Elizabeth y su jardín alemán - Elizabeth Von Arnim

«Esto no es tanto un jardín como una espesura. Nadie ha vivido en la casa, y menos en el jardín, en veinticinco años, y es un precioso lugar tan antiguo que la gente que pudo vivir aquí y no lo hizo —prefiriendo los horrores de un piso en la ciudad— debe de pertenecer a ese vasto número de personas sin ojos y sin oídos de las cuales se compone principalmente el mundo. Y también sin nariz, aunque no suene bien; pero la mayor parte de mi dicha de primavera se debe al olor de la tierra mojada y de los tiernos brotes».

Así nos presenta Elizabeth su jardín alemán, un jardín que, en realidad, no es suyo. El jardín, así como la vivienda aledaña, pertenecen a su marido, es decir, al, tal y como ella lo califica, Hombre Airado. Ahora bien, como el Hombre Airado no tiene el menor interés en el jardín y Elizabeth, en cambio, pasa horas y horas deleitándose en él, así como organizando y pensando en cómo hacerlo florecer de manera hermosa, no cabe duda de que el jardín es de Elizabeth. De hecho, los gastos e inversiones que ocasiona el jardín Elizabeth los sufraga con lo que ella denomina su dinero de bolsillo. «Como el Hombre Airado no quiere para nada rosas, ni arbustos florales, ni arriates, ni nuevos senderos, se pregunta: ¿Por qué tengo que pagar yo esto? De modo que él no lo paga y lo pago yo, y tengo que compensarlo privándome de manera escandalosa de vestidos nuevos, lo cual resulta sin duda bastante austero. Pero lo cierto es que si no puedo tener ambos prefiero comprarme rosales nuevos antes que vestidos nuevos; y veo llegar el día en que la pasión por mi jardín me absorberá de tal modo que no solo dejaré de comprar ropa nueva, sino que empezaré a vender la que tengo».

Elizabeth von Arnim, la autora del libro que os traigo hoy, en realidad no se llama Elizabeth, aunque tanto ella como su jardín están muy cerca de ser la Elizabeth y el jardín alemán de dicho libro. De hecho, antes de detenerme más en él, pienso que es buena idea dedicarle unas líneas a la trayectoria vital de su autora.

Elizabeth von Arnim nace como Mary Annette Beauchamp en Sidney en 1866. Cuando cuenta tan solo tres años su familia, con ella incluida, regresa a Inglaterra, de donde es originaria. Vivirá más tarde en Suiza y viajará por diferentes países europeos.

Con veinticuatro años se casa con el aristócrata prusiano Henning August Graf von Arnim. Schlagenthin. Tras una estancia en Berlín el matrimonio se establece en Nassenheiden, en la región de Pomerania. Mary Annette se enamora del jardín de la finca y es allí donde comienza a escribir su primer libro: Elizabeth y su jardín alemán. Resulta todo un éxito y a partir de entonces firmará sus libros como la autora de Elizabeth y su jardín alemán o simplemente como Elizabeth. También utilizará el seudónimo de Alice Cholmondeley para su novela Christine.

Tras la muerte del conde von Arnim en 1910, Elizabeth regresa a Suiza con sus cinco hijos. En su círculo de amistades destacan figuras literarias e intelectuales de la época. Incluso llega a mantener un romance con el escritor H. G. Wells. 

En 1916 se casa en segundas nupcias con Earl Francis Rusell, convirtiéndose así en condesa por segunda vez. Durante la Primera Guerra Mundial pierde a una de sus hijas, de tan solo dieciséis años, así como a varios amigos. En 1919, tras tres años de matrimonio, se separa de Rusell. Se enamorará más tarde del joven Alexander Stuart Freer-Reeves, quien acude al chalet de la escritora a catalogar su creciente biblioteca y con quien mantendrá una relación. La finca de Nassenheide había tenido que venderse al pasar la familia von Arnim por dificultades económicas, pero Elizabeth no solo no se deshizo de los libros de la biblioteca de la mansión, la habitación más preciada para ella, sino que fue aumentando su colección de libros a lo largo de su vida.

