Chesil Beach - Ian McEwan

«Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil. Acababan de sentarse a cenar en una sala diminuta en el primer piso de una posada georgiana. En la habitación contigua, visible a través de la puerta abierta, había una cama de cuatro columnas, bastante estrecha, cuyo cobertor era de un blanco inmaculado y de una tersura asombrosa, como alisado por una mano no humana».

Este es el principio del libro que os traigo hoy. Este debería de ser el principio de la historia que nos cuenta ese libro, pero no lo es. Todo empieza siempre antes del momento en que acontece. Así, podría decirse que esta historia comienza aproximadamente un año antes, cuando Edward y Florence se conocen. O podríamos pensar que en realidad comienza hace algunos años más —Edward criándose en una familia de clase media baja: la madre la mayor parte del tiempo con la mente perdida, el padre ocupándose de los hijos el tiempo que le deja su trabajo de director de escuela y desocupándose de la casa; Florence creciendo en una familia de clase media alta: el padre un ufano y exitoso hombre de negocios, la madre desapegada y absorta en sus ideas políticas—. O también cabría la posibilidad de que la semilla que engendra esta historia se hubiera sembrado décadas atrás, con una participación en una Segunda Guerra Mundial cuyo final supuso el inicio del declive de una potencia entonces poderosa. «Cada año el imperio se encogía a medida que otros países conquistaban su legítima independencia. Ahora casi ya no les quedaba nada y el mundo pertenecía a los norteamericanos y a los rusos. Gran Bretaña, Inglaterra, era una potencia menor: decirlo producía cierto placer blasfemo». Así lo sienten los jóvenes que pertenecen a la generación de Edward y Florence. Los mayores, lo que vivieron y participaron en esa guerra, se resisten aún a asumir que «la insignificancia fuera la recompensa de tantos sacrificios». Los hijos de esos veteranos, en cambio, contemplan el presente sin revisar al pasado y miran hacia el futuro con esperanza. Los jóvenes como «Edward y Florence compartían la sensación de que algún día cercano el país cambiaría a mejor, de que las energías juveniles pugnaban por salir, como vapor sometido a presión, mezcladas con la emoción de su propia aventura juntos».

Es 1962 el año en que Edward y Florence inician su aventura juntos. Tienen veintidós años y están enamorados. Se han casado pocas horas antes de esa noche en la que cenan con vistas a Chesil Beach y echan, entre tímidos y nerviosos, disimuladas miradas a la cama que asoma tras la puerta de la habitación contigua. Son jóvenes, instruidos y vírgenes, pero su instrucción no atañe al campo de la sexualidad y la falta de experiencia no ayuda. Apenas quedan unos pocos años para lo que se conocerá como la revolución sexual, pero, de momento, «era todavía la época —concluiría más adelante, en aquel famoso decenio— en que ser joven era un obstáculo social, un signo de insignificancia, un estado algo vergonzoso cuya curación iniciaba el matrimonio. Casi desconocidos, se hallaban extrañamente juntos en una nueva cumbre de la existencia, jubilosos de que su nueva situación prometiera liberarles de la juventud interminable: ¡Edward y Florence, libres por fin!» Edward y Florence aún ignorantes de que la libertad nunca es fácil de conquistar y aún lo suficientemente torpes como para no saber muy bien cómo manejar esa llave del matrimonio que les acaban de entregar y que abre una puerta que tal vez conduzca a un lugar diferente al que imaginan.

Edward se ha pasado el noviazgo haciendo equilibrios entre la paciencia y la impaciencia. «No había ambigüedad: para tener relaciones sexuales [...] tenías que casarte [...]». Y se casa, aunque siendo justos con Edward hay que decir que quiere a Florence, pero, siendo sinceros, hay que añadir que está deseoso de ser adulto, instruido y, especialmente, no virgen. Se muestra cauto, atento con su flamante esposa y profundamente inquieto por que todo salga bien.

