La torre del homenaje - Jennifer Egan

«Porque así era como entraba la anaconda. Si te abrías a ese tipo de pensamientos, la anaconda penetraba en tu interior y empezaba a devorarlo todo hasta que no quedaba nada. De repente te veías a ti mismo como un tipo débil e impotente, y solo era cuestión de tiempo para que todo el mundo coincidiera en que eras así. Danny había visto cómo sucedía. La anaconda consumía a la gente tal como el tiempo había consumido aquel castillo: hundía el techo, desmoronaba las paredes y abría túneles debajo de las tablas del suelo, hasta que incluso un vestíbulo recién renovado, con puertas barnizadas y velas de imitación en las paredes, tenía miles de bichos arrastrándose apenas unas plantas más abajo».

«Cuando eras vulnerable a la anaconda, debías tomar precauciones, guardar unos cuantos hechos cruciales en una fortaleza donde la anaconda no pudiera alcanzarlos si finalmente lograba entrar. Hasta entonces Danny siempre había creído que su corazón era una fortaleza, pero ahora tenía una expresión mejor: torre del homenaje. Su propia torre, una torre interior, donde sus tesoros estarían a salvo en caso de que alguien invadiera el castillo. ¿Qué debía meter Danny en su torre?»

Danny llega vacío al castillo en el que se alza la torre del homenaje. Él no es consciente de ese vacío. Si se piensa bien, es algo habitual, y no solo en Danny, ignorar ese vacío, pues somos maestros en llenar el vacío de cosas para así no percatarnos de que está ahí. El vacío, sin embargo, es un abismo que no por darle la espalda deja de existir. Las veces que, a saber por qué, miramos de reojo el abismo sucede que se despierta lo que Danny llama la anaconda. Curiosa y contrariamente a su capacidad constrictora, ciertamente la anaconda parece ahogarnos pero no por ello reduce la dimensión de nuestro vacío, al contrario, la sensación de vacío crece, somos entonces conscientes del total de su alcance y es esta asunción la que en realidad nos constriñe y angustia.

Danny llena su vacío con su constante necesidad de comunicación, de sentirse parte del mundo, de estar no necesariamente en el centro pero sí dentro del meollo, un meollo que es sinónimo de estar, de figurar, de ser reconocible y reconocido por los demás y no convertirse por tanto en invisible, pues «Danny sabía por experiencia propia que cuando alguien desaparecía del mapa bastaban unos pocos días para que fuese como si nunca hubiera existido. Todo se movía y se reordenaba, y no le guardaban el sitio a nadie. Para Danny, la idea de desaparecer de esa forma era peor que morirse. Si te morías, pues te morías y listo. Pero estar vivo y ser invisible, que nadie pudiera contactar contigo ni encontrarte…, sería como una de aquellas pesadillas que tenía en las que no era capaz de moverse, en las que parecía que estuviera muerto y todo el mundo creía que lo estaba, pero en realidad aún sentía y oía todo lo que pasaba». El problema es que es el mundo el que ha dejado de escucharlo. Sin telefonía móvil ni conexión wifi, «para Danny, en aquel momento el mundo se parecía a un miembro fantasma: le picaba y le escocía, como si quisiera reunirse de nuevo con él».

Danny llega a ese castillo libre de redes inalámbricas invitado por su primo Howard. Hace años que no se ven. De niños eran compañeros de juegos o, más bien, de juego. Lo creaba principalmente Howard y ambos primos pasaban horas y horas sumergidos en ese mundo imaginario. Después, Danny dejó de jugar. Después, pasó algo que Danny prefiere no recordar. Después, Danny continuó siendo tan buen chico, tal y como la familia lo había etiquetado, y el dulce Howard, en cambio, se convirtió en un chico conflictivo. Ahora Howard es un hombre de éxito que consiguió enriquecerse a los treinta hasta el punto de dejar de trabajar y que se ha comprado un castillo en el centro de Europa. Ahora Danny lleva varios años viviendo en Nueva York siendo la mano derecha de tipos importantes, ya no es tan buen chico a ojos de su padre y, medio huyendo de un lío en que se ha metido, decide aceptar la invitación de su primo a echarle una mano en la rehabilitación del castillo.

