Desde la línea - Joseph Ponthus

«Escribo como trabajo
En cadena
En línea(s)»

Joseph Ponthus trabajó en una línea de producción. Al no encontrar trabajo en su profesión, la de educador social, en su nueva localidad de residencia a la que se traslada a vivir con la mujer que ama, su esposa, comienza a trabajar en lo que le sale. Lo hace primero en una fábrica de conservas de pescado y congelados. Después, lo hará en un matadero. Desde allí, desde ese lugar que ocupa en la cadena de producción, desde su línea, escribe estas líneas. Porque eso es lo que hace el autor francés: escribir en líneas. Lo suyo no son versos ni poesía. Lo suyo es una prosa sin signos de puntuación en la que tal pareciera que ha pulsado la tecla Enter cuando correspondería tal vez uno de ellos o quizás una pausa en la lectura o puede que ni siquiera eso. Como metáfora, escribir de la línea en líneas desde la línea puede resultar ocurrente, pero, lo ocurrente, no siempre basta para justificarse a sí mismo.

Me gustan los escritores que arriesgan, que juegan con el lenguaje, que rompen con las formas establecidas, pero creo también que, ante toda literatura experimental, hay que preguntarse si el experimento en sí aporta algo. Lo original no siempre suma. Lo diferente ha de servir para algo más que para llamar la atención. Paso a explicarme con algunos ejemplos.

Un tímido ejemplo de coqueteo de ruptura con la prosa convencional me lo encontré en Del color de la leche. Nell Leyshon comienza todas las frases de esa novela en minúscula como guiño a su Mary que no sabía leer ni escribir. Eso sí, para no saber leer ni escribir, salvo el detalle de las minúsculas, la ortografía y gramática de la Mary que nos cuenta la historia de cómo aprendió a leer y escribir es admirablemente buena. En mi opinión, el recurso de la escritora británica no le suma nada a la historia, pero, afortunadamente, pues la novela es una maravilla (no dejéis de tenerla en cuenta si no la habéis leído), tampoco le resta.

Otro ejemplo, pero, en este caso, de apuesta ya clara por la ruptura con la prosa convencional, es la de Eimear McBride en su Una chica es una cosa a medio hacer. La prosa de la irlandesa es de una desestructuración total. Confunde al principio. Dificulta la inmersión inicial en la lectura. Habrá quien se quede definitivamente fuera y no consiga entrar. El estilo de McBride, sin embargo, juega a favor de obra. Se alía con su protagonista y su historia. Dentro de su anarquía, es una prosa de calidad, como también la es la que, al fin y al cabo, no deja de ser prosa convencional de Nell Leyshon.

¿Qué me ha pasado con Joseph Ponthus y su escritura en líneas? Pues la verdad es que, por más vueltas que le doy, sigo sin tenerlo claro. Supongo que es por eso por lo que estoy mareando tanto la perdiz.

Para empezar, su estilo, para mi gusto, es demasiado coloquial. No sé, me falta más elaboración, más curro. Él mismo cuenta que para cada texto ha «escrito y robado dos horas a mi cotidianidad y a mi pareja / Horas a la fábrica / Textos y horas / Como tantos besos robados / Como tanta felicidad». Por cada texto quiero entender que se refiere a cada capítulo de cada una de las dos partes que componen su libro. Son sesenta y seis en total. Y son muy breves. Vamos, que no es que dos horas para cada uno de ellos me parezcan pocas, pero, si es necesario echar dos horas para escribir y otras dos para volver sobre lo escrito, pues se echan.

Para continuar, y creo que ahí está el meollo de todas mis dudas, hete aquí que Joseph Ponthus es muy francés. Bueno, en realidad no sé si es muy o muy poco francés. Lo que sí sé es que es francés, algo de lo que, por supuesto, él no tiene la culpa. Pero tampoco es culpa mía el hecho de que yo no sea francesa.

