Nostalgia - Mircea Cărtărescu
«Un gran escritor no es más que un escritor. La diferencia es de matiz, no de raíz. Todos los saltadores de altura saltan, digamos, dos metros. Si uno salta dos metros y cinco centímetros, ya es un gran deportista. No, no merece la pena fatigarse siquiera con la idea de llegar a ser un pobre gran escritor, un desdichado escritor genial. Coge los mejores libros escritos jamás. Apenas son algo mejores que los libros mediocres. Todos son fundamentalmente libros, nada más. Te proporcionarán, cuando los leas, un placer estético algo más intenso. Como un café un poco más dulce. Los soltarás al cabo de treinta páginas para prepararte un bocadillo o para ir al baño. Los leerás a la vez que quién sabe qué novela policíaca. Dentro de unos miles de años también ellos serán tierra y polvo. En estas condiciones, que tú, un ser al que se le ha concedido la oportunidad disparatada de existir y de reflexionar sobre el mundo, te propongas llegar a ser tan solo un genio es humillante, es ínfimo. Es como si abandonaras todo y te internaras de nuevo en el bosque. En cada individuo hay posibilidades ante las cuales la ambición de ser el escritor más importante de todos los tiempos es simplemente denigrante por su simplicidad. Porque ¿qué milagro es importante comparado con el milagro de existir y de saber que existes? De aquí hasta ser el hombre más rico, el más poderoso, el más ingenioso del mundo es como pasar de un billón a un billón uno, incluso menos. No, no quiero llegar a ser un gran escritor, quiero llegar a ser Todo. Sueño sin cesar con un creador que, a través de su arte, llegue a influir de verdad en la vida de las personas, de todas las personas, y después en la vida del universo, hasta las estrellas más lejanas, hasta el final del espacio y del tiempo. Y que a continuación sustituya al universo, que se convierta él mismo en el Mundo. Solo así creo que podría un hombre, un artista, cumplir su misión. El resto es literatura, una colección de trucos mejor o peor dominados, trozos de papel emborronados con brea por los que nadie da un real, por muy geniales que sean esas líneas de signos que, dentro de poco ni siquiera serán comprendidas».
Sí, me había propuesto leer un libro tuyo al año. Pero no, no te he fallado. Me he fallado a mí misma. Soy yo la que te ha perdido a ti. Tú ni siquiera sabes que existo. Soy una minúscula moto de polvo en el espacio, una micro milésima de segundo en el tiempo. Las miles de páginas que has escrito igualmente tan solo terminarán siendo polvo. Pero tu existes porque te leo. Yo, en cambio...
¿Para quién estoy escribiendo esto, entonces? Supongo que para mí. ¿Para quién escribes tú, Cărtărescu? ¿Para quién y para qué?
Me dices que quieres ser un escritor del Todo. ¿Aspiro yo a ser una lectora del Todo? Estéril y por tanto frustrante ambición la de los dos.
Es el narrador de El ruletista quien me lo ha contado. Tampoco me acordaba de ello. Hay que ver lo sibilina que es la memoria y lo caprichosos que son los recuerdos. Se pasan años agazapados y de repente despiertan de su letargo y no cesan de acosarte. Qué te voy a contar a ti, Cărtărescu, si tú de eso sabes un rato.
Leí El ruletista, en su edición independiente, hace seis años. Con él te descubrí. Cuando escribí aquí sobre ese relato no dudé en calificarlo como una genialidad. Ahora que he vuelto a leerlo me sigue pareciendo una maravilla, pero, claro, poco sospechaba yo entonces que aún no me había enfrentado a tu auténtica genialidad. Es curioso. Releo lo que escribí entonces y constato el recuerdo que tenía de ese relato. La historia del ruletista me subyugó. Lo que no recordaba era haber escrito que la figura del narrador, aun con sus interesantísimas reflexiones, era lo único que había conseguido rebajar la intensidad del relato y sacarme del estado de abstracción en el que me encontraba. Porque si digo que es curioso es porque en esta segunda lectura el narrador ha opacado mucho más al personaje del ruletista.
