La vida resguardada - Ellen Glasgow

«El tema estaba implícito en su inevitable título. Más allá vislumbré una sociedad superficial y carente de metas, una sociedad de cazadores de felicidad inmersos en una huida perpetua de la realidad que se aferraban a cualquier ilusión de pasión o placer que les ahorrara algún esfuerzo». 
«Porque ni siquiera el título, del que ya he dicho que era inevitable, sugiere una edad o un lugar concreto. Lo que sí sugiere, al menos para mí, es el esfuerzo de un ser humano por interponerse entre otro y la vida».
Las dos citas precedentes están extraídas del prefacio que la propia Ellen Glasglow escribe para su novela La vida resguardada. El prefacio en sí tiene un valor inestimable por permitirnos conocer un poco a una escritora que, a pesar de haber sido muy popular en su época y de haber obtenido el premio Pulitzer por una de sus obras, ha sido muy poco traducida al español; también porque en él la autora deja reflejadas sus ideas en torno a la literatura y al proceso creativo. Las citas en cuestión son una declaración de intenciones sobre el leitmotiv de esta novela, que no es otro que el bucear en la vida no vivida, esa que se mantiene resguardada bajo la superficie a la que se aferran los personajes de esta novela incapaces de dar la espalda a los convencionalismos.
«Es lo mismo en todas partes. Las personas que tienen tradiciones viven oprimidas por esas tradiciones y las personas que carecen de ellas viven oprimidas por su falta, o por lo que sea que hayan puesto en su lugar. Tú quieres marcharte a Nueva York y fingir que no eres una persona convencional, pero no hay nada que te corte más las alas que el esfuerzo de no ser convencional cuando no has nacido para no serlo».
Es lo mismo en todas partes y supongo que también en todas las épocas (de lo contrario no podría explicar por qué me he mantenido tan pegada a las páginas de esta novela) y, como la propia autora nos ha indicado, el título no sugiere una edad o un lugar concreto. Sin embargo, ella misma elige claramente el punto en el espacio y en el tiempo en el que se desarrolla su historia. El momento es el inicio del siglo XX, con una inminente y aún insospechada Primera Guerra Mundial a las puertas. El lugar es Queenborough, población ficticia de la Virginia natal de Ellen Glasgow.

En Queenborough, concretamente en Washington Street, viven los Archbald y los Birdsong, únicas familias que mantienen su residencia en una calle a la que llega con más frecuencia de la deseada el olor de la factoría de productos químicos situada cerca del río. A los Birdsong, es la modestia económica la que les impide la mudanza; los Archbald, en cambio, se quedan por resistencia y amistad pues, como declara el General Archbald, «nunca abandonaría a su suerte a la señora Birdsong. El industrialismo podría proseguir sus conquista; ellos nunca se rendirían».

La señora Birdsong, Eva Howard de soltera, fue la beldad oficial de Queenborough en su juventud y aún continúa siendo una mujer hermosa, de esas bellezas que ya no existen y se justifican por sí solas, cuyas simples presencias, sonrisas y porte hacen que todos se giren a mirarlas cuando entran en una habitación. Con evidentes dotes para el bel canto, renuncia a todo por el amor hacia su marido, George Birdsong. Este es un tipo encantador y generoso, que también se enamora locamente en su juventud de Eva pero que con los años comienza a sentirse abrumado e inferior ante la perfección de su esposa, sentimiento que utiliza como justificación de su propia debilidad. Con ellos vive John Welch, pariente de Eva que pasa desapercibido siendo un chiquillo pero que de adulto se convertirá, por obra y gracia de la pluma de Ellen Glasgow, en un personaje francamente interesante.

