Cuentos de Antón Chéjov - Antón Chéjov
«—Ahora lo comprendo... ¡Sí, lo comprendo muy bien!—¿Qué comprende usted, Pavel Ivanich?—Hasta ahora me parecía incomprensible que todos vosotros, a pesar de vuestro grave estado, estuvierais en este barco, en condiciones higiénicas terribles, respirando una atmósfera impura, expuestos al mareo, amenazados a cada instante por la muerte. Ahora ya no me extraña. Es una mala pasada que os han jugado los médicos. Os han metido en este barco para desembarazarse de vosotros. Estaban de vosotros hasta la coronilla. Además, no sois para ellos enfermos interesantes, puesto que no les pagáis. Y no querían que murieseis en el hospital, pues eso siempre causa mala impresión. Para desembarazarse de vosotros necesitaban, primero, no tener escrúpulos, y después, engañar a la administración del barco. Y lo han conseguido: entre cuatrocientos soldados sanos se puede muy bien hacer pasar inadvertidos a cinco soldados enfermos. Una vez a bordo, se os ha mezclado con los sanos, sin notar lo enfermos que estáis, y ya el barco en marcha se ha caído en la cuenta, como era natural, de que sois todos paralíticos y tísicos en último grado; pero ya es demasiado tarde».
El anterior fragmento está extraído de Gusev. Sorprende —por lo mal parados que salen en el mismo los galenos— que dicho cuento haya sido firmado por un médico. No sorprende tanto si sabemos que el facultativo en cuestión respondía al nombre de Antón Chéjov. Si por algo ha pasado el ruso a la posteridad es por su faceta literaria, y, como escritor, es de esos autores silenciosos, cuya presencia no se nota en sus tramas, que da voz propia a sus personajes y deja que sea el lector quien interprete a estos. Si aparece un médico en alguno de sus cuentos, lo tomamos como algo anecdótico y apenas nos acordamos de que él mismo ejerció esa profesión. Si ese médico no actúa con devoción hacia sus pacientes, no lo percibimos como si Chéjov se hubiese comportado así, sino que consideramos a ese médico como a cualquier otro personaje, es decir, ajeno a su autor, tan solo —y tan mucho— perteneciente a su campo de observación; parte —por tanto— del retrato social, cosmos o universo al que —quiéralo o no— pertenece el mismo autor; no tan ajeno —en consecuencia— al propio Chéjov, pero no a este como ser individual sino como un representante más de la especie de la que forma parte.
Gusev se desarrolla principalmente en el compartimento de un barco que se ha echado a la mar. Hay un puñado de enfermos allí reunidos y asistimos a su deterioro. La mención a los médicos en el diálogo con el que he abierto esta entrada es anecdótica en este relato y ausencia en el resto de los que componen la presente selección a excepción de La sala número seis. En este cuento —el más largo de los reunidos en este volumen (ocupa prácticamente la mitad del libro)— el protagonista sí que es un galeno. Si en Gusev son cinco los soldados enfermos entre los sanos, en La sala número seis son cinco los enfermos locos entre los cuerdos (si bien es verdad que alguno de esos locos desprende una gran lucidez), pues esa sala número seis no es más que un pabellón dentro de un hospital. Lo de entre es, por supuesto, un decir, pues tanto los enfermos como los locos están separados en sus respectivos relatos de los sanos y los cuerdos (no vaya a ser que los sanos sientan cercana esa muerte que nos espera a todos o que los cuerdos sientan a algún loco más cercano a ellos que el resto de cuerdos). Sin embargo, más allá de esta analogía poco se parecen estos dos cuentos entre sí, si bien es cierto que en ambos quedan plasmadas las trampas que nos ponemos los propios seres humanos y que convierten la vida en algo irreversible de lo que resulta imposible escapar.
«El mar es despiadado. Si el barco no fuera tan grande y tan sólido, las olas lo destrozarían sin misericordia, tragándose cruelmente a cuantos van en él, sin distinguir a los buenos de los malos. El barco mismo parece no menos cruel, no menos insensible. Semejante a una enorme bestia, corta con la quilla millones de olas; no teme ni a la noche, ni al viento, ni al espacio infinito, ni a la soledad; si la superficie del mar se hallase poblada de hombres, los partiría de igual modo, sin distinguir tampoco a los buenos de los malos».
