La edad de la piel - Dubravka Ugrešić

«Lo primero es decir que el fútbol siempre me ha dejado indiferente. Sí, hay personas así en este mundo, vale vale, calmad vuestras pasiones, apartad las armas, no es necesario que nos fusiléis de inmediato. Nosotros, los indiferentes hacia el fútbol, de todos modos, estamos a punto de extinguirnos como los dinosaurios, y vosotros os quedaréis, nacionalmente homogeneizados, en lo malo y en lo bueno. Supongo que por esta indiferencia mía percibí el Mundial de Fútbol del año 1998 —cuando la selección croata quedó en tercer lugar— como una aterradora explosión de locura nacional. Recuerdo este campeonato también porque Davor Šuker, por aquel entonces el jugador croata más famoso de la selección, declaró: «Que no se ofendan los escritores croatas, pero nosotros hemos escrito probablemente el cuento de hadas más hermoso en la historia de la literatura croata»».

Pues sí, hay personas así en este mundo. Al igual que Dubravka Ugrešić, autora del libro que os traigo hoy, también he de confesaros que el fútbol me deja completamente indiferente. Si la escritora croata asistió atónita a la omnipresencia de los cuadritos rojos y blancos de la camiseta de la selección de su país durante el Mundial de Fútbol del 98, yo recuerdo la no menor omnipresencia de nuestra bandera rojigualda durante el Mundial de 2010 en el que la selección española se alzó con la copa de campeones del mundo. Nuestras ventanas lucían nacionalmente homogeneizadas. Creo que tan solo las ansias soberanistas de los catalanistas son capaces de conseguir similar despliegue 'banderil' en nuestro país. España tiene su buena dosis de nacionalismos (incluyendo también entre estos, claro está, el españolismo). Todos los nacionalismos tienen mucho en común, si bien es cierto que cada uno de ellos tiene sus particularidades. Así, pues, España gana a Croacia en palmarés futbolístico, pero Croacia nos mete goleada en cuanto a nacionalismo.

Si se piensa bien, el comportamiento de los hinchas de los equipos de futbol tiene bastante que ver con el de los nacionalistas. Cuando leí el fragmento con el que comienzo esta entrada, recordé inmediatamente un capítulo del ensayo De animales a dioses en el que Yuval Noah Harari recurría al primero para explicar el segundo. Lo recordé también más tarde al leer el siguiente fragmento en ¡La arqueología de la resistencia!, uno de los ensayos contenidos en el libro de Ugrešić: «El atractivo del fascismo radica en el grupo de personas afines, en la aceptación, en la violencia que un grupo ejerce sobre otro, en el sentimiento, fácilmente inducido, de que somos mejores que otros, de que definitivamente somos mejores, y de que ser mejores, ya ves, no exige mucho, tan solo el mismo grupo sanguíneo» (o el mismo color de camiseta) «y la disposición para ejercer la violencia sobre aquellos que no lo tienen». El libro de la croata está plagado de referencias culturales, algunas de ellas relativas a la cultura popular, pero tuve muy claro cuando me encontré con la alusión al fútbol que quería comenzar esta entrada como finalmente he hecho.

