Una trilogía palestina - Gasán Kanafani

«El sol estaba en el cénit y dibujaba, en el cielo del desierto, una blanca cúpula de fuego. La estela de polvo reverberaba bajo aquella luz intensa y deslumbraba la vista. Contaban que fulano no había vuelto de Kuwait. Había muerto allí de una insolación. Cavaba la tierra con la azada cuando cayó desplomado al suelo. ¿Y qué? Lo había matado una insolación. Que lo entierren aquí o allí… Eso fue todo, una insolación. ¿No era genial el que había inventado aquella expresión? Como si de aquella inmensidad surgiera un gigante misterioso que azotara sus cabezas con un látigo de fuego y alquitrán ardiendo. ¿Pero cómo iba el sol a matarlos así y a matar todo el ímpetu que encerraban sus pechos?»

Nos aclara en nota a pie de página María Rosa de Madariaga, traductora y encargada de la edición del libro que os traigo hoy, que en árabe, al igual que en inglés o en francés, insolación se dice literalmente golpe de calor. Es a esa expresión a la que hace referencia la cita anterior. Es ese golpe el que azota al pueblo palestino. Es un golpe que lleva tantos años oprimiendo que no se siente como tal. No había —por la fecha en la que se escribió el fragmento sobre estas líneas— acción y reacción, pues; solo el letargo al que conduce ese calor despiadado, inmisericorde e inclemente que procede del astro que aún reina sobre tierras palestinas y que mata en vida al abrasar todo el ímpetu de un pueblo conduciéndolo así a la humillación.

El sol es testigo, enemigo y cómplice en las tres narraciones que componen la lectura que os traigo hoy. No solo en Hombres en el sol (1963), novela de la cual procede la cita inaugural de esta entrada y en la que la sed y los nocivos efectos del calor son físicamente palpables, sino también en Lo que os queda (1966), en la que el sol se alza sobre un desierto que es como un ser vivo, así como en Um Saad (1969), historia que comienza una mañana triste en la que «el sol brillaba como una bola de fuego incandescente suspendida en la cúpula del espacio» y en la que —según leo a continuación— «nos replegábamos en nosotros mismos como banderas arriadas».

Gasán Kanafani (1936-1972) —recurro a la misma grafía para su nombre utilizada por Hoja de Lata para la presente edición— no se replegó. Por ello, quien sufriera de niño el exilio y de adulto se convirtiera en periodista y escritor, así como en cofundador del Frente Popular para la Liberación Palestina, murió asesinado con tan solo treinta y seis años en un atentado con coche bomba perpetrado por los servicios secretos israelíes. Gasán Kanafani luchó con el arma que era su pluma por que su pueblo no se replegara. Por ello, su contribución a la literatura se vio enriquecida por su experiencia vital como palestino y por sus convicciones políticas, pero también, en cierta medida, replegada.

No sé cómo describiros la prosa de Kanafani. Hay algo tosco en ella. Algo primitivo, quizás. Tal vez una extrañeza cultural, un código diferente al conocido que me deja una sensación parecida a la de cuando intuyes que te están contando un chiste pero no lo pillas. Y aun así, todo es fácilmente comprensible en lo que comienzo a leer. No hay doblez. No hay equívoco en el camino. Hay en el chiste (siento lo inoportuno y desacertado de la comparación, pero no se me ocurre otra mejor) cierta ingenuidad infantil. Sin embargo, ese terreno abrasado por el sol que es la prosa del escritor palestino es una tierra fértil. El agua cristalina de los ríos de sus palabras abre surcos en la aridez y riega los brotes verdes que salpimientan su narración. Las joyas preciosas de las imágenes que crea con su poeticidad dejan una estela de brillo en un terreno desértico compuesto con material de calidad pero al que las circunstancias y los factores externos no le permitieron crecer y desarrollarse. 