Ilustración de autor desconocido para la primera edición en 1907 de Los muchachos de la calle Pal, novela infantil del escritor húngaro Ferenc Molnár. Trabajo en dominio público. |
Y, efectivamente, así hice. Terminé tu libro y me puse con otro. Y luego con otro. Y con otro. Volví a ti un año largo después. Te conocí mejor, es decir, conocí un poco de ti sin esos disfraces que son tus personajes y narradores pero sin prescindir de ese otro disfraz que es siempre la literatura. Me volviste a fascinar. Pero, ¡ay!, soy lectora y, por ende, tal y como me habías avisado, soy voluble. He tardado casi cinco años en ir a tu encuentro y bien que lo siento. No, no lo siento por ti, pues para ti no existo. Lo siento por mí. Lo siento porque podría haber leído ya Lulu (¿acaso es ese Lulu el mismo que mencionas de pasada en Los gemelos, hecho que no me ha pasado desapercibido?), Solenoide, los tres volúmenes de Cegador. Lo siento porque me hubiera gustado llegar a este Nostalgia con la lectura de los textos de El ojo castaño de nuestro amor más reciente. Recuerdo que en uno de ellos contabas que muchas de tus historias te las habían inspirado los sueños de una tal D. He tenido que buscar y rebuscar para redescubrir (lo que viene siendo recordar) que en Los gemelos transformaste a D. en Gina. También me suena que tuviste un gemelo perdido. Sé que el texto homónimo al volumen que lo contiene orbita sobre este hecho. Es por ello que no creo que sea casual la presencia en las páginas de Nostalgia de varias parejas de gemelos, así como tu querencia en ellas por el signo zodiacal de Géminis. ¡Ah, memoria traicionera! Atesoro muchas imágenes de El ojo castaño de nuestro amor, pero, precisamente, a las que más me gustaría recurrir ahora son a aquellas que más han quedado sepultadas por el olvido. Ganas me han dado de releer estos dos textos en concreto de ese libro, pero... ¿leer o releer?, that is the question for una lectora de vida limitada aspirante a ser lectora del Todo.
Sí, leí El ruletista por primera vez de manera independiente. Pero tú no lo escribiste para ser publicado así. Tú lo escribiste como prólogo de Nostalgia, volumen que en un primer momento se tituló Sueño. En él me cuentas que REM, ese estado —por llamarlo de alguna manera— al que solo pueden acceder unos privilegiados —o unos mártires sacrificados, pues a saber si REM «es una Salvación o una Condena»—, ese vocablo que a la mayoría nos remite a esa fase del sueño tan fundamental para el aprendizaje y la memoria en la que nuestro cerebro crea los sueños, «es, tal vez, la nostalgia. U otra cosa. O todo a la vez. No lo sé, no lo sé». Tampoco yo lo sé. Pero no puedo evitar pensar que es de esa nostalgia de la que nacen las historias. De la nostalgia de lo que ha sido y de lo que no ha sido. De todos esos nos alternativos. No puedo evitar pensar que REM somos todos. Que REM son todas nuestras historias. Las vividas. Las soñadas. Las fantaseadas. Las inventadas. Las imaginadas. Todos nosotros. Todas ellas. Conectados. Conectadas.
Me pides en REM que lea El ruletista si es que no lo he hecho. Me instas a que lo haga aprovechando la intimidad entre Svetlana, a la que llamas Nana, y Vali. Me cuentas que Vali escribirá ese relato en un par de años. Así que eres Vali, que estudia cuarto curso de Filosofía en la facultad, pero no lo eres. Eres el escolar de El Mendébil, pero no lo eres. Eres Andrei, estudiante del liceo en Los gemelos, pero no lo eres. Y ellos son tú y son cada uno de los otros, pero tampoco lo son.