Entre tanta referencia cultural hay, por supuesto, libros y autores leídos por la escritora croata. Como me ocurre con frecuencia, según leía este libro me han ido viniendo a la mente algunas de mis propias lecturas. Así, por ejemplo, no he podido evitar acordarme de las novelas La hija del Este de Clara Usón y Las sillitas rojas de Edna O'Brien al leer en el ensayo Por qué nos gustan las películas de simios sobre Ratko Mladić y Radovan Karadžić, ambos criminales de guerra juzgados por el Tribunal de La Haya y ambos —especialmente el primero— montando su particular show para desviar la atención popular de lo que se estaba juzgando (el fútbol, por cierto, también se utiliza en ocasiones como táctica de despiste). Por supuesto he recordado a Hanta, ese artista silencioso cuya materia prima eran libros destruidos y que protagoniza la novela Una soledad demasiado ruidosa del checo Bohumil Hrabal, pues en esta lectura sí coincido con Dubravka Ugrešić, que la cita en ¡La arqueología de la resistencia!, y es, además, ese personaje, en quien ella pensaría «si en esta época en la que todos nadamos en escombros alguien me preguntara por la dirección que debemos seguir, por la tabla a la que aferrarse para no hundirse, si alguien me preguntara si hay una persona simbólica, un punto, un estado mental, una ideología, una metáfora, una religión, una utopía, un clavo o simplemente un consuelo». Y, cómo no, como siempre que la palabra Lampedusa se cruza en mi campo visual, acude a mi mente la Lampedusa de Maylis de Kerangal con todo lo que representa en cuanto a dolor y vergüenza humana esa isla del Mediterráneo. Los inmigrantes, exiliados, refugiados, es decir, aquellos que responden a la nomenclatura de turno que se desplazan por Europa no llegan solo a costas isleñas sino que también se mueven por el continente. Sucede en nuestra Europa de tan intensa cultura migratoria que, según cambian las políticas y economías de los países, cambia el estatus de las nacionalidades de los que llegan así como el de las de quienes los reciben, como se menciona en ¡Larga vida al trabajo!; que muchos de quienes fueron refugiados hace tiempo se opondrían a la llegada de refugiados a los países en los que ya se consideran ciudadanos de pleno derecho, como casi está segura la autora que harían, y así lo expresa en La Europa invisible, muchos de sus compatriotas afincados en otros países; que aquellos países que más se quejan de los inmigrantes, alardeando así de hospitalidad, son precisamente los que menos reciben, como se menciona en Zelenko y su parienta.

La edad de la piel no es, evidentemente, un libro sobre fútbol. Como ya os habréis imaginado a estas alturas de esta entrada, es una reunión de ensayos. Son un total de diecisiete escritos por Dubravka Ugrešić entre 2014 y 2018. Tratan temas como los ya mencionados y otros más, temas que son troncales en algunos ensayos y en otros muchos aparecen de manera transversal, por lo que todos los textos de este libro parecen beber de una raíz común que no es otra que el sentir de la escritora croata, la cual es definida por Impedimenta, editorial que ha hecho posible que este libro llegue al lector español, como «una de las grandes cronistas del alma de nuestra época». Así, ocupan muchas páginas de este libro temas como los nacionalismos, la migración, la adulteración y degeneración de la creatividad artística y la misoginia, que, como advierte la autora en La mordaza de la chismosa, «no conoce geografía, clase, raza, género, etnia ni orientación política»«aparece a menudo camuflada, enmascarada, asoma en lugares donde nunca la esperaríamos encontrar», actuando así, tal y como sigue señalando Ugrešić en L'ecriture masculine, como «algo similar a la radiación», pues «la radiación es invisible y nadie se salva de ella. Las personas no mueren de este tipo de radiación, viven su vida y no comprenden que en todo esto hay algo malo. A las enfermedades causadas por la radiación sucumben incluso los mejores».

Dubravka Ugrešić reside actualmente en Ámsterdam. Dejó su país («abandoné mi país. En realidad, mi país me abandonó a mí. Ahora lo sé, los cientos y cientos de miles de refugiados que llaman a la puerta de los países europeos no han abandonado su país. Sus países los han abandonado a ellos», cuenta en La Europa invisible) cuando comenzó la guerra de ese otro país que era el suyo antes de serlo Croacia, Yugoslavia. Creo que, más que del conflicto político, huía de la estupidez humana. «Hace años que vivo en el imperio de la estupidez», escribe y leo en Las personas son una desgracia. Como militante contra esa estupidez, supongo también que debía (y aún debe) de resultar una persona incómoda. En sus textos se centra en los países de la Europa del Este, países que tienen en común haber dejado atrás el comunismo. Sin embargo, como nativa y ciudadana de un país que no ha estado bajo el influjo comunista he sentido muy reconocible todo aquello sobre lo que la escritora croata diserta en este libro. Supongo que la palabra democracia está tan sobada que ha perdido su significado tanto para los que hace tiempo que la disfrutamos como para aquellos otros que recién la estrenan. Es triste pensar que la democracia mal entendida ha terminado por convertirnos en una masa tan uniforme como la de cualquier país gobernado por un sistema totalitario, que la homogenización que ha traído consigo, cuando pretendía lo contrario, ha terminado por resultar como los llamativos colores de una bandera o de una camiseta de equipamiento futbolístico, que, por tanta exposición y omnipresencia, su falta de matices los ha convertido en gris. 

