Nubes flotantes - Hayashi Fumiko

Tu amor y mi amor eran al principio de verdad.
Aquellos ojos eran los ojos de la verdad.
Mis ojos de aquel día y de aquel tiempo
también eran sinceros.
Ahora, tus ojos y mis ojos se tiñen de sospecha.
Yukiko escucha esta canción annamita por primera vez. En realidad, la había oído en varias ocasiones durante su estancia en Indochina. Pero es ahora, que la felicidad que le procuró ese país extranjero es solo recuerdo, que al volver a llegar casualmente a sus oídos su melodía y sus versos les presta la debida atención por primera vez. Es ahora cuando se percata de que esos versos tal parecieran que hubiesen sido escritos para ella y para Tomioka.

A Tomioka lo conoce en Indochina. Motivada por el ambiente que se respira en Japón durante la Segunda Guerra Mundial y empujada quizás también por la ambigua y complicada situación que tiene en la vivienda en la que reside, la joven se anima a desplazarse a esa exótica región ocupada por su país para desempeñar un cargo como mecanógrafa para el Ministerio de Agricultura y Bosques. Se trata de un cambio que en un principio le resulta agridulce. Dalat, la población a la que es destinada, «podría ser un paraíso, pero Yukiko jamás había tenido una vida tan desahogada como esta y se sentía tan superada que le daba miedo. Había algo vacío e inquietante, como si hubiera entrado sin permiso en una lujosa mansión en ausencia de los dueños». En esa lujosa mansión que es el paraíso vietnamita, entre otros compatriotas se encuentra ya residiendo el ingeniero agrónomo Tomioka, que ejerce su profesión como funcionario para el mismo ministerio para el que trabajará Yukiko.
«Las plantas no crecen si no son originarias de la tierra. De hecho el pino japonés que habían plantado en el jardín delantero de la oficina de Dalat crecía con dificultad. Tomioka comparaba las diferencias étnicas con las de las plantas y empezó a convencerse extrañamente de que las plantas constituían una colectividad que estaba bien arraigada en la tierra de cada etnia. El bosque de pino Merkus ocupaba unas treinta y cinco mil hectáreas según el plano de distribución forestal, ¿cómo podrían asimilar tal extensión de tierra ajena los torpes funcionarios del Ministerio de Agricultura que habían llegado allá por circunstancias especiales? Aunque la forma y la veta del tallo son bellas, ¿dónde pretenden vender estos grandes bosques de pino Merkus? ¿No serían ellos, al fin y al cabo, unos forasteros que habían venido repentinamente para trastocar los tesoros que otras personas habían cultivado durante años?»
De esa idílica y boscosa mansión son expulsados Yukiko y Tomioka de vuelta a su país al término de la guerra. Primero regresa Tomioka. Lo hará después Yukiko. Habían acordado reencontrarse en Tokio y reanudar la relación comenzada en el privilegiado entorno de Dalat. Tomioka está casado, estado que ya conocía Yukiko cuando se enamora de él, y vuelve con la intención de dejar a su esposa. Pero Yukiko regresa y no recibe noticias de Tomioka. Es ella quien ha de ir en su búsqueda. El sentimiento agridulce que la invadió nada más llegar a Dalat se transformó pronto en un estado de dulce pasión. Poco sospechaba entonces que terminaría por ser desterrada de esa dulzura e instalada en la amargura.

Tomioka no responde como ella espera. «Los recuerdos de Indochina actuaban como una llamada al corazón para ambos, pero, en realidad, quizá cada uno estuviese soñando un sueño distinto y mirando en direcciones opuestas». «Aquella vida de los japoneses, alejada de la patria, debía de encerrar alguna magia maligna. Parecía como si todos hubieran estado viviendo en un arco iris, ebrios de algún extraño licor». El fin de la guerra es para ellos como un antídoto que les induce a despertar, pero no es el de ninguno de los dos un despertar lúcido. La embriaguez del arco iris es sustituida por la del alcohol y la apatía. «Bebo porque es triste pensar en la muerte», llegará a comentar Tomioka, así como a compartir el sentimiento de «me aburre seguir viviendo...»

