Kafka en la orilla- Haruki Murakami

«El día de mi decimoquinto cumpleaños me escapé de casa, me marché a una ciudad desconocida y empecé a vivir en un rincón de una pequeña biblioteca». Así resume Kafka Tamura la aventura que protagoniza en el libro que os traigo hoy. Es un resumen simplista, como él mismo admite, pero que, para explicar la trama de una novela difícil de explicar, me basta. 

Lo primero que sorprende en esta novela es el nombre de su protagonista, que también se incluye en el título. Todos —supongo— pensamos al leerlo en el famoso escritor checo. El joven Tamura, a pesar de su corta edad, es un gran lector. No es de extrañar, pues, que, aunque respetase su apellido de origen, eligiera el nombre que elige para su huida y su nueva vida. Sin embargo, algo que ignoramos todos —supongo una vez más— antes de comenzar la lectura de este libro es que kafka es la palabra checa para grajo, aunque en el japonés original de esta novela el autor de la misma recurra a la palabra cuyo significado es cuervo. No de forma casual, por supuesto, pues pronto sabremos en esta novela del joven llamado Cuervo, una especie de conciencia o alter ego de Kafka Tamura. Y es que Kafka ha de ser «el chico de quince años más fuerte del mundo». Ha de ser «como un cuervo abandonado. Por eso me he puesto el nombre de Kafka».

Kafka es realmente un chico abandonado. Su madre se fue cuando el tenía cuatro años. Se llevó a su hermana, pero a él lo dejó con su padre. Es de ese padre del que huye el quinceañero Tamura. De un padre que le echó una maldición de la que también Kafka intenta escapar. Se puede borrar de la memoria a las madres que desaparecen de la infancia de sus hijos. Se pueden poner kilómetros de distancia con los padres con los que nos condenan a vivir. Lo que no puede hacer Kafka es «expulsar los genes que se encuentran en mí. Porque para expulsarlos debería desterrarme a mí de mí mismo». Pero para huir de uno mismo no basta con huir porque uno siempre se lleva consigo. Eso Kafka aún no lo sabe cuando comienza su huida, y es que Kafka —recordemos— tiene solo quince años. Eso sí, es un chico de quince años que sabe muchas cosas, pero es un chico de quince años que tiene muchas otras que aprender.

El Kafka en la orilla del título de esta novela no es Kafka Tamura. Kafka en la orilla del mar es un cuadro. Kafka en la orilla del mar es una canción. Son un cuadro y una canción de ficción en una novela salpimentada por múltiples referencias literarias, musicales y también relativas a la cultura clásica. Pero, de algún modo, Kafka Tamura sí que es el Kafka en la orilla de ese cuadro y esa canción. Porque todo en esta novela es una metáfora. Porque, tal y como se nos dice en esta novela, «en la vida, todo es una metáfora». Ejemplo de metáfora: Kafka Tamura no se queda en la orilla. Kafka Tamura se adentra en el bosque.

«Según los conocimientos actuales, los primeros que imaginaron el concepto de laberinto fueron los antiguos mesopotámicos. Éstos les arrancaban las tripas a los animales, o, a veces, los intestinos a los seres humanos, y, según la forma que tuvieran, predecían el futuro. Sentían admiración por lo complejos que eran. Así que la forma del laberinto remite a las entrañas. Es decir, que el principio del laberinto reside en tu propio interior. Y éste se corresponde con el laberinto exterior.
—Una metáfora —digo.
—Exacto. Una metáfora recíproca. Lo que existe fuera de ti es una proyección de lo que existe en tu interior, lo que hay dentro de ti es una proyección de lo que existe fuera de ti. Por eso, a veces, puedes hollar el laberinto interior pisando el laberinto exterior. Aunque eso, en la mayoría de los casos, es muy peligroso.
—Como Hänsel y Gretel en el interior del bosque.
—Exacto. Como Hänsel y Gretel. El bosque te tiende una trampa. Y, por más precauciones que tomes, por más cosas que te ingenies, siempre vendrá un pájaro espabilado y se te comerá las migas de pan con las que has señalado el camino».