Paradójicamente, al hombre le gusta ser protagonista. Pero, como se nos dice en El hombre pequeño y «la felicidad gitana», «El «hombre pequeño», el «ciudadano», el «hombre corriente», la «persona anónima», el «número», al parecer, no ha tenido nunca, realmente nunca en la larga historia de la humanidad, la ocasión de estar bajo los focos». Ahora, gracias a la tecnología, le ha llegado por fin la oportunidad de lograr su minuto de gloria, un minuto de gloria al que no está dispuesta a renunciar y que aspira a convertir en algo permanente. Por fin «el hombre pequeño tiene todo lo que tenía el antiguo hombre grande, sus medios de comunicación, sus blogs, sus páginas de internet, su Facebook, su Twitter, sus selfis, su Instagram, sus SMS. El hombre grande se esfuerza cada vez más por captar la atención del hombre pequeño. Y los que realmente gobiernan el mundo pueden por fin respirar aliviados, porque hoy cualquier Narciso en el globo terráqueo se puede permitir un espejo. Con el fin de que lo oigan, vean y recuerden, el hombre pequeño liberado está dispuesto a cualquier cosa, salvo a regresar al anonimato. Una vez despertada, el hambre es tan fuerte que ya nada la puede saciar». «El hombre pequeño se ha apresurado a dejar su huella, desarrollando en el proceso un apetito nunca visto: unos se desnudan y enseñan el trasero, otros los genitales, unos cantan, otros escriben, unos bailan, otros pintan, y algunos son multitareas y lo hacen todo a la vez. El hombre pequeño ha conquistado finalmente los medios». «Gracias a los medios», como señala la autora en ¡Mas despacio!, «la estupidez se ha vuelto global. Al sustituir los contenidos relevantes por otros irrelevantes, los medios borran la memoria cultural. La tarea principal de los medios no es tanto la desinformación o las medias verdades como la trivialización de la información». Tanto grito y tanto galimatías tienen el mismo efecto que el silencio, pero no el de un silencio que trasmite paz y calma, sino un silencio resultante de la mordaza que es la extensiva banalidad arrojada sobre la escasa consistencia. «Y si alguien piensa que nuestro tiempo es vulgar», leo de nuevo en El hombre pequeño y «la felicidad gitana», «tiene razón. No hay que avergonzarse de decirlo en voz alta, porque de todos modos nadie oye las cosas que decimos».

Nadie oye pero todos miran, todos copian, todos imitan. Mimetizamos comportamientos. Repetimos opiniones como si fueran propias sin revisarlas ni profundizar en ellas. Tememos ser señalados, quedarnos fuera de esa masa homogénea. El Homo sovieticus no se ha extinguido, como mucho ha evolucionado (o involucionado porque «en el comunismo, uno podía culpar al sistema, al comunismo en sí; en el capitalismo, somos los únicos culpables de nuestros fracasos», leo en L'ecriture masculine) a Homo duplex, como lo bautiza la autora en La la gente (la repetición del artículo no es una errata, sino que el título de este ensayo es un guiño a la película La La Land). «El amo de esta cultura es el dinero y, por supuesto, el consenso» (esta y las siguientes citas están extraídas de La la gente). Cuando se defiende una idea, un producto o un bien de consumo, «en defensa del valor del producto se alzarán muchos que han participado en su producción, aquellos que deben venderlo y ganar dinero con él, los que están convencidos de que lo invertido debe proporcionarles un rendimiento por lo menos cien veces mayor. La cultura del consenso es el producto de un mercado poderoso. En el juego participan también aquellos que no se beneficiarán económicamente. No obstante, también hay otro tipo de beneficio. La cultura es una forma de socialización». Ante este panorama, la defensa de la contracultura del consenso es «equivalente a la autoexpulsión social, que no es más que otra forma de suicidarse».

