Rezwana: un expediente europeo - Mariangela Paone y Rezwana Sekandari


Esta es una historia que no tiene un final.
La que leen es una historia abierta,
como una herida que no se cura,
como una esperanza que no se apaga.


Porque no tiene un final la historia que os traigo hoy comienza y termina en un mismo punto geográfico, en Lesbos.

Lesbos es una isla griega. Lesbos es una isla europea del Mediterráneo, como lo es Lampedusa. Lesbos también es un símbolo de la vergüenza europea.

El libro que os traigo hoy comienza el 23 de junio de 2022 en Lesbos. Comienza con una joven de veinte años frente a dos rectángulos de mármol plantados en la tierra. Uno reza: «Άγνωστη Γυναίκα», mujer desconocida. Unos metros más allá, en la otra lápida puede leerse: «Άγνωστο Κορίτσι», niña desconocida.

La periodista italiana Mariangela Paone describe a Rezwana Sekandari frente a esas sepulturas como «una diminuta mancha negra en medio de un erial de yerba alta y seca». Rezwana ha pedido quedarse sola y Mariangela y Natassa Strachini, la abogada que las ha ayudado a conocer la identidad de esa mujer y esa niña desconocidas, respetan su deseo.

Los de la mujer y la niña a las que Rezwana llora a solas no son los únicos cuerpos enterrados en ese erial de yerba alta y seca. «En la explanada, enclaustradas entre olivos seculares, con sus ramas torcidas como brazos dolientes elevándose hacia el cielo, hay decenas de lápidas como estas. «Άγνωστος», desconocidos. Hombres, mujeres, niños». Aquellas frente a las que se encuentra Rezwana son, sin embargo, «las únicas que han sido liberadas de la maleza». Lo son porque Mariangela y Natassa han querido adecentarlas para la llegada de Rezwana. Además, «las dos personas que identifican ya no son nombres desconocidos. Se llamaban Negin y Fátima, tenían once y treinta y siete años y murieron hace siete, el 28 de octubre de 2015».

La historia de Rezwana comienza en Lesbos ese 28 de octubre de 2015. Tiene trece años. Ha dejado Afganistán días antes. No lo ha hecho sola. Viaja con su padre, Naseer; con su madre, Fátima; con su hermana Neguin, de once años; con su hermano Hadith, de cinco; y con la pequeña Mehrumah, de apenas catorce meses. Rezwana es la única que llega.

Rezwana es la única de la familia que llega con vida a Lesbos. Naseer, Fátima, Neguin, Hadith y Mehrumah perecen en el Mediterráneo. No fueron los únicos en morir en esa tumba de agua aquel día. «Los registros oficiales contabilizaron 274 supervivientes y, al menos, cuarenta y tres muertos —diecisiete hombres, seis mujeres, diecinueve niños, un bebé— y un número indeterminado de desaparecidos». Todos ellos víctimas del naufragio de ese barco de madera que tanto decepcionó y preocupó al padre de Rezwana cuando lo vio. Él, que había vendido la casa familiar para costear el viaje. Él, que había pagado más, mucho más, para llegar a Europa en un barco grande y seguro.

Seguridad: ese es el motivo por el que tanta gente deja sus países poniendo en riesgo sus vidas y las de sus familias. Ese es el motivo por el que el Naseer, cámara de televisión y amenazado por causa de su trabajo, decide buscar una vida mejor para su familia. Rezwana nos cuenta: «La gente quiere ir a Europa porque no está segura aquí. Nadie quiere dejar su país, yo amo a mi país, pero si no puedo estudiar, si no puedo vivir mi vida aquí, intentaré buscarme una vida segura en otro lugar. Por eso la gente se quiere ir a Europa, porque es un lugar seguro». Shakila, tía abuela materna de Rezwana que lleva años viviendo en Suecia, le dice a Mariangela Paone: «Aquí estamos bien, tenemos lo que nos hace falta, tenemos trabajo y mis hijos pueden trabajar y estudiar. Me gusta todo de Suecia. Me gusta no tener miedo cuando yo y mi hija volvemos a casa de trabajar a las diez de la noche, me gusta no tener miedo al andar sola por la calle. Me siento segura y esto es lo que más aprecio, esta tranquilidad, esta seguridad…»

El GPS del smartphone de uno de los supervivientes al naufragio «permitió establecer que cuando el barco se hundió había ya entrado en aguas territoriales griegas, lo que devuelve la responsabilidad de la operación de rescate a las autoridades helenas y europeas», las cuales, más que rescatar, entorpecieron el rescate. Esa es la seguridad que ofrece Europa.

