Trilogía de Copenhague - Tove Ditlevsen

«Las personas siempre quieren algo unas de otras, y yo siempre he sabido que tú pretendías utilizarme para algo. Al ver mi ademán de protesta, añade: No tiene nada de malo, es lo más natural. Yo también quiero algo de ti. ¿El qué?, pregunto. Nada concreto, contesta mientras se saca la larga pipa de la boca. Simplemente colecciono gente original, personas diferentes, casos especiales. Me gustaría mucho ver tus poemas».

Tove Ditlevsen quiere se poeta. Es así desde que tiene uso de razón. «Llevaba las tazas a la cocina mientras en mi interior palabras largas y extrañas se encaramaban por mi alma a modo de película protectora», nos cuenta que hacía de niña. Las palabras son un consuelo y un refugio para ella. Recuerda también cuando en una ocasión la dejaron junto con Edvin en casa de sus tíos. Le dijeron que su madre estaba mala de la tripa. Edvin, su hermano, cuatro años mayor que ella, se ríe de su credulidad. Le explica que mamá tenía un niño en la tripa y que se la ha muerto dentro. En el hospital le han abierto la tripa y sacado el niño. Tove nos describe el cubo de fregar lleno de sangre bajo la pila que, tras el regreso a casa, ve todos los días. «Cada vez que lo pienso, veo una imagen. Sale en los cuentos de Zacharias Nielsen y representa a una mujer muy hermosa que lleva un largo vestido rojo. Tiene una mano blanca y delicada apoyada bajo el pecho y le dice a un caballero vestido con gran elegancia: Llevo un niño debajo del corazón. En los libros esas cosas son bonitas e incruentas, y eso me tranquiliza y me consuela».

Tove es —en sus propias palabras— una niña rarita porque lee libros y no sabe jugar. Sobre su infancia nos cuenta lo siguiente:

«Las personas que tienen una infancia visible, inaceptable tanto por dentro como por fuera, se llaman niños; se las puede tratar como a uno le venga en gana porque no hay nada que temer de ellas. No disponen de armas ni de careta a menos que sean muy ladinas. Yo soy una de esas niñas ladinas y mi careta es la estupidez; siempre llevo buen cuidado de que nadie me la quite. Dejo la boca entreabierta y la mirada perdida, como si mis ojos no vieran más que la nada. Cuando una voz empieza a cantar en mi interior, me esmero para que no se abran fisuras en mi careta. Ningún adulto soporta la canción de mi corazón y las guirnaldas de palabras de mi alma. Aun así, saben que existen porque algunos retazos se me escapan por un conducto secreto que no conozco y por eso no sé cerrar».

La infancia de Tove «la cosieron para otra niña a la que seguro que le habría sentado la mar de bien. Cuando pienso así, mi careta se vuelve aún más estúpida, porque no puedo hablar de estas cosas con nadie y siempre sueño con conocer a alguien extraordinario que me escuche y me comprenda. En los libros he leído que hay personas así, pero no existe ninguna en la calle de la infancia».

Es cuando Tove está caminando por el tramo final de esa calle de la infancia que conoce al señor Krogh. Para ella es alguien extraordinario que la ve y la hace sentirse comprendida. Es él quien le dice esa verdad que se le queda grabada, eso de que todas las personas quieren algo unas de otras. Y sí, efectivamente, esa chiquilla desgarbada que es Tove Ditlevsen quiere algo del señor Krogh. Quiere que se interese por sus poemas. Tove no solo siente la necesidad de escribir sino también de que sus escritos sean leídos por otras personas. Por ello desea con fervor ver publicados sus versos.

También de su primer marido quiere algo. Este pensamiento le «duele un poco, porque tampoco es toda la verdad». Las relaciones con sus mezclas de deseos, intereses, desigualdades y afectos siempre son complejas. Así es el primer matrimonio de Tove Ditlevsen en el que el marido, siguiendo la máxima del señor Krogh, también quiere algo de ella. A él solo le gustan los artistas y solo quiere tratar con ellos. «La familia nunca comprende a los artistas, dice, que solamente se tienen unos a otros». Por eso Tove desea vehemente dejar atrás, y en este caso más física que metafóricamente, la calle de su infancia.