Cruce de Obor, Bucarest, 1979, fotografía sin restricciones de autor de Dan Vartanian. Fuente: bucarestiulmeudrag.ro. |
Máquina de escribir Erika, fotografía de Steve Garfield bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0 |
Si piensas que al poco de haber iniciado la lectura del cuarto de los cinco textos que componen el libro que tengo en mis manos no he leído el primero de ellos es porque, como me indicas, consideras una buena costumbre de lector comenzar el libro al revés. ¿Me hubieras aconsejado, pues, leer en primer lugar El arquitecto, esa historia que concebiste como epílogo de Nostalgia? ¿Dónde estás en ese cuento, Cărtărescu? Estás escondido. Aquí el narrador no interviene en la narración. Pero a mí no me engañas. Tal vez sea porque he leído este cuento al final. Coincido en que hubiera sido toda una declaración de intenciones de haberlo leído en primer lugar. ¡Ah, cómo te gustaría ser ese arquitecto! Sí, sí, ese hombre aparentemente carente de imaginación. Ese hombre que sin ambicionarlo conseguirá (él sí) influir de veras en las personas y sustituir el universo para convertirse él en un mundo nuevo. Ese hombre que compra un automóvil que guarda en su garaje pero no lo conduce porque ni siquiera sabe conducir. ¿Qué hubiera supuesto para ti ese sonido estridente del claxon que lo desbarata todo? Para Emil Popescu, el arquitecto, nada volverá a ser igual. Todos sus esfuerzos se concentrarán a partir de ese momento en dejar que el automóvil se exprese a través de la música del claxon. Sus extremidades crecerán de una manera grotesca. Sus manos se volverán monstruosas, una ramificación teratológica que perseguirá que sus dedos puedan alcanzar todas las teclas del gigantesco teclado que se instalará en el coche, como si fuesen infinitas patas de insecto o de araña. El cuerpo del arquitecto crecerá hasta alcanzar medidas desproporcionadas. Se fundirá con la carrocería del Dacia, la cual tal parecerá un caparazón incrustado en el cuerpo de Popescu.
Hay qué ver la querencia que tienes por los insectos, por las arañas. Hay qué ver lo que sabes de biología, de literatura; lo que sabes de todo. Y cómo quieres alcanzarlo todo, cómo quieres abarcarlo todo, cómo quieres ser Todo. Pero sabes que es imposible y por eso lo creas a él, al arquitecto. Él lo consigue. Cómo te gustaría ser él. Eso es lo que pienso. Tal vez esté equivocada. ¿Qué sé yo de ti? Tan solo las mentiras que me has contado, tan solo las mentiras que creas y que haces que yo me crea. «El creador de nuestro mundo (y, tras él, el escritor) deforma la materia, la altera bajo la influencia del viento loco de la inspiración. Las leyes, los esquemas, los hilos siguen siendo los mismos, pero alargados, deformados. El bordado cobra vida». Sí, ese eres tú, Cărtărescu, el creador de un universo literario propio que me tiene atrapada.
Me acuerdo de Vila-Matas. Lo recuerdo en Montevideo hablando de los rastreadores del Todo. Me extraña ahora que no te haya incluido entre ellos. Me pregunto —al igual que termine preguntándome durante esa lectura si el barcelonés había leído a Lispector— si Vila-Matas te ha leído. Me acuerdo de él, me acuerdo de Clarice Lispector, me acuerdo de las arañas, me acuerdo de las migalas de Cortázar. Me acuerdo de sus puertas cuando me colocas ante sendas puertas rojizas en Los gemelos y en REM y me permites cruzarlas. Qué maravillosa coincidencia que la maleta de Montevideo fuera, precisamente, de color rojo.
Vista anterior de un timo humano. Fotografía del Dr. Roshan Nasimudeen bajo licencia CC BY-SA 3.0 Fuente: Governmet Medical College, Kozhikode |
Sí, te gusta la acumulación de trastos, de objetos, de seres (¿acaso no es la Teoría de la recapitulación, que siempre me ha gustado tanto y que mencionas de pasada en este libro, otra forma de acumulación, de albergar el Todo?). Veo esa acumulación en la habitación de Gina. La vivo en el Museo Antipa (ah, qué portentosas páginas las que me has regalado en ese museo). La escucho en la música que hace sonar el arquitecto, la cual pasa por la música de todos los tiempos hasta crear ese nuevo universo. La encuentro en la sala del fogonero en la que jugaban los niños de El Mendébil.
