Otra vuelta de tuerca, La figura de la alfombra y El banco de la desolación - Henry James

4 de enero de 1945. Carson McCullers escribe a James Reeves McCullers, quien fuera y volvería a ser, tras la Segunda Guerra Mundial, su marido. Es una de las tantas cartas que la pareja se intercambia durante el conflicto bélico y que, por expreso deseo de la escritora, se incluirían en sus memorias Iluminación y fulgor nocturno. No sé si fue un día cuatro, pero sí que fue enero el mes en que yo leí esa misiva, pues Iluminación y fulgor nocturno fue mi primera lectura de 2022. En ella pude leer lo siguiente: «Hoy vuelve a hacer un día pálido y helado, atardece. Rita le dio a mamá una colección de siete novelas cortas de Henry James y las he estado leyendo. Demasiado inquieta como para ponerme a trabajar, pero estas obras de James son realmente buenas, valen la pena. Sobre todo, una que deseo compartir contigo», pero cuyo título no comparte entonces ni con Reeves ni conmigo. Cuatro días tarda la escritora estadounidense en desvelar ese título para cuyo conocimiento afortunadamente yo solo tuve que esperar varias páginas. Es 8 de enero del mismo año cuando McCullers le escribe a Reeves lo que sigue: «Cariño: Es un día de enero blanco y gris, deprimente, y yo he estado bebiendo una taza de té caliente tras otra, y leyendo a Henry James. No me había dado cuenta de lo realmente bueno que es. Uno está dispuesto a tragarse páginas de ambigüedades a cambio de esas sorpresivas, exquisitas líneas, esas revelaciones casi inesperadas. No me había dado cuenta de la profunda influencia que ha ejercido en los poetas de hoy: Eliot, Auden, etcétera. Deseo que leamos juntos The Beast in the Jungle».

Ni que decir tiene que no cupo para mí duda alguna de que The Beast in the Jungle era, de las siete novelas cortas de Henry James que habían caído en manos de Carson McCullers, aquella que deseaba leer con su por entonces exmarido. Mi curiosidad acerca de la obra en concreto de que se trataba estaba, pues, satisfecha; no así todo lo demás en torno al objeto de mi interés. Fue por ello por lo que rápidamente me puse investigar. Los resultados de mis pesquisas fueron que en España se había traducido su título literalmente como La bestia en la jungla, que no existía de ella en nuestro país ninguna edición reciente —aunque sí varias añejas habitualmente contenedoras de otras obras del autor—, y que su argumento era para mí más que tentador. Previa comprobación de que podría conseguir la deseada nouvelle en alguna de las bibliotecas públicas a mi alcance, así como del rescate de mi lista de pendientes de viejos deseos, irremediablemente comencé a perfilar en mi mente un reencuentro con el siempre y más que aconsejable Henry James.

Mi primer encuentro con el escritor estadounidense nacionalizado británico se había producido seis años antes de esta insospechada recomendación por parte de mi admirada Carson McCullers, allá por la primavera de 2016. Fue Los papeles de Aspern la obra elegida para la ocasión, aunque, por puro azar y tal y como conté en su día, acabaron sumándose a esta La lección del maestro y La vida privada, reuniéndose el trío de historias bajo el título de Los papeles de Aspern y otras historias de escritores. Pues bien, salí tan satisfecha y admirada del encuentro que no tardé en añadir a mi lista de pendientes una de las obras más populares del autor, la cual no es otra que Otra vuelta de tuerca, a la que poco después sumé La figura en el tapiz por la reseña que en su día hiciera de ella Rosa Berros en su blog, de la cual, trascurrido tanto tiempo, ya ni me acuerdo qué fue lo que llamó mi atención. Pero el azar, siempre caprichoso, quiso que pocos años después me tocara en un sorteo un ejemplar de Nueva York, selección de obras de Henry James ambientadas en la ciudad de origen del escritor, que desbancó en intenciones a los dos títulos mencionados y de la que di buena cuenta en 2019. Tenía, pues, claro, a principios de 2022 y recién descubierta la existencia de La bestia en la jungla, que junto con esta quería leer Otra vuelta de tuerca y La figura en el tapiz.