Desde la línea está, y cito aquí a Regina López Muñoz y su nota de traducción al final del libro, «plagado de referencias históricas, geográficas, musicales, literarias, artísticas y humorísticas», algo de lo que en algunos casos me había dado cuenta y en otros muchos por lo menos había llegado a intuirlo. Y, claro, las referencias vitales de Joseph Ponthus y las mías, como francés y española que somos, son diferentes, algo que, por otra parte, me pasa con la mayoría de escritores y escritoras que acostumbro a leer pero sin que ello suponga un hándicap.

Fábrica en la ciudad portuaria de Lorient, ciudad a la que Joseph Ponthus se mudó con su esposa
Fotografía de Patrick Loste bajo licencia CC BY 2.0

Me ha faltado cultura para leer este libro. Me ha faltado cultura francesa y, en opinión de la traductora y de la editorial, cultura general. Y, oye, que yo no digo que mi nivel cultural sea de cum laude, pero me da que con mi culturilla general me hubiera apañado si hubiera sido francesa y hubiera leído este libro en su idioma original. Y quiero que conste que en todo momento se entiende perfectamente de lo que está hablando y lo que está contando Joseph Ponthus, pero me ha faltado la sal y la pimienta de pillar muchas de sus referencias y alusiones y muchos de sus dobles sentidos. Esto es como cuando te cuentan un chiste: o te ríes espontáneamente al escucharlo o malo; si te lo tienen que explicar, peor; si ni siquiera te lo explican, igual ni te enteras de que te han contado un chiste.

La traductora ofrece al lector algunas notas al texto, cierto es. Sobre el criterio de decisión respecto a qué notas aportar nos explica lo siguiente: «Al hilo de ciertos «juegos» de difícil traducción surgió la cuestión de las notas explicativas, un aspecto que también se vio condicionado por las contraintes formales. Por un lado, y tras consultarlo con la editorial, decidimos reducirlas al mínimo, pues no estamos ante una obra erudita ni una edición crítica. Así pues, establecimos el criterio de incluir notas solo cuando algo requería una pequeña explicación (caso de expresiones o guiños de eminente carga cultural), y cuando se alude a la letra de alguna canción. Por otra parte, en más de una entrevista el autor ha declarado que su decisión de prescindir de los signos de puntuación obedece al hecho de que dichos signos simbolizan unas pausas, unos respiros, que en la fábrica no existen. Sabiendo esto, consideramos conveniente trasladar todas las notas a un apéndice al final del libro, pues consignarlas a pie de página habría quebrado el ritmo de la narración».

De sobra sé que hay textos o guiños particulares dentro de un texto de dificultad añadida e incluso de imposible traducción. No es mi propósito minusvalorar la labor como traductora de Regina López Muñoz, pero sí pienso que el traductor es una especie de co-autor y que ha de ser puente silencioso entre autor y lector. Si no se puede ser silencioso lo que no se ha de dejar de ser nunca es puente. Así, pues, rompe tu silencio en estos casos, traductor o traductora, y déjame una nota. Este, para mí, ha de ser el criterio a seguir.

Las notas que me deja López Muñoz en su mayoría son fragmentos de canciones. Las traduce en el libro y en la nota nos deja la letra original. (Me tengo encontrado con libros que contienen frases en otros idiomas sin traducir y sin que el traductor deje nota con la traducción. En fin, qué le voy a hacer si además de poco culta no soy políglota pero lo que sí soy es curiosa). Respecto a los juegos de palabras, tan solo me he encontrado con una nota que explica uno de ellos. Comienza diciendo: «no nos resistimos a «explicar»», lo cual ya me escama y me hace preguntarme en cuántas ocasiones se han resistido.

