Un mundo al alcance de la mano - Maylis de Kerangal

Lo suyo sería crear un trampantojo de letras; hacer revivir un mundo surgido de la ilusión que formase el conjunto de mis palabras; que dejaseis de leer esto que estoy escribiendo para solo imaginar, que, al fin y al cabo, no es otra cosa sino ver. Lo suyo sería que notarais en las yemas de vuestros dedos el golpeteo de las mías sobre las teclas de mi teclado, vuestro cuello y espalda rígidos, la sobrecarga en el trapecio y el dolor ocasionado por esta que viaja hacia el brazo al encuentro del que sube desde la muñeca tensionada, puro dolor físico producido por mi mala postura y mi exceso de concentración. Lo suyo sería que, al posar vuestra mirada sobre este texto, sintierais la sequedad en los ojos producida por mi exposición al brillo de la pantalla; que nuestros ojos enrojecidos se encontraran en la mágica confluencia del monitor en el que brota lo que escribo y aquel otro en el que vosotros lo recibís; que de esa pantalla pasarais a aquella otra más benigna con mis ojos, y por tanto con los vuestros, del lector en el que he leído este libro que inspira este patético e infructuoso intento de comunión entre seres humanos que no se han visto en ocasión alguna. Lo suyo sería que ese e-book que yo he leído y que ahora mismo estáis, por obra del trampantojo, sosteniendo en vuestras manos, se materializase en libro de papel; que rozarais sus páginas al pasarlas y detectarais su calidad y calidez; que de ese papel os retrotrajerais al papiro, al pergamino, a las tablillas sobre las que se cincelaron las primeras formas de escritura; que sintierais nuevamente el dolor necesario para pasar por todas esas formas que son los antepasados de este libro que llega a nuestras manos, el sacrificio, por ejemplo, de los ternerillos y embriones para fabricar las hermosas vitelas de antaño, tal y como nos cuenta Irene Vallejo en su El infinito en un junco; que pensarais, como yo estoy pensando en este momento, en qué lugar del presente se está explotando a algún ser humano, de dónde proceden y cómo se consiguen los materiales con los que se ha construido ese lector electrónico en el que he leído, y a estas alturas casi afirmarías haber leído también, fin por ahora de la cadena del soporte de la escritura. Lo suyo sería que de ese papel en el que probablemente siempre me imagináis leyendo desapareciera ahora el fondo blanco y que solo prestarais por tanto atención a las letras negras que de él emergen; que observarais, hasta no ver nada más, la tinta que las fija; que recorrierais, como habéis hecho con el soporte que las contiene, su historia; que la descompusierais en sus múltiples y variados componentes; que olierais cada uno de ellos e incluso los saborearais a través de esa relación tan íntima y cómplice entre el olfato y el gusto. Lo suyo sería que os descubrierais otra vez encorvados, y no porque inconscientemente yo haya ido separando mi espalda del respaldo de mi silla, cada vez, pues, más pegada a mi pantalla, sino porque ahora sois amanuenses: para algunos simples copistas, reproductores, plagiadores anónimos y silenciosos; para otros, en cambio, resucitadores de historias e información porque «la reproducción está dotada de vida». Lo suyo sería que de la conversión en esos amanuenses viajarais otra vez por la historia de la escritura; otra vez atrás en el tiempo hasta el nacimiento de los primeros alfabetos; ir incluso más lejos, hacia aquellos tiempos en los que el pre precede a aquello que conocemos como historia y es por tanto la palabra la que viaja, pues nosotros no sabemos aún cómo fijarla y hacerla imperecedera; esos tiempos de historias trasmitidas al calor de una hoguera, el cielo estrellado o, si el tiempo no lo permite, el interior de una cueva y, en sus paredes, pinturas rupestres como las que aparecerán o nos reproducirán en esta novela: otra forma de contar historias y otra vez los colores, las tinturas y el viaje esta vez hacia adelante, más allá incluso del punto de partida de esta entrada que somos nosotros y es el ahora, hacia lo aún no vivido, imaginando, quizá, «un tiempo en que los hombres no fueran ya más que un lejano recuerdo, un tiempo en que no fueran más que mitos, leyenda, presencias en los relatos de las criaturas que habitaran por entonces la Tierra -¿quién puede creer aún en los hombres, [...]?» Quien sea víctima del trampantojo y la ilusión creada por su arte, supongo. Sí, lo suyo sería que yo consiguiera todo esto con mis palabras; que sintierais a través de ellas el hermanamiento de tiempos y lugares; que pudiera ofreceros, además, el hipnótico regalo de la belleza. Lo suyo sería que yo fuera Maylis de Kerangal, pero siento deciros que no lo soy.

