La campana de cristal - Sylvia Plath
«-¿Recuerdas -le dije- la vez en que viniste en autoestop conmigo hasta el colegio después de aquella función de teatro?
-Lo recuerdo.
-¿Recuerdas cómo me preguntaste dónde me gustaría vivir, si en el campo o en la ciudad?
-Y tú dijiste...
-Yo te dije que quería vivir en el campo, y en la ciudad también.
Buddy asintió.
-Y tú -continué con una repentina fuerza- reíste y dijiste que yo tenía el perfecto síndrome de una verdadera neurótica, que la pregunta provenía de un cuestionario de la clase de psicología de aquella semana.
La sonrisa de Buddy empezó a apagarse.
-Bien; tenías razón.
[...]
Si ser neurótica es decir dos cosas mutuamente excluyentes en el mismo momento, entonces soy endemoniadamente neurótica. Estaré volando de una a otra cosa mutuamente excluyente durante el resto de mi vida».
Neurosis aparte, es hermoso el anterior pensamiento. El solo hecho de poder volar de una cosa a otra implica liberación. No es pensable una campana de cristal sobre quien vuela.
Es Esther Greenwood quien mantiene esa conversación con Buddy, su ya no sé si seguir calificando de novio en ese momento en el que se produce la rememoración de ese viaje en autostop. Es a Sylvia Plath, sin embargo, a la que oigo, a la que imagino, a la que siento. Me ha ocurrido así a lo largo de toda esta novela.
Esther Greenwood se sienta fuera de su casa en Boston y comienza a escribir una novela. La protagonista se llama Elaine y a Esther le gusta ese nombre porque tiene seis letras como el suyo y porque Elaine es como su alter ego literario. Pero Esther apenas consigue avanzar en su novela. Siente que necesita más experiencia para escribir.
Esther Greenwood tiene una especie de nombre de guerra. Quién no ha usado esa treta en algún momento en su juventud. Un falso nombre que surge de nuestros labios cuando, por ejemplo, en una salida nocturna con amigas un desconocido se nos acerca e inquiere cómo llamarnos. El juego de no ser uno; tal vez de ser esa versión de nosotros mismos que no nos atrevemos a ser. Elly Higginbottom, brota de los labios de Esther.
Sylvia Plath escribe una novela sobre su juventud, sobre su primera gran depresión y su primer intento de suicidio y se hace llamar en ella Esther Greenwood, así cómo cambia nombres de personajes y lugares.
Qué importan los nombres, me digo. Qué importa dónde termina la realidad y comienza la ficción, menos aún cuando tantas veces la ficción permite desempañar mejor que la realidad esa campana de cristal que nos cubre.
La campana de cristal es una novela autobiográfica. Y no sé si es el hecho de saberlo y de tenerlo tan asumido o aquel otro de que el nombre de su protagonista tarde en salir y se pronuncie pocas veces el responsable de que las seis letras del nombre de Esther se difuminen y se conviertan para mí en las de Sylvia. Yo solo veo a Sylvia. Solo puedo imaginar su rostro, su cabello, su mirada. Solo puedo sentir a Sylvia y comprender sus sentimientos y morirme de pena e impotencia por no poder levantar la campana de cristal que la aprisiona.
Es demoledor saber real aun tamizado por la literatura todo lo que se narra en esta novela pero sería injusto reducir su valor tan solo a lo testimonial. La campana de cristal se publicó por primera vez bajo seudónimo en 1963, poco antes de la muerte de su autora. No fue demasiado bien apreciada y fue catalogada como literatura para adolescentes, cayendo en ese error a veces tan común de reducir a eso los libros con protagonistas de cierta edad. Afortunadamente, con los años se ha ido enmendando esa primera impresión, pues esta novela no solo cuenta las idas y vueltas de una muchacha de diecinueve años, sino que retrata la experiencia de una enferma mental y la situación de los sanatorios mentales en los primeros años cincuenta del pasado siglo, amén de plasmar la realidad de las mujeres en un lugar y una época. Todo ello, además, con una incuestionable calidad literaria y cargado de potentes imágenes pues, quien es poeta, es poeta escribiendo en verso o en prosa. Plath es considerada una de las máximas exponentes de la poesía confesional y ese tono íntimo también lo imprime a esta novela.