Los escritores quieren lectores. Los lectores queremos escritores. No sé si Tove Ditlevsen hubiera querido una lectora como yo, pero sí sé que yo quiero escritores y escritoras como Tove Ditlevesen. No sé si ese refugio de frases que la escritora danesa armaba en su cabeza y trasladaba al papel es similar al consuelo que me ha procurado la lectura de su trilogía autobiográfica, si es que algunos lectores y escritores también solamente nos tenemos unos a otros. Si tenéis un mal día de esos en los que solo os apetece llorar, coged a Tove trasmutada en papel entre vuestras manos, haceos un ovillo y dejad que os afloje el nudo y os seque las lágrimas. Tiene una mirada y una sensibilidad especial que te reconcilia con el mundo. Como Carson McCullers. Como Sylvia Plath. Como Janet Frame. Las caretas de las que habla cuando se disecciona como niña sospecho que son las mismas de las que tanto sabe Clarice Lispector.

De Janet Frame me acuerdo mucho leyendo sobre la infancia y juventud de Tove Ditlevsen. Eso sí, por mucho que me haya gustado conocer a Tove, no me ha despertado la infinita ternura que sí me provocó y me sigue provocando Janet. Pero eso no es culpa de la danesa, es solo que la neozelandesa es muy muy especial. Como veis, ambas se encuentran en las antípodas la una de la otra geográficamente hablando. Lo que sí comparten es una precaria situación familiar y, aunque con algunos años de distancia, un mismo contexto temporal.

Calle Istedgade en Vesterbro, Conpenhague, 1968. Fotografía de Kurt Rasmussen. Fuente: bahnbilder.de.

Tove Ditlevsen (1917-1976) pasa la infancia en una vivienda de un solo dormitorio (con la falta de intimidad que esto conlleva tanto para padres como para hijos) en un barrio obrero de Copenhague. Su padre pierde el trabajo a una edad en la que es complicado volver a encontrar un puesto fijo. Las esperanzas tanto de él como de la madre están puestas en el hijo varón. Aspiran a que se convierta en un trabajador cualificado, ese brillo de promesa de trabajo estable. De Tove, en cambio, solo se espera que se case. Las mujeres no son más que seres a los que hay que mantener. Sin embargo, mientras las otras chicas de la escalera no piensan más que en casarse y tener hijos e incluso algunas se quedan embarazadas prematuramente, a Tove, aunque también alberga el anhelo de convertirse algún día en madre, pensar en el futuro es algo que la atormenta y angustia.

«Yo no pienso seguir la tradición en ese punto. No pienso hacerlo hasta que encuentre a un hombre al que ame, aunque por el momento ni hombres ni chicos se dignan a mirarme. No quiero «un obrero cualificado con trabajo estable que venga derechito a casa con la paga semanal y que no beba». Para eso, mejor quedarme solterona, algo a lo que mis padres por lo visto se han ido resignando poquito a poco. Mi padre siempre anda hablando de «una colocación fija con derecho a pensión» cuando salga del colegio, pero a mí eso me parece igual de espantoso que lo del obrero. Cuando pienso en el futuro, me doy siempre de cabeza contra un muro, por eso desearía tanto alargar mi infancia. Pero no veo forma de hacerlo».

«Es que no quiero casarme, replico, aunque en este preciso instante estoy considerando esa salida desesperada. Estoy pensando en el fantasma de mi infancia: el obrero cualificado con trabajo estable. No tengo nada contra los obreros, es por la palabra estable, que bloquea cualquier sueño de futuro. Es gris como un cielo lluvioso que ni el rayo de sol más alegre puede atravesar».

La muchacha que no quiere casarse se casa cuatro veces y se divorcia otras tantas. Tiñe el gris de colores con sus frases. Bebe de la realidad para escribir y con las palabras que traza se sustrae a su vez de esa realidad.