Florence, en cambio, se ha pasado el año anterior a la boda haciendo otro tipo de equilibrio. Comprende el deseo de su novio, pero responde con una especie de rechazo pasivo. Cede milimétricamente a los intentos de Edward por ir más allá de besos y toqueteos, pero «cruzara la frontera que cruzase, siempre había otra nueva esperándola. Cada concesión que hacía aumentaba la exigencia, y luego el desencanto». Su actitud no es simple pose por mantenerse casta y pura hasta el matrimonio, y el estado en el que llega a su noche de bodas no son simples nervios ante lo que está por suceder, ni siquiera el lógico miedo de una mujer virgen ante lo que significa esa «palabra que sólo le sugería dolor, carne abierta por un cuchillo: «penetración»». Lo que le ocurre a Florence es que no se ha despertado en ella el deseo sexual. Ama a Edward y aspira a complacerle. Como reciente esposa, alienta a su marido, pues piensa que ese es su deber, pero a la vez no puede evitar sentir aversión por todo lo que tiene que ver con el acto sexual. Para que os hagáis una idea, así vive Florence un beso con lengua:

«Cuando se besaron ella sintió su lengua inmediatamente, tensada y fuerte, pasando entre sus dientes, como un matón que se abre camino en un recinto. Penetrándola. La lengua se le encogió y retrocedió con una repulsión instantánea, dejando aún más espacio para Edward. Él sabía bien que a ella no le gustaba aquel tipo de beso, y hasta entonces nunca había sido tan brioso. Con los labios firmemente prensados contra los de ella, sondeó el suelo carnoso de su boca y luego se infiltró en los dientes del maxilar inferior, hasta el hueco donde tres años antes le habían extraído con anestesia general una muela del juicio que había crecido torcida. Era la cavidad donde la lengua de Florence solía adentrarse cuando estaba abstraída. Por asociación, era más parecida a una idea que a un lugar, era más un nicho privado e imaginario que un vacío en la encía, y se le hizo extraño que otra lengua también entrase allí. Era la punta afilada y dura de aquel músculo ajeno, temblorosamente vivo, lo que la repugnaba. Él le apretaba la palma de la mano izquierda encima de los omoplatos, justo debajo del cuello, y le inclinaba la cabeza hacia la de él. La claustrofobia y la asfixia de Florence crecieron cuando más determinada estaba a evitar a toda costa ofenderle. Él estaba debajo de su lengua, se la empujaba contra el velo del paladar y después encima, aplastándola, para luego deslizarse con suavidad sobre los lados y alrededor, como si creyera que podría hacerle un nudo sencillo. Quería que la lengua de Florence realizase alguna actividad propia, engatusarla para que formasen un horripilante dúo mudo, pero ella sólo acertaba a encogerse y concentrarse en no forcejear, contener las arcadas, no sucumbir al pánico. Tuvo el pensamiento disparatado de que si vomitaba dentro de la boca de Edward el matrimonio quedaría disuelto allí mismo y ella tendría que volver a su casa y explicárselo a sus padres. Ella entendía perfectamente que aquel contacto de lenguas, aquella penetración, no era sino un ensayo en pequeña escala, un tableau vivant ritual, de lo que se avecinaba, como un prólogo antes de una vieja obra de teatro que cuenta todo lo que debe ocurrir».

Marcha a favor del desarme nuclear, Londres, 1961. Fotografía de Tony French bajo licencia CC BY-SA 3.0.

Un prólogo tal no augura precisamente una representación teatral exitosa. Esa libertad que Florence se prometía alcanzar al llegar a la edad adulta y atravesar la puerta del matrimonio se ha convertido en una especie de cárcel. «Al decidir casarse, había dado su consentimiento a exactamente aquello. Había convenido en que era correcto hacerlo y que se lo hicieran. Cuando ella y Edward y los padres de ambos habían entrado en la lúgubre sacristía, después de la ceremonia, para firmar el registro, era en aquello en lo que habían puesto sus nombres, y si a ella no le gustaba, era la única responsable, pues todas sus elecciones del año anterior se iban estrechando hacia esto, y toda la culpa era suya». «Él tenía allí la mano porque era su marido; ella la dejaba estar porque era su mujer».

