Las amantes boreales - Irene Gracia

«En las noches blancas no puedes huir aunque lo desees. En esas noches sin noche solo los infelices miran los relojes para convencerse de que pasa el tiempo, ignorando que el tiempo se detiene, que solo transcurre en su mente y en el vientre del reloj, mientras el cielo permanece fiel a su contrato con la eternidad, emitiendo siempre la misma luz irreal que puede volverte loca.
Fedora y yo éramos la loba roja y la loba negra, y ya nos habían condenado a vivir una vida al margen de la vida y a sufrir noches ajenas a la noche. Nuestro viaje a la otredad estaba a punto de comenzar y nuestra suerte estaba echada desde que nos expulsaron de la Escuela Imperial de Ballet. Y ahora íbamos a abandonar San Petesburgo como dos delincuentes».
Existen miles de listas (existen listas para todo) de grandes comienzos literarios; listas en las que suelen estar incluidas novelas como Anna Karenina de León Tolstói o el patrio Corazón tan blanco de Javier Marías entre otros grandes clásicos de la literatura universal. No soy muy partidaria de hacer listas pero creo que, si tuviese que hacer una selección de los mejores comienzos de los libros que he leído, entendiéndose en este caso por mejores aquellos que consiguen envolverte por completo y sumergirte en la atmósfera del libro desde la primera frase, el que precede a este párrafo, que pertenece por supuesto a la novela cuya reseña hoy publico, ocuparía un lugar de honor junto a Reparar a los vivos de Maylis de Kerangal, Agua salada de Charles Simmons y Detrás del hielo de Marcos Ordóñez.

Si arranco con este comienzo es por ver si alguno de vosotros es víctima de su influjo y sufre de amor a primera vista por este libro. En mi caso fue así aunque no por leer estas primeras frases, cosa que no hice hasta tener la novela en mis manos ya dispuesta para su lectura. Mi atención la captó su portada y título; mi curiosidad, el nombre de su autora hasta entonces para mí desconocida; pero fue la sinopsis que la acompaña la que hizo latir en mí ese pálpito premonitorio que nos arrastra inexplicabe e irremediablemente hacia algunas lecturas. Comienza dicha sinopsis con unas palabras que Gustavo Martín Garzo le dedica a Irene Gracia, autora de Las amantes boreales, y que, viniendo del escritor vallisoletano, del que conozco la especial atmósfera que caracteriza su obra, me parece todo un piropo. Dice así:
«Irene Gracia es nuestra escritora más secreta. Son extraños esos seres heridos y lunáticos que pueblan sus obras, siempre llenos de una oscura y melancólica belleza. Esas muñecas que fingen ser humanas, esas bellas ahogadas, esos ángeles perdidos, esas muchachas que pierden su voz... La lectura de sus novelas es como visitar aquellos prados de la verdad de los que hablaban los griegos». 
Es sin duda Irene Gracia una escritora injustamente desconocida, a pesar de haber sido reconocida con algún premio y de contar en su haber con un nada desdeñable puñado de novelas y cuentos. Es pintora, además de escritora, y se nota su admiración por el arte en el sentido de que en la trama de sus novelas siempre destaca una disciplina artística, como en este caso, la danza. Su prosa es bella, lírica, también oscura y melancólica, y regada por doquier de referencias culturales y mitológicas. Y sus dos protagonistas en la novela que nos ocupa, Roxana y Fedora, son dos nínfulas de peligrosa inocencia. El problema, o más bien la duda que he ido arrastrando durante buena parte de la lectura y que no he conseguido disipar tras su conclusión y posterior reflexión, es si tan magnífico edificio ornamental se sustenta sobre unos cimientos firmes, o, mejor aún, si las catacumbas y pasadizos ocultos de ese edificio nos conducen a algún lugar.

Las amantes boreales comienza con la llegada de Roxana y Fedora, dos íntimas amigas en el albor de sus dieciséis años, al internado de Palastnovo, situado en la isla de Valaam a orillas del lago Ladoga, al cual han sido, más que enviadas, desterradas por sus respectivas familias tras su expulsión de la Escuela Imperial de Ballet de San Petersburgo, en la que no solo han estudiado sino residido durante los últimos años. Poco después sabremos del motivo de dicha expulsión y destierro, amén de de la desabrida relación que mantenían con sus familias y de cómo se conocieron de niñas en un cementerio de pianos y sellaron su amistad. Es un capítulo hermoso el que narra estos hechos, una pequeña y bella historia dentro de la historia principal.

