Cuentos de Navidad - VV. AA.
«¡Enfurecido eché a correr en medio de la noche, oscura y tempestuosa, olvidando capa y sombrero! Las banderas de la torre crujían, era como si se oyera al viento mover su temible y eterno engranaje y al mismo tiempo el año viejo rodara sin hacer ruido, como un peso muerto, hacia el oscuro abismo… Tú ya sabes que esta época del año, Navidad y Año Nuevo, que a todos vosotros se os revela con tan grata y radiante alegría, a mí me saca siempre de mi tranquila celda para lanzarme a un mar bravío y agitado. ¡Navidad! Son días de fiesta cuyo amable resplandor veo durante mucho tiempo. No soy capaz de esperarlos… soy mejor, más infantil que el resto del año, ningún pensamiento sombrío ni odioso alimenta mi pecho, abierto a una sincera alegría celestial, y vuelvo a ser un chiquillo que grita de júbilo. Entre las doradas tallas polícromas de los luminosos puestecillos navideños me sonríen dulces rostros angelicales y entre el ruidoso murmullo de las calles se oyen, como viniendo de muy lejos, las sagradas notas de un órgano: «¡Porque nos ha nacido un niño!»… Pero después de la fiesta todo se apaga, el resplandor se extingue en medio de la turbia oscuridad. Un sinfín de flores caen marchitas año tras año, su semilla se apaga para siempre, ningún sol de primavera enciende una nueva vida en las ramas secas. Eso lo sé muy bien, pero las fuerzas hostiles no dejan de ponerlo ante mis ojos alegrándose perversamente de mi mal cada vez que el año se acerca a su fin. «Mira —me susurra al oído—, mira cuántas alegrías que no volverán te has perdido este año, pero a cambio te has vuelto más sabio y ya casi no valoras las diversiones mezquinas, sino que te vas volviendo más serio… sin ninguna alegría». Para la noche de San Silvestre el diablo siempre me guarda una fiesta muy especial. Sabe meterse en mi pecho en el momento justo, con su afilada garra, mofándose terriblemente, y se recrea con la sangre del corazón que mana de él».
Así, cual alma que lleva el diablo, sale corriendo el narrador de La aventura de la noche de San Silvestre la última noche del año. Me pregunto si los participantes de esas carreras que llevan el nombre de ese santo y que se celebran el 31 de diciembre en tantas de nuestras ciudades huyen —también cuales almas que lleva el diablo— del año que en pocas horas se extinguirá o si acaso se precipitan hacia ese otro que ya casi se puede tocar. ¡Adiós, año de propósitos sin cumplir! ¡Bienvenido, año en el que todo es posible! ¡Ah, la volubilidad del ser humano! «No esperes gratitud ni buena voluntad de este mundo malhumorado, insensato, desconsiderado, malintencionado y grosero. Por calurosa que sea su bienvenida, y por mucho que hagas para procurarles la felicidad, seguirán quejándose, anhelando lo que no puedes concederles y esperando que otro año se cumplan unos proyectos que nunca deberían haber concebido y que, si llegan a realizarse, solo les darán nuevos motivos de descontento. Si esa gente tan ridícula ve alguna vez algo tolerable en ti, será después de que te hayas ido para siempre», advierte Año Viejo a su hermana Año Nuevo en Las hermanas, cuento de Nathaniel Hawthorne que sucede al magnífico de Ernst Theodore Amadeus Hoffmann del cual procede la cita con la que he abierta esta entrada y que es el segundo en la selección de estos Cuentos de Navidad con los que el blog despide este 2022.
«En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo de la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?Pasé los siguientes días desesperado, guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras «cuento de Navidad» tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas».
