Moby Dick o La Ballena - Herman Melville
«Pero, ya se sabe, el mundo está lleno de perseguidores de la totalidad, algunos de una valía y valor incalculables, como Herman Melville, que es en quien pienso cuando me paseo por el mundo de los rastreadores del Todo. Siempre he pensado que en Moby Dick trazó una inmensa metáfora de la inmensidad, de la inmensidad de nuestra oscuridad».
Montevideo, Enrique Vila-Matas
«Llamadme Ismael. Hace unos años —no importa exactamente cuántos—, teniendo poco o ningún dinero en mi bolsa y nada especial que me interesara en tierra, pensé navegar un poco y ver la parte acuática del mundo. Es una manera que tengo de ahuyentar el hastío y regular la circulación. Siempre que se me empieza a mal torcer la boca; siempre que en mi alma es un desolado y lloviznoso noviembre; siempre que me descubro a mí mismo deteniéndome involuntariamente ante las funerarias y yendo a la cola de todos los entierros con los que me tropiezo; y, en especial, siempre que mi neurastenia me ataca de tal modo que se requiere un fuerte principio moral para evitar que intencionadamente salte a la calle y metódicamente le quite a la gente el sombrero de la cabeza… entonces es cuando considero que ha llegado el momento apropiado para hacerme a la mar lo antes posible. Éste es mi sustitutivo de la bala y la pistola. Con filosófica floritura, Catón se deja caer sobre su espada; yo, tranquilamente, me embarco. No hay nada sorprendente en ello. Aunque ni siquiera se den cuenta, casi todos los hombres, a su modo, en uno u otro momento, albergan poco más o menos los mismos sentimientos hacia el océano que yo».
Casi todos los hombres, a su modo, en uno u otro momento, albergan poco más o menos los mismos sentimientos hacia el océano que —llamémosle— Ismael. Para ilustrar esta idea, nuestro narrador de bíblico nombre —abundantes serán en esta novela que hoy os traigo tanto las referencias como los nombres bíblicos, no en vano su autor, bautizado en el calvinismo, fue un gran conocedor de la Biblia debido al severo protestantismo que profesaba su familia—, para ilustrar esa idea —como iba diciendo— ese narrador pasa a continuación de esas palabras a recrearse en el comportamiento de centinela u oteador del mar que todos, incluso los hombres y mujeres de tierra adentro, llevamos dentro. Y es que no hace falta ser un aguerrido marinero para intuir el peligro de las profundidades marinas, para empequeñecernos ante la ira de la superficie oceánica, para dejar perderse la vista en el horizonte e intentar escrutar el abisal piélago. Tampoco es necesario ostentar esa condición para imbuirnos de la calma que las llanuras oceánicas transmiten, pero concedamos que los que habitan esa isla que es toda embarcación que ha cortado todo amarre a tierra viven en primera persona lo que para otros solo es espejismo. No obstante, «para un hombre meditativo y soñador, es delicioso. Allí estás, a cien pies sobre las silenciosas cubiertas, avanzando a grandes pasos sobre las profundidades, como si los mástiles fueran zancos gigantes, mientras por debajo de ti y, como si dijéramos, entre tus piernas, nadan los mayores monstruos del mar de la misma manera que una vez navegaron los barcos entre las botas del famoso Coloso de la antigua Rodas. Allí estás, perdido en la infinita secuencia del mar, nada hay rugoso salvo las olas. El barco adormilado se mece, indolente; soplan los somnolientos vientos alisios; todo incita a la molicie. En esta vida ballenera del trópico, una sublime monotonía te arropa durante la mayor parte del tiempo: no oyes noticias; no lees gacetas; los números extraordinarios con alarmantes informes de vulgaridades nunca te inducen a emociones innecesarias; no oyes hablar de aflicciones domésticas, ni de seguros de quiebra, ni de caída de valores; nunca te preocupa la idea de qué tendrás para cenar… Pues todas las comidas de los próximos tres años, y más, están adecuadamente almacenadas en barriles, y la factura de tu alimentación es inmutable».
