Temporada de huracanes - Fernanda Melchor

«Le decían la Bruja, igual que a su madre: la Bruja Chica cuando la vieja empezó el negocio de las curaciones y los maleficios, y la Bruja a secas cuando se quedó sola, allá por el año del deslave. Si acaso tuvo otro nombre, inscrito en un papel ajado por el paso del tiempo y los gusanos, oculto tal vez en uno de esos armarios que la vieja atiborraba de bolsas y trapos mugrientos y mechones de cabello arrancado y huesos y restos de comida, si alguna vez llegó a tener un nombre de pila y apellidos como el resto de la gente del pueblo fue algo que nadie supo nunca, ni siquiera las mujeres que visitaban la casa los viernes oyeron nunca que la llamara de otra manera. Era siempre tú, zonza, o tú, cabrona, o tú, pinche jija del diablo cuando quería que la Chica fuera a su lado, o que se callara, o simplemente para que se estuviera quieta debajo de la mesa y la dejara escuchar las quejas de las mujeres, los gimoteos con los que salpimentaban sus cuitas, achaques y desvelos, los sueños de parientes muertos, las broncas con aquellos aún vivos y el dinero, casi siempre era el dinero, pero también el marido, y las putas esas de la carretera, y que yo no sé por qué me abandonan justo cuando más ilusionada me siento, le lloraban, y todo para qué, gemían, mejor era morirse ya, de una vez, que nadie nunca sepa que existieron, y con la esquina del rebozo se limpiaban la cara que de todos modos se cubrían al salir de la cocina de la Bruja, porque no fuera a ser que luego dijeran, una nunca sabía, con lo chismosa que era la gente del pueblo, de que una iba con la Bruja porque se tramaba una venganza contra alguien, un maleficio contra la cusca que andaba sonsacando al marido, porque no faltaba la que inventaba falsos cuando una inocentemente lo que nomás andaba buscando era un remedio para el empacho deste pinche chamaco atascado que se zampó solito un kilo de papas, o un té que sirviera para espantarse el cansancio o una pomada para los desarreglos del vientre, pues, o nomás sentarse ahí un rato en la cocina a desahogar el pecho, liberar la pena, el dolor que aleteaba sin esperanza en sus gañotes».

Le decían la Bruja. Antes, cuando la madre aún vivía, le decían la Bruja Chica. Fueron los días previos al deslave del año setenta y ocho cuando se quedó sola en esa casa que visitaban los viernes las mujeres. Fue que el Chica que acompañaba al nombre por el que todos la conocían comenzó a difuminarse los días inmediatamente anteriores a que el huracán comenzara a azotar fuertemente contra la costa, cuando el agua cayó atronadora sobre los campos durante días enteros sumiéndolo todo en lodazal y desastre. Pasaron años hasta que La Matosa volvió a poblarse, años hasta que se levantaron nuevamente chozas sobre la tierra bajo la que quedaron sepultados los huesos de las víctimas de la tragedia. Llegó gente de afuera, trabajadores atraídos por la construcción de la nueva carretera, esa que comunicaría los pozos petroleros recién descubiertos más al norte. Volvieron también las mujeres de y a la carretera, que comenzaron a visitar nuevamente la casa de la Bruja cuando la Bruja, ahora sí, había dejado de ser la Bruja Chica. Pero ahora también acudían muchachos a la casa, esos que estaban «así como idiota todo el santo día, con la lengua pegada al paladar y la mente en blanco como una televisión sin señal», «todo pendejo, todo idiota, y ya ni siquiera por el gusto de ponerse hasta su madre con la banda en el parque o en las cantinas sino nomás para no tener que hablar con nadie, para no tener que escuchar a nadie, encerrarse dentro de sí mismo y desconectarse del mundo». Y es que en La Matosa todo el mundo parece querer huir, huir de ese lugar del demonio, huir del círculo vicioso, huir de uno mismo. «Una oscuridad terrible lo invadía todo: una oscuridad en la que ni siquiera existía el consuelo del resplandor de las llamas incandescentes del infierno; una oscuridad desolada y muerta, un vacío del que nada ni nadie podría rescatarlo nunca», como si solo quedara pensar «en matar y en huir, y nada más».