«La sombra de la muerte cruzó por la mente de ambos. A pesar de lo absurdo que parecía, Tomioka no podía reprimir una sensación de vacuidad al pensar en el día a día de su vuelta a Tokio. Si al menos sintiera dolor y sufrimiento, todavía podría tratar de encontrar el ánimo necesario para resistir, pero ahora que todo eso había desaparecido como el humo que deja atrás una estela, nada le importaba».

big old tree in Yakushima, Japan. Fotografía de 8 og bajo licencia CC BY 2.0.

No soy presta juzgando a Tomioka, ese hombre adúltero que abandona después a su amante o, peor aún, que no es capaz de dejarla definitivamente. Acostumbro a ser indulgente con la cobardía. Soy capaz de imaginar la soledad de un hombre lejos de su país, su familia y su hogar. Soy capaz de comprender también cómo pudo ser recuperar todo eso que tanto echó de menos pero que, poco a poco, fue sustituyendo por los bosques de Dalat y el amor de otra mujer. Entiendo también la contradicción de sentimientos que debió de invadirle a su regreso y las obligaciones respecto a sus padres y esposa de las que debió de tomar entonces conciencia de manera súbita. O no. Lo entendería si sus actos posteriores hubieran ido en consonancia con todo esto. Sin embargo, no ha sido así. Lo que hace es comenzar a actuar movido por el más elemental egoísmo o, más bien, comenzar a moverse solo a tenor de lo que se le va presentando que sea capaz de engañar la sensación de vacío que siente, esa «soledad de no poseer nada que le perteneciese. No encontraba ni siquiera algo en que creer para consolarse», lo cual le causa un miedo aterrador. Protagoniza, además, un episodio en concreto que me asquea (y no me gusta recurrir a la palabra asco, pero es la que mejor refleja lo que me ha provocado) y que me produce un profundo rechazo.

Tampoco soy presta juzgando a Yukiko. Ella es una mujer libre que no tiene por qué dar cuenta de sus actos a nadie. Podría reprocharle su ingenuidad, su falta de perspectiva al entablar una relación sentimental con un hombre casado por mucho que este prometa (aunque la promesa en el momento en el que se haga sea sincera) que va a dejar a su mujer. Claro que yo le doblo la edad a la Yukiko de Indochina (claro que también Yukiko era mucho menos ingenua por entonces de lo que era yo a su edad). No hay que caer en el tópico de la mujer desvalida mal tratada por un hombre (nótese la separación entre mal y tratada para no caer en malentendidos). Yukiko sí está desvalida en muchas ocasiones por las circunstancias y el contexto que le toca vivir, pero ello no ha de traducirse en que sea un culmen de candor y perfección. También comete sus errores, por supuesto. Me cuesta (es algo que me pasa con más frecuencia de la que quisiera) comprender su dependencia de su relación continuada en el tiempo con Tomioka a través de los encuentros y desencuentros con este tras el regreso de ambos a Japón. Ella misma es consciente de esa dependencia. «¿Qué es lo que me ha hecho tan débil y sin voluntad...?» llega a preguntarse. Tampoco se engaña respecto a Tomioka. No lo tiene idealizado. Es más, llega a conocerlo muy bien. Sin embargo, no es capaz de romper definitivamente con él. No quiere y no puede. «Ya no tenía más opción en la vida que permanecer cerca de ese olor masculino». Porque no querer y no poder es lo mismo muchas más veces de las que nos imaginamos.

No quiero juzgar pero termino juzgando. Supongo que es inevitable. Leo desde mis circunstancias, desde mi experiencia vital, incluso desde la cultura a la que pertenezco (aunque también leo para poner patas arriba todo eso). De hecho, me pregunto si es el hándicap cultural lo que me ha impedido conectar del todo con Yukiko y Tomioka. Me quedo asimismo con la duda acerca de si existen códigos para mí desconocidos entre el hombre y la mujer nipones diferentes a los que se dan entre hombres y mujeres occidentales. Agradezco de todas formas a Kayoko Takagi no solo su traducción sino su introducción poniéndome en antecedentes del contexto histórico en el que se desarrolla esta novela, así como sus notas a lo largo de la misma. De hecho, si pongo tanto a Yukiko y a Tomioka como a su relación en sintonía con ese contexto, he de decir que llego a entenderlos perfectamente.