Aficionados croatas viendo jugar a su selección de fútbol la final de la Copa del Mundo de 2018 contra Francia
Fotografía de Ross Dunn bajo licencia CC BY-SA 2.0
 

«Somos testigos de frecuentes histerias colectivas y globales. Basta que alguien famoso con un fin benéfico se moje echándose un cubo de agua fría por la cabeza (ice bucket challange), y los chapuzones se desencadenan por el mundo como un tsunami, personas famosas y anónimas empiezan a tirarse cubos de agua fría por la cabeza, y la mayoría no sabe por qué lo hace, la mayoría se moja porque se mojan otros, la mayoría se moja porque se moja todo el mundo. Si es así, si todos nosotros somos portadores de un potente gen imitativo, si el gen encargado de nuestras capacidades imitativas existe en cada uno de nosotros, si, además, es la prenda de la existencia del género humano, entonces somos una especie propicia a la manipulación, entonces basta que Hitler se rasque la oreja para que la mayoría de nosotros se rasque la oreja, sin sospechar que al rascarse la oreja Hitler ha dado una señal a los guardias para que pongan en marcha las cámaras de gas, y que al rascarnos nosotros ha obtenido el consenso… Si en el plazo de unos pocos años a la mayoría de los ciudadanos de la antigua Yugoslavia se les pudo forzar a creer que habían vivido de manera distinta a la que realmente habían vivido, que el pasado que recordaban no era su verdadero pasado, que su buen vecino no era su buen vecino, y si todo esto se hizo no para corregir una injusticia histórica, sino para que alguien se enriqueciera con ello, ¿cómo podemos entonces creer que estas mismas leyes no rigen también en otros campos de interés humano? ¿Cómo podemos creer que nuestro criterio literario-estético está dirigido por el mero gusto y no por algo diferente? ¿No es la adquisición de un libro que antes de nosotros han comprado millones de lectores lo mismo que echarse un cubo de agua fría por la cabeza? Tanto en uno como en otro caso no tenemos ni idea de por qué lo hacemos, pero estamos dispuestos a defender nuestra elección hasta la última gota de sangre. En realidad, cuanto menos sepamos qué es lo que dirige nuestras elecciones, más dispuestos estamos a defenderlas hasta la muerte. Quizá, por lo tanto, también nuestros valores literario-estéticos están inducidos».

«Hoy vivimos rodeados de un entorno cultural ordenado, pero también poco emocionante, del cual han desaparecido las formas de vida artísticas, peligrosas e inquietantes: el pensamiento individual, la imaginación, la sinceridad, la intuición, la polémica, los gestos artísticos subversivos (realmente subversivos), la autenticidad, la robustez, la rebeldía, la aceptación del riesgo personal…» Debemos congratularnos de que la cultura se haya vuelto accesible para todos —aun siendo bastante discutible que esto sea realmente así—, no tanto de su homogenización.

Davor Šuker fue coautor, junto al resto de jugadores de la selección croata de fútbol, del cuento de hadas más hermoso en la historia de la literatura croata. Tuvo el buen tino —amén del de meter balones en la portería contraria— de escribirlo metafóricamente. Cuento de hadas escrito con los pies, se titula el ensayo al que pertenece el extracto con el que abro esta entrada. Ningún escritor, salvo que junto al literario compartiera talento futbolístico, se calzaría las botas y pisaría un campo de fútbol, a excepción de que lo hiciera en sentido recreativo o amateur. Cualquiera, de cualquier profesión y sin compartir el talento literario con el de su profesión, en cuanto goza de un poco de fama, se lanza a escribir y publicar un libro o incluso a prestar su nombre para que otro lo escriba. En ¡Larga vida al trabajo!, Dubravka Ugrešić nos cuenta que en los países que conformaban la extinta Yugoslavia «los escritores son en primer lugar croatas, serbios y bosniacos, y solo después escritores». En esos países y en todo el mundo pareciera que los libros los escribieran primero quienes se plieguan al mercado y al consenso y solo después los escritores. A esta autodestrucción literaria, como afirma la autora en La edad de la piel, ensayo que abre este libro y que le da título, «se aplicaron con devoción los propios participantes en el proceso literario: editoriales hambrientas de dinero, editores perezosos, críticos sobornables, lectores poco ambiciosos y autores sin talento sedientos de fama».