A ver, que no estoy pidiendo una edición crítica ni mucho menos, pero lo de cuidar al lector con detalles como por ejemplo el de las notas es algo que vengo tiempo echando de menos en muchos libros. Así, pues, señores editores y señoras editoras, no teman ustedes lastrarnos la lectura con las notas (y ya no entro en el debate de si es mejor situarlas a pie de página o al término de la obra). Sepan ustedes que las notas al texto son como las lentejas: el que las quiere las lee y el que no las deja. 

Yo es que soy muy de lentejas, qué le voy a hacer. Y también de perder el hilo o de coger cualquier hilo e irme con él por los cerros de Úbeda, que diría mi querida Carmen Martín Gaite. Y es que yo, en realidad, no venía aquí a hablar de mi pataleta respecto a las notas. Yo venía aquí a hablar no de mi libro pero sí del de Joseph Ponthus (confío en vuestra culturilla no ya general sino popular y no añado nota ni a esto ni a lo de las lentejas).

Lo primero que tengo que decir del libro de Ponthus es que tiene un ritmo muy ágil. Es lo que tiene el lenguaje coloquial y el no ocupar todo el ancho de las páginas.

Lo segundo que tengo que decir es que se trata de un libro sin pretensiones. Ni es poesía en prosa ni prosa en verso, ni creo que vaya a convertirse en un referente de la literatura obrera, ni probablemente haya sido intención del autor ir más allá de hablar de su experiencia y de sus reflexiones al hilo de las mismas, eso sí, con su particular estilo. Cualquier grandilocuencia que leáis sobre este libro la añade quien sobre él comenta.

tofu, fotografía de Robert Couse-Baker bajo licencia CC BY 2.0
Joseph Ponthus pasó un turno de noche entero escurriendo tofu. Escribe varias páginas sobre ello en la primera parte de este libro. En la segunda recordará tal alienante experiencia al escribir lo siguiente: «La fábrica me ha apaciguado igual que un diván / Si hubiera tenido que volverme loco / Habría ocurrido ya los primeros días con las gambas con el pescado empanado en el matadero / Habría ocurrido la noche del tofu»

Lo tercero que tengo que decir es que no necesito que me lo expliquen todo con notas, que he pillado el hilo de las reflexiones de Ponthus, que le he leído en muchas ocasiones con la misma ligereza que él imprime a su narración por líneas, que me ha conmovido en momentos puntuales y que algunos apuntes que parecen comenzar casi como una tontuna terminan luego por brillar.

Y una vez sentadas estas premisas, bienvenidos ya ¡por fin! a la línea y a la fábrica de Joseph Ponthus.

«Muy pocos lugares conozco que me causen tal impresión
Absoluta existencial radical
Los santuarios griegos
La prisión
Las islas
Y la fábrica
Cuando sales de ellos
No sabes si te incorporas al mundo real o si lo abandonas
Aunque sepamos que no hay mundo real
Pero lo mismo da
Apolo escogió Delfos como centro del mundo y no es casualidad
Atenas escogió el ágora como nacimiento de una idea del mundo y es una necesidad
La prisión escogió la prisión que Foucault escogió
La luz la lluvia y el viento escogieron las islas
Marx y los proletarios escogieron la fábrica
Mundos cerrados
A los que solo se entra por elección
Deliberada
Y de los que no se sale
Cómo decirlo
Uno no sale de un santuario indemne
Uno nunca sale del todo del talego
Uno no sale de una isla sin un suspiro
Uno no sale de la fábrica sin mirar el cielo
La salida
Qué palabra más bonita
Que ya apenas usamos salvo en sentido figurado
Pero entender
Con el cuerpo
Visceralmente
Lo que es la salida»