Sí, lo tenía bien claro a principios de 2022, pero ya veis que estamos a principios de 2024. Y no, no es que me hubiera olvidado ni de Henry James ni de mis intenciones, sino más bien que mis intenciones lectoras son demasiadas. Faltaba, pues, un último empujón, y ese empujón me lo dio a finales del año pasado la persona más insospechada: J. Robert Oppenheimer.

Cuentan Kai Bird y Martin J. Sherwin, autores de esa brillante e inmensa biografía sobre el padre de la bomba atómica titulada Prometeo americano, que Oppenheimer leyó La bestia en la jungla en 1940 y que «quedó impresionado por esa narración obsesiva de egolatría atormentada en la que al protagonista lo persigue la premonición de que «algo raro y extraordinario, posiblemente prodigioso y terrible, le sucedería tarde o temprano». Fuera lo que fuera, estaba seguro de que lo «arrollaría»». Lo mencionan en el prefacio y vuelven a incidir en ello bastante más adelante en un capítulo que, precisamente, lleva por título La bestia en la jungla. Dejando aparte la bestia particular que acechaba a Oppenheimer, así como lo que de ególatra, extraordinario, prodigioso y terrible tiene su biografía, no podía dejar pasar por alto lo que para mí era una señal. Y es que cuando un autor o una obra me van dejando miguitas de pan hacia él o ella a través de los libros ajenos a ellos que voy leyendo, yo sigo embelesada el sinuoso camino que me marcan. Había, pues, llegado el momento de leer Otra vuelta de tuerca, La figura en el tapiz y La bestia en la jungla. Hago aquí un inciso para señalar que el segundo de estos dos títulos también se ha traducido en ocasiones al español como La figura de la alfombra —así, por ejemplo, lo ha hecho Impedimenta, cuya edición es la que yo he leído—, así como para indicar que a La bestia en la jungla la acompañan en la edición que pude conseguir otras dos nouvelles: El rincón de la dicha y El banco de la desolación, título este último que toma prestado el volumen que las reúne. No formaba parte de mis pretensiones leer estas dos obras, pero Antonio Marí, que casualmente firma el prólogo tanto a La figura de la alfombra como a El banco de la desolación, me picó la curiosidad respecto a ellas y lo que inicialmente iba a ser un trío de lecturas terminó convirtiéndose en un quinteto.

Si en mi primer encuentro con Henry James lo que tenían en común —simplificando mucho— las obras leídas es el estar protagonizadas por escritores y en el segundo la ciudad de Nueva York, en este tercero podría decirse —y simplificando, además, bastante menos que en las anteriores ocasiones— que el denominador común a todas ellas son los fantasmas que acechan a sus protagonistas. De hecho, el profesor David Bromwich afirma respecto a Henry James en el epílogo de Otra vuelta de tuerca recogido en la edición de Penguin Clásicos que de esa obra he leído que «parece probable que creyera en fantasmas. Que creyera en ellos como una cuestión de experiencia, y no como una verdad metafísica; un tipo de experiencia que él no alegaba haber tenido, pero que resultaba interesante en la ficción por la luz que podía arrojar sobre el que la experimentaba». Y el ya mencionado Antonio Marí no nos habla de fantasmas al analizar la obra de James, pero sí explica en el prólogo a El banco de la desolación que «Esta concepción de la experiencia, que duda de la manifestación sensible de las cosas, que desconfía de la realidad que se ofrece a los sentidos y que postula que el mundo no es más que apariencia; esta concepción de la experiencia, se muestra y se actualiza en toda su obra».