La Quimera, óleo de Gustave Moreau expuesto en el Fogg Art Museum. Trabajo en dominio público. |
Entre el prólogo y el epílogo, es decir, entre El ruletista y El arquitecto está el núcleo duro de este libro, esa parte central que yo he dado en denominar tríptico y que tú has titulado homónimamente a este libro. La forman El Mendébil, Los gemelos y REM. El Mendébil me gusta mucho. Cuando termino Los gemelos pienso que ya no puedo esperar nada mejor. Cuando me sumerjo en REM asisto al milagro de la mejora de lo inmejorable.
No tengo palabras para recrear tus creaciones. Eres inaprensible. Eres como el Todo, imposible de abarcar. No importa. No escribo para contar tus nostalgias. Escribo, como he confesado, para mí. Escribo como recordatorio. Escribo para grabármelo a fuego. Sé que retorceré tus historias, que las confundiré, que las mezclaré con otras contribuyendo a tejer esa tela de araña que es el REM. Sé que inexplicablemente algunas de sus imágenes permanecerán en mí. Sé que injustamente olvidaré otras. Pero a ti no quiero olvidarte. No quiero fallarte. Miento: no quiero fallarme a mí. Quiero cumplir mi promesa. Quiero realizar mi propósito. Quiero leer todo de ti. Quiero leerte (leer el) Todo. No quiero que mueras. Quiero que existas. Quiero que, al menos durante la limitada vida de esta exigua y veleidosa lectora, resucites una y otra vez cada vez que te lea. Quiero que si, improbablemente, cuando ya no existamos ni tú ni yo, alguien cae por un casual en esta entrada de este humilde espacio, tenga constancia de que alguna vez existieron una lectora y un escritor que casi casi alcanzaron el Todo con este libro, que nos resuciten aunque tan solo sea durante los minutos que tarden en leer estas insustanciales y luego corran a otra cosa y nos sepulten en el olvido. Que se sepa que una vez existió un escritor llamado Mircea Cărtărescu que mereció y seguirá mereciendo la inmortalidad, que incansablemente sembró y cultivó el terreno para ello, que no desfalleció en su afán de perfeccionar todas y cada una de las puntadas de su inabarcable tapiz literario. Por eso dejo también a continuación grabadas tus propias palabras, esa frase de El ruletista con sabor a epitafio que es un ruego, una apelación, una aspiración a que te sea concedida la inmortalidad que es ser leído que tan genialmente te has ganado.
«Así cierro yo también mi cruz y mi mortaja de palabras, bajo las que esperaré hasta mi resurrección, como Lázaro, cuando oiga tu voz clara y poderosa, lector».
Mariposa exótica en el Museo Nacional de Historia Natural Grigore Antipa, Bucarest, Rumanía Fotografía de Mihai Dragomirescu bajo licencia CC BY-NC 2.0 |
Qué se puede decir después de esto. Si es el libro que más «te ha flipado» de cuantos has leído, algo tiene que tener y me entra toda la curiosidad del mundo. a pesar de que no sé por qué siempre he pensado que este autor no era adecuado para mí, tal vez por su nombre tan complicado. me apetece buscarlo en los distintos relatos de este libro y me apetece ver todo eso que sabe de biología y de literatura, dos aspectos de la vida que tan cerca nos tocan a las dos.
ResponderEliminarTengo apuntado El ruletista desde que lo reseñaste, pero no me había animado aún. Cuando hiciste la reseña de El ojo castaño de nuestro amor, me desanimé un poco. Me pareció que se mezclaban en él demasiadas cosas y no me atrajo. Con esta tercera reseña, creo que terminaré por animarme con Nostalgia.
Un beso.
Supongo que puede parecer un autor difícil y raro. No digo que sea de lectura fácil, y desde luego que es un escritor que no se parece a nadie, pero creo que la dificultad que embarga a sus lectores a la hora de expresar cómo son sus libros puede disuadir más que alentar de su lectura.
EliminarEl ruletista es una muy buena opción para iniciarse con Mircea Cărtărescu, si bien es un relato digamos más convencional. Los tres relatos centrales de este libro son una mejor muestra de lo que es su universo narrativo. Comienzas a leerlos sin saber muy bien lo que estás leyendo y, cuando te das cuenta, ya estás atrapada sin remedio.