La novela no comienza con el diálogo con el que abro esta reseña. Tampoco en Boston, en la casa en que la joven Esther vive con su madre y en el verano en el que se le cruza por la mente escribir una novela. La novela comienza justo antes de ese verano en Nueva York, donde Esther, que ha recibido una beca, se encuentra colaborando en una revista femenina. Esther acude con otras jovencitas también becadas a multitud de actividades a las que han sido invitadas y comparte hotel con ellas. Se trata de un hotel solo para chicas. Supongo que esto era así porque, como nos cuenta Esther, «cuando yo tenía diecinueve años, la pureza era el gran tema». Así que las chicas (por muy becadas y buenas estudiantes que sean) tienen que preservar su pureza para ser dignas de la pureza de ese hombre que las aguarda (tantas buenas calificaciones para no ejercer más profesión que la de esposa, madre y ama de casa) y que probablemente no se haya molestado en conservar su propia pureza para ellas.
A Esther le incomoda esa hipocresía. Ella quiere empaparse de Nueva York y beberse la vida a grandes sorbos pero, ya desde las primeras páginas, se percibe su incapacidad para encajar en el mundo.
Ya de regreso a su Boston natal tendrá que enfrentar un verano que será un punto de inflexión en su vida. Esther siempre ha sido una estudiante brillante. Le espera un futuro prometedor en la universidad. Ella solo sabe (y quiere) estudiar, leer y escribir. Se siente inútil respecto a cualquier otra actividad y renuente a aprender cualquier cosa destinada a un oficio que no se vea realizando. Le asusta pensar en el fin de su época de estudiante. Lo quiere todo y a la vez no se ve capaz de nada.
Sí, yo acompaño a Esther-Sylvia por el tránsito de ese año de su vida que nos cuenta, por sus idas atrás en el tiempo, por su narración a veces confusa. Le aferro la mano pero ella no lo aprecia porque se siente sola. Me gustaría tirar de ella y elevarla nuevamente a la superficie. Quisiera levantar su campana de cristal y oxigenarla
¿Qué hay en Esther tan diferente a cualquier chica de diecinueve años que se adentra con miedo en la edad adulta? ¿qué tan diferente a cualquier mujer que reivindique vivir más allá del determinismo social?
Entre las pocas cosas que Esther es capaz de leer está la sección de sucesos del periódico. Allí se encuentra con la noticia de una muchacha muerta. Estrella sucumbe al cabo de sesenta y ocho horas en coma, reza el titular. Esther busca en su bolso una instantánea que se ha tomado esa misma mañana. La compara con la fotografía de la muchacha muerta que ofrece el noticiero. Sus ojos, abiertos; los de la chica, cerrados. Pero Esther sabía «que si los ojos de la muchacha muerta estuvieran completamente abiertos, mirarían hacia mí con la misma muerta, negra, vacía expresión que los ojos de la instantánea».
Busco en Google fotografías de Sylvia Plath a pesar de que ya conozco su rostro. Descarto aquellas en las que está sonriendo o se la ve feliz. No necesito ir en busca de ninguna mía. Sé de varias fotografías tomadas en mi adolescencia en las que aparezco con la misma mirada triste y perdida. No quiero pensar en alguna más reciente. Me pregunto: ¿dónde está la frágil barrera que nos sostiene, que separa la cordura de la locura?
Belsize es el sanatorio mental ficticio en el que internan a Esther. En donde Sylvia estuvo internada fue en el Hospital McLean de Boston. Acerca de esta institución, de Plath y de algún otro ilustre literato he encontrado casualmente un artículo aunque no muy reciente sí que muy interesante que podéis leer aquí.
La vida de Sylvia continuó más allá de lo relatado en este libro como es bien sabido (y como es evidente pues de lo contrario no habría podido escribirlo). Y con ella la campana de cristal que siempre pendió sobre la poeta y que varios años después la asfixió definitivamente.
Es Esther Greenwood quien mantiene esa conversación con Buddy, su ya no sé si seguir calificando de novio en ese momento en el que se produce la rememoración de ese viaje en autostop. Es a Sylvia Plath, sin embargo, a la que oigo, a la que imagino, a la que siento. Me ha ocurrido así a lo largo de toda esta novela.