La propia de Madariaga considera desigual la producción literaria del autor y advierte en su obra cierta improvisación e inmadurez. «¿Qué habría dado de sí Kanafani si su vida no se hubiera visto truncada a los treinta y seis años?» —se pregunta la traductora—. «Es difícil saberlo» —se responde a sí misma—, «pero su extraordinaria capacidad creadora, sus grandes dotes narrativas, sus múltiples intuiciones y aciertos, sus bellas metáforas, extrañas y originales» —continúa—, esas «metáforas audaces, originales, totalmente nuevas en la literatura árabe» —añade más adelante—, con las que, «a diferencia de muchos autores con tendencia a utilizar la imagen convencional, manoseada, Kanafani crea nuevas imágenes, las fuerza al extremo, lo que hace a veces difícil encontrar su equivalente en otro idioma» «permiten pensar que su escritura se habría perfeccionado, habría madurado y evolucionado a formas de expresión más depuradas. Porque hay un hecho innegable: Kanafani tenía verdadera madera de escritor» —concluye la traductora su exposición inicial—, algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo. Aun así, no creo que esas contradicciones que se dan en la valoración global de su obra sean debidas a la falta de tiempo sino, más bien, al espacio que le tocó habitar. Pienso ahora en el espacio que es ese desierto con voz propia y en el tiempo que marca ese reloj de pared que recuerda un ataúd en Lo que os queda.

Quiero destacar esta segunda novela de esta Una trilogía palestina, título bajo el que la editorial Hoja de Lata decidió en 2015 reeditar estas tres novelas cortas de Gasán Kanafani manteniendo la traducción original al español de de Madariaga de 1991, así como el estudio de esta sobre el autor palestino, a los que añade tan solo un prólogo, también a cargo de la traductora, para actualizar y refrescar los acontecimientos en el eterno conflicto israelí-palestino en los veinticuatro años que han mediado entre ambas ediciones.

Si Hombres en el sol narra la historia de tres hombres de diferentes generaciones que intentan cruzar desde Basora a Kuwait en el interior de un camión cisterna y Um Saad debe su título al nombre de una mujer «más sólida que una roca. Más tenaz que la tenacidad misma», Lo que os queda relata los destinos divergentes de dos hermanos —hombre y mujer— que, por el inmenso talento narrativo de Gasán Kanafani, se desarrollan en una simbiótica fusión y terminan en una maravillosa convergencia. Si los personajes de la primera y tercera novela de este libro parecen en ocasiones supeditarse al mensaje que quiere transmitir su autor, los sentimientos y pensamientos de los dos protagonistas de la segunda de ellas, lejos de permanecer encorsetados, fluyen y se derraman hasta empapar al lector. Si en Hombres en el sol nos encontramos con una progresión lineal y tradicional en la trama y Um Saad, más que una novela en sí, es la plasmación de varios encuentros y conversaciones entre la mujer del título y el autor, Lo que os queda supone literariamente, por su mayor elaboración, originalidad y complejidad estilística, un gran paso más allá. Si las otras dos las he leído con interés, tanto por el contexto en el que se desarrollan como por esos destellos que son las virutas que se desprenden de la madera de escritor que había en Kanafani, esta que tanto alabo, sin necesidad de compararla con el resto de la obra de su autor o de encuadrarla dentro de la literatura árabe o de cualquier otra procedencia, es decir, por sí sola, me ha parecido una auténtica joyita. Lo que os queda se me antoja el diamante en bruto de un escritor que renunció a pulirse porque fue palestino antes que escritor, porque sacrificó la patria de la literatura para reivindicar aquella otra que le habían arrebatado.