La casa de sus vecinos, además de por el General Archbald está habitada por sus dos hijas: Etta e Isabella. Isabella goza de cierto protagonismo al principio pero luego, en mi opinión, su presencia se desdibuja y termina por ser un personaje que poco tiene que aportar. El personaje de Etta, en cambio, es más constante. Se trata de una mujer poco agraciada físicamente y enfermiza. «Recién llegada al mundo, ya era un error de la naturaleza; antes de nacer, ya estaba derrotada», escribe Glasgow sobre ella. Inspira tanta lástima a los demás como probablemente se lo inspira a ella misma. Ningún hombre se fija en ella y ella vive de sus fantasías enamoradizas y cree morir con cada nueva decepción que le arroja la realidad. Como le aclara su cuñada: «Tu problema, querida, es que sólo has crecido hacia dentro». Esa cuñada es Cora Archbald, viuda del único hijo varón del general. Cora es el verdadero sostén y motor de la familia, la encargada de que todo ruede a la perfección y sin fricciones en esa vida de superficie tan acorde a los requerimientos de la sociedad, el «triunfo viviente de la autodisciplina, de una pose interna, de un hábito consolidado de no querer ser ella misma, y había encontrado su recompensa en su tranquilo dominio de las circunstancias». Desde la muerte de su esposo, vive con la familia de este. Ella y su hija Jenny Blair, una niña adorada por todos, especialmente por su abuelo.
«Una quietud interior la invadió y con ella cobró conciencia del lento avanzar, del suave pulso del tiempo... ¿o la eternidad? Pero ¿cuándo terminaba el tiempo y empezaba la eternidad? Nadie lo sabía, ni siquiera su abuelo. Le había preguntado: «¿Cuándo pasa el tiempo?»; y él había respondido: «Ahora». Y luego le había preguntado: «¿Cuándo pasa la eternidad?»; y su abuelo había respondido: «Siempre». El abuelo le había dicho que no sabía cómo era el tiempo, pero ella sí lo sabía, siempre lo había sabido. Le bastaba con cerrar los ojos con fuerza y repetir la palabra para ver que el tiempo era llano, redondo y amarillo, y que la eternidad era larga, pálida y estrecha, exactamente igual que un vaina de guisantes. Pero cuando había querido que comprendiera, su abuelo se había echado a reír y le había dicho que no dejara que su imaginación se le escapara o no podría volver a atraparla. «Son así, abuelo. Los he visto», había insistido ella; y su madre, que siempre repetía las mismas cosas, había sido tajante; «No seas tonta, Jenny Blair. Tienes demasiados pájaros en la cabeza».
Valga la anterior escena para dejar constancia del discernimiento del General Archbald, del carácter soñador de Jenny Blair y del pragmatismo de la señora Archbald. Valga también para presentaros a Jenny Blair con nueve años, edad en la que acontece la anterior anécdota y edad también con la que se enamora de quien no debe. La pequeña de los Archbald pone sus ojos, su corazón y su pensamiento en un hombre casado, mayor que ella y amigo de la familia, y, como sois muy listos y perspicaces, le guardo el secreto a Jenny Blair y me callo su nombre. Se enamora con nueve años pero no es hasta los diecisiete que toma conciencia de ello, salto temporal que no solo se produce en su entendimiento sino también en la novela.

La novela está narrada en tercera persona y da buena cuenta del perfil psicológico de cada uno de sus personajes, pero es a través de dos de ellos que elige Ellen Glasgow contar esta historia: Jenny Blair y el General Archbald. Supongo que la base de esta decisión está en el contrapunto que aportan ambos, en las diferentes perspectivas de la vida que ofrece la vejez y la juventud.

El General Archbald «siempre había encajado en el modelo correcto, sólo que era un modelo hueco, sin centro». «Como otros hombres en todo el mundo, había rendido un vacuo homenaje a credos que eran máscaras. Como otros hombres en todo el mundo, había ofrecido sacrificios a dioses tan frágiles como el estallido de la luz en un tulipanero». Sin embargo, no siempre fue así. Desde la privilegiada posición que le dan sus más de ochenta años, recuerda que una vez tuvo alma de poeta, que en una ocasión traicionó lo más sagrado de los cimientos de su sociedad, que también se enamoró de una mujer aunque se casara luego y fuera un buen marido para una mujer de la que nunca estuvo enamorado. Tal vez por ello, aunque no ciego a sus defectos, siente debilidad por su nieta Jenny Blair. Tal vez por ello, también, aunque Jenny Blair aún no es capaz de entender a su abuelo lo explica perfectamente cuando dice: «Yo creo que es bonito ser diferente. El abuelo cree que resulta muy doloroso. Es lo que quiere decir cuando dice que consiguió ganarse la vida acabando consigo mismo».