Adelanto que Auster —con la ayuda de Auggie Wren— consigue salir airoso del entuerto y sin caer, además, en sentimentalismos, lo cual no es óbice para que no deje de ser cierto que pensar en un cuento de Navidad es pensar en un cuento con cierto matiz ñoño, en el que los buenos sentimientos terminan siempre por triunfar, los malos se vuelven buenos y lo imposible se hace posible. ¡El milagro de la Navidad! ¡Qué sopor! (y no, no soy ningún Grinch que odie la Navidad, pero tampoco vivo en el mundo de la piruleta).
En los treinta y ocho relatos ordenados cronológicamente y seleccionados por la editorial Alba (aprovecho para alabar la magnífica labor de esta editorial) los hay, por supuesto, que se ciñen a eso que padece que pide un cuento de Navidad; los hay que no pueden evitar una deriva sensiblera, empañando, en parte, un recorrido en ocasiones magnífico; y los hay también que, si no fuera porque la acción transcurre durante las fiestas navideñas, difícilmente calificaríamos como cuentos navideños. Aunque el denominador común de todos ellos sean estas fechas, casi todos nos ofrecen algo más. Un algo más que en su mayor parte voy a sacrificar muy a mi pesar en aras de la cohesión de esta entrada, pues hay varios de estos cuentos que bien merecerían una reseña para ellos solitos. Son cuentos de diferentes extensiones, escritos en el siglo XIX o XX por autores de cultura occidental procedentes del hemisferio norte del planeta. Cuentos diversos en estilo y género que dan muestra de las tradiciones anglosajona, germánica, nórdica, mediterránea y eslava. Un surtido navideño en el que habrá, pues, para todos los gustos, ideal para picotear, pero también para ir degustando sin prisa pero sin pausa sin miedo a sufrir empacho.
Hay en este volumen cuentos clásicos como el inaugural Los táleros de las estrellas de Jacob y Wilhelm Grimm o La niña de los fósforos de Hans Christian Andersen. Ojo de Estrella del finlandés Zacharias Topelius es otro cuento clásico, pero que, por su procedencia nórdica, a la que tal vez estamos menos acostumbrados, nos puede resultar algo más exótico o diferente. Y el chejoviano Vanka, sin ser un cuento tradicional, se asemeja a alguno de estos en su empeño por la búsqueda de la compasión y la emotividad.
No podía faltar en esta selección, por supuesto, el cuento al que debemos en gran medida eso que conocemos como espíritu navideño. Hablo, cómo no, del dickensiano Canción de Navidad y sus fantasmas de la Navidad pasada, presente y futura, cuento que, hayamos leído o no, forma parte de nuestro acervo cultural. Además, gracias a su lectura me he reconciliado con su autor, con el que no había tenido feeling en dos encuentros anteriores. Mismo agradecimiento le debo, por cierto, al cuento que cierra esta selección, pues lo único de Paul Auster que había leído hasta la fecha me había dejado bastante fría.
La herencia de Charles Dickens es generosa y la sombra de su Canción de Navidad alargada. Así se aprecia por la deriva de sus protagonistas, y a pesar de los diferentes que son entre sí, en cuentos como La fiera, del ruso Nikolái Semiónovich Leskov, y La nochebuena de la señora Parkins, de la estadounidense Sarah Orne Jewett, cuyo nombre no me sonaba hasta que, gracias a la breve reseña que de cada autor precede a cada uno de los cuentos, caí en la cuenta de que era la autora de La tierra de los abetos puntiagudos, novela de la que ya sabía y que he re-apuntado, pues la prosa de Jewett me ha enamorado.
Tampoco pueden faltar los milagros en fechas navideñas. El Cuento de Navidad de Guy de Maupassant da buena cuenta de uno de ellos acontecido el mismo día en que Dios vino al mundo hecho hombre. En el cuento de Francis Bret Harte De cómo Santa Claus visitó Simpson's Bar, en cambio, es un hombre el que ha de encargarse de obrar el milagro de que Santa visite esa tierra dejada de la mano de Dios en la que transcurre la acción.
