Hȏzuki, la librería de Mitsuko - Aki Shimazaki
«Hôzuki, hôzuki, el amor enjaulado.
Naranja como el lirio atigrado,
reluciente como el sol.
¡Qué alegría! Tú eres mi resplandor».
«Siempre hay una razón detrás del nombre de un bebé o de algo».
Nombres. Palabras. No se escogen al azar. Aunque tal vez lleguen a nosotros por ese llámese azar, llámese destino, llámese cadena o cruce de coincidencias o casualidades, llámese ese lazo invisible que nos conecta con la gente que hemos conocido accidentalmente.
Pues eso, que Mitsuko tiene una librería que se llama Hȏzuki y que ésta ocupa la planta baja de la vivienda en la que Mitsuko vive con su madre, su hijo de siete años y el viejo gato Sócrates. Mitsuko tiene también otro trabajo que le aporta recursos económicos suficientes para mantener la librería y a su familia y que, además, le proporciona los estímulos intelectuales que necesita. En ese trabajo a Mitsuko se la conoce por un alias: Azami, que significa cardo. Quien se lo puso justificó su elección diciéndole: «Eres guapa pero difícil de abordar». En una conversación casual, la madre de Mitsuko dirá del Azami: «Me gusta mucho esa flor salvaje». Y a mi me gusta mucho Mitsuko aunque (o precisamente porque) reconozco que es muy cardo: espinosa por fuera, suculenta por dentro.
Como un auténtico cardo se comporta Mitsuko con la señora Sato la primera vez que la ve y en sus encuentros posteriores. Kako Sato es una mujer elegante y distinguida que acude a la librería de lance de Mitsuko, cuyo fondo presta especial atención a libros de filosofía y arte, para adquirir unos libros que le ha encargado su marido. Mitsuko percibe en ella esa fragilidad que considera típicamente femenina y que tanto acostumbra a irritarla. En los sucesivos encuentros no podrá abstraerse de esa sensación y rechazará intimar con esa mujer con la que piensa que no tiene nada que ver, a pesar de que hay algo latente en la señora Sato que le transmite a Mitsuko la impresión de que le aflige un gran dolor.
Los encuentros entre ambas serán propiciados por sus respectivos hijos. Kako Sato tiene una hija un par de años menor que Tarô, el hijo de Mitsuko, y ambos niños congenian a la perfección desde ese primer día en que la distinguida clienta visita la librería. Tarô es mestizo, mitad japonés, como su madre, mitad caucásico; también es sordomudo. Aunque es un niño desenvuelto, sus diferencias son un obstáculo para entablar amistad con otros niños. El profundo amor que Mitsuko siente por su hijo y la visible alegría de este ante la compañía de la niña será el único motivo por el que la librera acepte la invitación de la señora Sato para que los niños se frecuenten y pasen tiempo juntos.
Poco más os cuento de esta breve y sutil lectura aunque con sumo placer os hablaría más de ella. Pienso, sin embargo, que es preferible abrirla solo a modo de presentación y que seáis vosotros los que os adentréis en ella y os deleitéis con todas sus bondades. Bueno, una última cosa sí os cuento. En Hȏzuki, la librería de Mitsuko nieva mucho. Pareciera que la nieve estuviera presente en todos los engranajes de esa cadena que es la vida de Mitsuko. Sinceramente, ya no recuerdo si esa nieve es copiosa o no y poco me importa mi desmemoria. En mi mente la nieve se ha licuado y el agua resultante se destila en apenas perceptibles gotas. En mi reseña de Lluvia negra, del también japonés Masuji Ibuse, hice el juego de comparar literariamente la lluvia torrencial con aquella otra más finita a la que en mi tierra llamamos orbayu. En esa intimidad que proporciona la lectura, la que aquí escribe translitera la literatura japonesa, escrita en el alfabeto o en el idioma que sea, a esa lluvia. La prosa de Aki Shimazake es suave; sus frases, sencillas; su cadencia, benévola pero imperturbable. Y yo soy tierra por la que se filtra esa lluvia que es su prosa. Termino este libro, lo cierro pero sigue orbayando en mí. La historia ha enraizado, se ramifica, se abre en flor y da sus frutos. Hȏzuki es también el nombre de una planta a cuyo fruto se le puede atribuir diferente simbología. Vale, sí, otra cosa más que os estoy contando. Pero también faltar a mi palabra, en este caso, me importa bien poco. Hȏzuki solo es un nombre y lo que importa, siempre, es la razón detrás del nombre.