Si yo fuera Maylis de Kerangal, mis palabras serían pinceladas; mis frases, trazos; mis párrafos, frescos; el conjunto, una obra de arte. Y una obra de arte es todo aquello que trasmite; que canaliza emociones; que nos para, nos absorbe, centra nuestra atención en ella y nos hace olvidarnos de todo lo demás; que nos hace ir más allá de la mera observación, ver en donde antes solo mirábamos; que nos pone, en definitiva y como reza el título de esta obra de mi admirada escritora francesa, un mundo al alcance de la mano. Una obra de arte hace todo esto y lo hace además de manera hermosa, con una belleza que no tiene por qué ser complaciente, que puede incluso parecer fea y ser violenta y cruel, que puede también, como es el caso, ser serena e hipnótica. La obra de arte cuenta una historia y esa historia puede ser una historia pequeña, apenas nimia. Lo que hace grande la obra de arte es la mano del artista, su talento, su pericia en la técnica empleada, la calidad de la materia prima utilizada, la pasión y el sentimiento que pone en su elaboración, la pasión y el sentimiento que logra transmitir. Lo que hace grande la obra de arte es la comunicación que se establece entre artista y observador. Ahí está la magia. Sin comunicación no hay obra de arte; puede haber obra, pero no hay arte.

La historia que nos cuenta Maylis de Kerangal en Un mundo al alcance de la mano es una historia sencilla. Podría contárosla en unas pocas frases y podría hacerlo yo, para eso no necesito a su autora, pero, claro, así tendría escaso interés para vosotros y para cualquiera. Podría, además, contárosla toda sin temor a hacer spoiler, pues lo importante en esta historia no es el qué, lo importante en ella es el cómo. Leer Un mundo al alcance de la mano es una experiencia de lectura. No es una novela perfecta ni mucho menos. Habrá quien piense que se pierde en la forma. Habrá quien acuse el estilo de la autora de demasiado elaborado y no les faltará, a quienes así lo hagan, la razón. No es una lectura para todo el mundo, no al menos para quienes no gusten de la lentitud y del recrearse. De Kerangal escribe como pintan los protagonistas de este libro pero no se limita a ofrecernos en sus páginas el resultado de las pinturas de esos chicos, sino que nos ofrece todo el proceso de elaboración, aquello que corre soterrado a cada obra de arte y que si no se detecta aunque sin verse en el resultado es que ese resultado no está logrado.

«De entre la veintena de alumnos formados en la Escuela de Pintura, 30 bis de la rue du Métal de Bruselas, entre octubre de 2007 y marzo de 2008, tres de ellos continuaron manteniendo amistad, pasándose contactos y obras, avisándose de los planes chungos, echándose una mano para acabar un trabajo en los plazos acordados, y esos tres» son Paula, Jonas y Kate. Kate se me antoja un personaje un tanto prescindible. Paula es la auténtica protagonista de esta novela, y de sus manos y sus ojos recorreremos las páginas de la misma.

Paula podría haber sido una chica parisina cualquier sino fuera porque Paula, no solo está a punto de descubrir su vocación, sino que va a tener la oportunidad de dedicarse a ella. De hecho, Paula era un chicuela cualquiera hasta que ingresó en la famosa escuela de pintura de Bruselas. 

Sus padres reaccionan ante su decisión con cierto estupor. Por una parte, se sienten aliviados porque Paula ha escogida por fin una profesión, algo práctico, además, que seguro le facilitará después la incorporación al mundo laboral; por otra, sienten cierta decepción: ¿decoración? ¿es eso pintar de verdad? Y sí, lo que se enseña en el 30 bis de la rue du Métal de Bruselas no es otra cosa que la técnica del trampantojo o del trompe-l'œil, como se dice en francés, pero, por muy bien que suene en francés, el nombre de esa técnica no deja de sugerir cierta trampa y artificio, cierta falta de autenticidad. Como le dice Kate a Paula durante una crisis: «estoy harta de copiar, de imitar, de reproducir, de qué sirve, vamos, te escucho». «Sirve para imaginar», le responde Paula despejando así de una sentencia todas las dudas de su amiga. Que esta respuesta no os incite a pensar que Paula nunca flaquea.