En 1930 se traslada al sur de Francia. Allí, en su villa Mas des Roses, crea un jardín maravilloso y vive acompañada de perros y disfrutando de sus amistades. Precisamente en aquellos años escribe un libro autobiográfico cargado de ironía que lleva el curioso título de Todos los perros de mi vida

En 1939, ante la amenaza de guerra, decide emigrar a los Estados Unidos, en donde viven su hijo y dos de sus hijas. Deja, no sin angustia, otra hija viviendo en Alemania. Frágil ya de salud muere en 1941 en Carolina del Sur. Sus restos mortales son trasladados a Inglaterra.

Elizabeth von Arnim era para mí una autora desconocida hasta que Trotalibros rescató este año su novela Vera. Pensaba que ese sería mi estreno con von Arnim, pero resulta que la escritora ha sido la elegida para viajar a Oceanía en el club de lectura Viajar leyendo autoras y ha sido al indagar más sobre su vida y obra que supe de este libro que os traigo hoy. Me pareció (no me preguntéis por qué) una mejor opción para iniciarme con la autora y aquí estoy disponiéndome a hablaros de él. No obstante, sigo con intención de leer Vera y espero cumplir mi propósito el próximo 2022. Aun así, no prometo nada. Bien me conozco y por tanto bien sé, al igual que Elizabeth von Arnim, que «aunque el año y las promesas sean nuevos, yo no lo soy, y no tiene ningún sentido poner vino nuevo en odres viejos». Vamos, que el año que viene haré lo que hago todos los años, ir leyendo los libros que me van apeteciendo en cada momento.

En cuanto al viaje literario por Oceanía, he de decir que geográficamente ha sido más alemán que otra cosa y que, en cuanto a su tono, lo he encontrado muy british. Hay que tener en cuenta que desde los tres años la escritora no volvió a poner un pie en el continente que la vio nacer. Su prima, la también escritora Katherine Mansfield, pseudónimo de Kathleen Beauchamp, nació en Nueva Zelanda y, aunque también retornó muy joven a Inglaterra, pasó la infancia en su país natal y tiene algún relato ambientado en él, así como reminiscencias sobre el mismo en su maravilloso Diario. Se da la coincidencia de que el viaje a Oceanía del año pasado lo hice de la mano de Katherine Mansfield. Ambas escritoras pasaron épocas juntas en Inglaterra. Parece ser, además, que Mansfield fue huésped de Elizabeth en Suiza con el fin de intentar curarse de la tuberculosis que la aquejaba. Supongo, pues, que puede decirse que la relación entre las dos primas era buena. 

Vamos ya con el libro que nos ocupa, que siempre termino liándome. 

La Elizabeth von Arnim de Elizabeth y su jardín alemán es una mujer joven que tiene ya tres hijas pequeñas: la niña de abril, la niña de mayo y la niña de junio, tal y como se refiere a ellas en su opera prima: «Mi hija mayor, nacida en abril, tiene cinco años, y la más pequeña, nacida en junio, tiene tres; así no resultará difícil a los perspicaces adivinar la edad de la niña de en medio, o niña de mayo». Y es que Elizabeth y su jardín alemán tiene un marcado contenido autobiográfico. Aunque considerada novela, está escrita en forma de diario. Las fechas de sus entradas comprenden aproximadamente un año, de primavera a primavera. Para Elizabeth (a partir de aquí no voy a hacer distinciones entre la Elizabeth real y la ficticia, pues sospecho que la línea que separa a ambas es muy sutil) el verdadero comienzo del año era la primavera. No en vano en primavera era cuando de modo más esplendoroso podía contemplar su jardín.

Su jardín es para Elizabeth una fuente de felicidad. Es plenamente consciente de que su comportamiento resulta extraño para el servicio y que las mujeres de su posición la consideran «extremadamente excéntrica, pues ya corre la voz de que me paso el día fuera con un libro y que no hay un mortal que me haya visto cosiendo o cocinando». Sí, ella es excéntrica a ojos de los demás, pero es que «la gente cuerda necesita demasiadas cosas para llegar a disfrutar verdaderamente de la vida, y cuando estoy con ellos me paso el rato excusándome por no poder ofrecerles otra cosa que lo que a mí me gusta; excusándome y avergonzada por contentarme con tan poco». Por eso es mucho más feliz estando fuera con un libro y cuando está dentro su estancia preferida es la biblioteca («¡ah, mi querida habitación, cuántos momentos inolvidables he pasado allí buscando entre libros, haciendo planes para mi jardín, construyendo castillos en el aire, escribiendo, soñando, no haciendo nada!») «La lectura es una ocupación de hombres; para las mujeres es una reprobable pérdida de tiempo». Elizabeth, sin embargo, adora perder el tiempo así. Pero por muy feliz que sea en su biblioteca, en donde más realizada se siente es en su jardín.