Y, sí, hay quien mata en La Matosa, poblado ficticio de Veracruz que Fernanda Melchor con sus historias convierte en real, y, en esta novela, la de la Bruja, la que ya no es Chica, no la de la mamá que muriera años ha, es una muerte violenta. Son unos niños quienes encuentren su cuerpo inerte en el canal. Serán personajes de más edad los que nos permitan conocer cómo murió, quién la mató y por qué. Serán otras muchas más cosas las que nos permitirán saber.

Tres frases. Son tres puntos los que cuento en la cita con la que abro esta entrada. Fijaos en la extensión de la última de esas tres frases. El punto que le da término no es un punto y aparte. El párrafo sigue y sigue y sigue más allá de lo que he compartido aquí. Sigue hasta el punto final que marca el cambio de capítulo. Cada capítulo de esta novela es una voz, como un monólogo interno de un personaje distinto solo que narrado en tercera persona. Es como si ese narrador omnisciente comenzara a hablar de cada uno de esos personajes y ya no pudiera parar, como si una vez sentida la primera arcada tuviera que vomitar todo lo que cada uno lleva dentro. Tal parece un médium que hila acontecimientos, sentimientos y palabras. Hila, hila, hila. Porque todo tiene su porqué y su cómo y una cosa no se entiende sin la anterior ni sin la adyacente. Temporada de huracanes es temporada de frases kilométricas, párrafos interminables y capítulos en su mayoría extensos. No hay manera de escapar; una vez comenzado un capítulo hay que llegar hasta el final. Su autora, la mexicana Fernanda Melchor, no encadena frases sino que encadena las diferentes partes de las oraciones separadas por comas y nos arrastra por ellas con la brutal fuerza de un huracán, y, a la vez, nos circunda dentro del ojo de ese ciclón tropical sin dejarnos escapar. La Matosa es ese ojo y ahí nos quedamos, como sus habitantes: asqueados, castigados, sin salida.

La Matosa de antes y después del deslave del 78 se parecen demasiado. Sus mujeres, al menos, recuerdan mucho a aquellas que visitaban la casa de la Bruja cuando la Bruja era la madre de la Bruja Chica. Son las mismas mujeres que lloran hombres y coleccionan críos. Son los mismos críos que crecerán y serán los mismos hombres buenos para nada y las mismas mujeres que siguen queriendo cazarles. Tal vez ahora haya más drogas, o probablemente sean las mismas pero diferentes. Sigue importando el dinero, el que falta y el que se malgasta, el que se pierde para conseguir esas drogas vía de escape a ninguna parte. Cualquier forma de conseguir esa forma de evasión es válida, aunque sea a costa de «ponerte a bombear a los chotos cuando te faltaba dinero para la bolsa de perico», que al fin y al cabo era bien diferente «de irte a meter detrás del almacén abandonado, donde a cualquier hora del día podías ver batos enchufados entre los arbustos, cogiendo y mamando por el puro gusto de ser putos, era algo muy diferente, algo francamente asqueroso porque todo el mundo sabía que ahí en las vías nadie cobraba». El sexo, pues, sigue estando omnipresente; el sexo como otra vía de escape, «todo con tal de no pensar y de no sentir ese doloroso vacío que de unos meses a la fecha la hacía llorar en silencio contra la almohada, de madrugada, antes de que el despertador de su madre sonara, antes incluso de que los primeros camiones llenaran de esmog el gélido aire plomizo de las mañanas en Ciudad del Valle; un llanto quedito que le salía de muy de adentro y que ella no entendía pero que ocultaba de los demás porque le avergonzaba: a su edad, llorando por nada, como si todavía fuera una niña»; ese sexo del que «todo el mundo sabe que el hombre llega hasta donde la mujer se lo permite», y la mujer, las niñas, no deben permitir, no vaya a ser que salgan con su domingo siete a repetir las historias de sus madres.