«Dibujo en mi mente una cadena, cada uno de cuyos eslabones lleva un nombre».El título original de la novela que os traigo hoy es Hȏzuki, un nombre solitario, envuelto de un halo de misterio y que a su vez deja un vacío (los vacíos existen para llenarse) a su alrededor; hȏzuki, una transliteración a nuestro alfabeto latino de un vocablo japonés. Porque esta novela es muy japonesa (y no solo por su título, su ambientación y sus personajes), por más que su autora, afincada años ha en Canadá, la haya escrito en francés, otro idioma con el que compartimos alfabeto y en el que por tanto Hȏzuki se transcribe también como Hȏzuki. En japón, en cambio, la palabreja en cuestión puede escribirse bien en Kanji (ideogramas chinos) bien en hiragana (escritura silábica japonesa), lo cual la dota, para añadir más nudos a ese lazo que lo une todo, de varias interpretaciones. Así, para la mayoría de los personajes de esta novela, Hȏzuki significa oración, no en el sentido gramatical sino como sinónimo de rezo, lo cual me gusta porque en este libro se hablará de religiones; sin embargo, en el lenguaje de las flores significa mentira, lo que también me agrada porque (y aunque no solo por eso) las flores tendrán también su importancia en esta historia. El motivo por el que Mitsuko llama así a su librería, en cambio, es una tercera interpretación de la palabra Hȏzuki. Y todos estos significados juntos son el motivo por el que prefiero el título original de esta novela al a priori más clarificador elegido para los lectores españoles, porque, aunque evidentemente Hȏzuki es la librería de Mitsuko, para ella es (y para nosotros será) mucho más que eso.
Pues eso, que Mitsuko tiene una librería que se llama Hȏzuki y que ésta ocupa la planta baja de la vivienda en la que Mitsuko vive con su madre, su hijo de siete años y el viejo gato Sócrates. Mitsuko tiene también otro trabajo que le aporta recursos económicos suficientes para mantener la librería y a su familia y que, además, le proporciona los estímulos intelectuales que necesita. En ese trabajo a Mitsuko se la conoce por un alias: Azami, que significa cardo. Quien se lo puso justificó su elección diciéndole: «Eres guapa pero difícil de abordar». En una conversación casual, la madre de Mitsuko dirá del Azami: «Me gusta mucho esa flor salvaje». Y a mi me gusta mucho Mitsuko aunque (o precisamente porque) reconozco que es muy cardo: espinosa por fuera, suculenta por dentro.
Como un auténtico cardo se comporta Mitsuko con la señora Sato la primera vez que la ve y en sus encuentros posteriores. Kako Sato es una mujer elegante y distinguida que acude a la librería de lance de Mitsuko, cuyo fondo presta especial atención a libros de filosofía y arte, para adquirir unos libros que le ha encargado su marido. Mitsuko percibe en ella esa fragilidad que considera típicamente femenina y que tanto acostumbra a irritarla. En los sucesivos encuentros no podrá abstraerse de esa sensación y rechazará intimar con esa mujer con la que piensa que no tiene nada que ver, a pesar de que hay algo latente en la señora Sato que le transmite a Mitsuko la impresión de que le aflige un gran dolor.
Los encuentros entre ambas serán propiciados por sus respectivos hijos. Kako Sato tiene una hija un par de años menor que Tarô, el hijo de Mitsuko, y ambos niños congenian a la perfección desde ese primer día en que la distinguida clienta visita la librería. Tarô es mestizo, mitad japonés, como su madre, mitad caucásico; también es sordomudo. Aunque es un niño desenvuelto, sus diferencias son un obstáculo para entablar amistad con otros niños. El profundo amor que Mitsuko siente por su hijo y la visible alegría de este ante la compañía de la niña será el único motivo por el que la librera acepte la invitación de la señora Sato para que los niños se frecuenten y pasen tiempo juntos.