Lo que Chesil Beach nos narra, más que una noche de bodas, es una historia de una profunda incomunicación; también de culpa, vergüenza, orgullo y humillación, pero sobre todo de incomunicación. El sexo, aunque por diferentes motivos ocupa un lugar importante en las mentes de Edward y Florence, no es tema de conversación habitual entre dos jóvenes e inexpertos novios, menos aún en aquellos años. A este respecto, la actitud que Florence muestra con Edward es similar a la desarrollada en su casa. «Como siempre, Florence era una experta en ocultar sus sentimientos a su familia. No le suponía un esfuerzo; se limitaba a salir de la habitación, siempre que fuera posible hacerlo sin exteriorizar lo que sentía, y más tarde se alegraba de no haber dicho nada acerbo ni haber herido a sus padres o a su hermana; de lo contrario, la culpa la tendría desvelada toda la noche. A todas horas se recordaba cuánto quería a su familia y se encerraba más eficazmente en el silencio. Sabía muy bien que las personas se peleaban, a veces tempestuosamente, y luego se reconciliaban. Pero ella no sabía cómo empezar: no conocía ese recurso, la riña que limpiaba el aire, y no lograba creer del todo que fuese posible retirar u olvidar palabras duras. Era mejor no complicar las cosas. Así sólo se echaba la culpa ella». Y en cuanto a su relación con Edward, tal vez «los dos habían aceptado que era responsabilidad de ella. Quería estar enamorada y ser ella misma. Pero para ser ella misma tenía que decir no a cada paso. Y entonces ya no era ella». La culpa, además, es un sentimiento recurrente en Florence. Siente que hay algo mal en ella, que algo falla, que carece de algo que tienen todos los demás. Le gustaría poder comportarse con la misma diligencia que hace cuando toca el violín con su cuarteto de cuerda. Solo en la música, en su ámbito profesional, es capaz de conducirse con seguridad y determinación. Le gustaría decirle a Edward que «lo que cada uno deseaba no lo obtendría a expensas del otro. El propósito era amar y que los dos fueran libres», pero se siente incapaz, y por lo tanto calla y aguanta.

Edward, por su parte, es un buen muchacho pero aún algo inmaduro, por lo que está todavía por terminar de conocerse. «No era la persona que él pensaba que era. Lo que creía que era una rareza interesante, una virtud tosca, resultaba ser una vulgaridad. Era un chico del campo, un idiota provinciano que pensaba que un puñetazo con el puño desnudo podía impresionar a un amigo. Fue una reconsideración humillante. Estaba dando uno de los pasos típicos de la primera madurez: el descubrimiento de que había nuevos valores por los que prefería ser juzgado».

Chesil Beach es una breve novela en la que Ian McEwan demuestra su habitual dominio del lenguaje, así como una admirable capacidad para meterse en la mente de su pareja protagonista y diseccionar con mano de cirujano experto los pensamientos y sentimientos de ambos jóvenes. Consigue que comprendamos a la perfección tanto a Edward como a Florence, así como mostrar con una pasmosa sencillez la complejidad con la que la tradición, la cultura, la época, el entorno social y familiar y la propia personalidad se enraízan con la manera de afrontar la sexualidad. La historia que nos cuenta en esta novela no termina en ese hotelito que linda con esa playa de guijarros que es Chesil Beach. Nada termina nunca con el final del acontecimiento en sí. Los puntos finales, que tan a menudo se convierten en punto y aparte, en ocasiones también pueden transformarse en puntos suspensivos, quedando por tanto ese y si...