Palastnovo es un lugar inhóspito y la isla que lo cobija es extraña y sus habitantes ambiguos y peculiares. Es un escenario de cuento con tintes góticos, mezcla de realidad y elementos oníricos. Pero el cuento se vuelve tenebroso, macabro, oscuro, feo. Antes de que se materializaran algunas cosas que sucederían después, ya había captado algo en la atmósfera que trajo a mi memoria la novela Cuatro por cuatro de Sara Mesa. Irene Gracia es, sin embargo, más explícita que Mesa en algunas escenas. No es que ello me moleste; no es la primera historia cruel, violenta incluso sexualmente, que leo. Recuerdo a bote pronto novelas mucho más duras que esta como son El deshielo de Lize Spit y la magistral Claus y Lucas de Agota Kristof que, por cierto, acaba de reeditar Libros del Asteroide. Lo que sí puede incomodarme es que esa violencia sea gratuita, que no haya nada más allá que la justifique, que esté carente de contenido (y hablo por supuesto de la violencia como recurso narrativo o artístico y no de la violencia real). Leyendo Las amantes boreales he temido por momentos que esto fuera así. Su autora me lleva, porque su prosa es sencilla y ágil, pero no sé adónde. Y tampoco es esto algo que suela importarme, pues leo con la atención fijada en la página presente, ocupada en disfrutar de cuanto me ofrecen por el camino, pero, en este caso, no estoy muy segura de cuán fructífera será la cosecha que estoy recolectando.

Es la trama. Es la trama la que flojea, la que es inconsistente, la que no me lleva a ninguna parte, la responsable de que ese maravilloso edificio de palabras que arma Irene Gracia se tambalee y amenace con derrumbarse. Me doy cuenta cuando lo revisito, cuando vuelvo sobre lo leído. Sus estancias parecen vacías pero el eco habita, domina y retumba por doquier.

Las amantes boreales es un libro en el que hay algo que no termina de cuajar pero no es para nada una historia vacía. Nos habla de esa edad en la que somos una hoja en blanco por escribir y de la sin embargo incapacidad de escribir nuestro propio destino. Es la edad en la que la amistad alcanza cuotas de un poder pensamos que ilimitado para encontrarnos a la vuelta de la esquina con que una parte de ese binomio que adivinábamos instantes antes indisoluble ha comenzado a transitar un sendero estrecho en el que solo cabe uno. Es la edad de lo absoluto, de lo extremo, del vivir intensamente o dejarse morir. También la de asentar la identidad, la de experimentar y la del despertar sexual. Además, esta novela también habla de la corrupción de la inocencia, de la trampa y el peligro de la belleza, del placer y el dolor como caras de una misma moneda, de la fascinación por lo que nos provoca miedo, de lo oscuro que habita en cada uno de nosotros, el juego de espejos y matrioshkas que cada uno lleva dentro.
«-No grites. ¿Quién es Fedora?
Su voz me llegó desde los confines del sueño. Me desperté y respondí:
-La desaparecida que vive en mí».
Valamo Monastery, Karelia, Rusia. Fotografía de Swedish National Heritage Board.

La escritora madrileña elige los años inminentes a la Revolución de Octubre como escenario de su novela. Probablemente su elección se deba tan solo a su manifiesta fascinación por la cultura rusa pero también se me antoja que existen ciertos paralelismos entre la historia rusa de aquellos años y la historia que viven Roxana y Fedora en estas páginas, entre la revolución política de la primera y la revolución íntima de las últimas.
«Siempre que los nobles se interesan por la plebe, es para arrebatarle algo que ellos no tienen. Son como los vampiros...» 
«¡Qué injusticia! ¿Es un deshonor ser carroñero? Los hombres lo son y no por eso despreciamos a la humanidad». 
«Solo debemos asustarnos de nuestros propios demonios». 
«Los hombres tienen la costumbre de sustituir unos infiernos por otros. ¿Acaso no lo sabes?» 
«¿No decía Oscar Wilde que siempre acabamos matando lo que más amamos?» 
Si esta fuera la opera prima de Irene Gracia declararía sin dudar eso tan manido de que es una escritora con mucho potencial. Su voz es fresca, bella, original. Consigue crear una atmósfera mágica y realmente envolvente. Toca buenos temas aunque le falta profundizar y rematar. Pero, precisamente, por no ser una primera novela, no se pueden achacar sus carencias a la inmadurez. Sin embargo, el hecho mismo de no ser una primera obra implica no ser la única. Tal vez ocurra con este libro como con el citado Cuatro por cuatro de Sara Mesa, que es un libro interesante, repleto de cualidades pero para nada lo mejor de su autora. Me pregunto si hubiese seguido leyendo a Sara Mesa de ser ese el primer libro suyo que hubiera leído y no saber por tanto lo que podía dar de sí. Me pregunto si volveré a leer a Irene Gracia y disiparé así por fin mis dudas. La ruta abierta por mi mapa literario me dará la respuesta a si alguna vez volveré a recalar en su universo de vida y destrucción. Mientras tanto, sigo leyendo y por tanto haciendo mías las palabras que Fedora le dedica a Roxana hacia el final de esta novela en la que la prosa se mueve al ritmo sinuosos de los cuerpos de sus bailarinas: «Notre danse de la vie et la mort continue, mon amour, mon trésor».