Kafka Tamura se adentra en la profundidad del bosque y en un claro del bosque comienza la historia de Satoru Nakata. Es por entonces más joven que el joven Tamura. Tiene tan solo diez años cuando va a la montaña con sus compañeros de clase y profesora en una de las habituales excursiones que realiza la escuela. Pero esa excursión no es como las demás. Sucede un hecho extraño. Un suceso que se investiga, pero que —debido a la situación política tan delicada que se vive a finales de la Segunda Guerra Mundial— es sepultado por el exceso de prudencia y el secretismo. Para los compañeros de Nakata el suceso es completamente inocuo y tan solo representa una evasión de la que no guardan recuerdo, consiguiendo reanudar sus vidas con absoluta normalidad. Nakata, en cambio, no volverá a ser el mismo. El que era un estudiante avanzado perderá la capacidad de leer, así como todo recuerdo de lo aprendido y lo vivido y la capacidad de volver a aprenderlo. A partir de ese suceso, «Nakata es como una biblioteca sin libros».

«Una persona vacía es igual que una casa deshabitada. Una casa deshabitada cuya puerta no esté cerrada con llave. Cualquier persona es libre de entrar en ella, cualquier cosa que desee hacerlo. Y eso le da mucho miedo a Nakata».

Nakata es tonto. Nakata de eso no sabe. Nakata no sabe leer, repite Nakata como un mantra en continua disculpa para aquel que lo quiera escuchar. Como podéis observar, Nakata acostumbra a hablar de sí mismo en tercera persona. Su historia comienza en ese claro con ese inexplicable suceso, pero su aventura comienza a la par que la del joven Kafka. Han pasado los años y Nakata es un sexagenario extraño pero encantador. Vive en un apartamento en el que le permite residir uno de sus hermanos para acallar así su conciencia y de una prestación pública. Además, consigue algún dinerillo extra de sus vecinos encontrando los gatos extraviados del barrio. Porque Nakata tiene mano con los felinos. El caso es que las personas en seguida se aburren hablando con Nakata, pero, oye, los gatos no se cansan. Porque, mira tú, Nakata no sabe de muchas cosas pero sí sabe hablar con los gatos. Y es que «no se trata de ser inteligente o tonto. La cuestión es si ves las cosas con tus propios ojos o no las ves».

Johnnie Walker, fotografía de
Michel Curi bajo licencia CC BY 2.0

Entiendo que lo de Kafka, el cuervo, el cuadro, la canción, la orilla, el Kafka que no es pero es, … no os sonara muy allá. Entiendo que ya lo de Nakata os suene raro raro. Pero la cuestión no es cómo suene lo que os estoy contando. La cuestión es si veis las cosas con vuestros propios ojos o no las veis. Vamos, que todo esto que suena muy kafkiano en realidad es muy murakamiano. Aquellos que hayáis leído al autor japonés me entenderéis y los que no, no sé a qué estáis esperando (bueno, yo, aunque ya había leído alguno de sus relatos, he tardado lo mío, así que no soy nadie para deciros nada). La simbiosis entre realidad y fantasía es marca de la casa de Haruki Murakami, que bien sabe y muestra que «todos los objetos se encuentran en constante movimiento. La tierra, el tiempo, los conceptos, el amor, la vida, la fe, la justicia, el mal. Todas las cosas fluyen, son transitorias. Nada permanece indefinidamente en el mismo lugar ni con la misma forma». Las barreras se mueven. Los límites son difusos, tenues. En las orillas habitan las metáforas.

«El mundo fantástico son las tinieblas que hay en el interior de nuestra mente. Antes de que en el siglo XIX Freud y Jung arrojaran luz sobre todo esto con sus análisis del subconsciente, la correlación entre ambas tinieblas era, para la mayoría de personas, un hecho tan obvio que no valía la pena pararse a reflexionar sobre él. Ni siquiera era una metáfora. Y si nos remitimos a épocas anteriores, ni siquiera era una correlación. Hasta que Edison inventó la luz eléctrica, la mayor parte del mundo vivía, literalmente, envuelto en unas tinieblas tan negras como la laca. Y no existía frontera alguna entre las tinieblas físicas del exterior y las tinieblas interiores del alma, ambas se entremezclaban. Más aún, se confundían en una. De esta manera [...], los espíritus vivos eran a la vez un fenómeno fantástico y una disposición del espíritu de lo más normal, algo que estaba allí. Pensar en estas dos clases de oscuridad como algo separado era algo que, probablemente, no pudiera hacer la gente de aquella época. Pero para nosotros, que estamos en el mundo actual, las cosas son distintas. Las tinieblas del mundo exterior han desaparecido, pero las tinieblas de nuestra alma continúan inalteradas. Una gran parte de lo que llamamos yo o consciencia permanece oculta en el reino de las tinieblas, como un iceberg. Esta disociación, en algunos casos, crea en nosotros confusión y grandes contradicciones».