Poco más os cuento de esta breve y sutil lectura aunque con sumo placer os hablaría más de ella. Pienso, sin embargo, que es preferible abrirla solo a modo de presentación y que seáis vosotros los que os adentréis en ella y os deleitéis con todas sus bondades. Bueno, una última cosa sí os cuento. En Hȏzuki, la librería de Mitsuko nieva mucho. Pareciera que la nieve estuviera presente en todos los engranajes de esa cadena que es la vida de Mitsuko. Sinceramente, ya no recuerdo si esa nieve es copiosa o no y poco me importa mi desmemoria. En mi mente la nieve se ha licuado y el agua resultante se destila en apenas perceptibles gotas. En mi reseña de Lluvia negra, del también japonés Masuji Ibuse, hice el juego de comparar literariamente la lluvia torrencial con aquella otra más finita a la que en mi tierra llamamos orbayu. En esa intimidad que proporciona la lectura, la que aquí escribe translitera la literatura japonesa, escrita en el alfabeto o en el idioma que sea, a esa lluvia. La prosa de Aki Shimazake es suave; sus frases, sencillas; su cadencia, benévola pero imperturbable. Y yo soy tierra por la que se filtra esa lluvia que es su prosa. Termino este libro, lo cierro pero sigue orbayando en mí. La historia ha enraizado, se ramifica, se abre en flor y da sus frutos. Hȏzuki es también el nombre de una planta a cuyo fruto se le puede atribuir diferente simbología. Vale, sí, otra cosa más que os estoy contando. Pero también faltar a mi palabra, en este caso, me importa bien poco. Hȏzuki solo es un nombre y lo que importa, siempre, es la razón detrás del nombre.
«Me siento en una piedra grande. Con los ojos cerrados, escucho el ruido del agua. Me viene de nuevo a la mente el rostro de Shôji, y nos imagino dialogando.
—¿El budismo es una religión o una filosofía? —pregunto.
—Es una religión —responde.
—Pero no tiene dios.
Se echa a reír.
—Mitsuko, ¿sabes cuál es el fin de las religiones? Liberar del dolor de la vida y la muerte. El budismo no es una excepción. En lo que se diferencia de otras religiones es en que los budistas tratan de alcanzar el despertar por sí mismos, mientras que los monoteístas cuentan con su dios para llegar al paraíso.
—Entonces, ¿cuál es el fin de la filosofía?
—Preguntarse cómo vivir hasta la muerte, por qué hemos nacido en este mundo, sobre todo comprender qué significa el mundo.
Le pincho.
—¿Por qué complicarse tanto?
—Entonces, dime qué piensas tú.
—La diferencia es simple. La religión consiste en creer y la filosofía, en dudar.
—¡Bravo! —exclama, riendo.
Me levanto y tiro más piedras.
Los pequeños guijarros saltan y danzan sobre el agua uno o dos segundos. Instantes efímeros, como nuestro encuentro con la señora Sato y su hija».
Physalis sp.. Fotografía de de Thomas Bresson |
Ficha del libro:
Título: Hȏzuki, la librería de Mitsuko
Autora: Aki Shimazaki
Traductor: Íñigo Jáuregui
Editorial: Nórdica
Año de publicación: 2017
Nº de páginas: 128
ISBN: 978-84-16830-73-2
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Lorena..., creo que esta novela es para mí, me encanta la literatura japonesa de autores japoneses (por mucho que a autora viva en Canadá y la haya escrito en francés). Me pregunto después de leer tu magnífica reseña: todas esa interpretaciones y significados sobre la palabra Hȏzuki (el nombre de la librería) se explican en la propia novela ¿verdad?
ResponderEliminarAnotada queda para cuando me decida a tirar de literatura oriental
Besos
Pues sí, por mucho que la autora viva en Canadá y escriba en francés, la novela es muy japonesa.
EliminarLas interpretaciones sobre la palabra Hȏzuki, efectivamente, se explican en la propia novela. Mis conocimientos sobre las grafías y la cultura japonesa son bastante limitados en ese sentido.
Espero que disfrutes de esta lectura tanto como yo.
Besos
Me sucede como a Marian, me entusiasma la literatura japonesa, bueno, eso ya lo sabes, jeje.
ResponderEliminarLorena, te has marcado una frase muy hermosa: "Termino este libro, lo cierro pero sigue orbayando en mí." Ya con eso me desarmas ante el libro.