Isadora Duncan. Fotografía de Arnold Genthe.





Ficha del libro:
Autora: Irene Gracia
Editorial: Siruela
Año de publicación: 2018
Nº de páginas: 268
ISBN: 978-84-17454-50-0
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Comentarios

  1. Interesante en principio esta historia de estas dos jovencitas, lolitas o nínfulas, que se encuentran en ese momento tan especial que es la eclosión, el despertar de todo dentro de la persona.
    Me fío mucho de tu criterio y si Irene Gracia no te ha convencido creo que lo mismo me sucedería a mí. Así que dejo por ahora pasar a esta escritora madrileña y eso que, también como a ti (ja, ja...), las opiniones de Martín Garzo no suelo dejarlas caer en saco roto.
    Un beso

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    1. A mí me gusta mucho Gustavo Martín Garzo y eso que hace mucho que no leo nada de él.

      Creo que lo mejor de este libro es la atmósfera que logra crear pero es cierto que la trama no me ha convencido y así es difícil que el libro convenza del todo. Aun así, algo tiene que no solo me ha llevado a escribirle una reseña sino que no descarto leer algún libro más de esta autora. Tú a mí no me hagas mucho caso y sigue tu propia intuición.

      Besos

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  2. Una pena que no haya sabido rematar bien, porque pintaba bastante bien esta novela. Pero tengo qeu admitir que con cierta curiosidad me dejas. Si se cruza, quizás me anime.
    Besotes!!!

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    1. No es el remate en sí lo que falla, Margari. Aun así, la novela tiene sus cosas buenas, así que si te tienta anímate y júzgala por ti misma.
      Besos

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  3. Es curioso lo que cuentas de esta novela. Me veo tentada a pensar que es lo que yo llamo "mucho ruido y pocas nueces" aunque no me atrevo finalmente a calificarla así.
    La belleza de la prisa con una trama que falla, me llevaría a eso, pero de tus palabras deduzco que puede haber algo más en esta novela.
    No sé si decidirme con ella; no sé qué me pesa más, si tus alabanzas o tus objeciones. A ver.
    Un beso.

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    1. Investigando un poco después de leer esta novela, di con unas declaraciones de la autora en las que comentaba que con este libro le había pasado algo que no le había ocurrido con los anteriores: y es que fueron las dos protagonistas las que tomaron el rumbo de la historia. No digo que no haya casos en los que no resulte fructífero que un escritor deje hablar a su personajes y les de plena libertad para llevar la historia, pero creo que en este caso ha sido un error. Y es una pena porque todo lo que envuelve esa historia me ha gustado mucho y además me ha creado la necesidad de hablar de ello. De todas formas, tú sigue tu intuición o busca más opiniones y a mí no me hagas mucho caso.
      Besos

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  4. A priori, esa bella portada y título tan evocador, parecen un buen augurio, eso nos pasa a muchos lectores, seguir el pálpito de alguna señal sutil, a veces imprecisa, pero que nuestro "radar" detecta al instante, y te lleva en volandas hasta el libro, yo he leído varios arrastrado por esas sensaciones, casi siempre son aciertos... pero es inevitable encontrarte con algo por debajo de tu entusiasmo. La escritora, por lo que veo, tiene tablas, al menos bien avalada por ciertos premios (no todos son fiables, claro).
    Siempre me interesan tus matices y reflexiones sobre los libros, precisamente porque tienen recorrido más allá del libro ;)
    Un abrazo, Lorena.

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    1. Casi siempre son aciertos, así es. A mí la intuición lectora pocas veces me falla pero lógicamente no es infalible.

      La escritora ciertamente no es una recién llegada y goza de cierto reconocimiento pero paradójicamente es bastante desconocida. No sé si eso debería haberme dado de pensar. Yo sigo con la duda de si este es el libro menos bueno (en mi opinión) de esta autora o de si es el caso de una escritora con muy buenas cualidades pero que no termina de resultar solvente. Y por una parte me daría rabia invertir tiempo en otro de sus libros teniendo tanto autor aún por descubrir pero, por otra, algo tiene Irene Gracia que me llama. En fin, el tiempo como siempre decidirá.