«Cuando alguien se está muriendo de hambre, acaba por desesperarse, ¿no es así? Hasta su corazón se torna famélico como el de un lobo. Aunque nos amemos, con tanta miseria entre los dos, acabaremos odiándonos, ¿verdad?... Si navegamos a través de un mar en calma, no tendremos razones para vomitar, pero si lo hacemos durante una tormenta, por mucho que uno se resista terminaremos haciéndolo... Es tan claro como eso...»

Mercado negro en Shinbashi, 1947. Fotografía en dominio público de United States Armed Forces.
Fuente:
Japan seen by GHQ, libro publicado por Sekaibunka-Sha

Nubes flotantes, que fue llevada a la gran pantalla en 1955 por Mikio Naruse, es una novela en la que se manifiesta un fuerte sentimiento nihilista. Comentaré, a modo de detalle, que se cita en ella en varias ocasiones la obra de Fiódor Dostoievski Los endemoniados, novela que, por lo que tengo entendido, orbita también alrededor de esta temática. Japón, como perdedor de la Segunda Guerra Mundial, ha de replegarse de sus territorios ocupados, así como verse sometido a esa otra especie de ocupación que llevan a cabo los estadounidenses. La posguerra, como es de esperar, no trae situaciones halagüeñas. Hay dificultad para conseguir determinados alimentos y artículos. Brebajes de mala calidad sustituyen las bebidas alcohólicas habituales. Algunas mujeres encuentran en las calles el sustento y un modo de vida alternativo, se harán amigas de los estadounidenses o se convertirán en dancers. En ese panorama devastador, no faltarán los oportunistas que sepan sacar partido a la nueva situación. De hecho, hay un personaje en esta novela que es paradigma de este comportamiento medrador. Los que no sean capaces de adaptarse a la nueva situación caerán en el desánimo y la apatía. El nuevo orden de las cosas será para ellos algo así como lo que fue para Yukiko y Tomioka el destierro de su paraíso vietnamita a la tierra de la que son originarios. El sentimiento de la inutilidad de la propia existencia es invasivo y comienza a actuar como otra ocupación. No se encuentra el sentido a una vida que pasa sin pena ni gloria ante el cómputo general de las cosas, a ese sentirse como nubes flotantes que terminarán desvaneciéndose en el olvido, a esa repetición constante que engendra «innumerables generaciones de seres humanos. La política repite los mismos errores una y otra vez, y las guerras comienzan y terminan en un ciclo sin fin... En ese reducido conjunto llamado sociedad, los hombres compiten sin comprender por qué nacen y mueren una y otra vez en una repetición eterna». Lo único que parece alzarse como verdad absoluta en esa farsa bajo la que esconden su confusión los seres humanos es la creciente percepción de que «la verdadera libertad se alcanza por primera vez cuando a uno le da igual vivir o no vivir, este es el último objetivo».

«Todos pensamos en la muerte en algún momento, ¿no es así? Solo que el ser humano tiene una conciencia que lo cuestiona, por eso, no puede uno morir sin más. Somos insignificantes granos de arena bajo el cielo... pero cada grano tiene su razón de ser, su autoestima, su vanidad... No tenemos medios para adivinar el futuro, respiramos porquerías llenas de incongruencias para procurarnos, a nuestra manera, los pequeños placeres de la vida. En esa basura hay negocios, mujeres, política, leyes o deportes. Dependiendo de la manera en que respira uno la basura, será afortunado o desafortunado».

Hayashi Fumiko en 1951, año de la publicación
de Nubes flotantes y también de su muerte.
Fotografía en dominio público de autor desconocido.
Fuente: Showa Literature Series: Vol.19 (August 1953 issue),
libro publicado por Kadokawa Shoten.
La escritora fue corresponsal de la segunda guerra sino-japonesa y
participó en viajes propagandísticos durante la misma, así como
 durante la Guerra del Pacífico, siendo por ello acusada de colaboracionista.
En su juventud, sin embargo, había sido detenida por la policía secreta,
aunque puesta en libertad sin cargos a los pocos días,
al ser considerada afín al por entonces ilegal Partido Comunista. 