Es la experiencia de la institutriz a la que tenemos acceso en Otra vuelta de tuerca. Son sus percepciones las que nos hace llegar. Es ella quien nos cuenta la historia, esa historia en la que llega a una casa apartada a hacerse cargo de dos hermanos —niño y niña—. Desde la primera noche, hay algo que la inquieta. Sin embargo, es a plena luz del día cuando se le aparece un antiguo sirviente de la propiedad y, poco después, la joven que fuera su predecesora. Ambos son seres abyectos que ya no pertenecen al mundo de los vivos. La institutriz desconoce en un principio sus identidades; es hablando con la señora Grove, la bonachona sirvienta que cuida de la casa en ausencia del amo y tío de los niños, que, al facilitarle sus descripciones, conviene junto con ella que ha de tratarse de ellos. Los diálogos entre ambas mujeres abundan en la trama y están constituidos por frases sin terminar, por ideas esbozadas que tanto la interlocutora de turno como el lector completan en su mente. Frente a lo que podría pensarse, la joven institutriz, lejos de dejarse vencer por el miedo ante tales apariciones fantasmales, se arma de una férrea voluntad. Está convencida (o quizás se convence a sí misma) de que ella ha de ser la pantalla que impida a los fantasmas hacerse con la voluntad de los niños, así como de que estos llevan una especie de existencia paralela y oculta a los ojos de su cuidadora. Los pequeños, tal y como los percibo a través de las palabras de la institutriz, se me antojan tan perfectos tanto en físico como en conducta que casi me parecen irreales. Representan para mí una mezcla entre angelical y fantasmal, produciéndome lo angelical de esa mezcla más zozobra que placidez. La historia avanza y el lector cada vez tiene menos claro si lo inquietante de esta historia está en lo que sucede o en lo que percibe la institutriz. El clímax llega con la escena final, que nos deja aún más interrogantes de como habíamos llegado allí. Sin duda, de entre todas las obras de Henry James que he leído hasta la fecha, Otra vuelta de tuerca es la más desconcertante.

No es un ente fantasmal lo que persigue al protagonista de La figura en la alfombra, pero sí un fantasma, si entendemos como tales las obsesiones. Al joven y aún algo inmaduro escritor y crítico protagonista le es encomendada la redacción de la reseña de la más reciente novela de un reputado escritor. Satisfecho con el resultado, poco espera que cuando al poco tiene la oportunidad de conocer al escritor en cuestión este le haga partícipe de que ni él ni ningún otro crítico ha conseguido nunca llegar a la verdad de sus libros, encontrar «el esquema fundamental de su obra, algo parecido a esas complicadas figuras que adornan las alfombras persas». Y a eso será, precisamente, a lo que a partir de ese momento aspirará el más joven de los escritores, a desentrañar la figura de esa alfombra que es la obra del escritor de culto. Para ello, embarcará en el empeño a un amigo también escritor, crítico y admirador del afamado autor, además de más perspicaz que nuestro protagonista. 

En La figura de la alfombra la excelsa prosa de Henry James brilla en todo su esplendor. Tiene, además, especialmente en su inicio, cierto tono cómico e irónico que le da a la narración un toque delicioso. En cuanto a la búsqueda infructuosa y condenada al fracaso de la inasible esencia en su obra de ese escritor de culto, no he podido evitar que me haya recordado a la de Diégane tras T. C. Elimane en la maravillosa La más recóndita memoria de los hombres de Mohamed Mbougar Sarr. Así, si cualquiera de los personajes de esta obrita de Henry James hubiera osado denigrar la literatura poniendo en palabras la figura de la alfombra, me hubiera visto tentada a proferir lo que el propio protagonista de esta estuvo «a punto de exclamar: «¡Oh, por favor, no me lo diga: por mi honor, por el honor de la literatura, no lo haga!»» Y es que soy como una de «las pocas personas, sean anormales o no, con quienes mi anécdota se relaciona, la literatura era un juego de habilidad, y habilidad significaba para ellas valentía, y valentía significaba honor, y honor significaba pasión, significaba vida. La apuesta que había sobre la mesa estaba hecha de una sustancia especial y nuestra ruleta no era sino la mente dando vueltas, pero el interés con que nos sentábamos alrededor de la verde mesa era tan elevado como el de los sombríos jugadores de Montecarlo». El juego está en la búsqueda, objetivo y meta en sí misma. Que nadie, pues, ose estropearnos tan venerable divertimento.