Factory, fotografía de fdecomite bajo licencia CC BY 2.0

Ponthus busca una salida a su situación de desempleado y de tener que pagar facturas y la salida que encuentra es un callejón sin salida. Entra en un mundo en el que lo que cuenta de ti es tu fuerza de trabajo, tu perenne disponibilidad ante el miedo a que no te vuelvan a llamar, tu perenne disponibilidad ante una repentina llamada de la ETT que te contrata para cambiarte el horario sin que tengas tiempo a adaptar tu vida a ese cambio. La cadena de trabajo es una cadena de contratos, y, entre tanta concatenación, inevitablemente se termina por entrar en la cadena, en la inercia de las condiciones de la temporalidad y la precariedad laboral y en la inercia de la fábrica. El mundo cerrado de la fábrica que es también un mundo paralelo a lo que hay fuera es fuente de frustración, pero también a veces de alegría y liberación. «Qué parte de máquina asimilamos inconscientemente en la fábrica», escribe el amigo Joseph Ponthus.

«La fábrica es
Más que ninguna otra cosa
Una relación con el tiempo
El tiempo que pasa
Que no pasa»

Me ha gustado más la segunda parte del libro que la primera. Esa segunda parte trascurre en el matadero y no cabe duda de que eso, literariamente, da más juego. Proletariamente hablando, Ponthus es destinado con su nuevo empleo a la primera línea de batalla.

«Y todas esas bestias que no cesan de desfilar
Su grasa y su sangre a las que ya me he acostumbrado
A su muerte también
Y ahí dentro ellos
Y ahí dentro yo
Cantando por Trenet
«Con la placidez sencilla del asesino que silba o canta mientras degüella»»

Hay momentos, como digo, que llegan a conmover, como esa manera que tienen los compañeros de mostrarse afecto que es repartir caramelos en los acontecimientos importantes, a veces incluso deslizándolos en bolsillo ajeno de forma anónima; o como cuando la madre del autor le envía 50 euros, lo que él le cuenta que cobra por trabajar un sábado, con una nota que le indica que es para que disfrute de su esposa y de su fin de semana.

Hay reflexiones que me gusta cómo están hilvanadas. Recuerda el autor, por ejemplo, «los dedos amputados de Raymond Kopa a quien di la mano hace muchos años», ese futbolista que «cincuenta años después de sus hazañas [...] todavía vendía sueños», para continuar contando, como si nada, que «En el matadero donde trabajo / Estrecho / Manos cercenadas / En el vestuario / Veo / Patas de palo / Que unos tipos se enfundan» y rematar con ironía dejando caer que pregunta «al jefe cuánto durará esta misión / Me responde / «Mientras te portes bien» / A pesar de los dedos amputados / Las patas de palo / El pie que he estado a pique de perder / El matadero vende sueños» y promete en el aire cierta continuidad. Rememora su última visita a La granja Hurtebise, lugar emblemático en Chemin des Dames en donde tuvo lugar la batalla de Craone durante la Primera Guerra Mundial, y escribe: «Qué relación con el matadero salvo la sangre de la Gran Carnicería / Quizá simplemente la letra de La chanson de craonne que tan a menudo tarareo mientras curro  / «Los que tienen guita / Esos volverán / Porque por ellos la palmamos»». Cuenta que saca a su cachorro a las cuatro de la mañana cuando regresa de currar. Le dice: «Estás vivo Pok Pok mío / Y yo rendido de cansancio / Pero tan feliz de verte vivo y feliz / Qué diferencia con los animales muertos que faeno todo el santo día» y piensa en lo que opinaría de él el pequeño Pok Pok, que siempre se alegra tanto de su llegada y no para de olfatear el olor que trae en sus manos, si supiera a qué se dedica cuando no está en casa. Confiesa también que «Puede que sea una atrocidad reconocerlo pero / Si los jefes me pidieran que sacrificara a las bestias / Yo lo haría / En algo hay que trabajar / Oigo a veces en el descanso a los que curran en el punto de sacrificio / Les doy la mano / Pegamos la hebra / No parecen ni mejores ni peores que yo / Tienen también la mirada remota y cansada / No la de unos bárbaros sanguinarios / Quizá / Seguramente / Algunos también tendrán un perro que querrán con locura / No lo sé». Pienso yo si los que tienen guita, aquellos por los que la palmamos en sentido figurado, no parecerán también ni mejores ni peores que nosotros, si tendrán también un perro al que querrán con locura.

