Indigno de ser humano - Osamu Dazai
«La infelicidad. En este mundo hay muchos tipos de gente infeliz… Mejor dicho, no exageraría si dijese que el mundo está formado por personas desgraciadas. Pero estas personas se quejan a la sociedad de sus desventuras y la sociedad las trata con benevolencia y comprensión. Sin embargo, mi infelicidad procedía por completo de mis pecados y no tenía cómo reclamar a nadie. Si se me ocurriese pronunciar, aunque fuera entre dientes, una sola palabra de protesta, [...] toda la sociedad se escandalizarían de mi desfachatez. ¿Qué soy, un egoísta? ¿O quizás, al contrario, demasiado débil? No lo sé, pero como soy un pecador redomado, estoy condenado a ser cada vez más infeliz sin saber cómo evitarlo».
Ese ha sido siempre el sentir de Yozo. «Existe la palabra «marginados», que denota a los infelices, a los fracasados y a los descarriados en la sociedad humana; pero yo creo que lo soy desde el momento en que nací». Y es que desde niño se siente extraño, ajeno. No sabe cómo comportarse, cómo ser uno más. Los demás le inspiran miedo, pero, «pese a que temía tanto a la gente, al parecer era incapaz de renunciar a ella». Se esfuerza en complacer. Su comportamiento es una farsa y crea con él una máscara con la que presentarse ante los demás. Es el rey de las bufonadas. Con ellas hace reír a sus hermanos, conquista a su padre y se hace popular en la escuela. Yozo crece pero sigue sin poder «explicar [...] el miedo que me inspiraban todos, ni cómo cuanto más les temiera más bien les caía, y que su amabilidad sólo aumentaba mi temor, lo que me empujaba a huir de todos». Las vicisitudes de su vida le llevan a interpretar que «el alcohol, el tabaco y las prostitutas eran un método excelente para librarme del miedo a los seres humanos, aunque fuese sólo por un momento». «Tenía miedo y, no obstante, iba al bar, igual que un niño que tiene un poco de miedo a su mascota y, por eso, la aprieta con más fuerza entre sus manos».
Nuestro protagonista es capaz de manifestar empatía por otros seres humanos sufrientes en varios puntos de su narración. Duda, sin embargo, de su capacidad de sentir afecto hacia los demás. Confiesa no haber experimentado nunca la sensación de amistad. Sobre Horiki, compañero de correrías juveniles, concluye que «nos relacionábamos despreciándonos mutuamente y volviéndonos cada vez más triviales; si esto es lo que el mundo llama «amistad», entonces no hay duda de que éramos amigos». Yo pienso, en cambio, que si algún amigo tuvo Yozo ese no es Horiki sino Takeichi, compañero de la escuela. Si llamamos amistad a poder mostrarse ante el otro tal y como uno es, entonces no hay duda de que Takeichi y Yozo fueron amigos. Es Takeichi, precisamente, quien le formula a Yozo dos profecías sobre su persona: se enamorarán de él muchas mujeres y se convertirá en un gran pintor.
En cuanto a la primera de esas profecías, el éxito de Yozo con las mujeres es, efectivamente, notable. Las féminas parecen detectar su soledad y su vulnerabilidad actúa como un imán para ellas. Nuestro torturado protagonista frecuenta prostitutas y las mujeres con las que mantiene relaciones terminan por (o más bien empiezan a) mantenerle. Pese a lo que esto pudiera dar a pensar, personalmente no considero misóginos ni la conducta ni el pensamiento de Yozo. Cierto es que llega a expresar que las prostitutas le daban la impresión de ser seres idiotas o locos, pero no es menos cierto que señala que esto se debía a que se «sentía muy a salvo en su compañía y podía dormir profundamente. Daba hasta pena ver que no tenían ni un ápice de avaricia. Al parecer, sentían que tenía algo en común con ellas porque siempre me trataron con una amabilidad espontánea que no me agobiaba. Una amabilidad sin segundas intenciones, sin fines de negocio, hacia una persona que quizá no volverían a ver. En estas prostitutas idiotas o locas alguna noche vi una aureola de Virgen María». Respecto a las mujeres en general llega a considerarlas más favorablemente que a los hombres. «Parece un poco extraño hablar de magnanimidad en una mujer», señala, «pero según mi experiencia, por lo menos en Tokio, las mujeres poseen esta cualidad en mucho mayor grado que los hombres. Por lo general, los hombres son mezquinos y temerosos de las apariencias».