«[...] y fue entonces cuando Norma al fin comprendió que había sido una tonta al pensar que el fatídico domingo siete era la sangre que cada mes le manchaba los fondillos de los calzones, porque era obvio que se refería más bien a lo que sucedía cuando la sangre aquella dejaba de manar; lo que le pasaba a su madre después de una racha de salir por las noches enfundada en sus medias color carne y sus zapatillas de tacón, cuando de un día para otro el vientre comenzaba a inflársele hasta adquirir dimensiones grotescas para finalmente expulsar un nuevo crío, un nuevo hermano, un nuevo error que generaba una nueva serie de problemas para su madre, pero sobre todo, para Norma: desvelos, cansancio agobiante, pañales hediondos, cerros de ropa vomitada, llanto interminable, inacabable, infinito; una boca más que se abría para exigir comida y lanzar aullidos; un cuerpo más que vigilar y cuidar y disciplinar hasta que la madre volviera del trabajo, hecha polvo y tan hambrienta y enfadada y sucia como el más pequeño de sus hermanos, una cría más a la que Norma debía alimentar y acariciar y consolar mientras frotaba y masajeaba con aceite para bebé los callos duros y los músculos tiesos por todas esas horas que la madre pasaba de pie ejecutando una y otra vez los mismos movimientos frente a las máquinas de coser. Sobre todo escucharla, sobre todo eso: escuchar las cuitas de la madre, las quejas, los reclamos, las mismas admoniciones de siempre, y asentir y darle la razón y mirarla a los ojos con una sonrisa en la boca y darle besos en la frente y palmaditas en la espalda cuando la madre lloraba, porque si Norma lograba que su madre se desahogara, si Norma conseguía que la madre descargara las angustias que oprimían su corazón, tal vez más tarde ya no sentiría tantas ganas de encerrarse en el excusado a gritar que quería morirse, ni saldría a emborracharse para buscar el afecto y las caricias de los hombres, a dejarse lastimar por esos cabrones que son todos iguales, unos cabrones que te bajan la luna y las estrellas pero que a la mera hora te dejan ahí tirada como una jerga vieja y apestosa, pero tú no seas pendeja Norma, tú no debes de creerles: no esperes cariño de ellos, no esperes nada, son culeros; tú tienes que ser más abusada que ellos, tú tienes que darte a respetar porque ellos nomás van a llegar hasta donde tú los dejes, y ahí es donde debes ser más inteligente que ellos, reservarte hasta que llegue el bueno, un hombre honesto y trabajador que te cumpla, [...], que nunca te deje tirada con tu domingo siete, [...]»

Tengo debilidad por Norma, no lo puedo evitar. Su desprotección, su candor, me han traído luz a este libro feo de personajes feos. Y es que Temporada de huracanes es como uno de los personajes que contiene sus páginas: «Tan feo que era [...]; y tan dulce, al mismo tiempo; tan fácil de querer pero tan difícil de comprender, de alcanzar».  

Yo comprendo y alcanzo esta novela, pero me narra un ambiente tan feo y unos personajes tan feos que me es difícil quererla. Es Norma la que me crea sentimiento por ella, la que, con su luz, me permite ver los claros en los oscuros de los demás. Y es que todos los personajes tienen sus puntos vulnerables, todos son víctimas a la par que verdugos, a todos los abrazaría en algún momento aunque en algún otro les daría de cachetadas, incluso a quien menos lo merece, incluso a quien mata a la Bruja, porque no hay nadie más digno de compasión que quien siente un profundo rechazo y odio hacia sí mismo.

