Cien años de soledad - Gabriel García Márquez

«Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra». A mí se me han muerto todos los Buendía, ergo ya soy de Macondo.

Pero a mis muertos y a la tierra que los cubría se los llevó «el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces». Mis muertos ya no están bajo tierra. ¿Dónde está mi Macondo?

Quiero pensar que Macondo es cíclico, como el tiempo. Que se repite una y otra vez como se repiten los nombres generación tras generación de Buendías; como se repiten sus pasiones, sus frustraciones, sus soledades. Que se hace y se deshace como el coronel Aureliano Buendía deshacía las monedas que ganaba con la venta de sus pescaditos de oro para hacer nuevos pescaditos, como Amaranta bordaba su mortaja de día y bien parecía que la desbordara de noche. «Ya esto me lo sé de memoria, gritaba Úrsula. «Es como si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio»».

Úrsula es la gran matriarca, que llegó a Macondo cuando aún no era Macondo con su esposo José Arcadio Buendía, fundador de Macondo. Llegaron huyendo de un fantasma sin saber que uno siempre lleva sus fantasmas consigo, sin sospechar aún que los fantasmas son tercos porque es peor la muerte que el olvido. Úrsula, siempre inquebrantable. Úrsula casada con un pariente y temerosa por tanto de engendrar hijos con cola de cerdo.

El tiempo y los Buendía, pues, giran y giran porque «la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irremediable del eje». Pero el tiempo a veces también se detiene. Eso solo lo saben algunos locos con la suficiente «lucidez para vislumbrar la verdad de que también el tiempo sufría tropiezos y accidentes, y podía por tanto astillarse y dejar en un cuarto una fracción eternizada».

Así, en el cuarto de las bacinillas de la casa de los Buendía hay quien solo ve las setenta y dos bacinillas que allí se guardaron tras el verano en que Meme se presentó sin avisar con sesenta y ocho compañeras de colegio y cuatro monjas; hay quien solo ve telarañas, polvo y papeles y desorden por doquier. Y hay quien lo ve limpio y luminoso, tal y como lo dejó Melquíades cuando volvió a morirse y dejó allí sus pergaminos manuscritos anunciando: «Nadie debe conocer su sentido mientras no hayan cumplido cien años». Y, efectivamente, nadie logra descifrar su contenido hasta que la estirpe de los Buendía no cumple sus cien años de soledad.

En el cuarto de Melquíades el tiempo se ha suspendido pero afuera azota la peste del insomnio que regala tiempo y roba memoria. Se suceden treinta y dos guerras por orgullo, por motivos inasibles que ya a nadie le interesa defender. Las casas blancas se tornan ora rojas, ora azules. Una banana trae la fiebre de la modernidad y la prosperidad y lleva los trenes cargados de muertos que callan la cara B de la historia oficial. Llueve. Llueve durante cuatro años, once meses y dos días. Deja de llover y Macondo emerge devastada «pero los árabes de la tercera generación estaban sentados en el mismo lugar y en la misma actitud de sus padres y abuelos, taciturnos, impávidos, invulnerables al tiempo y al desastre, tan vivos o tan muertos como estuvieron después de la peste del insomnio y de las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía. Era tan asombrosa su fortaleza de ánimo frente a los escombros de las mesas de juego, los puestos de fritangas, las casetas de tiro al blanco y el callejón donde se interpretaban los sueños y se adivinaba el porvenir, que Aureliano Segundo les preguntó con su informalidad habitual de qué recursos misteriosos se habían valido para no naufragar en la tormenta, cómo diablos habían hecho para no ahogarse, y uno tras otro, de puerta en puerta, le devolvieron una sonrisa ladina y una mirada de ensueño, y todos le dieron, sin ponerse de acuerdo, la misma respuesta: -Nadando».

Y mientras todo esto sucede la casa de los Buendía crece, se llena de gente, se vacía. Se abre a los foráneos y se tranca al igual que alguno de los miembros de la familia que alberga se encierra con tranca dentro de sí mismo. Conoce el esplendor y la ruina. Sus suelos se agrietan porque alguien cava en torno a sus cimientos buscando un tesoro olvidado. Y las hormigas...

