaréis —algunos— las entradas que a lo largo de aproximadamente un año le dediqué a esta creadora allá por 2017. Quizás hayáis olvidado su contenido, pero tal vez pueda presumir (¡oh, tonta vanidad!) del pequeño honor de que a algunos os suene el nombre de la poeta rusa por la devoción con la que la venero.

En Marina Tsvietáieva se aúnan un cruel contexto histórico y político, una vida no exenta de episodios dramáticos, una sensibilidad especial y una forma única de expresarse y vivir a través de la escritura. Todo ello forma una combinación difícil de repetir. No es objeto de esta entrada incidir en la vida y persona de la escritora. A ello ya he dedicado extensas entradas que el que sienta curiosidad puede leer o revisitar aquí. Hoy es tiempo y espacio que ceder a un personaje que cuando indagué sobre la poeta se me quedó desdibujado. Hoy Marina y yo le cedemos el protagonismo a su padre, Iván Vlamidirovich Tsvietáiev (1847-1913), quien fuera fundado del Museo de Bellas Artes de Moscú.

«Pero el sueño del museo comenzó antes, mucho antes, en aquel tiempo en que mi padre, hijo de un sacerdote pobre del pueblo de Talitsy, del distrito de Sui, de la provincia de Vladímir, enviado al extranjero por la Universidad de Kiev, puso por primera vez su pie de joven filólogo de veintiséis años sobre una piedra romana. Pero me equivoco: en ese momento decidió la creación de un museo así. El sueño del museo comenzó, por supuesto, antes de Roma - en los desbordados jardines de Kiev, pero quizá más allá aún, en el pueblo perdido de Talitsy del distrito de Sui, donde él a la luz de unas virutas encendidas, estudiaba latín y griego. «¡Verlo con mis propios ojos!». Más tarde, cuando ya lo había visto: «¡Que otros —como él descalzos y estudiando "a la luz de unas virutas"—puedan verlo con sus propios ojos!».
El sueño de un museo ruso de esculturas nació, lo puedo decir sin temor, el mismo día que mi padre. El año de nacimiento de mi padre - 1846».

Iván Tsvietáiev nació en realidad en 1847. Este tipo de inexactitudes son características de su hija, la cual creció —tal y como os conté en la entrada que le dediqué a su infancia— entre dos dicotomías: el museo y la música. Su padre era el museo; su madre (Maria Alexandrovna Mein, 1868-1906), la música. No penséis por ello que el universo paterno y materno reinaban independientemente en la casa. A pesar de la sombra de la primera mujer del padre, Iván y Maria parecían formar un matrimonio bien avenido. Es más, la madre de Marina fue colaboradora necesaria en la materialización del sueño de su marido. Así, «ayudar al museo era, sobre todo, ayudar espiritualmente a papá: creer en él, y cuando era necesario, también por él. Y así, desde las asideras puertas del obstinado donador hasta las volutas de las columnas, el museo todo - se sostiene sobre la colaboración femenina. Esto debo decirlo yo, testigo infantil de aquellos años, porque nadie lo dirá por mí - ya que nadie lo conoce - así».

En esa misma entrada sobre la infancia de la poeta rusa me lamentaba de lo poco que había podido indagar en la figura paterna. Así me expresaba sobre lo poco que había podido averiguar sobre Iván Tsveitaéiv y su relación con su hija: «Es prácticamente nula la información que he conseguido sobre él. En los relatos que escribió su hija sobre los años de infancia y que he tenido oportunidad de leer es descrito como un hombre dedicado en cuerpo y alma a su proyecto. Me lo imagino como uno de esos genios despistados que resultan, por su cómica mezcla de inteligencia e ingenuidad, encantadores. Casi siempre es un personaje secundario pero hay una escena en particular en la que demuestra una complicidad y atención hacia Marina que desarma por su conmovedora sencillez». Pues bien, tras haber tenido oportunidad de conocer un poco más a este hombre con mi lectura de Mi padre y su mueso, he de decir que sigue desarmándome con su conmovedora sencillez. Si cierro mis ojos, casi casi puedo ver los suyos como una vez los vio su hija: «no simplemente azules, sino absolutamente transparentes, puros, álgidos, absolutamente infantiles».