La figura de la alfombra, por la ocupación y cuitas de sus personajes, podría perfectamente formar parte de Los papeles de Aspern y otras historias de escritores. Asimismo, El rincón de la dicha —nouvelle de James que leo a continuación— bien podría incluirse en Nueva York. De hecho, es comenzarla y trasladarme inmediatamente a esa lectura de hace cinco años. Es más, a las pocas páginas de haberla comenzado llego a preguntarme si quizás no es una de las piezas incluidas en ese libro. La idea me persigue tanto que interrumpo la lectura y voy en busca de mi ejemplar de Nueva York para revisar el índice pensando que tal vez me hubiera olvidado de haber leído por entonces El rincón de la dicha. No encuentro coincidencia y regreso, por tanto, a la lectura entonces presente. La sensación de revisita, sin embargo, me sigue acompañando. Intento desprenderme de ella pensando que es normal que una obra a cuyo protagonista se le «ocurre la idea de que, en algún lugar, muy dentro de mí, había un extraño álter ego, como la flor madura está contenida en el pequeño capullo apretado, y que precisamente, al tomar el camino que tomé, trasplanté mi otro yo a un clima que lo marchitó para siempre», una obra cuyo protagonista, al igual que Henry James, nace y pasa gran parte de su infancia en Nueva York, se establece luego al otro lado del océano Atlántico y regresa a su ciudad natal años después no pudiendo evitar con el regreso la cuestión de «qué habría sido de él como individuo, qué vida habría llevado y qué habría «llegado a ser» si no hubiera renunciado a vivir allí como lo hizo desde un principio», una obra así irremediablemente debía retrotraerme a alguno de los posos que me había dejado la lectura de ese voluminoso libro que lleva por título Nueva York. Pero esa bestia en la que se alía mi a la vez buena y mala memoria no me da tregua. Se me ocurre entonces que, tal vez, como ha sucedido con La figura en la alfombra, el título original de la obra que en ese momento me ocupa ha podido tener diferentes traducciones. Vuelvo al índice de Nueva York y le presto ahora una mayor atención. La séptima de las nueve obras que contiene se titula El alegre rincón. La sospecha se abre paso de inmediato. Busco rápidamente la página 569 en que ese relato da comienzo y leo el inicio del mismo. Sospecha confirmada: misma obra con distinta traducción. Por curiosidad, busco a cargo de quién estuvo la traducción de Nueva York. Me encuentro con la sorpresa de que los responsables de la misma fueron Teresa Barba y Andrés Barba. La sorpresa es grata porque Andrés Barba, con su novela El último día de la vida anterior —que cuenta, además, con su propio fantasma—, fue uno de mis grandes descubrimientos literarios de 2023. El fantasma en forma de revisita literaria que me acechaba se ha, pues, desvanecido; no así el del protagonista de ese alegre rincón reconvertido en rincón de la dicha, el cual aún había de regresar «del lugar más lejano al que hombre alguno, excepto él, hubiera viajado jamás; y sin embargo, era curioso cómo, teniendo esta sensación, le parecía que en realidad había regresado a lo fundamental, y como si el fin último de su prodigioso viaje hubiera sido el de regresar».

El rincón de la dicha, La bestia y la jungla y El banco de la desolación son, en palabras del ya recurrente Antonio Marí, «tres piezas maestras de la narrativa de Henry James. En ellas, este mundo de presencias veladas y de tangibles ausencias, de remordimientos por lo que se dejó de hacer y de la nostalgia por lo que se pudo haber sido, se manifiesta en toda su potencia determinante y persuasiva». Las tres, al igual que La figura de la alfombra, están contadas desde el punto de vista de sus protagonistas, aunque, al contrario que Otra vuelta de tuerca, es la tercera y no la primera persona la que se hace cargo de la narración. En las tres, sus respectivos protagonistas cuentan con una compañera que, con diferente grado de amistad, a mayor o menor distancia, velan de alguna manera por ellos. Son estas mujeres más suspicaces y agudas respecto a las percepciones de sus partenaires masculinos que ellos mismos, los cuales, respecto a ellas, en ocasiones son egoístas o, tal vez sería más correcto decir, egocéntricos.

