Laëtitia o el fin de los hombres - Ivan Jablonka

No sé si escribir o si guardar esta lectura para mí. Y si escribo ¿cómo enfrento la pantalla en blanco? El silencio muchas veces es más elocuente que las palabras pero, también, en otras ocasiones, es cómplice e incluso verdugo. ¿Y las palabras? No es que se me antojen vacías, al contrario: se me revelan en toda su polisemia; temo no encontrar las oportunas, me hace dudar su dispar interpretación. No sé cómo contarte Laëtitia, no sé cómo escribirte. No sé si puedo o si acaso debo. Pero sí sé que quiero. Y no alcanzo a despejar si ese quiero es suficiente justificación.

¿Cómo pueden doler mis palabras a aquellos que te quisieron y a los que no te supieron querer si, en cierta forma, ellos han colaborado y por tanto dado el beneplácito para que se publique este libro, para que se lea, para que se escriba sobre él? ¿Qué te importan ya a ti mis palabras si no puedes leerlas, escucharlas, si no sabrás que existen porque se te ha negado el tiempo verbal futuro? No te conozco. No sé quién eres. Pero siento que así es. Porque te siento. Porque te siento viva cuando tú ya no eres. Eres nada, eres polvo, eres cadáver, cuerpo desmembrado a estas horas descompuesto. ¿A quién le hablo, a quién le escribo entonces? A mí, siempre a mí. No busco justificación. Te leo por mí. Te escribo por mí. Mis palabras tratan de cubrir un vacío, un abismo: mi miedo, mi incomprensión, mi rechazo; el hueco de la escalera sobre el que te dejaron colgando de bebé, la calle desierta en la fría mañana del 18 de enero de 2011 en la que tu moto y tus bailarinas tiradas en el asfalto anunciaban tu ausencia ya para siempre, el fondo del Trou bleu hasta el que hundieron los fragmentos de tu cuerpo. Trou blue = agujero azul. Azul, blue: el color de la pena, de la tristeza. Hermoso eufemismo para combatir lo feo, para no asomarnos a ese agujero negro que fue tu vida y tu muerte. Sí, Laëtitia, las palabras las necesito yo, no tú. Soy yo la que necesita consuelo. A ti ya te llega tarde.
«Xavier Ronsin es un hombre que habla bien, pero en esa tarde crepuscular sus palabras no cuentan por su valor estético ni por su sentido jurídico. Sus palabras apuntan a devolverle a Laëtitia su dignidad. Para no reducirla a unos trozos de cadáver, a un hallazgo macabro, habla de la «joven muchacha sacada del agua», como una náyade en flor, una Venus nacida de la ola. Al referirse a la parte del cuerpo que falta, dice «el busto», con la connotación de elegancia y encanto que tiene el término, cuando todo el mundo está pensando en un tronco, un paralelepípedo de carne mutilada. Siguiendo su ejemplo, todos los periodistas se ponen a hablar del «busto». A pesar de la urgencia de la información, la carrera por la audiencia, el formato del vocabulario, cada uno despliega el lenguaje como un manto de delicadeza».
Un manto de delicadeza quisiera tejer para ti, Laëtitia, construirte un ataúd de palabras (expresión esta última que, si no me falla la memoria, le tomo prestada a Delphine de Vigan), pero tú misma eres ya mantillo y cualquier manto que trenzaran mis palabras solo serviría para cubrir lo feo, el agujero negro, aquello que no queremos mirar a los ojos, cuya existencia negamos pero que no por ello deja de existir. Lo que les ocurre a otros nos mantiene a salvo porque no somos nosotros los protagonistas; no nos toca, no nos duele. Pero tú me tocas, Laëtitia. Tú me dueles.

Un manto de palabras ha querido coser también para ti Ivan Jablonka con este libro. Intentar recuperar tu dignidad. Mostrar la muchacha de dieciocho años que eras y la niña que fuiste antes. Pero no solo eso. Así como los investigadores de tu caso se afanan diligentemente para recomponer tu cuerpo, Jablonka realiza el proceso inverso analizando cada una de las aristas que antecedieron y sucedieron tu muerte. Atiende la faceta social, la histórica, la cultural, la judicial, la política. Reivindica la investigación de casos como el tuyo como una aspiración a desmitificar el suceso, el crimen, a destronar a quienes lo perpetran de su pedestal de monstruo, apartar de él las miradas y despojarlo así del protagonismo inmerecido, romper definitivamente el binomio pureza-maldad, su simpleza que solo siembra manipulación y genera miedo y es ciega ante las causas y consecuencias. Para el historiador y sociólogo que es Jablonka el suceso es el síntoma de una anomalía, de algo así como una enfermedad o tara social.