Esther Greenwood se sienta fuera de su casa en Boston y comienza a escribir una novela. La protagonista se llama Elaine y a Esther le gusta ese nombre porque tiene seis letras como el suyo y porque Elaine es como su alter ego literario. Pero Esther apenas consigue avanzar en su novela. Siente que necesita más experiencia para escribir.
Esther Greenwood tiene una especie de nombre de guerra. Quién no ha usado esa treta en algún momento en su juventud. Un falso nombre que surge de nuestros labios cuando, por ejemplo, en una salida nocturna con amigas un desconocido se nos acerca e inquiere cómo llamarnos. El juego de no ser uno; tal vez de ser esa versión de nosotros mismos que no nos atrevemos a ser. Elly Higginbottom, brota de los labios de Esther.
Sylvia Plath escribe una novela sobre su juventud, sobre su primera gran depresión y su primer intento de suicidio y se hace llamar en ella Esther Greenwood, así cómo cambia nombres de personajes y lugares.
Qué importan los nombres, me digo. Qué importa dónde termina la realidad y comienza la ficción, menos aún cuando tantas veces la ficción permite desempañar mejor que la realidad esa campana de cristal que nos cubre.
La campana de cristal es una novela autobiográfica. Y no sé si es el hecho de saberlo y de tenerlo tan asumido o aquel otro de que el nombre de su protagonista tarde en salir y se pronuncie pocas veces el responsable de que las seis letras del nombre de Esther se difuminen y se conviertan para mí en las de Sylvia. Yo solo veo a Sylvia. Solo puedo imaginar su rostro, su cabello, su mirada. Solo puedo sentir a Sylvia y comprender sus sentimientos y morirme de pena e impotencia por no poder levantar la campana de cristal que la aprisiona.
Es demoledor saber real aun tamizado por la literatura todo lo que se narra en esta novela pero sería injusto reducir su valor tan solo a lo testimonial. La campana de cristal se publicó por primera vez bajo seudónimo en 1963, poco antes de la muerte de su autora. No fue demasiado bien apreciada y fue catalogada como literatura para adolescentes, cayendo en ese error a veces tan común de reducir a eso los libros con protagonistas de cierta edad. Afortunadamente, con los años se ha ido enmendando esa primera impresión, pues esta novela no solo cuenta las idas y vueltas de una muchacha de diecinueve años, sino que retrata la experiencia de una enferma mental y la situación de los sanatorios mentales en los primeros años cincuenta del pasado siglo, amén de plasmar la realidad de las mujeres en un lugar y una época. Todo ello, además, con una incuestionable calidad literaria y cargado de potentes imágenes pues, quien es poeta, es poeta escribiendo en verso o en prosa. Plath es considerada una de las máximas exponentes de la poesía confesional y ese tono íntimo también lo imprime a esta novela.
La novela no comienza con el diálogo con el que abro esta reseña. Tampoco en Boston, en la casa en que la joven Esther vive con su madre y en el verano en el que se le cruza por la mente escribir una novela. La novela comienza justo antes de ese verano en Nueva York, donde Esther, que ha recibido una beca, se encuentra colaborando en una revista femenina. Esther acude con otras jovencitas también becadas a multitud de actividades a las que han sido invitadas y comparte hotel con ellas. Se trata de un hotel solo para chicas. Supongo que esto era así porque, como nos cuenta Esther, «cuando yo tenía diecinueve años, la pureza era el gran tema». Así que las chicas (por muy becadas y buenas estudiantes que sean) tienen que preservar su pureza para ser dignas de la pureza de ese hombre que las aguarda (tantas buenas calificaciones para no ejercer más profesión que la de esposa, madre y ama de casa) y que probablemente no se haya molestado en conservar su propia pureza para ellas.
«Me subí a la mesa de reconocimiento pensando: «Estoy trepando hacia la libertad, libertad del temor, libertad de no casarme con la persona inadecuada [...] sólo a causa del sexo; libertad de los Hogares Florence Cretteden, adonde van todas las muchachas pobres que debieron haber sido ayudadas como yo, porque lo que hicieron, lo harían de todas maneras, sin hacer caso...
[...]
Había aprovechado bien mi permiso para ir de compras, pensé. Era dueña de mí misma».