La estancia de Paula en la escuela de pintura bruselense no difiere mucho de las experiencias vividas por cualquiera de nosotros en nuestra juventud: la timidez de la llegada, la incorporación al grupo, el grupo como familia, la posterior dispersión, ella y sus íntimos Jonas y Kate dentro del grupo, «aquellas noches en blanco pasadas pintando codo con codo para depositar al alba sus trabajos en el gran despacho de la directora de la Escuela, como un tributo y como una ofrenda, aquellas noches eran su bien común, la base de su amistad, un stock de imágenes y sensaciones del que volvían a echar mano con manifiesto placer en cuanto se reencontraban, recargando en su relato la urgencia, el cansancio y la duda, exagerando el menor incidente, [...], recreando las escenas en las que se deleitaban pareciendo ridículos, ignorantes, currutacos ante la pintura, antihéroes de una epopeya cansina y bufona de la que salían tanto más victoriosos cuanto que habían rozado la catástrofe, tanto más valerosos cuanto que habían vagado en las tinieblas, tanto más ingeniosos cuanto que todo parecía haberse ido a la mierda, y esos relatos tenían ya la fuerza de un ritual: eran el paso obligado del retorno, funcionaban como un abrazo», un abrazo en el que queda al margen la vida sentimental de cada uno, bromas y risas como evasivas porque casi siempre «los tres callaban el amor».

Paula encuentra un piso compartido en el que alojarse durante el curso y así es como conoce a Jonas. «Su vida común incorpora los silencios, las ausencias, las evasivas, no exige verlo todo, saberlo todo del otro, rascarlo todo, limarlo todo, no exige todo, sino que se las arregla con lo que resiste dentro, moderado, incompartible», «como si el contenido de toda conversación se hubiera vuelto accesorio y se tratara tan solo de vivir los dos en el mismo lugar del mundo». Pero llega el final del curso y ese mismo mundo que era común y que ahora ambos tienen al alcance de su mano y de sus ojos es el que los separa. Llega el fin del curso y con él «la idea de que vivir libre exige separarse».

Los seis meses en la escuela del 30 bis de la rue du Métal no son solo meses de aprendizaje vital, sino que son también meses para aprender un trabajo, una profesión, una técnica, y ningún aprendizaje es sencillo y está exento de su correspondiente contrapartida. Paula no sospechaba del sacrificio y del dolor, del aislamiento respecto a su vida anterior, de sus pies maltrechos sosteniendo el peso de su cuerpo durante todo el día, del brazo permanentemente suspendido en el aire sin sujeción, de sus ojos agotados de ver y por la falta de sueño, esos ojos con un leve estrabismo divergente, «a la derecha: ojo negro, obsidiana, es tu perfil cuando escruta; a la izquierda: ojo verde, cabeza de brócoli, es tu perfil cuando se deja llevar», así la pinta Jonas en una ocasión: «las dos Paulas», resume a pie de página en el dibujo.

«Aprende a ver. Le arden los ojos. Estallados, solicitados como nunca hasta entonces, o sea abiertos dieciocho horas de cada veinticuatro -media que incluirá posteriormente las noches en blanco trabajando, y las noches de fiesta-. Por la mañana, le parpadean sin cesar como si estuviera a plena luz, los párpados vibrando de continuo, alas de mariposa, pero, a la anochecida, los siente debilitarse, el ojo izquierdo le falla, tira hacia un lado como se inclina sobre un talud la hierba fresca al borde del camino. Los cuida, se enjuaga los párpados con agua de aciano, se pone bolsitas de té congelado, prueba con geles y colirios pero nada mitiga la sensación de tener los ojos fatigados, secos, las pupilas rígidas, nada impide la formación de ojeras oscuras y pertinaces: marcas en la cara, el estigma de la transformación y de la metamorfosis».