Los capítulos protagonizados por Kafka y por Nakata se van alternando. Como os imaginaréis, llega un punto en la novela en el que comenzamos a detectar que ambas historias están relacionadas. Los capítulos de Nakata suceden a los de Kafka. Sin embargo, si bien al principio no nos demos cuenta, es la historia de Kafka la que sigue inmediatamente a la de Nakata, aunque sea este último quien, de algún modo, vaya en pos del primero. Y es que Nakata tiene una misión. Aunque no seamos conscientes de ellos, «todos vivimos desempeñando la misión que se nos ha encomendado». Y «lo que yo me pregunto es si en verdad le es tan fácil al ser humano poder elegir algo por sí mismo», si es que acaso queremos estar en la tesitura de tener que tomar una decisión, si es que acaso queremos ser realmente libres por mucho que se nos llene la boca con la palabra libertad.

««Soy libre», me digo. Cierro los ojos y, durante unos instantes, pienso que soy libre. Pero aún no acabo de entender qué significa. En estos momentos, lo único que tengo claro es que estoy solo. Solo en una tierra desconocida. Como un explorador solitario que hubiese perdido la brújula y el mapa. ¿Consistirá en esto la libertad? Ni siquiera lo sé».

Kafka y Nakata no estarán solos en su periplo. Cual caballeros hidalgos cuentan con su Sancho Panza particular en sus respectivas aventuras. El culto y enigmático Ôshima, ayudante de la biblioteca en la que Kafka recala, será el adalid del joven cuervo. A él le debe esta novela gran parte de los maravillosos y reveladores diálogos que contiene. Será Hoshino, en cambio, el encargado de llevar a cabo la parte práctica de la misión de Nakata. En él recae mayoritariamente el peso de la comicidad que también contiene esta novela. Es un joven de escasa formación que ha ido dando tumbos a lo largo de su vida, que se siente irremediablemente atraído por la personalidad de Nakata y que vive a su lado un revelador proceso de aprendizaje personal.

«En aquella época, yo no tenía por qué pensar en nada [...]. Había bastante con ir viviendo. Sólo por el simple hecho de vivir, yo ya era alguna cosa. Era algo espontáneo. Pero, en un momento dado, dejó de ser así. Vivir me fue convirtiendo en nada. ¡Qué cosa tan extraña! La gente nacemos para vivir, ¿verdad? ¿Cómo es que yo, conforme he ido viviendo, he ido perdiendo contenido hasta convertirme en una persona vacía? Y además, de aquí en adelante, a medida que vaya viviendo posiblemente siga convirtiéndome en una persona más vacía aún, que valga menos todavía. Aquí hay un error. No puede pasar una cosa tan extraña. En alguna parte debe de poder cambiarse la dirección de la corriente».

Colonel Sanders, fotografía de Roadsidepictures
bajo licencia CC BY-NC 2.0

«Tengo que retroceder, [...]. Pero no es tan sencillo. Tal vez sea más difícil todavía que avanzar», leo en Kafka en la orilla. Cambiar la dirección de la corriente, efectivamente, es harto complicado. También leo en esta novela lo siguiente: «¿La guerra nace de la ira o del miedo?» Y es que son recurrentes en ella las alusiones bélicas, así como al mundo violento en el que vivimos y a lo complicado que es escapar de esa violencia. Metáfora —las guerras— de esos otros conflictos internos que vivimos como individuos. Probablemente esa ira y ese miedo sean los mayores impedimentos para avanzar en la vida, así como para retroceder. Porque aunque sea difícil, a veces es necesario retroceder para continuar avanzando. Las huidas hacia adelante no llevan a ninguna parte. Y no hace falta ir lejos para adentrarse en el bosque porque, «pensándolo bien, el ser vivo más peligroso que se encuentra ahora en este bosque debo de ser yo. ¿No me estaré asustando, en definitiva, de mi propia sombra?»