«¡Qué mujer tan feliz soy viviendo en un jardín, con libros, niños, pájaros y flores y todo el tiempo del mundo para disfrutarlos! Y, sin embargo, mis conocidos lo ven como si estuviera en una prisión, o enterrada en vida, y no sé qué otras cosas; cortarían el aire con sus alaridos si se vieran condenados a una vida así. A veces siento como si hubiera sido agraciada entre mis congéneres por poder encontrar tan fácilmente la felicidad. Solo necesito que brille el sol para sentirme bien, y en un día radiante sería feliz incluso en Siberia».

Elizabeth y su jardín alemán es un pequeño pozo de sabiduría, es un elogio a la sencillez, es un canto a la felicidad que proporcionan las pequeñas grandes cosas y al disfrute de la soledad. No obstante, Elizabeth no se engaña, sabe que se puede dedicar a una vida tan contemplativa debido a su acomodada situación. «Eso es lo peor de estar bien alimentada, bien vestida, y de tener todo lo que razonablemente deseas: a la menor provocación se siente una incómoda e infeliz por inconveniencias tan abstractas». Si ella misma tuviera que procurarse el alimento y la vestimenta, sus preocupaciones (a saber si sus inquietudes) serían otras. Pero la servidumbre se ocupa de las tareas domésticas y una mujer no ha de trabajar, al menos no una mujer de su posición. Solo trabajan las mujeres que se ven obligadas a ello y por su trabajo, respecto a los hombres, «reciben menos, no porque trabajen menos, sino porque son mujeres y no se les debe alentar a que trabajen». A pesar de eso, Elizabeth se sorprende a sí misma en más de una ocasión deseando trabajar, incluso en una actividad tan poco femenina como ocuparse del jardín.

«¡Si pudiera cavar y plantar yo misma! ¡Qué fácil y fascinante sería hacer los agujeros exactamente donde una quiere y poner a continuación las plantas exactamente como una desea, en lugar de tener que estar dando órdenes que solo pueden ser medio entendidas desde el momento en que se empiezan trazando líneas con un largo cordel! En mi primer éxtasis por tener un jardín propio, y en mi acuciante impaciencia por hacer que los lugares baldíos florecieran como una rosa, llegué a hacerlo yo misma un caluroso domingo de abril del pasado año, cuando los sirvientes cenaban, doblemente protegida de las miradas del jardinero por el día y la hora de la cena, y así salí furtivamente con una pala y un rastrillo y me puse a cavar y remover con ardor un pedazo de tierra, sembrándola a continuación con ipomeas y volviendo a la casa acalorada y sintiéndome culpable para sentarme en una silla y ocultarme detrás de un libro con un deje lánguido, a tiempo para salvar mi reputación. ¿Y por qué no? No es ciertamente una actividad grácil y acaba una acalorada; pero es de esas tareas que parecen una bendición, y si Eva hubiera contado con una pala en el Paraíso y hubiera sabido qué hacer con ella, nunca habríamos tenido que pasar por ese triste asunto de la manzana».

Cierto es que Elizabeth podría trasladarse a la ciudad y ocupar su tiempo en ir de fiesta en fiesta y de evento en evento, como teme tener que hacer cuando sus hijas alcancen una edad casadera, pero, por el momento, tanto las obligaciones como el disfrute maternal no la alejan de su amado jardín y prefiere, pues, no alejarse de él. No necesita más. Quizás una visita de vez en cuando. Que no se quede demasiado tiempo, por supuesto. Con gente en casa «me pregunto cómo va una a poder organizar su vida, y a leer los libros que quiere leer y a soñar tranquilamente».

