La guerra de las salamandras - Karel Čapek

«Aquel día -11 de noviembre a la una de la madrugada- se sintió en Nueva Orleans un brusco movimiento de tierra».
Una piensa en el simbolismo de las fechas. Leo 11 de noviembre y noviembre se transforma en septiembre, en marzo. Hay fechas que tienen significado por sí mismas; no hay nada más que añadir.

Sé que es una mera casualidad. Poco, más bien nada, imaginaba Karel Čapek allá por 1936 cuando escribió este libro lo que un día 11 de un mes concreto significaría décadas después para buena parte de la humanidad.

Sé que es una mera casualidad, sí. Confío más en la capacidad analítica del escritor checo que en sus artes presagiosas. Pero, sin embargo, ¿acaso conocer el pasado no nos dispone para predecir el futuro?

«Dos meses más tarde estaba yo jugando una partida de ajedrez con el señor Bellamy, en el hall del Hotel France de Saigón; desde luego, yo ya no estaba como marinero en su barco.
—Oiga, Bellamy —le dije—, usted es un hombre decente y, ¿cómo se dice?, un gentleman. ¿No siente a veces cierta sensación de que está sirviendo para algo que, en el fondo, es la más miserable forma de esclavitud? 
Bellamy se encogió de hombros.
—Las salamandras son salamandras —gruñó desviando el tema.
—Hace doscientos años también se decía que los negros eran sólo negros.
—¿Y acaso no es verdad? —dijo Bellamy—. ¡Jaque!
Perdí aquella partida. De pronto me pareció que cada jugada que se presentaba en el tablero ya se había hecho alguna vez. Quizá nuestra historia también había sido vivida ya alguna vez, y nosotros movemos las figuras con los mismos movimientos y alcanzando las mismas derrotas que en tiempos pasados. Quizá precisamente un hombre tan decente y silencioso como Bellamy había cazado alguna vez negros en la Costa de Marfil para llevarlos a Haití o Luisiana, dejándolos morir en las bodegas de los barcos. Entonces aquel Bellamy tampoco imaginaba que hacía nada malo. Los Bellamy nunca creen que hacen nada malo. Por eso son incorregibles.
—Han perdido las negras —dijo Bellamy satisfecho, y se levantó para desperezarse».

Aquel 11 de noviembre en que se movió la tierra de Nueva Orleans comenzó una guerra aunque por entonces no se supiese. Reinaba el desconcierto. La principal preocupación (aparte de los muertos y heridos, claro está) era dilucidar si el temblor tenía origen tectónico o volcánico. Después, nuevos temblores en otros puntos del planeta. Después, la reivindicación de los temblores: terrorismo salamandrino, lo podríamos llamar. Sí, fueron salamandras las que asumieron la autoría de la catástrofe.

Pero las salamandras no son una banda organizada. Las salamandras ni siquiera habitan un país reconocido (entre otras cosas porque habitan las aguas de muchos). Apenas gozan de identidad jurídica aunque cierto reconocimiento sí que hubo que darles.

«De las ventajas y derechos civiles que recibieron las salamandras citaremos, solamente, algunos: cada salamandra fue inscrita en el Registro de Salamandras y en su lugar de trabajo. Debía tener permiso de residencia, había de pagar impuestos por cabeza, lo que hacía su propietario, reduciéndoles después la comida para cobrarse (ya que las salamandras no recibían dinero alguno); también tenía que pagar alquiler por la costa que habitaba, impuestos municipales, contribución por la construcción de la valla, impuestos escolares y otras cargas públicas. En resumen: hemos de reconocer lealmente que, en este aspecto, se las trató exactamente igual que a los demás ciudadanos, así que disfrutaban de una cierta igualdad de derechos».

Aquel 11 de noviembre, pues, comenzó una guerra. Pero este libro no comienza ese 11 de noviembre. Este libro nos cuenta cómo se llega a ese 11 de noviembre y a lo que sucedió después.

La guerra de las salamandras es Un mundo feliz, es La guerra de los mundos, es King Kong, es El planeta de los simios y a saber qué más. Al principio, sin embargo, tiene ecos de novela de aventuras. No en vano, del capitán van Toch, descubridor de las peculiares salamandras, se llegará a decir en este libro que el suyo era un «estilo de novela de aventuras a lo Jack London, Joseph Conrad y otros. Un estilo antiguo, exótico, colonial, casi heroico». «¡Son tan simpáticos y listos, señor Bondy!», llega a exclamar el rudo capitán al señor G. H. Bondy, empresario con el que se asocia, sobre esos seres negros, pegajosos y cabezones que se alzan sobre sus dos patitas traseras en cuanto salen del agua. Todo colonialismo no está exento de cierto paternalismo, y en la relación que se forja entre van Toch y sus salamandras casi parece a veces más ingenuo el colonizador que las colonizadas.