«No lo entiendes. En ningún lugar del mundo existe una lucha que acabe con las luchas[...]. La guerra nace de la guerra misma. Se alimenta lamiendo la sangre vertida a causa de la violencia, comiendo la carne lacerada a causa de la violencia. La guerra es un ser vivo perfecto. Y tú eso tienes que saberlo».

Sucede a menudo que lo que no sabemos nos abruma más que lo que conocemos («¿Cuántos miles de cosas habrá en este mundo que desconozco? ¿Cuántas cosas en las que no he reparado jamás? Al pensar en ello, me siento terriblemente impotente. Vaya donde vaya no podré huir jamás de esta impotencia»), y que lo que más nos asusta de esa ignorancia es el desconocimiento de hasta donde alcanza nuestra responsabilidad ya no solo de nuestros actos sino también de nuestros deseos («Temes a la imaginación. Y a los sueños más aún. Temes a la responsabilidad que puede derivarse de ellos. Pero no puedes evitar dormir. Y si duermes, sueñas. Cuando estás despierto, puedes refrenar, más o menos, la imaginación. Pero los sueños no hay manera de controlarlos»).

Kafka en la orilla es una novela sobre autoconocimiento, sobre la búsqueda del sentido de la vida, sobre la reconciliación y el perdón, sobre la necesidad de tener un lugar al que pertenecer y volver (supongo que para que nos sea más fácil retroceder). Tenía muchas ganas de leer alguna novela del escritor japonés y he de decir que he disfrutado muchísimo de esta lectura, si bien también he de señalar que no me ha parecido tan perfecta como los pocos cuentos de Murakami que he leído, pero, quizás, en esa falta de perfección está la grandeza de esta novela. Como le comenta Ôshima a Kafka respecto a una pieza musical que escuchan mientras hacen un viaje en coche, «una imperfección rebosante de calidad estimula la conciencia, mantiene alerta. Si condujera escuchando la interpretación perfecta de una música perfecta, tal vez acabaría cerrando los ojos y me entrarían ganas de morir sin volver a abrirlos. Pero, al escuchar la sonata en re mayor, puedo percibir en ella las limitaciones de la vida humana. Puedo descubrir que cierto tipo de perfección sólo puede conseguirse a través de una imperfección sin límites. Y me estimula».

Son, precisamente, esos estímulos los que dan color a la vida, los que le dan sentido y la hacen cobrar significado, los que abren resquicios en esa realidad que asumimos única y sólida hacia esas otras especies de realidades alternativas o mundos paralelos que franquean esos límites difusos que tan extraordinariamente escenifica Murakami en sus narraciones con esa mezcla tan característica suya de realidad y fantasía tan. «Una revelación trasciende los límites de lo cotidiano. Y una vida sin revelaciones no es vida». Bien lo sabemos y por eso bien nos creemos todo lo que nos cuenta el japonés por extraño que pueda parecer.

«Eso sucede. Experimentamos algo y, como resultado, ocurre algo. Es una especie de reacción química. Luego nos examinamos a nosotros mismos y descubrimos que la gradación de todo lo que nos rodea ha ascendido un punto. Y que, a nuestro alrededor, el mundo se expande. Yo lo he experimentado. No sucede muy a menudo, pero a veces ocurre. Es como el amor».

Se me ocurre ahora que tal vez sean esas revelaciones, esos momentos, el amor que hemos experimentado, esa melodía que escuchamos y nos eleva, ese diálogo o reflexión que de repente encontramos en un libro y que nos habla como nadie nunca nos ha hablado, esos recuerdos que todos atesoramos (de recuerdos también se habla lo suyo esta novela), tal vez —repito— pudiera ser que todo esto constituyera el lugar propio de cada uno de nosotros, nuestro baluarte, nuestro refugio, el descanso de ese guerrero que tantas veces la vida, con su violencia inherente, nos obliga a ser. El lugar del que no huir, al que volver y el que llevar con nosotros en nuestro continuo avance.