Otra fecha: 2 de septiembre de 2015. A lo mejor no os dice nada, pero seguro que todos recordáis la siguiente imagen: un niño pequeño de tres años yaciendo boca abajo en una playa turca. Se ahogó en el mar Egeo junto a su madre y su hermano huyendo de la guerra en Siria. Se llamaba Alan Kurdi. «Unas semanas después de la muerte del pequeño, cuando ya se esfumaba el eco de las palabras de desesperación de su padre, llegó la noticia de un accidente de enormes dimensiones. Un barco de madera, con más de trescientas personas a bordo, se había hundido a unos tres kilómetros de Lesbos». Era el barco en el que viajaba Rezwana y su familia.

Recuerdo que refugiado fue la palabra del año 2015. No recuerdo el naufragio de ese barco de madera a unos tres kilómetros de Lesbos el 28 de octubre de 2015. Ni siquiera recuerdo, ahora que he leído sobre él, haberme enterado entonces de la noticia. No había terminado aún el 2015 y yo ya había olvidado. No habían trascurrido ni dos meses desde esa imagen del pequeño Alan Kurdi que conmocionó a medio mundo y a otra cosa, mariposa. Olvido europeo.

No todos los europeos olvidan. No todos tienen que actuar con disimulo vergonzante. Algunos de ellos colaboran en este libro que os traigo hoy y que, como cuenta Mariangela Paone en los agradecimientos, «nació como un «diario colectivo» y no hubiera sido posible sin las personas que, con generosidad, han aportado su parte de esta historia».

Charlotte Vestli es una de esas personas. Fue una de las voluntarias que asistió a los náúfragos que llegaron a Lesbos el 28 de octubre de 2015. Fue la primera persona que le habló a Mariangela Paone de Rezwana Sekandari, así como la persona que las puso en contacto. «Cuando pienso en Charly», relata Rezwana, «pienso en un abrazo. Ella fue la primera que me dio un abrazo cuando yo estaba toda mojada y acababa de perder a mi familia. Me dio ropa limpia, me dio de comer. Yo no podía ni hablar aquella noche. Lloraba sin más. No podía ni gritar. Ella me acariciaba la cabeza. Cuando pienso ahora en aquellos momentos, pienso en su abrazo. I’m so in love with her».

Oscar Camps, fundador de Open Arms, colaboró en el rescate. Las imágenes que se quedaron en su retina son dantescas. Es habitual que quien presencia escenas como las que él vio las describa como si de zonas de guerra se tratasen. Camps señala que no es lo mismo ver un cadáver que ver cómo alguien muere a escasos metros de ti sin que puedas hacer nada. En una situación en la que no se puede salvar a todos hay que tomar decisiones rápidas y duras. Con su moto acuática recogía un náufrago, lo dejaba en la orilla y volvía a por otro. Priorizaba a los niños y cuando volvía a por los padres estos ya se habían ahogado. «Después de aquel día y cuando en el puerto vi a los niños solos, tomamos una decisión muy importante: rescatar a familias enteras o dejar morir a familias enteras. Nunca más vamos a rescatar a niños solos. En diciembre hubo otro naufragio, sacábamos a las familias enteras, cogíamos hasta a la abuela, y luego íbamos a por otros. Fue la decisión más dura, pero es una regla que nos dimos y que seguimos poniendo en práctica». No más Rezwanas. No más manchas diminutas y solitarias en medio del caos.

Isla de Lesbos, Grecia. Imagen satélite de la NASA en dominio público.

La siria Amel Alzakout fue otra de las supervivientes del naufragio. Viajaba desde Turquía con un amigo, el chico del smartphone en cuyo GPS quedó registrada la localización exacta del hundimiento. Mientras él iba compartiendo su ubicación con unos amigos para que le fueran siguiendo la pista durante el viaje, Amel grababa la travesía con una pequeña cámara sumergible. El móvil, que colgaba del cuello de su amigo, quedó inutilizado minutos después de que la embarcación se fuera a pique. Sin embargo, la cámara de Amel siguió grabando. Son tres horas de grabación que permitieron, «tiempo después, documentar qué pasó aquel 28 de octubre, cómo el barco se hundió en aguas territoriales griegas en un brazo de mar que estaba fuertemente vigilado y por qué la muerte de decenas de personas podía haberse evitado».