«La obsesión por estar siempre acompañado por tus semejantes es para mí absolutamente incomprensible. Puedo entretenerme durante semanas sin llegar a reparar que he estado sola, a excepción de la paz que inunda todo. Y, sin embargo, me gusta recibir a invitados que se quedan por unos días, o incluso por unas semanas, si son tan anspruchslos como yo y se contentan con placeres sencillos; la única condición es que cualquiera que venga y se sienta feliz debe tener algo dentro de él; si se trata de una criatura plana, vacía de cabeza y corazón, probablemente lo encontrará todo muy aburrido. Me encantaría que mi casa estuviera llena con más frecuencia si encontrara a gente capaz de disfrutar de la vida. Serían bienvenidos y despedidos con el mismo afecto; pues la verdad me obliga a reconocer que, aunque me encanta verles llegar, me agrada igualmente verlos marcharse».
Mansión de Nassenheide, imagen en dominio público del editor Alexander Duncker

Como ya os imaginaréis por las citas que os he estado dejando, aunque Elizabeth guste de la vida apacible y contemplativa, su mente es puro bullicio. Su espíritu dista mucho de la languidez y su rapidez mental y su ingenio se traducen en ironía. Su mente es afilada y tristemente sus palabras a veces también lo son. Es algo que le pasa a algunas personas inteligentes, que no pueden evitar sentirse superiores respecto a aquellos más simples que ellos, o, lo que es peor, no pueden resistirse a mostrar esa supuesta superioridad, resultando que «la verdad siempre resulta grosera». En este libro hay muchas conversaciones agudas e ingeniosas, especialmente a partir de dos visitas simultáneas que recibe Elizabeth, pero también a veces con comentarios hirientes, crueles y despiadados, por mucho que se disfracen humorísticamente, así como no siempre justos, pues el simple no siempre es responsable de su simpleza y, en ocasiones, como es el caso, la simpleza puede ser acentuada por la juventud y falta de experiencia, así como por la condición de extranjero y, por tanto, ajeno a las costumbres locales. He de decir, no obstante, que muchos esos de comentarios no proceden de Elizabeth aunque los comparta en su pensamiento. Diré también en su descargo que las visitas la privan de pasar tanto tiempo en su jardín como le gustaría y que es allí donde «me arrepiento de toda la crueldad que hay en mí, de esas ideas egoístas que son mucho peores de lo que me parecen; es ahí donde todos mis pecados y necedades me son perdonadas, donde me siento protegida y a resguardo, y en cada flor y en cada brizna de hierba encuentro una amiga, y en cada árbol un amante. Cuando me siento angustiada corro allí para tranquilizarme, y cuando me he enfadado sin motivo es allí donde encuentro la absolución».

«Lo único que aprenderá allí [...] será la importancia de las esquinas del sofá en Alemania. Si fuéramos las tres juntas, a mí me sentarían en la esquina derecha del sofá, pues es el lugar de honor, y soy la mayor de las invitadas desconocidas; Elizabeth sería invitada a sentarse en el extremo izquierdo, que sigue en importancia; la anfitriona se sentaría junto a nosotras en un sillón; y usted, como persona sin importancia, se sentaría en donde pudiera, o la pondrían en una silla frente a nosotras, con la enorme mesa separándonos para indicar el inmenso abismo social que separa a la mujer casada de una simple virgen. Los extremos de un sofá sirven así para posibilitar sutiles distinciones que de otro modo no podrían hacerse. Si el mundo se viniera abajo, provocaría menos escándalo que si usted, señorita Minora, por cualquier razón, decidiera sentarse en la esquina derecha de un sofá. Al situarla en una silla al otro extremo de la mesa se la identifica de inmediato en la escala de precedencia y se define su posición social o, mejor dicho, su absoluta falta de posición social».

El anterior fragmento lo mismo nos sirve para ver cómo se minusvalora a la pobre señorita Minora que para conocer una costumbre alemana (o al menos de aquella zona) de la época. No es la única que me enseña este libro. Por ejemplo, la ropa blanca se lava solo cada cuatro meses. «Se trata de un signo exterior y visible que indica vastas posesiones en forma de ropa blanca. Si lavara la ropa cada semana, como se hace en Inglaterra, la gente pensaría que es alguien que solo tiene la ropa blanca justa para ese intervalo de tiempo, y sería objeto de desprecio».

Cuando leo sobre estas costumbres, por el contexto en el que se cuentan, me quedo con la duda de si tal vez haya en ellas cierta exageración y de si acaso, como a Minora, me estén de algún modo tomado el pelo. Lo que sí me creo a pies juntillas es lo que se cuenta acerca de que la ley permitía aplicar leves castigos corporales a los sirvientes, «dejándose a la libre interpretación de cada cual decidir lo que significa «leve»», así como que también prohibía la asistencia a reuniones políticas a mujeres, niños e idiotas.