De esa explotación bienintencionada (si es que alguna forma de explotación puede tener buena intención) se pasa a una explotación organizada a la que por supuesto no se le llama explotación. Karel Čapek sentía una honda preocupación ante la automatización del trabajo, preocupación que es patente en su obra. En esta novela en concreto se detecta además una fuerte crítica al capitalismo.

«¿Qué otra cosa es la civilización, sino la posibilidad de usar cosas inventadas por otros? Aunque las salamandras no tengan ideas propias, pueden muy bien tener su ciencia. Es verdad que no tienen música o literatura, pero pueden prescindir de ellas magníficamente, y la gente empieza a advertir que lo que hacen las salamandras es formidablemente moderno. Porque, ¡caramba!, la gente ya tiene muchas cosas que aprender de las salamandras… Y no es extraño, ¿acaso no tienen éstas un gran éxito? ¿Y de qué otra cosa tiene la gente que tomar ejemplo, sino de los éxitos? Nunca se había producido tanto en la historia de la humanidad, nunca se había construido y ganado como en esta gran época. No hay vueltas que darle. Con las salamandras llegó al mundo un gigantesco progreso y un ideal que se llama «Cantidad». «Nosotros, gente de la Era de las Salamandras», se dice con verdadero orgullo. ¿Cómo puede compararse a la anticuada época humana, con su lenta, fútil e inútil pompa, a la que se llamaba cultura, arte, ciencias exactas, o quién sabe cómo? La gente consciente y consecuente con la época de las salamandras ya no perderá su tiempo buscando la profundidad y el fundamento de las cosas. Tendrán bastante que hacer solamente con los cálculos de la producción global. El porvenir del mundo consiste, tan sólo, en que aumenten continuamente la producción y el consumo. Por lo tanto, ha de haber todavía muchas salamandras para que puedan producir y consumir más. Las salamandras son, sencillamente, multitud; su gran importancia es su grandísima cantidad. Solamente ahora puede la imaginación humana trabajar plenamente, ya que trabaja en grande, con una capacidad máxima y un rendimiento récord».

Como autor cabal y preocupado por su entorno y su época que fue Čapek, no está exenta esta novela de ciertas alusiones al nacionalsocialismo de dos formas además aparentemente contradictorias. Una es la mención de una raza superior de salamandras de origen báltico que deriva de una primitiva especie de salamandra, lo cual hace que Alemania quiera expandir sus costas para que esta raza pura alcance la supremacía. La otra es presentar a las salamandras como seres homogéneos frente a la diversidad humana, lo cual les procura a los urodelos mayor felicidad que a los primates. 

Andrias scheuchzeri: Zeichnung von einem Skelett, Text, Buchseite. Fotografía de Leo Wehrli, de la colección de ETH Library


Las salamandras de Čapek son listas y simpáticas, como decía el capitán van Toch. Producen cierta ternura por su inocencia y candor. Son como el niño del que presumimos porque nos parece tan listo pero que no deja de ser igual de listo que los demás niños. Pero sí, concedo que sus salamandras son listas.

Las salamandras de Čapek están hechas a imagen y semejanza del hombre. O, mejor dicho, están hechas a imagen y semejanza del hombre vulgar y común. «Han aprendido de la civilización humana sólo lo que tiene ésta de corriente y útil, de mecánico y repetible». «Han prescindido de la civilización humana, de todo lo que tenía de inservible, juguetón, fantástico o anticuado». Custodian «el secreto del éxito y la mediocridad».

«El informe de la charla con Andrias Scheuchzeri ocupaba dieciséis páginas completas y fue publicado en The Natural Science. En las últimas páginas del informe estaban resumidos los resultados de los experimentos en la forma siguiente:
1) Andrias Scheuchzeri, salamandra criada en el Parque Zoológico de Londres, sabe hablar, aunque con un sonido cavernoso. Cuenta con un vocabulario de unas cuatrocientas palabras.
Dice, solamente, lo que ha oído o leído. No se puede, de ningún modo, hablar de que piense por sí sola. Su lengua es bastante movible y sus órganos vocales, debido a las circunstancias, no fue posible examinarlos de cerca.
2) La salamandra antes mencionada sabe leer, pero solamente periódicos vespertinos. Le interesan las mismas cosas que a un inglés de tipo corriente y reacciona a los acontecimientos de la misma forma, o sea, según las opiniones comunes establecidas. Su vida síquica —si es que se puede hablar de tal cosa— es la herencia, precisamente, de las ideas y opiniones propias de estos tiempos.
3) No es necesario dar demasiada importancia a su inteligencia, porque en ningún aspecto sobrepasa a la del hombre corriente de nuestros días».