Lo que sí es mutable, sin embargo, es el mar en sí mismo. Bien lo saben los marineros. Un barco en alta mar no parece, pues, buen lugar para hombres meditativos y soñadores. No, no parece un ballenero como el Pequod lugar adecuado para fantasear y obviar los monstruos marinos que nadan bajo uno. Más bien se me antoja un lugar para hombres más de acción que reflexivos y donde sin duda ha de hacer falta valentía, que no temeridad, pues «la valentía más fiable y útil es la que surge de la correcta estimación del peligro encontrado», mientras «que un hombre temerario en grado sumo es un camarada mucho más peligroso que un cobarde». No es de extrañar, pues, escuchar en esta novela a Starbuck, primer oficial del Pequod, decir: «No llevaré hombre en mi lancha [...] que no tenga miedo a una ballena».
Pero, tranquilos, aún quedan páginas para vernos cara a cara con el buitre, con ese monstruo marino cuyo resople es un canto de sirenas con reminiscencias a criatura ancestral, a mito universal, a epopeya legendaria. Aún quedan mares y océanos que surcar. Tened paciencia, oh, intrépidos marineros, y no tengáis prisa por culminar tamaña gesta, «pues todos los hombres trágicamente grandes llegan a serlo por una cierta morbidez. Convenceos de esto, oh, joven ambición, toda mortal grandeza no es sino enfermedad».
Por el momento, estamos aún al inicio de esta novela, con un Ismael a punto de embarcarse rumbo a una larga travesía ballenera. Pero no ha de iniciar nuestro narrador la aventura en cualquier parte, no, sino que no está dispuesto a partir de otro lugar que no sea Nantucket, en donde se encuentra el puerto ballenero por excelencia. Es mientras se dirige allí que conoce a Queequeg, un caníbal de allende los mares que se encuentra en un mundo en las antípodas del suyo porque quiso conocer a los cristianos y aprender de ellos para hacer así a su gente todavía más feliz y mejor de lo que era y terminó, sin embargo, por descubrir que el mundo «es un mundo perverso en todos los meridianos».
Nantucket, Massachusetts, alrededor de 1896-1901. Fotografía de nha.library sin restricciones conocidas de derechos de autor. |
La inesperada amistad que se forja entre Ismael y Queequeg es entrañable, así como cómica es la situación en la que entablan conocimiento uno del otro. La comicidad es algo con lo que Herman Melville nos irá obsequiando en esta obra, y las alusiones al hermanamiento entre hombres de diferentes culturas y religiones será también una constante a lo largo de toda ella, no en vano en la tripulación del Pequod, el navío en el que están a punto de embarcar tanto Ismael como Queequeg, tal y como suele ocurrir con «los muchos miles de hombres a proa de mástil empleados en la pesquería de la ballena americana, no hay uno de dos nacido en América, aunque prácticamente todos los oficiales lo son. En esto ocurre lo mismo tanto en la pesquería de ballena americana como en el ejército americano, y en la armada y en la marina mercante americanas, y en los destacamentos de ingeniería empleados en la construcción de los canales y ferrocarriles americanos. Lo mismo, digo, porque en todos estos casos los americanos nativos aportan con largueza el cerebro, proporcionando los músculos el resto del mundo con la misma generosidad». Lo cual, obviamente, no ha de significar que ese resto del mundo que no es ese trozo de América que se ha erigido a sí mismo en beneficiario del gentilicio de todo un continente no tenga cerebro con el que contribuir con largueza a cualquier hazaña. Permitámosle, pues, a Melville lo que, más que un alarde de chovinismo, considero una irónica constatación de una realidad de su tiempo que me temo no se distancia en demasía —y aquí podría sustituirse esa porción de América en la que nació el autor por muchos otros países occidentales— de la realidad actual. Perdonémosle también las veces que alardea de la superioridad de la pesca ballenera estadounidense, especialmente respecto a la inglesa, y tengamos en cuenta que, tal y como explica Fernando Velasco Garrido, que además de traductor corre a cargo de la introducción de la edición que de esta novela he leído, el buque insignia de la producción literaria de Herman Melville nació auspiciado por el propósito de «escribir una obra que expresara la nueva cultura propia y original de los Estados Unidos de América. [...]