Una abeja en la lluvia - Carlos de Oliveira

«Aun así, se había tragado dos leguas de barrancos, de lodo, de invierno». Así comienza esta historia uno de sus protagonista. Atragantándose con distancias insalvables. Enfangándose en barro ponzoñoso moldeado por la lluvia de un invierno perenne y frío. El frío hiela pero también quema. Y la confusión que causa la lluvia en la hora oscura nubla la razón.

El hombre emprende esa distancia de dos leguas, caminando y bajo amenaza de lluvia, con la intención de hacer pública una confesión, de liberarse de los remordimientos que intermitentemente le invaden. También, para qué engañarse, para «abatir el orgullo de su mujer [...] Atarla más a él, estar ambos más unidos en la deshonra, ya que no lo estaban en las demás cosas».

Así comienza esta historia este hombre. La terminará «herido por la confusa comprensión más brutal de que había vuelto al punto de partida, trazando un círculo vano con el sufrimiento de aquellos días». De esos días de lluvia persistente, en los que se rebasan los muros de contención del caudal de ira, insatisfacción, humillación y resentimiento hasta desatarse una tormenta violenta y sombría, nos habla Carlos de Oliveira en Una abeja en la lluvia.

En esta novela llueve mucho, como habréis podido percibir; tanto climatológica como metafóricamente. Llovía el día en el que Álvaro Silvestre y Maria dos Prazeres de Alva contrajeron matrimonio. Ella «aún lograba recordar con increíble claridad la ola de sentimientos contradictorios que la arrastraban pausadamente al altar: la amarga obediencia a sus padres y su deseo de ayudarles, la curiosidad y el miedo, el miedo y un poco de esperanza; avanzaba del brazo de su padre, toda de blanco entre un rumor de órgano y susurros; sonreía, pero en su interior iba naciendo un grito, un grito siempre reprimido; la lluvia caía, caía, ciertamente, en el pasado y ahora». En el pasado, tenue, cual agua cristalina que brota de la fuente de la infancia; después, el agua que corre por el camino de la vida se enturbia con la inmundicia que arrastra de la orilla; ahora, el agua es turbulenta, oscura, tenebrosa y magnífica, como el grito tantos años contenido y que pugna por eclosionar en los labios de la entonces joven novia, como la propia presencia de la que más tarde llamarían Doña Prazeres.

Álvaro y Maria dos Prazeres se casan en una época en la que los cónyuges son a menudo moneda de cambio. La novia es hija de una familia hidalga empobrecida. El novio, un labrador y comerciante adinerado. «La pobreza, que es la mayor de las cegueras», actúa de casamentera, y el padre de la muchacha vende a su hija cambiando así «sangre por dinero».

La sangre corre en esta novela como cae la lluvia. Y se encharca y se empantana y coge el tono de herrumbre tan parecido al lodo de las heridas añejas, que son «tenaces y constantes como es de ley en los grandes odios». Pero esa sangre puede ser vivificada por «la sangre abundante de las heridas recientes» y brota con tal ímpetu que quien la lleva la siente bullir y «correr por todo el cuerpo, pasar de simple razón mental a sustento del corazón, a savia que volvía posible la existencia, y también la muerte si la fuente de donde manaba se secara de pronto». Pero la fuente está abierta y brota sangre nueva. Y su rojo intenso ciega y confunde tanto como el negro de la noche más oscura.
«Una sombra que no se distingue bien casi no es un hombre. Le falta la luz de los ojos, la sonrisa, las facciones, el alma a flor de piel. Es una cosa anónima y sin rostro, incluso cuando tiene voz y pasa cantando por los senderos. Cuesta menos herirlo que a un hombre de verdad a la luz del día».
A la luz del día Álvaro piensa. Porque se ha dado cuenta recientemente, de forma casual, por una frase llegada a sus oídos escapada de una azarosa conversación, de lo efímera que es la vida, de que el acto de creación lleva en sí mismo implícita la muerte segura. Así que piensa en lo estéril de su existencia tal vez pronta a terminar. Y piensa también en su esposa, incluso más de lo habitual, y «quién sabe si no será ella la propia muerte, insinuándome día tras día la miseria de vivir, un mensaje que me envía Dios para que yo entienda que todo es pasajero e inútil y para que voluntariamente renuncie a todo». Porque la relación con su esposa es un toma y daca. Porque la insatisfacción y represión que calienta la olla a presión que es su matrimonio no solo la alimenta la lucha interna de cada uno de sus cónyuges y la lucha de clases que ambos simbolizan, sino también la negación por parte de la esposa de los placeres que su nombre promete, ese dique contra el que Álvaro choca una y otra vez.
«Cuántas veces le había visto arrimarse al muro que ella erguía entre los dos como quien golpea a ciegas en una puerta oculta que no sabe dónde está ni adónde da y quedarse allí toda la noche, en el umbral helado y miserable; en la madrugada azuzan a los perros de la casa contra todo aquel que llama, lo que ella había hecho siempre, después de abandonarle al silencio donde no hay nadie, o si hay alguien no se despierta y si se despierta no responde ni abre; nunca le he tendido la mano en busca de un poco de comprensión recíproca y, no contenta con ello, respondí a las tentativas de él, que también quería paz, soltándole los perros (la cólera, la ira, los insultos), ¿qué otra cosa podría haber hecho?»
En la oscuridad... Fotografía de David Álvarez López