«Nada tienen que hacer aquí ni la moral ni la lógica. Es el azar el que decide. El que ha sido encerrado aquí, aquí se queda, y los otros siguen en libertad. El hecho de que el médico sea yo y el enfermo usted nada tiene que ver con la moral ni la lógica: no es más que una cuestión de azar».
«—Me pregunta usted qué podemos hacer. En su situación, parece que lo mejor sería escaparse. Pero es inútil, por desgracia: lo arrestarían a usted al instante. Cuando la sociedad se defiende contra los criminales, los locos y toda clase de hombres que no le convienen, es inflexible. No le queda a usted más que convencerse a sí mismo de que su permanencia aquí es inevitable.—¡Pero si mi permanencia aquí no le sirve a nadie para nada!—Una vez que hay prisiones y manicomios, es fuerza que estén habitados».
«Por lo demás, todos pasamos por esto al final de nuestros días. Si le dicen a usted que su corazón no funciona regularmente, que hay algún obstáculo en sus pulmones o que sus ideas andan mal y que es necesario ponerse en cura; en suma, si tiene usted la desgracia de atraer sobre sí mismo la atención de los demás, dese usted ya por perdido: ya ha caído usted en un círculo vicioso sin salida posible. Ya no saldrá usted nunca de allí. Todos sus esfuerzos serán inútiles. Mientras más haga usted por escapar, el círculo se estrechará más y más. No le quedará a usted más que capitular, rendirse, confesar su impotencia, porque ya no hay salvación posible».
No están exentos los tres cuentos que acabo de mencionar de cierta comicidad. Es esta muy sutil, pues se asienta en personajes y comportamientos con un toque desmedido o desproporcionado pero que en ningún momento llegan a traspasar la barrera que los convertiría en caricaturescos o histriónicos. En esa línea está también el protagonista de Prichibeyev, que se cree con autoridad para ejercer la ley y el orden, así como el escritor mediocre que reclama lo que reza el título del cuento que protagoniza, ¡Silencio!, con el que Chéjov demuestra que la de médico no era la única de sus profesiones a la que era capaz de cuestionar o de la que sabía reírse. En cambio, si por algo resulta cómico el protagonista de Lecciones caras, es por su patetismo. Enamorado sin remedio de su profesora de francés es incapaz de poner fin a unas clases de las que no saca ningún partido educativo.
De mal de amores sufre también el joven protagonista de Volodya. El adolescente está en una edad vulnerable en la que, de un momento a otro, todo lo que un instante antes le parecía maravilloso y luminoso se torna en confusión, decepción, dura mirada y odio hacia los otros y hacia sí mismo. Es este un cuento de trágico final en el que no hay espacio para el humor y en el que Chéjov brilla con el trabajo de introspección de su protagonista.
De una edad parecida a la de Volodya es Nadia, protagonista de De madrugada. De quien ella está enamorada es de una incipiente idea romántica del amor. «¡Es tan interesante ser desgraciada! Hay algo de poético en el amor no compartido. Si dos se aman y son felices, no ofrecen interés alguno: ¡eso es tan corriente y tan vulgar!», piensa inocentemente quien todavía no ha tenido ocasión de sentirse realmente desgraciada. No he podido evitar que Nadia me recordase a la Natasha de los primeros años de Guerra y paz.
De entre todos los personajes que se pasean por estos cuentos de Antón Chéjov, los más jóvenes son de los que más me han gustado. A los ya presentados Volodya y Nadia hay que unir a Gricha, el pequeño protagonista de Un acontecimiento. Aunque, siendo precisa, diré que Gricha no es el protagonista de ese acontecimiento pero sí que su mirada lo es del cuento que relata el mismo. El niño no entiende el revuelo causado por la noticia de que la cocinera que sirve en la casa familiar se va a casar, así como tampoco comprende por qué ha de casarse con ese cochero que no se sabe bien de dónde ha salido. No comprende todavía los códigos y convenciones sociales, pero sí ve como nadie las trampas que estos suponen, así como la injusticia individual a la que llevan y la infelicidad. Un cuento este, si se quiere, con cierta conclusión feminista.
