Lo que no tiene nombre - Piedad Bonnett

Con el oído del corazón oigo la música secreta de tu cuerpo,
el crepitar de tus huesos creciendo,
un animal poderoso que te sube en la voz,
la turba de tus sueños, las mareas
que con fuerza te alejan de mi orilla.
Por los rincones todos de la casa
vas dejando tu antigua piel,
y abrumado y espléndido descubres
tu desnudez que humilla los espejos.
Yo torpe, yo asustada,
desde mi torre ondeo mis pañuelos.
Abandonas
tu tierra de milagros donde es rey el silencio,
tu universo de ciegos resplandores
sin mirar hacia atrás.
En la mañana
en que trémulo vuelvas la cabeza
para leer las cifras de aquel tiempo,
un mar de sal te velará los ojos.
Ser madre (o padre) es dejar alejarse cada día un poco más a los hijos. Estoy pensando que tal vez el único momento en que el hijo es verdaderamente de la madre es el embarazo, esos nueve meses que pasa guarecido en el vientre materno. A partir de ahí la maternidad consiste en ir soltando cada día un poco más el cordón umbilical imaginario vestigio de ese otro entonces físico. Ya de niños los hijos sorprenden con sus misterios cerrándose en banda a compartirlos, celosos de una intimidad que hace a sus padres sonreír por sentirla pueril, encubriendo al adolescente latente en ellos que produce en sus progenitores conatos de una exasperación futura. Luego llega la adolescencia, que es como cruzar un umbral, una especie de purgatorio, tal vez, en el que ni se es ni no se es. Tras ella llega la adultez y con ella en muchas ocasiones una especie de reencuentro, un explorar nuevas formas de comunicarse entre padres e hijos. Pero no, no nos engañemos, el hijo es siempre un ser extraño para los padres por bien que lo conozcan; las madres no saben todo a pesar de la creencia popular; el hijo, ese satélite que de bebé orbitaba siembre en torno a papá y mamá (si es que no son ellos los que siempre han orbitado en torno a él) ha sabido guardar siempre muy bien su cara oculta.

No soy madre, así cualquiera de vosotros que acabéis de leer esto y sí lo seáis (o padre) podéis rebatir cualquiera de mis frases anteriores. Piedad Bonett sí lo fue. Lo es, porque tiene dos hijas vivas. Lo fue, porque tuvo un hijo que ya no es.
«Quiero compartir mi sensación de que nuestra angustia ha cesado, pero también la suya. Y ahí me detengo, porque decir que ya descansó sería incurrir en un burdo lugar común y en una ingenuidad que no se ajusta a la realidad. Esta es mucho más cruel: Daniel no descansa porque no es. Lo que hacíamos corresponder con ese nombre se ha disuelto, ya no puede experimentar nada».
«Daniel murió en Nueva York el sábado 14 de mayo de 2011, a la una y diez de la tarde. Acababa de cumplir veintiocho años y llevaba diez meses estudiando una maestría en la Universidad de Columbia». No sé si es correcto seguir llamando a Piedad Bonnett su madre pero no existe en el diccionario término alguno para designar a quien pierde un hijo. Lo que no tiene nombre, se titula el libro que hoy os traigo. Hay muchas cosas más para las que no hay palabras en él amén de ese sentimiento de orfandad inversa en la línea genealógica.

Piedad Bonnett es madre, pues, pero también es poeta, novelista, dramaturga y crítica literaria. Las palabras son su arma y su consuelo. Las palabras son lo único que tiene para exorcizarse, para comprender, para aceptar.
«Dani, Dani querido. Me preguntaste alguna vez si te ayudaría a llegar al final. Nunca lo dije en voz alta, pero lo pensé mil veces: sí, te ayudaría, si de ese modo evitaba tu enorme sufrimiento. Y mira, nada pude hacer. Ahora, pues, he tratado de darle a tu vida, a tu muerte y a mi pena un sentido. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme».
El poema con el que abro esta entrada se titula Daniel creciendo y su autora evidentemente es Piedad Bonnett. No está recogido en este libro. Llevo tiempo queriendo leer a la colombiana y en concreto me interesaba su faceta de poeta, así que, a pesar de que elijo su prosa para viajar a América (Piedad Bonett es la autora elegida de ese continente para el club de lectura Viajar leyendo autoras), decido también no postergar más mi deseo de adentrarme en su poesía y me hago con una antología que lleva por título el de uno de sus poemas, En caso de emergencia, y que contiene una selección de textos de los ocho libros de poemas publicados por la autora. Está editada por la Biblioteca Básica de Cultura Colombiana. No era mi plan inicial pero ante el cierre físico de las bibliotecas públicas hay que buscarse alternativas y esta ha sido un verdadero regalo inesperado.