Elizabeth y su jardín alemán, además de una lectura deliciosa y rezumante de ingenio e ironía, es un libro que refleja su tiempo y ese tiempo es clasista y machista (ocurriendo, además, que el machismo no deja de ser en sí un tipo de clasismo). Aun así, Elizabeth no es una mujer que se amolde a los convencionalismos y a lo que se espera de ella. Así lo deja patente con algo aparentemente tan sencillo como vivir alejada de la ciudad y ocuparse de un jardín. La condición y el papel de la mujer ocupa varias páginas de este libro, muchas de las cuales están protagonizadas por «el Hombre Airado, de común tan silencioso», que «de vez en cuando recupera el tiempo perdido soltando una arenga desmesurada».

El Hombre Airado no le va a la zaga a su esposa en ingenio y, a pesar de que lo que expresa me produce rechazo, no puedo evitar pensar que hay en su ánimo cierta intención de provocar (un poco como hacen Elizabeth y una de sus visitas con la pobre señorita Minora). No obstante un discurso tan machista, no puedo considerarlo vacío y carente de contenido, habiendo cosas en él que invitan a una reflexión más profunda que, probablemente, al propio Hombre Airado no le ha interesado realizar.

«[...] y sentí que lo que quería era vivir y morir aquí, y que nunca hubo una mujer más feliz que Elizabeth». Es curioso como en la anterior frase Elizabeth se desdobla y parece olvidarse que es la propia Elizabeth la que escribe este diario y habla de sí misma. Es como si Mary Annette von Arnim anhelase ser esa mujer que tan feliz es en su jardín, a la que yo he sentido durante toda la lectura tan indisociable a su persona, y a la que ella puso el nombre de Elizabeth, el cual luego se convirtió en el suyo, así como también espero ocurriese lo mismo con su felicidad (aunque supongo que, en realidad, como al resto de mortales, le habrá ido y venido intermitentemente a lo largo de su vida). Y quién podría culparla por ello. Yo, al menos, no, pues soy perfectamente capaz de imaginarme en su jardín, con todo el tiempo del mundo para disfrutarlo y para disfrutar también del libro que en ese momento tenga entre manos. Y ¿sabéis qué os digo? pues que, por supuesto, como no podía ser de otra manera, me imagino feliz. Y al que no sea capaz de imaginarse …

«Bueno, pues dejemos que siga con sus lúgubres ideas; no cuenta con un jardín que le enseñe lo que es la belleza, la felicidad y la santidad, ni tiene el menor deseo de llegar a tener uno; sus convicciones tienen el triste colorido gris de las deslustradas calles en donde vive; el triste color de la humanidad en masa».

Estatua de Elizabeth von Arnim en Dobra Szczecinska, en Pomerania occidental, Polonia. Fotografía de Kapitel bajo licencia CC BY-SA 4.0





Ficha del libro:
Traductor: Cristobal Pera
Editorial: Lumen
Nº de páginas: 152
Año de publicación: 2017
ISBN: 978-84-264-0330-8
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Viajar leyendo autoras: con la lectura de Elizabeth y su jardín alemán continúo mi participación en el club de lectura #ViajarLeyendoAutoras organizado por Isa Martínez (@MtnezIsa@readingsnorth). La iniciativa consiste en lo siguiente (copio y pego de la descripción del club facilitada por Isa en el grupo de facebook en el que se desarrolla el mismo):

Club Viajar Leyendo Autoras:
Las lecturas serán bimestrales. En enero y febrero viajaremos a África. En marzo y abril viajaremos a América. En mayo y junio viajaremos a Asia. En julio y agosto haremos el viaje especial a España. En septiembre y octubre viajaremos a Europa. Y por último, en noviembre y diciembre viajaremos a Oceanía.
Cada bimestre, a través de una encuesta, escogeremos una autora y cada uno leerá la obra u obras que decida
. Iremos comentando nuestras elecciones, compartiendo impresiones y haciendo recomendaciones.

Para este 2021, además, Isa ha decidido hacer una serie de especiales. Así, el viaje a América será de autoras latinoamericanas, el viaje a Asia un especial Japón, el viaje a España un especial clásicos y el viaje a Europa un especial premio Nobel de Literatura.