1959 Abattoir au CNRZ-3-cliche, fotografía de Inra, DIST, Jean Joseph Weber bajo licencia CC BY2.0

Joseph Ponthus come en alguna ocasión en el comedor del matadero. Degusta allí carne de primerísima calidad por un módico precio que le descuentan después de la nómina. Le sirven allí la misma carne que antes de llegar al plato protagoniza unas imágenes que se cuelan en los sueños del autor. Trabajos y profesiones los hay variados en esta sociedad que creamos y continuamos entre todos. Los hay mejor y peor valorados, más y menos románticos, más y menos prestigiosos, mejor y peor pagados,... pero todos son necesarios para continuar esa sociedad que hemos creado y a la que tanto nos cuesta renunciar. Y ahí estamos todos, cada uno en nuestra línea, cada uno en nuestro puesto de esa cadena imparable que es la sociedad; ni mejores ni peores unos que otros.

«Sigue sin haber trabajo más allá de la fábrica» y ahí sigue Joseph Ponthus en su fábrica. Sigue sin haber trabajo más allá de mi 'fábrica' y ahí sigo yo en la mía. «[...] aguanto el tirón y escribo», le escribe el autor a su madre. Yo aguanto el tirón y leo. Y es que «la verdadera y única libertad es interior» y ahí, probablemente, Joseph Ponthus y yo seamos más libres que muchos otros.

No trabajo en un fábrica. Si sufriera alguna lesión difícilmente sería por sobresfuerzo físico sino más bien por sedentarismo. No termino extenuada físicamente pero sí termino mi jornada laboral en más ocasiones de las que me gustaría agotada en otro sentido. Sí comparto con Joseph Ponthus la precariedad e inestabilidad laboral, esa que parece haber llegado para quedarse y que ya ni siquiera parece discriminar entre sectores y profesiones. Las píldoras que deja caer en su libro pueden abrir canales a reflexiones que yo no necesito transitar pero que tal vez alguno quiera aventurarse a explorar. Hay fábricas, hay trabajos, hay condiciones laborales que son como un mundo paralelo. Los mundos paralelos tienen la cualidad de no tocarse (aunque en algunos aspectos cada vez son más convergentes), pero suele ocurrir, también, que uno de esos dos mundos es más consciente que el otro de la existencia de ambos. Se necesita una labor de traducción, se necesitan puentes entre ambos mundos, pues, al fin y al cabo, seamos habitantes de uno u otro mundo, todos, como hace Joseph Ponthus en su línea, «Empujamos nuestras canales / Lo que hace todo el mundo en el fondo bregar con sus canales».

No sé cómo calificar este libro. Creo que lo más certero será decir que se asemeja a algo así como un diario concebido con destino a la publicación. En cualquier caso, me ha resultado una lectura interesante, de la que probablemente me he perdido matices por lo que ya he comentado (siendo además como es un libro cuyo plato fuerte está en esos matices, ya que su prosa en línea se me ha hecho muy plana), pero de la que también pienso que podría haber dado más de sí.

Me estoy dando cuenta de que me he puesto más solemne de lo que pretendía. Puedo prometer y prometo que la única pataleta que tengo es la de las notas. Voy a ir acercándome, pues, al punto final de esta entrada. El libro, carente como ya he dicho de signos de puntuación, evidentemente no tiene. «Hay que nunca pondré / Un Punto final / A la línea», escribe Joseph Ponthus. Irónicamente, fue la vida la que puso el punto final a la línea de la suya. Joseph Ponthus murió de cáncer a principios de este año, poco después de que se publicara su premiado y exitoso libro en España. Esto no lo sé cuando me fijo en este libro pero sí me entero antes de comenzar a leerlo. Nacido en 1978, leo cuando siento curiosidad y busco información sobre el autor. Un año menos que yo y ya muerto, no puedo evitar pensar cuando inmediatamente leo la fecha de su muerte, así como que somos «Vidas minúsculas y paralelas» en esa línea de producción que es la vida.