Macondo..., fotografía de Rosalba Tarazona

Yo no pienso en hormigas sino en cucarachas, esas para las que Aureliano, penúltimo casi último de los Buendía, «tomó aliento para explicar que las cucarachas, el insecto alado más antiguo sobre la tierra, era ya la víctima favorita de los chancletazos en el Antiguo Testamento, pero que como especie era definitivamente refractaria a cualquier método de exterminio, desde las rebanadas de tomate con bórax hasta la harina con azúcar, pues sus mil seiscientas tres variedades habían resistido a la más remota, tenaz y despiadada persecución que el hombre había desatado desde sus orígenes contra ser viviente alguno, inclusive el propio hombre, hasta el extremo de que así como se atribuía al género humano un instinto de reproducción, debía atribuírsele otro más definido y apremiante, que era el instinto de matar cucarachas, y que si éstas habían logrado escapar a la ferocidad humana era porque se habían refugiado en las tinieblas, donde se hicieron invulnerables por el miedo congénito del hombre a la oscuridad, pero en cambio se volvieron susceptibles al esplendor del mediodía, de modo que ya en la Edad Media, en la actualidad y por los siglos de los siglos, el único método eficaz para matar cucarachas era el deslumbramiento solar».

Y quisiera pensar en los Buendía como cucarachas, ocultos en su oscuridad temida pero inmunes al exterminio al que ellos mismos, como humanos, se someten. Quisiera responderles a su pregunta muda de supervivencia tal y como los árabes de la tercera generación lo hicieran con Aureliano Segundo, pero los Buendía se ahogan en su miseria y no son conscientes de su autodestrucción ni de sus colas de cerdo que giran como sus siete generaciones dando vueltas y repitiendo patrones una y otra vez.

Macondo es saga familiar, es historia de Colombia y es historia repetida de la humanidad. «Todo se sabe», respondía Aureliano cuando se le inquiría por sus vastos conocimientos sobre un mundo que no había explorado. Todo está escrito. Todo se ha vivido. Pero nos toca recorrer nuestra senda múltiples veces transitada por otros y cometer nuestros propios errores en los que tantos ya han caído para aprender «los privilegios de la simplicidad», «que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad» y «que uno no se muere cuando debe, sino cuando puede».

Las primeras páginas de esta mítica novela de Gabriel García Márquez son tan indescifrables para mí como lo son los pergaminos de Melquiades para aquellos de los Buendía que intentaron descifrarlos. Me maravillan sus cachivaches, su colorido, sus extravagancias y exotismo, sus mil historias intrincadas, pero su Macondo tarda en ser mi Macondo. Tardo en que sus inventos imaginados me revelen la realidad contada y, aun así, me invade la incógnita por descifrar hasta qué punto la realidad que él quiso contar coincide con mi realidad imaginada y me divierte la idea de un Gabriel García Márquez acaso pensando «que la literatura fuera el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la gente».

No todo el que llega a Macondo entra en él pero los que entran se quedan (nos quedamos) y están «vinculados por una especie de complicidad fundada en hechos reales en los que nadie creía, y que habían afectado sus vidas hasta el punto de que [...] se encontraban a la deriva en la resaca de un mundo acabado, del cual sólo quedaba la nostalgia».

El viento se llevó el Macondo acabado de García Márquez y el mismo viento me trae siempre que quiero mi Macondo renacido. Y ¿dónde está, pues, mi Macondo? En mi nostalgia, esa en la que viven mis muertos, a los que, con mi recuerdo, por fin libero de sus cien años de soledad.

Gabriel García Márquez, painted portrait_DDC2546, fotografía de thierry ehrmann





Ficha del libro:
Título: Cien años de soledad
Autor: Gabriel García Márquez
Editorial: Literatura Random House
Año de publicación: 2014
Nº de páginas: 512
ISBN: 978-84-397-2836-8
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Comentarios

  1. Creo que es el libro de los libros. Tres veces lo he leído, la última en 2007, y creo que ya le va tocando. Lo creo hace unos cuatro años y cada vez que leo sobre él la necesidad se hace más acuciante.
    El mundo recreado en Macondo es un mundo al que siempre se quiere volver. Su magia nos envuelve solo con recordarlo, sus personajes tienen detalles y matices que nos atrapan y la escritura es pródiga en imágenes tan inesparadas como bellas.
    No se puede estar mucho tiempo alejada de Macondo y yo ya llevo trece años.
    Preciosa reseña que está a la altura del libro.
    Un beso.

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    1. No tenía muy claro si iba a escribir reseña porque no sabía muy bien qué escribir o cómo enfocarla. Al final ha sido cuestión de empezar y el resto ha ido saliendo solo.

      He terminado esta lectura con mucha pena y casi me han dado ganas de volverla a empezar, pues al principio, aunque estaba disfrutando mucho del universo de Macondo, no sabía muy bien hacia dónde me llevaba García Márquez. Así que ahora que ya tengo una visión de conjunto seguro que disfrutaría de todos sus matices mucho más.

