Iluminación y fulgor nocturno - Carson McCullers

«He empleado la palabra «iluminación» varias veces. Esto podría prestarse a malentendidos, pues fueron muchos los momentos espantosos en que no tuve absolutamente ninguna iluminación y tuve miedo de no poder escribir nunca más. Este miedo es uno de los horrores de la vida de un escritor. ¿De dónde proviene la obra? ¿Qué azar, qué ínfimo episodio dará comienzo a la cadena de la creación?
Una vez escribí un cuento sobre un escritor que no podía escribir más y mi amigo Tennessee Williams dijo: «¿Cómo te atreviste a escribir algo así?, es lo más aterrador que he leído en mi vida.»
Yo estaba muy desalentada mientras lo escribía y me alegré muchísimo cuando lo terminé. Si mis lectores tienen paciencia, me permitiré referir las iluminaciones que he tenido, tal como me sucedieron. Cuando estaba escribiendo El corazón es un cazador solitario, después de años de frustración, me puse a caminar de un lado al otro de la alfombra cuando, súbitamente, me di cuenta de que Singer era sordomudo. En Frankie y la boda, salí corriendo a la calle a causa de una alarma de incendio que hubo aquella tarde de Acción de Gracias y, en cierto modo, el aire ventoso después de una cena pesada, no sé cómo, iluminó mi espíritu. Clock Without Hands [Reloj sin manecillas] fue más metódico, incluso escribí un plan de varias páginas para que me sirviera de guía, de manera que hubo mil iluminaciones en lugar de una sola. Reflejos en un ojo dorado sobrevino como por casualidad, cuando mi marido dijo que en la base había un mirón. Yo estaba cuidando a Reeves, que se había infectado un pie. Cuando fui al mercado tenía tanto sueño que me quedé dormida sobre el mostrador. El vendedor me llevó a casa. «Un árbol. Una roca. Una nube» llegó tras un largo período de enfermedad durante el que, realmente, levanté una piedra, contemplé un árbol y, de repente, llegó la iluminación mágica. No escribiré más sobre iluminaciones porque son muy misteriosas y porque yo no las entiendo más de lo que puedan entenderlas mis lectores. Me fascinan, eso es todo. No puedo explicarlas, sólo puedo decir que, en mi caso, sobrevienen después de meses o años de luchar con un libro y luego transcurren muchos más meses y años hasta que el trabajo está terminado». 
«Respecto a la «falta de iluminaciones», diré que, cuando se da, el alma está decaída, y uno no se atreve siquiera a esperar nada. En momentos así he intentado rezar, pero ni las plegarias me ayudan. Recuerdo las épocas de sequía de otros autores y trato de consolarme.
Quiero ser capaz de escribir, ya sea estando enferma o sana, pues la verdad es que mi salud depende casi por completo de mi escritura».

La salud de Carson McCullers dependía casi por completo de su escritura; su escritura, hacía lo propio respecto a su salud, es decir, depender, pero, igualmente, es necesario añadir también aquí al verbo depender el adverbio casi.

Cuando Lula Carson Smith (Columbus, Georgia, 1917 - Nueva York, 1967), que prescindió desde muy jovencita del Lula y sustituyó después el Smith paterno por el McCullers del sus dos veces marido Reeves McCullers, fue incapaz de golpear las teclas de su máquina de escribir fueron otros los que lo hicieron por ella. Iluminación y fulgor nocturno no es solo su autobiografía inacabada, sino también un libro escrito al dictado de la voz de su autora. La falta de una línea temporal hace que, si no se piensa en ello, no se note inconcluso. Alguna repetición que se podía haber omitido delata su estado de borrador. Aun así, es un libro más que digno de publicarse y no solo por el interés que evidentemente suscita una autobiografía y una obra póstuma de una escritora de la talla de Carson McCullers.