Howard quiere reconvertir el castillo en un hotel, pero no en un hotel cualquiera. No habrá conexiones a redes móviles ni a internet. La gente irá allí a conectar consigo misma. Y es que «la gente está aburrida. ¡Está muerta! Ve a un centro comercial y fíjate en sus caras. Yo lo hice durante años: los fines de semana iba a los centros comerciales y me dedicaba a estudiar a la gente, en busca de una respuesta. ¿Qué les falta? ¿Qué necesitan? ¿Cuál es el siguiente paso? Y de repente lo supe: la imaginación. Hemos perdido la capacidad de inventar cosas. Hemos dejado esa tarea en manos de la industria del ocio; lo único que hacemos es esperar sentados, babeando».

«Howard se le acercó y, en voz baja, como si estuviera confesándole un secreto, dijo: No hay nunca nadie, Danny. Estás solo. Esa es la verdad».

«¿Se puede saber qué te dan las máquinas? Sombras, voces incorpóreas. Palabras escritas y fotos si estás conectado a Internet. Nada más, Danny. Crees que estás rodeado de personas, pero en realidad te las inventas».

«No me interesan ni mi cerebro ni mi imaginación. A mí lo que me interesa son las cosas reales, ¿estamos? Las cosas que pasan realmente».

«Pero ¿qué es real, Danny? ¿Los reality shows? ¿Son reales las confesiones que lees en Internet? Las palabras son reales, alguien las ha escrito, pero más allá de eso la pregunta no tiene ningún sentido. ¿Con quién hablas por el móvil? En el fondo no tienes ni puta idea. Vivimos en un mundo sobrenatural, Danny. Estamos rodeados de fantasmas».

DSC_7192, fotografía de Thomas Ormston bajo licencia CC BY 2.0

Pero Danny necesita de esos fantasmas que le hablan por el móvil y a los que lee en las pantallas. Reniega de su imaginación de niño cuando paradójicamente se resiste a dejar atrás la juventud. Cuando sus amigos se casan, tienen hijos o comienzan a asumir obligaciones adultas, simplemente los sustituye por otros que carezcan de esas obligaciones para así seguir sintiéndose joven. Y es que «necesitaba ser joven, si no todo su personaje dejaba de tener sentido y se convertía simplemente en un fracasado, un perdedor, un tío que no había hecho nada en la vida, y todas esas cosas que decía su padre. Pero Danny rehuía aquellos pensamientos; eran peligrosos». Despertaban la anaconda.

«Benjy: ¿Tú vives en un piso? Sí, en general sí, pero ahora mismo no tengo casa. Estoy en un momento de transición.
[...]
Benjy: ¿Tienes mujer?
No.
Mi mamá es la mujer de mi papá.
Sí, ya me había dado cuenta.
¿Tienes perro?
No.
¿Y gato?
No tengo animales, ¿vale?
¿Y una cobaya?
¡Por el amor de Dios! Sonó algo brusco, y Benjy puso cara de sorpresa. Danny esperaba que eso lo hiciera callar.
Benjy: ¿Tienes hijos?
Danny apretó los dientes y clavó los ojos en las vigas del techo. No, no tengo hijos. Gracias a Dios.
El niño se quedó un rato en silencio. Al final dijo: Pero, entonces, ¿qué es lo que tienes?
Danny abrió la boca para contestar. ¿Qué tenía?
Benjy: Te he preguntado que qué…
Ya te he oído, ya te he oído.
¿Qué tienes?
No tengo nada, ¿vale? Nada. Y ahora quiero cerrar los ojos.
Benjy se le acercó un poco más. Danny detectó en su rostro una expresión de compasión mezclada con una curiosidad pura que los adultos no muestran jamás, porque han aprendido a disimularla.
Benjy: ¿Estás triste porque no tienes nada?
No, no estoy triste.
Pero sí lo estaba. La tristeza se había abalanzado sobre él de repente y lo estaba aplastando. Se vio a sí mismo: tendido boca arriba en medio de ninguna parte, con la cabeza magullada. Un tío que no tenía nada.
Benjy: ¿Estás llorando?
Danny: Pero ¿qué dices?
Veo lágrimas.
Ah, eso es por el…, me duele la cabeza. Haces que me duela.
Las personas mayores lloran a veces. Un día vi a mi mamá llorando.
Necesito dormir.
Benjy lo observaba atentamente. Danny cerró los ojos. Notó la respiración del niño muy cerca de su oído.
Benjy: ¿Tú eres una persona mayor?
Pum. Pum. Pum».