Cuando Piedad Bonnett escribe este poema tan solo es una madre consciente de que su hijo se aleja de ella con cada centímetro que se estiran sus huesos, con cada milímetro que se ensanchan sus espaldas, con cada pelo que brota en su barbilla, con «la turba de tus sueños, las mareas que con fuerza te alejan de mi orilla». Nada que la diferencie de cualquier madre que asista incrédula a la extrañeza de un hijo que despierta a la pubertad a excepción de la capacidad de traducir esa extrañeza a bellas palabras. Para entonces aún no se había revelado la verdadera cara oscura de su Dani.
«Yo soy mi cabeza. Ahí reside la integridad de mi personalidad, lo que soy. Pero ahora mi personalidad está dividida. Estoy habitado por otro, y ese otro recuerda, desgraciadamente, al que en verdad soy. No puedo ser ni uno ni otro. Sin droga, no soy yo. Con droga, dejo de ser yo».
La droga que se cita en el fragmento anterior no es ninguna ilegal. Se trata de una medicación prescrita. Porque Daniel Segura Bonnett estaba enfermo. Era un enfermo mental. Y el 14 de mayo de 2011, a la una y diez de la tarde, fue él quien tomó la decisión de terminar con esa disociación que era su yo y que a la vez le impedía ser él; fue él quien voluntariamente se precipitó al vacío.

Sí hay término para designar el suicidio. Sí lo hay para la enfermedad mental y cada una de sus variantes. Sí hay término para la esquizofrenia. Pero son nombres que se usan poco, que se acallan, que se silencian.
«Me corresponde a mí, finalmente, correr el velo de la incertidumbre y señalar lo que en el auditorio ni sus amigos, ni sus primos, ni sus maestros ni sus exnovias ni casi nadie sabe: que ese muchacho que tuvo amigos y fue amado y se enamoró y estudió con ahínco y pintó y dibujó con pasión, ese que a veces se veía alegre y bailaba y viajaba cada vez que podía, cargó durante ocho años con una aterradora enfermedad mental que convirtió sus días en una batalla dolorosa y sin tregua, a la que él le sumó el esfuerzo desmesurado de parecer un ser corriente, sano como cualquiera de nosotros».
Piedad Bonnett descorre un tupido velo con este libro. Lo hace con la destreza de su pluma y con la delicadeza de su mirada de poeta. Con su bagaje de lectora también. Me encuentro en sus páginas con un poema de la maravillosa Wisława Szymborska cuyo Paisaje con grano de arena leí hace más de un año. Cita varias veces a Javier Marías y su novela Los enamoramientos. Le asustan los síntomas que Virginia Woolf cuenta en uno de sus libros sobre su propia enfermedad. A mí en cambio me impacta sobremanera un extracto que nos comparte del relato Signos y símbolos de Navokov.

La colombiana escribe con años de oficio pero es la madre y la mujer la que se siente en este libro. Si tuviera que elegir una palabra para ella no recurriría a un nombre sino a un adjetivo calificativo, el de generosa. Bonnett nos da muchos motivos para explicar por qué ha escrito este libro pero, de entre todos ellos, yo me quedo con uno (y no es el que más peso tiene para ella) que es, según sus propias palabras, «porque contando mi historia tal vez cuento muchas otras».