Décors pour la Rome de César (Cinecittà), fotografía de Jean-Pierre Dalbéra bajo licencia CC BY 2.0

Transformación y metamorfosis es lo que se opera en Paula durante ese curso. Ha aprendido a ver. Ha aprendido a conseguir que otros vean a través de su trabajo. La vuelta a ese mundo del que se escindió al ingresar en la escuela es complicada. Se siente perdida, no encuentra su lugar. De repente, de manera fortuita, llega un primer proyecto y, tras su culminación, Paula sabe que ya no podrá parar: Paula no quiere parar. Encadena trabajo tras trabajo, entra en la locura y espiral de la precariedad e inestabilidad laboral de los freelance. Viaja por Europa de proyecto en proyecto. Se costea sus propios billetes de avión. Ocupa una habitación de hotel igual a la anterior. Chapurrea idiomas con desenvoltura y se mimetiza con soltura en los diferentes ambientes. Entre trabajo y trabajo, si no surge alguna otra oportunidad, ocupa temporalmente su antiguo cuarto en casa de sus padres. Se ha sumado «a la caterva de trabajadores nómadas, los que se desplazan a lo largo del año, y a veces lejos, al albur de sus contratos». «Adquiere el ritmo ágil de las chicas desenvueltas, pragmáticas, de las que saltan a los trenes, toman autobuses de largas distancias, se maquillan en los espejos de los retrovisores, beben del grifo y entablan conversación con desconocidos, esas chicas vivaces que se abren paso fácilmente en la multitud, no se eternizan nunca en los sitios y se dan el piro, sonrientes, sin mirar tras ellas, ya lejos, ya en otra parte. Pero esa novedosa efervescencia, que por otra parte le gusta lo suyo escenificar, extremando bastante el ajetreo, dándose aires, clamando «¡se me ha hecho tardísimo!» cada dos por tres, exagerando el número de horas sin dormir o la dificultad de sus intervenciones, perturba su lucidez: no está en condiciones de cobrar conciencia de que la precariedad se ha convertido en la condición de su existencia y la inestabilidad en su modo de vida, ignora hasta qué punto se ha vuelto vulnerable, y desconoce su soledad».

La soledad se desvanece en los momentos en los que Paula logra sentirse parte de un todo, cuando es una más en el engranaje de un equipo que logra el milagro de la reproducción, de ese devolver a la vida. Entonces «los prehistoriadores pasan a ser artistas, los artistas plásticos pasan a ser sabios, los arqueólogos imaginan escenografías, cada cual se descentra, cada cual se desplaza al paisaje del otro. Replicar [...] es hacer[...] visible para retratar[...]. Es hacer[...] volver. Es también percibir[...], como se percibe una réplica algún tiempo después de la sacudida sísmica».

«Solo los lugares permanecen al final, al final de todo, se dice al borde de las lágrimas, solo los lugares continúan, como ruinas, como musgo, persisten, una lona que restalla sobre una barra de metal, habitaciones vacías tras un andamio, una losa de hormigón hendida por las hierbas. Sus zapatos están enlodados y sus ojos consumidos».

«Y Paula avanza, ella liga esos mundos, tiene los ojos apropiados». Ella reaparece los lugares desaparecidos. Quién puede, pues, refutarle que dedicarse al trampantojo, a ese arte de la ilusión, no es pintar de verdad, si, precisamente, lo que ella hace se percibe como verdad.

El libro se inicia con una especie de kōan que dice: «¿Hace el viento ruido en los árboles cuando no hay nadie para oírlo?» Asimismo Paula se preguntará en esta novela «si las pinturas seguían existiendo cuando no había ya nadie para mirarlas». Es la percepción lo que hace que algo exista más que la existencia en sí de ese algo. Y vuelvo sobre esa idea de casi al principio de esta entrada de cómo se percibirá a la humanidad cuando esta ya no exista, suponiendo que exista alguien para percibirnos. Será nuestro arte, o lo que de él quede o dejemos, quien nos cuente, afortunadamente, y no nuestros actos, un trampantojo, creo, mucho más benigno con nosotros que estos últimos. Creo también que, aunque de manera muy sutil, hay un intento por poner en liza esta idea, así como por abogar por la conexión existente entre los diferentes tiempos y lugares, como una especie de hermanamiento, incluso con aquellos que perpetran esos actos que no nos dejan muy bien parados como especie pero que también contribuyen a que seamos quienes somos.

Un mundo al alcance de la mano es un libro sobre el descubrimiento. Sobre el descubrimiento de una vocación, de una manera de vivir y de una forma de ver. Sobre el descubrimiento de la amistad y sobre el descubrimiento del amor, pero de un amor que nace de manera tranquila y se instala dentro de uno como se instala lo que nos transmite una obra de arte. No deja de producirnos cierto asombro esa comunicación silenciosa entre ese tipo de amantes y «como el asombro produce luz, son luminosos, de una luminosidad violenta, ambos, nuevos y resueltos, explorando el placer como una pared sensible, utilizando todo el cuerpo, la piel, las palmas de las manos, la lengua, las pestañas, y como si se pintaran el uno al otro, como si se hubieran convertido en pinceles, y se difuminaran, se frotaran, se calcaran, destacando las venas azules y las pecas, los pliegues, la ingle y el interior de las rodillas».