Hayashi Fumiko me enamoró hace ya tres años con su Diario de una vagabunda (en esa ocasión el hándicap cultural, o lo que haya sido en esta ocasión, no fue un lastre). Llevaba desde entonces con ganas de leer algo más de ella. La decisión era fácil pues, hasta donde alcanzo a saber, el libro que leí entonces y el que he leído ahora son los únicos que han sido traducidos al español. No esperaba, de todas formas, encontrarme con una lectura similar a la ya conocida. Aquella contenía el diario de juventud de la escritora japonesa mientras que, en este más reciente caso, me encontraba frente a una novela, de concepción más tardía, además, y, por lo tanto, presumiblemente más madura, y considerada para más inri como la obra maestra de la autora. Tenía, eso sí, mucha curiosidad por saber cómo se desenvolvería Hayashi en el terreno de la ficción, curiosidad que por fin he podido satisfacer con la lectura de Nubes flotantes. No obstante la diferencia entre ambas lecturas, en el fragmento que dejo a continuación no he podido evitar evocar la soledad y penurias de mi Fumiko de antaño:

«Estaba realmente feliz y disfrutaba de la libertad de vivir sola. Después de haber comido arroz blanco hasta saciarse y mientras se calentaba en el Kotatsu, sintió que, por mucho que la combatiera con comida, la soledad caía sobre su corazón como hilos de lluvia. Yukiko trató de entretenerse contando las  puntadas del futón u observando la pared de madera rudamente cepillada. La llama de la vela oscilaba por el viento que se filtraba entre las tablas de la pared y podía pagarse en cualquier momento. Sintió miedo al verse sola. ¿Acaso podría seguir viviendo sin ninguna compañía de ahora en adelante? El agua del cubo que había colocado en un rincón de la habitación acentuaba la sensación de frío. Intentaba convencerse de que se podía vivir con lo mínimo y buscar esa pequeña satisfacción de la supervivencia, pero sabía que esa felicidad no tenía fundamento y que el día de mañana se le presentaba completamente incierto».

La Hayashi Fumiko que ha escrito esta novela no me ha vuelto a enamorar pero sí me ha convencido y mucho. Su prosa es bella, lírica, muy sensitiva. Retrata con maestría el sentir en el Japón de la posguerra a través de su pareja protagonista. Aborda sin pudor la desnudez y mezquindad de la soledad y plasma sin complejos las contradicciones y zonas oscuras de sus personajes. Nos instala en su apatía, en la renuncia, a la par de forma de resistencia y rebeldía, que es la mediocridad de sus vidas.

«Aunque sea una sola vez, me encantaría volver a ver un cielo despejado...», proclamará Yukiko en una especie de nuevo destierro en el que no cesa de llover. Lo que a mí me encantaría, para terminar, es despejar las nubes de tristeza y vacío que impregnan esta novela y ofreceros, a modo de despedida de esta entrada, un trocito de cielo azul esperanzador.

«El que muere nada gana.
Por eso, aunque cueste, es mejor vivir». 
«Uno piensa en la muerte porque quiere vivir».

Dalat, Vietnam. Fotografía de sash_ok bajo licencia CC BY 2.0.






Ficha del libro:
Traducción e introducción de: Kayoko Takagi
Editorial: Satori
Año de publicación: 2018
Nº de páginas: 420
ISBN: 978-84-947467-1-0





Si te ha gustado...
¿Compartes?
      ↓

Comentarios

  1. ¡Hola!
    si es que los autores/autoras orientales tienen algo especial en su prosa, en su manera de describir la vida ¿verdad? Cuando leemos, al final es inevitable juzgar, decantarse por un bando u otro, sentir empatía o asco por uno u otro personaje. En este caso, por mucho que puedas comprenderle a él, su situación, tanto en el país extraño, como a su regreso, si su modo de actuar para con ella no es el adecuado, pues creo que yo en este caso me iría al lado de ella, que ingenua, sí, enamorada e incapaz de cortar por lo sano, pero que no ha engañado a nadie. Creo que esta novela me podría encantar, personajes profundos y contradictorios. La tendré muy en cuanta, Lorena
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es cierto que la literatura oriental tiene una cadencia y una sensibilidad especial. Yo transito poco con ella y lo hago con dispar fortuna. En este caso me he encontrado con una novela notable que he leído con gran interés y disfrutándola mucho. Me ha faltado solo ese feeling con los protagonistas . Me gustará saber tu opinión si te animas.
      Besos