La depresión económica tras la Primera Guerra Mundial lastra su infancia. Sin embargo, a la Tove niña la expresión depresión mundial se le antoja «sonora y atractiva. Imagino un mundo entero, sumido en una honda pena, donde todos han bajado las persianas y han apagado la luz mientras la lluvia chorrea desde un cielo gris e inconsolable sin una sola estrella». Vivirá después el auge del nacionalsocialismo alemán y la subida de Hitler al poder, el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi. Pero todo esto no es más que un telón de fondo y no solo en las novelas autobiográficas que componen el libro que os traigo hoy sino para la propia Tove Ditlevsen. La escritora, que siempre se ha percatado de que no es una persona corriente y se ha sentido extraña y extranjera entre esa mayoría que sí lo es, que sospecha íntimamente que solo sirve para escribir, siente también que se ha «vuelto incapaz de abrigar sentimientos sinceros y siempre debo fingirlos, imitando las reacciones de los demás. Es como si todo hubiese de dar un rodeo antes de afectarme. Puedo llorar cuando veo en el periódico la foto de una familia que ha tenido la desgracia de verse en la calle, pero esa misma escena, tan cotidiana, vista en la realidad no me conmueve. Los poemas y la prosa poética me emocionan como antes, pero las cosas que se describen me dejan fría por completo. No siento demasiado aprecio por la realidad». «Reconozco que a veces me veo incapaz de querer a nadie. Es como si solo me viese a mí en este mundo». Asimismo, sostiene que «cuando escribo no respeto a nadie. No puedo». A lo cual su amiga Lise le responde argumentando que «los artistas no tienen más remedio que ser egoístas». El derecho (o la obligación) del artista, supongo. Un derecho —imagino— no muy diferente a ese otro del amor al que hace alusión el cuarto marido de Ditlevesen. «Ese derecho es siempre el derecho a herir a los demás», objeta Tove. «Esto es lo más terrible del amor, decía yo: que cualquier otra persona te resulta indiferente. Sí, coincidía él, y además siempre termina haciendo un daño de mil demonios».

Tove Ditlevsen y Victor Andreasen recién casados.
Himmelbjerget, 1951
. Fotografía de autor desconocido
en dominio público. Fuente: Media Lex DK.

Trilogía de Copenhague alberga las tres novelas autobiográficas de la escritora danesa Tove Ditlevsen. Los títulos originales de las dos primeras son Barndom y Ungdom y se han traducido literalmente al español como Infancia y Juventud. La tercera se ha traducido como Dependencia. No me parece una mala elección para sustituir al vocablo danés Gift. Aunque el término nos pueda evocar su homónimo inglés para regalo, en el idioma natal de Ditlevsen es una palabra polisémica válida tanto para casada como para veneno.

La noche en que Tove conoce a su tercer marido en una fiesta hubiera sido mejor que se hubiera quedado en casa. Se trata de un encuentro de repercusiones nefastas. Las personas siempre quieren algo unas de otras, como le anunció de jovencita el señor Krogh. Así, la nueva pareja de Tove quiere de ella una mujer sumisa que permanezca a su lado y Tove quiere de él ese líquido que la recorre a través de sus venas y «va extendiendo por todo mi cuerpo una sensación de gozo extremo que nunca he experimentado. La habitación se expande hasta convertirse en una sala radiante y me siento relajada, perezosa y feliz como nunca antes». «Resuelvo no dejar ir jamás al hombre que puede procurarme un placer tan indescriptible, tan gozoso». «Quiero vivir así siempre, no [...] regresar a la realidad nunca más». «No había precio que no estuviera dispuesta a pagar con tal de mantener a raya la insufrible realidad».

«¿Y si le dijera la verdad? ¿Y si le contara que me he enamorado del líquido claro del interior de una jeringuilla y no del hombre que era su propietario? Pero no se lo conté, ni a él ni a nadie nunca jamás. Como cuando era niña. Los secretos más dulces se echaban a perder si se los revelabas a los mayores».