Shatt Al Arab, fotografía de Mohammed Abdul Hussein bajo licencia CC BY-SA 4.0 DEED

«Al otro lado del Chott, tan solo al otro lado, se encuentra todo lo que te quitaron. [...].
Lo que viviste con la imaginación, como en un sueño, existe allí…»
Hombres en el sol


Gasán Kanafani fue un buen conocedor de la literatura occidental. En su análisis sobre el autor María Rosa de Madariaga argumenta que Lo que os queda tiene influencias de escritores como James Joyce, Marcel Proust y, especialmente, William Faulkner. De hecho, llega a comparar la novela del palestino con El ruido y la furia (comparación que entiendo, pues ambas tienen elementos comunes, si bien, a su vez, son muy diferentes, así como la de Kanafani mucho más fácil de descifrar). Cuenta la traductora en ese análisis que el estilo utilizado por Kanafani en esta novela era nuevo en la literatura árabe y no fue, por tanto, del todo bien acogido. El mismo autor manifestó en una entrevista sus dudas al respecto al preguntarse: «¿Para quién escribo? De los lectores árabes, solo una minoría podrá comprender esta novela. ¿Escribo para que un crítico diga en una revista cualquiera que he escrito una novela excelente, o escribo para llegar a la gente?» Y es que —tal y como explica de Madariaga— «por tratarse de un estilo difícil, intrincado y, por tanto, no accesible a todas las categorías de lectores árabes, la mayoría no habituados a un lenguaje narrativo ajeno a su tradición literaria, Kanafani temía que la realidad expresada en esta novela y el mensaje que encerraba solo fueran comprendidos por una minoría intelectual». Probablemente fuera por ello por lo que Kanafani volviese en Um Saad al que se conoce como estilo realista.

También advierte la traductora de que «sería pecar de eurocentrismo o de «colonialismo literario» condenar un estilo que, si bien para muchos estaba ya superado en Occidente, seguía o sigue siendo válido para los escritores de otras sociedades. Este estilo corresponde a una etapa histórica determinada que no coincide necesariamente con la de Occidente. En la actualidad [recordemos que esto está escrito en 1991], muchos autores del Tercer Mundo han evolucionado hacia otras formas de expresión y superado el realismo puro, que aparece con frecuencia diluido y asociado a otros estilos, ya sea su origen occidental o bien inspirados en las respectivas tradiciones literarias nacionales. Quizá Kanafani habría seguido también la vía de muchos de estos novelistas. Su muerte prematura nos impide saber cómo habría evolucionado su escritura». Y mi subjetividad de lectora europea que lee a este escritor árabe más de medio siglo después de que este escribiera estas novelas me impide aparcar ese colonialismo literario del que me han advertido. ¿Para quién escribo?, se preguntó el escritor palestino. Me gustaría responderle que un escritor no debería escribir ni para recibir el elogio de la crítica ni para ser comprendido por los lectores; me gustaría decirle que un escritor debería escribir para sí mismo, pero, como vuelve a advertirme María Rosa de Madariaga, «hay momentos históricos, situaciones límite, en los que el escritor no puede aislarse en su torre de marfil y permanecer indiferente a lo que le rodea. Su deber de intelectual es testimoniar».

¿Para quién testimonió, pues, Gasán Kanafani? La renuncia a sus influencias más evidentes de la literatura occidental hace sospechar que sus letras no apelaban a la sensibilidad de la comunidad internacional. La lectura de estas tres novelas no deja lugar a dudas de que empuñó la pluma con la esperanza de hacer despertar a sus compatriotas del letargo de humillación y resignación en que malvivían sumidos. Um Saad, en su novela homónima, insta al autor en más de una ocasión a que él que ha estudiado, él que sabe escribir, él que tiene las palabras escriba ese sentir que comparte con ella mientras que ella misma no puede evitar alegrarse de que sean otras armas diferentes a la pluma las que por fin se están empuñando. Es la orgullosa madre de un feday (fedayín, como me ilustra una vez más María Rosa de Madariaga, «corresponde, en realidad, al plural de la palabra árabe, a partir de la cual se ha formado un nuevo plural en español, fedayines, participio activo de la raíz verbal fadaa, «rescatar, redimir» (con su sangre) o «sacrificarse» y que significa, pues, «el que rescata, el que redime, el que sacrifica su vida»») y para ella, para Um Saad, «el fusil es como el sarampión, contagioso. Entre nosotros, en la aldea, cuando un niño había tenido el sarampión, decíamos que era como si empezara a vivir y que ya quedaba bien «armado»». Es alzándose en armas —se puede desprender de lo anterior— como el pueblo palestino puede volver a la vida y recobrar, por tanto, su dignidad. «Quizá fuera mejor que pasaras el resto de tu vida ahí de rodillas, prosternado con la frente en el suelo y el cuerpo carcomido por la vergüenza, como por la roña, esperando que una patada te enderezara. Pero lo que aquí buscas es la mirada de Salem, que sigue removiéndote las entrañas, esa mirada de adiós a tu vergüenza eterna. Eso es lo que aquí buscas», leo en Lo que os queda. Lo que Gasán Kanafani buscaba —no puedo evitar pensar— es que que sus compatriotas buscaran precisamente eso al leerlo.