Si en El rincón de la dicha los remordimientos del protagonista por lo que dejó de hacer y la nostalgia por lo que pudo haber sido hacen referencia a la persona en la que se hubiera convertido de haber continuado viviendo en Nueva York, su homónimo en La bestia en la jungla, que «desde muy temprana edad había tenido la profunda convicción de estar predestinado para algo excepcional e insólito, con seguridad prodigioso y terrible, que tarde o temprano le sucedería; que lo presentía en lo más hondo de su ser y estaba convencido de ello, y que tal vez aquello le aplastaría», sustenta lo que dejó de hacer y lo que podría haber sido en la espera de eso prodigioso y terrible que está por acontecerle y aplastarle. Vive para esa hora de la verdad cuando la verdad es que el tiempo pasa y que lo que no termina de pasar es su destino, perdiendo así ese hombre «la capacidad de ser distinto; las cosas que veía no podían ser sino comunes puesto que quien las miraba se había convertido en un ser común. Ahora era solo uno de ellos, cubierto del mismo polvo, sin una excusa que marcara la diferencia». Ha despertado «a la sensación de no ser ya joven, que era con exactitud la sensación de ser viejo, y a la vez, del mismo modo, a la sensación de ser débil [...], por consiguiente, las posibilidades mismas habían envejecido, [...], tal vez incluso se había evaporado, aquello y solo aquello era el fracaso. No habría sido el fracaso estar arruinado, deshonrado, puesto en la picota o ahorcado; el fracaso era no ser nada». «Había visto, desde fuera de su propia vida, y no aprendido desde dentro». «El conocimiento no le había llegado de mano de la experiencia, le había rozado, empujado, tumbado, con la desconsideración de la casualidad, con la insolencia de un accidente. Sin embargo, ahora que la iluminación había comenzado, resplandecía en su apogeo, y lo que en aquel momento estaba allí mirando con asombro era la profunda vacuidad de su vida. Miraba con asombro, tomaba aliento con dolor; se revolvía desalentado y, al darse la vuelta, vio ante sí, escrita en caracteres más definidos que nunca, la página abierta de su historia».

El protagonista de El banco de la desolación, en cambio, vive bajo la sombra de una mujer de su pasado. «En verdad, ¡qué mente más diabólica y qué naturaleza tan asombrosa» la de esa mujer! La vida de ese hombre se ha supeditado a la resolución tomada por la fuerte voluntad de quien fuera su prometida y no puede evitar formularse «en su oído la eterna pregunta, la pregunta a la que [...] había llegado [...] como [...] la revelación de una afrenta ultrajante, una afrenta que además tenía su origen en la actuación de Herbert más que en cualquier otro lado. «¡Y pensar que no te aseguraste de lo que ella podía hacerte, que no te aseguraste porque estabas demasiado asustado!»» La mujer, en cambio, «había alcanzado el tesoro oculto de los propios motivos de Herbert», tal es el nombre de nuestro protagonista. Lo que oculta es que su vida ha estado determinada no solo por la crueldad y violencia de la decisión pasada de la mujer, sino también por su cobardía y pasividad. En ese balcón de la desolación en el que gusta de recrearse en la placidez que le otorga el lamento respecto a su suerte, el pasado llegará a su encuentro para ofrecerle un futuro quizás más halagüeño del que se ha procurado. Al igual que en el caso de sus compañeros de libro, lo que ha dejado de ser por lo que ha aspirado a ser forma parte de la identidad de la persona que realmente es. Como escribe Antonio Marí en el prólogo de ese libro, «el pasado es una construcción de la imaginación, es una idealización de la existencia y una proyección de sí mismo. El pasado es una búsqueda de la propia identidad proyectándose hacia atrás, y que en lugar de halagar la identidad que el propio yo ha adquirido con la experiencia y la cultura [...], muestra con cruda evidencia, que esta identidad, tan sabiamente cultivada en Henry James, es producto del engaño, del error, del subterfugio o de la incapacidad de ordenar correctamente los datos de la experiencia». «Esta concepción de la experiencia», como ya hemos dicho, «que duda de la manifestación sensible de las cosas, que desconfía de la realidad que se ofrece a los sentidos y que postula que el mundo no es más que apariencia; esta concepción de la experiencia, se muestra y se actualiza en toda su obra».