Para mí —y de manera totalmente subjetiva— este libro compuesto de tres libros se divide en dos partes. La primera las formo con las novelas Infancia y Juventud y la primera de las dos partes de Dependencia. La segunda la constituye la segunda parte de esa tercera novela. Esa segunda parte sí que es un auténtico gift si hacemos caso a su significado en inglés, pues la honestidad y la falta de edulcorantes del testimonio de Tove Ditlevson, tan alejado del halo de romanticismo tan dañino que pulula a veces alrededor de la drogodependencia, es un auténtico regalo e incluso considero que hacen de esa parte de la novela una lectura necesaria. Así, asisto a la desnuda experiencia de Tove con una tristeza infinita al contemplar cómo una persona es capaz de destrozarse de tal manera.

Tove ya no pinta el mundo gris con los colores de las palabras. «He empezado a escribir cuentos y la cortina que me separa de la realidad vuelve a ser densa y segura», manifiesta poco antes de conocer a su tercer marido. La cortina que son las drogas, sin embargo, no le otorgan esa seguridad. Llega a no poder apenas levantarse de la cama y a pesar treinta kilos, pero la realidad fea, desnuda y viscosa le resulta insoportable sin ese venenoso aditivo. Se sobrepondrá, pero será una adicta durante el resto de su vida.

Intento saber cómo fue ese resto de su vida, saber qué fue de ella tras el fin de Dependencia. Me pasa como con Janet Frame —de la que, por cierto, hace tiempo que de sus pasos vitales se bifurcaron los de Ditlevson—, quiero saberlo todo de ella. También, al igual que de la autora neozelandesa, quiero leerlo todo. Tristemente para mí, pero felizmente para mi lista de pendientes —y nuevamente al igual que de Frame— es muy poco lo que se ha traducido al español de la danesa. Yo quiero de las editoriales que apuesten por escritoras como Tove Ditlevsen y sé que —haberlas, haylas— existen algunas editoriales que quieren de los lectores que busquen en los libros lo que busco yo. Análogo resultado al de Janet Frame en su día han arrojado mis pesquisas vitales sobre Tove Ditlevsen: apenas nada. Sé que murió por sobredosis. Lo leo así en algunos sitios web. Otros, en cambio, matizan tal información al señalar que se suicidó por sobredosis, al parecer de pastillas para dormir. Sé —y esto por experiencia previa— que las frases con las que teñía de colores el gris siguen iluminando la realidad cada vez que sus libros son abiertos y leídos, proporcionando a sus lectores el consuelo de la belleza y la sensibilidad que nos llega a través de su mirada. Literatura por vena, querida Tove. Literatura como veneno inocuo que nos permite evadirnos de la realidad sin renunciar a ella ni a nosotros mismos. Sé —porque así me lo has hecho saber— que tú también conociste el milagro que eso supone.

«Una tarde, al entrar, descubro un paquete enorme sobre la mesa y lo abro con las manos temblorosas. ¡Mi libro! Al tenerlo entre mis manos me invade una dicha solemne que no se parece a nada que haya sentido antes. Tove Ditlevsen. Alma de muchacha. Ya no tiene vuelta atrás. Es irreversible. El libro existirá por siempre más allá de cuál sea ya mi suerte. Abro un ejemplar y leo unas líneas. Ahora que las veo impresas, me resultan inexplicablemente lejanas y extrañas. Abro otro porque no acabo de creer que ponga lo mismo en todos. Pero así es. Tal vez mi libro llegue a las bibliotecas. Tal vez una niña que ame en secreto la poesía lo encuentre en una algún día, lea los poemas y al hacerlo sienta algo, algo que quienes la rodean no entenderán. Y esa niña especial no me conoce de nada. No se le ocurrirá que yo soy una chica que trabaja, come y duerme igual que todo el mundo. A mí tampoco se me ocurría cuando de niña leía libros; rara vez recordaba el nombre de quien los había escrito. Mi libro llegará a las bibliotecas y puede que también a los escaparates de las librerías. Han impreso quinientos ejemplares y a mí me han entregado diez. Cuatrocientas noventa personas lo comprarán y lo leerán. Puede que también lo lea su familia y puede que lo presten, igual que el señor Krogh prestaba los suyos. Esperaré hasta mañana para mostrárselo a Viggo F. Esta noche quiero pasarla a solas con mi libro, porque no hay nadie en el mundo que termine de entender el milagro que supone para mí».

Cementerio de Vestre, Copenhague. Fotografía de Ann Priestley bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0.