Tal vez sea porque Iván Tsvietáiev soñó su museo como un niño y como tal se consagró a su sueño («y mi padre en su quehacer (¡como cada ser apasionado - en el suyo!) estaba solo») que fuera tan ajeno y reacio a recibir los honores, especialmente si de recompensas materiales hablamos, con los que se suele querer agasajar a los adultos. La sola idea de trasladarse a la vivienda que como fundador del museo le querían otorgar, a tenor de las siguientes palabras que reconstruye su vástago, parecía infundirle temor: ««Morir en el mármol - yo, que nací en una choza... Y además... vosotras os casaréis, os iréis, ¿qué voy a hacer yo solo en esas ocho habitaciones - sin recuerdos?». - «Pero ¿y la electricidad, señor profesor, y el baño?», replicaba nuestra vieja institutriz, ávida de su propia gloria y celosa del bienestar de mi padre. - «¿La electricidad? —Mi padre, soñador—: Ya sé, es muy cómodo, y dicen que se cansan menos los ojos. Pero los míos ya están viejos - y se han mantenido bien desde el pabilo de la isba hasta el día de hoy - y se mantendrán bien los pocos años que me quedan. Y además - no sé - es tan blanca esta luz. Y pensar que si uno se olvida de apagarla - seguirá encendida, siempre - completamente sola en la casa - eternamente...»» También es por su ilustre hija por la que sé que rechazó la confección de una levita nueva y que en su lugar quería darle la vuelta a la que ya tenía. Contra todo pronóstico, Marina Tsvietáieva define este comportamiento como avaricia. Atención a la siguiente explicación al respecto que no solo arroja luz sobre la figura paterna sino que da muestra del personal universo reflexivo de mi adorada Marina:

«Entendámonos. No se trataba de avaricia.
Aunque en realidad - sí. Era avaricia en grado superlativo.
Avaricia de hijo de gente pobre que habría tenido remordimientos de gastar, ya que sus padres sufrieron y pasaron penurias hasta su último aliento. Y así, avaricia que era piedad filial. Avaricia de antiguo estudiante pobre que, si gasta, cree robar a los estudiantes pobres de hoy. Y así, fidelidad a su juventud. Avaricia del terrateniente que sabe con cuánta dificultad la tierra se vuelve plata. Y así, fidelidad a la tierra.
Avaricia del asceta que encuentra todo demasiado bueno para él, cuerpo, y nada demasiado bueno para él, espíritu. Que ha elegido entre la materia y el espíritu.
Avaricia de toda persona verdaderamente ocupada y consciente de que cualquier gasto es, ante todo, una pérdida de tiempo (toda adquisición material se paga con tiempo). Avaricia - economía de tiempo.
Avaricia de todo ser que tiene una vida espiritual y que simple y sencillamente no necesita nada. (El desapego que Lev Tolstói sentía por todo bien terrestre no es un desapego deseado, sino un desapego natural. Manejar sus bienes es infinitamente más difícil para un escritor que donarlos, y una gran mesa de madera blanca es infinitamente más atractiva que un hermoso escritorio con cajones, quizá llenos de cosa inútiles y que atestan, sobre todo, la cabeza. Y el lujo de Wagner siempre me ha resultado más misteriosos que su genio. Por tano avaricia - espiritualidad).
Si conozco tan bien estas avaricias, es porque las tengo todas: mi padre me las legó entre muchas otras cosas. Si mañana ganara los tres millones consagrados al museo, no tendría un abrigo de nutria, tendría seguramente un abrigo girado de piel de borrego - no de astrakán, ¡por Dios! - de simple borrego blanco, como los que usan todos nuestros campesinos (ovchina, caliente, durable, ni envida, ni vergüenza, ni remordimientos).
Por fin - avaricia de dador: avaro, a fin de poder dar. Porque él dio hasta su último suspiro, porque su último suspiro fue un acto de donación».