La segunda de las profecías que le vaticina Takeichi, en cambio, no llega a cumplirse. Yozo terminará malgastando su talento artístico como dibujante de historietas con el único propósito de obtener dinero para seguir bebiendo sake. «No puedo soportar la inquietud, el miedo. No puedo pasar sin beber», confiesa. Atrás queda aquel deseo de convertirse en un pintor de fantasmas que naciera al enseñarle Takeichi una lámina que reproduce el autorretrato de Van Gogh. Piensa entonces que «las personas que temen a otros seres humanos desean ver espectros de apariencia todavía más horrible; las que son nerviosas y se asustan con facilidad, rezan para que la tormenta sea lo más violenta posible; y ciertos pintores, que han sufrido a causa de unos fantasmas llamados seres humanos, acaban creyendo en cosas fantásticas y viendo espectros en pleno día, en medio de la naturaleza. Pero ellos no se dedican a engañar con bufonerías, se esfuerzan en pintar exactamente lo que vieron. Tal como dijo Takeichi, pintaron «cuadros de fantasmas», ni más ni menos». Y eso, cuadros de fantasmas, es precisamente lo que Yozo comienza a pintar en aquellos años escolare, antes de terminar de malograrse por completo.
«Mis cuadros eran tan lúgubres que casi me dejaban helado a mí mismo. En ellos estaba plasmada mi verdadera naturaleza, que mantenía escondida en lo más profundo de mi corazón. En la superficie me reía alegremente y hacía reír a los demás; pero, en realidad, era así de sombrío. Como no había nada que hacer, en secreto afirmaba esta naturaleza. Sin embargo, aparte de Takeichi, no se los mostré a nadie. Si alguien descubriese mi lobreguez tras la máscara de bufón, seguro que comenzaría una estrecha vigilancia. Por otra parte, existía el peligro de que no reconocieran mi verdadera naturaleza y lo tomaran como una bufonada más, lo que causaría grandes risotadas. Esto sería lo más horrible que pudiera suceder. Y así, cada vez que terminaba un cuadro, me apresuraba a esconderlo en el fondo del armario».
Osamu Dazai en 1946. Fotografía de Tadahiko Hayashi
en dominio público. Fuente: https://shihlun.tumblr.com
Publicada por primera vez en 1948, Indigno de ser humano es ya todo un clásico de la literatura japonesa. La vida de Yozo guarda muchos puntos coincidentes con la biografía de la persona real que le da vida, Osamu Dazai. La novela se encuadra dentro de la literatura japonesa de posguerra y, efectivamente, aun tratándose de obras muy diferentes y sin ser el contexto histórico algo destacable en esta novela, encuentro elementos comunes con otras lecturas japonesas de la época que he tenido entre mis manos, como son El marino que perdió la gracia del mar, de Yukio Mishima, y, especialmente, por la apatía y el nihilismo que ambas desprenden, Nubes flotantes, de Hayashi Fumiko. Hay mucho existencialismo en las páginas de Indigno de ser humano. De hecho, Osamu Dazai hace un guiño a otro gran literato existencialista, como fue Dostoievski, al mencionar la novela Crimen y castigo durante una escena en la que Yozo y Horiki juegan a un juego de sinónimos y antónimos que el propio Yozo ha inventado. La narración se estructura en tres cuadernos escritos por el protagonista, cuyos pensamientos y sentimientos no se desprenden de las vicisitudes que vive, sino que es él quien los expone, convirtiendo así esta obra en una interesantísima reflexión continua sobre el individuo, la sociedad y los conflictos entra uno y otra. Antecediendo y concluyendo esos tres cuadernos, sendos y breves prólogo y epílogo de los que Yozo no es el narrador. La sinopsis que proporciona la editorial da a entender que en la novela hay un giro o un cambio de perspectiva que nos hace contemplar al protagonista desde otra perspectiva o que nos muestra un retrato diferente de él. Personalmente, no lo he sentido así. Tal vez esto sea porque he visto al verdadero Yozo desde el principio (claro que el Yozo que yo he visto es el que él mismo me ha contado) y yo no he visto maldad en él. «La bondad y la maldad son conceptos inventados por el ser humano, palabras