La edad de la piel es un país sin fronteras y sin alambres de espino. Es un lugar acogedor para esa especie en extinción que somos los indiferentes al fútbol (léase aquí por fútbol homogenización de ideas, gustos y comportamientos) y agradecido con los herederos del Hanta de Hrabal que abogan, pues, por la resistencia. Es un paraje estimulante, poco complaciente, escrito sin pelos en la lengua y con una buena dosis de ironía. Termino el relato de mi estancia en esta inesperada patria de la contracultura del consenso con un fragmento en el que Dubravka Ugrešić nos habla de una visita que realizó al monumento contra el fascismo de Vojin Bakić, escultor serbio de Croacia, en Petrova Gora. Pertenece al ensayo ¡Aquí no hay nada!, el cual versa sobre las ruinas de los países poscomunistas y sobre el olvido.

«La visión de la obra maestra de Bakić gravemente dañada despertó la angustia en mi interior. Tenía la impresión de no haber visto en mi vida una escena más horrible. El monumento parecía un enorme cadáver de ballena del cual asomaban huesos roídos, putrefacción, órganos revueltos. En el techo, previsto para un mirador, desde donde supuestamente se disfrutaba de una vista maravillosa, se alzaba, como un cínico dedo corazón, una antena. Boba no supo decirme de quién era la antena y para qué servía. En un muro desnudo de hormigón divisé una pegatina con la foto de Emma Goldman y la cita «La ignorancia es el elemento más violento de la sociedad». Era mediodía, reinaba un silencio sepulcral. Tuve la sensación de que los retoños de los árboles, la maleza y las hierbas que se abrían paso a través de las grietas en el hormigón contenían el aliento y las fuerzas para demorar el hundimiento de la obra en la nada. Sentí —justo como en la popular canción partisana Konjuh planinom— que las hojas cantan poemas entristecidos, que los pinos y abetos, arces y abedules se han doblado en señal de respeto. El bosque, por el cual pasó una sombra rojiza fugaz (de hojas rojas se ha poblado el bosque), no había enrojecido, como en la canción, por la sangre de los mineros de Husin, sino por vergüenza. Me inundó un presentimiento borroso, durante un instante tuve miedo de algo que aún estaba por llegar, a pesar de que detrás de ese algo no había nada, ni una imagen, ni un pensamiento. El algo era invisible, sin forma ni aroma ni sabor, como la radiación. El mensaje pintado con espray en el muro de hormigón, «Es peligroso permanecer en los alrededores del monumento», de repente me pareció más que apropiado».

Monumento al Levantamiento del Pueblo de Kordun y Banija en Petrova Gora
Fotografía de DobarSkroz bajo licencia CC BY-SA 3.0






Ficha del libro:
Traductores: Luisa Fernada Garrido y Tihomir Pištelek
Editorial: Impedimenta
Año de publicación: 2021
Nº de páginas: 272
ISBN: 978-84-17553-89-0
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Comentarios

  1. Leí hace unos meses este libro, pero no lo traje al blog porque fue un tiempo en que se me acumularon los libros leído y, confieso, porque me dio vértigo hablar sobre él. Tiene tantas cosas sobre las que reflexionar, me sentí tan identificada con mucho de lo que cuenta (a mí, además de no interesarme el fútbol, me aburrió La la land hasta el punto de irme a la cama a poco de empezar), que no hubiera sabido por dónde empezar y hubiera tenido que desnudarme en exceso. Me maravilló cómo se parece lo que yo pienso a lo que ella cuenta de los nacionalismos, la estupidez, la homogeneización, la vulgaridad de ser todos iguales, de no saber salirse del consenso que establecen las mayorías en las redes sociales... Me pareció sublimemente valiente el que se haya salido de todo lo establecido en su mundo y ahora se enfrente a ello desde los periódicos y los libros.
    Una maravilla que no está en mi blog, pero jamás abandonará mi recuerdo. Releo de vez en cuando alguno de los artículos.
    Maravillosa tu reseña. Has sido mucho más valiente que yo.
    Un beso.

