Neandertales: la vida, el amor y la muerte de nuestros primos lejanos - Rebecca Wragg Sykes

«La historia del término «neandertal», tan familiar hoy, está llena de una extraña congruencia. El thal (‘valle’) de Neander, morada originaria de los huesos, tomó su nombre del profesor, poeta y compositor de fines del siglo XVII Joachim Neander. De religión calvinista, su fe estaba inspirada en parte por la naturaleza, como el famoso barranco del río Düssel, cuyas maravillas geológicas —farallones, cuevas, arcos— fueron tan apreciadas por artistas y románticos que propiciaron una industria turística. Joachim Neander murió en 1680, pero su legado —unos célebres himnos interpretados tres siglos después en las bodas de diamante de la reina Isabel II— ha perdurado. A principios del siglo XIX, una de las formaciones de la garganta recibió en su honor el nombre de Neanderhöle, pero unas décadas después aquellos parajes habrían sido irreconocibles para Joachim. Devorado por la extracción masiva, el barranco desapareció y el nuevo valle fue conocido como el Neander Thal. Y ahora viene lo curioso: el apellido de la familia de Joachim era originariamente Neumann, convertido por su abuelo en Neander, siguiendo la moda de adoptar nombres más clásicos. Neumann —y Neander— significan literalmente ‘hombre nuevo’. ¿Podría haber un nombre más adecuado para el lugar donde descubrimos por primera vez otra especie humana?»

Siempre me ha gustado llamarles la otra humanidad. Compartimos con ellos el apellido Homo, pero nos hemos bautizado a nosotros mismos como sapiens. Para ellos, en cambio, a causa de la caprichosa ubicación de los primeros restos identificados como una especie diferente, como ese hombre nuevo que surgió del valle de Neander, hemos escogido el nombre de pila neanderthalensis, sin reparar en esa reminiscencia a nuevo que llevaba implícita tal denominación, pues como nuevos siempre nos hemos considerado nosotros: como los últimos homínidos en surgir y, por tanto, según nuestra sapiencia, el culmen de la creación, la guinda de la evolución.

Sí, ellos son humanos, pero también han sido por demasiado tiempo los otros. Y, para esa sapiencia nuestra, ya sabemos lo que significa ser los otros: un tú no eres como yo, un tú no tienes los mismos derechos, también un no quiero verme reconocido en ti o que me recuerdes que yo podría ser tú, un miedo a la diferencia o a constatar que la diferencia no es tanta. «Sin embargo, los neandertales nunca fueron algo así como una estación de servicio en la autopista que conduce a las Verdaderas Personas» y, «en esencia, la larga obsesión por el destino de los neandertales refleja nuestro pavor a la aniquilación. La extinción resulta aterradora. [...] Abocados a la destrucción, deseamos parábolas reconfortantes donde siempre seamos Los Que Vivieron. Y más aún, queremos sentirnos especiales: casi todas las historias que nos han contado sobre los neandertales ha sido reafirmaciones narcisistas de que «ganamos» porque somos criaturas excepcionales destinadas a sobrevivir».

Lo que es, es: nosotros seguimos aquí mientras que ellos se han extinguido, pero ello no necesariamente ha de traducirse en una victoria del Homo sapiens sobre el Homo neanderthalensis. De hecho, antes de terminar siendo la última especie homínida del globo terráqueo, la diferencia entre nosotros y ellos, entre los sapiens y los otros, no era tanta como por muchos años se ha pensado. «El hecho de que existieran híbridos que amaron y criaron a su prole es el argumento más convincente en favor de nuestra cercanía a todos los niveles. No solo nos sentimos recíprocamente atractivos, sino que también debió de producirse algún grado de comunicación cultural».