«¿Y qué se interponía entre ellos? Su personalidad y su pasado respectivos, su ignorancia y temor, su timidez, su aprensión, la falta de un derecho o de experiencia o desenvoltura, la parte final de una prohibición religiosa, su condición de ingleses y su clase social, y la historia misma. Poca cosa en definitiva».

cherries, fotografía de Ashish Bogawat bajo licencia CC BY 2.0





Ficha del libro:
Título: Chesil Beach
Autor: Ian McEwan
Traductor: Jaime Zulaika
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2008
Nº de páginas: 192
ISBN: 978-84-339-6006-1





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Comentarios

  1. Magnífica novela Chesil Baech, de la que hay una película bastante aceptable también. Muchas jóvenes parejas de aquellos años, cuando se casaban, no tenían del sexo más que una vaga idea, sobre todo las mujeres solían ser bastante ignorantes y la ignorancia causa temor. El caso de Florence es un extremo, pero estoy segura de que hay mujeres para las que el sexo, durante toda su vida, ha sido una obligación más o menos penosa que han aceptado por deber y para tener hijos. Ian McEwan en esta novela sabe expresar de maravilla ese temor, esa incomunicación que hacía que el problema nunca se solucionara. En fin, una situación que, sin llegar al extremo de esta historia, seguro que fue una constante en más matrimonios de los que podríamos imaginar.
    Un beso.

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    1. Estoy segura de que así fue, de que la inexperiencia unida al tabú que era hablar sobre el sexo ocasionó mucha infelicidad y resignación en muchos matrimonios. Es admirable como Ian McEwan se pone en esta novela en la piel de un matrimonio joven de aquella época. Consigue en todo momento que comprendamos a ambos y que empaticemos tanto con él como con ella. Aún me asombra más lo que hace con el personaje de Florence, dado que su sufrimiento es mayor, pues su temor y su sentimiento de responsabilidad son mayores que los de Edward. Me ha gustado especialmente que sea un hombre el que haya creado este personaje femenino, pues muchas veces se cae en el error de considerar que las mujeres retratan mejor a los personajes femeninos que los hombres y no necesariamente tiene por qué ser así.
      Besos

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  2. ¡Que sorpresa Lorena, tan grata, de ver reseñada esta novela, aquí en tu blog!!
    Te cuento que la leí hace mucho tiempo, antes de tener incluso el blog y me fascinó todo de ella, pero sobre todo la prosa de Ian McEwan y los perfiles psicológicos de los personajes. Desde entonces es un autor que me gusta mucho. Leí después La ley del menor, me suena haberla visto por aquí reseñada. Tengo clarísimo que todo lo próximo que este autor escriba lo voy a leer (a veces me dan ganas de leer la de Expiación, pero como vi la peli y me parece buenísima pues no creo que lo haga)
    Por cierto la película Chesil Beach me gustó mucho también (no sé si la has visto), aunque el libro más, como suele ser habitual
    De acuerdo contigo en todo lo que cuentas en esta reseña, Lorena
    Besos

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    1. Efectivamente, Marian, leí La ley del menor hace ya algunos años. Fue mi primer McEwan y me gustó muchísimo. Te contaré que a raíz de esa lectura me recomendaron mucho Expiación. Como me gusta espaciar lecturas de un mismo autor, me dio por ver la película (me encantó la primera parte, la segunda me gustó pero menos) con la intención de dentro de unos años, cuando se me medio olvidara, leer la novela (prefiero leer novela antes que ver peli y no al revés). Como llevo varios años con la intención de leer Chesil Beach, en este caso no quise ver la película cuando salió. Tampoco tenía intención de verla tan seguida a la lectura de la novela, pero coincidió que tuve un ratillo y me entró curiosidad por verla. Me gustó. Apuesta más por el desarrollo del contexto familiar de la pareja y creo que es un acierto, pues aunque en la novela hay mucha más introspección es más complicado plasmar esta en una película. Creo que el haber leído la novela antes me ha ayudado a comprender más a los personajes en la película. Aun así, me gustó mucho la actuación de la pareja protagonista. El final de la peli va por libre. No creo que aporte nada respecto al final de la novela, pero, bueno, es la decisión que tomaron y supongo que con el beneplácito del autor, que fue quien se encargó de adaptar el guion.
      Difícil no estar de acuerdo con esta exquisitez de Ian McEwan.
      Besos

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  3. ¡Hola! Pues la verdad es que no conocía esta novela pero me han entrado muchas ganas de leerla tras tu reseña. Creo que podría disfrutarla mucho, porque la pareja de Edward y Florence me han llamado mucho la atención y me encantaría conocerlos. Un beso.