El muro al que se acerca Álvaro es el mismo que preserva en la habitación de Maria dos Prazeres el frío aliento de los perros que azuzan su soledad e incitan a su moradora a pensamientos lujuriosos. «Te asombras de que yo sueñe?», le espeta a su esposo cuando el grito tanto tiempo contenido finalmente explota, «siempre sueño sobre sueños para olvidar tu cama, el pan de tu mesa. Lo que nunca supuse fue haberlo dado a entender y ahora [...] lo odio por haber contado lo que era solo mío, tan íntimo que, de haber podido, me lo hubiera ocultado a mí misma».

Carlos de Oliveira, aunque poco traducido al español y aún menos conocido en nuestro país, fue un reputado escritor portugués. Escribió poesía y cinco novelas, entre ellas la que aquí reseño y cuya imagen de portada es el rostro del propio autor. Su condición de poeta es palpable en el lirismo, simbología y exquisitez de su prosa. Sus frases son poderosas y encierran cada una de ellas por sí mismas un mundo y una historia. Las palabras, elegidas con precisión de orfebre, despliegan un abanico de posibilidades y significados. Cuando vuelvo sobre determinados párrafos una vez concluida la lectura, la dualidad e intención de lo leído me azotan mostrándome la evidencia de la extraordinaria calidad literaria de su autor.

Otra cosa que me ha llamado la atención en la narración es que alterna en un mismo pasaje la tercera con la primera persona, al igual que la voz del narrador, principalmente omnisciente, abandona por momentos su lugar en la sombra para interpelar a los personajes no sé muy bien si asumiendo el papel de sus conciencias o, incluso he llegado a pensar, el de demonio burlón o instigador.

La obra literaria de Carlos de Oliveira está encuadrada dentro del neorrealismo portugués. A mí personalmente esta novela me ha traído reminiscencias de esa tragedia rural nuestra tan lorquiana. La trama se desarrolla en una pequeña población del norte de Portugal, zona geográfica en la que de Oliveira acostumbraba a situar sus ficciones. La opresión se palpa y no solo en casa de los Silvestre. Toda la ambientación juega a favor de la construcción de esa colmena en la que cada abeja tiene su celda estanca y su papel predeterminado. Todos los personajes se afanan ciegos e imperturbables a perpetuar ese enjambre de locura. No es miel lo que rebasa de los paneles sino cruda y amarga hiel. Y ay de quien sueñe con libar algo más dulce y terapéutico. Ay de quien intente echar el vuelo más allá de los asfixiantes dominios de la colmena. Bien pensaba uno de los personajes de esta novela que «en todo había una crudeza que era mejor no desvendar». No hay clemencia para las abejas rebeldes y despreocupadas que ansían la felicidad. La salida de la colmena no esta sellada pero, afuera, la noche es oscura y la lluvia arrecia.
«La abeja fue atrapada por la lluvia; latigazos, impulsos, hilos del aguacero enredándola, golpes de viento hiriéndole el vuelo. Dio con las alas en tierra y una ráfaga más fuerte la despedazó. Se arrastró por el guijo, se debatió aún, pero la vorágine se le acabó llevando con las hojas muertas».
El garrotillo, pintura al óleo de Francisco de Goya.