Cuando dan muerte a la Bruja se avecina otra temporada de huracanes. Se espera que llegue fuerte, pues lleva tiempo sin caer ni una gota de agua, algo poco habitual para la época del año que es. El calor está volviendo loca a la gente y eso solo puede traer desgracias: crímenes pasionales con historias detrás como las que Fernanda Melchor nos cuenta en esta novela; actos violentos como el que segó la vida de la Bruja. Aun así, la muerte ha bendecido a la Bruja y ahora es una privilegiada. La Bruja ya no pena, la Bruja ya no sufre, ni siquiera ha dejado una Bruja Chica tras su marcha. La Bruja es el único personaje de esta novela que, finalmente, consigue escapar del ojo del huracán que es La Matosa. Su asesino le brinda la huida perfecta.

«Había que calmarlos primero, hacerles ver que no había razón alguna para tener miedo, que el sufrimiento de la vida ya había concluido y que la oscuridad no tardaría en disiparse. El viento cruzaba la llanura y revolvía las hojas de los almendros en las copas y formaba remolinos de arena entre las tumbas distantes. Ya viene el agua, les contó el Abuelo a los muertos, mientras contemplaba con alivio las nubes gordas que tupían el cielo. Bendito sea, ya viene el agua, repitió, pero ustedes no teman. [...] El agua no puede hacerles nada ya y lo oscuro no dura pa’ siempre. ¿Ya vieron? ¿La luz que brilla a lo lejos? ¿La lucecita aquella que parece una estrella? Para allá tienen que irse, les explicó; para allá está la salida de este agujero».

Soaring Milvus, fotografía de Hauke Musicaloris bajo licencia CC BY 2.0





Ficha del libro:
Título: Temporada de huracanes
Editorial: Literatura Random House
Año de publicación: 2017
Nº de páginas: 224
ISBN: 978-84-397-3390-4





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Comentarios

  1. ¡Hola Lorena!
    Es una casualidad que ayer mismo decidiera abandonar esta novela que empecé ilusionada (había leído maravillas de ella). Te cuento: un libro escrito en la jerga mexicana no me desagrada, es más me gusta y me parecen muy curiosos esos vocablos, esa forma de hablar (aunque de algunos desconozca su significado exacto, pero más o menos por el contexto lo sacas). Me pasó con Cometierra de Dolores Reyes que me gustó mucho, una novela plagada de localismos, de argentinismos, pero al final terminé acostumbrándome y disfruté mucho con la lectura. De esta novela, el modo en el que está narrada, con esas parrafadas, sin separaciones ni casi puntos me ha gustado, me ha parecido muy original, no he tenido problema con eso, pero te soy sincera, me he cansado de tanta repetición de algunas palabras, de algunos adjetivos constantes usados para todo (chingada, pinche, chamaco, etc, demasiado repetitivo), de hecho por curiosidad busqué cuantas veces se decía la palabra pinche en la novela (en mi lector) y me salieron 258 veces. No sé, me terminó cansando, saturando.
    En fin, me alegra que al menos tú la hayas disfrutado y sé que el argumento es chulo, lo que cuenta es tremendo y lo que subyace también.
    Un beso

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    1. Pues mira, Marian, te cuento que he terminado hace ya unos días La policía de la memoria y que estuve tentada de abandonarla porque no conseguía conectar con ella. Al final, por eso de seguir intentándolo a ver si conseguía entrar en la historia, la terminé, pero me dejó muy fría. En mi caso fueron contradicciones respecto a la premisa inicial de la novela del sucesivo olvido de las cosas lo que me impidió terminar de entrar en ella. En fin, lo que te quiero decir es que a veces son pequeñas cosas, diferentes para cada lector, las que nos hacen tener feeling o no con un libro y las que nos pueden estropear una lectura que en principio parecía reunirlo todo para gustarnos.
      No me he dado cuenta en este caso de que hubiera tanto repetición de determinados vocablos. A mí tampoco me disgustan los localismos. Es más, los agradezco en casos como el de esta novela en el que me ayudan a sumergirme más en el ambiente en el que se desarrolla la trama. Recuerdo, sin embargo, una ocasión en la que leí una novela escrita por un colombiano pero ambientada en Francia. Para más inri, el protagonista y narrador, supongo que francés, era un racista de cuidado, así que se me hacía muy raro leer comentarios xenófobos con ese toque colombiano (aunque siendo justos no había exceso de localismos pero sí que se notaba el origen) cuando normalmente, aquí en Europa, similares comentarios podrían ir perfectamente dirigidos a un colombiano. Supongo que si un colombiano leyese la misma novela escrita en español de España sufriría la misma desubicación que yo, pero, lo dicho, nunca se sabe dónde puede estar aquello que nos impide conectar con una historia.
      Admiro mucho tu capacidad de abandonar lecturas, Marian. Mira que a mí me cuesta hacerlo (afortunadamente son pocas las veces en las que me veo tentada). También es verdad que mi constancia (o mi cabezonería) a veces ha obtenido su recompensa.
      Besos