Me gusta ir alternando diferentes estilos narrativos, la literatura japonesa me permite adentrarme en una concepción bastante diferente de entender la vida, no en todo, pero sí en muchos aspectos distintos a nuestra realidad... es que huyo de anquilosar mi mente en una corriente uniforme de contar las cosas, de vez en cuando necesito esas "escapadas", el cambio me estimula.
No te extrañe si nieva mucho en las páginas de la historia, por decirlo así. La nieve es un elemento muy presente en la literatura nipona, rara es la vez que no haya leído Kawabata, Mishima y compañía sin estar la nieve por allí, para los japones tiene una gran simbología, pues una de sus más célebres figuras mitológicas es Yuki-Onna; la "Dama de las Nieves".
Lo apunto, y gracias por el descubrimiento!
Una reseña preciosa.
Afortunadamente, para mi propio provecho, poco a poco he conseguido entrar en esa otra forma de entender la vida que ofrece la literatura japonesa.
EliminarSupongo que, como cualquier lector, llevo cada lectura a mi terreno. Será porque en Gijón raras veces nieva por lo que asimilo más esa cadencia de las letras niponas al orbayu asturianu. Y supongo que también por lo que de melancólico tiene la lluvia. Y sigo dando vueltas por mi propio terreno porque al citar esa Dama de las Nieves ha venido a mi mente La Reina de las Nieves, que probablemente no tenga nada que ver. En fin, cosas mías.
Gracias a ti por la visita, la lectura y el comentario.
Un abrazo
me gustó mucho cuando la leí pero tu entrada me da otra mirada, creo que tengo que volver sobre ella, gracias Lorena, besinos
ResponderEliminarLo bueno (y lo mágico) de la lectura es que cada lector posa su mirada sobre un mismo libro y obtiene su propia versión. Seguro que la tuya también es interesante.
EliminarUn besín
Lo había apuntado y me he hecho de una versión digital. Me gusta la literatura japonesa, en particular cuando necesito cambiar de 'tempo', o sustraerme al diario trajín.
ResponderEliminarGracias por tu bonita reseña, Lorena. Se que no puedes expresar más sin develar la trama porque el libro es breve.
Un abrazo.
Así es, Marcelo, no puedo contar mucho más dada la brevedad de la lectura. De todas formas es una novela más para sentir que para contar, así que dejaré que así lo haga el que se anime a leerla.
EliminarUna brazo
Hola Lorena,
ResponderEliminarPues mira que no suelo leer este tipo de libros, más reflexivos y menos triviales, pero me lo apunto porque me ha llamado mucho la atención.
Un abrazo muy grande, te dejo mi blog por si te quieres pasar.
http://milirio.blogspot.com/
Te vendrá bien este libro, entonces, porque, aunque da para reflexionar y para nada es trivial, se deja leer muy bien y además es muy breve.
EliminarTe devuelvo encantada la visita.
Un saludo
Otra novela que no conocía. Y me despiertas unas ganas enormes por leerla, con esta preciosa reseña.
ResponderEliminarBesotes!!!
Es lo bueno de visitarnos unos a otros, que a menudo descubrimos lecturas que, de otro modo, nos pasarían desapercibidas.
EliminarBesos
Muy bien traída la metáfora de la lluvia, recuerdo el libro de Ibuse porque fue una lectura que compartimos. Me recuerda bastante al último libro que he leído de esos lares, por desgracia en inglés porque no lo encontré en castellano. Y eso que se ha hecho una película, muy fiel, "Una pastelería en Tokio", de ahí me fui al libro y ambos me encantaron. Es todo tan estético, intimista, conecto mucho con esa forma de narrar y sentir. El libro es "Sweet bean paste" de Durian Sukegawa (se refiere al "anko", una pasta de judías que se usa para relleno de los dorayakis), a ver si se anima Nórdica.
ResponderEliminarUn abrazo.
Vi la película, Gerardo, y me pareció preciosa, porque, además, se une a todo el resto mi gran afición a la cocina. Ya había tenido conocimiento de los dorayaki, muy similares a los pancakes, pero rellenos de pasta de alubias. El ver la película, con toda la historia que se esconde detrás de lo puramente gastronómico, fue todo un placer.
EliminarUn beso.