      Ánimo. A por tu cuarto viaje a Macondo.

      Besos

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  2. Muy buena tu propuesta. "Cien años de soledad" es una de las obras de la lista de imprescindibles . La leí hace años también, y me encariñé con sus personajes. También merece ser leída "Crónica de una muerte anunciada". Tiene sabor a narrativa oral, de esas historias exageradas que se escuchan al calor del fuego.
    Un abrazo.

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    1. Crónica de una muerte anunciada lo leí hace mil años. Bien merecería una relectura.
      Un abrazo

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  3. La verdad es que es un libro mítico. Pero aparte, la historia que le rodea es apasionante. Eso de que tuvo que mandar el manuscrito en varias partes porque no tenía dinero para sellos. O que cuando escribió la primera frase en la máquina de escribir, Gabo quedó sobrecogido. Todo ello contribuye a hacer más palpable la magia.
    Creo que es un libro maravilloso porque toca temas universales: el amor, la muerte, la familia, etc. Es como un eterno retorno. Y Macondo ya se ha quedado fijado como uno de los lugares más mágicos de la tierra.
    Es un clásico, pero su interpretación no se agota con las lecturas, sino que sigue suscitando cosas en nosotros. Por eso es un gran libro.
    Un abrazo.

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    1. A veces las historias que rodean a los libros son casi tan apasionantes como las que estos relatan.

      Es la universalidad y la atemporalidad de los temas tratados lo que hacen que un libro se convierta en clásico, así como los nuevos matices que se descubren en cada lectura. Cien años de soledad, al igual que el Macondo que retrata, es inagotable.

      Un abrazo

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  4. Me ha gustado mucho el fina: todos tenemos un Macondo donde deseamos volver. El mío, la mayoría de las veces, es un lugar vacío de gente y lleno de silencio. Es curiosa esa sensación al principio de lectora desorientada, cuando me pasa con un libro suele ser buena señal. "Cien años de soledad" se mantiene como una de mis lecturas favoritas. Me avergüenza la edición que tengo, de mi época de estudiante, se le caen las páginas y cuando le llegue el momento de una relectura le pondré remedio.
    Un abrazo.

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    1. Al final cada lector hace suya cada lectura y supongo que cada lector que haya leído Cien años de soledad ha creado su propio Macondo.

      Me ha dado muchísima pena terminar esta novela. Sus últimas páginas ya las iba leyendo con nostalgia. Y eso que es cierto que al principio no sabía muy bien qué estaba leyendo y quizás por eso me ha dado más pena, como si hubiese desaprovechado parte de la lectura. Pero a mí también me gusta esa sensación de desubicación. Es como un acicate para continuar. Y es bueno leer sin mapa y sin brújula aunque los resultados puedan ser dispares.

      Un abrazo

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  5. Todo o que podría decirte de esta memorable obra... ya te lo ha dicho con rotundidad y mucho acierto nuestra amiga Rosa, hago mías sus impresiones.

    En cualquier caso lo tengo fresco en la memoria, pues lo leí hace solamente un par de años. Y sí, creo que es un libro para revisitarlo, retornar alguna vez a Macondo.
    Gracias por traerlo a tu blog y hacerlo con tu mirada.
    Un abrazo, Lorena.

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    1. También creo que es un libro para revisitar, y eso que no soy muy proclive a las relecturas.

      No sabría hacerlo de otra forma que a través de mi mirada, sea más o menos acertada.

      Un abrazo

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  6. Yo ya he disfrutado de varias obras de García Márquez, pero Cien años de soledad es un clásico que tengo eternamente pendiente. Me han llegado a decir que algunos se la han leído con papel y boli, para no perderse con tanto personaje y generación...
    ¡Un abrazo!

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    1. No es que te pierdas, pero sí es verdad que a veces se te olvida cuál era exactamente el parentesco entre los diferentes personajes, porque además los nombres re van repitiendo entre las diferentes generaciones de Buendía. En cualquier caso, no es algo que impida seguir la trama y disfrutar de la lectura.

      Si buscas en imágenes de google encontrarás varias composiciones con el árbol genealógico de los Buendía. Yo me descargué una en mi móvil para tenerla a mano durante la lectura.