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    2. ¡Hola de nuevo Lorena!
      Uffff, pues fíjate que yo admiro a las personas a las que les cuesta abandonar libros, porque estoy segura de que al final me pierdo buenas novelas. Pero supongo que influirá el hecho de trabajar en una biblioteca y tener acceso a tanto libro (lo de engancharme a un libro es casi una obsesión, si no lo consigo, lo único que me apetece hacer es empezar otro y creo que es un error, pero no puedo evitarlo, al fin y al cabo es un hobbie)
      Es verdad que a veces pequeñas cosas, pequeños detalles no nos permiten conectar con la lectura y mi problema es que no suelo dar demasiadas oportunidades, soy muy ansiosa e impaciente, jeje.
      Siento que no hayamos coincidido con La policía..., pero no pasa nada, lo importante es compartir opiniones aunque no coincidan ¿verdad? es enriquecedor. De todas formas tú y yo somos bastante diferentes a la hora de seleccionar lecturas y respecto a gustos lectores (no siempre, algunas veces sí nos han gustado los mismos libros), pero me gusta mucho leer distintas reseñas (las tuyas me encantan) sobre libros de todos tipos, incluso aunque esté segura de que no lo voy a leer.
      ¡Vaya rollo que te he metido, jaja!!
      Más besos!!

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    3. Puedes soltarme los 'rollos' que quieras, Marian. Jeje.
      Una de las cosas buenas de visitar blogs es ampliar nuestra mirada literaria, saber de obras y autores que tal vez nunca leamos por no ser afines a nuestras predilecciones. Además, de todas formas, nunca se sabe que nos va a apetecer leer en un futuro.
      Besos

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  2. Me ha atrapado esta novela desde el título. Después ya no me ha soltado. Esa cita que pones al principio, la de las tres frases, la última tan extensa. Me encanta el modo de escribir en Mexico. Como me encanta en Argentina o Perú (son las tres literaturas hispanas que más frecuento).
    Tanto lo que cuentas como las citas que relatas me han gustado mucho. Ese personaje de Norma que tanto te gusta; esa historia que se comprende, pero no se puede amar en su fealdad; todo ello me seduce.
    No conocía autora ni obra. Puede que sea otro de mis descubrimientos del año.
    Un beso.

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    1. Llevaba tiempo con ganas de leer este libro, creo que desde que se publicó. Recientemente ha vuelto a salir un poco a la palestra tanto libro como autora porque se acaba de publicar en España una nueva novela de Fernanda Melchor y porque Temporada de huracanes ha sido finalista el año pasado del premio Booker Internacional.
      La literatura hispanoamericana es una auténtica riqueza para nuestro idioma común. Creo, además, que hay ahora mismo, en concreto, una cantera de escritoras hispanoamericanas espectacular.
      Me he acordado mucho de Selva Almada leyendo esta novela. Aunque su estilo, con frases mucho más cortas, es muy diferente al de Melchor, ese lenguaje plagado de los localismos típicos del país de cada una y ese ambiente tan deprimido y la trama tan pegada a la condición social, como si los personajes no pudieran escapar del lugar en el que nacen y como si se heredasen sin cuestionarse los comportamientos de padres/madres a hijos/as, me ha hermanado ambas novelas. Es cierto que en este caso, aunque me estaba gustando lo que leía, me faltaba algo para acabar de pegarme a la historia, y para mí ha sido Norma la que ha traído magia a esta novela. Igualmente todos los personajes son víctimas tanto del ambiente en el que viven como de sí mismos.
      Ya me contarás si te animas a descubrirla.
      Besos