Por momentos siento que a Jablonka le sobran palabras. Cae, probablemente en su afán de exhaustividad, en reiteraciones y corre (y casi siempre asume) riesgos con sus teorizaciones. Pero en general su trabajo me parece serio, honesto, contundente y objetivo. También conmovedor.

¿Por qué te leo, Laëtitia? ¿Por qué he leído a Jablonka? Por la distancia. Porque no te conocía, no sabía nada de ti. Pero desde que supe de tu ya no existencia y de la existencia de este libro supe que tenía que leerte. Por todas aquellas de las que sí sabía y cuyos nombres conocía: chicas, niñas, algún niño también. Por sus familias, que han caído al agujero negro y no creo que puedan salir alguna vez. Porque quería arrojar luz sobre esa negrura pero emerjo de la oscuridad bañada de impotencia y dolor. Te leo porque tu horror sucedió en Francia y no en España. Porque de haber sucedido aquí probablemente este libro me hubiera producido rechazo, agotada ya del exceso de información, superada por todo lo que huele a mediático, algo de lo que tú tampoco pudiste escapar y que, paradójicamente, te premió con un cheque en blanco para investigar tu caso; indignada también y cada vez más preocupada por el oportunismo y la utilización política, por esa doble moral que en tu caso quiso culpar a un sistema judicial al que no se le abastecía con los suficientes recursos para realizar su trabajo con eficacia y garantía. Pero es arrancar la lectura y comprobar que no existe tal distancia. Ahí me derrumbo y no consigo levantarme a pesar de que a lo largo de la lectura encuentro varios remansos. Yo, siempre yo, Laëtitia. Siempre mi egoísmo.

No quiero hacer, sin embargo, una amalgama con vosotras, las víctimas. No quiero unificaros, negaros vuestra identidad. Por más que vuestros casos tengan cosas comunes hay diferencias. Y tampoco quiero enarbolarte, Laëtitia; erigirte en estandarte de ninguna causa. Tenías dieciocho años y, a esa edad, tan solo deberías haber representado la alegría que prometía tu nombre.

Nacisteis en la violencia; crecisteis en la desprotección. Lo digo así, en plural, porque eráis dos: tú y Jessica, tu melliza huérfana; huérfana de ti, su única familia. Tú, única constancia en su vida; ella, única constancia en la tuya. Ni la familia de origen ni el Estado ni la familia de acogida cumplió su función de protegeros. Solas la una y la otra hasta que solo quedó una. Vivisteis la desprotección que genera la violencia y experimentasteis esta última en todas sus facetas como víctimas y/o como testigos: la física; la sexual; la que proviene de la autoridad; esa otra más ambigua, que manipula desde el poder afectivo y que tanto me asquea por sibilina, tan peligrosa por no verla venir porque, como le comentó a Jablonka la jueza que instruyó el expediente Patron, vuestro padre de acogida, «la naturaleza humana es compleja. Nunca se es completamente un cabrón, eso es lo espantoso»; y, por último, la brutal y definitiva que sesgó tu vida, Laëtitia. La tuya, Jessica, espero que por fin se haya liberado de la violencia; lo que no sé es si es tarde para que alguna vez dejes de sentirte desprotegida.

Violencia masculina, la que sufristeis, procedente de esos hombres cuyo fin anuncia el título de este libro. Podemos hablar de hombres como sinónimo de humanidad, en cuyo caso nuestra especie no queda muy bien parada y no puedo evitar como parte de la misma sentir cierta sensación de fracaso, o podemos referirnos tan solo a uno de los dos sexos que conforman esa humanidad. Justo es decir que en este libro (y fuera de él) hay también hombres que trabajaron con toda la devoción que permitió su excelsa profesionalidad para recuperar tu cuerpo, Laëtitia, así como para apresar a tu asesino y juzgarlo. También mujeres, por supuesto. Pero si casi siempre hay que recordar la profesionalidad de estas últimas, me parece ahora conveniente señalar que en el bosque no solo habitan lobos. Porque yo quiero que las caperucitas se atrevan a cruzar el bosque. Las caperucitas de cualquier color, origen y condición.