Iluminación y fulgor nocturno es eso: iluminación y fulgor nocturno. Es un libro luminoso, más teniendo en cuenta que la vida de la escritora sureña también tuvo sus oscuros. A pesar de su digamos estado bruto, que apenas es perceptible, la lectura fluye en todo momento. Lo que más destaco de él es su sencillez. Es admirable como McCullers esboza anécdotas y personajes con unas pocas frases y consigue sin embargo decir tanto. Es aún más fascinante todo lo que deja de contar y yo quiero saber. Lo que me pasa con escritoras como Carson McCullers o, por poner otro ejemplo, Sylvia Plath es que cuanto más las leo, más quiero saber de ellas; cuanto más sé de ellas, más crece lo que no sé. Aun así, es impresionante todo lo que McCullers consigue contar en tan pocas páginas.

Creo que es buen momento para señalar que las en mi opinión más memorias que autobiografía de Carson McCullers constituyen aproximadamente la mitad del libro que os traigo hoy. La otra mitad está compuesta por la correspondencia que la escritora mantuvo con Reeves McCullers durante la Segunda Guerra Mundial. Consta anotación de Carson dejando orden de incluir dicha correspondencia. Se desconoce qué cartas en concreto deseaba publicar. Para dicha de sus lectores, tenemos acceso a todas las cartas que se conservan. Completan la edición de Seix Barral, amén de fotografías en las que aparece la autora o familiares y amigos, una cronología final, un prólogo encargado a Elena Poniatowska y una maravillosa introducción del editor Carlos L. Dews. Detalles así son los que me reconcilian con la labor editorial, la cual pienso que debe ir más allá del mercadeo de libros. He de decir también que se trata de una edición conmemorativa publicada en 2017 por el centenario del nacimiento de la autora y que la editorial publicó por el mismo motivo ediciones conmemorativas de otros libros de McCullers.

Si nos centramos estrictamente en la autobiografía, la misma se sustenta sobre cinco pilares entremezclados: la familia de Carson McCullers, sus amigos, la escritura, su enfermedad y su relación con Reeves McCullers.

Carson McCullers era una persona muy familiar. El amor, preocupación y necesidad por su familia era recíproco. De hecho, pasa etapas de su vida adulta viviendo con ella, bien retornando a su estado natal, bien en Nyack (Nueva York) viviendo con su madre y hermana. Tenía entendido que con su madre había tenido una relación un tanto conflictiva, pero en este libro no deja constancia de ello. El señor y la señora Smith debieron de ser especiales y sin duda su educación dio sus frutos en una persona tan peculiar como era su hija mayor. La misma cuenta que sus padres no la obligaban a acudir a la escuela secundaria todos los días para que no se perdiera así sus clases de piano (antes que escritora, la joven Carson quiso ser pianista). También relata cómo con tan solo catorce años escandalizó a sus vecinos proclamando el amor libre. Acababa de leer Mi vida de Isadora Duncan y estaba fascinada por la bailarina. Y es que sus padres creían firmemente que los niños debían leer sin censura y la joven lectora, también firmemente, se aplicaba a ello con esmero.

Fue poco después de este episodio 'duncaniano' que la autora comenzó a sufrir los primeros síntomas del reumatismo cardíaco que se le mal diagnosticó y que la haría sufrir a lo largo de su vida ataques cada vez peores. La enfermedad fue en parte la responsable de que cambiase su vocación de pianista por la de escritora. Sobre sus novelas, cuentos, su esfuerzo y su constancia en la escritura y sus iluminaciones también da buena cuenta en su autobiografía. No voy a detenerme en esta entrada a valorar a Carson McCullers como escritora, pues ya me he ocupado de ello en las correspondientes a la magnífica edición que reúne la totalidad de sus cuentos y sus tres novelas cortas (Reflejos en un ojo dorado, La balada del café triste y Frankie y la boda) y a su maravillosa novela El corazón es un cazador solitario. Sí quiero en cambio señalar que se delatan en estas páginas algunas de las constantes de su obra, como es su querencia por las criadas negras (habla con infinito cariño de Lucille, la cocinera de la familia Smith), su mirada perennemente puesta en los invisibles y más desfavorecidos, y la radiografía sin concesiones del ambiente del sur de los Estados Unidos en el que se crio. Carson McCullers cultivó la amistad de muchos escritores de la época. Entre ellos, se cuenta Richard Wright, escritor afroamericano que destacó por plasmar en sus obras la opresión sufrida por los negros en su país. «Dick y yo conversábamos a menudo sobre el Sur», cuenta McCullers sobre Richard Wright, y añade: «Su Black Boy [Muchacho negro] es uno de los libros más bellos escritos por un negro sureño. De mi trabajo decía que yo era el único escritor del Sur capaz de escribir con igual naturalidad sobre negros y blancos. Yo estaba tan consternada por la humillación que implicaba ser negro en el Sur que perdí de vista los grados de respetabilidad y de prestigio en el seno de la raza negra».