Iván Tsvietáeiv en 1913. Fotografía de Karl Fisher en dominio público. Fuente: all-photo.ru

Claudica finalmente Iván Tsvietáiev y estrena uniforme para la inauguración del museo, y ello a pesar de escandalizarse con el coste del mismo. Considera algo inadmisible que se gaste tanto en su persona. Cuando su hija le hace ver que un sastre de la corte no cobra lo mismo que uno ordinario, él no duda en afirmar que «No hay más que el buen sastre y el malo, y para mí todos son buenos con tal que la levita tenga un par de mangas y los pantalones un par de perneras. ¡Sastre de la corte! ¿Entonces es la palabra corte lo que pago?» Es la misma Marina la que tiene mucho que ver en que su padre se enfunde el lujoso traje. Le persuade de que el montante del uniforme no es para él sino para el museo. «Para honrar tu museo. Tu museo todo nuevo con un uniforme todo nuevo. Tu museo de mármol con un uniforme - de oro». «Ah, ¡tienes la elocuencia de tu madre! Sus palabras - podían todo conmigo», se resigna el bueno de Iván Tsvietáeiv.

Tal vez el historiador y filólogo tuviera razón y Marina heredase la elocuencia de su madre. Sin embargo, su influencia en su hija no fue baladí. Rescato un fragmento recogido en Confesiones: vivir en el fuego de la respuesta que la poeta diera a un cuestionario que su amigo el también poeta ruso Borís Pasternak le enviara por carta y que da muestra de la influencia en ella de sus dos progenitores: «Influencia principal - la de mi madre (la música, la naturaleza, la poesía, Alemania. La pasión por el judaísmo. Uno contra todos. Heroica). Algo más escondida, pero no menos fuerte, fue la influencia de mi padre (la pasión por el trabajo, la ausencia de arribismo, la sencillez, el aislamiento). La fusión de las influencias paterna y materna: carácter espartano. Dos Leitmotiv en una sola casa: la Música y el Museo. El aire en casa no era burgués ni intelectual, era - caballeresco. La vida se entendía de manera sublime».

Probablemente fuese la propia Marina quien entendiera la vida de manera sublime. No obstante, y asumiendo que no puedo dar por fidedigno todo lo que Tsvietáieva cuenta, tengo muy clara esa dicotomía entre la influencia materna y la paterna. Mucho más complejo parece el carácter de Maria Mein que el de Iván Tsvietáiev, así como también parece más complicada la relación de Marina con su madre que con su padre. Probablemente, debido a ese segundo plano en el que estaba presente (o semi ausente) en el hogar, el padre influyera en sus hijos sin querer influir. Como señala respecto a Iván Tsvietáiev Selma Ancira en el prólogo a este libro que os traigo hoy (mis infinitas gracias a la traductora mexicana por hacer nuevamente de puente entre Marina y yo): «Con el tiempo quedó claro que detrás de su aparente desinterés y ensimismamiento se ocultaba un «heroísmo silencioso»».

Ya veis que lo he intentado pero que no lo he conseguido. Me he esforzado por dedicar esta entrada al padre y he terminado —como siempre— hablando de la hija. ¿Y qué queréis que haga si para mí Iván Tsvietáiev existe porque existió Marina Tsvietáieva? ¿Qué, si el hombre que yo imagino es el que su hija sueña para mí? Además, Marina Tsvietáieva está muy presente en estas páginas. Es ella quien las escribe con su mirada y creatividad únicas. Ella es quien vuelve a su infancia, adolescencia y juventud para dar vida a su padre y al museo de este en los textos contenidos en este libro. Marina está para mí hasta en el nombre que terminaría por tener el museo que soñó y materializó su padre.

El Museo de Bellas Artes de Moscú que fundó Iván Tsvietáiev y que originariamente, cuando se inauguró en 1912, llevó el nombre del emperador Alejandro III se llama actualmente, tras varios cambios de nombre, Museo Pushkin. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que un museo dedicado al arte europeo en lugar de llevar por nombre el de algún escultor o pintor lleve en cambio el de un escritor (si bien me imagino que se querría homenajear a dicho escritor aprovechando el centenario de su muerte). Aleksandr Pushkin (1799-1837) es una de las grandes figuras de la literatura rusa. De hecho, se le considera el fundador de la literatura rusa moderna. Para mí, sin embargo, Pushkin es Mi Pushkin y Pushkin y Pugachov. Para mí Aleksandr Pushkin existe porque, nuevamente, existió Marina Tsvietáieva, porque con sus palabras lo creó para mí. E ingenua e ilusoriamente no necesito otra explicación para el nombre que lleva el museo que fundó su padre que un guiño secreto entre la poeta rusa y yo. Me pregunto, eso sí, qué pensaría Tsvietáieva allá por 1937 al saber del nuevo nombre otorgado al museo de su padre.  