Si en el estilo narrativo del escritor árabe se detecta durante la lectura de estas tres novelas una evolución sucedida de una involución, en cuanto a su contenido político no puede negarse una progresión. Del silencio mortífero de Hombres en el sol pasamos al grito que es Lo que os queda. Asistimos, pues, a una toma de conciencia del pueblo palestino con su situación que fructifica en la acción que brota de la ira. Sin embargo, en esta segunda novela esa acción sucede de manera aislada al manifestarse de forma individual. No es hasta Um Saad que el autor plasma cómo el movimiento colectivo permite la irrupción de brotes de esperanza en los yermos campos de refugiados. Asimismo —y a pesar de la diferencia estilística entre estas tres novelas con una narración más lineal, realista y tradicional en la primera y la última frente a la fusión de espacios, tiempos y personajes de la central—, los elementos, personajes y palabras simbólicas son una constante a lo largo de esta trilogía.

Puesta de sol en el desierto del Néguev, fotografía de Anthony Jauneaud bajo licencia CC BY-NC 2.0 DEED

«Y de pronto apareció el desierto. Inmenso, hasta donde alcanzaba la vista. Por primera vez lo veía respirar como un ser vivo, misterioso, terrible y manso a la vez, y cambiar bajo las ondas de luz cenicientas hasta retroceder poco a poco tras el manto negro del cielo que descendía. Inmenso, oscuro. Demasiado grande para amar como para odiar. Nunca silencioso. Lo sentía respirar como un cuerpo monstruoso. A medida que se hundía en él le entraba vértigo. El cielo se cerraba sobre él sin ruido y detrás la ciudad se iba alejando hasta no ser más que un punto negro perdido en el horizonte».
Lo que os queda

«¡Pero por todos los cielos!, ¿qué es lo que ha ido a hacer en Jordania? ¿Quiere atravesar todo ese desierto solo para llorar en el regazo de su madre? ¡Pobrecito, era como un niño grande! Vivió toda su vida ante una sombra protectora que se había creado durante más de quince años sin refugiarse en ella, esperando que un día ocurriese una calamidad cualquiera. Había hecho de su madre lejana un refugio al que acudiría en la desgracia. Aquella sombra la había agrandado y recreado hasta tal punto que se había olvidado de hacer de sí mismo un hombre que no necesitara de ningún refugio en los momentos de adversidad. ¿Pero qué es lo que te creías, pobrecito Hamed, que esta tierra fértil iba a seguir siempre virgen sin que a ningún arado le fuera dado penetrarla?, ¿que iba a pasarme la vida mirando tus pantalones colgados y pensando en un tal Fathi de Jafa que hubiera estado ausente durante todos estos años trabajando callada y honradamente para reunir una dote digna de la hija de Abu Hamed? Pero Jafa está perdida, desgraciado, perdida, perdida, como Fathi, como todo. Fuiste tú mismo quien colgó frente a mí ese ataúd para que me repitiera incansable día y noche esa verdad trágica, tú quien me presentó a Zacarías, tú quien hizo de nuestra madre una obsesión».