Pienso mucho en la acepción de normalidad. En que solemos considerar normal lo nuestro y extraño o ajeno lo que se sale de esa norma. Pienso si tal vez Laëtitia y Jessica normalizaron la violencia y por eso no supieron defenderse de ella. Pienso en Ivan Jablonka identificando el suceso criminal como una anomalía, cayendo él, privilegiado como yo, en la trampa de considerar anormal lo que se escapa de ese privilegio. Y recuerdo que, a los privilegiados, a los que no procedemos de ambientes deprimidos y familias desestructuradas, como Laëtitia, como, por otra parte, su asesino, también los matan. A nosotras también nos matan.

Y por eso escribo. Escribo por ellas, por nosotras. Porque no exista un ellas y un nosotras ni un ellos y un nosotras. Escribo porque la rabia no me permite el silencio. Escribo por ti, Laëtitia, y quiero de verdad pensar que en los últimos momentos de tu vida abandonaste tú también el silencio, que dijiste no, que gritaste basta, porque, aunque eso desencadenara la espiral de violencia que provocó tu muerte, significaría que moriste como una mujer libre. Escribo también por las supervivientes como tú, Jessica. Pero, sobre todo, escribo contra la perpetuación del abuso sobre los desprotegidos y escribo por los muertos, por los que ya no tienen voz propia y por los que triste e injustamente les acompañarán en su silencio en el futuro. Escribo y pienso en ellos aunque ya no puedan escuchar mis pensamientos porque (y hago mías las palabras de Ivan Jablonka) «si pienso en los muertos, escribo por la vida».

Escribo porque estoy viva. No, ni siquiera eso: escribo porque no estoy muerta.



Ficha del libro:
Título: Laëtitia o el fin de los hombres

Autor: Ivan Jablonka

Traductora: Agustina Blanco

Editorial: Anagrama

Año de publicación: 2017

Nº de páginas: 424

ISBN: 978-84-339-7994-0






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Comentarios

  1. Qué impresionante la historia (lo que se vislumbra de la historia) y qué emotiva toda tu reflexión.
    es cierto que leemos y escribimos por nosotras mismas (por nosotros mismos). Ahí siempre presente el egoísmo, pero es un egoísmo inevitable, es el motor de tantas lecturas y de tantas lineas escritas que suponen análisis, reconocimiento, encuentro, consciencia, culpa...
    Nadie lee ni escribe por los demás, pero aun así, como Jablonka que probablemente también escribió por él mismo, se consigue llamar la atención sobre los otros, redimir a los otros, conocer a los otros y evitar o contribuir a que se evite el abuso y la violencia. O eso quiero creer.
    Magnífica reseña.
    Un beso.

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    1. Eso me gustaría creer a mí también, que el profundizar y reflexionar sobre determinados temas contribuye en parte a evitar que se produzcan sucesos tan atroces.

      Nos movemos por egoísmo más de lo que pensamos. Hasta cuando amamos, sentimos empatía o el dolor de otro hay cierto componente egoísta. Es algo natural, pienso, y hay que admitirlo por tanto con esa naturalidad, siempre y cuando el egoísmo no se vuelva algo excesivo y no nos permita mirar más allá de nuestro ombligo y nuestro propio interés.

      La historia es impresionante y muy muy dolorosa. Sentí una sensación parecida al leerla a la que sentí cuando leí Mejor la ausencia. En este caso ya desde el principio y no como carga acumulada, aunque también es verdad que afortunadamente para mí, en muchos pasajes esa sensación se fue atenuando. Hay un cúmulo de circunstancias además en este caso que permite incidir sobre diferentes aspectos. Muy muy interesante para todos los que os interese estos temas y estéis dispuestos a enfrentaros a la dureza y brutalidad de la realidad narrada.

      Besos

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  2. ¡Madre mía...! ¡Que novela tan dura!! Pero ya sabes que eso no es algo que me amedrente, todo lo contrario. Maravillosa tu reseña, con la boca abierta me has dejado.
    Besos

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    1. No es una novela al uso, sino lo que llaman novela de no ficción. Es una investigación sobre un caso real, en unos capítulos es más recreación, otras veces se parece más al ensayo... Pero si te interesa y no temes enfrentarte a su dureza te animo a que la leas.