Ilustración de Hans Tegner para el cuento de Hans Christian Andersen La niña de los fósforos contenido en Fairy tales and stories (1900) Fuente: New York Public Library Trabajo en dominio público. |
Es el mismo diablo quien tienta al padre Balaguère en Las tres misas rezadas, ese mismo antagonista de Dios que ya se había paseado por La aventura de la noche de San Silvestre y volverá a hacerlo en el genial Markheim de Robert Louise Stevenson, cuya lectura no ha hecho más que confirmar mis intenciones de leer en algún momento El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde.
«¿He dicho que persigo los pecados?», recapitula el misterio hombre que se presenta ante Markheim en medio de sus desvelos. «También persigo las virtudes», aclara, «no se diferencian más que por el grosor de un clavo, unos y otras son guadañas para el ángel segador de la muerte. El mal para el cual yo vivo no consiste en la acción sino en el carácter. El hombre malvado me es caro; no así la mala acción, cuyos frutos, si pudiéramos seguirlos el tiempo suficiente a lo largo de la tumultuosa catarata de los siglos, quizá resultaran más benditos que los de las virtudes más excepcionales». Y, en una de esas casualidades que tanto me encantan, me encuentro en La Navidad de Karen de la noruega Amalie Skram, cuento que sigue al de Stevenson, con una buena acción que conduce a un hecho trágico.
El relato de la noruega tiene un claro componente social. También se nota la preocupación social en el ya mencionado Las estrellas voladoras. Con un estilo más desenfadado y con puyitas por aquí y por allá hacia cierto personaje, señalar la hipocresía y las diferencias sociales es el leitmotiv de Un árbol de Navidad y una boda, de Fiódor Dostoievski. Y en Pål y Per del sueco August Strindberg, otra de las gratas sorpresas que atesora este volumen, me encuentro con una temática similar a la de mi reciente lectura de La bendición de la tierra, pero con una perspectiva social mucho más amplia. Por último, en Catherine Carmichael, o el paso de tres años, de Anthony Trollope, me encuentro con cierto toque feminista, si bien es cierto que este termina por caer en saco roto en aras de preservar la virtud de la mujer protagonista y de mantener la supeditación de la mujer al hombre imperante en la época.
Como podéis observar, hay cuentos para todos. Este libro no está dirigido tan solo a aquellos que disfrutan especialmente y esperan con ansia la llegada de estas fechas. Hay cuentos en los que se sentirán representados los más nostálgicos por no poder disfrutar ya de las navidades tal y como las disfrutaban de niños o en sus lugares de origen, como ocurre en Bajo el abeto del alemán Hans Theodor Storm o en Navidad en el Rin del italiano Luigi Pirandello. Tampoco falta la alusión a aquellos que no pueden evitar echar de menos en estas celebraciones a los que faltan, pues «es inevitable que en reuniones como ésta nos asalten pensamientos más tristes: añoranzas del pasado, de la juventud, de los cambios sufridos, de las caras ausentes que echamos de menos esta noche. El camino de la vida está sembrado de tantos recuerdos tristes…», tal y como se puede leer en el magnífico Los muertos, de James Joyce (qué estreno tan espectacular he tenido con el autor irlandés), si bien es cierto —continúa la cita anterior— que «si estuviéramos siempre dándoles vueltas, nos faltaría el ánimo necesario para hacer frente a nuestro trabajo entre los vivos. Todos tenemos en este mundo obligaciones y afectos que reclaman, y con razón, nuestros titánicos esfuerzos». Hasta los más solitarios, aquellos que están convencidos de que nadie en el mundo más que ellos pasa sin compañía la Navidad, encontrarán en estas páginas el consuelo de no saberse únicos de la mano del protagonista de Felices, del polaco Władysław Reymont, al cual «en su interior le dolía cada vez más no tener adónde ir, y pensaba con amargura que ese día, cuando todo el mundo se reuniese, cuando tantos corazones apurasen el cáliz de la alegría al calor de sus hogares, él sería el único que estaría solo, completamente solo, fuera del alcance de la alegría y la felicidad de esa fecha solemne».