En Lo que os queda, por ejemplo, la madre de los dos hermanos protagonistas simboliza a la Palestina idealizada de antaño mientras que la hermana es la Palestina mancillada. De esta última «dirán: la tuvo gratis, es joven, ardiente, y tiene una casa con dos habitaciones, dos camas y todo lo necesario. Consiguió echar de casa a su hermano pequeño y nunca más nos volvieron a dar noticias suyas». Igualmente, esa inmensa mujer que es Um Saad es como la madre patria de la que el autor mismo dice que, «al ver aquel brazo sólido, moreno como el color de la tierra, comprendí que las madres pudieran echar al mundo hijos combatientes». Es él mismo quien, en la breve introducción a esa novela protagonizada por esa totémica y titánica mujer, explica que «Um Saad no es solo una mujer. Si no encarnara en cuerpo y alma el sufrimiento de las masas, sus penas cotidianas, no sería lo que es. Su voz es, para mí, la de esa clase de palestinos que pagaron caro el precio de la derrota y que hoy, bajo techos miserables y en la vanguardia de la lucha, siguen pagando aún más caro que todos los demás». Asimismo, no es casualidad que los tres hombres que viajan en el interior del camión cisterna en Hombres al sol pertenezcan a diferentes generaciones, así como tampoco la apariencia y el esbozo biográfico del complejo y contradictorio oportunista Abuljaizarán —tal es el nombre del hombre que conduce el camión— están elegidos al azar. 

Hay más cosas, por supuesto. No abundo en ellas por no desentramar estas tres novelas, así como por no tratarse esta de una reseña individual de una única novela sino de la de un conjunto de tres. Conjunto —eso sí— que ofrece el panorama de un pueblo encarcelado en busca de la llave que le conduzca a la libertad.

«—Y ahora, ¿qué va a hacer Saad? ¿No sería mejor que saliera de la cárcel?
Se calló y después me miró y esbozó una sonrisa en las comisuras de la boca.
—¡De acuerdo! Pero tú, ¿acaso no estás preso? ¿Y qué es lo que haces?
[...]
—¿Crees que no vivimos en la cárcel ahora? ¿Qué hacemos nosotros en el campo más que movernos dentro de una prisión extraña? ¡Cárceles las hay de todas clases, hijo mío! De todas. El campo es una cárcel, tu casa otra, y el periódico, la radio, el autobús, la calle, los ojos de la gente… Nuestra edad también es una prisión, y los veinte años que acabamos de pasar. El mujtar. Todo son cárceles. ¿Y hablas de cárcel? Pero si toda tu vida estás preso… ¿Te crees, hijito, que los barrotes tras los que vives son arriates de flores? Cárceles, cárceles, cárceles. Tú mismo eres una cárcel. ¿Por qué va a ser Saad solo el preso? ¿Por qué no firmó ese papel y prometió que sería buen chico? ¡Buen chico! ¿Quién de nosotros es buen chico? Todos hemos firmado ese papel de una u otra manera, pero eso no nos impide estar presos…»

Han pasado cincuenta y cuatro años desde la publicación original de la más reciente de estas tres novelas. Siguen sin soplar vientos nuevos que alivien del látigo de fuego y alquitrán ardiendo. No hay nuevo y benigno sol para esa nueva (o tristemente ya vieja) Palestina que —como la hermana de Lo que os queda— para Gasán Kanafani era «una tierra fértil sembrada de ilusiones y de incógnitas». Mucho me temo que sobre ella se ciernen más incógnitas que ilusiones.

Vitis vinifera, fotografía de Amadeu Sanz bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0 DEED

«—Parece que no sabes lo que es la viña. Es una planta que da fruto y que no necesita más que un poco de agua, no mucha, que si no, se pudre. Me dirás que cómo es eso, pues te lo diré. Hay siempre humedad en la tierra y en el cielo, pues de ellas saca el agua que necesita y, después, da fruto sin parar.