de una moralidad que se fabricó a su gusto». Desde mi propia moralidad, que a menudo va por libre, no considero a Yozo un ser depravado ni tampoco indigno. En él solo veo a un hombre que sufre y que es tremendamente infeliz. El hombre es un ser social que necesita sentirse parte de un grupo. Yozo no es ajeno a esta necesidad, pero esto choca con el rechazo que le provoca la sociedad de la que necesita sentirse parte. Se enfunda su disfraz de bufón para que se le expida así invitación a la mascarada que es la sociedad. Es la hipocresía de esta lo que le causa temor. Humano, como bondad y maldad, es otro concepto inventado por el ser humano. Los humanos, cómo no, hemos llenado la palabra que nos da nombre de connotaciones positivas. A Yozo, sin embargo, cuyo pensamiento, recordemos, se aleja bastante de la simpleza, no se le escapa lo que de negativo tenemos los humanos. Así, pues, Yozo es indigno de ser el humano que él es capaz de ver en los otros, aunque a mis ojos sea un ser humano muy digno (y no solo a los míos, y tal vez sea a eso a lo que se refiere la sinopsis con lo del cambio de punto de vista). La sociedad retrata «pinturas tan muertas como figuras recortables», mientras que Yozo se siente solo, como si fuera un fantasma dentro de unos de esos cuadros que pintaba y ocultaba a los demás. A mí me gustan los libros que con sus letras pintan fantasmas como los de esos cuadros. Al fin y al cabo, aunque, ocupados en simplezas y mascaradas, pocas veces nos detengamos a pensar en ello, son los que nos retratan tal y como somos cuando nos desprendemos de lo superfluo y nos quedamos sin disfraz.
«La sociedad. Para entonces hasta yo estaba empezando a tener una ligera idea de qué se trataba. O sea, una lucha entre individuos. Y una lucha que el ganarla lo supone todo. El ser humano no obedece a nadie. Hasta los esclavos llevan a cabo entre ellos mismos sus venganzas mezquinas. Los seres humanos no pueden relacionarse más allá de la rivalidad entre ganar y perder. A pesar de que colocan a sus esfuerzos etiquetas con nombres grandilocuentes, al final su objetivo es exclusivamente individual y, una vez logrado, de nuevo sólo queda el individuo. La incomprensibilidad de la sociedad es la del individuo. Y el océano no es la sociedad sino los individuos que la forman. Y yo, que vivía atemorizado por el océano llamado «sociedad», logré liberarme de ese miedo. Aprendí a actuar de una forma descarada, olvidándome de mis interminables preocupaciones, respondiendo a las necesidades inmediatas».
Autorretrato, Vincent van Gogh, 1889. Musée d'Orsay. Trabajo en dominio público. |
Interesante novela, aunque, por lo que te leo, parece durilla. La incluyes dentro del existencialismo de Mishima o de Dostoievski, y eso me la hace atractiva. La verdad es que la narrativa japonesa de posguerra tiene su aquel. Si además está con bastante probabilidad inspirada en la propia vida del autor, Osamu Dazai, mi atracción hacia ella aumenta. Tomo nota del título
ResponderEliminarBesos
A esta novela se la encuadra, efectivamente, dentro de la literatura japonesa de posguerra. Cierto es que se publica originalmente en los años inmediatos al fin de la Segunda Guerra Mundial, aunque no es menos cierto que, aunque no se especifica en la novela, si tomamos como referencia la vida del autor, los años que narra son algo anteriores. Pero sí que he detectado en ella esa tendencia filosófica que he encontrado en las otras dos novelas japonesas de la época que he leído y que cito en la reseña. Aunque también he de reiterar que, en ese sentido, he encontrado muchísima más similitud con la novela de Hayashi Fumiko que con la de Mishima. La actitud tanto de los protagonistas de Nubes flotantes como del de Indigno de ser humano se podría considerar nihilista debido a que muestran ese desapego a la vida que nace del desencuentro con ella. Así, en ambas está presente el evadirse en el alcohol, el coqueteo con el suicidio, etc. Y con esto último ya te doy pistas sobre las coincidencias biográficas entre el protagonista y Osamu Dazai.