Amel Alzakout vive actualmente en Alemania con Khaled Abdulwahed, su pareja. Ambos son cineastas y ambos sacaron adelante en 2020 su proyecto de realizar un documental con las imágenes del naufragio que grabó la cámara de Amel. Se titula Purple Sea y está disponible en True Story, una plataforma de videos en streaming dedicada a historias de no ficción. La película dura poco más de una hora. No la he visto porque no se puede estar suscrita a todo y ni siquiera sabía de la existencia de True Story. Sí he visto el avance que ofrece la plataforma. Dura apenas un minuto (podéis verlo aquí). Durante los primeros segundos la cámara, que no para de moverse, graba imágenes confusas bajo el agua con varios amagos de emerger a la superficie. Al final del vídeo la imagen consigue mantenerse a flote y permite ver a varias personas en el mar con chalecos salvavidas de color naranja. Al fondo —un fondo cercano pero inalcanzable— se divisa tierra. Se escuchan gritos. Es un océano de gritos.

Sé por el libro de Mariangela Paone que esa agua de la que provenían esos gritos estaba helada. Sé por este libro que los niños se escurrían por los salvavidas, demasiado grandes para ellos. Sé que el padre de Rezwana no compró salvavidas para él y su familia; iban a viajar en un barco seguro y los salvavidas eran caros.

Las de Purple Sea son imágenes en bruto. Constituyen un testimonio que en el momento de ser filmado no buscaba ningún propósito. Desprovisto de cualquier sentido de la estética, ese minuto me impacta precisamente por su descarnada veracidad. Y, sin embargo, Amel Alzakout quiso de algún modo cuidar a sus compañeros de infortunio. A Mariangela Paone le cuenta: «No quise mostrar sus rostros por dignidad, porque yo misma, cuando estaba en el agua, me sentía muy humillada. Yo no quiero ser solo una víctima, lo soy… Pero tenía una vida antes y la tengo ahora. Algunos desafortunadamente ya no la tienen. Y esta fue la razón principal».

Rezwana Sekandari también tenía una vida antes del naufragio. Era feliz en Afganistán. Quería a su hermano. Admiraba a su hermana. Sus padres le habían dejado elegir el nombre de su hermana pequeña. Estudiaba y también trabajaba haciendo doblaje en el canal de televisión en el que trabajaba su padre. Tenía amigas con las que soñaba un mañana brillante. Pertenecía a una generación en la que se había sembrado la esperanza de ser dueña de su futuro. Pero esa esperanza fue tan solo un espejismo.

Rezwana Sekandari quiere tener una vida tras el naufragio. Su padre quería ir a Suecia y es allí donde ella quiere vivir. Tras pasar por varios centros de refugiados y casas de acogida, consigue llegar a ese país y vivir con su tía abuela y la familia de esta. Pero la política de acogida de refugiados de la Unión Europea es rígida y, cuando Rezwana cumple dieciocho años, es devuelta a Grecia, el primer país europeo al que llegó y que ya le había dado asilo, el país que para Rezwana es el lugar en el que perdió a su familia y se quedó sola. Burocracia europea.

Más noticias internacionales. Más imágenes que nos conmueven pero que pronto olvidamos porque nos son lejanas, porque no nos tocan. Estas son de mediados de agosto de 2021. «Eran los días posteriores al retorno de los talibanes al poder en Kabul [...] y la prensa hablaba de Afganistán como si nunca nos hubiéramos olvidado, como si, hasta unos días antes, no se hubieran estado deportando desde Europa a los afganos que no habían conseguido el asilo. Las televisiones difundían a todas horas las imágenes de las estampidas mortales en el aeropuerto de la capital, con las delegaciones extranjeras que huían corriendo y miles de afganos obligados a abandonar sus casas con lo puesto, para escapar de las represalias del nuevo-viejo régimen. Pero lo que hoy copa los titulares mañana acaba en el olvido. Y así, mientras se cubría la llegada a Europa de las familias afganas evacuadas desde Kabul, ya pocos se acordaban de los miles que llevaban años varados en los campos de refugiados de Grecia».

Los restos de los naufragios que llegan a las playas de Lesbos se acumulan en un vertedero muncipal constituyendo un verdadero
cementerio de chalecos salvavidas y retos de embarcaciones.
Fotografía de Fotomovimiento bajo licencia CC BY-NC-ND 2.0.

Avanzamos un poco más en el tiempo y llegamos a otra fecha significativa: el 24 de febrero de 2022. Así a bote pronto, tal vez no todos recordéis lo que sucedió en esa fecha. Ahora mismo os refresco la memoria: el 24 de febrero de 2022 Rusia invade Ucrania. Nueva conmoción. Más imágenes para nuestras retinas; en este caso, las de refugiados ucranianos tratando de abandonar su país cruzando la frontera con Polonia. A Rezwana también le impacta la noticia. Sin embargo, su sincera empatía hacia el pueblo ucraniano no la ciega ante las diferentes varas con las que los europeos medimos el sinsentido humano. Rezwana declara en este libro: «Me siento muy cercana al sufrimiento de los ucranianos. He estado muy triste por lo que está pasando. Pero también he pensado que ahora han abierto las fronteras. Cuando llegaron los talibanes, los países vecinos las cerraron. El color de la piel, del pelo, de los ojos cuentan. No se trata igual a todo el mundo».