La película es preciosa, la dieron por la 2 hace unos meses y me encantó. El libro es muy a la japonesa, aunque al conocer toda la trama pierde un poco. ¡Cómo me gustaría comer uno de esos auténticos dorayakis!
EliminarPues ojalá se anime Nórdica. Me apunto de momento la película ya que tanto tú como Rosa la ponéis tan bien y que lamentablemente, aunque hace tiempo lo intenté, he descartado leer en inglés. No consigo disfrutar tanto la lectura como con una buena traducción al español, inconvenientes de no dominar plenamente el idioma y no pillar por tanto las sutilezas que nos ofrece en cambio la lengua materna. Con el cine, sin embargo, no me ocurre igual.
EliminarFuiste en parte el 'culpable' de mi lectura de Lluvia negra. Desde entonces, esa metáfora de la lluvia ha seguido acompañándome en cada incursión que he hecho en la literatura japonesa.
Un abrazo
Hola!
ResponderEliminarMe ha llamado mucho la atención, me hago una idea somera del estilo de la literatura japonesa porque no he leído muchos títulos como para considerar que la conozco y para llegar a comprender el alcance de "es muy japonesa" pero creo que podría disfrutarla y tu reseña me ha encantado. Apuntada queda y espero que este año pueda hacerme con ella y leerla.
Un saludito y gracias por compartirla.
No te creas que soy yo muy experta en literatura japonesa. Recién me estoy animando a leer más libros de autores de ese país porque últimamente los estoy disfrutando mucho (antes me costaba un poco conectar). Pero es una cultura muy diferente a la nuestra y eso lógicamente es palpable en su literatura.
EliminarEspero que sea de tu agrado.
Besos
Hola Lorena no la conocía. La literatura oriental me cuesta. Aún no he encontrado esa llave en forma de lectura que me la haga accesible. Leyéndote parece que podría ser el título que presentas una de esas lecturas que en mi caso me ayuden a disfrutarla. Pero de momento me voy a quedar con lo mucho que he disfrutado de tu entrada, de ese análisis delicado y de los fragmentos que has destacado.
ResponderEliminarBesos
Haz caso a tu instinto, Conxita. Si piensas que esta novela es para ti, pues adelante. Si tienes dudas, el tiempo dirá si la tienes que leer. No hay que empeñarse en exceso. Yo misma no conseguí hasta hace poco conectar con la literatura japonesa y esa llave de entrada llegó sola, sin proponérmelo.
EliminarBesos
Al contrario de algunos de los que te comentan, no soy muy amante de la literatura oriental, aunque por la japonesa, poco a poco voy entrando.
ResponderEliminarEsta novela, o puede que tu forma de contarla, me atrae mucho. Todos esos significados de la palabra Hȏzuki, me semejan un saco de maravillas en el que escarbar para sacar una nueva sorpresa y un nuevo sentido a la historia.
El diálogo que transcribes al final, es genial, pero esa frase, "La religión consiste en creer y la filosofía, en dudar", creo que es decir en muy pocas palabras una enorme verdad.
Tomo nota sin dudar.
Un beso.
Estoy un poco en tu caso (o tal vez ya empezando a amarla) y te digo lo mismo que a Conxita.
EliminarMe encanta la frase que destacas. Mira que soy de mucho subrayar y que me cuesta luego seleccionar entre lo subrayado. En este caso, sin embargo, afirmo sin dudar que esa frase es la mejor del libro. Y he querido además finalizar con ese fragmento porque creo que, independientemente de ese halo de misterio de la trama por despejar, el verdadero sentido de la novela (al menos para mí) está ahí.
Espero que la disfrutes.
Besos
Uau!! Que buena reseña!! Has sabido ver entre las líneas de esta breve novela y mostrarnos sus múltiples caras. Es un libro, como dices, delicado y muy profundo que no deja al lector indiferente. Yo lo leí el año pasado y me encantó. Ya tienes una nueva seguirdora ;-)
ResponderEliminarTe dejo la dirección de mi rinconcito https://misgrandespasiones-rosa.blogspot.com/ por si te apetece hacerme una visita. Besos!!
Realmente es un libro que perdura en la memoria. Qué bien que a ti también te haya gustado.
EliminarTe devuelvo la visita encantada.
Besos