Desde las líneas imperceptibles que forman los píxeles de la pantalla que comparten mi ordenador personal y el ordenador desde el que teletrabajo os cuento que, tras ni quiero contar cuantos contratos encadenados durante más de un año,... ¡por fin he disfrutado de unos días de vacaciones! Todo muy legal, y esto no lo digo con ironía. Las vacaciones son uno de esos derechos del que gozan los habitantes de uno de los dos mundos paralelos y uno de los privilegios que los habitantes del otro conquistan de vez en cuando y, mientras tanto, tan felices por tener curro («No a estos no / Son buena gente / Dan curro», soñaba Joseph Ponthus con decir a los encapuchados de una manifestación a la que le hubiera gustado acudir ante una hipotética situación de estos ante la oficina de la ETT que le daba trabajo). La asunción de nuestra condición de mercenarios es el derecho que, como contrapartida, gozamos los de uno de esos dos mundos mientras que para los del otro escapar al autoengaño es un privilegio que alcanzan de vez en cuando. Es desde esa «Magia de la servidumbre voluntaria» que, en mayor o menor grado, compartimos tanto los de un mundo como los del otro, y desde esas líneas de mi pantalla que ahora son las líneas de aquellas otras desde las que me leéis, desde las que pongo, pues, no mi punto final, pero sí mi punto de hasta la próxima lectura.

Trabajadores precarios disfrutan de su almuerzo desde su particular y famosa línea en el Rockefeller Center de Nueva York
Lunch atop a Skyscraper, fotografía en dominio público de autor anónimo (se cree que su autor es
el fotógrafo estadounidense Charles Clyde Ebbets) publicada el 2 de octubre de 1932 en el New York Herald-Tribune
Fuente: 
https://petterssonorg.files.wordpress.com/2013/01/rockefeller-center-1932.jpg





Ficha del libro: 
Traductora: Regina López Muñoz
Editorial: Siruela
Año de publicación: 2021
Nº de páginas: 252
ISBN: 978-84-18436-87-1
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Comentarios

  1. Lorena..., esa forma de escribir creo que terminaría mareándome, no es para mi y eso que yo también me topo de vez en cuando con alguna prosa peculiar y totalmente innovadora, y alguna la disfruto mucho porque también me gustan los autores que arriesgan.
    Pero el tema de la ¿novela? Tampoco me atrae como para leerla.
    Estoy de acuerdo contigo en lo que dices sobre las traducciones, las notas (yo también soy de leerlas y las agradezco la mayor parte de las veces.
    Yo afortunadamente no sufro precariedad laboral, ahora, bueno hace ya mucho tiempo (desde que saqué mi plaza en la biblio), pero sí la sufrí muchos años. Lo de las ETTs es una vergüenza, yo las prohibiría o bien las regularía de forma que se les obligara a proporcionar trabajos en buenas condiciones, tanto monetarias como laborales, pero son explotadoras y solo van a ganar ellos el máximo de lo que tendría que ganar el trabajador.
    En fin, paro, que me enciendo...
    Veo que a pesar de todo, este libro incalificable te ha resultado interesante, le has sacado su punto, con algunas de sus reflexiones y algunas partes que te han parecido curiosas
    Yo, lo descarto totalmente, aunque agradezco haber leído tu reseña y saber lo que hay.
    Besos