EliminarCon la literatura japonesa casi siempre me mantengo algo a distancia. Tal vez sea por ello por lo que no se me ha hecho una lectura dura. Pero sí que he disfrutado mucho de las reflexiones que plantea.
Besos
Juraría que había escrito un comentario. A ver si me acuerdo más o menos.
ResponderEliminarCiertamente a la palabra humano le damos unas connotaciones positivas que no se merece, mientras que para el calificativo animal dejamos todo lo salvaje, lo que nos parece "inhumano. Sin tener en cuenta que vista la cantidad de barbaridades que somos capaces de hacer los humanos y que jamás haría un animal, tal cez deberíamos cambiar los conceptos.
Al empezar a leer tu reseña me estaba recordando La dependienta. ¿La has leído? Es otra novela japonesa en la que una joven no sabe adaptarse a los comportamientos que se consideran normales y tiene que aprender a copiarlos para no llamar demasiada la atención.
No sé si me animaré con este libro. Tiene cosas que me atraen, pero ya sabes mis prejuicios con lo japonés y creo que lo que me atrae no es suficiente para vencerlos.
Un beso
No te sé decir, Rosa. Como spam, que es lo que hace últimamente blogger con algún comentario y luego tengo yo que devolverlos a la vida, no lo ha clasificado. Pero como a veces hace cosas raras tampoco me extrañaría que no lo haya publicado sin más.
EliminarProbablemente los humanos tengamos todas esas cualidades de las que nos gusta presumir, pero creo que por cada una de ellas tenemos otra en la que no nos gusta vernos reflejados. Somos así: capaces de lo mejor y de lo peor y no necesariamente mejores que los animales, de los cuales nos gusta tanto diferenciarnos cuando en realidad somos un animal más.
No he leído La dependienta. Me tentó mucho cuando se publicó, pero luego mis intenciones se enfriaron. Me atrae la temática pero tengo la sensación de que es de esas novelas con las que me voy a quedar con la sensación de que no es para tanto como dicen. Aun así, me sigue produciendo mucha curiosidad, con lo que tampoco puedo asegurar que no termine leyéndola.
Entiendo esos prejuicios japoneses porque en parte los comparto. Voy más o menos solventándolos, pero sigo escogiendo mis lecturas niponas con cuentagotas.
Besos
¡Hola Lorena!
ResponderEliminarfíjate que según comenzaba a leerte, me preguntaba si sería una especie de biografía, si lo que cuenta la historia tendría algo que ver con el autor, veo que sí. No me extraña que Yozo sea infeliz, alguien que no ha experimentado la sensación de tener un amigo, (bueno en todo caso lo que tenía con Takeichi), con lo bonita que es la amistad, y alguien incapaz de sentir empatía hacia los demás...
A mi la literatura japonesa sí me gusta, ya lo sabes, aunque prefiero lo moderno a lo clásico (también lo sabes)
Por lo que cuentas de esta obra que describes como una reflexión sobre variados temas de la vida, ¿podría ser una especie de ensayo más que novela?
En fin, que no la descartaría del todo, aunque supongo que al final no acabaré leyéndola más que nada por cuestión de prioridades y preferencias
Besos
Es claramente una novela. Pero es cierto que el protagonista se analiza constantemente y comparte sus pensamientos de continuo, lo cual hace que la parte reflexiva tenga gran peso sobre la trama.
EliminarAunque Yozo llega a declararse como falto de empatía, no creo que realmente sea así. Lo que le pasa es que no termina de encajar en un mundo en el que a la vez quiere y no quiere pertenecer.
Sí, las prioridades. Cuantas lecturas se nos quedarán en el limbo.
Besos
¡Hola! Tomo nota de esta novela para leerla más adelante. Por lo que cuentas es una de esas obras que en cierta manera nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y personalmente, cuando se trata de literatura japonesa, necesito activar más de lo normal mis sentidos durante la lectura. Por ello me la anoto, pero ahora mismo tengo ganas de lecturas ligeras. Además no me siento en un momento adecuado para empatizar con un personaje tan tremendamente infeliz.
ResponderEliminarUn besito.
Para otro momento, entonces.
EliminarGracias por la visita, Melania.
Besos