L'Oiseau bleu_Bird cage_08. Fotografía de ajari

La perspectiva de Jenny Blair, en cambio, no es la que hace balance de la vida. Ella aún no ha vivido, no puede hacer retrospectiva. Ella mira hacia adelante o ni siquiera eso. Ella vive el presente y tiene hambre de mundo, de vida. Como le dirá John Welch, el suyo es el «punto de vista del gorrión». No le importa nadie más que ella misma. Pero su egoísmo no nace de la mala voluntad o de los malos sentimientos; su egoísmo es hijo de la inocencia, de la ignorancia.
«Eres demasiado joven para saber qué son los problemas. A veces creo que la crueldad de los jóvenes, y no hay en el mundo nada tan cruel como los jóvenes, se debe a que no saben lo que son los problemas».
«Cuando no lo puedes evitar, ¿quién puede echarte la culpa?», se pregunta Jenny Blair a sí misma una y otra vez. Yo, desde luego, no puedo. No puedo ni lo haré cuando se precipite el final. No puedo porque no es cuestión de buscar culpables. No puedo porque la culpa es huérfana o, si acaso, compartida; y, si es esto último, de todos los posibles culpables a Jenny Blair es la única a la que la exonera su inexperiencia en la vida.

El final es trágico aunque a mí me deja más bien fría. Hay también otros puntos mejorables en la novela. Reconozco que en general suelen ponerme pelín nerviosa los personajes que se atrincheran en su nefasto estado de salud, máxime cuando el lector desconoce origen y condiciones de la enfermedad (y no me refiero con esto solo al personaje de Etta). Ya he comentado anteriormente que el personaje de Isabella, excepto al principio, lo considero prescindible. Y, la voz del general Archbald, aunque interesantísima y riquísima por todas las reflexiones que aporta, en comparación con la arrolladora Jenny Blair, puntualmente (y solo puntualmente) resta agilidad a la novela. No obstante, no creo que sea la trama el punto fuerte de Ellen Glasgow ni el motivo por el que la lectura de esta novela deba ser tenida en cuenta. Sus virtudes son lo que representan sus personajes, sus potentes reflexiones, sus maravillosos diálogos, su ocasional sentido del humor que nos regala una sutil y deliciosa ironía. Esta novela, además, aunque no es histórica, sí tiene muy en cuenta el contexto histórico en el que se desarrolla, hacia donde derivará este y de dónde viene; y también, a través del personaje de John Welch, deja patente cierta conciencia social de su autora.

En la breve reseña biográfica de la solapa de esta novela, la editorial compara a Ellen Glasgow con Edith Wharton. Supongo que dicha comparación se debe al retrato social no exento de crítica que ambas plasman en sus novelas. De Edith Wharton solo he leído Ethan Frome que, aunque maravillosa y magnífica en su brevedad, se distancia de los ambientes habituales en la obra de esta autora, por lo que no puedo opinar de lo atinado de la comparación. En quién sí pensé cuando comencé a leer esta novela fue en otra escritora coetánea de ambas y sureña como Glasgow. Esa prosa tan rica, elegante y evocadora me trajo ecos de mi lectura de El despertar de Kate Chopin. Después, evidentemente, la lectura siguió y encontró su propio camino, que es, además, así, independientemente, la mejor manera de juzgar tanto novelas como escritores, por muy inevitable u oportuno que nos resulten a veces las comparaciones.