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    1. Es breve. Te llevará poco tiempo su lectura, Melania. Y creo que, efectivamente, podría gustarte conocer a Florence y Edward.
      Besos

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  4. La novela me encantó cuando la leí hace años. La propuse, también hace años, para la tertulia literaria y funcionó estupendamente en ella. La verdad es que el asunto se presta. Ian McEwan maneja la lengua como nadie, hace una literatura preciosa, llena de matices, de escorzos magníficos.
    También, aunque hace muchos menos años, vi la película "En la playa de Chésil" que me gustó bastante aunque mucho menos que la novela en la que se basa. De la película destacaría la actuación de Saoirse Ronan en el papel de Florence, la verdad es que lo borda.
    De Ian McEwan he leído también con muchísimo agrado "Amsterdam" que es más que recomendable. Bueno, la verdad es que casi todo -casi, casi, yo me atrevería a decir "todo"- es muy recomendable. He visto más adaptaciones cinematográficas de sus novelas que las que he leído. Me han gustado muchísimo la de "La ley del menor" (en el cine se titula 'El veredicto') con una Emma Thompson soberbia, y también me gustó muchísimo la que se hizo de "expiación", creo que con el mismo titulo que la novela; en esta Keira Knigthley está que se sale. Creo que es un escritor muy adaptable a la gran pantalla; de hecho él mismo es autor de muchos de los guiones.
    Un beso

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    1. Películas solo he visto Expiación y En la playa de Chesil. Ambas me gustaron, como le comento a Marian, y coincido contigo en que las actrices protagonistas están soberbias.
      Novelas de Ian McEwan, además de La ley del menor y esta que nos ocupa, he leído entre medias Solar. Es muy buena también, aunque con un sentido del humor con el que no terminé de conectar del todo y por ello me gustó menos. También he de decir que fue una lectura que no escogí. La novela estaba incluida en un lote de libros que me tocó hace algunos años en un sorteo. Además, cuando la comenté brevemente en mis redes sociales, fueron varios los lectores que me confirmaron que no era la obra del autor que más gustaba. En todo caso, los argumentos de las novelas de este escritor británico suelen parecerme muy atrayentes e incluso en algunos casos curiosos y originales, y destaco de él, al igual que tú, su dominio del lenguaje y los caminos que surca a través de este. Sin duda es un autor al que volver de tanto en tanto. Yo al menos tengo la intención de hacerlo.
      Besos

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  5. Leyendo tu estupenda reseña, y todos los comentarios, está claro que me estoy perdiendo algo muy bueno sin leer a McEwan. La verdad es que ese párrafo sobre el beso es... ¡alucinante!, ¡qué poderío descriptivo y originalidad!
    Comparto plenamente lo que dices a Rosa, un autor talentoso puede describir convincentemente la naturaleza femenina, así como una escritora puede puede hacerlo con la masculina, acertado tu matiz.

    Aprovecho para decirte que también me gustó mucho tu reseña de Memorias de África, una de las grandes novelas que marcaron mi juventud lectora, memorable.
    Magnífico trabajo, Lorena.
    Abrazos.

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    1. Es un autor estupendo, Paco. Seguro que lo sabes apreciar si te animas con él. De hecho, ya veo que lo has percibido con los fragmentos que he dejado. Ese párrafo sobre el beso me pareció soberbio y por ello quise compartirlo aunque fuera un poco largo.
      Entiendo que en mucho de lo que se escribe puede haber gran influencia sobre sentimientos, pensamientos o reflexiones propios del autor o autora, pero si estos no pudieran escribir sobre más allá de ese yo, flaco favor se le haría a la literatura. La observación del otro, ponerse en su lugar y saber transmitirlo tan bien, como ha hecho Ian McEwan con el personaje de Florence y con un tema tan íntimo y que ha tocado con inteligencia y sensibilidad, es una gran indicador de la gran talla de este escritor.
      Me alegra de haberte recordado tu juventud lectora con mi reseña de Memorias de África. Es un libro que además ha envejecido muy bien, de hecho ya es un clásico.
      Gracias por tu visita, Paco. Siempre es un placer tenerte por aquí.
      Un abrazo

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  6. Pues me descubres en esta ocasión la novela y, como casi siempre, me dejas con muchas ganas de disfrutarla.
    Besotes!!!