«El silencio me deprimía. No era realmente el silencio. Era mi propio silencio.Sabía perfectamente que los coches hacían ruido y la gente que iba dentro de ellos y la que estaba detrás de las ventanas iluminadas de los edificios hacía ruido, y el ruido hacía ruido, pero yo no oía nada. La ciudad colgaba en mi ventana, chata como un cartel, brillando y titilando, pero muy bien podía no haber estado allí, por lo que a mí concernía».
Shadow's shadow, fotografía de Robert Couse-Baker «I thought the most beautiful thing in the world must be a shadow» - Sylvia Plath, The Bell Jar |
Ya de regreso a su Boston natal tendrá que enfrentar un verano que será un punto de inflexión en su vida. Esther siempre ha sido una estudiante brillante. Le espera un futuro prometedor en la universidad. Ella solo sabe (y quiere) estudiar, leer y escribir. Se siente inútil respecto a cualquier otra actividad y renuente a aprender cualquier cosa destinada a un oficio que no se vea realizando. Le asusta pensar en el fin de su época de estudiante. Lo quiere todo y a la vez no se ve capaz de nada.
«Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies».Esther no es aceptada en un curso de escritura en el que había solicitado participar y que «se había extendido ante mí como un seguro, brillante puente sobre el sombrío golfo del verano. Ahora lo veía tambalearse y disolverse, y un cuerpo con una blusa blanca y una falda verde se precipitó al vacío». Si es el desencadenante ese rechazo de la depresión que comienza a carcomerla no lo sabemos a ciencia cierta. Si llevaba tiempo latente en ella, tampoco se puede dilucidar con certeza. Esther nos dirá: «pensé en lo extraño que era el que nunca se me hubiera ocurrido que sólo había sido puramente feliz hasta cumplir los nueve años». Yo pienso en que a esa edad Sylvia Plath perdió a su padre, pero lo que verdaderamente ocupa mi pensamiento es acompañar a esa Esther-Sylvia vestida con blusa blanca y falda verde por su espiral de caída o, quizás sería mejor decir, por su parálisis.
«Vi los años de mi vida dispuestos a lo largo de una carretera como postes telefónicos, unidos por medio de alambres. Conté uno, dos, tres... diecinueve postes telefónicos, y luego los alambres pendían en el espacio y por mucho que lo intentara no podía ver un solo poste más después del decimonoveno».Esther no come, no duerme, no lee. Comer y dormir lo haría en algún momento, pues nadie puede sobrevivir tras cierto período de tiempo sin lo uno ni lo otro. Respecto a lo de leer, tal vez tuviera razón y solo fuera capaz de leer y retener cualquier cosa referente a gente loca como ella. «El pensamiento de que podía matarme cobraba forma en mi mente fríamente, como un árbol o una flor» y en cada rama e inflorescencia que una situación común le presentaba ella veía una salida y un fin. Se frustraba con esa resistencia, ese instinto de supervivencia del cuerpo, y quería burlarlo pues sabía grave su estado y no quería ir descendiendo en el escalafón de los sanatorios mentales, ni lastrar la economía familiar, ni soportar la mirada de las cada vez menos comunes visitas buscando en ella los restos de su yo anterior, ni enfrentarse al olvido definitivo, pues «cuanto más incurable se vuelve, más lejos lo esconden a uno».
«¿Qué había en nosotras, en Belsize, que fuera tan diferente de las muchachas que jugaban bridge, chismorreaban y estudiaban en la universidad a la cual yo iba a regresar? Esas muchachas también estaban bajo campanas de cristal de cierta clase».
The silence depressed me, fotografía de Alex Apprich «The silence depressed me. It wasn't the silence of silence. It was may own silence». - Sylvia Plath, The Bell Jar |
¿Qué hay en Esther tan diferente a cualquier chica de diecinueve años que se adentra con miedo en la edad adulta? ¿qué tan diferente a cualquier mujer que reivindique vivir más allá del determinismo social?