Así es: hubo cruzamientos entre ambas humanidades que dieron luz a individuos no solo viables sino que a su vez fueron capaces de tener descendencia. «La herencia de aquellas criaturas que se convirtieron en padres y después en una interminable sucesión de abuelos se plasma en que una quinta parte —quizá hasta la mitad— de la intrincada fórmula genética que hace «neandertales» a los neandertales pervive hoy. Aunque el genoma neandertal de cualquier persona no supere como máximo el 2 o 3 por ciento, sigue siendo una cantidad significativa». «Las cosas se ven con otros ojos ahora que sabemos que la sangre que alimenta las neuronas que chisporrotean como fuegos artificiales en seis mil millones de cerebros —el tuyo, mientras lees estas páginas— porta el legado de los neandertales. Que la inmensa mayoría de los vivos sean descendientes suyos constituye, se mire como se mire, un éxito evolutivo. Hablar de extinción ya no parece acertado, pero, al mismo tiempo, no los asimilamos por entero. Nuestros cuerpos no son idénticos a los de los primeros H. sapiens, pero nadie vivo se asemeja realmente a los neandertales». 

Eso lo sabemos ahora, que se ha conseguido ADN neandertal, pero durante mucho tiempo hemos estado ciegos a esa parte de material genético que llevamos en nuestras células y que, más que extraño o de los otros, ya es nuestro. Hasta ese descubrimiento nos habíamos tenido que conformar con lo que de ellos contaban los huesos y restos de herramientas líticas, y, aun así, nuestra egocéntrica perspectiva también nos ha hecho ciegos a lo que estos revelaban.

«Después de más de 160 años, por fin hemos empezado a verlos tal y como eran. Exitosos, flexibles, incluso creativos: todas estas cualidades se les podrían aplicar con justicia. Por encima de cualquier otra consideración, los neandertales fueron supervivientes y exploradores, pioneros en maneras nuevas de ser humanos, expandiéndose por el espacio y hasta por el tiempo, experimentando con maneras nuevas de fragmentar, acumular e incluso transformar sustancias materiales. En juntar objetos especiales, en marcar cosas y lugares, en explorar lo que significaba estar muerto, arden lentas brasas estéticas y brilla una erupción de vínculos simbólicos».

Así es. Los neandertales desarrollaron, por ejemplo, una industria lítica compleja. Seleccionaban los mejores materiales y se observa en sus herramientas su capacidad de adaptación, reutilización y renovación. Utilizaban sustancias para enmangar como la cera de abejas o las cortezas de árboles. «El propio alquitrán de abedul sugiere otras ideas interesantes: comprender que la corteza se transformaría en un líquido negro y pegajoso significa en esencia asimilar que la materia podía transmutarse, que en vez de ser destruida por el fuego podía ser rehecha por completo. Alquimia es un término cargado de connotaciones, pero sin duda los neandertales manejaban conceptos no demasiado distantes. Puesto que el alquitrán era sometido a la acción del fuego, enfriado y solidificado, y después se calentaba y ablandaba de nuevo, los neandertales observaban y entendían los ciclos del cambio. Hoy vemos similares transformaciones físicas radicales de minerales a líquidos y finalmente a sólidos en los metales, que no serían inventados hasta muchas decenas de milenios más tarde».

Cueva de Bruniquel en el valle de Aveyron, Francia. En ella se encuentra la única construcción monumental
levantada por los neandertales conocida. Fotografía de Luc-Henri Fage/SSAC bajo licencia CC BY-SA 4.0.

No eran carroñeros, como se pensó de ellos durante mucho tiempo. Tampoco se dedicaban solo a la caza menor. Practicaban a menudo la caza mayor y lo hacían además de manera organizada. Seleccionaban siempre que podían tanto los animales cazados como las piezas de estos que degustaban. Y no se puede descartar que tuvieran cualidades de rastreadores, para lo cual se necesita no solo capacidad analítica sino cierta psicología sobre la especie perseguida. Su dieta incluía vegetales y estaba mucho más cercana de lo que se pensaba a lo que se considera una dieta de amplio espectro.

Organizaban la vida en torno al hogar, pero en sus asentamientos se han descubierto zonas diferenciadas en función de las tareas a realizar. No se puede decir de ellos que dieran muestras de arte simbólico, pero no se puede negar que cultivaron ciertas manifestaciones artísticas.