. Era ésta una idea que parecía justificada por la pujanza y la originalidad que la nación había mostrado en prácticamente todos los campos de la actividad humana. Sólo la creación artística había permanecido anclada en un mezquino provincialismo respecto a Europa, sin reflejar aún —casi setenta y cinco años después de su constitución— el espíritu de la» nueva nación cuyo proceso de formación «era considerado por gran parte de sus habitantes como poco menos que un nuevo inicio en la historia de la humanidad». Agradezcámosle, por tanto, a Herman Melville no su ambición, que bien podría haberse quedado en un quien mucho abarca poco aprieta, sino la amplitud de miras con que la llevó a cabo y el fruto de ello resultante. Y permitidme a mí darle la vuelta al dicho y aventurar que, precisamente por no apretar cada una de las varillas del gran abanico que muestra en esta novela y que ahora mismo se me antojan varillas de corsé de esas que antaño tenían su origen en barbas de ballena, por no apretar esas varillas —digo— sino expandirlas en todo su esplendor y dimensión, consigue abarcar un espectro diametral.
«Uno a menudo oye hablar de escritores que se enaltecen y se hinchan con su tema, aunque pueda parecer un tema meramente vulgar. ¿Qué, entonces, ocurrirá conmigo, al escribir sobre este leviatán? Inconscientemente mi caligrafía se expande a mayúsculas de cartel. ¡Dadme la pluma de un cóndor! ¡Dadme el cráter del Vesubio como tintero! ¡Amigos, sujetadme los brazos! Pues en el mero acto de poner sobre el papel mis pensamientos sobre este leviatán, éstos me agotan, y me hacen desfallecer con su rebosante abarcabilidad de ámbito, como si incluyeran el círculo total de las ciencias, y todas las generaciones de ballenas, y hombres, y mastodontes, pasados, presentes y por venir, junto con todos los giratorios panoramas de dominio sobre la tierra, y a través de todo el universo, sin excluir sus suburbios. ¡Tal y tan engrandecedora es la virtud de un magno y expansivo tema! Nos dilatamos hasta su mole. Para producir un libro colosal, debes elegir un colosal asunto. Jamás podrá escribirse un volumen grandioso y perdurable sobre la mosca, aunque muchos haya que lo han intentado».
Permitidme, también, discrepar con Herman Melville respecto a que una mosca no pueda ser asunto colosal que inspire un colosal libro.
El Essex fue un ballenero de Nantucket que fue embestido y hundido por un cachalote en el océano Pacífico en 1820. Herman Melville se inspiró en este suceso para escribir su conocida novela. El dibujo, en dominio público, es obra de Thomas Nickerson. |
Herman Melville es, pues, al igual que mi idolatrado Mircea Cărtărescu, un escritor del Todo. Y, al igual que al leer Nostalgia esta que aquí escribe se declaró lectora del Todo, vuelvo nuevamente a hacerlo tras haber leído Moby Dick. Reconozco, además, que, a menudo, y apelando a vuestras paciencias, que para leerme han de ser mayores que —ya que estamos hablando de una obra plagada de referencias bíblicas— las del santo Job, me vengo arriba y aspiro a ser reseñadora del Todo. Cómo no va por tanto esta insignificante técnica auxiliar de biblioteca con contrato relevo con fecha de caducidad a simpatizar con ese ayudante de ayudante de bibliotecario. Imaginaréis, pues, que no puedo levantar mi mano. Sospecharéis —y haréis bien en hacerlo— que he leído religiosamente todos y cada uno de los epígrafes balleneros sin saltarme ni una página y sin soltar ni un solo resoplido.