Cierto que el nombrecito del autor se las trae. Recuerdo sin embargo que en uno de los textos de El ojo castaño de nuestro amor el escritor contaba que la terminación -escu es muy común en los apellidos rumanos. Vamos, que en Rumanía los Cărtărescu deben de abundar tanto como aquí los Fernández y que mis Álvarez González podrían resultar allí tan exóticos y de extraña grafía como a nosotros su Cărtărescu.
Cierto es que me ha flipado muchísimo este libro. Espero no haberme flipado demasiado en la reseña y no haberte creado expectativas que luego no se cumplan, pero sí creo que te deberías de animar con el escritor rumano.
Besos
Bueno, bueno..., es genial saber transmitir tanto entusiasmo cuando leemos algo que nos ha fascinado ¿verdad?. Decirte Lorena, que sí, que lo transmites a la perfección. Conozco a Mircea Cărtărescu y sé de sus libros, pero si te soy sincera no tenía en la cabeza leerlos, no por nada en especial, solo que pienso que antes habrán muchas cosas que me apetezcan mas. Pero después de leerte, pues incluso sabiendo que nos has hablado de unos relatos, me has dejado preguntándome como a Rosa, que tendrán para haberte flipado tanto, me has dejado muy intrigada. ¿Alguna recomendación de novela suya, no relatos?
ResponderEliminarBesos
Pues es difícil responde a tu pregunta de qué tendrá este autor. Es complicado de explicar. Supongo que al que le provoque curiosidad lo mejor que hace es leerlo. Entiendo, de todas formas, que sea un escritor que a priori no te llame suficientemente la atención como para ponerte a leerlo.
EliminarEn cuanto a tu petición de recomendaciones, me temo que no puedo ayudarte mucho, Marian. No he leído aún ninguna novela de Cărtărescu, si bien tengo intención de leer Lulu, Solenoide y las tres que forman su trilogía Cegador. De hecho, como digo en la reseña, tengo intención de leer todo lo que ya han traducido de él y lo que sigan traduciendo. Si ya es arriesgado recomendar un libro que se ha leído, recomendar uno que no me parece una temeridad. No obstante, voy a ser temeraria y apostar por Lulu. Me decanto por él por su breve extensión. Libros de envergadura tal como las de sus otras novelas no creo que sean una buena opción para iniciarse con este escritor.
Besos
Me alegra que las reflexiones te hayan gustado tanto :D
ResponderEliminarGracias :)
EliminarComo sabrás, lo he leído hace ya algún tiempo. Siempre guardo buen recuerdo de las letras del rumano. Pienso que sigue construyendo literatura hacia el porvenir.
ResponderEliminarÉsta ha sido una -de las tantas- magníficas obras suyas. Cuando te enfrentes a su 'Solenoide', lo tendrás en su entera dimensión.
Me alegra percibir que lo has disfrutado. 'El ruletista', como señalas en tu comentario a Rosa, puede ser el umbral para abordar su literatura.
Recibe un fuerte abrazo desde Buenos Aires.
Sí, sé que lo habías leído, Marcelo. Ya hemos hablado de Cărtărescu en alguna otra ocasión. Aun no tengo claro el orden que seguiré con el resto de libros del rumano (tal vez me decante por el de su publicación original), pero sí tengo claro que quiero enfrentarme a su Solenoide en un futuro.
EliminarUn abrazo de vuelta desde este punto diminuto del mapa de España que es Gijón.
El ruletista me está mirando un poco mal ya, que lleva tiempo esperando... Será mi estreno con este autor, del que ya hemos hablado antes. Veo que lo que sigues leyendo de él te deja con ganas de mucho más y más maravillada que antes con su pluma, este te ha pegado bien fuerte :) Me alegro. Me ha encantado la parte final del post.
ResponderEliminarUn abrazo.
El ruletista es una buena forma de contacto con el autor, pero Nostalgia es ya otra cosa. Y sí, quedo con muchas ganas de seguir indagando en este escritor.
EliminarIgual se me ha ido un poco la olla al final, jeje. Me pasa cuando me flipa mucho una lectura. Me alegra que te haya gustado el flipe.
Un abrazo