Lo que también se muestra en toda la obra de Henry James —amén de su ya mencionada excelsa prosa y de lo insinuante de sus diálogos— es su aguda perspicacia respecto a la naturaleza humana. La suya —y continúo haciendo uso de las palabras de Antonio Marí en ese prólogo, pues me declaro incapaz de expresarlo mejor con las mías— «es una voz que avanza, implacable y sinuosa, por aquellos caminos de la mente que raramente se transitan, y que conducen a aquellos parajes donde la conciencia desciende al origen de sí misma y revela sus mecanismos, así como su incompetencia y sus limitaciones». Maestro de la introspección psicológica, el autor nos sumerge «en una construcción de la realidad que es resultado de la combinación y la síntesis de las experiencias y de las reflexiones de sus protagonistas y donde los acontecimientos parecen suceder en la mente del lector». «Posiblemente sea ésta una de las razones por las que la obra de James ejerce esa profunda fascinación y esa poderosa e ineludible persuasión; porque la voz del narrador penetra en lo más recóndito de la mente de sus protagonistas y nos da a conocer sus ideas, sus propósitos, sus dudas y sus certezas, y sobre todo sus temores, su perplejidad y sus limitaciones. Y entra y sale de ellos y los ve ver, y pensar y sentir; como también nos ve a nosotros, y nos ve pensar y nos exhorta con frecuencia a no tomar por reales las apariencias. Y penetra, también, en el corazón opaco de las cosas y los objetos con que los personajes se arropan, se esconden o se identifican».

En el prólogo a La figura de la alfombra lo que escribe Antonio Marí, en cambio, es que «en los cuentos y en las novelas de Henry James siempre hay un secreto». Llámese secreto. Llámese fantasma. Llámese presencia (que en ocasiones no es otra cosa que la revelación de una ausencia), sombra, obsesión. Llámese bestia que acecha en la jungla de los anhelos que forman o deforman nuestra identidad, una bestia que no tiene por qué ser grandiosa ni de apariencia monstruosa, sino que bien puede ser como el corrosivo y molesto zumbido de un a priori insignificante insecto o la acuciante y casi invisible picadura que bien nos estimula, bien nos adormece.

Estimulada y abstraída por lo leído, lo que me ha vuelto a quedar claro es que la sombra de la obra de Henry James es alargada y que por tanto ha de tener presencia entre las lecturas de todo buen lector. Es por ello por lo que si este autor ha de insinuarme nuevamente el camino hacia él con migas de pan, estaré presta a dejarme persuadir y seré como una bestia al acecho; una bestia ni voraz ni hambrienta, pero sí de fino paladar y con gusto por la digestión lenta.

Douglas comienza a leer a sus invitados el manuscrito de la institutriz al inicio de Otra vuelta de tuerca.
 Ilustración de Eric Pape para la publicación original por entregas de The Turn of the Screw en Collier's Weekly en 1898.
Fuente: Beinecke Rare Book & Manuscript Library, Yale University. Trabajo en dominio público.





Ficha del libro:
Título: Otra vuelta de tuerca / La figura en la alfombra / El banco de la desolación
Traductor: Antonio J. Desmonts Gutiérrez / Antonio Marí / Olivia de Miguel
Presentación por parte de: Henry James / Antonio Marí / Antonio Marí
Epílogo de: David Bromwich
Año de publicación: 2015 (1898) / 2008 (1896) / 1990 (The joly corner, 1908; The Beast in the jungle, 1903; The Bench of desolation, 1910)
Nº de páginas: 280 / 120 / 221
ISBN: 978-84-91050827 / 978-84-936550-8-2 / 84-233-1908-3
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Comentarios