Los cuentos reunidos en esta selección son breves en su mayoría. El más extenso, como ya he comentado, es La sala número seis. Este supone la joya de la corona que es este volumen y bien merecería una edición especial para él solo de esas que cuidan todos los detalles e incluso —por qué no— ilustrada. Es un relato con una fuerte carga filosófica. Cuenta la historia del médico del hospital en el que se encuentra la sala número seis que alberga a esos cinco locos de los que ya os he hablado. El doctor en cuestión se ha ido desatendiendo de sus funciones porque está convencido de que nada de lo que haga por mejorar la gestión hospitalaria o por sus pacientes puede cambiar realmente algo. «Puesto que no tengo fuerzas para cambiarlo todo —se decía el doctor—, más vale no ocuparse de ello». Es un hombre que lee con interés y profundidad y que está firmemente convencido de que la conversación intelectual y el pensamiento elevan el espíritu humano. Sin embargo, tan elevado y cultivado espíritu no le proporciona felicidad. A pesar de que «la soledad es condición indispensable de la felicidad», echa de menos a alguien con quien compartir ideas y reflexiones. Contra todo pronóstico, encuentra un interlocutor inteligente con quien mantiene conversaciones que le placen y colman sobremanera en uno de los locos encerrados en la sala número seis. El mismo efecto que esas conversaciones ejercen en el médico lo hacen también los diálogos que sostienen ambos personajes en el lector de este extraordinario cuento. El relato muestra un interesantísimo conflicto entre los valores que defiende el médico y el peligro de la inactividad, la indolencia y la inhibición al que estos pueden conducir, lo cual es algo que personalmente ya me había planteado alguna vez con anterioridad. Como le echa Gromov —tal es el nombre del loco— en cara al doctor Andrés Efimich Ragin —tal es el del galeno—, «no cabe duda de que profesa usted una filosofía muy cómoda: no hay nada que hacer, tiene uno la conciencia tranquila y todavía se da uno el lujo de ser filósofo y sabio... No, señor mío, eso no es una filosofía ni es amplitud de miras; no es más que pereza, inercia, haraganería». Como también le censura: «usted no conoce la vida y solo tiene de la realidad unas nociones vagas y teóricas. Desprecia usted el sufrimiento por una sencilla razón: nunca lo ha padecido usted». Al final del relato el médico tendrá ocasión de conocer el sufrimiento de primera mano y de aprender una lección que llega demasiado tarde.
Los cuentos aquí reseñados han sido mi primer acercamiento a Antón Chéjov. A tenor de mi lectura de los mismos puedo decir sin ambages que la fama de excelente cuentista del escritor ruso es bien merecida. Desconozco cómo ejerció su labor como médico, pues su faceta de escritor es mucho más conocida, pero sé que al menos se acercó lo suficientemente a sus pacientes como para contagiarse de la tuberculosis que terminaría con su vida. En cuanto a sus inquietudes intelectuales, al menos realizó la actividad de ponerlas sobre el papel en sus obras de teatro y en sus cuentos. Leer a Chéjov —como leer a tantos grandes— es lo más parecido que podemos experimentar a compartir con nuestros semejantes ideas y pensamientos valiosos. La lectura, en ese sentido, es una fuente de felicidad. Pero no caigamos en la misma trampa en la que cae el doctor Ragin de abstraerse de lo que y de quienes lo rodean. La verdadera elevación del espíritu es emplear la pequeña porción de sabiduría que cada uno obtiene en esta vida en mejorar la pequeña parcelita de este mundo en la que cada uno ha caído.
«La vida es como una trampa sin escape, en la que, más tarde o más temprano, todos los hombres que piensan tienen que ir cayendo. El hombre viene al mundo contra su voluntad; sale de la nada gracias al juego de unas fuerzas misteriosas que él no comprende, y cuando pretende averiguar el objeto o el sentido de su existencia, o nadie le contesta, o le contestan estupideces. También la muerte sobreviene contra la voluntad del hombre. Y en esta prisión que llamamos vida, los hombres reunidos por una desgracia común experimentan cierto alivio cuando pueden juntarse a intercambiar ideas libres y atrevidas. Por eso en este bajo mundo el espíritu es nuestro único placer y consuelo».