La guerra de las salamandras es un clásico de la ciencia ficción (para el que le interese hay alguna edición más reciente que esta viejuna de Ediciones Hiperión que he leído yo, como la de Gigamesh o la de Libros del Zorro Rojo) que, en mi opinión, y al igual que su autor, ha caído injustamente en el olvido. Nunca había tenido noticia de este libro hasta que hace algo más de dos años Wisława Szymborska me habló de él en sus curiosas Prosas reunidas (también fue ella quien me metió el gusanillo por leer Los ensayos de Montaigne y heme aquí este 2020 dando cuenta de ambas lecturas). La más célebre de las obras de Karel Čapek es divertimento puro. Sus páginas rezuman ironía y nos conducen por una extraordinaria sátira económica, política, cultural y filosófica. El checo es un maravilloso fabulador cuyo sustrato es la más sucinta realidad. Combina la narración clásica con el relato a través de ficticios artículos periodísticos y científicos, y sorprende con un final en el que el propio autor se desdobla y dialoga consigo mismo.

Si el mundo retratado por Karel Čapek existiera en una realidad paralela, para esa otra humanidad hermana el 11 de noviembre pasaría a convertirse en una fecha simbólica, en el recordatorio del fin del mundo tal y como es conocido o entendido. Ese 11 de noviembre hubiera sido una declaración de guerra no escrita, una guerra ante la que poco se podía hacer porque «si fueran, solamente, las salamandras contra la Humanidad, quizás no sería tan difícil hacer algo. Pero hombres contra hombres, eso no hay quien lo detenga…», y porque «eso lo ha hecho el mundo entero. Eso lo hicieron los estados, lo hizo el capital… Todos querían tener el mayor número posible de salamandras. Todos querían ganar a costa de ellas. Nosotros mismos, también les hemos enviado armas y Dios sabe qué… ¡Todos tenemos la culpa!» Y en cuanto a las salamandras, tan a imagen y semejanza de esa mediocre humanidad, «¡tendría gracia que no hubiesen aprendido de los hombres cómo se hace la historia!» Así, pues, «¿qué hacer? Quizá se hunda e inunde el mundo, pero, por lo menos, ocurrirá por motivos políticos y económicos reconocidos por todo el público y, desde luego, con ayuda de la ciencia, la técnica y la opinión general, cargadas con todo el ingenio humano. No será ninguna catástrofe cósmica, sino, solamente, «motivos de estado, de poder, económicos y otros». Contra eso no tengo ningún poder». O sí. Como alecciona a su hijo Frantik en esta novela el señor Povendra, quien propicia el encuentro entre el capitán van Toch y el señor Bondy y tan orgulloso se siente de ello: «si cada uno cumpliera con su deber, el mundo sería un paraíso». Como concluye nuestro cómico y pelín patético señor Povendra:

«¿Sabes? Yo no debí anunciar a aquel capitán. Oía una voz que me decía: «¡No lo hagas!», pero luego pensé: «Quizás este capitán me dé una propina». ¿Y sabes? ¡No me la dio! Uno destruye tan inútilmente el mundo…»

Animación del la ruptura del supercontinente Pangea y la deriva posterior de sus componentes. Fuente: U.S. Geological Survey (USGS)






Ficha del libro:
Título: La guerra de las salamandras
Autor: Karel Čapek
Traductores: Ana Falbrová y Ciro Elizondo
Editorial: Hiperión
Año de publicación: 1996
Nº de páginas: 292
ISBN: 84-7517-321-4





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Comentarios

  1. Hola.
    Este libro lo voy a dejar pasar, no me llama mucho y ademas no es un genero que suela leer. Gracias por la reseña.
    Nos leemos.

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  2. Ya sabes que la ciencia ficción no es algo que yo frecuente mucho y, aunque sospecho que este libro puede ser interesante, creo que esta vez no lo apunto. Así dejo descansar mi lista de la indigestión que tiene la pobre.
    Los libros que mencionas por comparación, "King Kong", "Un mundo feliz", "La guerra de los mundos", etc, no son libros que me hayan atraído mucho. De hecho el único que he leído es "Un mundo feliz".
    Un beso.

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    1. Tampoco es un género que yo frecuente mucho, pero, a veces, como en este caso, me procura grandes alegrías. La ciencia ficción puede ser un muy buen recurso para ahondar en la realidad.
      Siempre viene bien no saturar la lista de pendientes más de la cuenta, así que aprovecha que este no te llama.
      Besos

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  3. No es un género con el que suela disfrutar así que esta vez no creo que me anime, pese a tu buena reseña.
    Besotes!!!