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  3. ¡Hoooola!

    Que genial te ha quedado esta reseña. En serio, me ha encantado, creo que has transmitido muy bien lo que hace sentir este libro.
    Desde luego lo tengo muy muy pendiente, me encanta eso que mencionas de que la autora hile frases y frases y párrafos enteros, de forma que te atrapa y ya no puedes dejar de leer. Además, me encanta el estilo, la trama, esa ambientación tan oscura, tan decadente, tan... fea. Pero que aún así tiene sus luces y sus sombras.

    ¡muchos besos!

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    1. Gracias, Irene. Me alegra haber llamado tu atención sobre esta novela. Ya me contarás si te animas con ella.
      Besos

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  4. Este libro es de los que creo que no es para mi. Cuando lo empecé a ver en las redes me di cuenta de ello. Esta vez no me lo llevo. Un abrazo

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    1. Bueno, pues también es cosa buena no añadir más libros a la lista de pendientes.
      Un abrazo, Esther.

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  5. Una fantástica reseña. Se nota que has disfrutado mucho con esta lectura, aunque en esta ocasión no la veo para mí. No termina de llamarme.
    Besotes!!!

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    1. Pues te digo como a Esther: otro menos a la lista interminable. Y a por otra lectura que creas vayas a disfrutar más.
      Besos

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  6. Lo leí hace tiempo y sí, me pareció una novela bastante potente y que partía de una premisa interesante. El problema que le vi es que (en mi opinión) se recreaba bastante en la parte oscura del ser humano hasta resultar ya redundante. Sabemos que la sociedad que nos presenta y las personas que la componen están podridas hasta la médula. Que encima meta el bestialismo y cosas así me saturó bastante porque la idea me había quedado clara.
    Eso sí, gracias por tu reseña tan completa.
    Un beso, Lorena.

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    1. Como digo, es una novela fea de personajes feos. Coincido contigo en que lo del bestialismo creo que sobra. Va además en demérito del personaje que lo practica porque, aunque es un personaje con el que consigo empatizar en algún momento, ese tipo de cosas dificulta esa empatía. Pero también creo que en el conjunto de la novela lo del bestialismo se queda en algo más bien anecdótico y en mi valoración ha pesado más lo bueno que lo prescindible.
      Muchas gracias por compartir tu opinión sobre esta lectura, Rocío.
      Besos

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  7. Impresionante reseña la tuya, Lorena. Buah, qué mundo el que presenta Fernanda Melchor a quien no tenía el gusto de conocer presenta en la novela. Son feos de verdad todos ellos. La verdad es que según te leía venían a mi cabeza otras muchas novelas sudamericanas en las que esta fealdad está presente. Es una fealdad que literariamente se transforma en belleza y placer para el lector. Por esto me atrae la autora y me atrae el título. Mucho más cuando dices que leyéndola te has acordado de Selva Almada ("Ladrilleros" fue uno de mis grandes descubrimientos del año pasado), así que no tengo más remedio que apuntar el título y que esta "Temporada de huracanes" no se me lleve por delante y pueda degustarla debidamente.
    Y repito, menuda buena reseña que has hecho, Lorena. En una competición entre reseñistas, tú ganarías a todos. ¡¡Enhorabuena, Lorena. Escribes que da gusto leerte!!
    Besos