Las hojas siguen desprendiéndose del calendario y llegamos así al 23 de junio de 2022 en el que comienza este libro. Rezwana: un expediente europeo es un libro breve y contundente. Es un libro con el que Mariangela Paone quiso poner nombre a un número, con el que Rezwana Sekandari quiso rescatar la memoria de su familia. Llega de la mano de Libros del K.O., editorial especializada en crónica periodística, que conocía por mi lectura de La casa de los lamentos de Helen Garner, de la que pensé entonces que tenía un catálogo interesante del que haría bien en seleccionar alguno de sus libros como futura lectura, pero que, debido sobre todo a la escasa —casi nula, diría yo— repercusión que tiene, pronto olvidé. La sacó del olvido a principios de este año un episodio —el mismo por el que supe de Rezwana, su historia y este libro— de Un tema al día, un podcast de elDiario.es que escucho habitualmente. Un tema al día no es un podcast sobre libros, sino sobre actualidad, y el pasado 26 de enero de este año quiso dedicar su aproximadamente cuarto de hora de duración al libro de su colaboradora Mariangela Paone. Si os interesa, podéis escuchar aquí ese episodio (os enlazo a Spotify, una de las plataformas de audio mayoritarias y la que yo utilizo, pero Un tema al día está también disponible en otras plataformas).

El 23 de junio de 2022 esa diminuta mancha negra en medio de un erial de yerba alta y seca que es Rezwana puede llorar a su madre y a su hermana. Tiene un lugar en el que hacerlo. También se ha confirmado que en ese mismo lugar está enterrado su hermano Hadith, pero no se ha podido localizar su tumba. El paradero de los cuerpos de su padre y su pequeña hermana sigue siendo una incógnita. Pero, al menos, Rezwana tiene dos lápidas en las que inscribir los nombres de Fátima y Negin. Sus cuerpos han sido identificados. Ha habido un match en el cruce de ADN. Mariangela la ha acompañado y ayudado en todo el proceso, pero la verdadera hada madrina ha sido Natassa Strachini, una de las fundadoras de la ONG Refugee Support Aegean. Sobre la labor de esa ONG la abogada le cuenta a Paone: «Es duro, pero lo que nos motiva es sentir que estamos trabajando para que se respeten realmente los últimos derechos que una persona tiene: el derecho a que su familia sepa de su muerte, a que los suyos puedan despedirse y rendir homenaje. También el derecho de su familia a curar las heridas. No es sencillo, pero creemos que es también un derecho humano, de los que se quedan y de quien ha muerto. Y convendría que hubiera un sistema organizado que lo garantizara. Lo que ocurre, en cambio, es que los procedimientos dependen de cada lugar y a veces las cosas se logran de una manera fortuita».

La negación de ese derecho al que Natassa hace referencia causa un sufrimiento para el que existe un nombre técnico. Se llama pérdida ambigua e implica un limbo emocional entre la esperanza y la desesperación que impide iniciar el tan necesario proceso de duelo. 

Natassa le cuenta a Mariangela que el hospital de Mitilene, el único de la isla de Lesbos, llegó a estar tan saturado el 28 de octubre de 2015 que no había más espacio ni para los supervivientes ni para los muertos. A la espera de la intervención forense de los cadáveres y con la morgue desbordada hubo que improvisar otra en un contenedor refrigerado. La periodista no puede quitarse de la cabeza el relato de la abogada. «Trato de imaginar esa cámara frigorífica que sirvió durante semanas de morgue improvisada. Es una imagen que me hiela la sangre, porque siempre he asociado estos containers a los camiones que trasportan mercancía perecedera en las largas distancias».

El cementerio también se quedó pequeño para tanto muerto y hubo que buscar otro lugar para enterrar a las víctimas del naufragio. Se optó por una finca municipal de Kato Tritos, una localidad a unos quince kilómetros de Mitilene. «Allí se enterraron finalmente los cuerpos de las víctimas del naufragio del 28 de octubre y las que vinieron después. Oficialmente ese lugar no tiene licencia de cementerio. Se le llama cementerio de los refugiados y de los migrantes». Un cementerio que me ha recordado al bosque de muertos al que —en diferente contexto histórico y por distinta causa— me llevó Olivier Rolin en El meteorólogo.