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  7. Será un placer conocerlo al libro y al autor.
    Es increíble tu blog, so tengo una admiración enorme por tus lecturas y opiniones de donde aprendo tanto.
    Muchas gracias😀

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    1. Muchas gracias.
      Tanto el libro como el autor son estupendos. Seguro que los disfrutas.
      Un abrazo

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  8. Es curioso cómo nuestras lecturas se entrecruzan. Me recuerdan vías de ferrocarriles distintos, que mantienen cierta distancia pero que, por tramos, se acercan. Yo leí este libro en 2008 y algo dije de él hacia fines de 2012.
    Lo que llamó mi atención es cómo el narrador, después de la ruptura, toma partido por la historia de Edward, dejando casi de lado la de Florence. Algo que opaca, a mi humilde entender, la profusa exposición de situaciones y sentires.
    Gracias por tu reseña, Lorena. Impecable, como siempre.
    Un abrazo.

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    1. Es cierto que el final se cuenta solo desde la perspectiva de Edward, cuando hasta ese momento la historia iba alternando la visión de los dos protagonistas. Sin embargo, no me lo he tomado como una inclinación de McEwan hacia ese personaje, sino como un querer mostrar el arrepentimiento de Edward respecto a su decisión final trascurridos los años, aunque supongo que también hubiera estado bien conocer la visión de Florence desde la distancia que dan los años y la experiencia.
      Gracias a ti por compartir tus impresiones sobre esta lectura, Marcelo.
      Un abrazo

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  9. Me gusto muchísimo cuando la leí. Saludos

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  10. ¡Hola Lorena!

    Pues no lo he leído pero me intriga muchísimo el tema. El matrimonio tan joven, y en esa época, esa falta de comunicación, esa ilusión inicial que se va transformando y van surgiendo las dudas, los problemas, los rencores... ummm, creo que da para mucho.
    Y vamos, todo el tema del sexo da para mucho, y si no se habla es que se convierte en una bola que ya es difícil de deshacer, la verdad. En fin, creo que me gustaría mucho por todos los temas que trata este libro ^^

    ¡besotes!

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    1. Así es, Irene. Es un libro que da para mucho. Fíjate que creo que sería una elección estupenda para un club de lectura.
      Seguro que te gusta.
      Besos

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  11. Tengo esta novela pendiente, me aumentas las ganas de ponerme con ella (había leído alguna que otra crítica que no fueron muy positivas y me enfriaron un poco). He estado a punto de ponerme la adaptación cinematográfica más de una vez, pero he aguantado porque me interesa primero leer el libro (que si no luego me da pereza conociendo gran parte o lo esencial de la historia, me dijeron que plasmaba bastante bien el mensaje de la novela). En fin, la leeré en algún momento. Con el autor no me he estrenado aún, tengo Expiación esperándome, pero justo me pasa lo que te comento anteriormente que intento evitar: vi la película, sé lo importante y ahora me da pereza ponerme con la novela (aunque sé que puede merecer la pena igualmente leerla).
    Un abrazo.

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    1. Me pasa igual. Si veo antes la adaptación cinematográfica, pocas veces me animo con la novela. De hecho, tengo sin leer Expiación precisamente porque he visto la peli.
      Creo que te gustará esta novela, Magdalena. Te va a encantar la prosa de Ian McEwan. Es muy rica y abre con ella reflexiones y recovecos muy interesantes. Y toda el trabajo de introspección que hace con la pareja protagonista es magnífico.
      Un abrazo

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