      Besos

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  3. Desconocía esta novela y tu reseña y tus emotivas reflexiones me hacen apuntarla y subrayarla en esa lista interminable de pendientes, para que no se me pase.
    Besotes!!!

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    1. Yo fue encontrarme con ella por casualidad y no poder evitar ponerme con ella.
      Besos

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  4. Tu reseña me parece bellísima. La historia que tan literariamente nos comunicas debe de ser dura y terrible. Imagino violencia sobre mujeres (Laetitia en especial) y mujeres que se niegan a ceptarla y caen abatidas por quien las violentaba. Laetitia parece que sí murió aunque como tú bien dices murió libre al no aceptar una vida sin libertad. Jessica parece que sobrevivió.
    Ya te digo, Lorena, imagino una novela dura, cruel. No sé si la leeré porque el listado jamás concluye pero me la apunto y quién sabe.
    Gracias por tan hermosa reseña.
    Besos

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    1. Gracias a ti, por la visita y la lectura.

      El libro narra la historia de Laëtitia Perrais, una chica secuestrada y asesinada en Francia en 2011. Un caso que conmocionó el país y fue portada durante semanas y semanas. El libro indaga en la investigación y en cómo repercutió el caso en los medios y la utilización política que se hizo de él; también indaga en la vida de la propia Laëtitia, terrible asistir a la desprotección que vivió desde su nacimiento y a la violencia de la que fue testigo y que en parte también sufrió.

      Ah, las listas de pendientes y lo que de ahí leeremos finalmente. No me digas nada ;)

      Besos

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  5. Estupenda reseña, ya la tenía apuntada desde tu recomendación en Facebook, pero ahora al leerte estoy más que convencida que es una novela para mi, aunque tenga que sufrir en el intento. Besinos.

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    1. Pues si piensas que es para ti, adelante. Bien merece la pena, en el sentido literal además en este caso.

      Besos

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  6. Qué reseña tan difícil y cómo sales de airosa, te felicito. Conozco el caso y valoro el inusual enfoque del libro: las víctimas son avasalladas, la sociedad quiere carnaza y la doble moral es asfixiante. Todos a señalar y buscar culpables, a pontificar sobre lo divino y lo humano. Hasta que otra noticia entierre el caso y no se haga absolutamente nada, así siempre. Me temo que todo es espectáculo. En fin, chocaría bastante que en España se escribiera algo similar y casos hay, que prefiero no citar.
    Anotado, a pesar de su dureza creo que conviene leerlo.
    Un abrazo.

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    1. Conviene para no quedarnos en la superficie de los casos como tantas veces, en esa punta del iceberg que de tanto transitarla es agua turbia que termina por disolverse en el océano. En el caso de Laëtitia convergen además tantas cosas... Casos hay aquí en España también, a todos se nos vienen nombres a la cabeza. No sé cómo se recibiría aquí un libro así, tal vez sirviera solo para reabrir nuevamente el caso mediáticamente. Ignoro cómo se recibió este libro en Francia. Premiado está y por tanto reconocido pero no sé socialmente las repercusiones que haya podido tener su publicación. Y esa ignorancia me permitió tomar la distancia que necesitaba para afrontar esta lectura. Tal vez sea doble moral también por mi parte pero reconozco mi incapacidad para nadar en un mar en el que se cruzan tantos intereses y no todos limpios.

      En cuanto a la reseña sentía la necesidad de escribir algo sobre este libro y tenía claro que quería abrir el abanico de todos los temas que toca pero no sabía muy bien cómo enfrentarlo. Quería hacerlo con respeto y ese respeto se convirtió en pudor y me generó muchas dudas. Por eso arranco planteando la cuestión de si es mejor guardar mis impresiones para mí o no. A partir de ahí salió lo que salió, tal vez no del todo comprensible para quien no conozca el caso por la escasez de datos que he aportado pero solo he podido escribir para mí y para Laëtitia aunque ya no me pueda escuchar.

      Un abrazo

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  7. Tenía alguna idea acerca de la novela, pero no sabía cuán dura podía ser; tú me has abierto los ojos.
    No se si la leería en este momento, pero sin duda vale la pena hacerlo. De todas maneras, ya me hice de una versión digital.
    Gracias por tu reseña, Lorena. Impecable como siempre.
    Un abrazo.

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    1. Merece mucho la pena, literalmente en este caso además, porque no se queda en la superficie sino que da para reflexionar sobre muchas cosas.

      Gracias a ti por la visita.

      Un abrazo

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