Piedad Bonnett en el jardín de Casa de América, fotografía de Casa de América

Piedad Bonnett cuenta su dolor, su impotencia, sus dudas, tal vez incluso su culpa, pero también nos cuenta cómo se enfrenta una familia a la enfermedad mental de uno de sus miembros, qué obstáculos tiene que afrontar y qué otros afronta el enfermo. De los de este último, tal vez la familia no sepa en su totalidad hasta que ya es demasiado tarde. El enfermo los sufre en soledad porque no quiere preocupar a los que ama. Porque quiere ser uno más. Porque no quiere sentir rechazo. Tal vez porque no quiere inspirar el miedo que él mismo siente.
«En efecto, no eres como los otros. Los mensajes que tus cientos de neurotransmisores deben conducir a cada una de tus neuronas cerebrales, que son millones, te llegan en forma distorsionada porque las sinapsis, sus imperceptibles membranas, no están cumpliendo su función. Quizá tu dopamina sea excesiva, quizá falle tu dosis de serotonina, o tal vez no haya equilibrio entre estas nobles damas y la norepinefrina. ¿Cómo voy a saberlo, si la fuerza reguladora de tus emociones y tus reacciones está ubicada en un punto escondido, cerca de la base de tu cerebro? Por eso ves que el piso se ondula, que el ojo de tu maestro crece de manera descontrolada, que la ventana se te acerca. Por eso oyes dentro de ti un llanto que no cesa, o que alguien respira sobre tu nuca. Por eso tienes miedo, ganas de encerrarte, de huir de los pasos que taladran tu oído. Por eso ves la parte y no el conjunto, por eso has olvidado todo ahora que has terminado de leer. Pero la ciencia no te abandona. Abre la boca, cierra los ojos. Siente sobre tu lengua la pequeña gragea que hará el milagro. Es el siglo XX o el XXI, ten fe. ¿Risperidona, haloperidol, clorpromazina, olanzapina, aripiprazol? El nombre no debe importarte. Te basta con saber que es un antipsicótico, un producto de última generación. Es verdad que puede no servirte, incluso que puede excitarte aún más, hacer que te arrojes al vacío, pero en la mayoría de los acasos funciona, puedes estar seguro. Te atontará un poco, sí, y es posible que te den mareos al levantarte. Por eso ve con cuidado. Quizá te sientas lento, lejano, desasido del mundo, indiferente; quizá te dé sed, te ponga a salivar, te vuelva rígido. Tal vez tiembles, tengas tics, dolores en las piernas y en los brazos. O te vuelvas impotente. Y eso sí, buena parte del tiempo te sentirás soñoliento. De eso se trata. De aniquilar tus excesos de dopamina, de adormecer un tanto tu cerebro, de matar esos malditos demonios. Si te dieran convulsiones, llámanos. O si tienes mirada borrosa o dificultad para tragar. Si tomaras durante mucho tiempo podría darte acatisia, mira qué nombre. Eso quiere decir que tu cuerpo querrá estar en permanente movimiento, desasosegado. O por el contrario, podrías sentirte de piedra, como una bella estatua condenada al reposo. Tu capacidad de comprender puede ralentizarse, tu conversación puede volverse pesada. Pero todo esto es por tu bien. Para que en tu cabeza los pensamientos no giren de esa manera vertiginosa, no te rapten y te alejen, no estallen dentro de ti y desintegren tu yo. No podrán curarte, eso no. Pero ya no te hacemos la lobotomía. Ya no te ponemos electrochoques ni te amarramos dentro de una camisa de fuerza, ni te bañamos con agua fría ni te arrancamos los dientes. Como ya te dije, estos son los maravillosos avances del siglo XXI».
Termino con otro poema de la anteriormente citada antología. Tanto este como el del inicio los he escogido porque creo que complementan esta reseña pero Piedad Bonnett tiene poemas maravillosos y verdaderamente hermosos con versos como escritos para uno que se te clavan, te revelan, te remueven, que te producen extrañeza y confusión porque apelan a esa extrañeza y confusión que todos llevamos dentro. No dejéis de leer su poesía. El que elijo como cierre se titula como su primer verso: Pido al dolor que persevere. Yo persevero en todo lo que me ha provocado esta lectura y pienso en el dolor de Piedad, en el de su familia, en el de Daniel y en que ingenuamente he llegado a creer que leyendo este libro había absorbido todos ellos. Pero no, es imposible, de ser así no hubiese podido escribir esta entrada; yo no soy poeta como Piedad Bonnett y por tanto hay dolores para los que no tengo palabras ni nombre.
Pido al dolor que persevere.
Que no se rinda al tiempo, que se incruste
como una larva eterna en mi costado
 
para que de su mano cada día
con tus ojos intactos resucites,
con tu luz y tu pena resucites
dentro de mí.
 