Para leer en noviembre y diciembre han sido propuestas Elizabeth von Arnim, Helen Garner, Juliet Marillier y Ngaio Marsh, siendo elegida por votación la primera de ellas. Mi voto fue para Helen Garner.

Elizabeth von Arnim, nacida Mary Annette Beauchamp (Sidney, Australia, 1866 - Estados Unidos, 1941) fue una escritora británica muy admirada en su tiempo. Escribió una veintena de libros, en su mayoría novelas. Su obra más conocida es Un abril encantado debido a la adaptación cinematográfica de Mike Newell de 1992.

Bosquejo de Elizabeth von Arnim realizado
por Jburlinson bajo licencia CC BY-SA 3.0







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Comentarios

  1. ¡Holaaaaa!

    Ummm pues no conocía a esta autora pero me alegra que Trotalibros la haya rescatado.
    Sin duda, todo el tema del jardín, esa oda a la sencillez, a la felicidad de las pequeñas cosas... me encanta. Y ahora me has dejado mucha curiosidad por conocer a Elizabeth, esta mezcla entre personaje y persona real, con su personalidad que no se ajusta a lo convencional de la época, con su ingenio y sus comentarios mordaces.

    ¡muchos besos!

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    1. Trotalibros ha rescatado su novela Vera. Esta la la rescató Lumen hace pocos años.
      Es una lectura para saborear poco a poco, con una prosa exquisita, y a quien disfrute de la ironía, sin duda este libro le va a encantar.
      Besos

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  2. ¡Hola Lorena!
    pues fíjate que yo en mente tenía también el de Vera, pero no conocía para nada a la autora. Con lo que cuentas sobre ella me he hecho una idea. madre mía esta mujer, se recorrió medio mundo desde que nació...
    Me resulta curiosa y en algunas cosas me recuerda un poco a mi en su forma de ser, en lo de preferir perderse en su jardín con sus libros a tener una creciente vida social.
    Me encantan tus palabras al describir la novela: "pequeño pozo de sabiduría, es un elogio a la sencillez, es un canto a la felicidad que proporcionan las pequeñas grandes cosas y al disfrute de la soledad."
    Igual me animo en algún momento con ella, creo que podría disfrutarla
    Besos

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    1. Sí que hizo kilómetros la mujer, jeje.
      Yo también solo sabía de Vera. Siempre investigo un poco a las autoras que se proponen en el club por ver lo que me apetece leer de ellas y saber también qué libros podría conseguir de ellas en caso de salir elegidas. Fue así como supe de Elizabeth y su jardín alemán.
      La verdad que con esa idea de perderse en un jardín con un libro en la mano Elizabeth tiene fácil ganarnos para la causa.
      Besos

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  3. Curioso libro el que hoy traes, Lorena. El jardín particular de esta tal Elizabeth me ha hecho recordar mientras leía tu reseña en la petición de una habitación propia que hacía y reclamaba para sí Virginia Woolf. La verdad es que coinciden en la época y por lo que veo en la apetencia de libertad y realización propia.
    No es una novela que vaya a leer, pero me ha gustado saber de la existencia de esta escritora y más saber que su prima era nada mas y nada menos que Katherine Mansfield, algo que desconocía por completo.
    Como a ti a mí hacer planes lectores para todo un año se me hace difícil. Iré leyendo según me apetezca aunque es verdad que los retos a los que me apunte en algún momento me condicionarán. pero la verdad es que -es lo que a ti te ha sucedido en este caso- a veces estas constricciones deparan gratos descubrimientos.
    Un beso, Lorena

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    1. Si apenas me uno a retos, iniciativas y demás, es un poco por temor a no poder cumplir y también por miedo a terminar un poco leyendo por obligación. Pero también es cierto que, como bien dices, estas iniciativas sirven para conocer libros y autores en los que quizás no nos hubiéramos fijado. En este caso, aunque ya tenía intención de leer a Elizabeth von Arnim, he terminado leyendo un libro del que ignoraba incluso su existencia. También he descubierto que tiene esa prima creo que más famosa que ella.
      Con las reseñas de otros blogs pasa un poco lo mismo. También nos descubren autores y libros que desconocíamos nos tienten o no a leerlos. Y eso es algo enriquecedor.
      Yo no soy de la época, sin embargo, Juan Carlos, más de una vez me he referido a este blog como mi cuarto propio. Qué cosas.
      Besos