Entre las pocas cosas que Esther es capaz de leer está la sección de sucesos del periódico. Allí se encuentra con la noticia de una muchacha muerta. Estrella sucumbe al cabo de sesenta y ocho horas en coma, reza el titular. Esther busca en su bolso una instantánea que se ha tomado esa misma mañana. La compara con la fotografía de la muchacha muerta que ofrece el noticiero. Sus ojos, abiertos; los de la chica, cerrados. Pero Esther sabía «que si los ojos de la muchacha muerta estuvieran completamente abiertos, mirarían hacia mí con la misma muerta, negra, vacía expresión que los ojos de la instantánea».
Busco en Google fotografías de Sylvia Plath a pesar de que ya conozco su rostro. Descarto aquellas en las que está sonriendo o se la ve feliz. No necesito ir en busca de ninguna mía. Sé de varias fotografías tomadas en mi adolescencia en las que aparezco con la misma mirada triste y perdida. No quiero pensar en alguna más reciente. Me pregunto: ¿dónde está la frágil barrera que nos sostiene, que separa la cordura de la locura?
Belsize es el sanatorio mental ficticio en el que internan a Esther. En donde Sylvia estuvo internada fue en el Hospital McLean de Boston. Acerca de esta institución, de Plath y de algún otro ilustre literato he encontrado casualmente un artículo aunque no muy reciente sí que muy interesante que podéis leer aquí.
La vida de Sylvia continuó más allá de lo relatado en este libro como es bien sabido (y como es evidente pues de lo contrario no habría podido escribirlo). Y con ella la campana de cristal que siempre pendió sobre la poeta y que varios años después la asfixió definitivamente.
«Para la persona encerrada en la campana de cristal, vacía y detenida como un bebé muerto, el mundo mismo es la pesadilla.
Una pesadilla. Yo lo recordaba todo. Recordaba los cadáveres y a Doreen, y la historia de la higuera y el diamante de Marco y el marinero en el parque y la enfermera de ojos estrábicos del doctor Gordon y los termómetros rotos y el negro con sus dos clases de judías y los diez kilos que engordé por la insulina y la roca que se combaba entre el cielo y el mar como una calavera gris. Quizás el olvido, como una bondadosa nieve, los entumeciera y los cubriera. Pero eran parte de mí. Eran mi paisaje».
«Pero no estaba segura. No estaba segura en absoluto. ¿Cómo podría yo saber si algún día en la universidad, en Europa, en algún lugar, en cualquier lugar, la campana de cristal con sus asfixiantes distorsiones, no volvería a descender?»
Breathing Symphony, fotografía de Crow «I took a deep breath and listened to the old brag of may heart. I am, I am, I am». - Sylvia Plath, The Bell Jar |
Ficha del libro:
Título: La campana de cristal
Autora: Sylvia Plath
Traductora: Elena Rius
Editorial: Edhasa
Año de publicación: 2012
Nº de páginas: 383
ISBN: 978-84-350-1956-9
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La tendré especialmente en cuenta. De Sylvia Plath sólo he leído los Diarios y son dolorosamente reales. Sobre todo cuando tenemos en mente cómo terminó sus días. Tuve la misma sensación que al leer los Diarios de Virginia Woolf.
ResponderEliminarEn cualquier caso, aunque se trate de una novela, no se puede separar escritura y vida. Y menos en personas tan sensibles como ella.
Un abrazo.
Llevo tiempo también con ganas de leer sus diarios. Me imagino que serán una lectura compleja, absorbente, además de dura.
EliminarCierto que en autoras como ella hay poca separación entre la vida y la escritura. No en vano es una de los referentes de lo que denominan poesía confesional. Y en el caso de esta novela, no es solo autobiográfica en cuanto a sentimientos o estado anímico, sino que a pesar de que cambie nombres de personas y lugares hay muchos hechos que coinciden con su biografía.
Me imagino que si te gustaron sus diarios también te gustará esta novela.
Un abrazo
Menuda reseña. Conocía de nombre a Sylvia Plath como poeta, y como la poesía no me atrae especialmente, no había reparado más en ella. Esta novela que hoy nos traes es otra de las que me atrapan solo con leer un poco de qué trata.
ResponderEliminarQué terrible es tener que escoger al principio de la vida cuando tantas posibilidades se abren ante una, sobre todo si la que más se desea es de las pocas que se cierran. hay que elegir entre el resto, menos apetecibles, menos interesantes, pero igual de excluyentes. Si coges una renuncias a las otras.