En cuanto al culto a sus muertos, si nos atenemos a nuestra propia relación con la muerte y con nuestros seres queridos perdidos, es difícil concluir algo al respecto. Es cierto que se han encontrado indicios de enterramientos entre los neandertales, pero centrarnos únicamente en este ritual para doler a los difuntos es un craso error, al igual que lo es contemplar el canibalismo desde la perspectiva occidental actual. Hay indicios de canibalismo entre neandertales que probablemente tuvieran más que ver con un ritual fúnebre que con una época de hambruna o con un acto de violencia. 

De todo esto, entre otras muchas cosas, nos habla Rebecca Wragg Sykes en su libro Neandertales. Comienza desde los primeros hallazgos de sus restos, pasando por los más recientes descubrimientos y haciendo enfoque también en los yacimientos descubiertos hace años pero bajo la luz de los avances científicos actuales. Dedica cada capítulo a un aspecto de los neandertales: características físicas, climatología y distribución geográfica, alimentación, etc. En el último capítulo desarrolla temas que ha ido tocando de manera transversal a lo largo de todo el libro, como es la necesidad de abordar el estudio de los neandertales más allá de la supremacía racial blanca; realiza un recorrido histórico para narrar la manera en qué ha cambiado la idea que tenemos de los neandertales y las representaciones que hacemos de ellos, incidiendo en las connotaciones racistas con las que tradicionalmente se les ha considerado; comenta los peligros más recientes del nacionalismo, dándose el caso incluso de países que han solicitado la repatriación de restos de neandertales reivindicando así como suyas partes de individuos de una especie nómada; aboga por la inclusión en las investigaciones de individuos con determinadas habilidades de las que carecen los científicos, como pueden ser (y en algún caso ya se ha hecho) cazadores-recolectores de tribus indígenas, y matiza que «no se trata aquí de establecer burdas analogías de corta y pega, sino de cuestionar la objetividad de los supuestos que la mayoría de los investigadores emplea»; nos abre la puerta a una línea de investigación que ha nacido a la luz del descubrimiento del ADN de los neandertales, como es la relación de ciertas enfermedades que desarrolla el Homo sapiens con determinados genes de origen neandertal, así como algunos beneficios que debemos a dichos genes; alerta también de otras investigaciones de dudosa ética tanto desde el punto de vista moral como científico que sirven a proyectos que «despiertan profunda inquietud. No se ha llevado a cabo ningún debate abierto dentro de la comunidad científica sobre cuestiones éticas y, como todavía no se ha hecho pública, la investigación se realiza en la oscuridad». Finalmente, en el epílogo, la arqueóloga británica nos recuerda que no somos una especie inmune a la extinción y que de ocurrir esta los neandertales se extinguirían definitivamente al extinguirse con nosotros la parte de su genoma que portamos. Y es que vivimos en un mundo incierto. Wragg Sykes concluyó la redacción de este libro, cuya concepción, según cuenta, le ocupó ocho años, durante el confinamiento por la COVID-19, aunque sobre lo que más alerta es sobre el cambio climático (sobre este, recomiendo leer Refugiados climáticos de Miguel Pajares).

La autora siente fascinación por los neandertales. No puedo culparla por ello, pues yo también la siento. Y, si aún no sois conscientes de ello, os diré que vosotros, que estáis leyendo esta entrada y que habéis llegado hasta su final, también la sentís. Ahora que ya lo sabéis, solo me queda emplazaros a que continuéis redescubriendo a esa especie que también es humanidad a través del libro de Rebecca Wragg Sykes.

«Estás leyendo [...] porque te interesas por ellos y por las preguntas trascendentales que plantean: quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde —quizá— nos dirigimos.
Mira pues, lector, a través de las sombras, escucha más allá de los ecos; tienen mucho que contar. No solo sobre otra forma de ser humanos, sino de ojos nuevos con los que vernos. Lo más extraordinario de los neandertales es que nos pertenecen a todos, y que no son un fenómeno concluso y pretérito. Están aquí, presentes en las manos con que escribo y en tu cerebro que comprende mis palabras.
Continúa leyendo para conocer a tus primos lejanos».