Vishnu in his incarnation as Matsya (fish) to save the sacred books. Gouache painting on mica by an Indian artist. Wellcome Collection. Public Domain Mark. |
«Ya que he asumido ocuparme de este leviatán, me corresponde mostrarme omniscientemente exhaustivo en la tarea», leo en esta novela, y no seré yo quien ose negarle exhaustividad a ese llamémosle alter ego de Herman Melville que nos ilustra sobre tal magnífica —y no solo por tamaño— criatura que es la ballena. Anatomía, fisiología, paleontología, mitología y representaciones artísticas balleneras se pasean por este libro. Pareciera que el autor hubiera querido alcanzar en él todo el saber enciclopédico en torno a las ballenas. Si la CDU —permitidme el guiño a ese ayudante de ayudante de bibliotecario— abarca el conocimiento universal, el saber ballenero contenido en esta novela bien podría distribuirse por sus nueve clases ocupadas. Si la clasificación bibliográfica que es la Clasificación Decimal Universal, aun con su carácter decimal, facetado, jerárquico y sintético y con las posibilidades combinatorias que le infieren sus signos auxiliares de adición, extensión y relación, deja vacante una de sus diez clases en previsión de que esta pueda albergar nuevas ramas del saber que puedan surgir en un futuro, igualmente nuestro narrador deja su «sistema cetológico así inacabado ahora, lo mismo que quedó la gran catedral de Colonia, con la grúa todavía alzada sobre la cumbre de la incompleta torre. Pues las pequeñas erecciones pueden ser terminadas por sus primeros arquitectos; las grandiosas, auténticas, siempre dejan el sillar de la clave a la posteridad. Dios me guarde de completar nunca nada. Este libro sólo es un bosquejo… No, sólo es el bosquejo de un bosquejo. ¡Oh, tiempo, fortaleza, dinero, y paciencia!» Para ser perseguidor del Todo hay que ser consciente de que ese Todo no se puede abarcar en su totalidad o al menos barruntar que una sola vida y un solo hombre no bastan para tamaña empresa.
Pintura de Ambroise Louis Garneray representando una escena de la pesca de una ballena. Fotografía de Szilas in Nantes History Museum bajo licencia CC BY-SA 4.0 DEED. |
Algún día —y si vuelve a venir a cuento— tal vez escriba sobre los cladogramas, esa representación de los árboles filogenéticos que bien podrían compartir características con la CDU y que si bien no clasifican como esta el saber universal sí hacen lo propio con los seres vivos, entendiéndose aquí por vivo todo lo que ha tenido vida en alguna de las eras del tiempo geológico. Por el momento, quede aquí constancia de mi reciente veneración y fascinación por las ballenas en general y por el cachalote en particular. Y, ahora, viremos rumbo hacia lo que espero termine por ser destino final de esta reseña. Allá en el lejano horizonte lo diviso. Tenedme paciencia, marineros.
«¡Sí, sí! Fue esa maldita ballena blanca la que me cercenó; ¡hizo de mí un pobre hombre apuntalado por siempre jamás! [...] Y antes que renunciar a ella la perseguiré más allá de Buena Esperanza, y más allá de Hornos, y más allá del Maelstrom de Noruega, y más allá de las llamas de la perdición. ¡Y para esto es para lo que habéis embarcado, marineros! Para cazar a esa ballena blanca a ambos lados de tierra, y por todas las partes del mundo, hasta que su chorrear sea negra sangre y voltee la aleta fuera. ¿Qué decís, marineros, ayustaréis por ello ahora las manos? Creo que tenéis aspecto valiente».