Si, además acecha la enfermedad mental, que no sé si es enfermedad o algo que les sucede a los que se niegan a doblegarse, a admitir lo que la sociedad les tiene preparado. No sé si la cordura consiste en aceptar, resignarse, agachar la cabeza y tragar con todo. No sé si siendo así, merece más la pena la cordura humillante o la locura vencedora. No lo sé, pero este libro pasa a mi lista, a ver si soy capaz de averiguarlo o de acercarme un poco al enigma.
Un beso.
Curiosamente, y a pesar de que llevaba tiempo con ganas de leer esta novela, lo primero que leí de Plath fue su poema Tres mujeres. Digo curiosamente porque me atraen los poetas pero de lo que suelo disfrutar más y por lo que más me suelo decantar es por leerlos cuando escriben prosa. Con la poesía solo coqueteo de vez en cuando.
EliminarPienso a menudo en esas decisiones que tenemos que tomar siendo tan jóvenes, cuando todavía no sabemos lo que es la vida y muchas veces incluso tenemos una idea equivocada de lo queremos ser en ella. Porque esas decisiones nos determinan y nos guían por una senda que no siempre es la que más conviene a nuestra realización. Es muy difícil dar media vuelta luego y empezar de nuevo. Y hay que ser muy valiente y/o tener mucha libertad para poder hacerlo.
Me he identificado muchas veces a lo largo de esta lectura con Sylvia Plath. También hay momentos en la novela confusos pero hasta en sus momentos de locura hay un hilo de conexión. Hay un episodio precioso en el que comete un error bienintencionado con unas flores cuando está colaborando como voluntaria en un hospital. Entiendo en qué está el error y por qué debían tratarse las flores y repartirlas de una manera y no cómo lo hace ella pero no puedo evitar sentir que su proceder tiene su propia y maravillosa lógica.
Actualmente se cree que Sylvia Plath sufría trastorno bipolar. A saber cómo hubiera sido su vida (y su obra) si pudiera haber sido tratada con las terapias actuales. Pero es bien cierto lo que dice acerca de que lo que vive cuando está bajo la campana de cristal también forma parte de ella, así como que todos tenemos nuestra propia campana de cristal.
Dudo que puedas responder plenamente a tus preguntas con esta lectura (ni con ninguna otra) pero sin duda podrás reflexionar y ampliar horizontes sobre ellas. Además de disfrutar de una muy buena novela. Espero que así sea.
Besos
De mis eternas pendientes esta autora. Y esta novela. En parte la temo, porque sé que es de esas lecturas que me van a afectar, que me van a doler. Pero son de esas novelas que te llegan y luego no se olvidan. Maravillosa reseña!
ResponderEliminarBesotes!!!
Sin duda es una lectura que deja huella y por tanto no se olvida. Pero en esta novela, además de la experiencia vital que Sylvia Plath relata a través de Esther Greenwood, tiene mucha importancia también el contexto. Quiero decir que hay mucho más en ella aparte del dolor y la enfermedad mental y eso nos ayuda a transitar por ella y mantenernos a flote. No es una lectura ligera de mero entretenimiento pero no le tengas miedo.
EliminarBesos
Leí y reseñé "La campana de cristal" hace ya cosa de cinco años. La novela me encantó por su lenguaje, por su autobiografismo, por esa lucha contra sus tendencias suicidas, por sus intentos suicidas, por su enajenación mental, su neurosis obsesiva, la relación con el poeta Ted Hughes, la bipolaridad de ella, sus ingresos hospitalarios, su creación poética... Todo en Sylvia Plath y en esta su única novela me resultó atractivo y me atrapó cuando la leí. Te dejo el enlace a la reseña que hice hace ya tanto tiempo
ResponderEliminarMuy buena reseña. Un beso grande, Lorena
El caso es una novela muy hacia dentro pero también muy hacia afuera. Hacia dentro por ese tono introspectivo en el que conocemos la lucha de Sylvia a través de la fictica Esther y por su maravilloso lenguaje. Hacia afuera porque refleja muy bien la sociedad estadounidense de la época en cuanto a las mujeres de una determinada clase , y también cómo se trataba a los enfermos mentales y cómo era la estancia en un hospital psiquiátrico de la época (y también aquí habría que añadir quizás de determinada clase).