«Guardémonos del pecado de la gula, sobre todo en Nochebuena…», se puede leer en el ya mencionado Las tres misas rezadas. Bien sé que muchos no consideraréis este un pecado capital y no renunciaréis por tanto a las opíparas comidas y cenas de estas fechas. A los más juerguistas no les extrañará lo acontecido en El despiste de una orquesta parroquial, también ya citado, pues con tal mezcolanza entre celebraciones religiosas y paganas a ver quién distingue entre la solemnidad y el desenfado que hay que mostrar en unas y otras. Para los adeptos de sus majestades los Reyes Magos de Oriente están los cuentos de sendos escritores patrios La estrella blanca, de doña Emilia Pardo Bazán, y El rey Baltasar, de don Leopoldo Alas (qué maravilla volver a disfrutar de la prosa de Clarín, ha sido leer la primera frase de este relato y abandonarme a que me lleve por donde quiera y cómo quiera). Y aquellos que no puedan evitar pensar en estos días en la inexorabilidad del paso del tiempo entenderán a la perfección el sentir de Gabriel, protagonista de Los muertos, así como la obra fotográfica del Auggie Wren de Auster en el cuento final de este volumen, el cual ha de decirle al escritor, que al principio no comprende lo que su amigo pretende lograr fotografiando día tras día el mismo espacio: «Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio». Ahora que lo pienso, ese consejo tal vez sea, paradójicamente, la única manera de burlar el paso del tiempo. Porque sí, es cierto, el tiempo se nos escapa entre los dedos como este 2022 que a punto está de terminar. Por ello, tal vez lo mejor en estas fechas sea hacer un impasse y tomárnoslo como aconsejaba Markheim en el relato homónimo a ese anticuario al que visita el día de Navidad, al cual le decía: «¿A qué viene tanta prisa? [...]. Es muy agradable estar aquí hablando; y la vida es tan corta e incierta que no me alejaría corriendo de ningún placer, no, ni siquiera de uno tan moderado como éste. Más bien deberíamos aferrarnos, aferrarnos a lo poco que nos toca, como un hombre al borde de un precipicio. Pensándolo bien, cada segundo es un precipicio, un precipicio de más de mil metros de altura, la suficiente, si caemos, [...]». Y no sigo con la cita porque no le viene bien al espíritu navideño lo que se puede encontrar tras esa caída libre.
Ilustración de Echea para el cuento de Emilia Pardo Bazán La estrella blanca publicado en La esfera en 1914
Fotografía de manuel m. v. bajo licencia CC BY 2.0
«—¿Lo estáis pasando bien, papá?—Sí, hijo.—Mañana es Navidad, ¿no?—Sí, hijo. [...].—[...]. ¿Qué es eso de la Navidad? ¿En qué consiste?—Pues es un día».
Eso diréis muchos, que la Navidad es un día, como a ese padre en De cómo Santa Claus visitó Simpson's Bar —pero por motivos bien diferentes a los vuestros— no le quedó más remedio que responder a su hijo. Venga, va, no os hagáis los durillos, no me seáis como el protagonista de Navidad en el Rin, que tan solo íntimamente es capaz de confesar que, «a veces, más bien con frecuencia, en esta sociedad llegamos a avergonzarnos incluso de la dignidad de nuestra alma; así, cierto pudor, falso pudor, nos impide revelar a una amable persona, íntima nuestra, ciertos sentimientos que, por parecernos demasiado exquisitos y casi pueriles en su delicada inocencia, sospechamos que podrían ser recibidos con escarnio o, en el mejor de los casos, no ser apreciados, al haber nacido en nosotros de unas condiciones muy especiales del espíritu». No pasa nada porque os haga ilusión que llegue la Navidad. No me seáis como Scrooge, el mezquino tacaño de Canción de Navidad, que respondía a las felicitaciones navideñas con: «¡Feliz Navidad! ¡Al infierno con vuestra feliz Navidad! ¿Qué son las navidades excepto un tiempo para no tener dinero con que pagar las facturas; para descubrir que ha pasado un año más pero no eres ni una hora más rico; una época para cuadrar tu contabilidad y tener todos tus asientos, a lo largo, nada menos, de doce meses, presentados sin remedio contra ti? Si de mí dependiera —dijo Scrooge lleno de indignación— a todo imbécil que va por ahí con «¡Feliz Navidad!» en los labios, habría que cocerlo con su propio pudín y enterrarlo con una rama de acebo clavada en el corazón. ¡Te lo aseguro!»