Ilustración de I. W. Taber para la edición de Charles Scribner's Sons de Moby Dick. Trabajo en dominio público. |
«Sin embargo, el sol no oculta la Ciénaga Siniestra de Virginia, ni tampoco la aborrecible Campagna romana, ni el vasto Sahara, ni todos los millones de millas de desiertos y de pesares bajo la luna. El sol no oculta el océano, que es el lado oscuro de esta tierra, y que constituye dos terceras partes de esta tierra. Así es, por tanto, que el mortal que albergue en sí más alegría que pena, ese mortal no puede ser sincero… no es sincero o es retrasado. Con los libros sucede lo mismo. El más sincero de todos los hombres fue el varón de dolores, y el más sincero de todos los libros, el de Salomón, y el Eclesiastés es el fino acero batido del dolor. «Todo es vanidad.» Todo. Este pertinaz mundo no ha asimilado todavía la sabiduría del pagano Salomón. Pero aquel que evita hospitales y cárceles, y que anda deprisa al cruzar los cementerios, y prefiere hablar de ópera que del Infierno; el que llama a Cowper, Young, Pascal, Rousseau, pobres diablos todos, hombres enfermos; y a lo largo de una vida sin preocupaciones invoca a Rabelais como extremadamente listo y, por tanto, jocoso… Ese hombre no es apto para sentarse en lápidas mortuorias y traspasar el verde y húmedo musgo junto al insondablemente extraordinario Salomón.Mas incluso Salomón dice: «El hombre que se aparte del camino de la comprensión permanecerá (i. e., mientras aún vivo) en la congregación de los muertos». No cedáis entonces ante el fuego, no sea que os haga virar, que os consuma, como entonces me hizo a mí. Hay una sabiduría que es desdicha; pero hay una desdicha que es locura. Y en algunas almas hay un águila de las montañas Catskill que igual puede descender hasta las más negras quebradas que surgir de ellas de nuevo y hacerse invisible en el soleado espacio. E incluso aunque por siempre vuele dentro de la quebrada, esa quebrada está en las montañas; de manera que aun en su más bajo vuelo, el águila de montaña todavía está más alta que otros pájaros en la planicie, incluso cuando se remontan a lo alto».
Basilosaurus cetoides, ilustración de Dmitri Bogdanov bajo licencia CC BY 3.0 DEED. El Basilosaurus es un género extinto de cetáceos arqueocetos. Es el primer cetáceo grande en aparecer en el registro fósil y una pieza clave en el estudio de su evolución. |
¿Os sorprendéis aún del temor que inspira Moby Dick? Marineros de todo el mundo dicen de él que «era ubicuo; [...] que en verdad se le había visto en latitudes opuestas en un solo y mismo instante de tiempo». «No puede ser motivo grande de sorpresa que algunos balleneros fueran aún más lejos en sus supersticiones; declarando a Moby Dick no sólo ubicuo, sino inmortal (pues la inmortalidad sólo es la ubicuidad en el tiempo)». Como si la ballena blanca fuera una deidad: más vieja que el tiempo, más longeva que el último de nuestros descendientes. Tan pequeños e insignificantes somos. Ese es el hombre. Eso somos los hombres. ¡Oh, pobres seres mortales que no representamos más que una gota en el inmenso océano del tiempo!
El geólogo y paleontólogo Liborio Salomi en 1903 con el esqueleto recompuesto de un cachalote. Fotografía en dominio público. Fuente: Archivo de la familia Salomi. |
La ballena de Herman Melville volvió a resoplar tras la muerte de su creador y a expulsar aire por su espiráculo. Desde entonces, son muchos los marineros de tierra adentro que, desde todos los puntos cardinales, la han divisado, incluso en latitudes opuestas en un solo y mismo instante de tiempo, dando así fe de su ubicuidad. En cuanto a su inmortalidad, me temo que no podemos augurarle nada más allá del tiempo humano en la Tierra. Lo que sí le podemos vaticinar es que mientras el hombre siga luchando consigo mismo, mientras siga rebelándose contra su sino, contra esa incomprensible e inasible omnipotencia que nos ningunea y que algunos llaman Dios y otros no sabemos cómo llamar, no faltará quien, cual marinero vigía en su tope, grite el temido, conocido y a la vez buscado «¡allí resopla!» despertando nuestras más atávicas alarmas, pero permitiéndonos también contemplar el mundo y la vida en toda su majestad.