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    1. Las ETTs, como indican las iniciales que forman el acrónimo, son empresas de trabajo temporal, y hay que admitir que hay sectores o períodos temporales determinados en los que esa necesidad de la temporalidad se da sí o sí, así como que puede haber momentos de la vida en los que al propio trabajador le pueda interesar bien porque sea estudiante o por otros motivos. El problema es que se está utilizando esa temporalidad para cubrir puestos que podrían ser perfectamente estables. Incluso hay empresas que solo hacen nuevas contrataciones a través de ETTs y cuando el trabajador ha estado el máximo de tiempo que se puede estar contratado así se va a la calle. Por eso las ETTs han crecido como setas. La ley intenta dar flexibilidad a las empresas, pero ya se sabe que quien hizo la ley hizo la trampa. Y no se trata de no apoyar al tejido empresarial, que no deja de ser riqueza para un país, pero está visto adonde nos está conduciendo esa flexibilidad, así que habría que buscar otro camino. También es verdad que cuando en un sector algunas empresas adoptan un modelo que les beneficia económicamente, para el resto es difícil seguir siendo competitivas si no se suman al carro. Bueno, el debate sería largo, Marian.
      En cuanto al libro (no me atrevo a llamarlo novela), efectivamente no me he ido de vacío, pero es cierto que tanto el estilo como la calidad narrativa me ha planteado muchas dudas. Es sencillo de leer, seguro que no te marearías. Pero si no te atrae ni la temática ni el estilo, haces bien en dejarlo pasar.
      Besos

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  2. Escribir omitiendo los signos de puntuación dejando los mismos al lector, que es quien debe en su mente ir haciendo las debidas pausas, no es algo excesivamente novedoso. Puede gustar más o menos pero tampoco es lo que deba primar en un libro. Más gordo me parece la debida aclaración en forma de notas al pie o al final de cuanto pueda resultar confuso para un lector poco iniciado en la cultura de donde procede el escritor. Pienso no obstante que los españoles no estamos tan lejos de la francesa, pero lo digo sin haber leído a Ponthus y por tanto estoy convencido de meter la pata hasta el corvejón.
    La historia que se cuenta no me resulta demasiado atrayente. Es verdad que la precariedad entre los jóvenes es brutal y que el asunto hay que tocarlo y enfrentarse a él. Pero como diletante de la literatura creo que esta novela no me atraería.
    Tu reseña me ha gustado mucho, en especial por la parte primera en la que reflexionas en voz alta sobre las notas, el papel de los traductores, el porqué de poner más o menos aclaraciones en un libro, etc., etc. A mí estas cuestiones que podría llamar de metalectura o con arrojo imperdonable de metarreseña me encantan (ja, ja...). Vamos que para nada pienso que te hayas ido por los cerros de Úbeda, querida Lorena.
    Un beso grande

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    1. Ir, me voy, otra cosa es que mis paseos, al que pasee conmigo, puedan agradar más o menos. Lo de metarreseña me ha encantado, por cierto ;)
      Es cierto que no hay gran diferencia cultural entre Francia y España. Ambas son culturas occidentales, europeas y además se trata de países vecinos. Pero sí que creo que en este libro abundan referencias demasiado locales que, en mi opinión, el lector español no tiene por qué conocer. Y me da, además, la impresión de que el autor ha tirado de humor e ironía con esas referencias, con lo cual se pierde un poco la salsa del libro. Un libro, por otra parte, que, salvo ciertas anécdotas personales como por ejemplo las de la madre, el perro o los caramelos que cito en la reseña, se apoya en esas referencias. Pero por supuesto que el libro se lee muy bien y se entiende perfectamente lo que cuenta el autor, es solo que me he quedado con la sensación de no encontrarle del todo la gracia en muchos casos.
      El problema de la temporalidad, Juan Carlos, es que está afectando tanto a jóvenes como a no tan jóvenes.
      Besos

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  3. Ya sabes que este libro lo leí hace unos meses. Es un libro interesante. Comparto contigo el tema de las notas y de la traducción. Pero bueno, yo me quedé más con el tema del libro. El mundo del trabajo. Yo me quedé un poco pasmada cuando me enteré que el autor ya esta muerto. Un abrazo y hasta la siguiente lectura.