EliminarPaso a leer tu reseña encantada y a compartir impresiones.
Besos
Ya sé que soy rara y que posiblemente no esté a la altura, pero no me gusto. Me aburrí mucho con esta novela que tengo en el estante esperando el propicio momento de su segunda lectura.
ResponderEliminarBesos
No es cuestión de rareza. A todos nos ha pasado alguna vez leer un libro muy vanagloriado y no congeniar con él. Dale otra oportunidad pero solo si te apetece. Al fin y al cabo, será por libros y autores.
EliminarBesos
Hola!! me encanta Plath, de hecho tengo pendiente una entrada. Por algún motivo me recuerda a Pizarnik o a Virginia Woolf, todas con personalidades complejas y atrayentes a su vez.
ResponderEliminarMagnífica tu recomendación. Me sumo a quien lea esta propuesta se anime con la obra de esta autora. Diría que su obra, es de ésas, que continúa siendo en cierta medida una incógnita; un territorio esperando ser descubierto.
Un abrazo!!!!
Hay como un selecto club de escritoras maravillosas cuya obra es una extensión de su vida o cuya vida es una extensión de su obra. Sí, Sylvia Plath encaja muy bien ahí. Es cierto que su obra es magnética y fascinante pero a la vez tiene algo que hace que no la llegues a alcanzar del todo. Supongo que en parte a eso se debe la fascinación que produce. Afortunados nosotros que siempre nos queda algo por descubrir en ella.
EliminarUn abrazo
Tanta angustia y toda la vida por delante. Parece incomprensible, pero no es extraño y solo basta recordar aquellos años para darse cuenta. Me gusta la metáfora (así lo entiendo) de la higuera, ¿qué fruto escoger? ¿Y si no escoges ninguno y los frutos, el árbol completo se marchita? Creo que esta lectura es demasiado deprimente para mí y temo a la campana de cristal, esa imagen me resulta demasiado familiar. Pero me ha gustado leer tus reflexiones, más a estas horas que son mis únicos momentos de silencio (relativo).
EliminarVeo además que la traductora es Elena Rius, que tiene un blog sobre libros muy interesante (Notas para lectores curiosos).
Un abrazo.
Una de las cosas que más me ha impresionado de esta lectura es que la depresión y tentativa de suicidio de Sylvia/Esther es casi un añadido. Su situación y sus sentimientos no son ajenos a un lector que no haya pasado nunca por una crisis de salud mental como la suya.
EliminarEl fragmento de la higuera me encanta. Es una de las imágenes más potentes de la novela y creo que me la voy a llevar conmigo por mucho tiempo. Es terrible y muy significativa.
No conocía el blog de Elena Rius. Así que voy a echarle un vistazo.
Un abrazo
Uuna reseña donde me perdi no es tu culpa
ResponderEliminares la mía cuando a veces no entiendo lo que se dice cuando el escrito es demasiado largo
un saludo real desde Miami
Siento que te hayas perdido. Gracias igualmente por el intento de lectura.
EliminarUn saludo
Me has encantado, tanto como este libro. Lo leí hace unos meses y no me esperaba para nada el camino que iba a seguir, pues poco sabía de Plath, la verdad. Así que al acabar la novela, fui directa a buscar información sobre ella y eso, que me dejó un mal cuerpo... Y pensar que sufrió de esta manera... los pelos como escarpias.
ResponderEliminarY cómo escribía, qué maravilla.
¡Un saludo!
Yo sabía de la novela desde hace tiempo, así como que era autobiográfica. Pero, aunque esperaba que me gustase, no contaba con que me ofreciera tantos añadidos. Es decir, esperaba una novela íntima pero además de una narración introspectiva me encontré con todo ese contexto de la época en la que vivió Sylvia Plath como mujer. Y eso que sabía que se la considera una escritora feminista. Pero esperaba una novela más puertas para adentro (que lo es) pero también es puertas para afuera.
EliminarSí, es una maravilla cómo escribía.
Saludos
Ha ocurrido otras veces que el paso del tiempo ponga en su justa medida el valor de una novela, en casi todos los casos pasa de ser infravalorada a reconocer sus méritos, es curioso, a veces hace falta el cambio de una generación, o dos, para que esto suceda, como si sucumbiese un pensamiento dominante, que también llega a la literatura, por una mirada renovada, con más matices… un poco lo que se vaticina que pueda ocurrir ahora en el mundo en crisis pandémica.