Reconstrucción de un hombre de Neandertal en el Natural History Museum of London
Fotografía de Allan Henderson bajo licencia CC BY 2.0





Ficha del libro:
Traductor: Alberto Delgado Castro
Editorial: GeoPlaneta
Año de publicación: 2021
Nº de páginas: 480
ISBN: 978-84-08-24655-8
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Comentarios

  1. ¡Hola Lorena!
    no te digo yo que el tema no me parezca interesante, me lo parece, tengo una prima arqueóloga (de las que se pasan el verano en Atapuerca excavando) y me habla mucho de esos temas, porque sabe un montón. Me parecen geniales estos libros divulgativos de expertos que aclaran las cosas.
    Para mí no (como lectura, no lo veo) pero este libro seguro que a mi marido que le encanta porque lee mucho sobre el tema, le gusta. Supongo que conocerás los libros de Juan Luis Arsuaga, otro experto con varias obras que igual podrían gustarte
    Besos

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    1. Conozco a Arsuaga, por supuesto, y he leído alguno de sus libros. Es uno de los mejores divulgadores científicos que tenemos en nuestro país.
      Bueno, pues igual a tu marido le apetece.
      Besos

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  2. Me fascinan los neandertales, ya lo sabes. Yo sobre todo he leído a Arsuaga, otro enamorado de esos hombres que nos legaron un poquito de su ADN. Él se dolía de no tener ni un ápice de ellos antes de que se descubriera que no es así. Imagino que ahora estará tan feliz como yo de llevar una pequeña parte de los neandertales en cada una de nuestras células. Tomo nota del libro, por supuesto.
    Un beso.

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    1. Imagino, sí, que le habrá alegrado la noticia. Creo que el descubrimiento ha acrecentado aún más la fascinación por los neandertales de todos aquellos que ya la sentíamos, lo cual no deja de ser algo en cierto modo egocéntrico.
      Te gustará el libro, sin duda. Seguro que hay cosas que ya conoces o te suenan pero descubrirás otras, y el enfoque del último capítulo es realmente interesante.
      Besos

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  3. El tema me parece muy interesante, pero en este caso reconozco ser más floja y acudir más a los documentales. Pero desde luego el libro se ve muy interesante. Lo tendré en cuenta por si me animo con este género. Me acomodo en la novela y no salgo de ella...
    Besotes!!!!

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    1. Siempre digo que tengo que leer más libros de divulgación, ensayos, etc, y al final siempre los voy postergando, así que te comprendo perfectamente, Margari. El caso es que cuando me pongo con ellos suelen ser lecturas que me aportan mucho. Supongo que porque como leo tan poco selecciono mucho.
      Besos

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  4. Un libro maravilloso por conocer 😊
    Gracias me interesa el tema y conocer de ellos.
    Apuntado queda

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  5. Es tan largo que me quita la respiración Si lo pudiera resumir seria mucho mejor un abrazo inmenso desde Miami

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  6. Hola.
    A mi este tipo de temas no me interesan, no digo que no sea interesante, solo que a mi no me llama, así que lo que es leer el libro ya te digo que no lo voy a hacer. Tal vez dentro de unos años.... pero de momento no.
    Nos leemos.

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  7. Pues si, compartimos fascinación. Este verano estuve en el Museo de la Evolución Humana de Burgos, hay una recreación increíble de un Neandertal, con un tocado de plumas que rompe con los estereotipas que aún persisten sobre nuestra especie hermana. Al acabar la visita pasé por la librería del museo, muy bien nutrida y si este no cayó es porque imagino que no estaría aún. Es verdad que la historia de los neandertales nos pone frente al espejo de la extinción, pero los sapiens somos bastante testarudos. No sé si esta parte nos viene de ese pequeño porcentaje neandertal o es marca propia, jaja.
    Un abrazo.

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    1. Rebecca Wragg Sykes aboga mucho por esa ruptura de ese estereotipo con el se ha contemplado durante mucho tiempo a los neandertales.
      La vida es puro azar. Así que quién sabe si la parte de genoma suya que albergamos sea en parte responsable de nuestra testarudez ;)
      Un abrazo

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