Para que no te mueras doblemente
pido al dolor que sea mi alimento,
el aire de mi llama, de la lumbre
 
donde vengas a diario a consolarte
de los fríos paisajes de la muerte.
Reverse, obra de Jenny Saville. Fotografía de Graeme Churchard

Podéis admirar la obra artística de Daniel Segura Bonnett aquí





Ficha del libro:
Editorial: Alfaguara
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 136
ISBN: 978-84-20414-98-0





Viajar leyendo autoras: con la lectura de Lo que no tiene nombre y de En caso de emergencia continúo mi participación en el club de lectura #ViajarLeyendoAutoras organizado por Isa Martínez (@MtnezIsa@readingsnorth). La iniciativa consiste en lo siguiente (copio y pego de la descripción del club facilitada por Isa en el grupo de facebook en el que se desarrolla el mismo):

Club Viajar Leyendo Autoras 2020:

Las lecturas serán bimestrales. En enero y febrero viajaremos a África. En marzo y abril viajaremos a América. En mayo y junio viajaremos a Asia. En julio y agosto haremos el viaje especial a España. En septiembre y octubre viajaremos a Europa. Y por último, en noviembre y diciembre viajaremos a Oceanía.
Cada bimestre, a través de una encuesta, escogeremos una autora y cada uno leerá la obra u obras que decida.Iremos comentando nuestras elecciones, compartiendo impresiones y haciendo recomendaciones.

Para leer en marzo y abril han sido propuestas Piedad Bonnett, Valeria Luiselli y Wendy Guerra, siendo elegida por votación la primera de ellas.

Piedad Bonnett nació en Amalfi, Antioquía, Colombia en 1951. Es una reconocida y premiada poeta, novelista, dramaturga y crítica literaria. Es licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de los Andes, en donde ha ejercido como profesora de Filosofía y Lengua. Destaca también por su labor crítica y de difusión de la poesía. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, italiano, portugués, sueco y griego.




Si te ha gustado...
¿Compartes?
      ↓     

Comentarios

  1. Cuando nació mi hijo, por cierto, un 14 de mayo, muy cerca de la hora en que murió Dani, pero de 1987, sentí que lo empezaba a perder. Más teniendo en cuenta que pasó a una incubadora antes de que pudiera verlo y allí pasó un mes. Tenía una sensación angustiosa porque ya no lo tenía dentro y tampoco lo tenía fuera al alcance de mis brazos. Creo que nunca he extrañado a nadie con tanta fuerza.
    Siempre fui consciente de que un hijo no es propiedad de sus padres y tiene que vivir su propia vida, pero es cierto que cuando se van de casa (y el mío lo hizo a los dieciocho años para estudiar en León y ya nunca volvió a vivir conmigo) sientes que te arrancan algo.
    No quiero ni imaginarme lo que tiene que ser perder a un hijo de esa manera tan terrible. Es algo que creo que todos los padres se plantean en algún momento. La amenaza de ver morir a tu hijo es algo que está latente desde el momento en que decides ser madre o padre. Ser capaz de escribir sobre ello me parece de una fuerza de espíritu admirable. Yo no creo que pudiera. Ni siquiera sé si sería capaz de leer sobre ello. Tomo nota de la novela, pero solo para tenerla en cuenta por si en un momento me sintiera con ganas.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Rosa, por compartir tu experiencia del nacimiento de tu hijo y esa separación inmediata tan angustiosa para ti.

      Es algo contra natura perder un hijo pero, además, que sea de esa forma... Un suicidio y el via crucis anterior de la enfermedad mental con todo el desconcierto que debe de provocar. A los progenitores debe de quedarles también una sensación de culpa, de no haber hecho todo lo posible o de poder haberlo hecho de otra manera pero, como la propia Piedad Bonnett dice en este libro, a ver quién puede impedir a un hombre que ha decidido matarse hacerlo.

      Es un libro muy doloroso. Aun así, me ha impresionado mucho más todo lo que la autora cuenta acerca de la enfermedad mental de su hijo que sobre su propio proceso de duelo. Tal vez porque se suele hablar mucho menos de ello y por eso le agradezco su sinceridad y generosidad al contarlo porque creo que visibiliza la historia de muchos enfermos y familias.