Y así, independientemente, La vida resguardada de Ellen Glasgow es una gran novela por los temas que trata y su forma de abordarlos. En el ya citado prefacio la autora sureña comparte con nosotros su impresión de que «pasa el tiempo y sigo viendo la vida como una sucesión de principios, estados de ánimo en conflicto, y creo que el cambio es la única ley permanente». Pues bien, esa imposibilidad de adaptarse a los cambios y esos estados de ánimo en conflicto están también perfectamente reflejados en esta novela. De la confrontación entre juventud y vejez ya habíamos hablado, pero a esta habría que añadir la diferente perspectiva de hombres y mujeres respecto a la vida y el amor, la idealización de ese amor, la felicidad, el anteponer el orgullo por encima de esa felicidad, la trampa de la belleza, las cadenas que nosotros mismos nos ponemos...
«No hay fama tan exigente como la de ser bella. Aunque, como hice yo, dejes todo lo demás por amor, sigues siendo una esclava del miedo, del miedo a perder el amor, del miedo a perder el poder que con tanta facilidad te dio el amor. A veces creo que para una mujer no hay nada tan terrible [...] como que la amen por su belleza».
Pero si hay un tema que toca esta novela y por el que destaca es ese que sugiere su inevitable título y que responde a la declaración de intenciones por parte de su autora con la que abría esta reseña. Si su objetivo con este libro fue retratar una sociedad que vive según el mandato de la tradición y los convencionalismos y en la que el conjunto de los individuos juega en contra de la consecución individual de la felicidad, puedo dar fe de que Ellen Glasgow ha salido más que victoriosa de su empeño. Y declaro lo anterior con la misma contundencia con la que los habitantes de Washington Street insisten en negar la persistente incomodidad de ese olor símbolo del pujante cambio que atenta contra su frágil y «delicado sabor de la vida». 
«Lleva una vida artificial. [...] Si muere [...], la habrá matado el largo fingimiento que ha sido su vida». 
«Nunca apuestes toda tu felicidad a una sola carta. Guárdate siempre algo, aunque no sea más que una miguita. Guarda siempre algo para los días lluviosos».
Duck hunting on the Prairies and a wagon train of immigrants in the distance. Fotografía de BiblioArchives / LibraryArchives





Ficha del libro:
Título: La vida resguardada
Autora: Ellen Glasgow
Traductor: Amado Diéguez Rodríguez
Editorial: Espasa Calpe
Año de publicación: 2008
Nº de páginas: 344
ISBN: 978-84-670-2911-6





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Comentarios

  1. Tengo que hacerme con esta novela y con la que le valió el Pulitzer, "En esta vida nuestra". No sabía nada de la autora, pero me ha atrapado lo que cuentas. Estaba leyendo tu reseña y me estaban viniendo retazos muy sutiles (casi no recuerdo nada) de "La edad de la inocencia". Luego he visto que se la compara con Edith Wharton. De Kate Chopin no he leído nada.
    Me pongo a la búsqueda de Ellen Glasgow.
    Un beso.

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    1. Alguien me comentó por Instagram que, aunque esta novela le había gustado, consideraba a Edith Wharton una escritora más equilibrada que Ellen Glasgow. Como digo en la reseña, de Wharton solo he leído Ethan Frome, que se escapa de ese retrato social, por lo que no puedo opinar. Respecto a Chopin, me la recordó al principio la prosa, pero aparte de eso y de que El despertar, que es lo que yo he leído de esta autora, sí que es una clara bofetada a lo que la sociedad de la época esperaba (y en ocasiones todavía hoy espera) en este caso de las mujeres, poco más tienen que ver ambas obras.

      Como este libro se publicó en España hace diez años, he estado intentando averiguar si se había traducido algo más de ella desde entonces. No he encontrado nada. Respecto a En esta vida nuestra, solo lo he localizado como parte de un volumen que reúne varios premios Pulitzer. En Asturias no lo tienen en ninguna biblioteca. Es una edición antigua, no sé si desde fuera lo prestarían. También está el mercado de segunda mano. Bueno, veremos más adelante. Pero sí que siento curiosidad por leer algo más de Ellen Glasgow.

      Besos

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  2. Pues sí, pese a que el final te haya dejado fría, son muchos los aspectos positivos de esta novela. Imposible salir de aquí sin llevársela bien apuntada.
    Besotes!!!