      Eliminar
  2. No he leído nada de esta autora y me has dejado con muchas ganas. Me apunto bien su nombre y a ver si encuentro esta novela en la biblioteca o alguna otra.
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Espero que puedas dar con alguno de sus libros, Margari. Que yo sepa solo se han publicado en España esta novela y Diario de una vagabunda, ambos editados por Satori, que está especializada en literatura japonesa. Espero también que me cuentes si te animas.
      Besos

      Eliminar
  3. Me fascina la literatura japonesa por ese componente enigmático que tiene para los lectores occidentales, nosotros, parece que siempre existe un "algo" esquivo a nuestra percepción de las cosas. Eso me ha ocurrido cuando he leído a Yukio Mishima o Yasunari Kawabata, por citar dos bastante conocidos, pero es una forma de narrar muy sensitiva, como bien dices, muy atenta a matices que por aquí muchas veces se nos escapan, y eso me resulta muy estimulante como lector.

    Sé que resulta complejo penetrar ese universo narrativo que nos ofrecen las letras japonesas, al menos los clásicos de hace unos años, que ahora todo, incluida la literatura, es tabula rasa, igualado en los cuatro puntos cardinales del orbe con eso de la globalización.
    Me pregunto el por qué de ese masoquismo japonés por regodearse en los amores siempre trágicos, aunque tan bellamente narrados...

    Un placer leerte, Lorena.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Más que el amor trágico lo que está bellamente narrado en esta novela es la soledad, la futilidad, la apatía. Me ha gustado además sumergirme en el contexto en el que se desarrolla la historia. Al pensar en la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias parece que siempre se nos vienen a la mente los mismos países, bien sea por cercanía geográfica, cultural o porque nos han invadido culturalmente. Pocas veces pensamos en un país tan lejano y diferente como Japón. Probablemente sea por esa extrañeza que nos provoca que nos mantiene distantes, pero que, a su vez, también por ello puede precisamente atraernos. Siempre encuentro un matiz de melancolía en la literatura japonesa, pero, también, como bien apuntas, cierto componente enigmático que nunca se llega a desentrañar del todo.
      El placer es mío de tenerte por aquí, Paco.

      Eliminar
  4. Juzgar desde los presupuestos de culturas tan diferentes es difícil, pero cuando nos enfrentamos a una historia es imposible no hacerlo. Se juzga, pero siempre con esa duda de si se estará acertando o se perderá una en códigos extraños que nada tienen que ver con los nuestros. Creo que, en parte, es eso lo que me aleja de la literatura de ciertas zonas del mundo como es la japonesa. Y dicho todo esto, tampoco me parece tan alejada de nuestra cultura esa relación. Un hombre que no suelta ni a la esposa ni a la amante (ah, el egoísmo del miedo q perderlo todo) y una mujer que, a pesar de darse cuenta es incapaz de romper y liberarse. Me suena todo mucho.
    Imagino que ese nihilismo que trasciende provenga del desencanto tras la pérdida de la guerra.
    A pesar de que con esta novela la autora no ha conseguido enamorarme, algo de tu reseña me ha hecho a mí tomar buena nota de ambas: novela y autora.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Desde luego que no suena nada alejado a situaciones que pueden darse también en la cultura occidental, por eso probablemente pueda ponerme en la tesitura de los protagonistas, pero, aun así... Y puede incluso que esa falta de conexión con los personajes en última instancia tampoco se deba a los diferentes códigos culturales. Cuando no hay feeling muchas veces no se puede explicar por qué no lo hay. De hecho conecté muchísimo con Hayashi Fumiko cuando leí su Diario de una vagabunda contando como contaba una experiencia vital tan diferente a la mía y siendo como me da que era una mujer tan diferente a la que yo soy. Eso sí, tomando a la pareja protagonista como metáfora de ese desencanto tras la pérdida de la guerra que señalas, la novela me ha parecido soberbia. De hecho es una lectura notable, tan solo me ha faltado esa conexión con los personajes para poder mostrarme realmente entusiasmada.
      Si te animas a leerla me gustará saber tu opinión.
      Besos