No es Wright el único escritor ni artista en aparecer en la autobiografía de la escritora sureña ni tampoco es el más ilustre. Las páginas de Iluminación y fulgor nocturno son un ir y venir de personalidades. Pero, además de sus amistades, Carson McCullers nos presenta también a sus amigas más íntimas, como, por ejemplo, la heredera suiza Annemarie Clarac-Schwarzenbach y la doctora Mary Mercer. Sobre la primera de ellas cuenta que la primera vez que la vio pensó que «tenía un rostro que, lo supe en seguida, me perseguiría hasta el final de mi vida». Por la segunda, que incluye entre sus dos mejores amigas, declara sentir amor y que su encuentro con ella fue «una de las experiencias más felices y más ricas de mi vida».

Casa de Carson McCuller en South Nyack, Nueva York
Fotografía de Magicpiano bajo GNU Free Documentation License version 1.2 o posterior

Mary Mercer es psiquiatra y Carson la conoce la primera vez que acude a su consulta. A ella le cuenta de Reeves McCullers: 

«Más difícil fue hablar de Reeves; era duro vivir con él y más duro describirlo.
Mary, claro está, no tenía forma de ver el brillo y la belleza de Reeves cuando era joven, sólo yo podía recordarlos, y luego, cuando la belleza se convirtió en una corrupción que yo debía comprender claramente, sólo podía describirla, incapaz de hacer algo, salvo aconsejarle que fuera a ver a un psiquiatra. Aquel hombre glorioso había ido descendiendo poco a poco al fraude, al robo y al intento de asesinato.
Mary entendió. No pensó que fue romántico cuando subrepticiamente subió a bordo del Queen Mary y amenazó con saltar si yo no volvía con él. Sintió lo mismo que yo sabía: que estábamos tratando con un asesino en potencia que, además, era un hombre absolutamente deshonesto.
Hervey Cleckley ha escrito un libro que es una obra maestra titulado The Mask of Santity, y en ese libro vi reflejado a Reeves como en un espejo. Los psicópatas son a menudo gente encantadora. Viven de su encanto, de su buen físico y de la debilidad de viudas o madres».

Sin duda, Reeves McCullers debió de ser una persona encantadora. He de pensar eso para conciliar lo aceptado (incluso bien considerado) que era por los Smith y la relación tóxica que mantuvo con la hija mayor de la familia. Tóxicos también eran sus hábitos. De sobra son conocidos sus problemas de alcoholismo, así como los de su esposa. Esta, muy joven cuando lo conoce, cuenta que «no advertí la cualidad perdida de Reeves hasta que él se perdió de verdad». «No, yo nunca reconocí la cualidad perdida de Reeves McCullers hasta que fue demasiado tarde para salvarlo y salvarme yo». «Yo no advertía en Reeves nada de esa infelicidad o insatisfacción que más tarde lo condujo a la ruina y la muerte».

Nada nos cuenta la escritora de su alcoholismo; tan solo una leve insinuación de sus inicios. Sí que me encuentro en las últimas cartas que intercambia con Reeves durante la Segunda Guerra Mundial con promesas mutuas, así como consejos, de beber menos. No obstante, también en esa correspondencia queda patente la preocupación de Carson por si Reeves dispone de suficiente whisky y cerveza.