Ficha del libro:
Título: Una abeja en la lluvia
Autor: Carlos de Oliveira
Prologuista y traductor: Xavier Rodríguez Baixeras
Editorial: KRK
Año de publicación: 2009
Nº de páginas: 192
ISBN: 978-84-8367-141-2





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Comentarios

  1. La exuberancia y calidad de la literatura portuguesa es un fenómeno notable… pero aún más sorprendente, siendo vecinos, es el escasísimo interés que tenemos por sus letras, más allá de Saramago, Pessoa o Lobo Antunes, hay mucho más, y realmente bueno.

    Este año he leído a dos autores lusos, ha sido una elección muy afortunada, “Locura” de Mario Sá Carneiro y, especialmente, “La llanura de fuego” de Fernando Namora… un libro ya inolvidable para mí, (y por ahí tengo ahora a Eca de Queiroz con su célebre “El mandarín” esperando).

    En todo lo que comentas me ha recordado, por el drama y el cariz de los personajes, la importancia de la tierra, el clima, matrimonios concertados, etc, a “Amor de perdición” (una novela muy apreciada por Unamuno) del portugués Emilio Castelo-Branco.

    Ni que decir tiene que me interesa este título de Carlos de Oliveira, al que conocía pero tengo sin leer, igual que a otros tantos portugueses por ahí apuntados.

    Un libro más que apetecible, gracias Lorena.
    Abrazos!!

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    1. Si te digo que he inaugurado en el blog la etiqueta Literatura portuguesa con este libro... Y el blog ya tiene cuatro años largos. La verdad que era consciente de que hacía mucho que no leía nada procedente del país vecino o de su lengua (voy a incluir a Brasil para no salir tan mal parada) pero no pensé que fuera tanto. Precisamente, además de que por supuesto esta novela por sí sola me resultaba muy apetecible, fue ese uno de los motivos por los que me decidí a leer este libro.

      Un gran descubrimiento, Carlos de Oliveira. Lástima que no haya mucho más de él traducido. Y, como siempre, con tus comentarios, me descubres también nuevos títulos y autores.

      Un abrazo

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  2. Pues ahora que lo pienso, quitando a Saramago, no me he acercado a la literatura portuguesa. Y desde luego me has dejado con ganas de probar con este autor, al que no conocía. Apuntadísimo me lo llevo.
    Besotes!!!

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    1. Realmente no sé por qué leemos tan poca literatura portuguesa. No sé si son las editoriales las que no le prestan la suficiente atención o si somos los lectores los que no mostramos interés. Habrá que hacer algo para remediarlo ;)
      Besos

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  3. Estoy con Paco en que vivimos de espaldas a la literatura portuguesa. En general, vivimos de espaldas a Portugal. Es como si ellos miraran a su Océano Atlántico y nosotros miráramos hacia el centro de nosotros mismos. Esa es la sensación que siempre me da cuando pienso en Portugal, a pesar de que me encanta y lo he visitado en varias ocasiones, no dejo de sentirlo muy extraño.
    Leí hace años a Eça de Queiros, concretamente, "El primo Basilio" y "El crimen del padre Amaro" y me gustaron mucho, pero creo que, salvo Saramago, no he leído nada más de ese país.
    Esta novela que traes hoy, tiene el sabor de la tierra. Pensaba yo en Lorca antes de que lo mencionaras tú.
    Tomo nota.
    Un beso.

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    1. Y hasta hace relativamente poco, les mirábamos incluso por encima del hombre. Cuando deberíamos de tener mucho en común. Qué cosas.