«Admirado va el niño Sven de lo grandes que son los árboles de Navidad que orillan las calles y que, de vez en cuando, iluminan las antorchas, para quedar al punto ocultos otra vez en la penumbra, donde el pequeño cree entrever a los enanitos que, escondidos detrás de los troncos de los árboles, saludan agitando las capuchas rojas; pero su padre le dice que no es más que la vislumbre rojiza del fuego, que se mueve sin cesar en agitada danza, pues el padre es un hombre ilustrado que ha dejado de creer en los enanitos, y a Sven se le antoja que los árboles de Navidad corren imponentes a la par que el trineo, y que las estrellas bailan sobre su cabeza, hasta que la madre dice que en las estrellas vive Dios y que hoy bailan de alegría porque ha nacido el niño Jesús, y Sven lo entiende perfectamente».
La pérdida de la infancia implica la pérdida de la fe, tal y como muestra el anterior fragmento de Pål y Per en el que se puede apreciar la diferente observación de los árboles de Navidad que hacen un padre y su hijo. Sí, sé que muchos habéis dejado de creer, pero, si lo pensáis bien, no os quedará otra que admitir que... «por supuesto que existe Papá Noel. Solo que es imposible que una sola persona haga todo lo que hace él. Por eso el Señor ha distribuido el trabajo entre todos nosotros. Por eso todo el mundo es Papá Noel». Y a ver quién me rebate eso.
Y es que qué sabia era la prima Sook, esa sexagenaria con alma de niña que es quien pronuncia las anteriores palabras. No es mi prima, por supuesto, sino una prima lejana de Truman Capote que el escritor estadounidense me presenta en el cuento autobiográfico Una Navidad. Me ha fascinado el universo de la infancia del escritor. Además, de manera completamente inesperada, he tenido la oportunidad de conocer mejor a la prima Sook. Y es que he estado buscando los cuentos contenidos en este libro por ver si alguno estaba disponible para leer online o libre de derechos para descargar con el fin de dejároslos al término de esta reseña como regalo navideño. Pues bien, fue al buscar el escrito por Truman Capote cuando topé casualmente con Un recuerdo navideño, un precioso homenaje del escritor a la mejor amiga de su infancia que podéis leer aquí.
Pero por si ni la prima de Truman Capote consigue convenceros de que la Navidad no es un día como otro cualquiera, recurriré a las palabras de Paul Auster, el cual termina por dudar de la veracidad de la historia que le cuenta Auggie Wren para concluir: «Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad». Como acérrimos lectores que sé que sois, esto último sé que no me lo podréis rebatir.
Y es que hay suficientes historias en este libro y suficientemente diversas para que todos encontréis alguna que os creáis y sintáis verdadera. Os dejo al término de esta reseña el listado con todos los cuentos y con el enlace de aquellos que he encontrado para que, si os apetece, podáis leer alguno. También he hecho una selección de los que más me han gustado. Son aquellos precedidos por una estrella amarilla. Dentro de estos últimos, los señalados con la estrella radiante son mis imprescindibles de esta selección.