Dungeon!, fotografía de Avariel Falcon bajo licencia CC BY 2.0

La historia de Danny nos la cuenta alguien porque «siempre hay alguien que habla, solo que muchas veces no sabes quién es, ni cuáles son sus motivaciones». Pero en este caso ese alguien irrumpe en la historia que él mismo está escribiendo y, a partir de ahí, Jennifer Egan, que es quien en realidad escribe la historia de Danny, nos cuenta también la historia de ese alguien. Incluso nos cuenta una última historia al final.

Jennifer Egan asomó a principios de este año por este blog con su magnífica El tiempo es un canalla, una novela que no puede menos que hacer apuntar y subrayar el nombre de esta escritora y querer leer más escrito por ella. Me llamó la atención, tal vez por curiosa, esta otra novela y heme aquí dando cuenta de ella.

La torre del homenaje no es El tiempo es un canalla (sinceramente, tampoco esperaba que lo fuera y por ello llegué a esta novela sin expectativas, como cuando llego a un escritor por primera vez). Le falta amplitud, pero aunque El tiempo es un canalla fuese una novela con menor amplitud de la que tiene creo que tampoco estarían a la par. 

Hay muchas cosas de La torre del homenaje que me han gustado. Me han gustado, obviamente, los fragmentos que he ido dejando a lo largo de esta entrada. Me ha gustado el medio 'roneo' y el juego de palabras de una conversación adverbial entre Danny y la niñera de los hijos de Howard. Me ha gustado el episodio del encuentro de Danny con la aristócrata que vive en la torre del homenaje, la conversación entre los dos y la mezcla entre imaginación y realidad de ese episodio. Me ha gustado el grado de paranoia que llega a alcanzar Danny en un punto de la novela, la confusión que le invade entre la realidad y lo que le hace creer la anaconda que es real. Me hubiera gustado que Jennifer Egan explorara más esa paranoia y la llevara al límite, pero opta, en cambio, por otro camino y otra deriva que no es que me desagrade. Me ha chocado la voz narrativa escogida (el alguien) en relación a la perspectiva desde la que se cuenta la historia (la de Danny, pues de la del alguien y la otra historia final ni os he contado ni os voy a contar), pero no puedo explicaros más esto (ni las otras dos historias) sin destripar la novela. Tengo incluso mi propia versión de deriva de esta novela, que, además, no haría chocar la voz con la perspectiva, pero tampoco la puedo compartir con vosotros por el mismo motivo.

Me ha gustado La torre del homenaje pero a la vez me ha faltado algo. Es como un sí, por ahí vas bien, pero aún te falta. Curiosamente, cuando digo de un libro que le falta algo nunca tengo la certeza de si en realidad le falta o le sobra. Lo que sí tengo claro es que lo que le falta a La torre del homenaje, sin saber discernir muy bien qué es, lo tiene El tiempo es un canalla, novela a la que, además, no le sobra nada.  

Bueno, que yo venía aquí a hablar de La torre del homenaje. Si he sacado a la palestra mi anterior lectura de Jennifer Egan (que escribió después que esta) es porque ambas, siendo además tan diferentes (y, aquí, con diferentes no quiero decir ni mejor ni peor), tienen puntos en común. En primer lugar, vuelvo a encontrarme con recursos narrativos originales o que al menos llaman la atención (pues tampoco puedo decir que en el caso que nos ocupa sean novedosos, así como tampoco en este caso juegan siempre a favor de obra). En segundo lugar, parte de los temas principales que aborda esta novela, como son las nuevas tecnologías y la capacidad de conectar ente nosotros más allá de ellas (y el milagro que es esa conexión), se tocan también, aunque de manera más tangencial, en El tiempo es un canalla

«Las voces de los muertos, dice Davis. Se ha amansado un poco, como si aquella idea le resultara dolorosa. Y añade: Todo ese amor, todo ese dolor, todo lo que la gente siente —no solo tú y yo, hermano, sino todo el mundo, todas las personas que han caminado sobre este hermoso planeta verde—, ¿cómo va a desaparecer todo eso cuando alguien muere? No puede desaparecer, es demasiado grande. Demasiado fuerte, demasiado… permanente».

Broken Window, fotografía de Steve Snodgrass bajo licencia CC BY 2.0

«No era que no tuviera nada, sino que lo tenía todo. Solo necesitaba volver a conectarse con todo lo que tenía», piensa Danny una vez que se recobra del abatimiento en el que le ha sumido el inocente interrogatorio al que lo ha sometido el pequeño Benji, hijo de su primo Howard. Y, en realidad, no está desencaminado, tan solo yerra en el medio para alcanzar esa conexión. Como le dice la baronesa que señorea por la torre del homenaje: «Sois niños, los americanos sois todos unos niños. Y el mundo es muy, muy viejo».