      Un abrazo

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  5. Es una pena que no llegue a cuajar, porque tiene elementos interesantes. Siempre he pensado que es más seguro para un escritor mantenerse en su contexto, es decir, Dostoiveski escribe en Rusia y sobre Rusia, Zweig sobre las perturbaciones europeas que le tocó vivir, Delibes es Castilla, entre otros: desde lo particular llegan a lo universal y por eso sus obras son tan perdurables. Lo que nos seduce de los escritores nórdicos es precisamente lo nórdico y de los latinoamericanos, su léxico y poso cultural (¿te imaginas que Vargas Llosa hubiera ambientado "La ciudad y los perros" en el Berlín de 1933?). En cualquier caso, como soy muy curioso, me llevo anotados dos autores (incluyo a Martín Garzo) para futuras lecturas.
    Un abrazo.

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    1. Gerardo:
      Me ha encantado leer la reflexión que haces en tu comentario. La suscribo plenamente. Ahora mismo estoy leyendo la biografía que Zweig hizo de María Estuardo y coincido contigo en que el mejor Zweig es el que habla de su época inmediata y no el que se transporta 400 años atrás para hacer libros de supervivencia. ¡Y mira que están bien escritos estos libros de supervivencia! Pero...

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    2. Leer a Zweig para mí es leer la historia europea del siglo XX. Claro que aún no me he animado con su vertiente de biógrafo.

      Estoy muy de acuerdo con lo del contexto vital de los escritores. Nada mejor que escribir sobre lo que se conoce y se ha mamado y desde lo particular trascender a lo universal. De todas formas creo que en este caso a la novela no le ha restado el hecho de estar ambientada en los años previos a la Revolución Rusa, es un hecho que casi siempre está en un segundo plano pero que va muy bien con la atmósfera de este libro de Irene Gracia.

      De Gustavo Martín Garzo, como expreso en algún comentario, hace muchos años que no leo nada aunque por ningún motivo en especial. No sé cómo lo acogería la lectora que soy ahora pero sí sé que guardo un buen recuerdo suyo y que me sigue pareciendo un escritor muy a tener en cuenta. Me sorprende por una parte que no lo hayas leído pero, por otra, bien sé que el tiempo alcanza para lo que alcanza.

      Un abrazo

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    3. Leí varios libros de Martín Garzo (vino invitado al instituto en un par de ocasiones, aunque yo ya lo conocía de haberlo leído). Ahora hace mucho tiempo que no lo leo porque lo último a lo que me acerqué no me gustó mucho. Era "La carta cerrada" en 2011. No es un autor que me acabe de convencer. Tal vez debería intentarlo con algo más reciente.

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    4. No he leído nada reciente de él. Recuerdo que el primer libro suyo que leí fue La soñadora. Después creo que leí Mi querida Eva, aunque mi memoria es tan mala que no podría asegurarlo. Y también otro libro más antiguo y de corte un poco más fantástico que no me gustó tanto. En fin, pareciera que ya hace siglos de ello y, aunque no descarto leer alguna vez algo más de Martín Garzo, tampoco está ahora mismo entre mis prioridades lectoras retomarlo ni sé si lo disfrutaría igual que lo hice en su día, pero sí guardo un grato recuerdo de aquellas lecturas.

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  6. Pues no sé..., un buen comienzo es importante (también recuerdo el de "Detrás del hielo". El que la prosa sea bella, lírica me llama mucho la atención y lo de que sea dura y violenta no me echa para atrás (todo lo contrario). Recuerdo también "El deshielo", una novela cruda que me cautivó. Pero eso de que la trama flojee, pues sigo sin saber... ¿Quién sabe? Como somos un mundo, igual la leo yo y resulta que la trama me gusta mucho
    Un beso

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    1. Tienes toda la razón. Yo aquí solo dejo mi opinión personal, y el que a mí no me haya convencido plenamente no significa que a otro lector no le pueda entusiasmar.

      Trata un tema indigesto pero, sin embargo, no me resultó duro de leer. Nada que ver con El deshielo, desde luego, que además me parece mucho mejor novela. En todo caso, decide por ti misma y ya me cuentas.

      Besos

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  7. En principio, tu reseña me resulta atractiva hacia este libro, aunque opongas tus reparos. Aquí no la tenemos aún, por lo que existen otros títulos de la autora disponible. Si hay alguno por el que comenzar, se agradece la sugerencia.
    Estoy leyendo al Zweig de Mitteleuropa; amo a Dostoyevski por sus historias tan humanas y Delibes sigue siendo un autor de referencia. De 'Cuatro por cuatro', puedes leer mi opinión.
    Gracias por tu reseña, honesta como siempre.
    Un abrazo.

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    1. No sabría decirte por cuál de sus libros es mejor empezar, pues este es lo primero suyo que leo.

      Me paso encantada a leer tu reseña de Cuatro por cuatro.

      Un abrazo

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