ResponderEliminarCreo que mucha de la frustración humana, de su insatisfacción, viene dada por esa palabra; libertad, tan etérea, sin que nadie sepa muy bien que es, la humanidad vive atrapada, o encerrada en algunas palabras, creo que el mundo no encajaba en las palabras que daban sentido a la realidad de Silvia Plath, sumiéndola en el desaliento. Supongo que cada uno tenemos nuestra campana de cristal.
Un abrazo, Lorena.
Hay gente adelantada a su tiempo, como se suele decir. Nos abren camino pero para ellos debe de ser frustrante no encajar en el lugar y el tiempo en los que le tocó vivir. Hay que renunciar a muchas cosas para ser libre. Yo también creo que todos tenemos nuestra campana de cristal.
EliminarUn abrazo, Paco
Madre mía. Aquí me pillas en falta. No he leído nada de la autora, ni prosa ni poesía. La poesía siempre me pareció demasiado intensa para mí, para mi sensibilidad. En general, con la poesía es lo que me pasa, que no creo estar a la altura. Ahora bien, esta novela es para leerla. Lo que ocurre es que, entiendo que debe ser para un momento muy concreto y no creo que yo esté en mi momento idóneo para enfrentarme a ella. En estos días, semanas y ya meses, mi cabeza está totalmente descentrada y hasta un cuento infantil me cuesta... Pero eso sí, lo tendré en cuenta cuando todo esto acabe, y no solo este libro sino a la autora. Gracias por una reseña tan completa. Besos
ResponderEliminarCreo que eso es algo que a muchos nos pasa con la poesía. No la afrontamos por miedo a no entenderla , a no estar a la altura. Yo leo poca poesía y desde hace poco, antes no leía nada. Y mira que valoro la sensibilidad de los poetas y que me encanta leerlos en prosa. También es verdad que necesito una paz especial y disponer de tiempo extra para leer poesía.
EliminarEsta novela es maravillosa (Sylvia Plath lo es) y tiene muchas virtudes. El tiempo decidirá cuando te tienes que encontrar con ella.
Ni te cuento de mis faltas (carencias lectoras).
Besos
Yo sabía de la poeta Sylvia Plath, pero ni idea de su prosa. A mí esta novela autobiográfica me ha llamado mucho. Y al igual que comenta Varado en la Llanura, la metáfora de la higuera me ha gustado mucho.
ResponderEliminarSi empiezo con Sylvia Plath, ¿ crees que mejor empezar directamente por su poesía o bien esta novela? ¿O sus diarios?
¡Un abrazo!
Suelo pensar que conocer parte de la vida de los autores o el contexto en el que esta tuvo lugar ayuda a entender su obra, más cuando esta está tan ligada a su vida, como es el caso, porque además su poesía se encuadra dentro de lo que llaman poesía confesional. De todas formas yo lo primero que leí de Sylvia Plath fue su poema tres mujeres. Es un poema largo a tres voces sobre tres perspectivas diferentes ante una inminente maternidad. No tuve ningún problema para comprenderlo aun siendo mi primer contacto con la autora. En cuanto a sus diarios no los he leído aunque espero hacerlo algún día. Yo seguiría tu intuición. Si te llama esta novela, pues a por ella.
EliminarUn abrazo
Es uno de los títulos clásicos que me habían sugerido apenas destiné mis lecturas a literatura en general. De hecho, lo debo tener en algún lado, pero esa etiqueta de 'adolescente' creo que lo ha acompañado hasta hoy, que he podido leerte y desasnarme.
ResponderEliminarLo tendré en cuenta. Sigo preguntándome ¿qué hay en un nombre?, como lo haría el temible Bardo inglés. La cualidad sigue estando por encima de cómo lo designamos.
Un abrazo, Lorena.
Sorprende que algunos libros sean tildado de literatura juvenil solo porque sus protagonistas no cuenten mucha edad. Sin duda los más jóvenes podrán identificarse en muchos momentos con ellos pero pienso que muchas cosas se entienden mejor trascurridos unos años. Pienso que este es uno de esos casos.
EliminarOtro abrazo para ti