Como ya os he adelantado, esta es la última entrada de 2022. Los últimos meses de este año han sido un para mí más movidos de lo habitual y llevo ya varias semanas con ganas de recuperar mi rutina habitual. Como os podréis imaginar, los próximos días no serán muy propicios para ello. Además, estas últimas semanas me ha costado mantener activo el blog, por lo que he decidido tomarme un descanso. Me despido, pues, hasta después de las fiestas navideñas, no sin antes desearos una Feliz Navidad y un feliz 2023. Tomo para ello prestadas las siguientes y entusiastas palabras del Scrooge de Dickens:
«Me siento tan ligero como una pluma, tan feliz como un ángel, tan alegre como un colegial. Tan aturdido como un borracho. ¡Felices pascuas y próspero Año Nuevo para todo el mundo! ¡Saludos! ¡Qué tal!»
Ilustración de John Leech para la primera edición de A Christmas Carol In Prose Beeing a Ghost Story of Christmas by Charles Dickens. London: Chapman & Hall, 1843. Fuente: Heritage Auctions. Trabajo en domino público. |
Relación de cuentos contenidos en Cuentos de Navidad:
✰ Los táleros de las estrellas, Jacob y Wilhelm Grimm (1812)
🌟 La aventura de la noche de San Silvestre, E. T. A. Hoffmann (1815)
✰ Las hermanas, Nathaniel Hawthorne (1839)
🌟 Canción de Navidad en prosa o Historia navideña de fantasmas, Charles Dickens (1843)
✰ El cuento del pariente pobre, Charles Dickens (1852)
✰ La niña de los fósforos, Hans Christian Andersen (1845)
⭐Un árbol de Navidad y una boda (De las memorias de un desconocido), Fiódor M. Dostoievski (1848)
✰ Bajo el abeto, Theodor Storm (1862)
✰ De cómo Santa Claus visitó Simpson’s Bar, Bret Harte (1872)
⭐ Ojo de estrella, Zacharias Topelius (1873)
✰ Las tres misas rezadas, Alphonse Daudet (1875)
✰ Catherine Carmichael, o el paso de tres años, Anthony Trollope (1878)
✰ Cuento de Navidad, Guy de Maupassant (1882)
🌟 Pål y Per, August Strindberg (1882)
✰ La fiera: relato navideño, Nikolái S. Leskov (1883)
🌟 Markheim, Robert Louis Stevenson (1884)
✰ La Navidad de Karen, Amalie Skram (1885)
✰ Vanka, Antón P. Chéjov (1886)
⭐ La Nochebuena de la señora Parkins, Sarah Orne Jewett (1890-1891)
✰ El despiste de una orquesta parroquial, Thomas Hardy (1891)
✰ Noche de paz, noche de amor..., Gustav Wied (1891)
✰ La aventura del carbunclo azul, Arthur Conan Doyle (1892)
✰ Navidad prusiana, Léon Bloy (1892)
✰ Navidad en el Rin, Luigi Pirandello (1896)
⭐ Felices, Władysław Reymont (1897)
⭐ El rey Baltasar, Clarín (1901)
✰ Mientras sopla el Levante, Grazia Deledda (1902)
✰ Un regalo de Navidad en el chaparral, O. Henry (1903)
✰ Nochebuena, Ramón del Valle-Inclán (1903)
✰ La fiesta de Navidad de Reginald, Saki (1904)
⭐ Las estrellas voladoras, G. K. Chesterton (1911)
✰ La estrella blanca, Emilia Pardo Bazán (1912)
🌟 Los muertos, James Joyce (1914)
✰ Cuento de Navidad, Dino Buzzati (1945)
✰ La Navidad de un niño en Gales, Dylan Thomas (1952)
✰ El regalo, Ray Bradbury (1952)
🌟 Una Navidad, Truman Capote (1982)
🌟 El cuento de Navidad de Auggie Wren, Paul Auster (1990)
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Felices fiestas y un buenísimo Año Nuevo.Gracias por tu trabajo
ResponderEliminarGracias, Anna Maria. Muy felices fiestas y feliz año para ti también.