Hay otro par de cosas que me han llamado la atención en este libro en relación con el alcohol. Una de ellas me la encuentro en una de las cartas de Reeves a Carson. El remitente tiene la ocasión de visitar a su suegra, a la que apodan cariñosamente Bebe (el apodo que la familia reservaba para Carson era el de Sister). Fruto de ese encuentro escribe a su entonces exesposa lo siguiente: «Bebe tenía muy buen aspecto. Tu carta la había aterrado con eso de fumar sólo ocho cigarrillos al día. Jura que hace dos semanas que no prueba una cerveza, y no he visto botellas vacías en la cocina». La otra me la encuentro al principio de la autobiografía. Carson McCullers la comienza confesando que su primer amor fue su abuela materna. Cuenta de ella que «no tuvo una vida feliz, pero jamás se quejó. Su marido había muerto de alcoholismo después de pasar años al cuidado de un criado, un hombre muy fuerte que podía controlar sus puñetazos intempestivos. No obstante, Mommy jamás tuvo aversión al alcohol ni nada parecido». Y pasa a continuación a relatar una anécdota en la que las damas de la Unión de Mujeres Cristianas Contra el Alcoholismo visitan a su abuela, ya enferma, para imponerle una insignia y esta la rechaza aduciendo que pertenece a una gran familia de bebedores. Les espeta que lo era su padre, que lo es su yerno (el padre de Carson), al que califica de santo, y que ella misma lo es. Justo en ese momento aparece el mencionado yerno y la abuela, divertida, aprovecha para preguntarle si es la hora de su ponche y no duda en invitar a las escandalizadas damas a acompañarla. 

1942, grupo de artistas en Yaddo, comunidad de artistas cerca de Saratoga Springs, Nueva York, en la que Carson McCullers
(de pie, séptima por la izquierda) vivió durante una temporada. Fotografía de diane cordell bajo licencia CC BY-NC--ND 2.0.

La Segunda Guerra Mundial tiene lugar en el ínterin de los dos matrimonios entre Carson y Reeves McCullers. Este libro, como ya he comentado, incluye las cartas que ambos se intercambiaron durante el conflicto bélico. No hay que pensar en ellas como un añadido o un complemento. Personalmente, las he disfrutado tanto o más que la autobiografía de McCullers. Curiosamente, no hay nada en ellas que delate las desavenencias entre la pareja. No se trata de la correspondencia entre un hombre que porfía en la recuperación de la amada y una mujer que responde por pena, piedad, miedo o recuerdo de lo que fue. Por el contrario, las misivas entre los McCullers dejan constancia de un profundo y mutuo amor, que califican a menudo de tierno, así como preocupación. Incluso cuando al final de la guerra lo destinan a él a los Estados Unidos y podrían por fin vivir juntos, él le aconseja a ella que lo medite, pues tendría que regresar al sur, a un ambiente además muy deprimente para ella y, debido a las obligaciones de él con el ejército, se encontraría la mayor parte del tiempo sola. Es un comportamiento, pues, que parece muy lejano del de un hombre posesivo. Las palabras de ella, que como ella misma dice «no son más que las cartas de una mujer desesperada y, a veces, un tanto desequilibrada por el miedo», son también muy lejanas a las de alguien que quiere escapar de dicha posesión:

«Reeves, únicamente me siento natural cuando vivo cerca de ti. Cuando no estamos juntos me siento insegura, expuesta; como si viviera en una habitación sin paredes. ¿Comprendes? Es una sensación de terror por las cosas más simples. A veces temo cruzar la calle, o, también, cuando viajo en autobús, súbitamente sé que está perdiendo las ruedas traseras. William lo llamaría «neurosis de ansiedad». Pero tú sabes, querido, no es como la Carson de antes, la que solía vivir contigo. Cuando mamá se va a la tienda de comestibles, estoy inquieta hasta que regresa. Supongo que el terror de esta guerra, la preocupación por ti que es demasiado inmensa para poder sobrellevarla, mi mente transporta el miedo esencial y lo divide entre un centenar de posibilidades insignificantes. Pero ahora, contigo en el hospital, me siento más próxima a mi antiguo estado mental de lo que me he sentido en mucho tiempo. Por primera vez en meses duermo sin tener pesadillas. Y, Reeves, he soñado dos veces que estabas durmiendo a mi lado.
Supongo que no debería escribirte acerca de estas rarezas neuróticas, y no lo haría si no fueran a desaparecer. Ansío el día en que podremos estar juntos. Entonces, sé que todo este gracioso asunto habrá terminado para siempre, y podremos vivir y trabajar sencillamente e incluso con algo de la dicha de antes.
Me imagino que, desde que estás en Inglaterra, has podido pensar en el futuro y hacer algunos planes acerca de lo que harás después de la guerra. Me gustaría que me los contaras.
Mi muy querido, no deseo que tengas la impresión de que no estoy bien. No es el caso, en absoluto. Es sólo que hace diez años empezaste a malcriarme y desde entonces no he aprendido a manejar esta vida sin ti. No necesito sentir que estamos viviendo en la misma casa, necesariamente (aunque eso es lo que querría). Pero tengo que saber que estás en alguna parte en el mundo y que siempre podremos encontrarnos».

La correspondencia tiene valor por la autoría de la misma pero también por ser reflejo de una época. Los sentimientos de Carson y Reeves no debieron de distar mucho de los de tantas otras parejas en su misma situación: él, en el frente; ella, a la permanente espera de noticias o de no noticias. Así, Carson sufre cuando sabe que Reeves está en zona de peligro («todo el tiempo me acecha una imagen tuya, en una zanja en la línea del frente», «antes siempre era capaz de decirme a mí misma que tú estabas en otro lugar del frente, en otro, no donde se libraban las luchas más encarnizadas»). Se alerta cuando no recibe cartas suyas. Se duele de pensar que Reeves no recibe las que ella le envía. Piensa en las viudas y en la tortura que es para estas recibir cartas del marido tras la muerte de este. Cuando se entera de que Reeves está ingresado en un hospital, le escribe a diario. Además de su constante preocupación, le cuenta su día a día. Casi me parece estar leyendo un diario, lo cual me recuerda lo muchísimo que me gusta leer diarios de escritores, así como también me hace preguntarme por qué no lo hago más a menudo. Desea que los huesos de la mano herida de su amado no suelden bien para que así no lo devuelvan al frente y pueda en cambio regresar a casa. «Es un mundo extraño éste en el que una mujer no puede tener paz a menos que sepa que su amado se encuentra en un hospital», escribe. Sin embargo, por mucho que adore a Carson McCullers, la auténtica revelación de esta correspondencia es su amado Reeves.

Soldado leyendo una carta durante la Segunda Guerra Mundial, fotografía en domino público

Reeves McCullers es ese hombre que, cuando Carson le preguntó si pensaba que El corazón es un cazador solitario (acostumbra a darle a leer los capítulos de la novela según los iba terminando de escribir y él ejercía de crítico) era bueno, respondió: «No, no es bueno, es extraordinario». Reeves McCullers es ese hombre que quiso asimismo ser escritor, pero también ese hombre del que Carson cuenta en su autobiografía que, «pese a que hablaba mucho de su deseo de ser escritor, jamás vi una sola línea escrita por él, salvo sus cartas». Es, sin embargo, en una respuesta a esas cartas en las que Carson escribe lo siguiente: «Reeves, querido mío, leí muchos libros, cartas, relatos de guerra. Pero las cartas que me escribes son los textos más impresionantes y sugestivos que he leído sobre la guerra. He enseñado algunas, fragmentos, a otras personas, y han insinuado que deberían publicarse. Bessie (a quien leí algunos fragmentos) es quien más insiste. Dime qué opinas. Claro está, sé que no fueron escritas con esa intención, fueron escritas únicamente para mí y son mi tesoro más querido. Puede que no te agrade que lea fragmentos a otras personas, pero no creo que te enfades conmigo. Estos días, parece que no puedo abrir la boca si no es para hablar de ti, encarrilar la conversación de manera que vuelva a ti constantemente». No sé lo que opinaría el querido Reeves sobre que su amada Carson leyera fragmentos de cartas escritas para ella a otras personas, así como de la idea de que estas se publicaran, lo que sí sé es que estoy absolutamente de acuerdo con lo que pensaba Carson de dichas cartas y que, por lo tanto, me alegro muchísimo de que se hayan publicado y de haber tenido ocasión de leer no solo fragmentos sino la totalidad de todas aquellas que se han conservado. Las cartas de Reeves no desmerecen ante las de su ilustre esposa. Además, como ella misma señaló, son un magnífico testimonio de lo que es encontrarse en el maremágnum de una guerra. Valga como muestra el siguiente fragmento:

«Nosotros, pobres vestigios miserables de la humanidad, no tenemos mucho que agradecer aquí, salvo el mero hecho de seguir con vida. Pero incluso eso adquiere proporciones grotescas: es como un chiste sobre la artillería alemana. Resulta un poco extraño y cómico estar haciendo algo tan normal como escribir una carta, pues, al instante siguiente, puede que el cerebro y los huesos queden desparramados por el suelo debido a una descarga de acción retardada contra la bodega, que es donde hoy nos hemos refugiado. Ni nosotros ni los más veteranos hemos visto nunca algo más infernal que esto. El estruendo afuera es inimaginable: el fuego de las armas cortas crepita como gotas de lluvia. Los muertos de ambos ejércitos y de todas las naciones yacen desparramados por todas partes. No queda sitio donde no haya un agujero de metralla. En lo que fue un pueblo de cierto tamaño, sólo un edificio conserva aún sus paredes. Afuera, delante de la puerta, hace dos días que hay un alemán muerto, un gato come dos o tres veces al día de su costado abierto. Luego se pasea por los escalones, tranquilamente, esperando que lo mimen. Esto irrita a los hombres. Más de uno tiene ganas de agarrarlo por la cola y arrojarlo lejos para que se vaya a chillar al infierno. En una ocasión, el gato volvió y se acurrucó bajo el brazo del alemán para dormir. Lleva una vida estupenda, probablemente vivirá más que cualquiera de los hombres que lo están observando desde hace cuarenta y ocho horas.
Y, de pronto, se produce un silencio sobrenatural que dura cinco, diez, veinte minutos. Luego aparece un jeep, o alguien, debajo de la trinchera, mueve o saca la cabeza, y todo el maldito ejército alemán abre fuego. Acto seguido, nuestra artillería abre fuego, y vuelta a empezar el 4 de julio.
Ésta es la fase de la guerra que, en el lenguaje de los estadistas, «arrebata la crema de los hombres de una nación». Todos los hombres de un condado, comuna o pueblo pueden ser barridos en diez minutos. Ésta es la guerra que alcanza a todos: se ven civiles y soldados muertos por los campos, junto a los caminos. Una casa con tejado es algo insólito. Recuerda los cuadros y dibujos de Goya sobre las guerras españolas.
No hay más que mugre, barro, frío y una fatiga extrema para todos. Todos tienen un miedo terrible. Para los más débiles, la muerte es un alivio. El más fuerte pelea y aguanta hasta que la mente ya no se comunica más con el cuerpo».