Una semana después de que los talibanes tomen Kabul Rezwana recibe un mensaje en su teléfono móvil. Es de una de las amigas que ha dejado en la capital afgana. Le dice: «Rezwana, no sé qué pasará, pero estoy contenta de que tú no estés aquí ahora». «Y es verdad», concluye Rezwana. «Aquí estoy a salvo», continúa. «Es lo que han hecho mis padres por mí, perdieron su vida para salvar la mía».

Mariangela Paone concluye los agradecimientos de este libro de la siguiente manera: «Gracias a quienes leerán este libro. Son ellos los que harán que historias como esta no caigan en el olvido».

Estatua de la Libertad en Mitilene (Lesbos, Grecia). Fotografía de Gravriil Papadiotis bajo licencia CC BY-ND 2.0 DEED.





Ficha del libro:
Editorial: Libros del K.O.
Año de publicación: 2023
Nº de páginas: 167
ISBN: 978-84-19119-50-6





Si te ha gustado...
¿Compartes?
      ↓

Comentarios

  1. Tu reseña de hoy es absolutamente impactante. Buscaré el libro. Hay cosas que me han noqueado. La decisión de que es preferible salvar, o condenar, familias enteras; no dejar cabos sueltos dolor, pérdida y sufrimiento. (cada vez que en un accidente oigo que ha muerto la familia al complejo, siento el alivio de que nadie quede en soledad, aunque queden tíos o primos no es lo mismo). Me ha dejado conmocionada (aunque no es algo nuevo, pero la constatación siempre impresiona) el que las fronteras se abran para refugiados blancos, rubios y de ojos azules, y se cierren cuando los refugiados son negros o más morenos de lo que nos permite sentirnos cómodos.
    Enhorabuena has vuelto a hacer todo un artículo sensible, poético y tristemente real.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No, no es nada nuevo los diferentes grados de simpatía que despiertan los menos afortunados. Es algo en lo que no es la primera vez que pienso. Y no solo creo que se deba al color de la piel, creo que influye también el que sintamos a las víctimas culturalmente más cercanas, el que estas provengan de países más o menos pobres, o incluso la religión mayoritaria del país de origen que, en el caso del islamismo, por ejemplo, en muchos casos se identifica injustamente con terrorismo. Todas estas cosas muchas veces van unidas y por tanto es difícil discernir qué factor influye más en el hecho de que miremos para otro lado. Y entiendo perfectamente que aquello que sentimos más cercano y con lo que por tanto nos identificamos más nos toque más y por tanto nos mueva más, pero no deja de ser injusto, máxime cuando el primer mundo tiene su parte de responsabilidad en la pobreza de muchos países. Por eso considero que lecturas como la historia de Rezwana son necesarias, porque nos permiten quitarle las etiquetas a sus protagonistas, identificarnos con ellos y dejar de sentirlos extraños.
      En cuanto a la decisión de a quién salvar y a quién no, debe de ser algo durísimo. No me atrevo a considerar la mejor opción la tomada por Oscar Camps y su ONG, pero la comprendo perfectamente. Me ha recordado a los peores tiempos de la pandemia cuando en las UCIs tenían que decidir a quién le ponían el respirador y a quién no dependiendo de las probabilidades de supervivencia. Debe de ser una decisión terrible que pienso nadie tendría que afrontar, pero sin duda son decisiones que han salvado vidas.
      Este libro es breve, contundente, impactante y tristemente narra una de tantas historias reales que desafortunadamente son tan cotidianas que cuando por azar nos enteramos de alguna de ellas la escuchamos como quien oye llover. Libros así sirven para despertarnos del irreal mundo privilegiado en que vivimos.
      Besos

      Eliminar
    2. Yo también pensé cuando el COVID en estas terribles decisiones. hay que tener mucho valor para tomarlas porque puede suponer que te enfrentes durante toda tu vida a tu conciencia. pero hay que tomarlas porque, como dices, salvan vidas.
      Creo que más que el color, la religión o la afinidad, al final a lo que rechazamos es un status social. Los más pobres siempre provocan nuestra animadversión. es como si en el fondo fuéramos conscientes de esa responsabilidad que tenemos en su situación y temiéramos que vinieran a cobrarse la deuda que hemos contraído con ellos.

      Eliminar

Publicar un comentario

Gracias por tu tiempo.
Participa siempre con libertad y respeto.
Por favor, no dejes enlaces a otras webs o blogs. Si quieres ponerte en contacto conmigo por motivos ajenos a esta entrada puedes escribirme a mi dirección de correo electrónico. Búscala en la pestaña Información y contacto.