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  4. Tengo pendiente ese precioso ejemplar de Vera, de Trotalibros. No he leído nada de esta autora, ni tampoco de Katherine Mansfield de la que tengo comprada En una pensión alemana hace muchos años. Me has recordado ambos pendientes y me has tentado mucho con eset jardín alemán.
    Desde luego, una mujer dedicada a la jardinería y al inútil acto de leer debía ser considerada muy rara en aquella época, pero qué felicidad. Yo prescindo del jardín. Le dediqué tiempo en el momento en que lo tuve, pero poco a poco mi espalda ya no me permite trajinar en él. Aunque lo de la espalda se podría pasar por alto si no me diera tanta pereza y no me quitara tiempo para leer.
    Se nota mucha ironía en la autora y eso también me gusta.
    Un beso.

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    1. Sí, hay mucha ironía. Es algo que yo también disfruto mucho. Aunque también me ha ocurrido con este libro que, como en ocasiones esa ironía se convierte en sarcasmo y además dirigido a una persona en concreto, me he mantenido en algunas partes un poco a distancia.
      Lo del jardín, como escenario de lectura, y si la climatología lo permite, es casi como algo idílico. Pero, sinceramente, tampoco me veo con la constancia (y no sé si con la destreza) suficiente como para encargarme de él. Ahora, a lo de disponer del tiempo a mi antojo y de manera despreocupada para leer y alguna cosilla más me apunto. Para los que no necesitamos mucho trajín a nuestro alrededor creo que no hay una idea más aproximada de la felicidad.
      Besos

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  5. Desconocía por completo a esta autora. Solo por la portada el libro merece la pena, me sorprende además todo lo que has sacado porque en los datos que pones al final dice que apenas tiene 150 páginas. Su alabanza de las cosas simples me gusta, no tanto ese complejo de superioridad del que hablas y es que para la ironía soy a veces un poco lento, jaja.
    Un abrazo.

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    1. No tanto un complejo de superioridad, pero sí que hay bastantes pullitas enfocadas a un personaje en particular. Es un poco como burlarse de una persona sin que esa persona sea consciente o, si lo es, sin que sepa salir airosa de las pullas. En ese sentido no he empatizado y me ha producido cierto rechazo, y eso que suelo valorar muy positivamente la ironía. El resto me ha parecido una delicia. Una lectura tranquila en la que no pasan grandes cosas pero que se disfruta mucho. Parte de la reseña la he ocupado con la biografía de la autora, de ahí que parezca quizás que cuento más que lo que hay en el libro.
      Un abrazo

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  6. Ese elogio a la sencillez que refieres de esta novela (que desconocía), ya es un buen aliciente para mí.
    Lo que para unos es el Edén es para otros la prisión.
    Si Elisabeth me invitase a su morada, creo que nos llevaríamos bien.

    Un abrazo, Lorena, te deseo unas tranquilas navidades con tus seres queridos, cuidaros.

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    1. Te veo, Paco, libro y cámara en mano paseando por el jardín de Elizabeth.
      Felices fiestas para ti también.
      Un abrazo

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  7. Bueno, qué interesante todo. Tenía pendiente leer esta entrada porque es un título que tenía en mente como te dije, no había profundizado demasiado en lo qué iba (aunque su título es sugerente) ni en la vida de la autora (con tu entrada me he puesto al día jeje). Precisamente tengo a la autora más en mente por lo mismo que comentas, al sacar Trotalibros el título de Vera, me llamó la atención y me he hecho ya con ella. Espero leerlo en 2022, aunque como también señalas "ya se verá qué leo y que no en 2022", jaja los planes luego suelen irse un poco al traste. Pero sí que tengo intención de leer tanto ese título como este que nos traes, y siento que voy a disfrutar del estilo de la autora. A ver qué tal cuando lo lea... Felices fiestas y feliz año nuevo, muchísima salud tanto para ti como para todos los tuyos. Un abrazo.

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    1. Creo que te gustaría, Magdalena. Yo también tengo muchas ganas de leer Vera. A ver qué nos depara 2022 en cuanto a lecturas.
      Te deseo muy felices fiestas también para ti y los tuyos.
      Un abrazo

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