«No hay nada más agradable y fascinante que sentarse y recomponer con calma los restos de la propia mentalidad. La vida es buena, y dulce. No necesitamos tantas cosas como creemos», escribe también Reeves desde el frente, pues hay también en sus misivas espacio para la calma, la reflexión y la reconciliación con la vida. Así lo hubo también en la autobiografía de Carson. No hay en sus memorias rencor, dolor ni queja. Pasa de puntillas por todo con absoluta naturalidad. Hay que tener en cuenta, además, como bien señala Carlos L. Dews en su introducción, que debido a la tendencia de McCullers «a fabular, Iluminación y fulgor nocturno es un texto sorprendentemente honesto y, a la vez, muy poco fiable». Lo que sí es fiable es que el estado de salud de la escritora era tan precario en sus últimos meses que hubo de recurrir al dictado, como ya he comentado, para poder seguir escribiendo. Sin embargo, esos dictados recogen esperanza y planes futuros. Pura iluminación. Puro fulgor que nace de lo que debió de sufrir. «Escribió», concluye Elena Poniatowska su prólogo a este libro: ««Nadie es indispensable» pero se equivocó porque ella lo es». Lo que en realidad escribió McCullers fue que su padre le dijo a su madre, que lloraba por la marcha de una niñera, que «Nada ni nadie es indispensable», frase que a la por entonces pequeña Carson se le quedó grabada. Puntualización aparte, no puedo dejar de estar acuerdo con el padre de McCullers así como con Elena Poniatowska. No hubiera pasado nada si nunca hubiera leído a Carson McCullers, aquí seguiría, hablando de otro escritor o escritora, pero, como la he leído, para mí es una de mis imprescindibles y no puedo dejar de pensar que son los autores como ella los que me hacen seguir aquí y, sobre todo, seguir leyendo. En cuanto a este libro en concreto, es fácil de leer y además una delicia. Sin embargo, pienso que quizás está más destinado o reservado a aquellos que gustamos de ir más allá de la obra de un escritor cuando ese escritor nos gusta mucho. La auténtica iluminación y fulgor de Carson McCullers está en sus novelas y cuentos, los cuales a mí, al igual que a ella (según recoge el fragmento con el que abro esta entrada) sus propias iluminaciones, «me fascinan, eso es todo».

Fotografía de Carson McCullers tomada en 1959 por Carl Van Vechten





Ficha del libro:
Prologuista: Elena Poniatowska
Edición e introducción de Carlos L. Dews
Traductoras: Ana Mª Moix y Ana Becciu
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2017
Nº de páginas: 288
ISBN: 978-84-322-3257-2
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Comentarios

  1. ¡Hola Lorena!
    Impactantes estas palabras: "Quiero ser capaz de escribir, ya sea estando enferma o sana, pues la verdad es que mi salud depende casi por completo de mi escritura»" Parece fascinante la vida de esta mujer, por lo que cuentas y me parece muy interesante esta obra para conocer más a fondo a la escritora, sobre todo como dices, para los que gustáis ir más allá de la obra de alguien que os fascina. Te cuento que conozco la prosa de McCullers, leí hace como 8 o 9 años "Reflejos en un ojo dorado" (es de las primeras reseñas de mi blog), una novela que me gustó, sobre todo su prosa y su forma de profundizar en los sentimientos de los personajes. En aquellos momentos leí algo sobre su vida y ya intuí que debía de ser tremenda, creo que falleció a los cincuenta años.
    Leerla no creo que la lea (las biografías me dan mucha pereza) pero me ha encantado conocer todas las cosas que me descubres de la vida de la autora
    Besos

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    1. Yo lo he leído casi todo de ella (el primer libro suyo que leí incluía todos sus cuentos y sus tres novelas cortas, así que empecé con mucha ventaja para completar su bibliografía, jeje). Y, sí, debió de tener una vida dura con su enfermedad, su alcoholismo y su relación tóxica con Reeves, pero también pienso que fue una vida con mucha luz.
      Besos

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  2. He leído de esta autora La balada del café triste, me gustó. No sé por qué pero mis últimas lecturas me están llevando hacia Estados Unidos. Igual me leo la novela El corazón es un cazador solitario. Voy a pasarme por esa reseña. Un beso

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    1. Estado Unidos es un país con una literatura muy buena y con grandísimos escritores. No es difícil, por ello, viajar allí a través de la lectura.
      El corazón es un cazador solitario es una novela enorme. Espero que mi reseña te anime a leerla.
      Besos

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  3. Carson McCullers es una de las deudas que quiero saldar este año. Leí, hace mucho, Reloj sin manecillas y Frankie y la boda que no son sus obras más notables. He visto la película Reflejos en un ojo dorado un par de veces, con Elizabeth Taylor y Richard Burton (otros que se casaron varias veces) y me parece notable.
    Es cierto que hay autores que no pasa nada si no los lees. No pasa hasta que los lees y entonces te das cuenta de la tragedia que hubiera sido no leerlos.
    Tengo apuntadas (y compradas) varias obras de la autora. Añado esta.
    Un beso.