      Besos

      Eliminar
  2. ¡Hola Lorena! Sí hace falta ser muy generosa para contar esas fases de tu propia vida que te han dolido, que te han golpeado. Me ha dejado el corazón en un puño leer tu reseña, lo que esta mujer y madre ha escrito y lo relacionado con Daniel y su enfermedad mental. AL principio según te leía imaginaba que estaba enfermo, pero me imaginaba una enfermedad incurable terminal, no mental.
    Tampoco soy madre y a veces pienso que el hecho de no serlo me ha podido evitar mucho sufrimiento porque veo a mis amigas madres sufrir mucho por alguno de sus hijos, aunque también es verdad que el no tenerlos te lleva a no haber disfrutado tantas cosas buenas que supongo conllevará la maternidad.
    En cualquier caso me ha gustado mucho tu reseña (como siempre) y espero que estés llevando el confinamiento de la mejor manera posible (leyendo sobre todo)
    Besotes"

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El momento en que uno sabe que va a tener un hijo se me antoja una mezcla de esperanza y miedo. Nos perdemos todo ese miedo y preocupación y mantenemos intacta nuestra libertad (si es que realmente alguien es libre) pero a cambio renunciamos también a muchas alegrías y satisfacciones. En fin, no se puede tener todo.

      Es un libro que duele mucho, Marian, incluso a las que no somos madres. No puedo imaginarme lo que puede significar su lectura para quien sí lo sea. Entiendo perfectamente el poco ánimo de Rosa, por ejemplo, para leerlo.

      No llevo mal el confinamiento. Sí leo bastante porque tengo más tiempo aunque con todo esto a veces cuesta concentrarse. Espero que tú también lo estés llevando bien.

      Besos

      Eliminar
  3. Coincido en varios puntos con Rosa, nunca he tenido ese sentimiento de propiedad sobre mis hijas, seguramente porque pienso mucho en ellas retrotrayéndome a mi infancia, las veo a ellas y me sitúo a su nivel cuando era niño, y entiendo bastantes cosas. Luego, lógicamente, pienso en ellas desde mi condición de padre, teniendo en cuenta otra serie de aspectos. También mi predisposición hacia leerlo en estos momentos es la misma, no me apetece ahora embarcarme en su lectura, quien sabe si más adelante, tengo la mente un tanto dispersa, no quiero sumergirme en estas profundidades, ahora no.

    Sin haberla leído, conocía algo la trayectoria de Pilar Bonnett, más en su faceta poética. Una estupenda reseña, Lorena.
    Abrazo, cuídate.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tambien para mí era más conocida su faceta de poeta pero, cuando salió elegida para leer en el club, indagué más en su obra y di con este libro. Fue saber de él y querer leerlo.

      Entiendo perfectamente que lo dejes pasar, pues no es un libro para cualquier momento.

      Un abrazo

      Eliminar
  4. Valiente la autora para contar algo tan personal y tan duro... Ahora mismo no estoy para este tipo de lecturas. Pero más adelante seguro que le doy una oportunidad, tanto a su prosa como a su poesía.
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mí también me ha parecido muy valiente. Probablemente lo habrá escrito como catarsis pero creo además que hace mucho bien por visibilizar a las personas con enfermedades mentales.

      Su poesía también es una estupenda opción de lectura. Como digo en la reseña, es maravillosa.

      Besos

      Eliminar
  5. "Lo que no tiene nombre" de Piedad Bonnett es una lectura que me impactó muchísimo (imposible que no impacte a quien lo lee, ¿verdad?) cuando lo leí hace ya cuatro años. Desde entonces me interesé por la poesía de Piedad Bonnett, una mujer cuya dura experiencia vivida con el suicidio de su hijo es inolvidable. de hecho es una lectura que no se me va de la cabeza. El personaje (mejor 'persona' que personaje, ¿no?) de Daniel con sus dotes e inquietudes artísticas pero con su problema de bipolaridad me llevó a recordar la novela "La campana de cristal" escrita por Silvia Plath otro ser acuciado por su inmensa sensibilidad a quien la enfermedad o problema mental nos la quitó por suicidio muy temprano.
    Magnífica reseña, Lorena. Como siempre me encanta leerte

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En este caso persona, dado que son personas reales los protagonistas de este libro. Yo también creo que es imposible que no impacte a quien lo lea.