«Dado lo cual, por todos estos motivos, consideramos la ballena inmortal en su especie, por muy perecedera que sea en su individualidad. Nadó en los mares antes de que los continentes partieran las aguas; en un tiempo nadó sobre el emplazamiento de las Tullerías, y el del castillo de Windsor, y el del Kremlin. En el Diluvio de Noé despreció el Arca; y si alguna vez el mundo vuelve a ser inundado, lo mismo que los Países Bajos, para matar a sus ratas, entonces la ballena eterna aún sobrevivirá y, alzándose sobre la cresta más alta del torrente ecuatorial, lanzará el chorro de su espumoso desafío a los cielos».
Jonás escupido por la ballena, grabado de Johannes Sadeler I. Trabajo en dominio público. Fuente: LACMA Collections. |
¡Hola Lorena!
ResponderEliminarNunca me paré a pensar sobre eso que dices de que en un barco da para pensar mucho y que de marineros salieron poetas y escritores. No sabía que esta obra tenía su toque cómico, eso me encanta. Discrepo yo también con Melville respecto a lo de la mosca, he leído varios libros colosales inspirados en una mosca o en moscas
Ya sabes que no es este tipo de novelas las que suelo elegir actualmente, pero me alegra que la hayas disfrutado
Un beso
El mar, con su vastedad y su cualidad de insondable, me parece algo muy literario, y así me lo he encontrado en algunas novelas, como las que cito en la reseña. En cuanto a marineros-escritores, el mismo Melville estuvo embarcado; Joseph Conrad, además de marinero, hizo carrera en la marina inglesa; y Nikos Kavadías, uno de los más reconocidos poetas griegos, pasó gran parte de su vida en el mar. Probablemente estos tres ejemplos tuviesen suficiente talento por sí solos para convertirse en grandes escritores, pero no cabe duda de que sus vivencias marinas tuvieron gran influencia en su obra.
EliminarSí, ya sé que obras como esta no te van mucho, Y sí, la he disfrutado mucho.
Besos
Este libro sé que nunca lo leeré. Me puede esa ambientación en el mar, en un barco ballenero. Esos epígrafes balleneros que mencionas. Esa trama que avanza lentamente si abandonar el mar que tanta claustrofobia me produce. Hay libros que sé que no y este es uno de ellos. Creo que es una asignatura pendiente que quedará pendiente por siempre. Pero tu reseña es magnífica.
ResponderEliminarUn beso.
Los epígrafes balleneros del principio te los puedes saltar tranquilamente. En cuanto a la ambientación marina, creo sinceramente que las páginas dedicadas a la trama de la novela son menos que aquellas dedicadas a la ballena y creo también que estas últimas incluso pueden ser más disfrutables que las primeras. Pero nadie como uno mismo para saber qué libros son para uno o no, especialmente cuando se trata de libros extensos, como es el caso.
EliminarEn mi caso, hasta hace unos dos o tres años, nunca me había planteado leer esta novela, porque la consideraba de aventuras y no me llamaba la atención. No recuerdo ya qué fue lo que me hizo cambiar de opinión, pero me alegro mucho de haberlo hecho.
Besos
No he leído esta novela por su extensión y estilo profundo y filosófico. Sí je leído de Melville su Bartleby donde aflora también su pensamiento filosófico. Sé que en Moby Dick hay más profundidad filosófica y pensamiento teológico. Sé que el transcendentalismo que el filósofo Ralph Waldo Emerson estableciera en Norteamérica por las fechas (algo antes, incluso) que la novela de Melville ve la luz llenará las mentes literarias de ese país -también de otros como Reino Unido- durante décadas. Pero sobre todo USA por eso que afirmas en tu reseña de querer los autores americanos fundar una literatura propia. Y lo hacen refugiándose en su inmensa Naturaleza que los lleva a un pensamiento teológico, panteísta, transcendente... Todo esto me parece interesantísimo desde el punto de vista teórico pero difícil de disfrutar en forma de literatura. Veo que tú la has disfrutado y me alegro; es más me dejas con la miel en los labios porque pienso que a lo mejor lo mío es un prejuicio y que, por qué no, podría disfrutar leyendo la historia del capitán Acab y de esta ballena blanca tanto como tú.