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    1. Reloj sin manecillas es lo que me queda por leer de McCullers. En cuanto a Frankie y la boda, es una de mis obras favoritas de la autora. Se que las tiene que se consideran mejores y no digo que no sea así, pero no puedo negar mi debilidad por Frankie. La siento en general por todos lo personajes adolescentes de la autora. Hay otro de estos en su novela El corazón es un cazador solitario, que no puedo más que recomendarte leer. Es magnífica. Y es asombroso también que Carson McCullers la escribiera siendo tan joven.
      Casi puedo asegurarte que, si vuelve a la autora este año, leas lo que leas de ella terminará por convertirse en una de tus mejores lecturas de 2022.
      Besos

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  4. Hola, Lorena. Carson y Reeves me recuerdan de algún modo a otro tándem célebre: Zelda y F.Scott Fitzgerald, aunque estos últimos tuvieron una aura de malditismo y autodestrucción mayor. Me ha gustado mucho tu reseña, en 2017-18 leí con deleite a McCullers y de hecho tengo "El aliento del cielo" aquí a mano, porque lo saqué de la biblioteca y al final lo compré para leerlo cuando me apeteciera. La descripción del frente que hace Reeves en la carta del final es atroz, me ha sorprendido la alusión a Goya e imagino que sus "Desastres". En fin, una edición que merece la pena tener y como fan de Carson me haré con ella.
    Un abrazo.

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    1. Es que El aliento del cielo es un libro para tener, para volver a él cuando se quiera, como señalas, o incluso solo para verlo y saber que está ahí.
      Sí, yo también pensé en Los desastres de la guerra al leer la referencia a Goya. La correspondencia entre Carson y Reeves me ha gustado muchísimo. Ha sido toda una sorpresa porque sabía que estaba incluida pero pensé que era más bien un añadido, apéndice o extra. Sin embargo, creo que la he disfrutado más aún que la autobiografía. Y no solo permite conocer cómo era una cara de la relación entre Carson y Reeves sino que por momentos es también un testimonio de guerra.
      Otro abrazo para ti.

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  5. Adoro las obras de Elena Poniatowska ❤

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    1. Es una autora que aún tengo pendiente pero a la que tengo ganas de leer.
      Saludos

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  6. No conozco mas que de titulo a la autora pero tu entrada es Extraordinaria!!!!

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  7. Pues no soy de leer biografías o autobiografías, pero desde luego tu fantástica reseña anima a la lectura de este libro. De la autora leí hace ya unos años Reflejos en un ojo dorado y me impactó bastante.
    Besotes!!!

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    1. Esta autobiografía, además, se lee muy bien.
      Reflejos en un ojo dorado es una novela estupenda.
      Besos

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  8. Hola, Lorena. Aún no he leído a esta autora, y mira que la tengo pendiente desde hace tiempo. Tengo anotado El corazón es un cazador solitario, que tu reseña sobre ese título me confirma que debo leerlo jeje. Pero aún no lo he hecho; igualmente y por lo que nos hablas en este post, la vida de esta autora parece digna de conocerse, interesante y fascinante si además gustas de su pluma. No descarto leer esta autobiografía, o memorias, si leo a la autora y esta me atrapa. Me parece algo maravilloso conectar con autores y profundizar en sus vidas, es algo que disfruto mucho. Un saludo.

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    1. Sí, yo también lo disfruto mucho y además es algo que ayuda a redimensionar la obra de esos autores.
      El corazón es un cazador solitario es una novela maravillosa. Si la lees, espero que te guste tanto como a mí.
      Un saludo

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