Pero esto son cosas mías. Si Marina Tsvietáieva está en este libro no es por mis desvaríos mentales. Lo está porque nos anuncia algo que es clave en ella: «siempre me distinguí por una curiosidad al revés, es decir, por mi absoluto fatalismo». Porque se vislumbra en él la atracción de la poeta por la rebeldía y la oscuridad: «Y es tan fuerte en mí la atracción por toda valentía solitaria que, conociendo perfectamente los turbios orígenes de esto, no puedo - la contemplo». Y, fundamentalmente para mí, está en la anécdota que cuenta en la que junto con su hermana Asia (para mí, como para Marina era, Anastasia Tsvietáieva (1894-1993), cuyas memorias algún día leeré, será siempre Asia) acompaña a su padre en una visita relacionada con la fundación del museo. Como premio por haber caminado tanto, el padre les permite escoger un par de bustos a cada una. La búsqueda y las elecciones de Marina la definen a la perfección. «Yo todavía no tengo nada, y no tengo nada porque quiero algo muy mío, no escogido, amado a primera vista, predestinado». Y así, sabe justo lo que escoger cuando se encuentra frente al busto de una mujer «tremendamente viva entre estas beldades sin alma». «En todo caso es - mía. Y como no podré encontrar nada más tan mío, y como no quiero otra cosa que no sea ella, le adjunto a toda velocidad una muy formal, de rasgos más bien estúpidos y con algo como una toca en la cabeza - la primera que se atravesó». Como ya tiene lo que es suyo y ninguna otra de las figuras se le puede siquiera acercar escoge como segundo busto el primero con el que se encuentra. «Y así, la mujer de la que me enamoré a primera vista - es la Amazona, la enemiga amante de Aquiles, muerta por él y tan llorada por él - y la otra, la joven tonta y formal - mi «primera que se atravesó» - es Apasia...»

Pienso de inmediato al leer esto en el texto que Tsvietáieva escribirá años después titulado Carta a la Amazona (aunque esa amazona no sea la Pentesilea del busto). Pero basta ya de elucubraciones. Justo es reconocer la importancia de Iván Tsvietáiev y no solo como fundador de uno de los museos más importantes de Rusia sino como padre. Marina Tsvietáieva —como todos nosotros— existió porque existieron aquellos que la engendraron y la acompañaron en su crecimiento. Y si su madre le legó esa elocuencia que señalaba el padre, así como el estoicismo, la voluntad férrea, el lirismo y la importancia que la música tendría en su poesía y en su característica forma de escribir, no es menos cierto que lo que le legó su padre no es menos importante ni característico en Marina. «Yo únicamente cumplí mi más viejo sueño. Dios me lo dio - y la gente me ayudó», se quita importancia sintiéndose incómodo el bueno de Tsvietáiev cuando, la mañana de la inauguración del museo, una amiga de la familia, «aquella» —según cuenta Tsvietáieva— «a la que de inmediato amamos cuando perdimos a nuestra madre», le obsequia para honrarle por su labor con una corona de laurel. Iván Tsvietáiev soñó. Iván Tisvietáiev vio. Donde nadie más veía, él lo hacía. Porque creer es crear. Y en ese ambiente de construcción de un sueño, creció su hija, Marina Tsvietáieva. Que manejaría como nadie el lenguaje de los sueños. Que vería donde nadie más veía y lo que nadie más veía. Que una primavera de 2016, setenta y cinco años después de su muerte y casi un siglo después de un crudo invierno en su vida y en la historia del país que la vio nacer, me haría ver como nadie más todavía ha conseguido hacerlo. Peregrino desde entonces tras su mirada. Mirar a través de sus ojos es coger altura.