Ficha del libro:
Traductora: Blanca Ortiz Ostalé
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2021 (1967)
Nº de páginas: 432
ISBN: 978-84-322-3877-2
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Aviso a navegantes: estaré fuera por vacaciones unas dos semanas, por lo que aprovecharé para desconectar de la blogosfera. Intentaré regresar con la periodicidad habitual, pero se avecina cambio laboral, por lo que no prometo nada. Mientras tanto, feliz verano y felices lecturas.





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Comentarios

  1. Contigo, Lorena, me sucede que aprendo mucho y conozco nuevas lectoras que si no jamás llegarían a mis oídos. Asñi me ha sucedido con la protagonista de esta reseña, Tote Ditlevsen, y también me sucedió con Janet Frame. Como veo que están en línea vital y literaria con Silvia Plath y Clarice Lispector, sus libros me atraen . Desde luego es lo que me ha sucedido con esta reseña sobre "Trilogía de Copenhague" que si puedo intentaré hacerme con ella.
    Dices que te vas de vacaciones y que se te avecina cambio laboral. Siempre que sea para mejor me alegraré contigo, Lorena. Te deseo unas semanas de descanso fantásticas.
    Un beso, amiga

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    1. De quien más me he acordado leyendo a Tove Ditlevson, especialmente en las primeras partes de este libro, es de Janet Frame. Siendo dos mujeres muy diferentes, ese sentirse poetas desde tan niñas, ese afán por escribir y la precariedad de sus familias de origen me las ha hermanado de alguna manera. De Sylvia Plath me he acordado al encontrarme con la ansiedad de Tove Ditlevsen ante el futuro. Llevo grabada la imagen de la higuera de La campana de cristal. Las tres, junto con Carson McCullers, a la que también menciono en la reseña, comparten esa mirada y esa sensibilidad especial que tan bien saben plasmar en sus escritos. Lispector es otra cosa. Es mucho más compleja. Tú, que la has leído, lo sabes. Pero esa idea de las caretas me la ha recordado mucho.
      Vi mucho este libro por ahí cuando se publicó en España hace un par de años. Lo reapunté el año pasado al mencionarlo Rosa Montero en El peligro de estar cuerda y por fin le llegó el momento. Pero, sí, me da la impresión de que es una autora bastante desconocida por estos lares. Muestra de ello es lo poco que se la ha traducido al español.
      Me van a venir bien las vacaciones, Juan Carlos. Sin haberlo planeado casi me van a servir de bisagra entre mi trabajo actual y el próximo. Me surgió una oportunidad, tenía que tomar una decisión y con todo el vértigo que dan los cambios la he tomado. Como con todas las decisiones, se ganan unas cosas y se pierden otras. Pero, sí, creo que el cambio será para mejor. Espero iros contando.
      Besos

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  2. No conocía de nada a Tote Ditlevsen, como tampoco conocía a Janet Frame hasta que tú me la presentaste. Como con ésta, creo que me sucede con la danesa. Me atrae y me repele a partes iguales. Me atrae meterme en sus vidas azarosas, marcadas por la enfermedad, real o adjudicada, la adicción, la infelicidad en una palabra. Me atrae porque adoro profundizar en esas vidas complejas y tratar de buscar explicaciones a tanto dolor, pero, por otra parte, temo encontrar partes de mí misma desgajadas entre las páginas de las autoras.
    Aunque puede que la atracción sea mayor que la repulsión. Voy a desempolvar a Janet Frame de la lista de pendientes. Y, por supuesto, apunto a Tote Ditlevsen. ¡¡¡Pobre lista!!! ¡¡¡Cuánto sobrepeso!!!
    Un beso.