Chéjov leyendo una de sus obras a los actores del Teatro de Arte de Moscú, Yalta, mayo de 1899. Imagen sin restricciones de autor conocidas. Fuente: yalta-museum.ru. |
Fantástica la cita última que incluyes en tu reseña. Desde luego Chejov es magnífico siempre, tanto en sus cuentos como en sus bras de teatro. Destacas el sutil sentido del humor que tiene. Sí, es fantástico, Chejov sabe criticar la sociedad y sus sectores de manera delicada pero contundente. Y de esta crítica no se escapa, como bien señalas, ni la profesión médica a la que él pertenecía.
ResponderEliminarUn beso, Lorena
La cita que señalas pertenece a La sala número seis. Es una joya de cuento. Si tiene la oportunidad de leerlo, no lo dejes pasar.
EliminarMe gustaría leer en algún momento alguna obra de teatro de chéjov. Tal vez El jardín de los cerezos.
Besos
Disfruté mucho con los cuentos de Katherine Mansfield de la misma colección y este seguro que tarde o temprano caerá. Besos
ResponderEliminarA mí también me gusta mucho Katherine Mansfield. He leído bastantes de sus cuentos (no los de esta colección) y también su diario.
EliminarEspero que disfrutes de estos cuentos de Chéjov, Rocío.
Besos
«¡Es tan interesante ser desgraciada! Hay algo de poético en el amor no compartido. Si dos se aman y son felices, no ofrecen interés alguno: ¡eso es tan corriente y tan vulgar!» Una cita magnífica. Desde luego en literatura, es mucho más interesante un amor desgraciado que uno feliz. La literatura se alimenta de la infelicidad y del desperfecto.
ResponderEliminarHace muchos años, tantos como cuarenta y uno, leí La dama del perrito y otros cuentos, pero de Chejov lo que más me ha gustado siempre es su teatro que también he leído. Tío Vania, El jardín de los cerezos, La gaviota... Un magnífico autor.
Un beso.
A mí también me ha parecido una cita magnífica, Rosa, a pesar de que contiene una idea del amor muy desacertada.
EliminarEspero leer en un futuro alguna obra de teatro de Chéjov.
Besos
Voy a conocer.mejor a Chejov después de tu fantástica entrada.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.Abrazobuho!
Gracias a ti por la visita.
EliminarUn abrazo
Me gusta Chéjov. He leído algunos cuentos suyos, de los que has leído en este compendio solo Volodya (menudo final, sí). Todo lo que he leído me ha dejado claro que este señor sabía lo que hacía, jeje. Su famoso La dama del perrito, me encantó. El monje negro me puso la piel de gallina en alguna ocasión y trata la enfermedad mental de forma muy certera en pocas páginas. Relato de un desconocido (que es más bien novela corta más que relato) también me gustó mucho... En fin, tengo muchos títulos suyos anotados y de estos que nos hablas tú también pasan a estarlo. Creo que es un autor muy interesante. Sin duda, seguiré descubriéndolo. Tengo en casa un pequeño tomo que también incluye unos cuantos relatos que será lo siguiente que lea.
ResponderEliminarGran reseña como siempre.
Un abrazo, Lorena.
Pues tomo de tu comentario varios títulos de cuentos para seguir leyendo a Chéjov. Claramente este escritor sabía muy bien lo que hacía cuando escribía. Y sí, es tremendo el final de Volodya. Es un de los cuentos que más me han gustado de esta selección, aunque, sin duda, el que me ha parecido más top es La sala número seis. No dejes de leerlo si tienes ocasión.
EliminarUn abrazo
He leído algunos cuentos suyos pero ninguno de los que mencionas. Y disfruté muchísimo con ellos y me queda claro con tu reseña que volveré a disfrutar con estos. Tendré que hacerme con esta edición.
ResponderEliminarBesotes!!!
Pues seguro que, s ya has disfrutado de algunos cuentos de Chéjov, volverás a hacerlo nuevamente con estos.
EliminarBesos