      Curiosamente, y si nada lo remedia, La campana de cristal será una de mis próximas lecturas. Llevo tiempo queriendo leer esa novela autobiográfica de Sylvia Plath. En el caso de Piedad Bonnett, sin embargo, la lectura de Lo que no tiene nombre no estaba prevista. De hecho no supe de la existencia de este libro hasta que su autora fue propuesta para leer en el club. Ni siquiera sabía que hubiera perdido un hijo y además en esas circunstancias.

      Gracias, Juan Carlos. A mí me encanta tenerte por aquí.

      Eliminar
  6. Como al resto de compañeros, me costaría afrontar una lectura tan emocional porque pienso en mis hijos, con los que disfruto mucho, pero sobre los que albergo todo tipo de temores. La vida es como es y para un padre, pasar de un rol protector a otro pasivo, donde puedes ver a tu hijo caer en un pozo sin poder torcer los acontecimientos debe ser devastador y en mi caso, no se cómo llegaré a encajarlo. Pero en fin, por suerte aún quedan unos años.
    La enfermedad mental y por extensión, el suicidio, son los grandes tabúes de nuestra sociedad. Como dice Pilar Bonnet, hemos mejorado, pero a costa de un sufrimiento sin límites y son muchos los escritores que han dejado testimonio.
    Me han gustado mucho los fragmentos y los poemas que has seleccionado, una escritora a tener en cuenta.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, es una escritora muy a tener en cuenta. Tiene más novelas para no tener que acudir a esta tan complicada de encajar y su poesía es una excelente opción, más en tu caso que sé que disfrutas de la misma.

      Un abrazo

      Eliminar
  7. Confieso que no conocía en absoluto esta autora. Un libro con la misma temática que leí es "La hora violeta", de Sergio del Molino. Me gustó mucho. Y creo recordar que también se comentaba que no había nombre para el hecho de que unos padres pierdan a su hijo.
    Yo tampoco soy padre, pero creo que es cierto lo que comentas al principio: un hijo se va alejando al crecer, paulatinamente. Y creo que es así como tiene que ser.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo también creo que es así como ha de ser. Conozco el título de Sergio del Molino que mencionas aunque no lo he leído. En cuanto a Piedad Bonnett, también la conocía sólo de oídas y tenía buenas referencias de su poesía. Ahora que la he leído puedo decir que ha cumplido plenamente mis expectativas.
      Un abrazo

      Eliminar
  8. Ay Jesús, yo ahora mismo no me siento capaz de leer algo asi. Mira que me gustan este tipo de lecturas en las que los autores se desnudan y cuentan lo más profundo pero me suelen impactar estos testimonios y afectar mucho, y ahora mismo estoy especialmente sensible. Besos

    ResponderEliminar
  9. Había leído, por sugerencia de una lectora de Pamplona, 'Los habitados', y me conmovió. Llegó a enseñarme que todos, de alguna manera, estamos 'habitados' por objetos, canciones, etc. de aquellos que ya no están físicamente, pero siempre estarán presentes en nuestra memoria.
    Como tú y Marian, no tengo hijos, pero se del dolor de esa pérdida. La he vivido junto a la madre de mi mejor amigo, cuando sólo contábamos -él y yo- catorce años.
    También tengo este libro para leer. Por cierto, ambos hemos elegido el mismo poema para cerrar la reseña.
    Gracias por tu sentida reseña.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué terrible para esa madre. Y qué terrible también para ti debió de ser perder a tu amigo a esa edad.

      Yo me he estrenado con Piedad Bonnett con este libro tan doloroso pero tan necesario y también, como explico en la reseña, con una antología poética. Maravilloso ese poema al que haces referencia, así como todos los demás.

      Gracias a ti por tu visita y tu lectura.

      Un abrazo

      Eliminar

Publicar un comentario

Gracias por tu tiempo.
Participa siempre con libertad y respeto.
Por favor, no dejes enlaces a otras webs o blogs. Si quieres ponerte en contacto conmigo por motivos ajenos a esta entrada puedes escribirme a mi dirección de correo electrónico. Búscala en la pestaña Información y contacto.