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    1. A mí también me impactó saber de la muerte de Joseph Ponthus.
      Me alegra saber que compartimos impresiones acerca de las notas y la traducción. Por momentos pensaba que podría ser una mera sensación mía y que podía estar siendo un poco quisquillosa al respecto. Con todo, la lectura no ha dejado de ser interesante, por lo que te agradezco que me hayas hecho fijarme en ella.
      Un abrazo

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  4. Valoro la originalidad y la innovación en las novelas, pero me gusta en la estructura, en el contenido, en la forma de narrar. No me suele seducir en la forma, en la sintaxis; me despedí de Cela para siempre con uno de sus últimos libros, ya no recuerdo el título, en el que prescindía de todo signo de puntuación.
    El otro día en una librería vi Desde la línea y me atrajo por las reseñas que había leído y por es original portada. Cuando le eché un vistazo y e hice una hojeada, volví a posarlo. ya las reseñas me habían ido disuadiendo. Esta tuya, a pesar de que veo que lo valoras y te ha resultado interesante, termina de convencerme de pasar a otra cosa de las muchas que tengo pendientes. De no ser por ello, tal vez mereciera que lo intentara, pero se me acumula demasiado.
    Tu reseña, magnífica.
    Un beso.

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    1. Este tipo de 'originalidades' normalmente o salen muy bien o todo lo contrario. Como digo en la reseña o aportan algo o para qué. Y en este caso pienso que no aporta nada. Me quedo con la duda ya irresoluble de poder leer algo del autor en un estilo más convencional. Creo que tiene potencial. Tiene cultura e inteligencia; se le nota por como hila las reflexiones y por el humor que le imprime al texto. Pero sigo pensando que la prosa podría estar más trabajada.
      He leído pocas reseñas de este libro pero la mayoría muy favorables. Aun así, si no me ha convencido plenamente no ha sido por ellas, pues a este tipo de lecturas llego con más curiosidad que expectativas. Sí que me ha resultado interesante (más la segunda parte que la primera), pero también estoy segura de que entre tus pendientes hay libros mejores que este.
      Me alegro de que, por lo menos, hayas disfrutado de la reseña.
      Besos

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  5. No me veo con este libro en esta ocasión. No creo que llegara a disfrutarlo como tú. Esa ausencia de puntuación me desconcentraría mucho y el tema no me termina de llamar.
    Besotes!!!

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    1. Al estar escrito en líneas, como dice el autor, esa ausencia de puntuación no lastra la lectura, pero, si ni siquiera te llama la temática, pues mejor lo dejas pasar.
      Besos

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  6. Me parece casi una actualización de Upton Sinclair, el de "La jungla", donde describe el trabajo alienante en un matadero y la situación de precariedad de una familia de trabajadores inmigrantes en la gran América. Lo que me fascina es el formato elegido, parece poesía. En crudo, pero imagino que en el original francés tendrá toda su musicalidad. Una novela-poesía de temática obrera (un sector invisibilizado a día de hoy) es de lo más atrevido para los tiempos que corren. Y digo como Rosa, la portada es un gancho genial. Un abrazo.

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    1. Recuerdo tu reseña del libro de Sinclair. Me acordé de ella no solo por el trabajo en el matadero, sino porque Josepk Ponthus menciona La jungla en su libro en una ocasión.
      No he sentido esa poesía ni esa musicalidad al leer este libro, aunque es más que probable que mucho de ello se pierda en la traducción. Con todo, una lectura interesante.
      Un abrazo

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  7. Esa ausencia de puntuación me parece bastante interesante, bonito post❤

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    1. El libro en sí es interesante. La ausencia de puntuación, en mi opinión, no aporta nada, pero puede haber lectores a los que les pueda parecer interesante.
      Gracias por la visita.

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