—Pero si no es más que un palo seco.
—Eso es lo que parece, pero es un trozo de viña».
Um Saad





Ficha del libro: 
Traducción y edición a cargo de: María Rosa de Madariaga
Editorial: Hoja de Lata
Año de publicación: 2015
Nº de páginas: 272
ISBN: 978-84-942805-4-2





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Comentarios

  1. Me guardo esta entrada. Buscaré este libro. Estoy leyendo sobre Palestina estos días. Necesidad de entender el mundo. No creo que lo consiga. Un abrazo

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    1. Yo casi que prefiero no entender los motivos interesados por los que se consiente lo que no debería consentirse. En todo caso, me alegro de que este libro haya salido por fin de mi lista de pendientes.
      Un abrazo, Esther.

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  2. Fantastica lectura, imprescindible conocer.
    Gracias por compartirla.

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  3. ¡Hola Lorena!
    no sabía nada de este autor y me parece superinteresante lo que nos cuentas, y una pena que alguien así, un escritor con esa prosa que describes y que luchaba con ello para abrirle los ojos al pueblo árabe en general. Si adolecía de cierta inmadurez literaria, cosa normal porque era muy joven, pues ni pensar hasta donde podría haber llegado si el destino le hubiera permitido seguir escribiendo.
    Me suelen gustar mucho los libros de la editorial Hoja de lata (sabes que hace poco leí el de "El verano que lo derritió todo" y que lo disfruté mucho), porque creo que selecciona mucho sus publicaciones, suelen ser especiales.
    Al principio pensé que ser trataba de tres relatos, pero cuentas que son tres novelas cortas recopiladas, así que igual me animo porque me has dejado con bastante curiosidad
    Besos

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    1. Más que hablar de inmadurez, personalmente pienso que hay que tener en cuenta tanto el contexto como la época en los que Kanafani se desarrolló como escritor. Al autor se le considera un renovador de la literatura árabe, y, probablemente, si no siguió indagando el sendero que abrió con Lo que os queda es porque temía no ser comprendido por unos lectores que aún no estaban acostumbrados a cierto tipo de recursos narrativos. Para él primó asegurar que sus lectores fuesen capaces de identificarse con la humillación del pueblo palestino que plasmaba en sus narraciones, así como espolearlos para que reaccionaran y se rebelaran. Como digo en la reseña, para mí Lo que os queda es una pequeña joya. Sus personajes me llegan mucho más que el de las otras dos novelas, especialmente el de la hermana, siendo destacable cómo el autor sabe transmitir los sentimientos de esa mujer encuadrados dentro de una cultura tan machista. Igualmente, en las otras dos novelas queda patente esa visión especial de Gasán Kanafani.
      Hoja de Lata tiene un catálogo de lo más interesante. Hace años que los sigo, aunque hacía tiempo que no leía una de sus propuestas.
      Besos

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    2. Trilogía para apuntar. Asuntos complicados, difíciles de digerir, de entender e incluso de expresar, pero en los que, sin duda, el sufrimiento y el dolor son el resultado palpable. Me ha llamado la atención todo lo que mencionas del estilo y los recursos narrativos del autor, también de las diferencias entre las tres partes.
      Anotado queda, ya lo había visto con anterioridad, pero con tu post me queda mucho más claro el interés que me suscita.
      Un abrazo, Lorena.

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    3. La primera y la tercera novela de esta trilogía me han parecido más rudimentarias. Aun así, el fuerte del autor, esa belleza de sus metáforas, es igualmente palpable en ambas. La segunda es mucho más innovadora y, personalmente, me ha gustado mucho más. En todo caso, ese sufrimiento y dolor (y especialmente la humillación) del pueblo palestino está presente en las tres. A ver qué te parecen.
      Un abrazo

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  4. Me llevo bien apuntado este libro. Lo desconocía totalmente. Y me pasa como a Esther, que siento necesidad de entender un poquito este mundo que cada vez entiendo menos.
    Besotes!!!

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    1. No sé si esta lectura servirá para desentrañar tanto sinsentido, pero sí queda bien patente en ella la humillación y sufrimiento del pueblo palestino. Además, nunca está de más descubrir un nuevo autor, así como acercarse a literaturas de procedencias distintas a aquellas otras por las que más nos solemos prodigar.
      Besos

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  5. Gracias por convertir la información en una experiencia enriquecedora para nosotros.

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