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    1. Para otro lector, no sé; pero para mí el balance ha sido claramente positivo.
      Besos

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  3. Bonita reseña, Lorena. Al igual que tú, sólo he leído 'Ethan Frome' de Edith Wharton -una novela brillante, a mi parecer-, y tengo por allí una edición del libro de Chopin, esperando.
    Lo lamentable del caso es que por aquí no se conoce la casa editora -y no se si la autora-, por lo que será poco menos que imposible encontrar algo de ellas. no obstante, mantengo la esperanza de que algún importador nos sorprenda en breve.
    Al igual que Rosa, al leerte me has recordado cómo Wharton describe la influencia del entorno social en la historia de 'La edad de la inocencia', libro que no he leído, pero sí he visto la peli.
    Éste queda debidamente apuntado.
    Un gran abrazo.

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    1. Qué extraño que Espasa no tenga sucursal allí, pues pertenece al grupo Planeta. Claro que también puede ser que el libro no se allá editado allí o que ya no se pueda conseguir pues la edición es de hace diez años. Tampoco te creas que aquí la escritora es muy conocida.

      Coincido contigo en que Ethan Frome es una joyita. Y El despertar a mí también me lo pareció. Espero que lo disfrutes cuando lo leas.

      Un abrazo

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  4. Hola Lorena.
    ¿Te puedes creer que tuve este libro en las manos? Lo vi en una librería de segunda mano, en esas incursiones que hago por la capital del reino siguiendo el rastro (como en la nueva novela de Andrés Trapiello), de libros olvidados, el caso es que lo ojeé y lo dejé en su estante... no sé porqué.
    Es curioso como muchos escritores dejan que alguno de sus personajes se descuelgue de la historia y... hasta luego Lucas, alguna vez me encontrado casos. Sea como sea, los personajes importantes tienen su recorrido, como aprecio por tu estupenda reseña, y eso te da sensación de historia sin fugas notorias.

    El enamoramiento de una niña hacia un adulto aunque no sea argumento novedoso, siempre alimenta el morbo, es un asunto potente que requiere la mejor destreza narrativa de la escritora, parece que lo ha logrado con creces.

    Edith Wharton y su Ethan Frome me encantaron. El despertar de Kate Chopin lo tengo en casa desde hace años, ya llegará.
    Un placer leerte, abrazos!!

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    1. El tema no es nuevo ni original, desde luego. Y supongo que no lo es porque al fin y al cabo no es tan extraño que suceda. Una jovencita que pone sus ojos en un hombre pues los chicos de su edad no le parecen interesantes. Muchas veces pienso que para que haya enamoramiento tiene que haber admiración. Jenny Blair aún tiene que aprender mucho de la vida para darse cuenta que el objeto de su amor no es digno de tal admiración, al menos en mi opinión. Que del enamoramiento de una adolescente por un adulto se pase a algo más, ahí igual ya es más frecuente que ocurra en la literatura que en la realidad, o vete a saber. Si has tenido el libro en tus manos habrás leído la sinopsis, pues bien, ya te adelanto que la trama no se desarrolla mucho más allá de lo que allí se cuenta. Lo interesante del libro son las reflexiones y conversaciones que surgen en torno a esa trama.

      Yo el libro me lo encontré en el estante de una de las bibliotecas públicas de mi ciudad. Estoy recuperando esa vieja costumbre que tenía hace años, cuando me alimentaba exclusivamente de libros de la biblioteca, de vagar entre las estanterías y hojear libros al azar. En los últimos años cuando voy a las bibliotecas voy a por un libro en concreto e intento no fijarme en más porque lo de la lista de pendientes es la historia de nunca acabar. Pero también es verdad que ese ritual de perderse en las bibliotecas y descubrir libros que de otra manera quizás ni siquiera hubieras sabido de su existencia tiene algo de mágico. El caso es que el día que lo descubrí no me lo llevé porque había ido por otros dos y tampoco es cuestión de agobiarse con el ritmo de lectura. Pero cuando me tocó devolver esos dos no me pude resistir a llevármelo conmigo a casa. Ha sido un grato descubrimiento. Tal vez algún día el azar haga que te lo vuelvas a encontrar y te animes entonces a llevártelo.

      Un abrazo

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  5. Me la apunto porque todo lo que cuentas me ha parecido muy interesante. Besotes!

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