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    1. Sé que es un poco contradictorio por mi parte, teniendo en cuenta que tengo un blog de reseñas y que reseño la casi totalidad de los libros que leo, pero me da muchísima pereza reseñar, especialmente comenzar las reseñas, luego, poco a poco y con mayor o menor dificultad o fluidez, voy tirando de hilos y van saliendo y disfruto mucho del proceso. Esto en general, pero es que además hay libros que, principalmente por la complejidad de organizar todas las ideas que contienen y darles cierta cohesión y sabiendo como sé que no puedo evitar liarme en exceso, me dan especialmente pereza reseñar. La edad de la piel es uno de esos libros, pero como también es una de esas lecturas que me daría pena se quedara sin presencia en el blog, pues he aquí la reseña. Bueno, todo este rollo para decirte que entiendo perfectamente, más teniendo en cuenta que lees mucho más que yo y que el tiempo da para lo que da, que lo hayas dejado sin reseñar, aunque personalmente, puesto que sabía que lo habías leído, me quedé con ganas de leer tu reseña.
      Comparto también el pensamiento de Dubravka Ugrešić respecto a los variados temas que trata en estos ensayos. Al final resulta que su poco acomodaticio libro es un lugar cómodo para aquellos que nos sentimos un poco fuera de lugar entre tanto consenso irreflexivo. Pienso a menudo en cómo, aunque acostumbremos a afirmar que nos gusta que los libros nos hagan pensar, no sentimos atraídos habitualmente por libros que plasman un pensamiento similar al nuestro, con lo cual no hacemos más que reafirmarlo.
      A mí La la land no me dio sueño, pero sí que me dejó un poco chafada. Tenía un día un poco tonto y me apetecía ver una peli amable y me dije: voy a ver La la land, que por lo menos no será una cosa simplona. Y no es que esperase una cosa muy típica por aquello de tanto Óscar y demás, pero no sé por qué me imaginaba un happy end en plan y fueron felices y comieron perdices y hasta que la muerte nos separe. Vamos, que me tragué toda la peli (que no es que sea mala, pero tampoco me pareció para tanto) para encontrarme con el final con el que me encontré, que, mira tú, en circunstancias habituales igual hasta me hubiera sorprendido gratamente aun sin ser el resto de la peli para tirar cohetes. Vamos, que para una vez que intento acercarme al consenso popular me sale mal la jugada y al final andaba por casa riéndome sola de mí misma. Otro rollo que te he metido, ya lo siento.
      Besos

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  2. ¡Hola!
    Cuantas cosas interesantes comentas en tu post, cuantas cosas interesantes plantea este ensayo. De pequeña me gustaba el fútbol, porque en mi casa se era futbolero, pero ya de adulta dejo de interesarme por completo, me aburre tanto... y la peli La la... pues me pareció insulsa, la vi porque tenía curiosidad porque se hablaba mucho sobre ella, todo el mundo la había visto (efecto rebaño también en estos casos).
    Los nacionalismos hicieron, hacen y harán mucho daño al mundo, a las personas, son tan dañinos... y respecto a eso de "Mimetizamos comportamientos. Repetimos opiniones como si fueran propias sin revisarlas ni profundizar en ellas" pues es tal cual, lo veo cada día, alguien que da su opinión sobre algo ex cátedra, le preguntas sobre algo relacionado con esa afirmación y compruebas que no tiene ni idea de lo que está hablando, que solo repite lo que otros de su entorno dicen y comentan, porque no se ha informado.
    En fin, que no me enrollo más, que sabes que no lo leeré, pero me gusta mucho saber de lo que trata porque seguramente lo veré por la biblio y a veces me piden recomendaciones no solo de novela
    Besos