Somos niños, las nuevas generaciones somos todos unos niños. Y el mundo es muy, muy viejo. Y tiene mucho que enseñarnos y contarnos, como que hay fantasmas más allá de esos que nos hablan a través del hilo telefónico y de esos otros que leemos en las pantallas de nuestros dispositivos.

«No hay ningún fantasma en esta historia, le digo a Davis.
¿Ah, no? Entonces enséñame dónde está la gente.
Levanto la cabeza y lo miro. ¿Qué gente?
Davis agita las páginas que he dejado encima de la litera. Esta gente, dice. Los veo, los oigo, los conozco, pero no están [...] ni en esta ciudad, ni en este país, ni siquiera en el mismo mundo que el nuestro. Están en otro lugar.
Pienso: Como caiga otra página del montón, le cojo la cabeza a Davis y se la estrujo hasta reventársela. Pero lo único que digo es: Vamos, tío. Son solo palabras».

Con solo palabras escribe alguien la historia de Danny. La escribe porque otro alguien le hizo notar una ventana que no sabía que existía y le hizo mirar por ella («Se me puso la piel de gallina porque aquel efecto lo había conseguido yo; había logrado que sucediera tan solo por medio de la palabra»). Miró, vio, escuchó, escribió «y en esa fracción de segundo paso directamente de fingir a creer; es como si de tanto fingir hubiera acabado creyéndomelo, salvo que no tiene ningún sentido, pues fingir y creer son dos polos opuestos. No sé qué pasa. A lo mejor es este lugar». A lo mejor es que «de pronto tú eres el que inventa, tú eres el que cuenta la historia, y por lo tanto eres libre».

«No, no era una mazmorra. La torre del homenaje es el lugar donde se refugiaba todo el mundo en caso de invasión, algo así como el baluarte del castillo. La fortaleza». ¿Qué ha de meter Danny en su fortaleza, pues, en esa torre del homenaje que ha de protegerle de la anaconda que lo acecha? ¿Con qué puede llenar algo alguien que se siente vacío, alguien que para callar ese vacío se ha llenado de cosas que no le llenan? 

Pienso, sin embargo, que el vacío no es algo tan malo. El eco que surge del fondo del abismo no deja de ser un maestro. Nos duele escucharlo, como duele tantas veces la verdad, y por eso lo ignoramos y lo llenamos y callamos equivocadamente. Vaciarse, sin embargo, es la única manera de poder volver a llenarse. Pasa así que el refugio, otrora el artificio que nos montamos para engañarnos, ya no aprisiona, sino que libera. Ocurre también que la anaconda deja de ejercer presión y corre presta a escaparse por el sumidero que canaliza y engulle nuestro abismo. Estamos listos para resetear. Comienza una nueva conexión que es tan vieja como el mundo. La conocíamos y la echábamos de menos. Somos, ahora sí, y para siempre (aunque dejemos de ser jóvenes (aunque dejemos de ser)) parte del meollo. Somos una palabra dentro de una historia en la que cada palabra carece de significado si se escinde de las otras, pero en la que cada palabra cuenta.

«[...] y así sucesivamente, un túnel de recuerdos, de cosas, de información, y Danny estaba conectado a todo eso, flotaba a través de todo eso, tocándolo. Todo seguía ahí. «Nada desaparece»».

Blarney Castle, fotografía de Sean MacEntee bajo licencia CC BY 2.0





Ficha del libro:
Traductor: Carles Andreu
Editorial: minúscula
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 326
ISBN: 978-84-95587-98-5





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Comentarios

  1. ¡Hola!
    es verdad que a veces una novela nos gusta, pero no nos termina de emocionar, de convencer cien por cien y realmente no sabes qué le falta o qué le sobra. Y también pasa mucho que cuando una primera lectura de un autor te gusta mucho, las demás a veces no alcanzan el nivel y te desilusiona. Curioso lo de las voces narrativas, la de ese "alguien", me has dejado intrigada. El tema del enganche a la tecnología también me resulta atractivo. Puede que igual me anime con El tiempo es un canalla, porque si dices que esta no le sobra nada...
    Seguro que es una lectura curiosa y peculiar
    ¡Feliz año, Lorena!!!
    Besos

