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Espejo roto - Mercè Rodoreda

«Ya comenzaba a oscurecer. Siguieron el camino de baldosas que pasaba junto a la casa. A la derecha había un árbol de hojas estrechas y brillantes, cuyas ramas casi rozaban la pared. "¿Es laurel, verdad?", preguntó Teresa. "Sí, señora; y no encontrará usted muchos que sean tan altos." Después del laurel había un pozo y dos bancos de piedra bajo una pérgola cubierta de glicinas secas. Cruzaron la explanada y Teresa, mirando la espesura de árboles que la cerraba, pensó. "Es bonito, pero da miedo". Caminaban entre zarzas y helechos. En lo alto de las ramas se oía el arrullo de las tórtolas. "Esto —dijo Valldaura— no ha sido nunca un bosque; cuando construyeron la casa debía de ser un parque. " "Me parece que tiene usted razón —le respondió Fontanills mirando al suelo para no tropezar; es un parque abandonado." No tardaron en llegar a una alberca rodeada de hiedra oscura. "Esta alberca, señora Valldaura, no se seca nunca; en el centro

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