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    1. Son estilos narrativos muy diferentes los de Melchor y Almada. La conexión se debe más a esos ambientes tan cerrados en los que parece que uno está condenado desde que nace que tan bien plasman ambas autoras en sendas novelas que he leído de ellas. Un poco lo que comentas de esa fealdad que te has encontrado en otras novelas latinoamericanas. Qué países tan ricos pero cuánta desigualdad se da en ellos.
      Besos

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  8. Un tanto oscura parece,. Lo que más me atrae es la forma de contar, creo que muchas novelas actuales tienden a la estandarización del lenguaje y en esta, según los fragmentos, intuyo una riqueza léxica y una viveza con las que seguro disfrutaría. Pero esa negrura me tira un poco para atrás, a día de hoy, que no estoy para pesimismos, aún sabiendo que la historia de Norma es pura realidad puesta en crudo. Quizá en otro momento...
    Un abrazo.

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    1. Más que mayor riqueza del lenguaje, sí que vengo detectando de un tiempo a esta parte una tendencia en la literatura actual de frases y párrafos muy cortos. Por una parte me gusta ese estilo por lo directo y lo ágil, pero, por otra, también me está empezando a cansar y a veces echo de menos una mayor elaboración en la sintaxis. Es como si la nueva literatura fuera en consonancia con estos tiempos de la inmediatez. Y supongo que la literatura ha de ser también reflejo de su época, pero me da por pensar si acaso las generaciones más jóvenes, si solo se dedican a leer las publicaciones más recientes, si acaso les costaría seguir textos más complejos.
      Esta novela cuenta lo que cuenta. Poco resquicio hay para el optimismo. Ahí no te puedo engañar, Gerardo. Tal vez para otro momento, como dices.
      Besos

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  9. Está claro que dado el escenario de la novela y quienes habitan ese pueblo, todo tiende a ser sórdido. En ese sentido me pasa lo que a Gerardo, ahora no estoy para esos ambientes lectores. Eso sí, México siempre ha sido sinónimo de excelente literatura.
    Un abrazo, Lorena.

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    1. Te digo, entonces, como a Gerardo: para otro momento, quizá.
      Un abrazo

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  10. Muy buen blog!

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  11. Como tu lo mencionas en uno de los comentarios lo positivo de visitar Blogs es tener una idea de cómo se está recibiendo por el público una obra o un libro en particular , yo lo había escuchado en los videoblogs que hace José Miguel Tomasena y aquien sigo en sus presentaciones, (https://www.youtube.com/watch?v=Y2LUkOFdGdc) una muy buena referencia de Fernanda Melchor pero no terminó de cautivarme sin embargo de que la temática puede resultar interesante.

    De todas maneras la reseña está muy bien desarrollada , gracias por compartir . Un abrazo

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    1. Gracias a ti por la visita y por el aporte del videoblog.
      Pienso realmente que siempre es fructífera la visita a otros blogs. Ya que es imposible leer todo lo que quisiéramos, por lo menos nos llevamos la mirada de otros lectores sobre otras lecturas, además de ampliar nuestro universo literario.
      Si no te llama este libro, a por otro entonces.
      Un abrazo

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  12. Lorena, a mi me absorbió totalmente la lectura de Temporada de huracanes. Y, sobre todo, me emocionó. Creo que los personajes disimulan mucha ternura en este ambiente tan hostil. Y para mejor saborearlo, imprescindible leerlo con un diccionario de americanismos al lado. Saludos y gracias por tus reseñas.

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    1. Aunque los significados de la mayor parte de americanismos se sacan por el contexto, tampoco he podido evitar buscar alguno para así confirmar sospechas y ampliar la perspectiva.
      Es cierto que todos los personajes tiene un punto de ternura. Norma, como digo, me robó el corazón, lo cual es fácil debido a su candor. Pero hasta los personajes que parecen más feos y con los que puede resultar más difícil empatizar hay momentos en los que llegan a conmover.
      Gracias a ti por compartir tus impresiones sobre esta lectura.

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