  1. Más que una reseña, Lorena, lo que has escrito parece un ensayo, incluso una breve tesina sobre Henry James. Fantástica reseña, amiga mía.
    De los tres títulos he leído varias veces "Otra vuelta de tuerca", novela que los editores suelen incluir en sus catálogos de juvenil, como si estuviera destinada a esa edad por eso de la imaginación, fantasmas y tal. Nunca la he visto destinada sólo a esa franja de edad. Es una historia ciertamente desconcertante. A mí siempre me ha llevado a la película de Amenábar 'Los otros', quizás por eso de que sean niños los personajes, pero sé que el guion es exclusivo del director.
    Lo que me acabo de apuntar y quiero leer es La bestia en la jungla, pues después del recorrido que te ha llevado hasta ella y ver la cantidad de autores que se la recomendaban unos a otros es evidente que hay que buscarla; me pongo a ello.
    Henry James a mí siempre me ha gustado. Recuerdo con gusto Los europeos y también Las bostonianas. Que siendo norteamericano se nacionalizase británico dice mucho de su gran admiración por la cultura europea versus la estadounidense.
    Un beso, Lorena

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    1. Tampoco veo yo Otra vuelta de tuerca como una lectura juvenil, aunque no por ello no pueda igualmente ese público leerla y disfrutarla. Es curioso como muchos clásicos suelen considerarse juveniles cuando sin embargo se requiere cierta madurez para comprender su trasfondo.
      Entiendo también que los Otros te recuerde a esa novela. Aunque libro y película cuentan historias diferentes, ambas comparten la importancia de los personajes de los niños y una atmósfera inquietante.
      En cuanto a La bestia en la jungla, era un título de Henry James del que no tenía noticia. Es cierto que me suenan muchos títulos del autor, pero con una obra tan extensa también es normal no alcanzar a saber de toda ella. El caso es que me llamó la atención y que el hecho de que la alabara nada más y nada menos que una escritora de la talla de Carson McCullers no hizo sino incrementar mi interés. Encontrármela más tarde como una lectura que había impactado a Oppenheimer, que, por cierto, era un gran lector, fue el empujón final para leerla. Creo que te gustará, Juan Carlos. A mí me queda aún mucho Henry James por leer, entre ese mucho los títulos que mencionas. Veremos cuándo me vuelvo a reencontrar con el autor y qué elijo para ello. Tal vez incluso nuevamente vuelva a optar por varias de sus obras, pues parece que mis lecturas de Henry James están destinadas a ser colectivas. De ahí la comparativa entre las novelas leídas conjuntamente, que, sumándole que me lío sola contando cómo llegaron estas a mis manos, derivan en una entrada como la que ha salido. Para algunos será demasiado larga, liosa e incluso aburrida, supongo. Se agradecen, por tanto, tus palabras sobre ella, Juan Carlos.
      Otro beso para ti.

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  2. No conocía La bestia en la jungla que me apresuro a anotar. Otra vuelta de tuerca y La figura en el tapiz (por cierto, gracias por la mención) me parecen dos novelas desconcertantes y maravillosas. Hay que leerlas dejando que fluyan por nuestra emoción y nuestro intelecto y que cada uno de ellos le den a la novela lo que le corresponde. No creo que haya dos lectores que extraigan lo mismo de esas dos novelas. Hay que saber leer en las mentes y en las complejas psicologías de los protagonistas y es imposible que dos lectores lean lo mismo en ellas.
    Ahora he apuntado Los papeles de Aspern y El rincón de la dicha y los añado a lo que ya tengo pendiente del autor. Un autor al que hace ya tiempo, desde 2018, que no visito.
    Un beso.

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    1. Es curioso y admirable lo que consigue Henry James. Por una parte conduce con maestría al lector por los recovecos psicológicos de sus protagonistas, pero por otra le deja vía libre a la interpretación.
      Yo también llevaba años sin visitar al autor. Espero no tardar tanto en volver a hacerlo.
      Besos

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  3. Me interesa La figura de la alfombra :)

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  4. No conocía La figura de la alfombra (por cierto, ¿cuál es su título en inglés?, por curiosidad) ni tampoco El banco de la desolación, así que me apunto bien ambos títulos. Extraordinaria tu reseña.
    Besotes!!!

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    1. The figure in the carpet.
      Cualquier título de Henry James es bueno para apuntar.
      Besos

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