EliminarUn abrazo
«La pérdida de la infancia implica la pérdida de la fe». Más que de la fe, yo diría d ela ilusión. La pérdida de la infancia nos estropea las navidades. Supone la pérdida de algún ser querido muy ligado a esas fechas. para mí, de algún abuelo. Luego se va perdiendo más y llega un momento en que estas fechas casi son más un mal trago.
ResponderEliminarLo que no se pierde es la gula por más que nos lo recomienden en ese relato, Las tres misas rezadas. Gula sin sentido a poco que la economía lo permita.
Al contrario que tú yo he leído mucho a Paul Auster. Creo que de novelas solo me queda la última, pero este cuento, del que ya había oído hablar aún no ha caído. De todos los que aparecen en la lista, tan solo he leído Canción de navidad y me parece una obra maestra.
Un beso y muy feliz navidad.
Sí, probablemente lo que se pierda sea la ilusión, pero supongo que la ilusión nos hace tener fe. A mí no es que dejaran de gustarme las navidades tras dejar la infancia atrás, pero sí que se me hicieron indiferentes. En los últimos años ya no me están siendo tan indiferentes, pero, de todas formas, tampoco las vivo con la misma ilusión que antaño.
EliminarGula, consumismo,.... Yo gula cada año menos y consumismo el justo, pero bueno, yo qué sé, que cada uno celebre cómo que quiera. Supongo que el problema está más en cuando nos vemos obligados a celebrar de determinada manera (o incluso a celebrar en sí). También en esos años de indiferencia pensaba que la Navidad no dejaba de ser un día como otro cualquiera y, aunque realmente lo es, creo que es imposible sustraerse de todo lo que indica lo contrario, por lo que al final no es un día como cualquier otro.
En cuanto a Auster y a Dickens, ya ves que los he incluido entre mis imprescindibles de este libro. No les había cerrado las puertas a ninguno de los dos, pero tampoco era una prioridad para mí darles una nueva oportunidad. Al final el reencuentro llegó —como ocurre tantas veces— de la forma más inesperada. Sorpresas que me da la vida.
Feliz Navidad para ti también, Rosa.
Besos
¡Hola!
ResponderEliminartodos somos Papá Noel, que bonito ¿verdad? de pequeña me encantaban las navidades, cuando vivía mi madre y nos reuníamos todos, ahora ya me dan pereza e incluso me resultan un incordio en algunos aspectos. Pero es lo que hay, imposible el escaqueo...
No soy de leer en navidad temas navideños, leo siempre lo que me apetece y la navidad no es mi mejor opción, pero te diré que los cuentos de Dickens deben de ser una maravilla, en la biblioteca se prestan mucho en estas fechas, pero no son para mi.
Aquí me quedo a la espera de tu regreso, descansa, coge fuerzas, que por aquí estaré.
¡Feliz Navidad y un feliz 2023 para ti también, Lorena!!!
Muchos besos
Es, efectivamente, una idea bonita esa de que Papá Noel somos todos.
EliminarCreo que es la primera lectura navideña que he hecho en mi vida. No es que sea yo de escoger lecturas según la época del año en la que estemos o de los diferentes acontecimientos que vayan sucediendo, sin embargo, descubrí este libro hace ya unos cuantos meses y me llamó la atención la diversidad de autores que aunaba: algunos conocidos, algunos leídos, otros con intención de leer en alguna ocasión y también algún que otro desconocido. En esta ocasión pensé que sería un buena idea leerlo a finales de año. Contiene cuentos mejores y peores y muchos de ellos no son lo que se suele entender por cuento navideño. La experiencia global ha sido muy satisfactoria y me llevo, además, un buen puñado de magníficos cuentos.
Muy felices fiestas para ti también, Marian. Nos leemos el año que viene.
Besos
Ya solo con la nómina de autores que tiene el libro... se me hace la boca agua, y además empleándose en el cuento, que tanto me gusta. Magnífico colofón a este 2022, que en lo demás... otro año chungo, visto lo visto con la guerra en Ucrania y demás sinsabores.