«Cada uno de nosotros sigue perdiendo algo muy preciado [...]. Oportunidades importantes, posibilidades, sentimientos que no podrán recuperarse jamás. Esto es parte de lo que significa estar vivo. Pero dentro de nuestra cabeza, porque creo que es ahí donde debe de estar, hay un pequeño cuarto donde vamos dejando todo esto en forma de recuerdos. Seguro que es algo parecido a las estanterías de esta biblioteca. Y nosotros, para localizar dónde se esconde algo de nuestro corazón, tenemos que ir haciendo siempre fichas catalográficas. Hay que limpiar, ventilar la habitación, cambiar el agua de los jarrones de flores. Dicho de otro modo, tú deberás vivir hasta el fin de tus días en tu propia biblioteca»

Stray Cat, fotografía de Daniel Ramirez bajo licencia CC BY 2.0






Ficha del libro:
Título: Kafka en la orilla
Autor: Haruki Murakami
Traductora: Lourdes Porta Fuentes
Editorial: Tusquets
Año de publicación: 2006
Nº de páginas: 592
ISBN: 978-84-8310-356-2





Si te ha gustado...
¿Compartes?
      ↓

Comentarios

  1. ¡Que sorpresa!! No me lo puedo creer..., que hayas leído "Kafka en la orilla", que la hayas disfrutado y que también haya sido tu primera novela de Murakami. Te cuento que yo he leído ya 10 del autor (creo que es el autor con el que mas he repetido, tengo 9 reseñadas en el blog aunque esta no está ya que no era bloguera todavía) y que Kafka... fue el regalo de una buena amiga y mi primera incursión en el mundo murakamiano, un mundo que me flipa. Murakami es un autor que o lo odias o lo amas (lo he podido comprobar en la biblioteca a lo largo de los años), yo lo amo. Y es que esa mezcla de realidad con fantasía, esos mundos oníricos y paralelos, no gusta a todos los lectores y yo reconozco que a veces he pensado que se le va mucho la pinza, pero se le va de una forma tan fascinante...
    Como te digo, con Kafka descubrí al autor (como tú) y te reconozco que es mi novela preferida de las 10 que leí, no sé si porque fue la primera y su recuerdo todavía me impacta (me viene a la mente ese llover peces del cielo y ese hablar con los gatos, ya sabes que yo soy muy gatuna).
    Me ha encantado recordar a esos personajes, volver a saber de Kafka Tamura y Nakata (me viene también a la mente una mujer en la biblioteca, personaje importante, la señora ¿Saeki, Soseki? o algo así, que tuvo influencia en Kafka, pero no recuerdo bien, porque lo leí en 2009)
    En fin, que no sabes como me alegra que lo hayas disfrutado y que tu primer viaje murakamiano haya sido con este libro tan especial.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay, Marian, que pensé que había programado esta entrada para publicarla el miércoles de la próxima semana y va y me llega esta mañana el mail con el aviso de tu comentario. Se ve que me he equivocado de semana, jeje. Bueno, pues ya que está ya la dejo publicada.
      Te contaré que Murakami, a pesar de ser un escritor que gusta mucho a los lectores e incluso ha sonado en ocasiones en las quinielas para el Nobel, a mí nunca me había llamado la atención. No sé, leía las sinopsis de sus libros y no me decían nada. Mi estreno con el autor fue completamente casual. El año que estuve trabajando en la biblio entraron como donación de un usuario tres cuentos de Murakami ilustrados y editados de manera independiente y como que me hicieron tilín, así que decidí llevármelos a casa (con vuelta, por supuesto ;)) Y me pasó como a ti, que me flipó. Llevo desde entonces con ganas de leer alguna de sus novelas, pero como siempre tengo más apetencias que tiempo pues he tardado en hacerlo. Y si me he decidido por esta novela en concreto ha sido porque muchos lectores coincidís en que Kafka en la orilla es vuestra novela favorita del autor. Creo (por lo poco que llevo leído de él) que Murakami me gusta más como cuentista que como novelista, pero aun así he disfrutado muchísimo leyendo esta novela. Y sí, recuerdas bien, la señora Saeki (aunque no la haya mencionada en la reseña) es un personaje importante en la trama de esta novela.
      Bueno, ya ves que seguimos con las coincidencias en gustos lectores.
      Besos