««Aquí estará tal cosa, aquí pondremos tal otra, de aquí esto se irá - para allá» - ¿dónde ve papá todo eso? (Pero lo ve tan claramente que hasta lo señala con la mano). Abajo, por entre el embrollo de los embalajes - la tierra negra; arriba, por entre ese mismo embrollo - el cielo azul. Desde aquí parece tan fácil caer hacia arriba como hacia abajo. Los bosques del museo. Mi primer despegue de la tierra».

Museo de Bellas Artes de Moscú en mayo de 1912, poco antes de su inauguración. Fotografía en dominio público de autor desconocido. Fuente: periódico Tiempo Nuevo de mayo de 1912, nº 12983.





Ficha del libro:
Prologuista: Selma Ancira
Traductora: Selma Ancira
Editorial: Acantilado
Año de publicación: 2021
Nº de páginas: 88
ISBN: 978-84-18370-16-8
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Comentarios

  1. Gracias por la reseña. Parece un libro interesante. Tomó nota te mando un beso. Enamorada de las letras

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  2. ¡Hola Lorena! no es vanidad ppr tu parte, para nada, gracias a ti yo conozco a esta poeta rusa y sé que te encanta todo lo que tenga relación con ella. Por eso es normal y entiendo que quiars hablar del padre y que inevitablemente acabes hablando de la hija porque al fin y al cabo tú dices que Iván Tsvietáiev existe porque existió Marina Tsvietáieva, pero en realidad es al contrario, Marina existe gracias a sus padres, pero hbalar de uno es casi como hablar del otro.
    Es genial sentir tanta fascinación por un autor ¿verdad? porque así tienes toda su obra para dsfrutar.
    Ya sabes que esta autora no creo que sea para mi aunqeu nucna se sabe
    Besos

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    1. Pues me alegra mucho haberte dado a conocer a Marina Tsvietáieva. Aunque yo también creo que no es una autora para ti, a mí también me gusta saber de escritores y libros que sé que probablemente nunca vaya a leer. Y sí, es cierto que para mí Ivan Tsvietáiev existe porque existió su hija, pero no es menos cierto que sin él Marina no hubiera existido y que como padre también le dejó su impronta.
      Besos

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  3. Interesante y bella entrada, me encanta llegar a tu blog porque siempre salgo sorprendida.
    Muchas gracias, de verdad
    Abrazosbuhos!

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    1. Pues me alegra sorprenderte, traerte descubrimientos y que te haya gustado la entrada.
      Un abrazo

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  4. No sé qué sucederá con otros blogueros, pero desde luego yo conozco a esta poeta, cuyo nombre no me atrevo a escribir, gracias a ti. Si eso te supone un acceso de vanidad, es una vanidad totalmente lícita.
    Siempre parece que debemos más influencia a la madre que al padre, pero yo creo que en muchos casos la influencia paterna se va dejando ver más con el tiempo.
    Sé de tu pasión por esta autora, pasión que admiro, y puede que este libro sobre su padre me atraiga más que su poesía. Ya sabes que es un género que no figura en mis preferencias.
    Un beso.

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    1. No es su poesía lo que más me atrae de Marina Tsvietáieva. Solo he leído una antología suya y lo hice para que esa faceta quedara también representada en el proyecto Adopta una autora. Si no fuera por lo que por aquel entonces ya había leído de ella y por lo que conocía sobre su vida y su manera de pensar, poco provecho habría sacado de la lectura de sus poemas. Lo que me gusta leer de Tsvietáieva son sus diarios, cartas y ensayos. Tengo pasión por ella, como bien señalas, por su manera única de escribir, sentir y ver el mundo que la rodeaba y que le tocó vivir, pero mi pasión se hace extensible a la época que vivió, a los diferentes miembros de su familia y a las diferentes personas con las que, de un modo u otro, se relacionó. La verdad que todas esas otras biografías que se escinden de la de ella son también interesantísimas. Por ello la lectura de este libro que orbita sobre la figura de su padre era un caramelito para mí. Una influencia, la paterna, mucho más sutil que la materna, pero igualmente una fuerte influencia. En cuanto al apellido de Marina, confieso que en muchos casos de apellidos extranjeros que me resultan complicados recurro al copia y pega. En el caso del de Marina, lo he escrito tantas veces que hace tiempo que me sale de corrido. Eso sí, si tuviera que deletrearlo o pensar en cómo se escribe me vería en un serio apuro.
      Besos

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