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    1. Aunque parte de las trayectorias vitales de Janet Frame y Tote Ditlevsen tienen ciertas similitudes, me da que fueron mujeres muy diferentes. Personalmente, sentí bastante identificación con Frame cuando leí Un ángel en mi mesa, mucho más que con Ditlevsen al leer esta trilogía. Es cierto que hay episodios muy duros en la vida de la escritora neozelandesa, pero no es menos cierto que sentí la lectura de su autobiografía muy esperanzadora en cuanto que es capaz de sobreponerse a todas esas duras vivencias. Respecto a la danesa, su vida es como una ascensión para precipitarse después ella misma en caída libre (con un continuo empujón de su tercer marido, cierto es). Qué puedo decirte, Rosa: para mí haces muy bien en tenerlas en cuanta para futuras lecturas. Hay tanta belleza en sus miradas y en sus prosas que, a mí, más que dolor, leerlas me produce felicidad. Pero nadie mejor que uno mismo para saber lo que puede dolerle o no.
      Besos

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  3. ¡Hola Lorena!!
    creo que he leído tu reseña todo el rato con la boca abierta, es que es interesante todo sobre esta autora de principio a fin y la forma en que tú nos lo cuentas. Como dices es desconocida esta autora, sí, al menos para mi, a Frame sí la conozco aunque no la he leído y por supuesto a Lispector.
    La primera frase de tu reseña ya me ha enganchado, porque pensándolo bien es tan real eso de que "Las personas siempre quieren algo unas de otras", lo que tiene mucho que ver con las expectativas que ponemos sobre las personas y las decepciones si no nos dan lo que queremos (acertadísima reflexión la del señor Krogh y curioso eso de coleccionar gente peculiar y distinta). Y me encanta tu párrafo "Si tenéis un mal día de esos en los que solo os apetece llorar, coged a Tove trasmutada en papel entre vuestras manos, haceos un ovillo y dejad que os afloje el nudo y os seque las lágrimas", que bueno tener una autora en la manga que ayude a reconciliarnos con el mundo.
    Una pena su inmersión en ese mundo demoníaco que es elle las drogas, fíjate que cuando he empezado a saber, imaginaba un final así, o por sobredosis o suicidio. Y eso de no querer casarse y haberlo hecho en cuatro ocasiones..., curioso
    Esta autobiografía nunca se me hubiera ocurrido leerla por mi misma, pero te aseguro que ahora me has dejado con ganas, pero no prometo nada, porque al final se van colando unas lecturas y otras quedan en el olvido, pero siempre siempre me fascinan tus reseñas, lo sabes.
    Te vas de vacaciones, así que pásalo bien, desconecta del mundo y coge fuerzas para ese nuevo trabajo que te ha surgido que espero que te resulte gratificante. A veces hay que tomar decisiones importantes que no se tienen claras y hay que arriesgar para intentar ir a mejor (he leído tu respuesta a Juan Carlos) ¿que te vaya genial! Ya nos contarás...
    Un beso

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    1. Interesantísima la vida de esta escritora y muy especial su forma de contarla. De hecho, es precisamente esa forma la que me reconcilia con la parte más fea de la realidad. No sé, es como si sintiera que mientras existan personas que miran la vida como la miraba Tove Ditlevsen y que nos lo transmiten como lo hacía ella, aún hay esperanza en la especie humana.
      Esa primera cita que comparto es genial y una gran verdad. Si se piensa bien, todas las relaciones que entablamos, sean de un tipo u otro, aunque no conscientemente interesadas, se basan en la oferta y la demanda. Y creo que es cuando se agota aquello que queremos del otro cuando la relación comienza a cojear. Algunos de los matrimonios de Tote Ditlevsen son una buena muestra de ello. En cuanto a lo de no querer casarse y que se casara cuatro veces, pues, bueno, de lo que realmente quería escapar era del matrimonio como única opción para una chica y de la repetición de un mismo patrón generación tras generación.
      Sé que este libro no encaja en lo que sueles leer, pero, aun así, creo que podría gustarte.
      Gracias por tus buenos deseos, Marian. Ya estoy medio desconectada y desconectaré aún más cuando me vaya en un par de días. Y sí, creo que el cambio va a ser para mejor. Ahora que lo pienso, va a ser algo así como otra forma de reconciliarme con el mundo.
      Besos

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  4. Me interesa su aspecto psicológico

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  5. Tus entradas y tus lecturas están a otro nivel de bueno a fantástico! !
    Gracias por compartirlas
    Saludosbuhos, gracias por la pasión en cada entrada que haces.

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