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  4. No conocía este libro. Un mundo feliz me encantó. Me lo apunto, creo que lo buscaré. Me has picado la curiosidad. Un saludo

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    1. Pues espero que este también te encante. Creo que así será. Ya me contarás.
      Saludos

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  5. Puro delirio, pero con un interesante doble lectura. Me encanta. Es curioso como algunos libros siguen siendo estándares del género después de cien años y otros, que están a la misma altura, caen en el olvido. Quizá tiene que ver la nacionalidad de Capek, no sé. Hace años estuve en Praga y antes leí varios autores checos, para ambientarme. Recuerdo que de Capek encontré en la biblioteca de mi ciudad una pequeña obra de teatro "RUR", que dio origen a la palabra "robot". Lo pondré en mi lista inacabable, si lo tiene en catálogo Libros del zorro rojo la buscaré por ahí, porque hacen unas ediciones ilustradas para enmarcar, he comprado hace poco la de 1280 almas de Jim Thompson y alucinas.
    Un abrazo.

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    1. Es un libro que además trasciende su género porque la buena literatura no entiende de géneros. Estoy segura de que lo vas a disfrutar.
      Sí, es curioso como algunos libros permanecen en la memoria colectiva y otros en cambio se pierden. Fíjate que incluso el autor llegó a sonar para recibir el Nobel. Me enteré de lo de que la palabra robot tiene su origen en una de sus obras al indagar más sobre él.
      Yo también me decantaría por la edición de Libros del Zorro Rojo. Es un libro que pide a gritos una edición ilustrada y las de esta editorial, como bien dices, son una pasada.
      Espero leer 1280 almas el próximo año.
      Un abrazo

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  6. Me encanta esta manera tuya de "hablar" directamente con los autores y seguir sus recomendaciones (Wisława Szymborska me habló de él en sus curiosas Prosas reunidas; también fue ella quien me metió el gusanillo por leer Los ensayos de Montaigne y heme aquí este 2020 dando cuenta de ambas lecturas), dice en tu reseña. Yo también me fío mucho de lo que me dicen los buenos estén vivos o fuera ya de este mundo.
    No conocía a este autor de ciencia ficción, género que como tú y otros comentaristas frecuento menos de lo que debiera pues como bien dices este género es un muy buen recurso para ahondar en la realidad. Tomo nota del título y ahora que caminamos derechitos hacia otro confinamiento puede ser una buena opción lectora, ¿no crees?
    Besos

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    1. En estas circunstancias que estamos viviendo hay quien lee para evadirse y hay quien lee para profundizar y reflexionar sobre lo que nos ocurre. Esta lectura puede satisfacer ambos niveles de lectura. Estoy segura, además, de que en tu caso sabrás apreciar y disfrutar su doble lectura.
      Es casi una apuesta segura seguir la recomendación de lectores tan buenos como son la mayoría de escritores. Recuerdo que en su día leí Winesburg, Ohio de Sherwood Anderson porque lo descubrí en Una historia de amor y oscuridad de Amos Oz. El israelí contaba en su novela autobiográfica como la novela del estadounidense le ayudó a encontrar su camino como escritor. Resultó también una excelente lectura.
      Besos

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  7. ¡Hola Lorena! Pues a mí la ciencia ficción pura y dura no suele llamarme pero si me pongo a pensar no tiene mucho sentido porque luego leo con toque fantásticos y son esas partes de lectura las que más disfruto. Y encima también me gustan los argumentos raros y en este caso la existencia de esas salamandras de por sí, seguro que convierte el argumento en peculiar (basta con leer algunos de tus párrafos elegidos)
    Cuando he leído la fecha elegida por el autor para la catástrofe salamandrina también me he puesto a pensar en casualidades o premoniciones. No se si acabaré leyendo esta novela, pero me ha encantado conocer su existencia y lo que encierra dentro
    Besos

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    1. A mí tampoco me llaman mucho géneros como la ciencia ficción o la fantasía. Mera cuestión de gustos, pues hay libros buenos, regulares y malos en todos los géneros. Eso sí, cuando algún libro perteneciente a alguno de esos géneros me llama poderosamente la atención, tiene todas las papeletas para que lo lea y salir así de mi zona de confort.
      Uno de los motivos por los que me gusta frecuentar blogs literarios es por conocer la existencia de libros y autores a través de la visión de otros lectores. Tal vez nunca llegue a leer esos libros ni a esos autores, pero me siento más rica conociendo de ellos algo más que su título o nombre.
      Besos

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  8. Así es Capek, un escritor de lo más singular que plantea sus obras a partir de una imaginación desbordante y plena de originalidad, lo que ambicionarían muchos escritores, pues la imaginación unida a la inteligencia marca distancias entre los escritores.
    Leí hace años sus Apócrifos, algo singular y diferente, como es el mismo escritor, su escritura es como un río que nunca se estanca, siempre se renueva.
    Un abrazo, Lirena.

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    1. Sí, la buena literatura siempre está de actualidad. No importa bajo qué prisma se mire.
      Imaginativo, original, inteligente y con conciencia. Un autor muy recomendable, ciertamente.
      Un abrazo

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