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    1. Iba hecha a la idea de que no iba a alcanzar el nivel de El tiempo es un canalla, así que en ese sentido no ha sido un problema de expectativas, pero sí es cierto que me ha faltado algo.
      El argumento de la novela me pareció curioso y fue lo que me hizo decidirme por ella para continuar leyendo a Egan. El trasfondo es atractivo, el planteamiento interesante, y hay partes muy muy buenas.
      Feliz año para ti también, Marian.
      Besos

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  2. Tengo pendiente esta novela desde que leí El tiempo es un canalla y quedé prendada de la autora. También tengo, y esta comprada además y en línea de salida, Manhattan Beach que creo que leeré antes. Veo que la novela te ha gustado aunque menos que El tiempo es un canalla. Es que esta última es muy buena y es difícil estar a la altura de las expectativas que se pueden crear. Además es normal que en libros posteriores se vaya superando (aunque esto no siempre es así). En ese sentido, Manhattan Beach, creo que es el último que ha escrito, aunque dudo que supere El tiempo es un canalla.
    Lo que cuentas de La torre del homenaje es muy interesante. ese hotel para gente que quiere desconectar de las redes, esa idea de estar solo por muchos amigos que tengas, virtuales sobre todo, esa anaconda... Espero que este año caigan los dos libros de la autora.
    Un beso.

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    1. Lo temas y reflexiones sobres los mismos que contiene la novela me han gustado mucho. Sinceramente, iba con la idea preconcebida de que me iba a gustar menos que El tiempo es un canalla, que es una novela ya no difícil de superar sino de igualar, pero, a pesar de estar hecha a esta idea, igualmente me ha faltado algo.
      También tengo en mente leer Manhattan Beach, aunque a saber cuándo lo hago. Igualmente pienso que será difícil que alcance el nivel de El tiempo es un canalla, pero espero que se note en ella el bagaje como escritora de Jennifer Egan, aunque, como bien apuntas, no necesariamente los primero libros de un autor tiene por qué ser inferiores a los más recientes.
      Besos

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  3. El tiempo es un canalla es quizá un listón demasiado alto, pero aquí se apuntan muchos temas y el estilo marca de la casa. La portada me encanta, me recuerda a los dibujos de Escher. Quizá Egan no se atrevió a retorcer del todo la historia pero se quedó con la idea. Miraré si hay otras obras suyas traducidas al español, cuando leí El tiempo es un canalla solo estaba esas dos.
    Aprovecho para desearte un feliz 2022.
    Abrazos.

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    1. El estilo está, así como ciertos temas enseña de la autora y la estructura narrativa que se sale de lo convencional. Es cierto que El tiempo es un canalla dejó el listón demasiado alto y por ello mismo no esperaba que esta lectura lo alcanzara.
      Egan tiene al menos otra novela. Se titula Manhattan Beach. Es posterior a El tiempo es un canalla y en España la ha publicado la editorial Salamandra.
      Feliz año para ti también, Gerardo.
      Un abrazo

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  4. Bueno, parece que Jennifer ha vertido una gran crítica a este mundo virtual, a la cosificación que hacen de nosotros las nuevas tecnologías, sustentándonos en un mundo algo fantasmagórico, un mundo que nos muestra muchos vacíos, o quizás nos haga ver con claridad el vacío que llevamos dentro, todo muy al son de esa "Civilización del espectáculo" que escribió Llosa. Pero estamos hechos de vacíos, lo que no es malo ni bueno, como creo que has apuntado, y así mismo atravesamos fases de plenitud, somos cualquier cosa menos planicie, eso es lo fascinante y desconcertante al mismo tiempo, he ahí nuestra complejidad.
    Lo que sí queda claro es la atenta observación de J. Egan sobre esos "fantasmas modernos" al margen de si podía haber llegado a más, como señalas.
    Un excelente reseña, Lorena. Te deseo un gran 2022.

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    1. Siempre es interesante la mirada de Jennifer Egan sobre la contradicción humana, nuestra necesidad de trascendencia y nuestra relación con el paso del tiempo y con las nuevas tecnologías, a pesar de que a esta novela le haya puesto algún pero. Si alguna vez te apetece animarte con esta escritora, no puedo más que recomendarte El tiempo es un canalla.
      Feliz 2022 para ti también, Paco.
      Un abrazo

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