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    1. Sí, sé que no te atraen mucho los ensayos, Marian. Pero eso que te llevas por si te sirve para hacer alguna recomendación.
      Los nacionalismos han causado, causan y seguirán causando tantísima barbarie y dolor a lo largo de la historia que parece casi inexplicable cómo los seres humanos caemos una y otra vez en lo mismo. Somos demasiado predecibles y manipulables, me parece a mí.
      Besos

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  3. Como sabes lo reseñé allá por el pasado mes de abril tras la reseña que leí en el blog de Gerardo. Me gustó mucho por esa independencia intelectual que la autora demuestra. Que sea croata y no caiga en lo fácil que es ser nacionalista me parece ya todo un mérito. La denuncia que hace de las migraciones forzosas o forzadas que miles de crotas y de serbios debieron de realizar tras la guerra que desmembró Yugoslavia y de la que hoy, cínicamente, nadie cita cuando se habla con sospechosa unanimidad de la guerra ruso-ucraniana es algo que demuestra libertad de criterio en la Ugresic.
    Para mí la lectura de estos 17 relatos supuso el colofón a mis lecturas motivadas por la invasión de Ucrania por parte de Rusia que aún persiste y que, ojalá no, perdurará en el tiempo y nos complicará -ya nos está complicando- la existencia.
    Pero sin duda alguna es la gran denuncia que realiza de los nacionalismos el mayor mérito de este volumen. Ojalá que por estos lares lo leyésemos todos y ojalá también supiésemos sacar conclusiones adecuadas.
    Tu reseña, Lorena, como siempre, un placer inmenso leerla. Hilas asuntos, temas, lecturas, ideas..., como nadie. Creo que ya te lo he dicho más de una vez: disfruto muchísimo con tu blog. Gracias por ello, querida amiga.
    Un beso

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    1. Gracias a ti, Juan Carlos, por leerte todo este mamotreto de entrada, jaja.
      Recuerdo perfectamente tu reseña de este libro de Dubravka Ugrešić, así como el resto de reseñas procedentes de tus lecturas motivadas por la guerra ruso-ucraniana, todas ellas muy interesantes.
      La autora croata sí que hila temas como nadie y da un buen repaso, precisamente por esa independencia intelectual que destacas, de la situación imperante y no solo en su país.
      Yo no soy muy optimista respecto a los nacionalismos. En zonas en donde, por decirlo de alguna manera, son endémicos (y aquí en España tenemos buenos ejemplos de ello) son como un virus latente que cada x tiempo manifiesta su virulencia activado en la mayoría de casos por los intereses de algunos.
      También descubrí este libro en el blog de Gerardo. Después me fue sirviendo de recordatorio saber de la lectura de Rosa y leer tu reseña. Parece ser que imitar a los demás también puede ser algo positivo.
      Besos

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  4. ¡Holaaaa!

    Pues me ha dado mucha curiosidad el autor y todos los temas que trata.
    El año pasado estuve viviendo en Eslovenia, que también fue Yugoslavia en su momento, y todo el tema de los Balcanes y la guerra me intriga desde entonces de sobremanera. El conflicto Croacia-Serbia pufff, cuidadito todo lo que hay ahí detrás.
    Me ha llamado mucho la atención lo que comenta el autor en el primer ensayo de que en los balcanes, los escritores se pliegan a las exigencias del mercado antes que nada, a sus nacionalismos, en lugar de a la literatura en sí misma. En fin, me parece que hace una crítica muy ácida y que trata temas muy interesantes.

    ¡besotes!

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    1. Situaciones como la guerra de los Balcanes tardan en superarse. Habiendo vivido en la zona una temporada, entiendo perfectamente que te atraiga la temática.
      Lo que comentas sobre los escritores es algo que no me sorprende. No es algo ajeno a los lugares donde hay un conflicto político importante. Y en cuanto a lo de plegarse a las exigencias del mercado, creo que es algo a la orden del día. No todos los escritores, claro, y entendiendo también que se busque una ganancia económica como trabajo que es, pero tristemente ello va en contra de la independencia intelectual y de la calidad literaria.
      Ya me contarás si te animas con este libro.
      Besos

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