      Un abrazo

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  7. He leído poquísimo a Gabo, poco, muy poco CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA y DIARIO DE UN NAÚFRAGO. Ambos me gustaron muchísimo. Este no lo he leído porque, en cierto modo, me impone, me parece que es una lectura para la que todavía no estoy preparada. No sé, así lo veo. Pero no descarto leerlo algún día. Besos

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    1. No es una lectura densa ni compleja en cuanto a difícil de comprender. Yo creo que sí que estarías preparada. Pero tampoco hay que forzar si no lo ves claro por el momento. El tiempo decidirá.

      Besos

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  8. ¡Hola! Hé leído varios de este maravilloso y único autor, pero "Cien años de soledad" me parece sin duda la mejor. Te cuento algo curioso e inexplicable que me ocurrió con esta novela:
    Un día, antes de trabajar en la biblio, me encontraba en casa sin saber qué leer y lo cogí de la estantería, pensé... "algo tiene que tener esta novela de la que todo el mundo habla maravillas" y la empecé con muchas ganas. No consiguió engancharme y la acabé abandonando, me aburría mucho.
    Dos o tres años más tarde, lo volví a coger y lo empecé. Me enganchó tanto que lo terminé en cuatro o cinco días. Recuerdo que en el autobús iba totalmente seducida por Macondo y los Buendía. Me pareció sin duda una obra maestra.
    ¿Tú llegas a comprender opiniones tan dispares?? ¿Haber pasado del aburrimiento máximo y abandono al alucine total? Son dos extremos opuestos.
    Cosas que me pasan..., soy rara literariamente hablando
    Pero vamos, que es una pasada de novela, no descarto releerla algún día (aunque no soy mucho de releer, sería una de las que sí me apetecería releer)
    Me alegra que la hayas disfrutado.
    Besos

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    1. No creo que seas rara (literariamente hablando), simplemente la primera vez que lo intentaste no era el momento. A mí me tiene pasado, si bien es verdad que suelen transcurrir más años para que se obre la magia. Yo tampoco soy de relecturas pero precisamente la mayoría de las veces que he leído dos veces un mismo libro ha sido porque la primera vez no me gustó y con los años pensé que ya estaba preparada para él. Precisamente dentro de poco volveré a leer uno de esos libros para el Club Viajar leyendo autoras. En cuanto a Cien años de soledad, me paso una cosa curiosa con él. Lo comencé gustándome mucho pero al poco me surgieron dudas. Veía solo la forma pero no alcanzaba el fondo. Pensé que me había equivocado de momento pero en este caso por leerlo demasiado tarde (tuve una época hace años en que leí y disfruté mucho varias novelas de realismo mágico y pensé que si lo hubiera leído entonces lo hubiera disfrutado mucho más). Afortunadamente fue algo pasajero y ha sido una lectura que me ha gustado mucho y que me ha dado mucha pena terminar. Ya ves, cada una con sus rarezas ;)

      Besos

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    2. Sí, si es que cada lector es un mundo..., aunque yo no solo me considero un poco rara en cuanto a lecturas por el episodio con esta novela, sino porque empiezo muchas que termino abandonando porque necesito que tengan algo especial, que me transmita y creo que ya sabes que me gustan mucho los argumentos duros y violentos (pero evidentemente que tengan algo más que me llegue, no solo eso) distintos y porque muchas de las que todo el mundo reseña y de las que a todo el mundo encanta y hablan maravillas sobre ellas, pues yo las abandono, por eso a veces me siento rara (me pasa a menudo)
      Pero bueno, somos como somos y lo que a uno le engancha a otro igual le parece aburrido.
      Curioso ese amago que te pasó con los de Macondo, quizás no tan distinto a lo que me pasó a mi, porque igual la primera vez me empezaron a surgir dudas en el mismo punto más o menos que a ti, pero yo abandoné (no suelo tener paciencia y los dejo, sé por eso también que seguramente me estoy perdiendo buenas novelas que si fuera capaz de seguir leyendo un poco más me podrían haber encantado)
      Besos

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    3. Yo he aprendido hace relativamente poco a dejar libros sin terminar. Es verdad que rara vez lo hago pues me conozco como lectora y suelo acertar bastante con mis decisiones literarias, pero si no puedo con una lectura ya no me siento en la obligación de terminarla ni me culpo por abandonarla. Pero también es verdad que en ocasiones ese esfuerzo (o cabezonería) ha tenido muy buenas recompensas. En cualquier caso no hay que flagelarse por estas cosas. Tal vez te pierdas una gran libro por no haberlo terminado pero si lo hubieras terminado tal vez te hubieras perdido el que ha ocupado su lugar.
      Besos

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