      Eliminar
  5. Me interesa ese contexto de posguerra, tuvo que ser difícil para Japón y su mentalidad lidiar no solo con la derrota, sino con la sumisión. La historia de esta pareja me resulta complicada, casi tóxica, quizá como dices se nos escapan matices que tienen su raíz en esa cultura tan inaccesible, aunque esta vez la edición se esfuerce en remediarlo, lo que es de agradecer. Me gusta la literatura oriental, hace bastante que no me dejo llevar por ella. Me la apunto, como siempre.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Como comento en la reseña, llevaba desde que leí Diario de una vagabunda queriendo leer esta novela por lo mucho que me gustó ese libro y por la curiosidad de saber cómo se desenvolvería la autora en el campo de la ficción. Pero, siendo sincera, de no ser por esto veo poco probable que me hubiera fijado en Nubes flotantes. Sin embargo, fue comenzar a leer la introducción de Kayoko Takagi, la cual en su mayoría está dedicada a contextualizar la novela, y sentir un repentino interés por el Japón de la época, supongo que porque hasta entonces no le había prestado atención. Sí que para una potencia que se embarcó en tal aventura imperialista incluso bastante ya antes de la Segunda Guerra Mundial, el hecho de resultar perdedora en esta debió de resultar una debacle bastante importante.
      La relación entre los protagonistas ciertamente podría calificarse de tóxica aun sin ser pretensión de la novela tratar este tipo de relaciones. Me da, además, que la autora debió de mantener en su vida alguna de estas relaciones. En cuanto a mi falta de conexión con ellos, probablemente no solo se deba a la diferencia cultural sino también a la subjetividad de cada lector.
      Tanto autora como novela son muy recomendables, Gerardo. Espero que te guste si te animas a leerla.
      Un abrazo

      Eliminar
  6. Hola Lorena.
    Aún no le he dado la oportunidad a la literatura japonesa, pero siento que cuando lo haga va a ser una experiencia lectora diferente y no sé si me aportará o no, si conectaré o no, pero sin duda me apetece comprobarlo. Esta historia de la que hablas me atrae, pero diría que me pasaría como a ti, me sería un poco complicado mirarla con ojos neutros sin llegar a entrar a juzgar a los personajes (por lo que cuentas, tanto las situaciones como sus actuaciones también me costaría no "juzgarlas"; a veces es complicado superar esos obstáculos por mucho que lo intentemos). Pero me he ido a la reseña de Diario de una vagabunda y me ha llamado muchísimo la atención, creo que como tú, casaría más con ese. Queda anotado. Un saludito.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, ya he visto que te has pasado por la entrada de Diario de una vagabunda.
      He leído muy poca literatura japonesa y mis primeras incursiones en ella me dejaron muy fría. Disfrutaba de una prosa muy bella que me transmitía mucha calma pero no conseguía llegar a conectar con la historia ni los personajes, hasta el punto de que por ello he llegado a descartar lecturas solo por provenir de ese país. Luego tuve ciertos aciertos, como el citado Diario de una vagabunda, unos cuentos de Murakami o la pequeña gran novela La piscina de Yoko Ogawa, que me hicieron reconsiderar tal drástica decisión. Ahora, cuando algún libro escrito por un autor nipón me llama la atención, no lo descarto solo por eso. Aunque sigo leyendo muy poca literatura japonesa y sigo con mis aciertos y errores en cuanto al feeling que siento con ella, este año, por ejemplo, la japonesa Yukiko Motoya y su Mi marido es de otra especie han sido uno de mis grandes descubrimientos. Sigue tu instinto y ya me contarás.
      Un abrazo

      Eliminar
  7. No lo conocía pero puede estar bien, desde luego parece una lectura muy especial. Gracias por la reseña, besos

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Gracias por tu tiempo.
Participa siempre con libertad y respeto.
Por favor, no dejes enlaces a otras webs o blogs. Si quieres ponerte en contacto conmigo por motivos ajenos a esta entrada puedes escribirme a mi dirección de correo electrónico. Búscala en la pestaña Información y contacto.