ResponderEliminarEn todo caso, que pases muy buenas fiestas, querida Lorena.
Como le digo a Marian, fue esa nómina de autores la que llamó mi atención sobre este libro y creo que, efectivamente ha sido un buen cierre para la andadura de este año en el blog. Un año que, como bien señalas, ha sido terrible a nivel global. Espero que en lo personal haya sido mejor para ti, Paco. Y os deseo tanto a ti como a Araceli y a las niñas que paséis unas felices fiestas y que tengáis un buen 2023.
EliminarUn abrazo
Me gustó la frase de Reymont
ResponderEliminarBuena elección.
EliminarLa selección de cuentos me parece muy buena y la edición es una preciosidad, como suele pasar con esta editorial. Un fuerte abrazo, Lorena, y que tengas un feliz año nuevo.
ResponderEliminarSí, la edición está muy cuidada y la selección es estupenda.
EliminarFeliz 2023 para ti también, Rocío.
Feliz entrada de año, Lorena. Te deseo lo mejor y espero que hayas pasado unas felices fiestas, y que hayas descansado también (si has podido, jeje). Este volumen me parece muy interesante, en época navideña siempre me gusta tener a mano alguna lectura acorde al momento navideño (y me gusta lo que señalas de la gran variedad que podemos encontrar aquí: no solo lo típico que se suele encontrar en relatos del estilo, sino también otros que, en fin, rompen un poco con lo esperado...; eso me gusta). Me haría con él, pero para ir leyendo algún relato cada año, no soy de leer libros de relatos al completo así del tirón (al menos me cuesta un pelín hacerlo), pero me parece una estupenda idea tener este para cada Navidad leer alguno de ellos... Este año he leído el cuento Las campanadas, de Dickens, que precisamente me ha recordado a su Canción de Navidad (mencionas que este cuento ha calado en muchos autores, pues veo que Dickens también parece inspirarse en su propio cuento para escribir Las campanadas jaja). Ha sido una lectura entretenida, bonita y con mensajes que nunca viene mal tener en mente (aunque con el extremo de Dickens a la hora de hablar de ricos y pobres, así como con su tinte sentimental que no a todos agrada, pero que atendiendo al momento yo paso por alto).
ResponderEliminarBueno, lo dicho, mis mejores deseos para este nuevo año que recién empezamos y que sigamos por aquí por mucho tiempo.
Un abrazo.
Yo no soy muy de lecturas navideñas, pero este libro me llamó la atención y me animé. Los cuentos que reúne son muy variados y no todos son lo que habitualmente entendemos por cuentos navideños, por lo cual si se quieren leer seguidos no hacen efecto empacho. Además, alguno es lo suficientemente extenso como para tomarnos su lectura como si fuera una nouvelle. Vamos, que podemos olvidarnos de su denominador común y tomarnos su lectura como la de varias obras cortas de diferentes autores. Claro que esa opción de dilatar su lectura a través de sucesivas navidades también es muy buena opción.
EliminarRespecto a canción de Navidad, como señalo en la reseña, es una obra que ha hecho que en cierto modo me reconcilie con su autor. Lo único que me ha empañado su lectura es ese final un poco ñoño tan rebosante de buena obra y bondad, pues en la vida real las buenas intenciones en seguida suelen caer en saco roto. Y entiendo también lo que señalas sobre la división entre ricos y pobres. Es cierto que esa asimilación pobre=bueno y humilde, rico=tacaño, egoísta y tirano es muy simplista y tampoco es que yo comulgue mucho con ella. Supongo que a Dickens le viene bien para mostrar la gran brecha social imperante en la época, así como para alcanzar ese cierto objetivo aleccionador y moralista del relato.
Bueno, Magdalena, las navidades, como también comento, no son muy propicias ni para descansar ni para retomar rutinas. Aun así, probablemente de aquí a una semana el blog vuelva a estar activo. También te deseo un feliz 2023 y espero seguir compartiendo lecturas contigo un año más.
Un abrazo