      Eliminar
  2. Ya me parecía a mí que llevabas un ritmo de publicar reseñas en tu blog poco acostumbrado. Veo por lo que le dices a Marian en tu comentario que la reseña "saltó" por sí sola una semana antes de la fecha que en tu cabeza le tenías asignada. Bueno, a veces pasan estas cosas; a todos nos ha pasado alguna vez.
    Yo a Murakami le he leído poco; mucho me gustó "Tokio blues" que la leí dentro del grupo de lectura, pero que no sé por qué no la tengo reseñada en mi blog; también leí 1Q84 cuya trama me sorprendió en comparación con la anterior, y quizás por eso desde entonces dejé de leer obras suyas. "Kafka en la orilla" siempre la tengo apuntada, pero no sé, quizás la equivocada creencia de que la cosa iba de Frank Kafka y no del personaje Tamura no me haya animado a lanzarme a su lectura. Tras la aclaración que leo en tu blog y el comentario positivo que haces de la novela vuelvo a ponerla en los primeros puestos de mis próximas lecturas.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Al césar lo que es del césar. Si blogger acostumbra a hacer de las suyas con los comentarios, en este caso he de asumir el error con la fecha de programación de la publicación de esta entrada. Pensé al principio en pasarla a borrador y volver a publicarla cuando tenía previsto, pero, con un comentario ya publicado, la actualización de entradas del blog ya enviada por mail a los suscriptores y sabiendo que muchos seguimos los blogs que más nos gustan por la lista de blogs seguidos de blogger y que ahí seguiría constando esta entrada, decidí dejarlo estar para no llevar a confusión. Eso sí, de aquí a la próxima entrada podría ser que el blog siguiera un ritmo de publicación un poco más lento a lo que os tengo acostumbrados. Veremos.
      Te diré, Juan Carlos, que, antes de interesarme por esta novela, también pensaba que tenía algo que ver con Franz Kafka, pero no, nada que ver. A mí me ha gustado, aunque, como le digo a Marian, en principio prefiero sus relatos. Al principio de la lectura tuve mis dudas, pero pronto entré en la historia y me encontré disfrutándola mucho y queriendo saber lo que iba a pasar a continuación. Además, los diálogos y las reflexiones que contiene son magníficos. No he leído Tokio blues ni 1Q84, así que no puedo decirte si Kafka en la orilla va más en la línea de la primera, que tanto te satisfizo, o de la segunda, que creo intuir te desconcertó un tanto.
      Besos

      Eliminar
  3. Aunque sigue sin llamarme este autor, después de leer tu opinión me dejas con curiosidad. Apuntado por si acaso, besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mí tampoco me llamaba, Rocío. Pero, bueno, llegó a mí de manera completamente azarosa y he de decir que lo poco que llevo leído de él me ha convencido. Espero que, si en algún momento te animas con él, también consigas disfrutarlo.
      Besos

      Eliminar
  4. Leí hace muchos años este libro. Para mi el mejor de Murakami, y el único del que no he podido desprenderme de este autor. Le guardo un especial cariño. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sois muchos los que coincidís en vuestra preferencia por este libro entre la extensa obra de Murakami. Espero, pues, haberte traído gratos recuerdos con mi reseña.
      Otro abrazo para ti, Esther.