Un mundo al alcance de la mano, al igual que ese amor, es un libro hermoso. Siento, por tanto, no haber sido capaz de escribir una entrada a la altura de tanta belleza. Lo suyo, pues, es que lo leáis. Lo suyo es que dejéis que sea Mayilis de Kerangal quien os ponga ese mundo al alcance de la mano. Un mundo «cálido, móvil, vivo, sonoro, la belleza no se agota, la belleza no tiene fin». Yo, al menos, con Maylis de Kerangal nunca conozco ese fin.

1 Lascaux Cave, France, fotografía de Bayes Ahmed bajo licencia CC BY 2.0





Ficha del libro:
Traductor: Javier Albiñana Serraín
Editorial: Anagrama
Nº de páginas: 256
Año de publicación: 2020
ISBN: 978-84-339-8058-8
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Comentarios

  1. Pues yo creo que ha estado a la altura, porque me has dejado con muchas ganas de leerlo. Un placer leerte.
    Besotes!!!

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    1. Gracias, Margari. Ya me contarás si te animas. Es una autora magnífica. Todo lo que he leído de ella me ha encantado.
      Besos

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  2. No sé si tu entrada está a la altura de la belleza del libro, pero desde luego, creo que has superado la altura alcanzada hasta ahora, que no era poca.
    La primera parte de tu reseña me ha tenido prendida y prendada de tus palabras. Me ha parecido una preciosa obra de arte.
    Conocí por ti a Maylis de Kerangal con Lampedusa y ahora me has dejado unas enormes ganas de leer este otro libro.
    Un beso.

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    1. Si he conseguido parte, bien que me alegro. Alcanzar el talento de de Kerangal bien sé que no. El tema que toca la autora en este novela toca menos que el de otros libros como Lampedusa o Reparar a los vivos, pero, igualmente, esa prosa interminable que se posa en cada detalle (tal vez en Lampedusa esté menos presente que en sus otras obras) está ahí y el que guste de esa cámara lenta y de esa minuciosidad, sin duda la disfrutará.
      Soy muy fan de Maylis de Kerangal, así que me alegro de redescubrírtela.
      Besos

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  3. No estoy de acuerdo contigo, Lorena. Yo al menos sí he sentido la belleza del argumento de la novela en tus palabras. Me encantan esos personajes que sufren transformaciones fuertes a lo largo de la lectura y has conseguido que me apetezca mucho conocer a Maylis de Kerangal (la conocía por Lampedusa, aunque no he tenido el placer todavía de leerla). Por cierto, me ha flipado esta frase tuya: "Si yo fuera Maylis de Kerangal, mis palabras serían pinceladas; mis frases, trazos; mis párrafos, frescos; el conjunto, una obra de arte". SI es que estás hecha toda una grandísima escritora
    Besos

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    1. Bueno, es que de Kerangal escribe un poco como dice esa frase y, además, la metáfora de la pintura era muy oportuna para esta novela.
      Además de Lampedusa he leído también Repara a los vivos, que para mí es una de esas lecturas especiales que todo lector tiene, y Nacimiento de un puente, el que menos me ha gustado (no porque lo considere peor) hasta la fecha aunque toca temas interesantes y tiene el estilo Maylis inconfundible. Sigo a la autora, como puedes ver. Ya me contarás si te animas.
      Besos

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  4. Pues lo has hecho de maravilla para no ser Maylis de Kerangal. Me llevo este libro y volveré a releerte cuando lea el libro. Un abrazo

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    1. Me alegra haber captado tu atención sobre esta novela. Me encantará que me cuentes tus impresiones cuando la leas, Esther.
      Un abrazo

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  5. ¿Pero cómo dices que no has estado a la altura? Jejeje... pero si la reseña es tremenda. A ver, yo a este libro le tendría que dedicar un momento concreto. Creo que no es una lectura para cogerla en cualquier momento. Besos

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    1. De Kerangal es una autora a la que hay que dedicarle tiempo y leerla completamente metida en la lectura. Como digo en la reseña, su estilo narrativo puede no ser del gusto de muchos lectores. Ya me contarás si en algún momento te animas.
      Besos

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