      Yo he leído poco a Lorca pero sí que esta novela tiene algo que me lo recordó. Será la cerrazón del mundo rural de aquellos años, la tintura de tragedia, será que de Oliveria también es poeta, yo qué sé. Fíjate que la novela tiene una adaptación cinematográfica del año 72. Pues yo estaba todo el rato pensando que se adaptaría muy bien al teatro. El limitado número de escenarios en que se desarrolla la trama y de personajes, esos diálogos prodigiosos y tan ricos, las reflexiones internas de los personajes que se prestan a convertirse en monólogos sobre el escenario, todo eso me llevó a pensarlo.

      Espero que lo disfrutes si lo lees.

      Un abrazo

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  4. Hola! Nunca me he aventurado con la literatura portuguesa, si te soy sincera antes de tu reseña ni me lo había planteado. Tras leerla me has abierto mucho la curiosidad, por este autor especialmente. Las citas me han cautivado, me apunto el libro. Excelente reseña, gracias por compartirla. Un saludo!

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    1. Gracias a ti por la visita, la lectura y el comentario. Como ves, somos muchos los que no nos acercamos demasiado a la literatura portuguesa. Espero que te guste el libro si lo lees.
      Un saludo

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  5. De portugueses he leido a Eça de Queiroz ("El primo Basilio"), a Saramago, a Lobo Antunes y algunos escritos de Pesos en su "El libro del desasosiego". Pero solo libros sueltos, nada asi en plan más serio. Así que muchas gracias por dar noticia de este libro de Carlos de Oliveira.
    Un beso

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    1. El libro del desasosiego es uno de mis grandes pendientes. A ver si de una vez me animo a leerlo.

      Esta Una abeja en la lluvia lo descubrí en una estantería de una de las bibliotecas públicas de mi ciudad. No tenía noticia de él ni de su autor pero he disfrutado mucho de ambos. Así que encantada de compartir la experiencia.

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  6. Hola Lorena yo tampoco he leído mucha literatura portuguesa, creo que salvo a Saramago nada más, supongo que el hecho que tú comentas sobre la poca traducción al castellano y esto también conlleva muy poca difusión.
    Mientras te leía pensaba en esos protagonistas y en la atmósfera agobiante que se intuye. Me ha llamado la atención ese fragmento que has destacado en la que ella reconoce que sueña para escapar de esa realidad que no le agrada pero que tampoco puede cambiar. He pensado en esa función de los sueños como vía para escapar de la frustración y el desencanto del día a día. Se entiende la decepción de ella al compartir, sin querer, que sueña quizás porque deja de ser conocida su manera de escapar. Esos sueños tan poderosos cuando se está instalado en la desesperanza que al menos dejan seguir viviendo, mientras sueña soñar otras vidas se olvida de la tristeza.
    Besos

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    1. Ella sueña lo que le niega al esposo. Aunque no lo desea con él pues su sola presencia le recuerda el fracaso que es su vida. Sus anhelos sin colmar le cuesta reconocerlos incluso ante sí misma. De ahí el odio y la impotencia al descubrir que su secreto más íntimo no lo es tanto. Y sí, esos monólogos internos de los personajes son realmente magníficos.

      En esta historia hay muchas vidas no vividas como gustaría. Por eso la insatisfacción convertida en amargura y la atmósfera, efectivamente, agobiante.

      Besos

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  7. Tus líneas despiertan mi curiosidad, pero este país es poco propenso a las letras lusas. Nada, ni de autor ni de obra. Me hubiera gustado darle una oportunidad a este libro, Lorena, pero resulta poco más que imposible, en tiempos en que las importaciones alcanzan costos siderales. No obstante lo apunto, por si alguien se equivoca.
    Por lo demás, sólo Saramago, Lobo Antunes -no completo- y alguna que otra cosilla esporádica de origen portugués por aquí.
    Gracias por descubrirme a ambos.
    Un abrazo grande.

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    1. Una pena, Marcelo. La editorial que apostó por este libro y por Carlos Oliveira, además, es una editorial pequeña, casualmente radicada en mi provincia aunque me estreno con ella con este libro. Te dejo al menos una pequeña y personal impresión del mismo.
      Un abrazo

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