      Eliminar
  5. Imagino que esos cuentos a los que te refieres en tu respuesta a Marian son La chica del cumpleaños, Sueño, La biblioteca secreta, Asalto a las panaderías. Los leí todos seguidos casi y hice reseña conjunta. Pero, con haberme gustado mucho, yo prefiero sus novelas largas, incluso muy largas, esas que ha publicado en dos tomos como 1Q84 o La muerte del comendador.
    Yo conocí al autor, como mucha otra gente por lo que he visto, con Tokio Blues y luego ya vino Kafka en la orilla. Ambos los leí en 2008 y he de decirte que no recuerdo nada de ellos. Al leer tu reseña me han ido viniendo cositas, he ido avanzando como por un túnel onírico en el que me sonaban algunas cosas. Muy pocas.
    Yo con Murakami el mayor problema que tengo es que me da mucha pereza. La literatura japonesa me produce esa reacción y no sé muy bien por qué porque cuando leo algo de ese país lo suelo disfrutar.
    Me gusta tu reflexión y la de Ôshima sobre lo perfecto y lo imperfecto. Yo veo lo perfecto como algo liso, sin relieves, y solo pensarlo me causa aburrimiento. En cambio, lo imperfecto tiene entrantes y salientes, profundidades, cimas, es ameno y complejo. La perfección no sería cómplice de la literatura pues esta se nutre de las miserias e imperfecciones del ser humano.
    Me ha pasado alguna vez que me salte una publicación sin haberlo querido por eso las programaciones las hago en el calendario y en blogger lo tengo todo en borrador, sin programar.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A excepción de La chica del cumpleaños, que se publicó, si no recuerdo mal, con posterioridad a mi estreno con Murakami y además bajo diferente sello editorial, si bien la ilustradora creo que es la misma, efectivamente esos son los cuentos a los que hago referencia. Evidentemente solo puedo comparar esos tres cuentos con esta novela que reseño, y, con tan poco para comparar, mis preferencias se inclinan hacia el Murakami cuentista. En cualquier caso me gustaría seguir leyéndolo y así tengo más base para opinar. Pero bueno, bien sabemos que son muchas las que de entre nuestras intenciones lectoras se quedan por el camino.
      Muy de acuerdo contigo y con Ôshima. La perfección es en sí mismo imperfecta por ese puntito, esa salsa que le falta.
      Besos

      Eliminar
  6. Hola, Lorena. Con este libro descubrí a Murakami y sigue siendo mi favorito del autor. Aunque tiene muchos de los elementos que luego siguen apareciendo en sus novelas, la frescura del tono y lo de entender a los gatos me encantó. Un abrazo y buen fin de semana.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sois muchos los que coincidís (así me lo han hecho saber muchos lectores por las redes sociales) en vuestra preferencia por esta lectura de entre las obras del autor, así como también habéis descubierto a Murakami con esta novela. Me alegra mucho ser una más de tantos que la han disfrutado.
      Feliz semana, Rocío

      Eliminar
  7. Aquí una que sigue sin estrenarse con Murakami. Es un autor con el que no termino de atreverme, pero después de leerte, creo que si en algún momento venzo mi temor, va a ser con este libro, que tanto has disfrutado.
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No puedo más que animarte a leerlo, Margari. Sin miedo. Ya verás que aunque sus historias parezcan extrañas en realidad se comprenden muy bien.
      Besos

      Eliminar
  8. Ya había leído antes opiniones de este libro, aunque nunca una tan desarrollada como la tuya, y la verdad tenía una idea algo distinta en la cabeza sobre el argumento, o más bien sobre el tema que parece estar en la base. Sí que tengo a Murakami como a un autor de esos extraños, con el que se casa mucho o poco. No sé aún si yo casaré o no porque no me he estrenado con él, ni con cuentos ni con novelas. Pero sí tengo una esperándome en la estantería, no es esta, aunque después de leerte me hubiese gustado que fuese esta jaja, es Tokio Blues. A ver qué me dice su estilo cuando lo lea...
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Realmente yo tampoco tenía mucha idea de lo que me iba a encontrar en esta novela, Magdalena. Es cierto que las narraciones de Murakami pueden parecer extrañas, pero no es menos cierto que, una vez que una se pone a leerla alguna de ellas, toda esa extrañeza resulta muy natural. Son lecturas enigmáticas pero a la vez no son costosas de leer.
      No he leído Tokio Blues. Espero que te guste cuando la leas. Ya me contarás.
      Un abrazo

      Eliminar

Publicar un comentario

Gracias por tu tiempo.
Participa siempre con libertad y respeto.
Por favor, no dejes enlaces a otras webs o blogs. Si quieres ponerte en contacto conmigo por motivos ajenos a esta entrada puedes escribirme a mi dirección de correo electrónico. Búscala en la pestaña Información y contacto.