ResponderEliminarPor ahora, querida Lorena, me conformo con haber disfrutado de esta reseña tuya. ¡¡Fantástica reseña!!
Un beso grande
De prejuicios estamos todos llenos, hasta los que intentamos tener los menos posibles. Y yo sí creo que podrías disfrutar esta novela, Juan Carlos. No se la recomendaría a alguien que no tiene hábito de lectura o que no esté acostumbrado a leer cosas con enjundia ni tampoco a lectores que gusten de tramas trepidantes y con giros constantes. Ahora bien, para lectores con cierta paciencia y con cierto bagaje lector, no creo que la profundidad y complejidad de esta novela sea un hándicap para su disfrute. Muchas veces la fama de algunos títulos nos hacen pensar que son inasequibles para nosotros, cuando muchas veces no es así. Yo poco a poco me he ido quitando esos miedos y, con mayor o menor fortuna, no me está yendo nada mal. Eso sí, es una lectura que, entre otras cosas por su extensión, hay que cogerla con ganas. Y si no apetece, pues a por otra.
EliminarBesos
Leí esta novela hace unos años y me costó terminarla. Las continuas digresiones, que además eran extensísimas me sacaban completamente de la historia. No la disfruté. Pero de lo que siempre disfruto es de tus reseñas y de tus amplios conocimientos. Me quedo siempre muy sorprendida. Un auténtico placer leerte.
ResponderEliminarBesotes!!!
El conocimiento me lo dan los libros y cosillas en las que, movida por la curiosidad, me da por indagar. No sé cuánto hace que has leído esta novela, Margari. Yo de haberla leído hace unos años, no creo que la hubiera disfrutado ni valorado tanto. Ahora, aunque no niego que al principio me desconcertaron esas disgresiones que comentas por dejar en ocasiones literalmente aparcada la trama, realmente terminé disfrutándolas mucho.
EliminarBesos
¡¡Qué buena tu reseña Lorena :D !! No he leído está novela, pero sí sobre ella y me parece un tesoro por descubrir. Creo que como comentas es una historia con profundidad. Filosofía y psicología se funden con la relación que establece su protagonista con su obsesión por Moby Dick. Es fantástico leerte uno aprende y descubre muchas cosas. Un abrazo.
ResponderEliminarTe animo a que la leas, Lourdes. Ya me contarás.
EliminarUna brazo
Lorena, tremenda reseña.
ResponderEliminar¿Pues qué te voy a decir? Qué análisis tan bueno. Qué bien me has llevado de nuevo a esta lectura. Obra que me costó pero que no se me borra de la mente; que me dejó fascinada a la par que cansada (no puedo negarlo). Una obraza que sé que voy a volver a leer, su simbolismo es brutal, su profundidad tremenda... No pasa por el lector sin dejar huella (y también pienso, como mencionas en otro comentario, que hay que tener cierta edad, bagaje lector y también un poquito de tesón y motivación para ponerte con ella y seguirla, porque es de las arduas de leer; pero cómo satisface su término y sentir que hay tanto ahí dentro).
Un abrazo.
Yo tardé años en animarme a leerla. Supongo que las adaptacione para un público más juvenil que la tratan más como una novela de aventuras me daban a pensar que no era una lectura para mí. La verdad es que creo que es una novela muy adaptable; casi basta con quitarle los capítulos 'balleneros'. Pero también pienso que así pierde mucho y también parte de su esencia. Esto pasa mucho con muchos grandes clásicos y pienso que la mayoría de ellos es mejor leerlos de adultos, y no solo por el bagaje lector que cada uno pueda tener sino por la experiencia vital y la propia madurez que dan los años.
EliminarUn abrazo